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martes, 15 de junio de 2021

Salvador Dalí, fascismo y política hermética (1 DE 3)

Si hay un aspecto sorprendente de Dalí es el que afecta precisamente a sus concepciones políticas. Aparentemente no hay ningún terreno en el que Dalí se mueva con tanta aureola de originalidad y excentricidad como en el terreno de la política. Sin embargo, a poco que uno se sobrepone de la sorpresa inicial y empieza a analizar el contenido de frases aparentemente paradójicas e incomprensibles, se percibe un orden subyacente en tanta locura. La política es, sin duda, uno de los terrenos más desconocidos de la personalidad de Salvador Dalí y, sin embargo, marca un aspecto extraordinariamente sugerente del pintor.

"Divina proporción, regla de oro del alma.
Por ser más refulgente que el sol,
verticalidad metafísica del pueblo español.
Yo canto de la Monarquía su innata sabiduría"

"Soy un campesino catalán, en cuyo cuerpo habita un rey"

Salvador Dalí

Sin duda el aspecto más controvertido de la vida de Salvador Dalí y la fuente de muchos de sus conflictos, lo constituyeron sus opiniones políticas. En este terreno, no se le ha tenido precisamente por un rebelde excéntrico o un inadaptado visceral, ni siquiera sus actitudes han sido vistas como "gestos dalinianos" y, por tanto, voluntariamente espectaculares, sino provocadores. Políticamente se ha considerado a Dalí, pura y simplemente como "fascista". Se trata de un malentendido, sin embargo, la posición política de Dalí se inserta en la coherencia estructural de su sistema de pensamiento y tiene mucho que ver con su pensamiento mágico.

Dalí era, fundamentalmente apolítico; consideraba que ninguna opción política podía ser adoptada sin reservas mentales. Ahora bien, este apoliticismo no suponía ignorancia y desinterés por el mundo de la res-publica, sino que debe ser entendido en un sentido clásico, como distanciamiento de la política cotidiana, de la "pequeña política". Dalí suscribía estas palabras de Nietzsche que conocía desde su adolescencia: "Les di la espalda a los gobernantes cuando vi a lo que llamaban gobernar: comerciar y pactar con la plebe... Entre todas las hipocresías, esta me parece la peor: que también los que manden simulen virtudes de esclavos". Y de Ortega y Gasset había extraído otro elemento de análisis: "El hecho característico del momento es que el alma vulgar, reconociéndose vulgar, tiene la audacia de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone por todas partes". Quien piensa así -como era el caso de Dalí- y no quiere resignarse a un papel marginal dentro de la sociedad, está obligado, por coherencia, a asumir esta "apoliteia", entendida como distanciamiento de la política cotidiana y de los valores que la informan.

Dentro de este contexto hay que situar algunas sorprendentes declaraciones seudo-políticas de Dalí y, al mismo tiempo, integrar las no menos sorprendentes opiniones del pintor sobre sus ideas políticas. Veremos que todo esto lleva a Dalí a considerar la política desde otra perspectiva que nada tiene que ver con las categorías manejadas habitualmente y que se acerca a la "gran política" que predicó Federico Nietzsche, el visionario del "súper-hombre", pero también a un terreno en el que el gobierno de los destinos de los hombres cruza la frontera de la racionalidad y se interna por los derroteros de la metafísica...

Durante su juventud Dalí fue un revolucionario sin más; acérrimo partidario de destruir el orden establecido -aquel que había conocido en su casa de Figueras, y que correspondía a los ideales y estilo de la burguesía- no parece que tuviera gran influencia en sus actitudes, ni el papel de educador de su padre, librepensador y políticamente progresista, ni de su primer profesor, Esteban Trayter. Pero debemos detenernos un poco en este capítulo de su vida.

Los librepensadores fueron un producto del positivismo racionalista de finales del siglo pasado. Cataluña fue un hervidero de este movimiento generado al calor de los círculos masónicos y amamantado por ellos. En aquella época era completamente imposible establecer una divisoria entre la masonería laica y los grupos librepensadores; puede decirse que allí donde existió una logia masónica, apareció un núcleo de ideas positivistas y un círculo de reflexión racionalista y ateo. Frecuentemente los altos grados de una logia, solían ser presidentes de la Asociación de Librepensadores más próxima.

Pues bien, el padre de Dalí pertenecía a estos círculos positivistas ampurdaneses. Dalí, situando a su progenitor, escribe: "Mi padre procedía de la Barcelona sentimental, era librepensador; la Barcelona de los coros Clavé, de los anarquistas y del proceso a Ferrer Guardia". Existía en Figueras un hombre con fama de sabio, Esteban Trayter, que dirigía un colegio fundado sobre los principios de la Escuela Moderna de Ferrer Guardia. Trayter era librepensador y, casi con seguridad, francmasón. Por aquel entonces las logias ampurdanesas estaban ampliamente extendidas en la región y, más en concreto, en Figueras que contó con varios alcaldes miembros de la Orden. Sería raro que en una ciudad de pocos cientos de habitantes, dotada de una logia con gran nivel de actividad, precisamente el director de la Escuela laica, no fuera un habitual de estos círculos. En cualquier caso, el dato es irrelevante en lo que a la vida de Dalí se refiere, a pesar de que fuera en esa escuela donde curso estudios por primera vez.

