Junqueras debe
salvar a Sánchez, tal es la primera condición para los indultos. Es una
forma de que Sánchez justifique de cara a la galería, la concesión del indulto
(cuya primera condición es el “arrepentimiento”). Pero éste,
de momento, afecta sólo a Junqueras y en lo que se refiere a la “declaración
unilateral de independencia”, pero no a lo peor que ha tenido todo este chou:
un “proceso soberanista” que dilapidó fondos públicos, generó alarma social en
la sociedad catalana y, sobre todo y, por encima de todo, fue un absurdo propio
del pequeño nacionalismo en esta época de globalización y formación de grandes
bloques geopolíticos.
Lo de menos fue
que el “procés” fuera contrario al ordenamiento jurídico y constitucional. Lo
lacerante es que se trató de una “flamarada” extemporánea cuyos
promotores ni siquiera de molestaron en comprobar su viabilidad, ni las
consecuencias económico-sociales que podía desencadenar y que, por lo nefastas
que han sido (7.000 empresas huyendo de Cataluña) no se extinguen con los años
de prisión que han purgado los presos del procés.
Yo siempre he
dicho que el lugar de los promotores del procés no es ni la cárcel, ni el
exilio, sino el frenopático. No todas las ideas son justificables en nuestra
época y quien las sostiene por encima de cualquier lógica y sentido común,
puede calificarse de alienado y tratarse con todo el cuidado clínico que
requiere su condición de alucinado. Pero limitémonos al “arrepentimiento”
de Junqueras.
Las declaraciones
de Junqueras han sido medidas al milímetro para lograr el efecto deseado:
- por una
parte, echar una mano a Sánchez en su momento más bajo. Cuando ni siquiera
en su propio partido tiene unanimidad en esta cuestión (no digamos en el resto;
salvo ZP, sordo, mudo y tan bambi como siempre, el resto de socialistas
anteriores, prácticamente sin excepciones, coinciden en que Sánchez, no
solamente es el peor presidente de la historia de España, sino el peor
secretario general que ha tenido el PSOE desde su fundación). El berenjenal en
el que se metió con el asunto de los indultos (precisa más apoyos a la vista de
que Podemos es un cadáver en putrefacción y que la patada de Errejón a un
enfermo de cáncer en Vallecas tampoco deja presagiar nada bueno en esa
dirección) precisaba el que Junqueras mostrara “arrepentimiento” para
justiciarla.
- pero, por
otra parte, ese “arrepentimiento” debía tener en cuenta, también, al electorado
de ERC (ya se sabe que en el independentismo el que muestra duda o vacilación,
pierde), por tanto, debía ser un mea culpa limitado al aspecto más chusco del “procés”:
la “declaración unilateral de independencia” (que, por lo demás, duró sólo
unos segundos, los suficientes para demostrar la “pasta” de la que están hechos
los impulsores del procés).
- y,
finalmente, la declaración debía de ser un primer paso para que Junqueras empezara
a disipar las esperanzas de los electores de ERC en la independencia de
Cataluña. Decirles, “oye, nos equivocamos, en el procés y, desde
entonces no hemos tenido güevarios para deciros que ahora sabemos que la
independencia es imposible”. Por que lo es: en la actualidad, apenas un 40%
del electorado catalán lo apoya e, incluso los que no tenemos por costumbre
perder el tiempo en las urnas, iríamos a votar en un referéndum legal para
disipar de una vez por todas esa quimera decimonónica. Junqueras, en prisión ha
meditado sobre esto y hoy no sería él quien impulsara un procés que sabe
inviable. Junqueras sabe que hoy, cuando sus partidarios dicen “Som el
52%”, en realidad deberían decir “somos el 52% del 50%”, pues tal
fue el nivel de la abstención y del “desafecto” de media Cataluña hacia la
gencat.
No hay que
perder vista estos elementos para insertar la declaración de Junqueras dentro
de la crisis del pedrosanchismo y del reflujo del independentismo. Éste, con el
paso del tiempo, en su núcleo duro, se ha ido convirtiendo en secta y ese
proceso seguirá hasta que un buen día, las elecciones pierdan el control de la
Generalitat, de la caja y de TV3 y ese sea su fin. Porque desde que Macià trajo
la Generalitat en los primeros meses de la República, el independentismo ha prosperado
por tener el control de la Generalitat, no por otra cosa.
