Nadie ha
realizado todavía un análisis en profundidad sobre la psicología del
independentismo. A pesar de que sea un personal tan diverso que incluye al afable
vecino del quinto o al tipo huraño y malcarado que solamente saluda a los que
hablan en catalán, a la pubilla de buen ver o a la abuelita que cree todo lo
que dice TV3, lo cierto es que hay algo en los indepes que los hace “diferentes”.
Vamos, que no son normales. Al menos -seamos compasivos- tienen una psicología
completamente diferente a la nuestra. Será por su neurosis obsesiva, el
independentismo, el caso es que se mueven en unos parámetros incomprensibles
para alguien que exija racionalidad y sentido común en su vida. En estas breves
líneas escritas desde mi retrete, querría referirme a uno de los síntomas
característicos de la dolencia indepe: el “doble lenguaje”.
El doble
lenguaje es el utilizado por aquel que disfraza o distorsiona el sentido de las
palabras deliberadamente para conseguir que el interlocutor entienda lo que mejor
está predispuesto a entender; en cambio, quien las pronuncia se reserva el
derecho a atribuir al mismo término un sentido diferente.
El doble
lenguaje está hecho de eufemismos, vocablos de moda que nadie sabe exactamente
lo que quien decir, lo que implican o en qué se diferencian de otros anteriores
(desde el zapaterismo el término “gobernanza” está el primero en el ranking de esta
neolengua). Tienden a ser uno de los elementos constitutivos de la post-verdad,
esto es de la apelación a los sentimientos y a las emociones como sustitutos de
la racionalidad, el razonamiento lógico. Se sitúan siempre al servicio de la
corrección política.
Se dice que
los independentistas suelen hablar catalán. Yo digo que no, que la lengua que
hablan es diferente. Quizás por su carácter viperino les convenga el doble
lenguaje. Pongamos algunos ejemplos.
El término “autonomía”
es paradigmático. Cuando empezó a generalizarse, durante la transición, el
común de los mortales entendía que era un eufemismo para aludir a la “descentralización”.
No estaba mal, incluso podía aceptarse. Era preciso transformar un Estado
jacobino en un Estado descentralizado y desburocratizado. Por tanto, no debía, necesariamente,
esperarse que aquello se convirtiera en el culebrón interminable que todavía
sufrimos y que, lejos de descentralizar a creado otras 17 pequeñas estructuras
burocráticas centralizadoras.
Pues bien, los
independentistas entendían algo muy diferente: para ellos, la “autonomía”
era una especie de paso previo que acercaba a la independencia. En 1977-80 de
convocarse un referéndum por la independencia de Cataluña, probablemente la
goleada hubiera sido de 90 a 10 en contra. Claro, se debía a la “propaganda
franquista”… sí, y a unos cuantos siglos de historia común desde que esta
península fue llamada “Hispaniae” desde la más remota antigüedad. Ahora,
después de 40 años de TV3 y de “inmersión lingüística”, aun cuando se convocara
un referéndum digno de tal nombre, las encuestan indican que la relación sería
60 a 40 en contra de la independencia. Pues bien, cuando un independentista habla
de la “autonomía de Cataluña”, lo que entiende es la “independencia de Cataluña”.
Y si expresa otra cosa, miente.
Otro concepto, “normalización
lingüística”. Lo que entiende un nacionalista y lo que entiende alguien
normal no es lo mismo. Aparentemente, la normalización sería la utilización
indistinta de catalán y castellano en Cataluña. Pero en la práctica no es así: la
“normalización lingüística” es solamente la erradicación de la lengua
castellana de la vida de Cataluña, empezando por la vida institucional y
continuando hasta los patios de los colegios.
Más chusco
todavía es el concepto de “cooficialidad” que alguien con el cerebro
normalmente constituido aseguraría que implica que si se va a una oficina
pública en Cataluña podría elegir la lengua en la que quiere rellenar un
impreso o que se le dirija el funcionario o la lengua en la que uno quiere que
se eduquen a sus hijos. Pero no, para el independentismo la “cooficialidad”
es que cuando ya un capitoste de la gencat a Madrid o a Montilla del Palancar o
a Villabajo, pueda expresar en su lengua y recibir un folleto turístico en
catalán. De lo contrario, se siente “oprimido”
La cosa no es
de ahora, sino de los tiempos del venerable Macià. Después de colgar el
uniforme y vivir de las rentas de su esposa, una pubilla leridana con posibles,
no tenía más proyecto que la independencia; cualquier otra idea no cabía bajo
las canas del Avi. Así que el día en el que se declaró la República en
Madrid, Macià (y antes que él, Companys) declaró la independencia de Cataluña (Companys
proclamó solamente la República Federal). Como la independencia era, entonces,
tan imposible como ahora, Macià, convencido por Nicolau D’Olwer, aceptó al
cabo de unos días una fórmula ambigua: “el Estatuto de Autonomía”. En Madrid,
se frotaron las manos: Macià había entrado en razón. En absoluto, “razón” y “Macià”
eran incompatibles: lo que Macià entendía era que la “autonomía” era como la
independencia, pero con un nexo tan fino con “Madrid” que, en cualquier momento
podría romperse. Solamente era cuestión de tiempo elegir ese momento
oportuno. Era el doble lenguaje en versión 1.0, la misma temática que volvió a repetirse durante la transición en verisón 2.0.
