Alemania
debe sobrevivir
(por
Friedrich Bubenden)
Canción de guerra de Albert Leo Schlageter
Aunque al principio somos pocos,
quizás tú y yo y un par más de camaradas,
amplio es el camino y claro el objetivo
Adelante, paso a paso, valor y prosigamos.
Aunque al principio somos pocos,
sin duda lo conseguiremos.
Aunque al principio somos pocos,
quizás tú y yo y un par más de camaradas,
amplio es el camino y claro el objetivo
Adelante, paso a paso, valor y prosigamos.
Aunque al principio somos pocos,
sin duda lo conseguiremos.
En noviembre del año 1918 Alemania estaba rota en
pedazos; triste, caída, lánguida, de un
amarillo otoñal que se mezclaba con la amarga y a
la vez dulce fragancia de las hojas de otoño que caían; la
sombra de la desolación y de la muerte se extendió sobre todos los barcos de guerra y cubrió nuevamente
millones de cuerpos muertos en los cruces de los caminos; en los campos vacíos, sobre las montañas cubiertas de nubes, sobre las playas en las que las olas rompían atónitas, podían verse caras
de soldados todavía sofocadas por la batalla, con el aliento
cortado, los unos estremeciéndose en sus
hombros, los otros preguntando inquietos y profundamente alarmados: “¿Ha acabado?”. Sí, terminó.
Una guerra termina; una guerra mundial termina con un
estrépito final. Un gigantesco esqueleto emerge y
ríe inaudiblemente sobre victoriosos y vencidos.
¿Quién es el victorioso? En este momento en que incluso la misma tierra
permanece quieta, nadie lo sabe. Las leyes eternas y
elementales que gobiernan nuestro planeta
vuelven a ponerse en movimiento y la tierra gira una vez más. Cesa la petrificación. Alguien comienza a respirar; después otro y otro: Las manos se mueven también. La tierra
gira más y más de prisa, siempre sobre su
eje hasta alcanzar su velocidad habitual. Pero
sí, ahora los inteligentes han comprendido realmente. La sangre vuelve nuevamente a circular sobre sus
venas. Las chimeneas silenciosas y sin humo de
las minas de Lorena, en la frontera, apuntan hacia el cielo
como dedos índices en el aire, y un teniente, con su botonadura
descubierta y agitada por el viento, permanece sonriente en la
puerta de su cuartel. Los rifles descargados se apilan en la
estación de ferrocarril de Colonia. Sobre ellos
se halla arrojado un puñal, y tren tras tren los va recogiendo y alejándose por los raíles. Los hombres
van, poco a poco, llegando a sus casas desde
todos los sectores del frente. Un pequeño puñado de héroes
permanece aún en las olvidadas tierras de guerra, enraizados en
ellas, siempre incomprendidos. Ni siquiera saben que la tierra ha
vuelto nuevamente a girar. Entre ellos se encuentra Albert
Leo Schlageter.
El cobarde Consejo de soldados retrocedió delante de
sus ojos furiosos y llameantes, y mucho
más todavía delante de sus puños cerrados; los dejaron pasar. En
la Madre Patria los rojos se alzan victoriosos. La alegría, el ardor y el gusto
por la vida han reemplazado al choque paralizador. Los licores corren por los vasos. Y como los almacenes y graneros poco a poco se van llenando, se ha olvidado que la tierra ha estallado.
¡Vuelven los nuevos tiempos! ¡Los negocios
son como de costumbre! Existe un espíritu que va brazo con brazo y
que se pliega a todo lo que sea paz y quietud. Pero todavía queda
una persona. Firme como los estudiantes ante sus libros. Siempre
al frente y en la jefatura de los que le siguen. ¿Debe o no debe
vivir a Alemania? Bajo las capas llenas de colores en Friburgo
un hombre llora: es Albert Leo Schlageter.
De repente desaparece. Riga, la Riga alemana llama, su
batería lanza llamaradas sobre los estrechos puentes.
Riga es liberada (1). Entre aquellos que respiran libremente, uno de los más
felices, de los que más se regocijan, es Albert Leo
Schlageter, el jefe de la batería. Dicen que
Schlageter es mercenario. ¿Realmente lo es?
Las olas crecen en la Patria. Manos ansiosas se alzan buscando el oro, que fluye en forma de papel. Esto no es
nada. No hay que escucharlo. ¡Hay que vivir la
vida! ¡La paz es ante todo! ¡La paz de Versalles!
Solamente uno escucha: Albert Leo Schlageter. El
escucha el rugido subterráneo de las montañas del Ruhr. Los
salvajes miserables y seducidos por los rojos se levantan. Los burgueses solamente tiemblan. Ni siquiera ven la máscara amarilla
de Moscú. Nuevamente Schlageter lucha impetuosamente con su batería hasta aplastar a los rojos.
