La política se ha convertido en una actividad tan digna como la “trata
de blancas”. Incluso añadiría que es una de esas tareas en donde va a parar lo
peor de la sociedad. No hay grandes nombres del mundo de la cultura, de la
ciencia, de las artes, de la economía o de la filosofía, actuando en política. Los
que han aceptado pisar la arena política son, siempre y en todos los partidos
miembros de tres grupos sociales: ambiciosos sin escrúpulos con rasgos
psicopáticos, vagos con ambiciones de medrar y oportunistas conscientes de que
con dedicarse a la política unos años pueden amasar fortunas. Ya no hay
nadie en política que crea en un proyecto comunitario, nacional o global. Y
esto vale para TODOS los rostros políticos. La diferencia es que algunos
proponen cosas algo más razonables que otros y que algunos sintonizan mejor con
los problemas de los ciudadanos, aunque solamente sea para obtener su voto.
De la diferencia histórica entre “derecha” e “izquierda” a la
diferencia actual
A esto se une la diferencia entre “derecha” e “izquierda”. La
derecha, hasta no hace tanto, era aquella formación en la que sus dirigentes
proceden de las clases acomodadas y, por tanto, tienen ya un patrimonio personal
lo suficientemente grande como para no recurrir a la política como un medio
para engordarlo ilícitamente.
La izquierda, por lo mismo, era el área de los desfavorecidos que buscaban
revancha social y que querían vivir como los grandes burgueses. Había que ir
con cuidado con ellos, tal como se demostró en los primeros años del felipismo,
porque llevaban hambre atrasada y era peligroso que tuvieran las llaves de la
caja. El primer caso, históricamente comprobado de corrupción, la protagonizó “el
pájaro loco” que había sido factótum de la Organización de Izquierda Comunista
de España, luego afiliado al PSOE y más tarde autoexiliado en Cuba tras un memorable
desfalco. Luego vino la saga de los Guerra y el resto de la historia la
contarán en siglos venideros los rapsodas como si se tratara de una extensión
de la picaresca y de la “corte de los milagros” de nuestra literatura clásica.
El problema fue que, con la “profundización” de la democracia se
produjo una selección a la inversa: los honestos, los que se creían los
programas de sus partidos, los que podían vivir de su prestigio profesional sin
necesidad de la política, se retiraron, no sólo de la izquierda, sino también
de la derecha. Los huecos en las filas de ambos espacios fueron llenados por
oportunistas. Hacia los años 90, la sociedad española ya estaba al cabo de la
calle: existía corrupción en todos los partidos.
Y, aunque esta se negaba y se afirmaba que era protagonizada solamente por
exiguas minorías, en los propios partidos se era consciente, no solamente de
que estaba generalizado, sino de que se trataba, simplemente, de que los casos
no fueran lo suficientemente escandalosos como que salieran a la superficie. En
el período Aznar, la derecha quedó tan contaminada como la izquierda por la
corrupción y las malas prácticas.
Incluso la corrupción afectó a la Casa Real. Ahora bien, debo reconocer
que el hecho de que el “rey emérito” (título que se ha convertido en tan
ominoso como el de “el anterior jefe del Estado” con el que fue degradado el que
hasta el día anterior era llamado “el Caudillo”) cobrara una comisión por la construcción
de una línea de AVE concedida a una empresa española, es casi un timbre de
orgullo para la institución monárquica: no robó nada, consiguió trabajo para
españoles y beneficios para una empresa española. Esquivó a Hacienda como la
esquivaríamos si pudiéramos usted y yo, conscientes de que esos impuestos se los
gastarán en la última mariscada sindical, el último viaje en Falcon o la más
intemperante gilipollez que pase por la cabeza de algún ministro-nulo del
gobierno.
La peor de todas las corrupciones: la corrupción moral
A lo que vamos. El problema de la corrupción es que, no solamente
es económica. La peor de todas las corrupciones y la que precede y justifica la
desviación de fondos públicos o su utilización ilícita es, sobre todo,
corrupción moral.