En “Madrid”, los republicanos entendieron justo otra cosa: que la “autonomía” garantizaba la “lealtad” de Cataluña a la República. Doble error porque la “lealtad” no es uno de los valores que más practiquen los indepes (ni siquiera entre ellos mismos) y porque la República le importaba un higo a Macià y solo un poco más a Companys.
Pues bien, nada ha cambiado en 85 años. El otro día cuando Junqueras medía sus palabras con calibrador y pie de rey, condenando la DIU, pero añadiendo una coletilla sobre que ERC no deseaba “la violencia”, lo que equivalía a decir que, si la DIU suponía “violencia”, nada, pero un referéndum por la independencia y una DIU sin “violencia”, podían aceptarse. Cabría preguntarle: “Oye y si el referéndum os da un resultado negativo ¿dejaréis para siempre la cantinela y el erre que erre de la indepe o dentro de unos años volveréis a la carga?”. Y es que son pelmazos redomados practicantes del doble lenguaje vr. 3.0.
Hoy ha vuelto a
repetirse la farsa del doble lenguaje cuando Antonio Garamendi, presidente de
la CEOE decía a La Vanguardia: “Si las cosas se normalizan,
bienvenidos sean los indultos”. No era él quien practicaba el doble
lenguaje, sino los indepes encarcelados que repiten una y otra vez la idea de
que solamente con los indultos se “normalizará” la situación. Y no: los
indultos son la garantía plena de que seguirán haciendo lo mismo que antes,
repetir su monotema, la independencia como principio y fin único de su discurso
político (eso, y repetir como papagayos todo lo que dice Podemos sobre la
inmigración, sobre los okupas, sobre la legalización de las drogas…). Sería
como si a un Napoleón de manicomio, se le dijera: “Muy bien chaval, ¿cuál es el
camino de Waterloo?”. Lo peor que puede hacerse con un enfermo mental es,
siempre, ceder a sus exigencias.
Garamendi, ni
conoce la historia de Cataluña, ni de la republicana, ni siquiera la de la transición.
Si la conociera, sabría que los independentistas están educados en el uso del
doble lenguaje. No lo hacen por pura maldad, sino porque sus hemisferios
cerebrales están mal conectados o tienen déficits de funcionamiento. Lo repito:
gente así no puede estar en la cárcel, necesitan tratamiento psiquiátrico y
clases de lógica aristotélica o de utilización de silogismos lógicos. Por
ejemplo, este:
- Premisa mayor: La Unión Europea es una “unión de Estados Nacionales”
- Premisa menor: España forma parte de la UE
- Conclusión: los fragmentos de España no pueden considerarse “nuevas naciones”, automáticamente dentro de la UE con la mera declaración de independencia.
O este otro:
- Premisa mayor: vivimos en el siglo XXI
- Premisa menor: en el siglo XXI la “dimensión nacional” adecuada es la del bloque geopolítico o continental”
- Conclusión: el independentismo es cosa del siglo XIX o, incluso anterior.
Y ¿qué me dicen de
éste sobre los indultos?
- Premisa mayor: quien utiliza el “doble lenguaje” sIn ser consciente de ello es un enfermo mental.
- Premisa menor: todo enfermo mental, precisa un tratamiento psicológico.
- Conclusión: la cárcel no es el remedio, pero el indulto tampoco. Lo racional es desviar a los “independentistas presos” a casas de reposo y a tratamientos farmacológicos y psicológicos para aliviar su neurosis obsesiva.
Y, finalmente:
- Premisa mayor: solamente el 35% de la población catalana se expresa regularmente en catalán.
- Premisa menor: la diversidad lingüística es un rasgo catalán
- Conclusión: esta diversidad debe estar presente en las instituciones catalanas, si aspiran a representar a TODOS los catalanes.
Tampoco es tan
complicado de entender para alguien normalmente constituido. A un paranoico
obsesivo, seguramente le costaría más.
¿Alguna conclusión?
Sólo una CEDER UN POCO AL INDEPENDENTISMO, ES CAPITULAR MUCHO.