Los burgueses fácilmente se adaptan a la situación:
¡No es tan mala!
¿Dónde está la jefatura? ¡Aquí! —dice Schlageter— ¡En el cuerpo de oficiales libres, en Silesia! Los
comerciantes y los usureros gritan: ¡Fuera con el cuerpo libre de oficiales que
nos han liberado! ¡La guerra ha
terminado! ¡Que nos dejen en paz y tranquilos!
¡Seamos civilizados!
En la retaguardia sonríen los marxistas, los comunistas, los judíos y un gobierno del Reich contemporizador.
Pero existe un hombre que no sonríe. ¿Se debe
descansar? ¡No Alemania llama de nuevo! Sí; he
aquí su llamada, pero sólo para aquellos que la escuchan. Y
ésos deben seguirla. Han de mantenerse escondidos, tanto de
la policía como de los burgueses. Moviéndose cuidadosamente de
aquí para allá. Entre ellos está él. Aquí están sus ojos, sus oídos, aquí sus
soldados desconocidos, a quien sólo conocen unos pocos. Aquí incluso sin haber sido llamado se encuentra él; siempre está aquí.
Bajo la tierra, oculto y cerca de la capital del Reich, pero nunca atrás,
Schlageter se dedica completamente a su misión y sus hombres.
Pero el destino de Alemania llama nuevamente a Albert Leo Schlageter a otra tarea. Entre el Rin y el Ruhr se ha
roto nuevamente el fuego. De acuerdo con el
tratado de compromiso el cobarde enemigo (2) puede invadir,
asaltar, matar, torturar y violar a los hijos y
a las hijas de los alemanes. Se silencia la guerra en el territorio del Ruhr. Albert Leo Schlageter está
nuevamente en pie cuando Alemania le llama. No
sabe que es su última llamada en vida y la última vez que
Alemania le demande su sacrificio. La guerra se hace más intensa y
sórdida, acrecentándose en secreto. De una
lucha abierta en campo de batalla se vuelve oscura, secreta, misteriosa, casi una defensa imposible. Pero
se lucha intensamente en todas partes.
Resuenan las explosiones y los ferrocarriles saltan
por los aires. Los puentes vuelan. El terror
permanece noche y día en las temblorosas rodillas del
«victorioso». Pero repentinamente aparece la traición
junto al heroísmo. Incomprensiblemente cae en prisión. Siempre existe alguien que ha de sufrir sobre la Tierra y que termina con la muerte. Dios le perdone, porque no sabe lo que
hace.
Nuevamente se eleva la cruz del Gólgota en un solitario lugar de Golzheim. Nuevamente un predestinado debe ofrecer
su vida, porque los demás le odian, porque
deben odiarle.
Una salva resuena en un pálido día, el 26 de mayo de
1923. Albert Leo Schlageter ha muerto.
¿Ha muerto en realidad? ¡No! Donde él ha muerto nace
todo nuevamente, como una primavera de vida. En torno
a ella su heroísmo. Él luchó en los
batallones de los héroes alemanes de después de la
guerra. A su lado con él, antes que él, mucho antes y mucho después, sus compañeros y camaradas lucharon
por el mismo premio: por Alemania... Este Albert Leo
Schlageter, que no tuvo descanso en vida, porque
vio a la nueva Alemania, ahora ha muerto, expande a su alrededor
su espíritu entre otros miles de nuevos hombres. ¿Quién fue
Albert Leo Schlageter? Cualquiera que lea estas simples cartas y
piense un poco en él, le conocerá. En verdad nadie podía haber escrito con más
sencillez. ¿Fue un creador de ilusiones, un
charlatán, un cantante de la libertad, un heraldo de la palabra, un
poeta? Este pequeño volumen de cartas dice ¡no!
Pero realmente este Albert Leo Schlageter no fue y no
es él mismo mucho más que sus cartas. Fue un verdadero
producto de su pueblo y de su Patria; y
esto es una gran cosa.
El no predicó el valor; él mismo fue la imagen del
valor. Pero como fue un hombre de acción y no de palabras, aceptó
el cáliz amargo por el destino de su Patria y
lo bebió hasta la última gota, permaneciendo en pie y consciente de su
fe en un destino alemán. Su conciencia de
alemán fue azotada por la lucha durante
toda su vida. Y hoy, en el silencio, una vez desaparecido el fragor de la lucha, todavía permanece con nosotros
su conciencia de alemán.
Siempre y constantemente estará entre nosotros
mientras exista la lucha entre Dios y el diablo, entre la luz y la
oscuridad. Solamente terminará con la
redención final del mundo.
