Cuando tiene lugar el mitin del Teatro de la
Comedia el 29 de octubre de 1933, ya están convocadas las elecciones generales
para el 12 de noviembre, hasta el punto de que no puede olvidarse que el
acto de fundación de Falange Española (o en el que se sella la transformación
del MES–Fascismo Español en Falange Española) es, en definitiva, un acto
electoral.
Las derechas se presentaban con el nombre de Unión de Derechas y Agrarios (CEDA, más
los monárquicos alfonsinos, más la Comunión Tradicionalista, más el Partido
Agrario, más algunos independientes) en torno a un programa mínimo de tres
puntos: revisión de la Constitución de 1931, abolición de la Ley de Reforma
Agracia y amnistía para los delitos políticos (aspirando con ello al
retorno de los exiliados y de los presos por la “sanjurjada”). La CEDA destacó
por la abundancia de medios empleados en la campaña. Obviamente, el tono de la
coalición eran conservador y, más que conservador, incluso reaccionario. El
otro bloque que se presentaba a las elecciones estaba encabezado por Alejandro Lerroux
y el Partido Republicano Radical que se presentó como centrista resumiendo su
lema con las palabras de “República, orden, libertad, justicia social y
amnistía”. Constituyó candidaturas junto con el Partido Republicano Liberal
Demócratas de Melquíades Álvarez y el Partido Republicano Progresista de Alcalá–Zamora
entonces presidente de la República. En aquellas circunscripciones en las que
se requirió una segunda vuelta, los lerrouxistas pactaron con la CEDA y los
agrarios. El PSOE rompió con los republicanos de izquierdas y se presentó
en solitario siguiendo a Largo Caballero y en contra de Indalecio Prieto y
Fernando de los Ríos. La CNT, por su parte, realizó una agresiva campaña a
favor de la abstención.
Las izquierdas republicanas, socialistas
incluidos, resultaron derrotados, entre otras cosas por el voto masivo de
6.800.000 mujeres que votaron por primera vez y lo hicieron contra las
izquierdas que tantas veces habían reivindicado su derecho al voto. Las derechas no republicanas obtuvieron 200
diputados de los que 115 eran de la CEDA, 30 agrarios, 20 tradicionalistas, 14
alfonsinos, 18 independientes y 2 “fascistas” (José Antonio Primo de Rivera y
el doctor Albiñana). Los partidos de centro derecha obtuvieron 170 diputados,
de los que 114 correspondían a la coalición lerrouxista, 11 eran del PNV, 24 de
la Lliga Regionalista catalana, 17 del Partido Republicano Conservador y 6 del
Partido Republicano Gallego. En cuanto a la izquierda a duras penas llegó a 100
diputados distribuidos entre 59 del PSOE, 17 de ERC, 3 de la Unión Socialista
de Cataluña, 5 de Acción Republicana, 4 federales y 3 del Partido Republicano
Radical Socialista Independiente.
Era evidente que se había producido un vuelco
espectacular respecto a las constituyentes y que la atomización del parlamento
haría difícil que se pudieran forjar coaliciones estables que garantizaran la
gobernabilidad del país. El cambio masivo de voto y su fragmentación
demostraban que la república distaba mucho de estar consolidada. Pero el elemento más significativo era el impresionante
ascenso de la derecha “accidentalista”, especialmente porque en ningún momento
había manifestado su lealtad, ni su aceptación de la república. La derrota
de las izquierdas fue clara y rotunda. Los lerrouxistas se hicieron dueños
del centro político. En cuanto a la campaña abstencionista de la CNT, es
evidente que tuvo algo que ver con la derrota de la izquierda.
En estas condiciones, era evidente que con el
triunfo de los “partidos de orden”, el nuevo partido, Falange Española, no
tenía mucho sentido. En toda Europa, los fascismos avanzaban solamente cuando
existía un riesgo de que el Estado no pudiera contener la subversión procedente
de las izquierdas y existía una amenaza real del bolchevismo. Si este estaba ausente, era evidente que
partidos que se identificaban con ese sector político carecerían, sino de razón
para existir, si al menos de excusa para interesar a grandes masas populares.
No es raro, por tanto, que, a partir de ese momento, el escenario
preferencial y casi único de actividad del nuevo partido, fuera la Universidad.
