INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

lunes, 30 de marzo de 2020

LA GUERRA FRIA Y SU GUION (5ª parte) -> 3ª FASE DE LA GUERRA FRÍA: LA LUCHA POR LA ENERGÍA. 1974–1980



El final de la segunda fase de la Guerra Fría se produjo en el período comprendido entre 1972 y 1973, con la tensión polarizada en tres escenarios diferentes: Oriente Medio, China y la Europa del Sur.

En Oriente Medio tuvo lugar la cuarta guerra arabe–israelí, la llamada “Guerra del Yonkipur” que se saldó con una victoria israelí, acaso la más ajustada de todos estos choques. Pero lo peor vino después y tuvo un nombre: embargo petrolero.

El golpe de efecto que puso fin a esta segunda fase de la guerra fría vino de la mano del presidente de los EEUU que, en principio, era el campeón del anticomunismo. En efecto, los EEUU jamás habían reconocido al gobierno de la República Popular China, teniendo como único gobierno legítimo el de Taiwan. Sin embargo, en 1971 se produjo un imprevisto cambio de alianzas. El 12 de abril de 1971, el equipo de ping–pong norteamericano participó en una competición en la capital China. Era la primera vez que viajaban deportistas norteamericanos a Pekín desde 1949 cuando Mao–Tse–Dong llegó al poder. El episodio era demasiado significativo como para que pudiera hablarse de una mera anécdota en torno a un deporte minoritario en el que los chinos eran líderes mundiales. Se habló entonces de la “diplomacia del ping–pong”, porque, en efecto, a los analistas no se les escapaba que la actitud de Washington en relación a la República Popular China (en la que hasta poco antes el ultraizquierdismo de los Guardias Rojos, aparecía como hegemónico controlado la situación bajo el amparo del presidente Mao) estaba cambiando. En efecto, en febrero de 1972, el presidente Richard Nixon realizó una histórica visita a Pekín en el curso de la cual se entrevistó con Mao. Se había producido un vuelco en las alianzas que llegaba después de choques del ejército soviético con el chino en la frontera del Usuri, territorio reivindicado por ambos países.

Obviamente, el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Washington y Pekín, implicó un enfriamiento de las relaciones con la URSS y una ruptura total con Taiwan. La URSS, a partir de ese momento, se vería obligada a combatir en dos frentes en caso de guerra, con lo que sus posibilidades de victoria se reducían extraordinariamente. De hecho, los chinos fueron los grandes beneficiarios de esta nueva época: se deshacían de su rival histórico y se veían apoyados para contener a los soviéticos en los territorios que reivindicaban. Los soviéticos reaccionaron aumentando su nivel armamentístico nuclear y convencional y, al mismo tiempo, yugulando por completo a la oposición interior, alimentando, al mismo tiempo, conflictos en los lugares más distantes del planeta para reducir la solidez de las alianzas norteamericanas.


La Iberoamérica de los años 50–70 fue siempre proclive a los pronunciamientos y a los golpes de Estado. Esto se debía, fundamentalmente, a la debilidad de las burguesías locales que no habían cristalizado en partidos políticos lo suficientemente sólidos ni en tradiciones democráticas bien arraigadas. Salvo excepciones, los partidos políticos existentes en la mayor parte de Iberoamérica eran pequeños grupos de oligarcas, sin apenas base social.

Las dos fuerzas verdaderamente existentes (especialmente en los países andinos) eran las fuerzas armadas y los sindicatos. No era raro que unos se declararan frecuentemente en situación de rebeldía y “pronunciamiento” y que los otros se echaran al monte y alimentaran continuos focos guerrilleros. Pero sería erróneo y demasiado esquemático pensar que todos los golpes militares estaban promovidos por los EEUU y que todas las guerrillas eran castristas. De hecho, si se pone cuidado en examinar las cosas, se ve que hubo de todo: militares golpistas a cuenta de los EEUU y militares nacionalistas que “golpearon” pero sin que la CIA los instigara. Frecuentemente, los EEUU –incluso en la época Reagan– condenaban esos golpes y decretaban el bloqueo  económico. Ocurrió en Bolivia, en Argentina y en Chile. A mediados de los 80 ya habían desaparecido cualquier tentación golpista.

En realidad, las últimas guerrillas iberoamericanas (salvo la narcoguerrilla colombiana por razones muy diferentes) habían desaparecido incluso antes de que se produjera el colapso de la URSS y Cuba no pudiera enviar más apoyo. El mal recuerdo que dejó la experiencia guerrillera y los excesos en la represión, desincentivaron a partir de entonces cualquier iniciativa golpista y cualquier proyecto de revitalizar la guerrilla (solamente la guerrilla de Sendero Luminoso subsistió en la región peruana de Ayacucho, hasta finales de los 80, más como secta sanguinaria que como movimiento político). Iberoamérica, en tanto que teatro secundario de la Guerra Fría dejó de generar tensiones en los primeros años de la “era Reagan” y estuvo, casi completamente, alineada con los EEUU, hasta la aparición de los movimientos indigenistas y bolivarianos al filo del milenio.


