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viernes, 23 de abril de 2021

> Germanos contra bereberes, o las reflexiones históricas del “último José Antonio” (5 de 6) - ¿Una teoría falangista de la Historia? Spengler y Berdaieff

En Germánicos contra bereberes no se habla de sindicalismo, ni siquiera se alude a rasgos propios de lo que hasta ese momento se consideraba como “doctrina falangista”. Se alude a lucha de razas, conflictos étnicos y superposición de oleadas invasoras y sobre cómo influyeron sobre la historia de España.

Hasta ese momento solamente existían rudimentos de algo que pudiera considerarse como una “teoría sobre la historia” en el medio falangista. El único que había desarrollado algo parecido (y limitado a los últimos doscientos años de historia de España) había sido Ramiro Ledesma en su Discurso a las Juventudes de España. Si tenemos en cuenta que la difusión de este libro en la pre–guerra había sido excepcionalmente limitada, a pesar de ser la única obra doctrinal sólida sobre el movimiento nacional–sindicalista, se entenderá que exista un vacío.

Lo que José Antonio pronunció en el Teatro de la Comedia, sobre que “el nacimiento del socialismo fue justo”, no puede considerarse –como han hecho algunos– como una influencia “marxista” y, en lo que se refiere a la obra de Spengler la discusión sobre el papel que tuvo realmente en José Antonio está todavía sujeta a caución. En nuestra opinión, lo que une a José Antonio y a Spengler es tan fuerte como lo que le separa. No se ve en qué punto aceptaría José Antonio la tesis spengleriana sobre la diferencia entre cultura y civilización, ni mucho menos referencia alguna en la que aceptara una interpretación cíclica de la historia. Si existió influencia spengleriana no fue en los temas centrales, como máximo, en los periféricos de este autor. En cuanto a la tesis de que José Antonio tomó de Spengler la cuestión del “estilo” (que defendió Salvador de Brocá), es, igualmente improbable y basada en una sola frase de José Antonio pronunciada en el brindis que pronunció en el banquete en honor de Eugenio Montes. En otro lugar hemos escrito que el “estilo” que defendía José Antonio tenía tres fuentes: el estilo propiamente católico, el estilo aristocrático y el estilo fascista… que no eran excesivamente diferentes del defendido por Spengler, sólo que éste había llegado a él a través de Nietzsche y del pensamiento conservador alemán del XIX, una fuente incompatible con el catolicismo joseantoniano.

No vemos una indiscutible influencia de Spengler en José Antonio, mejor dicho: vemos poca influencia de La Decadencia de Occidente (a pesar de que incluyera el libro en el plan de lecturas en las cárceles de Madrid y Alicante y se convirtieran en material de lecturas del SEU). La influencia spengleriana más directa, no deriva de La Decadencia de Occidente, sino, de Años Decisivos.

En la conferencia pronunciada en el Ateneo de Santander el 14 de agosto de 1934, José Antonio demuestra haber leído este libro: “¿Cuándo empieza la descomposición que se inicia con la madurez? Spengler dice que en 1730. Yo creo que fue treinta años más tarde”. Es en Años Decisivos cuando Spengler alude a este tema. Es también en esta obra en donde Spengler critica a Rousseau, un tema muy querido para José Antonio. La obra le sirvió para tomar conciencia de las características de su tiempo, un tiempo de grandes mutaciones históricas, siendo el libro más “aristocrático” de Spengler: en él se denuncia las revoluciones proletarias, los procesos de descolonización que se avecinan y la pérdida de influencia de Europa en el mundo… y las guerras étnicas entre pueblos blancos y de color. Y, lo más importante, al final de las Obras Completas en los comentarios al plan de lecturas de los falangistas encarcelados, se dice: “En la Prisión Provincial de Alicante, José Antonio padeció una verdadera escasez de libros. Con todo, pudo salvar su Biblia, y otro libro de Spengler: Años Decisivos”. Parece natural que fuera la lectura de este libro el que le inspirara Germánicos contra bereberes. Creemos que con mostrar los títulos de los únicos cinco capítulos de los que consta el libro estará claro el motivo por el que vemos en Años Decisivos el camino que lleva a escribir Germánicos contra bereberes. Tal es el sumario de la obra:

— Introducción
— El horizonte político
— Las guerras y las potencias mundiales
— La revolución mundial blanca
— La revolución mundial de color.