En los centros de estudios, después de la primera euforia por la proclamación
de la República, a partir de mediados del curso 1932–33, las organizaciones
estudiantiles de izquierdas, con la Federación Universitaria Escolar (1) (FUE)
en pérdida de vigor. Especialmente activos antes de la aparición de los
falangistas, fueron los estudiantes católicos de la AEC en Valladolid,
Salamanca y Zaragoza, y los tradicionalistas de la AET, también los jonsistas
empezaron a crecer en las aulas a partir de ese momento (2). A partir del curso siguiente empezaría
la verdadera batalla para los falangistas en la universidad.
A pesar de que estando el poder en manos de
“partidos de orden”, los falangistas no dudaron en constituir una organización
paramilitar desde los primeros momentos. La inmensa mayoría de sus miembros
fueron estudiantes, pero la organización estuvo en manos de conocidos
monárquicos: Luis Arredondo
Acuña (comandante de infantería), Ricardo Rada Peral (teniente coronel) y Román
Ayza (coronel retirado de Estad Mayor), cada uno de los cuales se hizo cargo de
una de las tres zonas en las que había sido dividido Madrid. Los tres eran
monárquicos alfonsinos, retirados de la milicia activa por la Ley Azaña. No
eran los únicos militares de estas características que se habían afiliado al
partido. Otros muchos primeros afiliados eran también alfonsinos activos y
algunos de ellos militares: Rodríguez Tarduchy, Emilio Alvargonzález, el
doctor Manuel Groizard, Alfonso Zayas, José Luna, y Julio Ruiz de Alda (3).
A poco de ser constituido el embrión de las
milicias se demostró que cualquier operación de propaganda e incluso la más
mínima distribución del semanario FE
iba a ser una “operación de guerra”. A finales de 1934, cuando se distribuyó en diciembre el primer número del
semanario se produjeron violentísimos incidentes en Cuatro Caminos y en la
Puerta del Sol. Los voceadores de la revista fueron estudiantes del SEU
protegidos por escuadradas de protección. José Antonio estaba allí presente
también (4). No tardarían en producirse los primeros muertos. El 2 de enero de
1934, repartiendo todavía el número 1 de la revista se produjeron algunos
incidentes que propiciaron un registro en la sede de Falange, clausurando el
local de Eduardo Dato. El día 8, se reprodujeron los incidentes al salir el
número 2 de FE. El 11, Francisco de
Paula Sampol, fue asesinado después de comprar un ejemplar de la revista (5).
En 1934, la FUE perdió el control de la
universidad y los grupos estudiantiles anticomunistas (SEU, AET y FEC)
tendieron a actuar solidariamente. En Zaragoza se produjeron disturbios universitarios en operaciones de
propaganda en las aulas falleciendo el estudiante Manuel Baselga de Yarza (6). Como
represalia por este crimen, Narciso Perales dirigió a los estudiantes del SEU a
un asalto contra el local de la FUE (7).
El rector de la Universidad de Zaragoza había
clausurado los locales de la FUE de madrugada del 24. En represalia, la FUE
decretó 48 horas de huelga general en todas las universidades. Resultaron
apaleados varios estudiantes del SEU de medicina y a algún profesor que se
resistía a abandonar las clases. Por la tarde del 24 de enero en el
domicilio de Ruiz de Alda, se reunieron representantes del SEU y de la AET
(Agrupación de Estudiantes Tradicionalistas, afectos al carlismo, no se olvide)
para planear el asalto al local de la Asociación Profesional de Estudiantes de
Medicina, rama de la FUE en la Facultad de San Carlos que, efectivamente,
tuvo lugar al día siguiente (8). En esos mismos días el diario Luz publicó unas Instrucciones para la
Primera Línea, al parecer redactadas por el comandante Arredondo, sin duda por
la fuga de información de algún mercenario infiltrado en la milicia falangista.
Se trataba solamente de fragmentos que unos días después el diario del PSOE, El Socialista, publicaría íntegramente:
su texto se había encontrado en el cuerpo de Matías Montero, el primer
dirigente relevante del SEU asesinado (9). Al funeral por Matías Montero
asistieron relevantes personalidades monárquicas: el Conde de Rodezno por
los carlistas, Goicoechea por los alfonsinos d Renovación Española e incluso
algunos militantes de las Juventudes de Acción Popular. A partir de ese
momento, Falange Española se vio envuelta en una espiral de represalias de la
que ya no le sería posible salir hasta la sublevación cívico–militar de julio
de 1936 y que explica, por sí misma, el elevado martirologio falangista.