Hasta entonces, nosotros, que nos llamamos alemanes y
que creemos en nuestra sangre, debemos perseverar en esta lucha incluso si nos cuesta la vida. Debemos hacerlo así,
como lo hizo Albert Leo Schlageter
por el honor de Alemania.
Si nos llega a faltar el valor y estamos en peligro, entonces el testamento que reflejan estas cartas nos llevará
nuevamente al sendero del heroísmo. Entonces la
conciencia alemana de estas páginas volverá a nosotros de nuevo.
NOTAS
1. Liberada del avance bolchevique. En 1920 se vieron obligados a reconocer la independencia de Letonia, con Riga como capital.
2. Francia y Bélgica.
NOTAS
1. Liberada del avance bolchevique. En 1920 se vieron obligados a reconocer la independencia de Letonia, con Riga como capital.
2. Francia y Bélgica.
(Del
epílogo a Deutschland muss leben: Gesammelte
Briefe von Albert Leo Schlageter, publicado
por Friedrich Bubenden [Berlín: Paul Steegemann Verlag, 1934], pp. 70-75, 77-78.)
El primer soldado
del III Reich
(por
Hanns Johst)
Augusto: No quieres
creerlo, papá, pero es éste el camino. La juventud no presta mucha atención
a los antiguos slogans que están pasados de
moda, la lucha de clases ha terminado.
Schneider: Bien.
¿Entonces en quién crees ahora?
A: En la comunidad del pueblo.
S: ¿Y en qué slogan? ¿Es esto un
slogan?
A: No; es una experiencia.
S: ¡Dios mío! nuestra lucha de
clases, nuestras huelgas, no eran una experiencia, ¿eh? ¿El socialismo, la
Internacional acaso eran fantasía?
A: Fueron necesarios, pero ya
pasaron; respecto al futuro, actualmente son sólo experiencias.
S: Así pues, en el futuro habrá tu
comunidad del pueblo. Por ahora dime cómo ves esto. Los
pobres, los ricos, los que tienen salud, las
clases elevadas, todos están contigo, ¿eh? Un país de maravilla.
A: Mira, papá, los altos y bajos,
los pobres y ricos, existen siempre. Es únicamente la
importancia que se da al asunto lo que lo hace
decisivo. Para nosotros la vida no se encierra solamente en las horas de trabajo, y se paga con billetes.
Creemos todavía en una humana existencia de conjunto. Ninguno
de nosotros mira el dinero como la cosa más
importante; deseamos servir. El
individuo es solamente un crepúsculo en el total de la sangre de su
pueblo.
S: Esto es romanticismo de adolescente. La redención del
pueblo a través de los mineros. Despierta, y vive
en la realidad. El mundo vive totalmente apartado de esta idea por ahora...
Dime, por ejemplo, ¿cuál es vuestra actitud y la de
vuestra comunidad hacia la resistencia pasiva?
A: Queremos cambiarla en un alzamiento, en un alzamiento nacional.
S: ¿Cambiarla en un alzamiento?
A: ¡Sí! Y a ti, como antiguo revolucionario, debo decirte
que la palabra alzamiento no es ya exacta. El mismo gobierno irá con nosotros o perecerá.
S: Estás hablando a un presidente
regional y te dice: el gobierno mandará al
infierno a ese alzamiento.
A: Yo solamente estoy hablando cariñosa y amablemente con
mi viejo padre.
S: Tu padre es un antiguo oficial del Estado que
considera la resistencia pasiva correcta y adecuada.
A: Y tu hijo es un revolucionario.
S: ¡Mi hijo es un patán que va a recibir una bofetada en
las orejas! ¡Ahora obedece!
A (retrocediendo y riéndose): Se ve
que como presidente regional todavía
manejas las cosas al estilo antiguo y de forma dictatorial. Esto está bien cuando se trata de
enseñar buenas maneras a los niños. Pero...
S: Pero... nosotros los viejos no somos tan estúpidos
como los jóvenes imaginan. Para ti Schlageter es el héroe nacional... para nosotros es simplemente un temporalismo.
Schlageter es un hombre muerto si no
obedece órdenes. Los gobiernos de Europa están de acuerdo en que debe exterminarse a hierro y fuego a los últimos aventureros y fanáticos que aún quedan.
¡Queremos la paz! Esto es lo que tengo que decirte, jovencito, y he
luchado cuatro años por Alemania, como lo
hago ahora y como lo haré en tanto
aliente mi respiración.
A: ¡No! Y debo decirte que no creo que una batalla pueda ganarse por el armamento, los lanzallamas o los
tanques. Nosotros los jóvenes, los que estamos al lado
de Schlageter, no estamos a su lado solamente porque fuera él el último soldado de la
guerra mundial, sino porque en realidad es
el primer soldado del Tercer Reich.
Telón