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jueves, 17 de junio de 2021

Salvador Dalí, fascismo y política hermética (3 DE 3)

La política hermética de Dalí

Contrariamente a la opinión de algunos biógrafos, Dalí si definió sus ideales políticos y no siempre por el camino de la negación. Si bien en su pensamiento y en sus declaraciones políticas menudearon las negaciones rotundas, también hubo afirmaciones soberanas. Y la primera de ellas es ese alegato al que antes hemos aludido en defensa de la "tradición": "No creía -escribió Dalí- ni en la revolución comunista, ni en la revolución nacional-socialista, ni en ninguna otra clase de revolución. Creía, sólo en la suprema realidad de la Tradición". Tenía muy presente la frase de Eugenio d'Ors: "Todo lo que no es Tradición, es plagio". 

Dalí reconoce ya en su primera juventud el valor de la tradición en la pintura: sus maestros son los clásicos, su modelo a imitar, la gran tradición pictórica renacentista. Este mismo concepto lo traspasa a la política y consigue que, a pesar de todas sus aparentes excentricidades, exista una lógica y una coherencia de hierro en las opiniones políticas de Salvador Dalí.

La admiración de Dalí por la pintura clásica y renacentista, por el Siglo de Oro español, hacía de él un hombre cuyas raíces -o al menos una parte de ellas- estaban ancladas en otro tiempo. Era algo parecido a la fiesta de los toros que, como Picasso, amaba tanto: algo que estaba presente en el mundo moderno, pero que no "era" del mundo moderno. Pues bien, son los valores anti-actuales del Dalí pintor los que traspasa a la política. Dalí tenía tendencia a reducir la Historia a la historia de la pintura.

Y había un punto en el que percibía una inflexión; a pesar de ser un hombre que vivía en el mundo moderno, e incluso que había participado de sus vanguardias artísticas más extremas, la totalidad de la personalidad de Dalí era  in illo tempore, de un Renacimiento que todavía no se ha despojado de los últimos ecos de la humanidad medieval, los que constituyen la médula de la "gran política" para Dalí en su época de madurez. Tales valores son abatidos por la Revolución Francesa. Alzada sobre las cabezas guillotinadas de la aristocracia, la revolución de 1789 afirmó la primacía del burgués y de los valores burgueses en la sociedad occidental. Visto el poco aprecio que Dalí -por rechazo a la situación familiar- tenía por los valores burgueses, no puede extrañar que la sola mención a la Revolución Francesa le enfermara.

Estando en 1929 con el surrealista Robert Desnos en un restaurante de la Avenue Montparnasse, éste le habló entusiásticamente de lo que representó la Revolución Francesa para el espíritu occidental. Al día siguiente, Dalí aquejado de unas fiebres extremas y en estado delirante, vio su habitación invadida por insectos; al deshacerse de uno de ellos que creía ver ascendiendo por su cuerpo, se extirpó un lunar y perdió abundante sangre. A partir de ese momento observó que la mera alusión de alguien a la Revolución Francesa le provocaba inmediatamente accesos de fiebre y fuertes dolores de cabeza. En su período místico, Dalí vio en los sucesos de 1789 el origen de la decadencia del arte moderno [5].

Dalí manifestó en todas las etapas de su vida un desprecio absoluto hacia todos los regímenes demo-liberales. Consideraba que la democracia era el caldo de cultivo de toda corrupción. A la pregunta del ensayista Alain Bosquet sobre los acontecimientos de mayo del 1968 en París, Dalí contesta: "El régimen no me parece suficientemente podrido. Me atraen los regímenes corrompidos al máximo, esos que ya están maduros para el restablecimiento de una monarquía tradicional. ¡Todavía sería necesario que todo estuviera aquí más podrido, aun más podrido!". "Contra peor, mejor", habían dicho algunos revolucionarios antes que él; los místicos e iniciados de todos los tiempos, por su parte, aseguraban que para que algo naciera lo anterior debía de morir: Dalí, como veremos, tenía ideas políticas bastante claras, por paradójicas que pudieran parecer.

