Vaya por delante
que, desde el principio siempre he dicho que el lugar de los juzgados,
procesados y condenados por el “referéndum soberanista” no es la cárcel, sino
el psiquiátrico. A estas alturas y en el siglo XXI, parece increíble que
alguien pudiera pensar en que con un 51% de votos se formaría un Estado
independiente en esta época de globalización, a menos que estuviera aquejado de
un trastorno mental transitorio. A lo largo de estos años, hemos ido advirtiendo
que el espacio “independentista” está compuesta por gentes emotivas, no muy
inteligentes, con una nula capacidad para prever el futuro, al margen de los
grandes debates de la sociedad y que se quedaron atascados en los años 30 del
siglo XX (sino antes). El psiquiátrico es el lugar más adecuado para el
tratamiento de su enfermedad. Pero están en la cárcel.
Es cierto que
se trata de una condena de cárcel que, en principio, fue benévola. Los jueces no
se ciscaron con ellos (lo dice alguien que fue condenado, durante el
felipismo, a dos años de cárcel por una simple manifestación ilegal y que
cumplió 20 meses a la sombra entre chinches, yonkis y sidosos, sin que la
administración penitenciaria catalana me autorizara a disponer ni una máquina de
escribir palancas). El Tribunal Supremo tampoco aumentó las penas. Ni se ha
insistido en el pago de las costas ni en las indemnizaciones. Tampoco se les
recordó como agravante que habían generado “alarma social” en grado extremo
(algo que resultaba innegable y la prueba son las 7.000 empresas que huyeron
literalmente de Cataluña a causa del “procés”). Ni se tuvo en cuenta que, por
activa y por pasiva, les estuvieron repitiendo que todo aquello del referéndum
era ilegal y que tendría consecuencias penales. Tampoco hay “arrepentimiento”,
mea culpa o simplemente reconocimiento de que cayeron en una “locura mental
transitoria de alucinación y frenesí insuperables”. En la cárcel estuvieron
de maravilla, como en un hotel de dos o incluso tres estrellas. Podían dar
entrevistas, incluso salir cuando se iniciaba la campaña electoral y dejar que la
fiscalía recurriera, pero solamente, cuando concluía la campaña electoral. Tuvieron
el calor de los independentistas que afearon las ciudades con trapos y más
trapos de “Libertad presos” y demás consignas.
El tiempo les ha
dado ocasión para reflexionar: de hecho, la cárcel sólo sirve para reflexionar.
Yo estoy convencido de que ellos, cuando entraron en la trena, ya eran
conscientes de que el independentismo había fracasado, no sólo en el “procés”,
sino en su historia y que los objetivos ya no eran viables. Pero el problema
era ¿cómo se lo decían a sus electores? Y ¿cómo se lo decían a los dirigentes
que quedaban en la calle? Optaron por no decirlo en voz alta, a pesar de
que era un secreto a voces para todo aquel que tuviera entendimiento y
entendiera: pero en el ámbito indepe, quien reconoce la realidad, pierde.
Para que el electorado independentista pudiera reconocer que hoy la creación
de nuevas naciones es algo peor que imposible, es INÚTIL porque la “dimensión
nacional” de una nación para sobrevivir ya no se corresponde con los
Estados-Nación actuales, sino que requiere estructuras más amplias, continentales,
para ello sería preciso que TV·, Catalunya Radio y el RAC1 lo dijeran.
Luego están los
que saben que la independencia es imposible, pero la utilizan para hacerse con
las llaves de la caja y realizar buenos negocios a la sombra del poder. Tal es
el caso de Pere Aragonés, un ambicioso con pocas ideas en la cabeza, salvo la
de pillar cacho (a fin de cuentas, debe decirse, si todos los que han pasado
por esta poltrona lo han hecho ¿Por qué voy a ser menos?). En esta época de funeral
de los proyectos políticos, el cadáver insepulto del independentismo sirve solo
para mantenerse lo que se pueda en el poder y poner en marcha la aspiradora de
fondos públicos durante todo el tiempo que sea posible.
¿Y el gobierno
del Estado? Sánchez tiene un problema: y ese problema es Madrid. Ha perdido
cualquier posibilidad de ser relevante en la capital del Estado, por tanto, ha
optado por apoyarse en la no-España. Por eso precisa poner en la calle a los
condenados por el “procés” y el “referéndum”. Le van en ello los votos independentistas
en el parlamento del Estado. Por que a Sánchez no le importa nada que no sea
Sánchez.
ERC ya le ha
comunicado que sus exigencias son “mesa de diálogo” y “amnistía presos”. A fin
de cuentas, ambas cosas son la misma: porque resulta muy difícil intuir qué
puede “dialogarse” salvo la fecha de salida de los presos. ¿Un nuevo
referéndum? ¿más autonomía para la gencat?
Sánchez tiene
prisa: cree que, resuelve todos estos problemas antes de la mitad de la
legislatura, bastará con una campaña de autopromoción, reactivar al títere de Tezanos
en el CIS, utilizar RTVE y recordar sus “logros” para salir reelegido. Si los
problemas actuales (vacunación y fin del covid, presos indepes, ertes,
fiscalidad, Marruecos) se prolongan demasiado, luego no habrá milagro que lo
mantenga otros cuatro años en la Moncloa. Y en eso está.
Por una parte, el
problema con Marruecos lo resuelve tirando de manual, como han hecho todos los
gobiernos anteriores: cediendo al chantaje y comiéndonos con patatas fritas
a los miles de MENAS. Con los ertes, negociando con los sindicatos que
firmarán lo que se les ponga bajo las narices, como dice el manual, arrojándoles
unos euracos en la mesa. Cree -en su ambiciosa ingenuidad- que el elector
olvidará la crujida fiscal de este año, y el proceso inflacionario que lentamente
se va incubando, y que aumentará aun más con el “salario de subsistencia”,
recibido a cambio de nada. Supone que cuando esté todo el mundo vacunado varias
veces, se le verá como el salvador del país, el hombre que fue capaz de redimir
a este pueblo de la losa de una pandemia (que, ahora sabemos, que el Covid era
un trancazo de gripe, más fuerte, pero poco más a tenor de las cifras de
muertos y contagiados en todo el mundo). Está convencido de que nada en
este país habrá cambiado cuando arrojemos por el retrete la última mascarilla
obligatoria y con IVA aún más obligatorio. Y cree, que el mercado laboral se
reavivará después de que el 40% de la hostelería haya cerrado o esté con tal
lastre económico que se verá obligado a cerrar en los próximos meses, tras el
verano. El ser un ignorante en materia histórica le impide saber que cuando
los indepes hayan logrado la libertad de los presos, querrán más: la
amnistía general, el borrón y cuanta nueva de todas las sanciones, más dinero
para la gencat, menos control de sus gastos, y todo para ofrecerle unas semanas
más de permanencia en el poder.
Va a haber
indulto. Que sea lo antes posible. Porque la realidad, es que, cuando antes veamos
lo que dicen los presos y como se reorganizan ante los que han ocupado sus
puestos, o como se tratan Puigdemont (sí, el tipo todavía existe, no crean) y
Junqueras, o cómo resuelven los nuevos equilibrios de poder dentro de ERC, o
como el PSOE se rompe un poco más y los barones anteponen su posición dentro
del partido (so pena de quedar en paro) a la disciplina exigida por el
secretario general, cuanto antes ocurra todo esto, mejor.
La salida de
los presos indepes no va a aportar racionalidad a la política catalana, sino aumentar
las tensiones tanto dentro del independentismo como dentro del Estado. Pues
venga, que salgan cuanto antes y acabe el chou.