Dios las crea y ellas se juntan. Ada Colau y Manuel Carmena,
ex alcaldesa de Madrid una y actual alcaldesa de Barcelona la otra, pertenecen
a dos generaciones de la izquierda (ni siquiera de la “izquierda radical”,
porque, a fin de cuentas, todas las variedades taxonómicas de la izquierda
comparten los mismos valores y, sobre todo, idénticos tópicos). Ante la situación
de pago forzoso de la segunda, la Colau la ha invitado a presentar el “pregón
de la Merced” en Barcelona, fiesta local de la ciudad. Pues bien, en ese pregón
de apenas tres folios, están contenido todos los elementos de identificación de
lo que podríamos llamar “la izquierda agónica”.
Los podemos desgranar uno a uno, hasta el punto de
considerar este “pregón” como un verdadero manifiesto -algo kitsch, desde
luego, pero manifiesto al fin y al cabo- de la “izquierda agónica”.
Nostalgia del pasado remoto y fe en futuro lejano.
Hoy, para ser de izquierda, hay que vivir dos momentos:
el pasado y la nostalgia de la “lucha antifranquista” y de las “luchas obreras
por las libertades” o bien un futuro remoto hecho de valores finalista (la
multiculturalidad, la tolerancia, el pacifismo y tal y tal). Lo que es
imprescindible para la izquierda, es huir del presente. Los últimos
mohicanos de la izquierda, se mueven mal en un presente que no deja de
desmentir todas y cada una de sus afirmaciones. Por eso hay cada día menos
intelectuales de izquierda y más viscerales que comparten esos criterios, por
eso, incluso abuelos que han votado siempre al PSOE o al PCE, lo hacen ahora
por opciones de la derecha. Están hartos de que sus propuestas choquen con la
realidad y, lo que es peor, tiendan a degradar la realidad.
De ahí que en el “pregón” de la Carmena se hable mucho del “antifranquismo”
y de cuando ella era joven y vivía en Barcelona y los grises aporreaban a los
obreros de la SEAT en huelga. ¡Qué tiempos aquellos! No es extraño que se
niegue a ver la realidad barcelonesa actual: la del “Welcome refugies”, en
donde no hay grises aporreando, sino moros apuñalando en los barrios y donde,
en lugar de clase obrera, hay parados y empresas deslocalizadas.
Para la izquierda agónica, lo fundamental es huir del
presente: ese presente que se ha construido a golpe de valores “progresistas” y
que cada vez más se muestra como inviable, siendo, a la postre, el impulso
inercial hacia el precipicio. La izquierda no puede comparar el ayer con el hoy
porque se percibe excesivamente esa degradación, así que prefiere hacerlo con
un remoto pasado (los años 60) y no con el presente, sino con un futuro
esplendoroso que será construido a golpe de valores “progresistas”, esos mismos
que ahora, visiblemente, están empobreciendo y generando cada vez más caos
social, económico, étnico y nacional.
El “pregón” de la Carmena era para las fiestas de la Merced,
patrona de Barcelona. Barcelona ha tenido otras patronas: Santa Eulalia, la
Santa Madrona, ahora la virgen de la Merced. Parece claro que se trata de una
figura ligada a la religión tradicional de nuestro pueblo. Se podrá ser
católico, agnóstico o ateo, pero deberá reconocerse que el sector mayoritario
del pueblo español ha sido hasta no hace mucho, católico, y que el catolicismo
está en el intríngulis de buena parte de nuestra historia. La Carmena, en tanto
que antigua marxista, debería ser atea, sin embargo, muestra una conmovedora fe
religiosa.
Dice en el “pregón”: “Con deleite, profundizo en esta
fiesta vuestra y de dónde viene. Ha
quedado ligada a la advocación de la virgen de la Mercè. A lo largo la historia
las advocaciones siempre han respondido a valores. Qué importante resulta ahora
esa advocación. Qué importante, me parece a mí, el valor del concepto de la
merced, que es el de la acogida, el de la compasión, el de la ayuda a quien más
lo necesita”.
Es significativo que introduzca estos elementos aquí, en la
parte religiosa de su discursito, confirmando lo que Spengler escribió ahora
hace 100 años: cuando la fe tradicional de un pueblo decae, no es sustituida
por un ciclo de objetividad y realismo, sino por simples supersticiones. Si
la Carmena tuviera ojos y viera, entendimiento y entendiera, se daría cuenta de
que esos valores de “acogida, compasión, ayuda”, el “Welcome refugies”, para ser
más claro, son, precisamente, los que han convertido Barcelona en un infierno.
Y es que, para la Carmena, la “religión de los derechos humanos”
se ha convertido en la fórmula religioso/supersticiosa de la modernidad. Y,
es curioso, porque el primer derecho humano -sin el cual todo los demás no
pueden ejercerse- el derecho a la seguridad, no está consignado en la “Santa homilía
de la ONU a los modernos” y, por tanto, fiel a esta fe, la Carmena tampoco tiene
nada que añadir.