Spengler se situaba mucho más en el ámbito de la “revolución conservadora” que en el de los fascismos. Sin embargo, su teoría sobre la “lucha de razas” (que expone en Años Decisivos) vino en ayuda de los planteamientos raciales del movimiento nacional-socialista y de su interpretación de la historia. A partir de la página 76 y hasta el final de la obra, Spengler plantea una historia racial de la modernidad y de sus conflictos, reducidos a conflictos étnico-raciales. Éste era el libro que acompañó a José Antonio en sus últimos meses de vida, junto a la Biblia...

José Antonio cita en media docena de ocasiones a Spengler en sus discursos y escritos. En dos ocasiones trae a colación la famosa frase sobre el pelotón de soldados que salva a la civilización y quizás sea la lectura de Spengler la que refuerza su opinión contraria a las concepciones roussonianas. Pero resulta casi inevitable pensar que Germánicos contra bereberes, escrito en la cárcel, es hijo directo de la lectura en Años Decisivos, el único libro que pudo trasladar de la prisión Modelo de Madrid a la cárcel de Alicante y que trataba en buena medida, como hemos visto de temática étnicoracial.

Spengler estaba diametralmente alejado del humanismo del que hacía gala José Antonio. Nacer, para Spengler, no era garantía de llegar acompañado de “valores eternos”; había que demostrarlo. Era un escéptico en lo que respecta a la humanidad; escribió: El escepticismo, que es la condición necesaria para la visión histórica, para la visión de la historia desde adentro –así como el desprecio a los hombres es la premisa necesaria para su conocimiento profundo– no está en el principio de las cosas”. Para Spengler el Estado era la herramienta para rectificar todas las desviaciones de la conducta humana. Para José Antonio la idea de “libertad del individuo” era la esencial. Decir –como nuevamente dice Salvador de Brocá– que José Antonio tomó de Spengler la crítica al sistema democrático es otra gratuidad: Ibsen, Maurras, los integralistas portugueses, Maeztu, Balmes, Mussolini, Hitler… habían realizado una crítica a la democracia que José Antonio conocía bien.

Las principales tesis de La Decadencia de Occidente están ausentes del pensamiento joseantoniano. No se perciben fragmentos significativos en las Obras Completas de José Antonio en la que se encuentre alguna referencia explícita a civilizaciones que nacen, crecen, se desarrollan y mueren, salvo en la conferencia que pronunció en el Ateneo de Santander y que ya hemos mencionado. Lo que hay de Spengler en José Antonio es lo que pasó a través del filtro de Ortega y Gasset, en el que es perceptible la influencia del pensador alemán, especialmente en La rebelión de las masas. Tampoco vemos que José Antonio haga especial énfasis en la diferencia entre “cultura” y “civilización”. En cuanto a la idea del “estilo” que propone, no deriva de Spengler sino directamente del fascismo italiano y de la tradición de la aristocracia guerrera católica. Finalmente, cuando José Antonio alude a la “invasión de los bárbaros” (y lo hace reiteradamente) no está utilizando a Spengler sino a Berdiaeff que responde mucho más directamente a su concepción católica de la vida.

BERDIAEFF Y LA CONCEPCIÓN HISTÓRICA DE JOSÉ ANTONIO

Es cierto que en las Obras Completas de José Antonio aparecen muchos elementos “historicistas”, especialmente en lo relativo a la defensa de España y a la justificación de la Nación, a la monarquía y a la Hispanidad. Se trata de referencias que indican por dónde iba su pensamiento y en qué fuentes había bebido, mucho más que señalar la existencia de una “doctrina oficial nacional-sindicalista de la Historia”, concatenada y coherente. Ledesma trabajó mucho más en esta dirección en cuanto se vio libre de las tensiones generadas por la militancia activa y la dirección política, tras abandonar Falange y renunciar a reconstruir las JONS a finales de la primavera de 1935. Pero, aún así, hay que reconocer que el Discurso a las Juventudes de España, en sus primeros capítulos, es sobre todo, una reflexión sobre los dos últimos siglos de “nuestra historia”, no sobre la “Historia”.

