Las festividades
de San Juan Evangelista y la de San Juan Bautista, en la Masonería,
especialmente en la del Rito Escocés, constituyen una de las fuentes de mayor
riqueza simbólica y, acaso uno de los patrimonios más remotos que mejor
encajaron con el cristianismo. Tras el simbolismo de los dos San Juanes se
puede reconocer sin dificultad la imagen del Jano, dios latino bifronte, dios
del pasado y del presente, de los cruces y de las puertas, dios de los caminos,
pero, fundamentalmente, dios del principio y del fin del ciclo anual. Fue
una derivación de su nombre la que se utilizó para denominar al primer mes del
año, jaunarai, enero, mes en el que coincidían el primer instante del nuevo año
y el último del ciclo pasado.
Históricamente
está suficientemente documentado que las fiestas de Jano fueron sustituidas por
las de San Juan Evangelista. El doble rostro del dios latino se escindió y
fue así como uno pasó a celebrarse en las proximidades del solsticio de
invierno –coincidiendo, más o menos, con las antiguas fiestas de Jano— y la
otra en fecha simétrica, el solsticio de verano, coincidiendo con la festividad
de San Juan Bautista. Desde el punto de vista zodiacal, la primera festividad coincidía
con el signo de Capricornio, y se la llamaba «puerta de los dioses», estaba
presidida por la tristeza y la desesperanza por el alejamiento del dios sol que
parecía haberse ido separando de su elíptica a lo largo de los meses de otoño.
La naturaleza, abandonada por el sol, había muerto. La festividad opuesta,
bajo el signo de Cáncer, coincidente con el solsticio de verano, se celebraba
bajo un signo diverso: se la llamaba «la puerta de los hombres» y significaba
el apogeo del sol, el momento en que los días son más largos y la
naturaleza ha llegado a su límite de verdor y frondosidad.
Ahora bien, estas
dos fiestas opuestas no hacían sino complementarse mutuamente e indicaban ideas
así mismo complementarias. La llegada al solsticio de invierno reflejaba
actitudes contrapuestas: de un lado, ciertamente se producía en un clima de
tristeza y pesadumbre por la muerte de la naturaleza; pero llegar a esa fecha
suponía llegar al límite de alejamiento del sol; a partir de ese momento, se
tenía la certidumbre de que el sol volvería de nuevo. La fiesta fue llamada
en el mundo romano «Dies natalis solis invictus», el día del nacimiento del sol
invencible. De la misma forma, el solsticio de verano suponía una idéntica
actitud ambivalente, la bondad del clima parecía llegar al punto más álgido, la
duración de los días, tras prolongarse desde el solsticio de invierno al de
verano, empezaba, a partir de ese momento, a acortar su duración. Lo que había
llegado a su límite superior, no podía sino descender; lo que se encontraba, en
el punto más bajo, iniciaba una recuperación.
Este orden de ideas queda perfectamente recogido en el Evangelio en la contraposición existente entre la figura de San Juan Evangelista y la de Cristo. Aquel dice, anunciando la inminente llegada de éste: «Es preciso que El crezca y yo mengüe» que, entre otros simbolismos, evoca perfectamente el ciclo anual. Y es que, en el fondo las dos mitades del círculo no hacen sino evocar las dos fases que concurren en un mismo ciclo: la ascendente y la descendente.
Este orden de ideas queda perfectamente recogido en el Evangelio en la contraposición existente entre la figura de San Juan Evangelista y la de Cristo. Aquel dice, anunciando la inminente llegada de éste: «Es preciso que El crezca y yo mengüe» que, entre otros simbolismos, evoca perfectamente el ciclo anual. Y es que, en el fondo las dos mitades del círculo no hacen sino evocar las dos fases que concurren en un mismo ciclo: la ascendente y la descendente.
Las festividades
solsticiales, traspasadas a los dos San Juanes, llegaron a la Masonería
acompañadas de un grafismo harto elocuente. Un círculo rodeado de dos rectas
paralelas tangentes y verticales, ostenta un punto en el centro. Se le llama
«las columnas de Hércules» y toma significado del tema joánico. El círculo
corresponde al ciclo anual, identificado con el recorrido del sol –punto
situado en el centro del círculo—; el hecho de que las dos columnas sean
paralelas indican simetría y que sean tangentes nos dice que estarán situadas
en los puntos límite del ciclo, los dos solsticios opuestos. La alusión a
Hércules procede del carácter solar de sus 12 trabajos que supusieron una
dramatización de su búsqueda heroica a lo largo de los doce signos zodiacales.
Por otra parte, las dos rectas paralelas y verticales, están tradicionalmente
unidas por una filacteria en la que puede leerse la inscripción «Non plus
ultra» que indica un límite imposible de superar.
La tradición
católica confiere a San Juan Evangelista una naturaleza solar acaso porque su
evangelio está considerado como el más espiritual de los cuatro y por el
énfasis puesto en la naturaleza de Jesucristo como hijo del Verbo. Su
emblema es por esto la naturaleza más etérea y sutil, el ángel. Por el
contrario, en los mismos evangelios se insiste en que San Juan Bautista está
toscamente vestido, con una piel de camello, se asegura; se trata con ello de
demostrar el carácter humano de su naturaleza. El mismo tema se recoge en
otras tradiciones: el hombre no iniciado, es equivalente al «hombre de los
bosques», al «hombre salvaje» que figura en algunas representaciones románticas
y góticas y al que Fulcanelli dedica uno de los más hermosos capítulos de
sus «Moradas Filosofales»: el hombre salvaje de Thiers. El hombre viejo que
precisa una metanoia para alcanzar la salvífica naturaleza trascendente del
hombre nuevo.