Este país no es consciente de lo que se juega en las
próximas elecciones. Se diría que, a día de hoy, las convocatorias electorales
que van a decidir el futuro de nuestro país, solamente interesan a los
políticos, a efectos de situarse en las listas electorales que, sobre todo,
decidirán su futuro. Ni siquiera se registra una subida de tensión entre los
tertulianos de las distintas cadenas, ni mucho menos asistimos a una
profundización del debate político. Todos los “comunicadores” siguen
preocupados y comentando la “huelga feminista del 8 de marzo” que parece
haberse institucionalizado como si fuera una “fiesta de guardar”. La
irrelevancia de lo que se dirime este día satisface solamente a los “colectivos
GLTB”, es decir, a los que viven de subvenciones (que hoy cuantifica Libertad
Digital en 150 millones de euros a través de 16.000 subvenciones públicas) y a
las víctimas de la LOGSE que se creen todo eso de las “ideologías de género”, realmente ideologías para los que no pueden
tener doctrina.
El segundo punto de
interés que se lleva todos los comentarios es el “proceso al procés”, por mucho
que todos sepamos cómo va a acabar: penas moderadas que Instituciones
Penitenciarias de la Generalitat se encargará de acortar al máximo, pero que
dolerá a los acusados por las inhabilitaciones para ejercer cargos públicos y
las multas y costas que deberán afrontar y que pondrá en peligro todo su
patrimonio personal y los sueldos que puedan cobrar más allá de los límites mínimos
de subsistencia que reconoce la ley. ¿Les servirá de lección? ¿Se dan cuenta
los procesados? ¿Entienden el mensaje los dirigentes independentistas que están
fuera? Me temo que no, pero esta es otra historia.
El tercer tema que
polariza tertulias televisionarias y radiofónicas es sobre la composición de
las listas electorales. En el PSOE se está registrando una muy notable
pelea entre el aparato central, lo único que controla el sanchismo y los
barones regionales que no quieren intromisiones en sus territorios. Es el coste
de la “estructura federal” de la que tanto se jactan los socialistas. En Unidos
Podemos las cosas no van mucho mejor por dos factores: algunos de sus
dirigentes o son diputados o su techo laboral no pasa de ser reponedores de
super y, por otra parte, el previsible descalabro que acompañará a la “federación
de federaciones y colectivos”, deja poco optimismo a sus miembros. En
Ciudadanos se viven los primeros efectos larvados de la llegada de Manuel
Valls: la masonería empieza a situarse dentro del partido y, si bien, todavía
hoy, el PSOE sigue siendo la formación que agrupa a un mayor número de masones,
Ciudadanos ha empezado a polarizar a los más oportunistas. ¿Y el PP? Para el
partido de centro-derecha, estas elecciones serán, simplemente, la expiación a
la pasividad de los “años de Rajoy”.
Como suele ocurrir en
elecciones democráticas, los contenidos y los programas no interesan a nadie y nadie
puede reprochárselo ni a los electores, ni a la clase política. Los
primeros han sido decepcionados tantas veces que saben perfectamente que los
programas importan poco o nada; y en cuento a los segundos, no hay nada más
aburrido que un político explicando su programa cuando trasluce desinterés por
él y por cumplirlo. Oír hablar a un político en cualquier medio de
comunicación, induce a cambiar el canal o a modificar el dial.
En la comedia
electoral de lo que se trata es de que los candidatos resulten fotogénicos,
de golpear al adversario mediante fakes, maledicencias y rumores, de satisfacer
a la parroquia aplicando “medidas sociales” que se han aparcado hasta última
hora para implementarlas coincidiendo con los días previos al inicio de la
campaña y, finalmente, desempolvar el arsenal de tópicos utilizados por cada
parte: la izquierda el “progresismo”, el centro la “equidistancia” y la “moderación”,
la derecha “los valores y el liberalismo económico”. Y luego, claro está, en
última instancia, de lo que se trata es de que todos, absolutamente todos,
satisfagan el ego del electorado, les recuerden que son “el pueblo soberano”,
que “su voto es decisivo”, que “democracia es votar”… por mucho que la falta de capacidad crítica, el
desinterés por la política, el bajísimo nivel de debate político y la
abundancia de tópicos, hagan que del elector un personaje completamente
desinformado y vulnerable a las sugestiones y que, tal como se ha
demostrado reiteradamente, no sólo no
conoce la naturaleza de los problemas que le afectan directamente, sino que le
resulta imposible entender en un alto porcentaje las implicaciones de su voto.
Porque lo que está en juego en estas elecciones es:
- España EN EL precipicio a paso acelerado, de salir mayoritaria una alianza entre izquierdistas e independentistas (improbable).
- España HACIA el precipicio a paso de tortuga, si Ciudadanos sigue la deriva impuesta por Valls y se convierte en el aliado preferencial del PSOE (lo que es más que probable).
- España ANTE EL precipicio en situación de firmes, si el PP logra forzar un gobierno de centro-derecha (poco probable).
- España tratando de SALIR DEL precipicio, con la propuesta todavía inacaba de Vox.
¿Y después? Lo que
nos aguarda es la “vía italiana”. En estas elecciones es muy posible que la
derecha entienda que, a partir de ahora, si quiere ganar unas elecciones deberá
recurrir, no solamente a coaliciones post-electorales, sino especialmente
pre-electorales: lo que en Italia fue El
polo de la libertad (1996-2001) berlusconiano, frente a la opción de El Olivo (1996-2007) primero y luego de La Unión (1996-2001), formadas en torno
a Romano Prodi. Centro-derecha contra centro-izquierda. Todo sea para no
desaprovechar ningún voto y optimizar la ley d’Hont que va a pesar como una
losa especialmente en las candidaturas de la derecha en las próximas
elecciones.
Está claro que coaliciones de este tipo no eran posible en
2019, especialmente en estas elecciones que, en la práctica, además van a ser
una especie de “primarias de la derecha”: tanto PP como Vox quieren comprobar
cuáles son sus fuerzas reales… y ese va a ser justamente el problema que van a
tener en las pequeñas provincias con pocos escaños en juego y con una Ley d’Hont
que cada vez, en esta etapa en la que el “bipartidismo imperfecto” ha quedado
atrás, es más inadecuada para expresar la “voluntad nacional”. Precisamente por
eso, la “italianización” de la política española se producirá de manera
acelerada.
¿La gran paradoja? Qué
siendo estas elecciones trascendentales para el futuro de España, su efecto
será breve. Lo más probable es que, a la vista de las encuestas más serias
en este momento, tengamos una coalición “a la andaluza versión 1.0”, es decir
PSOE + Cs… ¿O por qué creéis que la masonería francesa ha enviado a Valls a
España? Simplemente para allanar el terreno. En otras palabras, hacia el
abismo, pero a paso moderado…