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martes, 26 de noviembre de 2019

Crónicas desde mi retrete (48) – LOS PACTOS ENTRE EL CLUB DE LOS DERROTADOS


Si alguien creía que la formación de un nuevo gobierno iba a ser un camino de rosas, poco a poco se va evidenciando las carencias y los problemas, hasta el punto de que, a día de hoy, todavía nada está decidido. Obviamente, en Podemos, todos los dirigentes quieren comprarse casoplones similares al de su jefe y eso pasa por inclinar la testuz ante el PSOE, es decir, antes los mismos que apenas unas semanas antes los tachaban de impresentables, sino de piojosos. Pero en un partido de más experiencia, debería estar más claro que lo que está en juego, no son cuatro años de gobierno, con el consiguiente reparto del botín, sino el futuro del país y el suyo propio. El PSOE ha caído en tal estado de indigencia intelectual que es incapaz de pensar en el pasado mañana, sino en el aquí te pillo, aquí te mato.

Ni el PSOE ni Podemos fueron los grandes vencedores de las pasadas elecciones: el primero perdió tres diputados y el segundo siete. En cualquier caso, la suma de ambos, da 146 diputados, así que todavía faltan 30 para que obtener mayoría parlamentaria. Aun cuando, Ciudadanos asumiera que estas iban a ser sus últimas elecciones y decidiera apoyar al gobierno, sus escuálidos 10 diputados, estarían serían también insuficientes. Así que a Sánchez (y a los monaguillos de Podemos) les faltan 30 escaños para salir adelante. La coalición está cerrada, así que parece difícil que haya nuevas incorporaciones y los únicos apoyos que pueden obtenerse es para lograr una abstención en lugar del NO, que tumbaría la coalición antes incluso de que se estrenada. Esto equivale a hacer concesiones, no para lograr el apoyo activo, sino para evitar el voto negativo.

Y los únicos a los que se puede recurrir es a los independentistas. Hasta ahora, pactar con ellos suponía desviar algunos milloncejos hacia sus comunidades o entregar algunas competencias que todavía no estaban descentralizadas. Pero ahora las cosas han cambiado. Los independentistas, exigen concesiones políticas y efectos judiciales: referéndum, mesa de negociación y amnistía para sus presos, retorno de los autoexiliados y, aquí no ha pasado nada judicial… Eso, o votarán en contra.


La pregunta es: ¿puede Sánchez dar alguna de estas concesiones? Respuesta: claro que no, salvo que haya decidido dinamitar su propio partido. Pregunta siguiente: ¿sabe que no puede darlas? Respuesta: le tiene completamente sin cuidado. Para él, no existe ni el mañana del PSOE, ni el mañana del país, ni otra cosa que no sea el mañana de Pedro Sánchez. Y un desaprensivo así resulta peligroso para todos.
Es peligroso para los ciudadanos, porque, no resulta aventurado pensar que el “pactos de los perdedores” suscritos tras el 10-N, va a exigir tal esfuerzo presupuestario que, si la legislatura se prolonga, podemos encontrarnos con dos billones de déficit público que pagarán todos los que viven de una nómina. Que los impuestos se van a disparar y que, ni siquiera eso conseguirá pagar los intereses de la deuda es algo que sabemos todos.
Es peligroso para la identidad nacional, porque tanto Podemos como el PSOE son dos partidos, sin doctrina política que los avale detrás y sometidos solamente a una serie de tópicos ideológicos progresistas entre los que se cuenta: mas inmigración, más multiculturalidad, más mestizaje, más subsidios para los grupos halógenos, más nacionalidades regaladas y más lastres sociales.
Es peligroso para las inversiones porque el programa suscrito por el “club de los perdedores” habla de “crear más trabajo”… pero no explica cómo, ni en función de qué modelo productivo, ni siquiera en qué sectores. Y todo esto se convierte en todavía más oscuro desde el momento en el que la crisis económica esperada para 2020, empieza a hacer sentir sus primeros efectos en la bolsa de trabajo de nuestro país. El dinero, como se sabe, es “cobarde”, huye de las zonas problemáticas y, en este momento, el IBEX 35, desde el 11 de noviembre, solamente ha ido acumulando pérdidas. Y la cosa no tiene aspecto de mejorar.
Es peligroso para las costuras del país en la medida en que el perverso sistema electoral generado por la constitución de 1978 cuando se pretendía que el papel de fulcro de la balanza estuviera en manos de los “nacionalistas moderados” se ha volatilizado por la fragmentación del voto y la imposibilidad de generar mayorías absolutas, agravada, además, por la transformación de los “nacionalistas moderados” en “independentistas radicales”, cambio que, por otra parte, era previsible que iba a ocurrir desde 1978 a la vista de pasadas experiencia históricas. Porque la gran paradoja del país es que van a ser los que quieren la no-España los que tengan en sus manos la gobernabilidad de España.
Los errores se pagan y el electorado español va a pagar caro los errores cometidos en las últimas décadas y que se han ido acumulando más y más. Ya hemos dicho en otras ocasiones que se ha llegado a un punto de no retorno por vía electoral. Nunca unas elecciones han resuelto los grandes problemas de un país y mucho menos en este momento en el que el pueblo español ha perdido su capacidad crítica, su memoria y es incapaz de valorar las propuestas de uno u otro partido y lo que implica elegir a unos o a otros. No somos cocineros así que no tenemos una receta que dar: esto corresponde a los que tienen ambiciones políticas (y no solamente ambiciones personales). Pero si alguien cree que alguna opción va a poder dar el golpe de timón definitivo que precisa el país cada vez con más urgencia, se equivoca. Y a las pruebas me remito: cada elección es un paso más hacia el precipicio.