Lo que más
teme Junqueras es que, en dos años, el cambio de “ciclo” político, imponga de
nuevo un PP, presionado por Vox, para ser implacables con el independentismo y
que el crecimiento populista de estos últimos desplace el eje de los “antiindependentistas
moderados” del PP, a los “antiindependentistas radicales” de Vox, con los
efectos adversos que podía tener (pérdida de influencia del PSC, lo que
unido a la decepción del electorado independentista, pondría muy cuesta arriba,
no solamente la independencia sino incluso la propia supervivencia electoral de
ERC de no modificar su programa y objetivos).
La palabra de
moda entre la gencat y el pedrosanchismo es “mesa de diálogo”. Ambos se han
enfeudado en este concepto, eludiendo el que la iniciativa es casi imposible
porque, aparte de los indultos y de alguna que otra paletada multimillonaria a
los gestores de la gencat, poco queda por negociar. Ni a unos ni a otros les
interesa mucho Puigdemont y su corte de Waterloo.
Incluso, aunque el
pedrosanchismo accediera al “referéndum pactado”, como mero trámite para que un
NO liquidara para siempre el tema, las resistencias interiores dentro del PSOE y
las presiones de la UE serían tales que no redundarían en nada bueno para sus
promotores. Así que los “objetivos” a los que puede llegar la “mesa de
diálogo” son tan discretos que, lo más probable es que se convierta en
interminable, con dilaciones, retrasos y un acuerdo provisional, presentado
como “gran logro” por las dos partes (seguramente la celebración de un
referéndum dentro de unos años…) antes de las elecciones generales para tratar
de salvar la cara al pedrosanchismo.
Junqueras ha
reconocido públicamente lo que desde hace tiempo se sabía que pensaba. Y lo ha
hecho cogiéndosela con papel de fumar para evitar perder parroquia. Ahora queda
el resto de los “presos”… ¿estarán calculando con pie de rey y papel
milimetrado sus “arrepentimientos”? ¿todos ellos accederán a bajarse del burro
para que el más burro los indulte? ¿Aguantará el pedrosanchismo hasta las
elecciones generales a la vista de su propio deterioro y del de sus aliados? ¿Y
si se niegan a la bajada de pantalones asumida por Junqueras? ¿habrá indulto
para unos y no para otros?
Lo cierto es
que, el manejo interesado de los medios de comunicación puede atenuar el
descalabro socialista, pero no evitarlo. El otro día el director de El
Confidencial tenía razón en afirmar que, en Madrid, Ayuso no ha generado
entusiasmo, ha sido el electorado el que, como sea, con quien sea, lo antes
posible, quiere verse libre de la oleada de irracionalismo y de estupidez
congénita demostrada en sus tres años de gobierno. En Madrid ha beneficiado al
PP, pero en el resto del Estado, igualmente podría favorecer a Vox.
Se ha dicho que
las lágrimas de Junqueras son de cocodrilo. Creo que no: que Junqueras ha
visto la posibilidad de dar un primer paso para reinventarse como líder de un
espacio nacionalista moderado que ocupe el que, en su tiempo, tuvo el pujolismo
de infausto recuerdo. Pujolismo sin corrupción y estabilidad político durante dos
décadas, tal es el objetivo actual de Junqueras. Nacionalismo sin
independencia, pero también sin reconocimiento explícito de fracaso del procés
y sin renuncias explícitas a nada, pero enterrando el independentismo en una
cápsula del tiempo. Se sabe donde está, pero no se desentierra. Falta que
sus colegas traguen. Y, seamos claros, sólo lo harán si ven rentabilidades
personales en el nuevo proyecto; son indepes, no “honorables”.
Hace sonreír -a la vista del “hacer” de los últimos presidentes de la gencat- que el pomposo y antediluviano título con el que se nombran es “mol honorable presidente”. ¡Cuánta razón tiene el viejo refrán castellano que dice: “dime de lo que alardeas y te diré de lo que careces”!