Hasta ese momento, José Antonio se había negado a
realizar el “ojo por ojo” después de cada asesinato. Hasta ese momento, en
el entorno de José Antonio imperaba un sentido mucho más idealizado de la
política hasta el punto de que hay que pensar, por varios testimonios, que
anímicamente José Antonio no estaba preparado para soportar este aluvión de
muertos y el que, a su vez, sus subordinados le pidieran (y sus financiadores
le exigieran) represalias sistemáticas. Álvaro Alcalá Galiano, marqués de
Castel Bravo y Conde del Real Aprecio, pidió desde las columnas de ABC “algo más que la “enérgica
protesta” de rigor en los periódicos, unas represalias inmediatas. Y nada… por
eso mucha gente empieza ya a considerarlo más bien como una forma de
vanguardismo literario, sin riesgo alguno para sus adversarios ni peligro para
las instituciones” (10).
Antes de seguir, vale la pena situar a Álvaro
Alcalá Galiano. Se trataba de uno de los más próximos colaboradores de
Alfonso XIII del que había sido Mayordomo de semana y Maestrante de la Real de
Zaragoza. Destacó como artista y, además de asiduo colaborador de ABC, organizó
exposiciones en toda España y fue presidente de la Asociación de Pintores y
Escultores Españoles. Se familiarizó especialmente con pintura francesa y
destacó como uno de los mejores paisajistas y muralistas de la primera mitad de
siglo. Fue uno de los fundadores de la revista Acción Española y
resultó asesinado en Paracuellos del Jarama siete días después del fusilamiento
de José Antonio. Así pues, se trataba de un peso pesado de la causa
monárquica que afeaba a José Antonio, públicamente la falta de iniciativa (de “vindicta”)
ante los asesinatos.
José Antonio replicó al día siguiente en el que
se reiteraba la “combatividad” falangista, pero se añadía que “entre los
adversarios hay que incluir a los que, fingiendo acuciosos afecto, apremian
para que tome las iniciativas que a ellos les parecen mejores” (11). El ABC añadía un comentario favorable a
Falange y a su negativa a sistematizar las represalias, pero al mismo tiempo
sostenían que no era la intención de Alcalá Galiano estimular la violencia
entre las partes. Lo cierto es el día antes Alcalá Galiano ya había negado que
existiera menosprecio en lo que había desencadenado la polémica, pero reiteraba
su “asombro” por la “indefensión en que Falange Española deja a
sus militantes”. Se refería en esta ocasión al asesinato de Matías
Montero como “vergonzoso y cobarde” y sentenciaba que “un fascismo
teórico, sin violencia como medio táctico, será lo que se quiera, pero no es
fascismo” (12).
En el origen de la polémica estaba un artículo de Alcalá Galiano publicado en el mismo diario el 10 de febrero titulado La república de “oportunistas” (13) que no dejaba de ser un comentario a un trabajo de El Caballero Audaz titulado República de Monárquicos. Una vez entrado en materia, escribía Alcalá Galiano: “El órgano del partido, FE, se dejó de publicar después del primer número y al reanudarse parece una interesante exposición del ideario fascista y del Estado corporativo, pero en modo alguno un órgano de combate. ¿Puede llegar de ese modo a ser una realidad el fascismo en España? No; observa con razón el Caballero Audaz, porque sin milicias dispuestas a la defensiva y sin violencia el fascismo renuncia de antemano a los métodos que en otros países le dieron el triunfo”. En el mismo número, en la página 5, aparecía la noticia, con foto incluida, del asesinato de Matías Montero.
El asunto llegó a los tribunales y José Antonio
acusó a Alcalá Galiano de incitación al asesinato. Pero el asunto terminó
complicándose cuando Ernesto Giménez Caballero escribió un artículo en el
diario Informaciones (propiedad de
Juan March, alineado con los alfonsinos) titulado (14) “Ante la
temporada taurina. Se buscan cuadrillas”.
Giménez Caballero, en aquel momento, estaba en
Falange y la impresión que da la lectura del artículo es que conocía la
financiación que los alfonsinos daban a Falange Española, de ahí su alusión a
los que “pagan cuadrillas” y “permanecen en los tendidos”.
Lo cierto es que hay un antes y un después en la
historia de Falange a partir del asesinato de Matías Montero y de esta
polémica. A pesar de que José Antonio se resistiera a organizar represalias
sistemáticas, cada vez se veía más arrastrado por los partidarios de responder
a cada asesinato con “vindictas”. Lo significativo es que eran, precisamente,
los procedentes del sector alfonsino que figuraban en el partido, quienes
parecían más interesados en abordar las represalias más contundentes.