Es innegable que hasta mediados de los años 30, mantuvo una postura revolucionaria, como hemos visto, que le llevaba a dar vivas a todo lo que se oponía a la revolución liberal y a los valores burgueses, fuera fascismo o bolchevismo. Sabemos que llegó a estas posiciones percibiendo en los símbolos de tales regímenes un elemento misterioso que estaba del todo ausente en las repúblicas demo-liberales y que le seducía. Dalí sufrió la influencia de personas concretas: Giorgio di Chirico, su amigo, su precursor en cierta forma, creador de la "pintura metafísica" con su hálito misterioso y onírico, fue, poco a poco, derivando del dadaísmo, al surrealismo y de éste a una colaboración cada vez más estrecha con el fascismo. Arno Breker, pasó a ser el escultor oficial del régimen hitleriano. Breker, era una personalidad exuberante e igualmente "renacentista", fuera de lo común, amigo a su vez del escritor Godfried Benn, traductor del esoterista italiano barón Julius Evola al alemán y prologuista de su obra capital Revuelta contra el mundo moderno. Este grupo alemán rechazaba igualmente las categorías burguesas y en sus obras literarias o escultóricas exaltaba los valores inherentes a un tipo humano que busca niveles superiores de vida. Breker esculpió un busto de Dalí como antes había esculpido la estela en honor de los soldados de la Wehrmatch muertos en Stalingrado. Dalí lo tenía en alta estima.

La situación de estos intelectuales y artistas en relación a los regímenes políticos de sus respectivos países fue similar a la de Dalí respecto al franquismo: apoyo crítico y exterior, nunca compromiso total con carnet del partido único en el bolsillo. Simplemente creyeron que los fascismos estaban más próximos a sus categorías éticas y políticas que el demo-liberalismo. Es indudable que las relaciones con estas personalidades decantaron definitivamente las simpatías de Dalí hacia los regímenes totalitarios.

Tras huir de la guerra civil española, Dalí pasa un período en Villa Comboni, cerca de Analfi, propiedad del poeta Edward James. En la vecina Roma, se siente emocionado con las ruinas del Capitolio y del Foro y escucha casualmente un discurso de Mussolini. Ve en él dictador del fascismo una reedición del líder, del hombre "grande" situado más allá del bien y del mal, que actúa a despecho de la opinión de los "pequeños". Por esas fechas, los surrealistas están alarmados, no tanto por el exhibicionismo daliniano que no hace otra cosa que llevar a la práctica el estilo de vida que ellos proclamaban en sus escritos, sino que perciben que "el nombre de Hitler -siempre mostrado en términos correctos y acompañado de las más entusiásticas observaciones- aparece con demasiada frecuencia y entusiasmo. Da la impresión de que este aborrecido nombre no puede separarse de sus labios". En esos momentos, buena parte del surrealismo había terminado mirando hacia la izquierda y no era raro que los surrealistas estuvieran en guardia: el régimen nazi había acuñado una denominación para describir buena parte de sus producciones, "entartete kunst", arte degenerado…

Los nazis habían recuperado esta idea de Max Nordau que, a principios de siglo definió el arte moderno como un "arte débil", "psicológicamente enfermizo", producto de una sociedad crepuscular y en ruinas. En 1937 el régimen nazi organizó, en el Instituto Arqueológico de Berlín, una Exposición de Arte Degenerado compuesta por 700 piezas producidas después de 1910 por artistas alemanes de vanguardia. El grupo surrealista de Colonia, dirigido por Max Ernst, que se había erigido como una de las vanguardias más agresivas y "experimentales", protagonizó buena parte del evento. El diario oficial del partido nazi mostró una foto de Hitler y Goering ante un cuadro de Max Ernst; el pié de foto decía "Ofensa a la mujer alemana"... Esta exposición supuso el punto álgido del enfrentamiento entre las concepciones culturales nazis y las surrealistas.

Dalí se encontró aislado en su propio grupo y tuvo en Louis Aragon a su principal detractor. Aragon, ante un exabrupto imaginativo, de Dalí a propósito de un "objeto surrealista" -una mecedora construida con vasos llenos de leche- se le encaró: "!Basta de excentricidades! La leche será para los hijos de los huelguistas...". Hacía poco que Aragon había estrenado sus lealtades socialistas en el Congreso de Escritores Revolucionarios de Jarkov, definido por Dalí como areópago de la mediocridad. Llegaría a ser director de L’Humanité, el diario del PCF.