No fue allí donde aprendió las primeras letras; autodidacta ya en la época, sus mayores le ayudaron a conocer la escritura y la lectura. Entró en la escuela del Sr. Trayter sabiendo leer y escribir a la perfección; cual no sería la sorpresa de sus padres cuando al cabo de unos pocos meses de escolarización ya lo había olvidado todo... Dalí recordó siempre ese tipo de enseñanza como algo mediocre. Trayter era un excéntrico, vestido siempre con una vieja levita, el rape que solía aspirar le daba cierto tono amarillento a los bigotes; las barbas, descuidadas, le llegaban hasta la cintura. Allí aprendió que Dios no existía; frecuentemente, Trayter solía recurrir a una demostración muy gráfica: después de maldecir a Dios, tomaba el reloj y decía "Veis, si dentro de cinco minutos sigo vivo es que Dios no existe". Luego se sentaba y quedaba sumido en un profundo sopor... [1]

El notario de Figueras, padre de Dalí, tras el primer año de escolarización, decidió que la Escuela del Sr. Trayter, por colega que fuera en el terreno ideológico, no impartía el tipo de enseñanza más adecuado para su hijo y Salvador prosiguió sus estudios en los Hermanos Maristas de Figueras; pero nunca más -a pesar de que se esforzase-, nunca pudo experimentar la fe del cristiano.

En 1921, el jovencísimo Dalí pinto algunos dibujos para la revista Empordà Federal, portavoz de los nacionalistas catalanes. Pero esa fue toda su vinculación con el nacionalismo. Siete años después, ya habrá roto cualquier vínculo con él y en el curso de una conferencia en "El Centaure" de Sitges establecerá un programa antinacionalista cuyos dos primeros puntos eran "Abolición de la sardana y de todo lo que es regional, típico, local". La hostilidad será mutua e, incluso en la actualidad, el gobierno de la "Generalitat" no experimenta más que una simpatía forzada por Dalí y por su obra que, en su testamento, hizo heredero al Estado Español.

Tras su paso por la Residencia de Estudiantes y sus altercados dentro de la Escuela de Bellas Artes de la que fue expulsado, temporalmente, primero, y luego definitivamente, Dalí al regresar a Figueras es detenido y pasa dos meses en prisión al ser considerado como "revolucionario y subversivo". Jamás consideró la prisión como algo que le afectara negativamente; allí tuvo tiempo de leer y reflexionar. En la cárcel observa el fenómeno de los "barrotes voladores" al que se referían constantemente los presos veteranos; y esto le hace pensar: "Largo tiempo después de su encarcelamiento, en las circunstancias y lugares más insospechados, [los presos] ven a menudo aparecer ante sus ojos los barrotes de la ventana de su celda, unas veces fijos, pero con mayor frecuencia como si volaran, ya destacándose en sombra sobre un fondo luminoso y ya -más repetidamente- apareciendo en negativo, incluso contra cielos muy luminosos, como por ejemplo, el cielo sobre el cual yo observé a menudo los barrotes de mi prisión de Gerona, en una tonalidad azul mucho más luminosa que la del cielo mismo. Estas impresiones que persistieron hasta cerca de tres meses después de mi libertad, me hicieron pensar mucho en la persistencia de las impresiones retinianas, conduciéndome casi inmediatamente a una conclusión práctica que mi intuición había ya, desde mi más tierna infancia, practicado inconscientemente". Dalí concluye de esta experiencia que la retina debe ser alimentada diariamente con visualizaciones favorables que queden incorporadas a la memoria visual como piezas de un mosaico para luego, bruscamente, asociarlas paranoicamente entre sí y obtener estímulos, impulsos e inspiraciones para la pintura: "...te estoy aconsejando, como buen inquisidor que soy, que te rodees con una cárcel para tus ojos", escribió en "50 Secretos Mágicos para pintar"; en esa “cárcel” móvil el pintor deberá retener fuentes de inspiración. La vegetación, el bosque, son las mejores, en opinión de Dalí, y el olivo la mejor de las mejores.

A sus 20 años, Dalí era ya famoso en Figueras. Se interesaba por la humanidad, se quería revolucionario y quería hacer algo por el mundo. Escribió sobre sus ideales en esas fechas: "Desde mi más tierna infancia me interesaba mucho el bien de la humanidad y tenía sueños sociológicos de que todo el mundo fuera feliz. Después vacilé y vi que la humanidad no me interesaba nada en absoluto; empecé a interesarme por mis propios problemas sexuales; pasé de experimentar por la humanidad una gran estima a un menosprecio total".