José Antonio sabía que, por ahí podía perder el control del partido. No se trataba de un pequeño grupo de presión en el interior del partido, sino que englobaba lo esencial de la militancia en aquellos primeros pasos. La polémica con Alcalá Galiano tenía importancia en la medida en que podía llegar un momento en el que los alfonsinos considerasen que Falange Española no tenía suficiente agresividad y demostrase que su “inversión” no era políticamente rentable. El otro riesgo es que, la indiscreción de Giménez Caballero –y las sospechas que ya por entonces tenías las izquierdas para las que el fascismo era “el brazo armado de la reacción”– podían dar la impresión a la opinión público de que Falange Española, al estar compuesta en buena parte por dirigentes, cuadros y bases procedentes del alfonsinismo, se nutría económicamente de estos, siendo nada más que una correa de transmisión de los sectores monárquicos más radicales. De ahí la importancia de la polémica con Alcalá Galiano.
Los nombres de los monárquicos en ese momento
dentro de Falange Española era especialmente el círculo que se movía en
torno a Julio Ruiz de Alda. Hombre sin muchas complicaciones
ideológicas, héroe del Plus Ultra que
había recorrido en ese avión junto con Ramón Franco los 10.000 km que median
entre Palos de la Frontera y Buenos Aires, era otro alfonsino galardonado por
el rey con el título de Gentilhombre de cámara. Como presidente de la
Federación Internacional Aeronáutica, recibió de manos de Mussolini la
Encomienda de San Gregorio Magno. A partir de ese momento, conjugó sus
lealtades monárquicas con una admiración creciente hacia el fascismo. Ruiz de
Alda se hacía una imagen de “partido fascista” análoga a la que aludía Alcalá
Galiano (y seguramente a la que tenían todos los monárquicos y no pocos
falangistas de la época): sería un movimiento de “lucha callejera”. El problema
era que las derechas estaban en el poder y que disponían de todos los recursos
del Estado para mantener el orden sin necesidad del concurso de milicias
falangistas. De ahí que los acuerdos suscritos con los monárquicos en agosto de
1933 debieran renegociarse y también, a causa de la doble tenaza entre la
presión de los que mantenían económicamente el partido en ese momento
(alfonsinos todos) y de la presión de las izquierdas, José Antonio, a quien
algunos llamaban ya “Juan Simón el enterrador” y a su partido “Funeraria
Española”, diera vía libre a las “vindictas” después del asesinato de Juan
Cuellar. David Jato lo narra así:
“El domingo siguiente a la concentración de Carabanchel, el 10 de junio, moría asesinado en El Pardo el estudiante Juan Cuéllar. Se había planeado que dos centurias hicieran acto de presencia en las reuniones de los «chibirís». Juan Cuéllar, con otros dos de su escuadra, en las primeras horas de la mañana, se dedicó a localizar y observar los grupos socialistas de los alrededores de la Playa de Madrid.
Uno de ellos les preguntó:
—Y vosotros, ¿cómo no cantáis la Internacional?
—Porque no queremos —contestó Cuéllar.
—–¿Sois cenetistas?
—No, somos la Falange.
Inmediatamente fueron atacados por una partida números; mientras trataron de pedir auxilio a otros camaradas, Cuéllar fue asesinado a navajazos; cerca, otro del S. E. U., José Costas, hijo único, huérfano de padre, que se hacía ingeniero industrial mientras trabajaba en el Banco Hipotecario, herido, presenció impotente cómo se profanaba el cadáver de su camarada y amigo íntimo. Juanita Rico, de la Juventud Socialista, llegó a orinar encima de la víctima. Tarde para evitarlo, llegaron otros estudiantes: Miguel Primo de Rivera, primo de José Antonio; Guillermo Aznar, Escartín, Palao, Allánegui; la presencia de la Guardia Civil terminó la pelea, en la que resultó herido Allánegui. El padre de Cuéllar, agente de Policía, apenas pudo reconocer el rostro, pisoteado, de su hijo; a su madre se la evitó ver el cadáver en el Depósito Judicial.
José Antonio no pudo mantener su actitud de no responder con violencia al asesinato. Poco antes había escrito en F. E.: «Una represalia puede ser lo que desencadene en un momento dado, sobre todo un pueblo, una serie inacabable de represalias y contragolpes. Antes de lanzar así sobre un pueblo el estado de guerra civil, deben los que tienen la responsabilidad del mando medir hasta dónde se puede sufrir y desde cuándo empieza a tener la cólera todas las excusas.» Un sector encabezado por el monárquico Ansaldo instaba al jefe de la Falange para que tomara decisiones enérgicas. Era cierto que se respiraba un ambiente de guerra civil y bien pronto lo probó la sesión del Congreso del 4 de julio, en la que relucieron numerosas pistolas en manos de los diputados. La Falange hubiera perdido su moral de quedar la triste jornada de El Pardo sin una adecuada réplica. Más tarde, José Antonio contaría a Francisco Bravo: «Mis escrúpulos morales y religiosos fueron también tiroteados por los pistoleros en una larga lucha interior».