El bonito mito de que hablando se entiende la gente
Hasta aquí, el “pregón” de la Carmena era kitsch, lo que se
dice, una historieta de una abuela miope que nunca ha debido ser la alegría de
la huerta, sino alguien perdido en sus mundos de fantasía ideal e intentando
que la realidad encajara a martillazos en su propio esquema. Al no conseguirlo,
simplemente, desfigura y se niega a reconocer la realidad, la niega. Pero, el
discurso en su segunda mitad se vuelve cursi hasta el deliquio. Véase, por
ejemplo, este párrafo:
Cuenta que en 2016 apareció en Madrid una pancarta blanca
que decía “Parlem” (hablemos, en catalán) y añade: “Parlem! Qué belleza de
este vuestro idioma, tan rico tan preciso, con una entonación, con una música
que a mi me parece un encaje de blonda tejido con los miles de hilos de
vuestras cuerdas vocales. Hablar, escuchar son verbos que describen la esencia
de la democracia. Esa democracia que nos trajo la libertad y que no podemos
dejar de mimar y cuidar. Cuidar la democracia como cuidamos a los nuestros a
nuestros amigos a nuestros quereres”.
Por ejemplo: ¿que el presidente de la gencat se niega a cumplir una orden de los tribunales? No pasa nada, hablemos. ¿Qué un grupo de tontorrones se caliente y cree que la independencia está a la vuelta de la esquina, que es posible y que tienen fuerza necesaria para obtenerla a despecho de las simetrías electorales y de la legislación vigente? Hablemos. ¿Qué un etarra ha matado a 45 personas, impulsado por la peña de amigos y porque carece de dos dedos de frente y está más próximo al psicópata que al ser humano? Hablemos y démosle una segunda oportunidad. Hablando se resuelve todo es lo que nos dice la Carmena: ya se sabe la retahíla, “tolerancia, diálogo, cultura del pacto, democracia, en definitiva”.
Por ejemplo: ¿que el presidente de la gencat se niega a cumplir una orden de los tribunales? No pasa nada, hablemos. ¿Qué un grupo de tontorrones se caliente y cree que la independencia está a la vuelta de la esquina, que es posible y que tienen fuerza necesaria para obtenerla a despecho de las simetrías electorales y de la legislación vigente? Hablemos. ¿Qué un etarra ha matado a 45 personas, impulsado por la peña de amigos y porque carece de dos dedos de frente y está más próximo al psicópata que al ser humano? Hablemos y démosle una segunda oportunidad. Hablando se resuelve todo es lo que nos dice la Carmena: ya se sabe la retahíla, “tolerancia, diálogo, cultura del pacto, democracia, en definitiva”.
Comparaciones selectivas: ayer oscuro futuro luminoso
La Carmena recordaba en una de las partes más cursilonas de
su discurso, lo mal que se vivía en la Barcelona de los 60. Dice que había chabolas.
Y las había. Más en los años 50, puede creerme. De hecho, las chabolas fueron
desapareciendo, poco a poco, entre los años 50 y 1975. En 1982 solamente quedaban
en el Carmelo. Dicho de otra manera: las chabolas fueron el resultado de las
migraciones interiores en la postguerra y el régimen franquista realizó un
esfuerzo supremo por que desaparecieran. Se crearon barrios enteros a velocidad
de vértigo y eso generó problemas que todavía duran en nuestro país: la fe en
que el ladrillo lo resuelve todo. Pero todo esto es demasiado evidente para que
puede ponerse en tela de juicio. Hay algo todavía peor.
Barcelona vuelve a ser una ciudad de barraquismo:
desde los trenes de cercanías se puede percibir. Y por lo demás, las “soluciones
habitacionales” propuestas por los socialistas ya en este milenio, han hecho
que el “barraquismo vertical” se enseñoreara de Barcelona con pisos de 30
metros cuadrados y habitaciones de 6 metros alquiladas entre 400 y 600 euros
según los barrios. Si se compara el precio de la vivienda durante el
franquismo con el nivel salarial y el precio actual, se ve perfectamente que entonces
la clase trabajadora tenía acceso a una vivienda digna y que hoy, simplemente,
la única posibilidad que se les da, es la de alejarse de las grandes ciudades.
Y la tonta del bote traída de Madrid por su homóloga local, la Nada Colau, nos
habla de la “belleza de los huertos urbanos”, de “capitales de la ecología
ciudadana” y de cursiladas ridículas que demuestran que debería graduarse de
nuevo la vista.
* *
*
Esto es el “programa de izquierdas” de Mauela Carmena:
negación de la realidad, religión de los derechos humanos, los mitos finalistas
del progresismo de siempre y, claro está, el “Welcome refugies”. No busquéis,
porque no hay nada más. En eso se ha quedado una izquierda que transita
detrás de los féretros de Marx y Engels, en las calles del cementerio de la
historia. La izquierda actual es uno de esos zombis que andan sueltos sin
enterarse de que están muertos y que solamente dejan de tambalearse cuando les
machacan la cabeza.
La izquierda progresista, como los independentistas
catalanes, siguen existiendo, a pesar de que su ciclo histórico hace mucho que
ha concluido, por una sola razón: detentan todavía las llaves de la caja y cuentan
con apoyos mediáticos. Eso es lo que le ha permitido a Nada Colau, traer a
Barcelona a Manuela Carmena a pronunciar su retahíla de cursiladas propias de
una abuela cebolleta progre. A nadie, por supuesto, le ha importado lo que
dijera: cuando hay fiesta mayor la gente lo que quiere es desmadre (disbauxa,
en catalán), no que le cuenten milongas. De ahí el papel de los medios:
reproducir la indigencia intelectual de la Carmena como muestra de solemne
declaración de principios…