Durante los años 60 especialmente, cuando los jóvenes falangistas debían afrontar a la izquierda marxista, se sentían huérfanos de esa “concepción nacionalsindicalista de la Historia” con la que poder responder al “concepción materialista de la Historia”. De ahí surgió un complejo de inferioridad que es particularmente evidente a medida que leemos los textos de la “izquierda falangista” de la época y que alcanza su zénit en los años 70. José Antonio no enunció un “método de interpretación de la Historia”, ni los falangistas de la postguerra pudieron o quisieron hacerlo, entre otras cosas porque hubieran tenido que recurrir al texto Germánicos contra bereberes (que se conocía, como mínimo, desde los años 60. Ver nota final). En efecto, el “último José Antonio”, involuntariamente apeado del frenesí de la lucha política cotidiana tras el atentado contra el vicepresidente del parlamento Jiménez de Asúa, escribe este texto con la clara intención de definir una “interpretación de la historia”.

Todos los que han intentado realizar un análisis pormenorizado de la procedencia de las influencias ideológicas que pesaron sobre el pensamiento joseanto-niano, han reconocido un amplio abanico que va desde Maurras hasta Marx, desde Balmes hasta Ortega, desde Bergson hasta Spengler y desde Santo Tomas a Kant, sin olvidar, por supuesto, el pensamiento español del 98. Lamentablemente, después de enumerar todas estas fuentes y colocar algún fragmento de las Obras Completas que, más o menos, concuerde con el autor en cuestión, eluden el especificar qué influencia fue la más importante y, sobre todo, cómo se trasladó a las concepciones de Falange Española.  El Punto 3º de Falange Española es el único en el que se alude a la historia:

"Tenemos voluntad de Imperio. Afirmamos que la plenitud histórica de España es el Imperio. Reclamamos para España un puesto preeminente en Europa. No soportamos ni el aislamiento internacional ni la mediatización extranjera”.

Parece un redactado propio de Ramiro Ledesma (a quién le correspondió, inicialmente, la elaboración del programa de los 27 Puntos). Sin embargo, el añadido, si tiene más ecos joseantonianos:

“Respecto de los países de Hispanoamérica, tendemos a la unificación de cultura, de intereses económicos y de Poder. España alega su condición de eje espiritual del mundo hispánico como título de preeminencia en las empresas universales”

Pero, lamentablemente, ni en el programa de los 27 puntos, ni en otros discursos de José Antonio se percibe un análisis de lo que fue el Imperio, ni porqué declinó, ni siquiera se aporta gran cosa sobre el concepto de Imperio.

Como máximo, los elementos esenciales de la inter-pretación joseantoniana de la historia están contenidos el texto que ha llegado hasta nosotros de la conferencia que pronunció en el Teatro Calderón de Valladolid el 3 de marzo de 1935. Es, ante todo, una conferencia sobre historia. Es altamente improbable que el texto que ha llegado hasta nosotros en las Obras Completas, refleje la totalidad de lo que allí se dijo. En primer lugar por la importancia del acto (el primer aniversario de la unificación con las JONS), en segundo lugar, por la importancia de la sección de Valladolid y en tercer lugar porque el texto es demasiado breve y no existe ninguna referencia directa a la política del momento, algo impensable en un mitin político realizado cuando todavía el partido no se había recuperado del impacto que le habían supuesto los problemas encadenados que aparecieron en el semestre anterior, incluida la pérdida de Ledesma y de un buen número de jonsistas y la polémica que en esos mismos momentos se estaba dando con el intercambio de palabras gruesas entre La Patria Libre, portavoz de los escindidos, y Arriba. Así pues, hay que darle al texto del discurso el valor de fragmento de un puzle.  Por lo demás, el texto en algunos puntos no es particularmente comprensible y la exposición se presenta como algo deslavazada, lo que agrava la sensación de que “falta algo” en la transcripción.

Empieza José Antonio explicando que “las edades pueden dividirse en clásicas y medias”. Las primeras son las que tienen la “unidad” como atributo propio, las segundas son las que “buscan la unidad”. El tránsito de las primeras a las segundas ocurre mediante una catástrofe. El tránsito del imperio romano (mundo clásico) al medieval, se realizaría por medio de la invasión de los bárbaros. Parece atribuir al cristianismo la erosión de los cimientos de la “Roma agitada”, pero ve en la invasión de los bárbaros el desbarajuste final que apuntillará al Imperio; sin excluir el que pueda haber algún error de transcripción, dice: “El cristianismo reinó [sobre] los cimientos de la Roma agitada; pero falta todavía, para que Roma acabe de desaparecer, la catástrofe, la invasión de los bárbaros”. A partir de ese momento empezará un período de recomposición de la humanidad medieval en el curso del cual “van prendiendo las raíces de la unidad por Europa” y que culminará en el siglo XIII (“el siglo de Santo Tomás”).