Ansaldo dio la orden para una inmediata represalia (15).
Cuando eso ocurría, los jonsistas ya se habían
integrado en Falange (15 de febrero de 1934, coincidiendo con el asesinato
de Matías Montero) y había tenido lugar la primera “concentración de
milicias” en Carabanchel (de la que se han dado distintas cifras, pero todo
induce a pensar que no fueron menos de 600 ni más de 2000 los allí
concentrados, lo que da muestras de la debilidad del partido, celebrada el 3 de
junio de 1934). La fusión se había acelerado a instancias de los alfonsinos.
Estos, como hemos confirmado gracias al testimonio de Ansaldo, venían
subvencionando a ambas organizaciones. Pero en el momento en el que las
derechas ganaron las elecciones de noviembre de 1933, fueron los primeros en
darse cuenta de que ni “los fascistas” (Falange Española), ni los “jonsistas”,
podían aportar mucho a la nueva situación. A esto se añadió la polémica sobre
la “falta de combatividad” de las huestes de José Antonio. Los
alfonsinos, durante un tiempo, creían que podrían participar en un gobierno de
coalición de derechas junto a la CEDA y esto hizo que su interés por ambos
grupos disminuyera.
No hay constancia de que en ese período los
alfonsinos dieran algún apoyo a los jonsistas, más allá del dinero que utilizaron
para lanzar la revista teórica JONS. En
los meses previos a la fusión con las JONS, Falange siguió recibiendo las
10.000 pesetas mensuales. Existían diferencias entre ambas
organizaciones: en la primera generación de falangistas existía una abundancia de
militantes, cuadros y dirigentes procedentes de las filas monárquicas (17),
mientras que en las JONS, la composición sociológica era completamente
diferente.
Lo cierto es que la fusión entre ambas
formaciones arranca de la reunión que tuvo lugar en San Sebastián en agosto de
1933 entre el grupo alfonsino (representado por Ramos y Areilza) quienes
convocaron a Primo de Rivera, Ruiz de Alda, García Valdecasas y Ramiro Ledesma
a una reunión. Sea cual sea la importancia que tuvieron los alfonsinos en
la aproximación entre Falange y las JONS, lo cierto es que la reunión se
realizó a sus instancias y, por otra parte, si Ledesma fue llevado a sentarse
en la misma mesa con José Antonio (del que le separaba el que en ese momento no
aspirase a nada más que a formar una copia del fascismo italiano sin esfuerzos
por “nacionalizarlo”) fue precisamente porque el cierre del grifo que había
interrumpido el flujo de fondos a las JONS era el mejor método para presionar
en dirección a un acercamiento a Falange: o fusión o asfixia económica. Optaron
por la fusión. La nueva situación política creada con el resultado de las
elecciones de noviembre, hizo lo demás.
El tiempo que media entre la reunión de agosto en
San Sebastián (agosto 1933) y la fusión efectiva (febrero 1934) es el tiempo en
el que se produce de manera trepidante un cambio de perspectiva: los alfonsinos
que miraban hacia la resistencia armada y el golpismo y, por tanto, precisaban,
fuerza activista, miran ahora de llegar a un acuerdo con la CEDA en el poder. Su
interés por “los fascistas” y “los jonsistas”, disminuye. La falta de combatividad de Falange, les crea
dudas sobre si la “inversión” que han realizado, tiene un rendimiento
aceptable. Pero la presión de la izquierda obliga a José Antonio, finalmente, a
decidir devolver golpe por golpe. Pero quienes han constituido lo esencial de
la milicia en ese momento son… los monárquicos alfonsinos que alberga dentro
del partido. Se próxima el momento en el que la influencia de los monárquicos
dentro de Falange alcanza sus más altas cotas.
(1) En la actualidad no existen
monografías accesibles dedicadas a la historia y orientaciones de la FUE. Puede
leerse, sin embargo, La España de Primo
de Rivera. La modernización autoritaria 1923-1930, Eduardo González
Calleja, Alianza Editorial, Madrid 2005, págs. 89-95. El libro de David Jato (op. cit.) a pesar de ser una historia
del SEU aporta muchos y muy interesantes datos sobre la situación de la
universidad durante la Segunda República y las luchas entre facciones
estudiantiles.