Durante finales de los años 60, un oscuro oficial ruso, Sergéi Geórgievich Gorshkov, nacido en 1910 había ido ascendiendo. Era un experimentado oficial de marina graduado en la prestigiosa Escuela militar de Frunze en 1931 y que, con apenas un año de experiencia, fue nombrado por Stalin comandante de las unidades de superficie del Mar Negro. Se comportó heroicamente en la Segunda Guerra Mundial: dirigió una unidad de destructores y comandó el desembarco soviético en la península de Kerch en el Este de Crimea. Soportó bien las purgas de Stalin y mejor aún la desestalinización. Kruschev lo nombró en 1956 comandante en jefe de la Armada. Pero su hora estaba todavía por llegar. Gorshkov era un gran estratega y se planteó cómo la URSS podía ganar la Guerra Fría: estaba claro que hacía falta una fuerza nuclear que paralizara a la del adversario. Pero eso servía para mantener la estrategia de la “disuasión” global, no para vencer. Las fuerzas de tierra soviéticas habían demostrado su eficacia en la Segunda Guerra Mundial y no hubo nada nuevo en ese terreno durante la Guerra Fría: la URSS siguió produciendo blindados cada vez más pesados y siempre en cantidades masivas que, en caso de necesidad, harían valer su fuerza en las llanuras franco-alemanas. Sin embargo, tales unidades podían ser destruidas (o como mínimo contenidas) por los misiles y la poderosa aviación norteamericana destacada en Alemania. Además, de lo que se trataba era de no llegar a una guerra “caliente” en la que las dos partes perderían. Y Gorshkov elaboró una estrategia extremadamente lúcida.

En la Segunda Guerra Mundial estuvo claro que el gran problema con que se encontró Alemania fue la carencia de combustible. Los EEUU habían previsto desde la Primera Guerra Mundial el abastecimiento de petróleo en el Golfo Pérsico apoyando incondicionalmente a la dinastía de los Saud en Arabia Saudí. Además, tanto la URSS como los EEUU en aquel momento, producían petróleo suficiente para abastecer a su industria (los primeros por completo y los segundos ayudados por el petróleo saudí y el venezolano). Pero Europa, que era la pieza que, finalmente, se dirimía en la Guerra Fría, no disponía de tales ventajas. Todos los países europeos eran deficitarios en materia de crudo. Todos dependían del petróleo procedente del Golfo Pérsico. Para vencer, pues, bastaba con amenazar un corte en la “ruta del petróleo” que, desde los oleoductos que van a dar al Estrecho de Ormuz y de ahí al Golfo de Omán, recorren luego el Mar Arábigo, bordean la costa de África desde Somalia hasta Sudáfrica, pasando frente a las costas de Mozambique y Madagascar, hasta el Cabo de buena Esperanza y luego remontan el Atlántico Sur, pasando frente a Angola, para adentrarse en el Golfo de Guinea y bordear el damero africano del Oeste (Costa de Marfil, Liberia, Sierra Leona, Guinea Conakry y Guinea Bissau, Senegal, Gambia), hasta llegar a las costas del Shaël, con las islas de Cabo Verde a la espalda, llegando a Gibraltar o bien adentrándose en el Atlántico Norte hasta los puertos franceses y de la Gran Bretaña.


Tal era el cordón umbilical que después de la crisis de Suez y de la inestabilidad en Oriente Medio, había inducido a construir superpetroleros capaces de transportar en un solo viaje dos millones de barriles de crudo a bordo siguiendo esa ruta. Solamente el tránsito de estos navíos a lo largo de era “ruta” garantizaba que las fábricas de Europa Occidental y la propia civilización pudieran progresar…

Gorshkov entendió que no era necesario entrar en conflicto directo y “caliente” para vencer, sino que bastaba con que la URSS mejorara sus posiciones a lo largo de la “ruta del petróleo” para chantajear (o, en palabras, más correctas, “condicionar”) a los países occidentales. Ante la amenaza de que, por algún punto, se interrumpiera la “ruta del petróleo”, Europa Occidental no podía hacer otra cosa, simplemente, que capitular. Pero, para interrumpir esa ruta se precisaban dos condiciones: de un lado, una flota de altura capaz de intervenir en los teatros más alejados, de otro, una serie de gobiernos amigos en los países próximos a la misma.

Leónid Brezhnev aceptó el plan e hizo algo más: lo implementó poniendo al frente de la renovación de la flota soviética al propio Gorshkov. El resto de la estrategia (con la creación de gobiernos amigos y bases militares, a menudo encubiertas como “factorías pesqueras”) corría a cargo del KGB. Y ambos trabajaron a buen ritmo.