Acosado por la izquierda comunista, disputado por los intelectuales y artistas del fascismo, el pintor, a pesar de su apoliticismo, experimentaba una evolución en sus tendencias interiores. En esos años descubrió, también en política, la "vía de la Tradición". A ello le llevó un razonamiento que, fue sofisticando con el paso de los años, pero que era simple en esencia y que puede resumirse en siete puntos:

1) la idea de que debe existir una entidad suprema que ordene en las alturas, un "líder" que encauce y encarrile;

2) mientras, en la base actúan necesariamente múltiples tendencias contrapuestas cuyos conflictos no pueden nunca ir más allá de los límites impuestos por la entidad suprema;

3) sólo tras la caída del fascismo, Dalí sustituye la figura del "líder" por el "monarca";

4) para dar un aspecto daliniano a esta opción perfectamente coherente, Dalí concilia la idea de liderazgo único en la cúspide con la de multiplicidad de contradicciones en la base, ideando el concepto de "monarquía anárquica" [6];

5) los descubrimientos realizados a lo largo de los años 60 en el dominio de la biología le enseñaron que los organismos naturales, hasta en sus más mínimos detalles, no son amorfos y desestructurados, sino que se encuentran jerarquizados y especializados. 6) la estructura biológico-molecular de la que deriva el hombre en su unidad y en sus potencialidades, es el ADN: por lo tanto, el principio monárquico y la jerarquía que de él emana tiene una justificación biológica [7];

7) así pues, la forma de gobierno más conforme con la naturaleza humana será la "monarquía-anárquica"… Fin del razonamiento.
 

La tesis de Dalí, enunciada de forma jocosa -"en esta época de miseria intelectual en que vivimos debo expresarme en términos caricaturescos para que mis contemporáneos puedan intentar comprenderme", había dicho- si se quiere, paradójica en ocasiones, pero sería, al fin y al cabo, es que debe existir unidad en la cúpula, jerarquía en los escalones intermedios de la sociedad y diversidad actuante en la base. La existencia de esa unidad -monarquía- y de esa jerarquía garantiza que la multiplicidad de tendencias en la base -la "anarquía" a la que alude- no rompa el conjunto en el desorden civil. Dalí intenta conciliar una forma de "tradición" -la monarquía- con un concepto de "revolución" -la anarquía-; su pensamiento político se encaminó, ya desde su juventud, hacia esta síntesis.

Julius Evola, amigo de Tristan Tzara y de Gottfried Benn, conocido de Giorgio de Chirico y de Arno Breker, con muy buenas relaciones en el Tercer Reich (fue de los primeros en saludar a Mussolini en el Cuartel General del Führer tras ser liberado del Gran Sasso por los paracaidistas del coronel Otto Skorzeny), jamás se había afiliado al Partido Fascista, pero de los años 50 a 70, sostuvo ideas que influyeron ampliamente en una parte de la juventud neo-fascista del Movimiento Social Italiano y de los grupos extraparlamentarios Avanguardia Nazionale y Ordine Nuovo; el barón Evola, cuya obra es fundamentalmente de carácter tradicionalista, escribió a principios de la década de los cincuenta un libro titulado Los hombres y las ruinas, que supuso un intento serio de elaborar una línea política que corresponda a la tradición esotérica. Dalí conocía este texto, que le fue remitido en italiano; existen suficientes alusiones, vínculos y amistades comunes, afinidades, entre las declaraciones políticas de Dalí y los puntos de vista de Evola, como para afirmar razonablemente que Dalí, sea directamente, sea a través de terceros, conocía perfectamente la obra del esoterista italiano; máxime cuando los temas tratados en sus libros estuvieron siempre en el espíritu de Dalí: La Tradición Hermética, Metafísica del Sexo, etc.