(2) Cf. David Jato, op.
cit., págs. 46-56.
(3) E. González Calleja, op. cit.,
pág. 207.
(4) En el número 2 de la revista, apareció un artículo, sin duda
escrito por el propio José Antonio en el que explicaba las vicisitudes de
aquella primera edición de la revista: Cómo
hizo FE su primera aparición, Madrid, 11 de enero de 1934, nº 2, pág. 6-7.
Una parte del artículo alude a cómo fue el reparto en la calle: “Nuestros muchachos de la Falange están en la calle
disciplinadamente desde primera hora para proteger la venta de «F. E.». Los
socialistas también han prohibido que el periódico se venda. Ellos y los
comunistas han anunciado que impedirán la venta airadamente. No llegará la
sangre al río. Pero, previsores, los mozos que participan en el espíritu de
nuestra Falange están en la calle desde temprano. Se esperaba que saliera el
periódico a las once. Dan las once, las doce, las doce y media y el periódico
no sale. Nuestros muchachos dan prueba de la mejor disciplina: no se
impacientan, ni murmuran, ni desconfían de quienes les han dado las órdenes.
Comprenden que ha pasado algo fortuito. Y permanecen en sus puestos. A las once
y cinco minutos se ha presentado el nuevo número, sin los artículos
denunciados, al Gobierno civil. Manda la ley que entre la presentación y la
salida transcurran dos horas. A la una y cinco minutos, en punto, invade las
calles nuestro grito: ¡«F. E.»!, ¡«F. E.»! El público arrebata los ejemplares.
Sujetos sospechosos miran de soslayo a los vendedores. Pero la debilidad de los
vendedores va protegida por la fortaleza serena de nuestros muchachos. No
ocurre el menor incidente. La edición se agota en pocos minutos. El viernes,
por la noche, se vendió una segunda edición. Alcanzó su mayor éxito en Cuatro
Caminos. Mal día para los magnates del enchufe. ¡Ya verán en cuanto los trabajadores
nos conozcan y los conozcamos! En la Puerta del Sol unos grupos de jóvenes
comunistas, preparados desde mucho antes, se lanzaron sobre algunos voceadores.
Los muchachos de «F. E.» intervinieron de modo severo y resuelto. Los otros
abandonaron el campo, después de llevar su merecido. No hubo un ejemplar del
periódico quemado ni roto”.
(5) Sampol no era miembro de Falange y se le ha dado erróneamente también
como miembro del SEU. David Jato dice al respecto: “El día 11 de enero de 1934
caía herido por la espalda, en la calle de Alcalá, esquina a la de Sevilla, el
estudiante Francisco de Paula Sampol, cuando leía un ejemplar del segundo
número de F. E., que acababa de adquirir. No estaba afiliado al Movimiento,
pero a él pertenecía y en él moría. (…) De Sampol, que hacía posible sus
estudios trabajando como mecánico en la Telefónica, escribió F. E.: «La
muerte le ha traído a nuestras filas, haciendo barro rojo con su herida.» (op. cit., pág. 62-63)
(6) David Jato, siempre la mejor fuente para una
historia del SEU cuenta: “El 18 de enero uno de los más esforzados del
Sindicato de Zaragoza, Manuel Baselga, recibía de noche dos balazos disparados
por la espalda. Los estudiantes de Zaragoza reaccionaron vigorosamente, y ante
su actitud el rector clausuró los locales de la F. U. E., dejando en suspenso
la representación escolar. De esta forma el S. E. U. ganaba su primera huelga”
(op. cit., pág. 63).
(7) “En Sevilla
no quisieron ser ajenos al atentado de Baselga, y tres escuadras, mandadas por
Narciso Perales, Benjamín Pérez Blázquez y Rafael García Saro, asaltaron los
locales que la F. U. E. tenía en la Universidad y en el Instituto. «El
mobiliario quedó destruido y su prestigio hecho astillas, pues desde entonces
comenzó contraria influencia en la Universidad, y tras de escasos incidentes de
clausuras y tumultos, a principios de marzo ya estaba asegurado en ella el
absoluto imperio de la Falange» 86. Saro, uno de los asaltantes, había sido
precisamente el jefe del sector del bachillerato fueísta” (D. Jato, ídem.). Tiene gracia que Eduardo
González Calleja, obviamente historiador favorable a la izquierda, cuente esta
historia de manera inversa a cómo ocurrió dando la sensación de que primero fue
el ataque a de Perales a la FUE y, luego, en represalia, el asesinado del
seuista Baselga (ver, cómo explica las cosas en Contrarrevolucionarios… pág. 203. Hay que decir que su libro fue
financiado por el Ministerio de Educación durante el zapaterismo, tal como se
indica en la página 6 de la obra. Así se “investiga”…).