Eliminen la corrupción moral de la clase política y de la propia
opinión pública y nadie vacilará a la hora de pedir el fusilamiento y la
expropiación total de bienes para un político corrupto. Cuando un político se
corrompe, no perjudica solamente a una persona, sino a todo un país. Cuando
alguien asume robar a todo un pueblo, merece el mayor castigo en el máximo grado. Lo he dicho alguna vez: para determinados delitos, cuatro
pareces para un castigo, son tres de más.
De hecho, la función de los castigos es ejemplarizar. Las penas
que reciben los hallados culpables de corrupción son casi un estímulo para que
el resto de la clase política se siga corrompiendo. Sin olvidar que, en una
legislación garantista como la española, el corrupto resulta casi siempre
impune y han sido muy pocas veces las que se ha recuperado una mínima parte de
los fondos sustraídos.
Pero lo que nos interesa hoy es la corrupción moral.
Toda la parrafada anterior, enlaza con lo que decíamos ayer: que
Casado no es más que el reverso de la moneda de Sánchez. Ambos tienen grabado
en lo más íntimo, la marca de la bestia: la Agenda 2030 querida, deseada e
impuesta por el Foro Económico Mundial. Gracias a su aceptación están donde
están, en absoluto gracias a sus méritos. Cuando se dice, no sin cierta
resignación, que detrás de Sánchez vendrá Casado, esto equivale a decir, que
cambiará el tono, el ritmo y la velocidad, pero no la dirección de la Agenda
2030 aplicada en España.
La madre de todos los problemas del PP: Ayuso + Vox
Hay una parte del PP que empieza a intuirlo. La derecha-derecha, siente
que la dirección de su partido no se distancia lo suficiente del pedrosanchismo
y evita decir qué medidas adoptará un eventual gobierno presidido por Casado y
cómo desmontará el entramado de ingeniería social creado por la coalición que
actualmente gobierna.
En el PP todavía resuena la mano tendida a Jordi Pujol por Aznar
con aquella “ultima ineptias” que diría un latino de los de verdad, no
de las bandas étnicas. O que fuera Aznar y no otro quien abriera las puertas al
fenómeno migratorio o, sin ir más lejos, que Rajoy no hiciera absolutamente
nada -salvo limitarse a estabilizar la economía española tras la crisis de
2009-2011 y tras la gestión (otra “ultima ineptias”) catastrófica de ZP-
para revertir los primeros pasos dados por su predecesor en materia de “ingeniería
social”, en la cuestión de la vertebración del Estado, especialmente ante el
asunto del independentismo catalán y la aceptación de los pactos con ETA.
Con estos precedentes, lo raro no es que haya aparecido Vox,
sino que su aparición se demorase veinte años. Aceptar hoy alguna propuesta
del PP es comulgar con los anillos de Saturno. La inmensa mayoría de
votantes del PP han elegido esa sigla, no por el carisma que pueda tener Casado
(casi tanto como el de la baba de caracol), como por el rechazo que les produce
el pedrosanchismo.
Pero el PP ha llegado ya demasiado lejos: además de haber
acumulado -bien es cierto en el “período anterior”, sí, pero bajo su propia
sigla- casos de corrupción, ahora también da muestras de deslealtad para sus
propios miembros.
Aclararé que la Ayuso no me suscita grandes simpatías. Llegó a la
política sin experiencia y tuvo la fortuna de que se opuso a algunas de las más
estrafalarias medidas anti-covid en la Comunidad de Madrid. Eso le facilitó
haber ganado las elecciones regionales y gobernar con Vox. Porque, a fin de
cuentas, el problema es Vox: una formación declarada “hostil” al Foro Económico
Mundial, sospechosa de no seguir la “corrección política”, con aliados en
Europa que figuran en el pelotón de los no integrados en la Agenda 2030, que
han visto que denunciar los riesgos de la inmigración es una fuente de votos y
que la han incorporado a su programa… Es decir, que, incluso sin
quererlo, se han convertido en el “gran partido de la derecha populista”.