No tengo muy claro que Pedro Sánchez tenga una idea remota de la mentalidad independentista. Ni siquiera que sea capaz de reconocer las diferencias taxonómicas entre las distintas variedades de independentismo, ni como se produce la interactuación entre ellos, ni tan solo que pueda deducir el papel de la “sociedad civil independentista” en el juego de los partidos indepes. Si lo supiera, sabría que el universo independentista es hoy una olla de grillos en la que el único interlocutor válido, hoy por hoy, ERC, tiene miedo de reconocer en voz alta lo que casi toda su dirección sabe ya: que no hay posibilidades de alcanzar la independencia, que todo el “procés” fue un cálculo demasiado voluntarista y apresurado, erróneo en definitiva, y que esa vía ha concluido, incluso aunque convencieran a Sánchez de hacerse el haaá-kiri aceptando la celebración de un referéndum legal, lo seguro es que daría un resultado negativo y cada vez con menos votos indepes (esto es lo que se deduce de las encuestas de opinión de la propia gencat).


El problema para ERC es que, si reconoce que la independencia es imposible, sus rivales inmediatos, JxCat (ex CDC) y CUP-CDR, se disputarán la sangría de votos perdidos. No es que, al menos buena parte de JxCat la vía de la independencia siga siendo posible, es que en la alocada carrera para ver quién es más independentista, el que renuncia a correr, pierde. Incluso en el supuesto de que los dos partidos, ERC y JxCat renunciaran a la vía independentista, el problema no se resolvería porque ahí está la “sociedad civil indepe”, compuesta por asociaciones ultrasubvencionadas, para seguir presionando, incluso con la creación de un nuevo partido indepe dirigido por los Jordis que comerán el turrón del 2019 en sus casas, rodeado de la aureola mística del “sufrimiento por la patria”.

Tot plegat -como se dice en Cataluña- lo cierto es que el independentismo se ha convertido en un batiburrillo de camarillas irreconciliables, en donde la imposibilidad de alcanzar el objetivo estratégico final, hace imposible la reconstrucción de una unidad estratégica que solamente fue posible antes del 1-O, cuando se creía que la independencia estaba al alcance de la mano. Pensar que el Omnium o la ANC van a reconocer algún día que la vía hacia la independencia ha caducado equivaldría a restarles su razón de vivir.  Y pensar que algún gobierno pro-independentista o nacionalista les va a negar subvenciones para rebajar su agresividad, es también una hipótesis inviable. De ahí que la situación catalana no tenga remedio y haya terminado gangrenando a todo el Estado.

Porque los votos que precisa Sánchez, por vía de la abstención, le pueden costar tan caros que, o se hunde él y su sigla, si realiza concesiones, o bien se hunde directamente el país. O las dos cosas. Un acuerdo, por vía de la abstención, con los nacionalistas es inviable a medio plazo y supone que un gobierno del Estado -el gobierno de los derrotados- para ser estable, precisa ceder siempre y en todo momento al chantaje de los independentistas (que, a tenor de las encuestas de la gencat, van viendo también como disminuyen sus propios apoyos).

Si nos fijamos en el “modelo geométrico” que diseñamos para interpretar la realidad política española, veremos que, contra toda lógica, contra el más palmario sentido común, en lugar de gobernar con los partidos que componen la “centralidad política española” (PP y PSOE), Sánchez ha optado por hacerlo con un partido situado en esa centralidad, aliado con un partido de la periferia (Podemos) y con la abstención de la “periferia de la periferia” (los independentistas). Las contradicciones entre poder político y poder económico van a generar una situación completamente excéntrica y desequilibrada en los próximos años.

Nada de todo esto va a ser similar a la crisis que vivió España en 2008-2012. Si en aquel momento, el proceso fue: primero apareció la crisis económica, con ella se desencadenó una crisis social que, finalmente, desembocó en crisis política (aparición de nuevos partidos), ahora lo que se va a dar al mismo tiempo es una crisis económica a caballo con una crisis política y, juntas, van a generar una crisis social y de identidad.

Y esto sí que lo ha previsto Sánchez insistiendo en el “cordón sanitario frente a Vox”, consciente de que el gran beneficiario de la actual situación será, en las próximas elecciones el partido verde: por primera vez, tras las últimas elecciones se ha evidenciado que parte de los votos perdidos por el PSOE y por Cs, no iban a parar ni a Podemos, ni a la izquierda nacionalista, sino a Vox. No importa que, inicialmente, Vox no sea “populista”, sino que, fuera en sus primeros pasos una mera fotocopia del PP(auténtico)… Lo que importa es que la propia crisis del sistema va a modelar -está modelando- los criterios de Vox, si quiere seguir ganando votos: más políticas sociales, más defensa de la identidad, más oposición al liberalismo económico, más crítica a la globalización, más defensa de los “españoles primero”… Solamente así conseguirá crearse un perfil propio y crear “caladeros seguros” de votos en zonas populares.

¿Es esta la solución? No vamos a poner la mano en el fuego, desde luego, pero, al menos, será una solución para intentar retrasar al máximo el salto al vacío que, con seguridad, Sánchez y el “club de los perdedores” se preparan para dar. Ahora bien, para transformar a Vox en una opción populista digna de tal nombre, el partido precisa renovar algunos rostros, remover otros y deshacerse de la influencia de sectas religiosas que actúan en su interior y abandonar los resabios peperos que quedan en él.