(8) Jato lo cuenta así: “Los
falangistas decidieron no dejar impune lo sucedido; incluso estaban ansiosos de
hacer una demostración de fuerza. En la casa de Julio Ruiz de Alda, que en los
primeros momentos vigiló la marcha del Sindicato, se preparó el asalto al
centro neurálgico de la F. U. E., el de Medicina. Se encargó de la dirección
Agustín Aznar, famoso en la Facultad por su enfrentamiento con Montes,
presidente de aquella F. U. E., y más aún por los golpes con que arrinconó a
Mascaró, un fenómeno del rugby, jefe de deportes de la Federación; Agustín era
campeón de Castilla de grecorromana. Se fijó el día 2 y se movilizaron las tres
centurias. Más que un secreto plan, se trataba de un público desafío, y los
contrarios se prepararon. Temerosos, cerraron las puertas de la Facultad.
Agustín entró solo por el hospital, pero antes de abrir el portalón de Atocha
para dar paso a los suyos necesitó empujar a un bedel y al catedrático señor
Covisa, que trataron de oponerse. Los fueístas se refugiaron en su local, en el
que penetró tumultuosamente un grupo de falangistas, entonces, parapetados tras
dos ventanillas de la oficina, abrieron fuego de pistola contra los asaltantes.
Los que no presenciaron aquello sólo podrán imaginárselo gracias a algunas
escenas de películas del Oeste americano. El herido más grave, de la F. U.E.,
tenía una herida en el cuello. Agustín Aznar recibió un tiro en la muñeca, y
por una especial circunstancia resultó leve. Su reloj estaba estropeado, y para
realizar el golpe con exactitud, su hermano Guillermo le dejó el suyo; era de
pulsera y sobre él recibió la bala. Después del asalto, alrededor de Agustín se creó una aureola
que le llevaría a la jefatura de todas las milicias falangistas. En San Carlos
participó Manolo Valdés y Víctor d'Ors, y también estudiantes tradicionalistas.
En lo sucesivo esta coincidencia en la acción con la A. E. T. sería frecuente.
El claustro condenó a Aznar a pérdida de carrera, y reconocido por el bedel y
Covisa, fue además procesado. Detuvieron también al estudiante de Medicina José
Miguel Guitarte, que días más tarde había de sustituir a Zaragoza en el
triunvirato central” (op. cit., pág.
63-64). Como anécdota complementaria a la nota 50 podemos añadir que en el
relato que hace González Calleja de este período elude decir que el asalto fue
una represalia por el apaleamiento de varios seuístas… (op. cit., pág. 204). En “compensación”, Jato no alude a las heridas
recibidas por el estudiante Antonio Larraga, ni da una versión sobre de quien
pudieron partir los disparos. Lo cierto es que afloraron armas de fuego y se
produjeron numerosos disparos por ambas partes, lo que indica la violencia de
los enfrentamientos.
(9) Cf. Gil Pecharromán, José Antonio
Primo de Rivera, retrato de un visionario, Temas de Hoy, Madrid 1996, págs.
240-241.
(11) ABC, miércoles, 14
de febrero de 1934, pág. 17.
(12) ABC, martes, 13 de
febrero de 1934, pág. 3.
(13) ABC, sábado, 10 de
febrero de 1934, pág. 3.
(14) Informaciones, 15 de febrero
de 1934, pág. 6.
(15) D. Jato, op. cit., pág. 79.
(16)
F. Bravo da la cifra de 3.000, añadiendo en el capítulo de su obra Una
concentración en Carabanchel: “También de por entonces fue un acto de
exhibición de la fuerza que iba adquiriendo la Organización. El día 3 del
citado mes, en un aeródromo de Carabanchel se celebró por sorpresa una
concentración, a la que asistieron unos tres mil camaradas de las milicias
falangistas. A una Empresa de autos que faltó a su compromiso y se negó a
transportar a otros cientos de falangistas se le incendiaron, en represalia y
aquel mismo día, dos autobuses, para que dejara de intimidarse por los rojos.