Dalí establece las motivaciones de lo que, parafraseando a Hitler, llama Mi lucha; algunas de las consignas que sitúa están calcadas literalmente de las teorías políticas de Julius Evola. Véase con detenimiento la relación de Dalí por que constituyen un verdadero manifiesto político:

Contra la simplicidad                           Por la complejidad

Contra la uniformidad                          Por la diversificación

Contra el igualitarismo                         Por la jerarquización

Contra lo colectivo                               Por lo individual

Contra la política                                 Por la metafísica

Contra la naturaleza                            Por la estética

Contra el maquinismo                         Por el sueño

Contra la abstracción                           Por lo concreto

Contra la espinaca                               Por los caracoles

Contra el arte moderno africano         Por el Renacimiento

Contra la Medicina                               Por la magia

Contra la revolución                             Por la tradición...

Hay en todo esto una dosis considerable de estilo daliniano. Por ejemplo, cuando truena contra la espinaca lo está haciendo contra lo informe y lo caótico (en otras ocasiones compara lo informe a la baba de un perro), el caracol le evoca, por el contrario, la espiral generadora perfectamente trazada; tales son las asociaciones sugeridas por su método paranoico-crítico.

El sistema de "monarquía-anárquica", propuesto por Dalí, es, fundamentalmente, aristocrático; la aristocracia, antes que cualquier otra cosa, es un "estilo", sereno, estable, mesurado, responsable, es el estilo que entrevé en los grandes cuadros del Renacimiento y que quiere reproducir en sus mejores obras. Pero para llegar a él había que destruir los fundamentos del mundo moderno y esto pasaba a través del apoyo a las fracciones más extremas que lo combatían: así no es de extrañar que Dalí apoyase a los contestatarios de las barricadas y difundiera entre los estudiantes de la Sorbona un panfleto -Mi revolución cultural- que, en parte, podrían haber suscrito los mismos grupos anarco-situacionistas detonadores de los sucesos. Tampoco es extraño que Dalí glosara las virtudes de la revolución cultural maoísta, aun afirmando que el marxismo estaba enterrado. Era una forma de implementar la acción de los grupos más radicales con objeto de acelerar el proceso destructivo que desbloquearía el ascenso de un orden nuevo. Tal es el sentido de la "estrategia" política daliniana...

Estas posiciones no fueron entendidas por la izquierda progresista que lideró la vida cultural española durante la transición. Solo tres botones de muestra bastan para mostrar la superficialidad de aquellos que se llamaron "intelectuales". En 1979, la Asamblea Democrática de Artistas de Gerona condenó la obra de Dalí; ninguno de los integrantes de esta "asamblea" pasará a la historia de la pintura. Algunos desconocidos, seguramente vinculados a estos ambientes, apedrearon la casa de Port Lligat. Finalmente, en junio de 1979, el Ayuntamiento de Figueras cambió el nombre de la Plaza Gala-Dalí con los votos favorables del Partido Socialista, Esquerra Republicana de Catalunya, Convergencia i Unió y el Partido Comunista (PSUC). A todos ellos se les puede dedicar la frase extraída del Libro Rojo de Mao: "La rana de la charca jamás comprenderá la grandeza del océano"...

NOTAS

 

[1] Esta misma anécdota, la encontramos en la biografía de otro personaje conocido de éste siglo, escolarizado en otra escuela laica a 2000 km de distancia, en Como, Italia: Benito Mussolini.

[2] Eliade era tenido en alta estima por los esoteristas Julius Evola y René Guénon con los que mantuvo correspondencia y cuyos trabajos utiliza para sus compilaciones. Eliade pasó unos años en la India instruyéndose, teórica y prácticamente, en los distintos yogas y se interesó vivamente por la alquimia en varios ensayos. A Dalí le llamaron particularmente la atención tres de sus trabajos: "Mefistófeles y el Andrógino" (Ed. Guadarrama, Madrid 1974) y "Herreros y Alquimistas" (Alianza Editorial, Madrid 1973) y "Yoga: Inmortalidad y libertad" (Editorial La Pleyade, Buenos Aires 1972).