La realidad del “poder mundialista y globalizador” obliga a
aceptar este axioma: Si Ayuso gobierna con Vox y, para mantenerse en el poder,
precisa de Vox, la Ayuso terminará chocando con Casado que sigue otras
orientaciones y está ahí porque lo ha querido el Foro Económico Mundial al
haber demostrado ser “derecha dentro del sistema”, en absoluto disidente del “nuevo
orden mundial”.
No creemos que la Ayuso sea consciente de cómo están las cosas y
de cuál es el origen remoto del problema: Ayuso necesita a Vox y Casado
quiere prescindir de Vox, porque la presencia de este partido en un
gobierno europeo es inaceptable para los poderes económicos globalizadores y
para los criterios mundialistas.
El drama del elector de derechas: el PP roza el poder, pero…
De ahí, el espionaje al que ha sido sometido el hermano de la Ayuso.
La intención no era, como se ha dicho desde ayer, neutralizar a la
presidenta de la Comunidad de Madrid, como alternativa a Casado, sino que el
problema tiene mucho mayor calado. Lo que se dirime es la existencia de un
partido de centro-derecha como “pata” para garantizar la estabilidad del sistema
que se alterne en el poder con el centro-izquierda, la otra “pata. Lo
importante no es ni la velocidad, ni el ritmo con el que se avance hacia la
realización de la Agenda 2030, sino el que se AVANCE siempre en esa única
dirección aceptable por el poder económico-financiero y por el mundialismo
cultural.
La Agenda 2030 exige que un partido “sospechoso” como Vox se
mantenga siempre fuera de las instituciones. Ha
pasado en Francia, ha pasado en Alemania, está pasando en Italia y en cualquier
otro país europeo: no se acepta ni siquiera la presencia en el gobierno de un
partido que reconozca una inspiración católica o que, en alguna temática,
presente reservas al “nuevo orden mundial”. Estos días, precisamente, los
gobiernos de Hungría y Polonia han sido puesto contra las cuerdas por la UE con
el chantaje económico: si quieren fondos europeos, deben plegarse a las
exigencias mundialistas y globalizadoras.
Y esto, a fin de cuentas, es lo que está en el fondo de la
polémica Casado-Ayuso. La polémica es relevante y nueva porque, ni siquiera
tiene como eje al PP, sino a Vox: el fondo de la cuestión, repetimos, es CON
VOX O SIN VOX.
El drama de los electores que han votado al PP es ahora mayúsculo:
Casado esta a un paso del poder. Lo roza, lo tiene entre las manos, lo
acaricia… pero puede que no llegue a él. El partido se le puede descomponer en
un abrir y cerrar de ojos. De hecho, ahora, ya no hay un PP, hay dos: el que
quiere pactar con Vox -que parece mayoritario en toda España- y una dirección
que quiere ganar las elecciones y luego “ya veremos” (desde formar una “gran
coalición” hasta gobernar con los votos en blanco de Vox o del PSOE). Desde
fuera, da la impresión de que Casado tiene pocos apoyos en las bases, aunque
detenta el poder del “aparato”.
La polémica suscitada por el intento de espionaje al hermano de la
Ayuso dará que hablar en los próximos días (lleva coleando soterradamente desde
antes de las elecciones en Castilla y León). Dejará huellas imborrables en
el interior del partido, odios eternos y resquemores que ya nunca se
extinguirán. Porque, en política, en España: el que pierde en las luchas
intestinas, no pierde “un poco”, lo pierde todo.
Una crisis de este tipo no se la puede permitir un partido como el
PP, que hasta hace unos días tenía garantizado el bailar un chotis sobre la
tumba del pedrosanchismo. Esta crisis, antes o después, terminará, o bien
con una escisión dentro del PP, o bien con un desgaste electoral imparable en
dirección a Vox. En cualquier caso, caminamos hacia un “modelo francés”: a un
lado los “populistas” y al otro, “todos los demás”. Que no os extrañe que,
en breve, se resucite el tema de la “segunda vuelta” en las elecciones.
Y, eso sí, ser felices y no os preocupéis mucho por la política,
que la política nunca da la felicidad ni es para gente honesta (al menos tal
como está ordenado nuestro “estado de derecho”).