La Prensa de izquierdas se alarmó extraordinariamente ante el suceso. La
Dirección General de Seguridad multó con diez mil pesetas a los camaradas José
Antonio, Ruiz de Alda, Fernández Cuesta, Ledesma Ramos y Ansaldo. Por cierto
que estos últimos aparecían como en rebeldía en la notificación oficial de la
sanción. El diario de izquierda Luz
publicó una información sensacional de la concentración, a toda plana y con
fotografías. Contribuyó de esta manera a su éxito en todo el país. Y en la
misma decía este párrafo, indudablemente justo: "Al amparo de la frivolidad
o de la inhibición del Poder público, Falange Española de las J. O. N. S., que
después de la fusión ha sido nutrida por el espíritu revolucionario de los
jonsistas, está propagándose y reclutando adeptos, sobre todo entre los
jóvenes. Lo que ayer pudieron llevar a cabo hubiera parecido absolutamente
imposible hace muy pocos meses." (Francisco Bravo Martínez, Historia de
Falange Española de las JONS, Ediciones del Movimiento, Madrid 1940, pág. 49).
Cabe decir que las fotos y las informaciones de la concentración habían llegado
a la redacción de Luz gracias a una “fuga controlada de información” realizada
por Ramiro Ledesma quien, a través de Agripino Cormín, vendieron las fotos al
diario (Cf. Milicias Falangistas y
violencia política en la segunda república, Eduardo González Calleja,
artículo on line publicado en: http://www.sbhac.net/Republica/Introduccion/Conspira/Falangistas.htm)
David Jato, en cambio, prefiere hablar de un millar: “Para comprobar el grado
de organización de las Milicias madrileñas se acordó una concentración, pese a
estar declarado el «estado de alarma», que administraba mal que bien el
Gobierno presidido por Samper. Se fijó la fecha del domingo 3 de junio, y como
lugar de reunión, un campo de aviación situado en Carabanchel. Los preparativos
se llevaron a cabo con el mayor secreto. La noche del viernes, los jefes de
centuria recibieron la orden de tener dispuestas sus escuadras para la mañana
del domingo. El sábado, la sección de transporte dispuso el traslado por medio
de autobuses alquilados, tranvías y marchas a pie. Ese mismo día, los
escuadristas eran enterados sobre el medio de locomoción que habían de utilizar
y de qué lugar de la capital partirían. En la mañana del domingo, los enlaces
solamente conocían una dirección: carretera de Carabanchel. En ella, en un
punto determinado, los distintos grupos recibirían indicaciones precisas sobre
el traslado al campo de aviación designado. A última hora, una de las agencias
de transporte falló, perturbando el plan inicial. Lo importante, conocer el
estado de flexibilidad de las Milicias, lo probaban los mil camaradas que
formaron. Después de una arenga de José Antonio: «Sois pocos aún —dijo—, pero
ya más de los que acompañaron a Hernán Cortés en su epopeya mejicana.» Disuelta
la concentración por la Guardia Civil, se emprendió el regreso, desperdigados
en grupos. Rompiendo periódicos comunistas. Distribuyendo pasquines o pintando
letreros en tapias y paredes. Una de las centurias más afectadas por el fallo
de los autobuses fue la de Fanjul. Al regreso quemaron dos coches de la empresa
desertora. El éxito de la movilización puede estimarse por la respuesta dada a
varios periodistas curiosos que preguntaban en la Dirección General de
Seguridad, cuando ya las Milicias se dirigían de regreso a Madrid: «¿Creen
ustedes que si se hubiera llevado a cabo una concentración de esa naturaleza no
lo sabríamos a estas horas?». Por influencia directa de Ledesma Ramos, el
periódico republicano Luz, publicó
una aparatosa información en la que aludía a veintiocho centurias,
desgraciadamente inexistentes, con grandes titulares y fotografías que
sirvieron de magnífica propaganda” (op.
cit., pág. 209-210). La cifra menor la da Ansaldo (op. cit., pág. 75): de 500 a 800 falangistas.
(17) Así lo reconoce
Ximénez de Sandoval (op. cit., pág.205) cuando escribe: “Entre los primeros
falangistas había un grupo de muchachos caballerescos y valientes que deseaban
-como la distinguida señora de Bilbao- que José Antonio se declarase
monárquico. Su ideal hubiera sido que José Antonio se declarase monárquico y se
hubiese unido a Calvo Sotelo, recién llegado de París amnistiado y con ideas de
corporativismo y Estado fuerte, dentro del régimen monárquico.”