[3] Las relaciones entre Dalí y Picasso son importantes y tormentosas. Al llegar Dalí a París, lo primero que hizo fue visitar a Picasso: "He venido a verle a usted antes que el Louvre", le dijo; el malagueño le contestó: "Ha hecho usted muy bien". Más adelante le presentaría a Gertrud Stein, relacionada con todos los ambientes artísticos de París; la Stein contribuiría a introducir a Dalí en estos medios. Picasso era, igualmente, amigo de Eluard y de Gala a quien regaló algunas pinturas que hoy permanecen en el Teatro-Museo de Figueras. El fotógrafo Brassaï vio en el pintor malagueño al primer mecenas y protector de Dalí. Picasso le prestó dinero para su irrupción en EE.UU. y hasta el estallido de la guerra civil hubo entre ambos artistas una buena y sincera amistad. A partir de entonces todo cambió. Picasso optó por el Partido Comunista. A partir de entonces todo fue desencuentro y oposición. En realidad Picasso fue un punto de referencia para Dalí que se convirtió en el anti-Picasso: "Estoy fusionando el surrealismo con la mística. Dalí está por la fusión. Picasso por la confusión. Ambos somos genios en un país de contrastes: sol y sombra". Los dos pintores nunca más volvieron a verse a pesar de la mutua simpatía y admiración que se profesaban en privado. Antonio D. Olano (que fue amigo de ambos), dice que se "enfurruñaron como chiquillos" y todo induce a pensar que, efectivamente, así fue. Cada verano Dalí escribía a Picasso solicitándole una entrevista, pero la carta quedó siempre sin respuesta. Picasso reconoció a Olano que le hizo mucha gracia la frase de “Picasso es comunista. Yo tampoco" e, incluso le dijo: "Ese muchacho es el último pintor renacentista que le queda al mundo". A la "Paloma de la Paz" de Picasso, correspondió Dalí con su "Cruz de la Paz", y al "Guernica" de Picasso, Dalí respondió con su "Santiago el Grande". Las correspondencias y antítesis entre ambos pintores llegan a tal punto que, incluso, sus compañeras eran rusas...



[4] Todas estas relaciones han sido descubiertas por Silvia Nieto y José Hermida en su libro “Viajes esotéricos" (Temas de Hoy, Madrid 1994) y a ellos corresponde la paternidad de estas afirmaciones.

[5]  "Uno de los pintores modernos de importancia fue sin duda alguna Henri Matisse, pero Matisse representa exactamente las últimas consecuencias de la revolución francesa; es decir, el triunfo de la burguesía y del espíritu burgués (...) Las consecuencias del arte moderno contemporáneo radican en haber llegado al máximo de racionalización y al no va más allá del escepticismo. Hoy en día, los jóvenes modernos no creen en nada. Es perfectamente normal que, cuando no se cree en nada, se acabe pintando apenas nada, que es, poco más o menos el caso de toda la pintura moderna" ("Diario de un Genio", anotación del 18 de diciembre de 1955).

[6]  "La política no me interesa porque es algo que pasa rápidamente, algo accidental. Pero tengo una pequeña teoría sobre la monarquía... cada día me hago más monárquico", había dicho y también: "Me había formado toda una teoría que puede parecer absurda, según la cual yo creía que el régimen maravilloso sería la Monarquía anárquica. O sea: arriba el máximo orden absoluto que permitiese a los de abajo hacer lo que les diese la gana y divertirse al máximo". Y Antonio D. Olano, comentando análogos fragmentos escribe: "La monarquía no es política, en absoluto. Es la única manera de gobierno que no tiene que ver con la política". En otra ocasión profetizó que las monarquías se reinstaurarían en Europa por este orden: primero España, posteriormente, Rumanía y, finalmente, Rusia. Entonces muchos rieron la excentricidad que, con el paso del tiempo, si bien es improbable, no es absurda.

[7] "Desde el punto de vista científico, la monarquía es la única forma de gobierno que corresponde a los más recientes descubrimientos de la biología. La monarquía es genética. Viene de Dios. Lo único terrible es que los actuales reyes no son monárquicos. Dicen que son liberales, hablan de socialismo, etc. Y hace falta que sean absolutistas -terminaba ironizando-, pero convencer a un rey para que se convierta en monárquico es una empresa complicada".