El “mundo” (en realidad Europa) ha encontrado su unidad: “Pronto se realizará el Imperio español, que es la unidad histórica, física, espiritual y teológico”. Pero, hacia la “tercera década del siglo XVIII empiezan las congojas, las inquietudes; la sociedad ya no cree en sí misma, ya no cree tampoco, con el vigor de antes, en ningún principio superior. Esta falta de fe, en contraste con la pesadumbre de una sociedad otra vez perfecta, impulsa a los espíritus débiles a la fuga, a la vuelta a la Naturaleza”: es la doctrina de Juan Jacobo Rousseau con su Contrato social. En apenas un párrafo explica la aparición del liberalismo (“Surgen los economistas y empiezan a interpretar la historia por referencia a las nociones de mercancía, valor y cambio”), del proletariado (“Surge la gran industria, y con ella la transformación del artesanado en proletariado”) y, finalmente, el marxismo (“Surge el demagogo, que encuentra dispuesta una masa proletaria reducida a la desesperación”). ¿La conclusión? La percepción de la decadencia: (“Lo que se creyó progreso indefinido estalla en la guerra de 1914, que es la tentativa de suicidio de Europa”).

Se ha dicho que esta era la tesis de Spengler y de Ortega. Lo es, pero sólo en parte. Cuadra mucho mejor con la doctrina expuesta por Nicolás Berdiaeff (tal fue la forma en la que se difundió el nombre de Nikolái Aleksándrovich Berdiáyev en España en los años 20 y 30). Su obra Un nouveau Moyen âge (que se tradujo en España con el nombre de Hacia una nueva edad mediaReflexiones acerca del destino de Rusia y de Europa. Ediciones Apolo, Barcelona 1935, edición original en París, 1924) era conocida por José Antonio (que hablaba y leía correctamente en francés) y, a lo largo de su vida, realizó numerosas alusiones a ella. La frase que utiliza es característica de la temática abordada por Berdiaeff: “En esta situación, perdida, además, toda fe en los principios eternos, ¿qué se avecina para Europa? Se avecina, sin duda, una nueva invasión de los bárbaros”. En nuestra obra José Antonio y los no–conformistas ya explicamos los vínculos entre José Antonio y Berdiaeff.

Percibimos muchas más influencia de este pensador ruso que de Spengler, a pesar de que ambos autores se sitúen en planos relativamente similares: para ambos, en efecto, el proceso de decadencia de Europa es irreversible. De hecho, en el curso de la citada conferencia, José Antonio expone las dos líneas de interpretación histórica sin nombrar a sus representantes: “la catastrófica, que ve la invasión como inevitable y da por perdido y caduco lo bueno, la que sólo confía en que tras la catástrofe empiece a germinar una nueva Edad Media, y la tesis nuestra, que aspira a tender un puente sobre la invasión de los bárbaros: a asumir, sin catástrofe intermedia, cuanto la nueva edad hubiera de tener de fecundo, y a salvar, de la edad en que vivimos, todos los valores espirituales de la civilización”.

Cuando alude a “Los bárbaros” se refiere, al “comunismo ruso”. Ve en esa doctrina “algo que puede ser recogido: su abnegación, su sentido de solidaridad”, pero rechaza su ausencia de “valor histórico y espiritual”. Es la “antipatria y carece de fe en Dios”. Así pues, se trata de partir de otro punto de vista para “salvar las verdades absolutas, los valores históricos, para que no perezcan”. Rechaza el “desatino” de la socialdemocracia que “se dedica a echarle arena en los cojinetes” del capitalismo.