Teniendo en cuenta este dato puede entenderse lo que ocurrió desde finales de los 60 hasta que se entró en la última fase de la Guerra Fría durante el reaganismo. Una de las palabras más repetidas en aquellos momentos fue “descolonización”. Y con la excusa de la descolonización, la URSS se aprestó a generar gobiernos amigos especialmente en las colonias portuguesas de África: no fue por casualidad, ni siquiera por afinidad ideológica, que apoyaran en esa época a movimientos antiportugueses en Angola, Mozambique o Guinea.

En Sudáfrica, el país era independiente pero estaba dirigido por una minoría blanca, así pues, allí la excusa sería la “lucha contra el apartheid” y el instrumento fue el Congreso Nacional Africano, como en las colonias portuguesas era el Partido para la Independencia de Guinea y Cabo Verde, el Movimiento Popular para la Liberación de Angola o en Frente de Liberación de Mozambique, todos ellos fieles a las orientaciones del KGB y, ayudados, directamente, además por asesores militares germano orientales y tropas cubanas.

En la zona del “Cuerno de África” (Somalia, Etiopía y Eritrea), países que, con el Yemen, cierran el estrecho de Bad el–Mandeb que comunica el golfo de Adén con el mar Rojo y constituye el otro paso estratégico de la zona junto a Suez, aumentó la desestabilización a partir de mediados de los años 70. En 1974 se abolió la monarquía del Negus Haile Selasie en Etiopía y el país pasó a ser una “república popular”. En 1977 el teniente coronel Mengistu Haile Marian dio un golpe de Estado que alineó definitivamente el país con la URSS, pero al año siguiente, los somalíes invadieron su territorio y solamente la llegada de “fuerzas internacionalistas” reclutadas por Cuba logró contener la situación. Mengistu permaneció en el poder hasta 1989 cuando la URSS ya no estaba en condiciones de prestarle más apoyo. En cuanto a Somalia, tras la salida de los británicos, el país quedó en manos de un gobierno prosoviético que solamente dejó de serlo cuando se hizo evidente que la URSS apoyaba a su enemigo geopolítico, Etiopía. Desde entonces la zona vive en un estado de inseguridad permanente y de ausencia de cualquier cosa que se parezca a un Estado.


Otro tanto ocurrió en las costas del Shäel y en los países situados desde ahí hasta el golfo de Guinea. Un rosario de guerras civiles, golpes de Estado, e inestabilidad congénita se extendió por toda la zona: en Mauritania estallaron conflictos tribales a mediados de los 80 que alcanzaron su máximo auge en 1989 para luego remitir; en Senegal apareció un movimiento separatista en la región de Casamance que ha llevado a esa zona a la guerra civil con especial violencia en 1982; por lo demás, la unión proyectada con Gambia nunca se llevó a cabo. Guinea–Konakry estuvo dirigida por un régimen corrupto dirigido por Seku Touré hasta 1984, inicialmente marxista y luego un peón de la política francesa en África. Sierra Leona se vio arrasada por una guerra civil que se prolongó hasta 2002 y sumió al país en continuas hambrunas, epidemias y calamidades. Otro tanto ocurrió en Liberia. Costa de Marfil, por su parte, inició su guerra civil a finales de los 80 que se reavivó en varias ocasiones hasta 2010. En Ghana, Togo, Benin, Nigenia, Camerún, Guinea Ecuatorial y Congo, la situación no era muy diferente: satrapías dictatoriales corruptas situadas dentro de la órbita francesa durante la Guerra Fría. En estos países, a los soviéticos les fue fácil adquirir “factorías pesqueras” que, de hecho, eran base para buques espías.


En el Magreb, la URSS había encontrado un aliado en la Argelia descolonizada por Francia y que se orientó hacia el socialismo tímidamente durante el período de Ben Bella inmediatamente posterior a la independencia, y radicalmente cuando estuvo en manos de su sucesor, Houari Boumedian. Mientras Francia trataba por todos los medios de conservar su influencia en la región, colaborando estrechamente con la monarquía marroquí y con el gobierno tunecino, en Libia, el coronel Ghadafi llegó al poder en 1969, con ideas neutralistas y una curiosa mezcla de panarabismo e islamismo. Su intento de mantener hasta el final la equidistancia entre los EEUU, Francia y la URSS, le costó lo suficientemente caro: a diferencia del gobierno sirio que está siendo defendido a capa y espada por Rusia (en la medida en que siempre consideró a la URSS primero y a Rusia después, como aliado), Ghadafi fue abandonado a su suerte cuando Francia y EEUU, instigaron la guerra civil que terminó con el régimen en 2011.