INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

viernes, 26 de junio de 2020

DUALIDADES MASÓNICAS (VI) – JUAN BAUTISTA Y JUAN EVANGELISTA


Las festividades de San Juan Evangelista y la de San Juan Bautista, en la Masonería, especialmente en la del Rito Escocés, constituyen una de las fuentes de mayor riqueza simbólica y, acaso uno de los patrimonios más remotos que mejor encajaron con el cristianismo. Tras el simbolismo de los dos San Juanes se puede reconocer sin dificultad la imagen del Jano, dios latino bifronte, dios del pasado y del presente, de los cruces y de las puertas, dios de los caminos, pero, fundamentalmente, dios del principio y del fin del ciclo anual. Fue una derivación de su nombre la que se utilizó para denominar al primer mes del año, jaunarai, enero, mes en el que coincidían el primer instante del nuevo año y el último del ciclo pasado.

Históricamente está suficientemente documentado que las fiestas de Jano fueron sustituidas por las de San Juan Evangelista. El doble rostro del dios latino se escindió y fue así como uno pasó a celebrarse en las proximidades del solsticio de invierno –coincidiendo, más o menos, con las antiguas fiestas de Jano— y la otra en fecha simétrica, el solsticio de verano, coincidiendo con la festividad de San Juan Bautista. Desde el punto de vista zodiacal, la primera festividad coincidía con el signo de Capricornio, y se la llamaba «puerta de los dioses», estaba presidida por la tristeza y la desesperanza por el alejamiento del dios sol que parecía haberse ido separando de su elíptica a lo largo de los meses de otoño. La naturaleza, abandonada por el sol, había muerto. La festividad opuesta, bajo el signo de Cáncer, coincidente con el solsticio de verano, se celebraba bajo un signo diverso: se la llamaba «la puerta de los hombres» y significaba el apogeo del sol, el momento en que los días son más largos y la naturaleza ha llegado a su límite de verdor y frondosidad.


Ahora bien, estas dos fiestas opuestas no hacían sino complementarse mutuamente e indicaban ideas así mismo complementarias. La llegada al solsticio de invierno reflejaba actitudes contrapuestas: de un lado, ciertamente se producía en un clima de tristeza y pesadumbre por la muerte de la naturaleza; pero llegar a esa fecha suponía llegar al límite de alejamiento del sol; a partir de ese momento, se tenía la certidumbre de que el sol volvería de nuevo. La fiesta fue llamada en el mundo romano «Dies natalis solis invictus», el día del nacimiento del sol invencible. De la misma forma, el solsticio de verano suponía una idéntica actitud ambivalente, la bondad del clima parecía llegar al punto más álgido, la duración de los días, tras prolongarse desde el solsticio de invierno al de verano, empezaba, a partir de ese momento, a acortar su duración. Lo que había llegado a su límite superior, no podía sino descender; lo que se encontraba, en el punto más bajo, iniciaba una recuperación.

Este orden de ideas queda perfectamente recogido en el Evangelio en la contraposición existente entre la figura de San Juan Evangelista y la de Cristo. Aquel dice, anunciando la inminente llegada de éste: «Es preciso que El crezca y yo mengüe» que, entre otros simbolismos, evoca perfectamente el ciclo anual. Y es que, en el fondo las dos mitades del círculo no hacen sino evocar las dos fases que concurren en un mismo ciclo: la ascendente y la descendente.




Las festividades solsticiales, traspasadas a los dos San Juanes, llegaron a la Masonería acompañadas de un grafismo harto elocuente. Un círculo rodeado de dos rectas paralelas tangentes y verticales, ostenta un punto en el centro. Se le llama «las columnas de Hércules» y toma significado del tema joánico. El círculo corresponde al ciclo anual, identificado con el recorrido del sol –punto situado en el centro del círculo—; el hecho de que las dos columnas sean paralelas indican simetría y que sean tangentes nos dice que estarán situadas en los puntos límite del ciclo, los dos solsticios opuestos. La alusión a Hércules procede del carácter solar de sus 12 trabajos que supusieron una dramatización de su búsqueda heroica a lo largo de los doce signos zodiacales. Por otra parte, las dos rectas paralelas y verticales, están tradicionalmente unidas por una filacteria en la que puede leerse la inscripción «Non plus ultra» que indica un límite imposible de superar.

La tradición católica confiere a San Juan Evangelista una naturaleza solar acaso porque su evangelio está considerado como el más espiritual de los cuatro y por el énfasis puesto en la naturaleza de Jesucristo como hijo del Verbo. Su emblema es por esto la naturaleza más etérea y sutil, el ángel. Por el contrario, en los mismos evangelios se insiste en que San Juan Bautista está toscamente vestido, con una piel de camello, se asegura; se trata con ello de demostrar el carácter humano de su naturaleza. El mismo tema se recoge en otras tradiciones: el hombre no iniciado, es equivalente al «hombre de los bosques», al «hombre salvaje» que figura en algunas representaciones románticas y góticas y al que Fulcanelli dedica uno de los más hermosos capítulos de sus «Moradas Filosofales»: el hombre salvaje de Thiers. El hombre viejo que precisa una metanoia para alcanzar la salvífica naturaleza trascendente del hombre nuevo.