Rechaza, así mismo, los “Estados totalitarios” cuya existencia niega. Percibe a los gobiernos alemán e italiano como “dictadores geniales, que han servido para sustituir al Estado”. Pero “esto es inimitable y en España, hoy por hoy, tendremos que esperar a que surja ese genio”. Obviamente, José Antonio no se veía en marzo de 1935 como ese “genio” que había alumbrado al fascismo italiano y al movimiento nacional–socialista (en realidad, tampoco Hitler se veía en 1919–1929 como el “fuhrer” que requería la situación, sino sólo como el “tambor” para el despertar de Alemania y él mismo aspiraba sólo a “aconsejar” a algún gran líder, tal como explica en Mi Lucha, no a ocupar ese lugar). En cuanto a Mussolini es el “motor de la revolución fascista”, pero hasta bastante después de la Marcha sobre Roma no se considera más allá de cómo un simple presidente de gobierno y jefe de un movimiento político, en el interior del cual, como Hitler, tiene que equilibrar, alternar o contrarrestar distintas influencias. Luego, niega también que las “confederaciones, bloques y alianzas” sirvan para “evitar la catástrofe”. Obviamente se está refiriendo a la CEDA, al Bloque Nacional y al Frente Nacional Contrarrevolucionario del que se estaba empezando a hablar en la universidad y que, luego, iría cobrando forma a medida que avanzara la línea del tiempo hacia las elecciones de 1936. Ataca especialmente a “otros bloques de ésos que se declararan, por ejemplo, corporativistas” en nueva alusión directa al Bloque Nacional que era en esos mismos momentos el que había incorporado esa temática a su programa. La insistencia de José Antonio en atacar al Bloque Nacional de Calvo Sotelo se debe a tres factores: 1) una notoria rivalidad personal con él difícilmente explicable, 2) el hecho de que la creación del Bloque Nacional hubiera dejado en suspenso la ayuda alfonsina prevista en la renovación de los Pactos de El Escorial entre José Antonio y Sáenz Rodríguez que apenas se prolongó en el verano de 1934 y se interrumpió en el otoño de 1935 cuando Calvo Sotelo lanzó su formación frentista, y 3) al atribuir a los medios alfonsinos la inspiración y responsabilidad de los problemas que había registrado Falange en los seis meses anteriores: expulsión de Ansaldo y salida de 2.000 afiliados que llegaron en los primeros momentos del partido y eran de inspiración alfonsina, escisión de los jonsistas con Ledesma al frente...

En ese momento, la principal influencia que se percibe en José Antonio, es la de los “no conformistas franceses”; es el tiempo en el que ha asumido los valores “personalistas”. Decía, por ejemplo: “Cuando el mundo se desquicia no se puede remediar con parches técnicos; necesita todo un nuevo orden. Y este orden ha de arrancar otra vez del individuo. Óiganlo los que nos acusan de profesar el panteísmo estatal: nosotros consideramos al individuo como unidad fundamental, porque éste es el sentido de España, que siempre ha considerado al hombre como portador de valores eternos. El hombre tiene que ser libre, pero no existe la libertad sino dentro de un orden”. Era lo mismo que había dicho Arnaud Dandieu: “Cuando el orden no está en el orden, está en la revolución, por eso queremos la revolución del orden”. Tanto José Antonio como los no–conformistas franceses tenían varios nexos comunes: Berdiaeff era uno de ellos. Éste, definía su filosofía con los siguientes rasgos: “es una filosofía de la libertad, filosofía del acto creador, filosofía personalista, filosofía del espíritu, filosofía existencial”. El José Antonio de 1935 la podía firmar... pero ¿y el “último José Antonio”?

A partir de aquí, las ideas que repite José Antonio en el resto del discurso no están muy alejadas de las que ya expuso en el otro discurso del Teatro de la Comedia: crítica al liberalismo, lo responsabiliza de la miseria del obrero y, para remediarla, nace el socialismo (un nacimiento que “fue justo”), etc. En este nuevo discurso del Teatro Calderón añade la idea de la planificación económica (típica de los no–conformistas de L’Ordre Nouveau y de la Jeune Droite): “El liberalismo dijo al hombre que podía hacer lo que quisiera, pero no le aseguró un orden económico que fuese garantía de esa libertad. Es, pues, necesaria una garantía económica organizada; pero dado el caos económico actual, no puede haber economía organizada sin un Estado fuerte, y sólo puede ser fuerte sin ser tiránico, el Estado que sirva a una unidad de destino”. El círculo se cierra: para superar el liberalismo y evitar los excesos del liberalismo y la reacción marxista, hará falta un Estado fuerte capaz de planificar la economía y, para evitar que sea “tiránico”, el Estado tendrá que estar al servicio de la Nación y de su misión histórica.

El resto del discurso tiene poco que ver con el tema de este estudio: la concepción joseantoniana de la mecánica histórica a partir de la lectura de su último texto, Germánicos contra bereberes. Se trata de un discurso en el que quedan muchos cabos sueltos. La influencia de Berdiaef parece, en cualquier caso, notoria.