Mientras esta segunda fase aun no había llegado, alardeaba de ser el único suscriptor en Figueras de L'Humanité, el diario del Partido Comunista Francés. Aprovechó uno de los números para incluir parte de la cabecera como collage en su autorretrato cubista de 1923 que ya deja presagiar su genio como pintor. Algunos de sus amigos habían abrazado la causa de los soviets y durante los primeros años como surrealista, requirieron su colaboración. Tal fue el caso de Jaume Miravitlles, que colaboró en las experiencias cinematográficas de Dalí y que había pertenecido a una organización próxima al trotskismo, el Bloc Obrer i Camperol (B.O.C.). Miravitlles, en uno de sus panfletos -Contra la cultura burguesa, aparecido en 1931- destacó que la obra del pintor y sus declaraciones estaban impresas de un tinte antiburgués que objetivamente podía ser considerado como revolucionario. Miravitlles afirmaba que "la crítica que Dalí hace a la cultura en general y a la cultura burguesa en particular, es una crítica marxista". Dalí y los surrealistas, tenían un punto común con el comunismo: su antiburguesismo y esto creaba una posibilidad de colaboración. El principal punto de discusión era la antítesis entre Freud y Marx, que Dalí intentó superar en la conferencia que pronunció en la Sala Capsir de Barcelona en 1931: "la conciliación entre marxismo y freudismo topa a veces con el cretinismo de los representantes oficiales de la literatura proletaria"; el error del marxismo consistía en "no dar importancia a las crisis morales" y considerar que la nueva moral proletaria surgiría solo de un reordenamiento de las fuerzas productivas. Advierte en el marxismo un "fatalismo" del que, dice, hay que huir.

Al producirse el asesinato del Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, Dalí mostró su solidaridad, llamándolos "mártires comunistas". Pero poco o nada le atraía del comunismo -salvo su espíritu de revuelta antiburgués- al que solía achacarle un carácter “plebeyo”.  

De hecho, la historia del surrealismo se vio lacerada por diferencias políticas: Aragón y su grupo pasó a la órbita del Partido Comunista Francés tras la Conferencia Internacional de Intelectuales (Jarkov, 1935). Su ingreso en el PC le costó la expulsión del grupo surrealista. Breton militó solo un tiempo en el PC y algunos de los suyos se aproximaron temporalmente a las formaciones trotskistas; Giorgio de Chirico y otros surrealistas italianos, fueron ganados por el fascismo del cual constituyeron su primer soporte cultural, junto con los futuristas en desbandada. René Crevel, sentimentalmente ligado a uno y otros, viéndose en la tesitura de tener que tomar partido, tomó como excusa su avanzada tuberculosis para hacer mutis por el foro, suicidándose. Otros, como Giménez Caballero, se adhirieron a la opción fascista de Falange Española o a la derecha como Gómez de la Serna. Como puede verse, la respuesta política de los surrealistas no fue uniforme.

El surrealismo, en general, evitaba pronunciarse en términos políticos, pero siempre se quisieron revolucionarios; Dalí en un momento avanzado de su adscripción al surrealismo, escribió: "La revolución surrealista es, ante todo, una revolución de orden moral, esta revolución es un hecho vivo, el único que tiene un contenido espiritual en el pensamiento occidental moderno"; pero resulta evidente que, hasta el período 1930-31, Dalí se consideró comunista -sui generis, desde luego-, si bien jamás militó en el Partido.

Los intentos de Miravitlles de conducir el grueso del surrealismo español al B.O.C. no tuvieron continuidad y el propio Miravitlles pasó del radicalismo trotskista a formaciones de la derecha regionalista. En la película de Buñuel, Le Chien Andalou hacía el papel de sacerdote. En cuanto a Dalí, en el debate de la sala Capsir, después de la intervención de René Crevel, declaró que "políticamente, los surrealistas somos comunistas", luego añadió que el surrealismo es ciertamente, tal como explica la doctrina marxista, un producto de la descomposición burguesa, pero que el marxismo no podía ofrecer como cultura proletaria nada superior y terminó su alocución recomendando "deshacerse de las ideas innobles de patria y familia" (...) "y deshacerse de sentimentalismos, escupiendo sobre la bandera de la patria, castigando a los padres con el revólver y descendiendo al mundo de la subversión". Todo esto era poco "científico" para los marxistas de la época y no es raro que su mensaje quedara incomprendido.

Dalí, en el fondo, no hacía sino seguir el ejemplo que había dado André Breton en 1927 afiliándose al Partido Comunista, en el que permanecería hasta 1932. La represión contra las vanguardias artísticas en la URSS entrañó la ruptura de Breton con el comunismo. Cuando Picasso entró en el Partido, Breton dejó de saludarlo. Con el paso de los años, solamente Louis Aragon y su grupo seguirían en las filas del comunismo stalinista, alejándose de Breton que continuaría negándolo. Eluard se incorporó al Partido Comunista en 1942 con otros intelectuales, pero todos, antes o después, terminarían por aborrecer el corsé ideológico-cultural que les suponía tal militancia.