Hace unos días
temíamos los desmanes y las estupideces cotidianas del gobierno Sánchez. Ahora
lo que tememos son tres meses continuados de campaña electoral que van a elevar
a alto grado el riesgo de intoxicación política de nuestra sociedad. Como
se sabe el nivel de racionalidad en el debate político en nuestro país es
mínimo: los tertulianos no responde ni a la lógica, ni al sentido común, ni
siquiera a sus distintas posiciones políticas, sino a los roles para los que
han sido contratados y, lo que es peor, su bajo nivel, sus fakes, responden
igualmente a las orientaciones de las cadenas mediáticas que los contratan. ¿Libertad de expresión? Sí, el que esas
cadenas mediáticas ejercen entre sí y a despecho de la verdad. ¿Las encuestas
del CIS? El menos fiable de los termómetros políticos pagado con el dinero de
todo y cuyas previsiones, más que con escepticismo hay que considerarlas con
sentido del humor. ¿Los mítines? Reuniones de devotos aburridos en el que los
canales de televisión solamente muestran fragmentos de tales eventos, pero
nunca de los presentes, para evitar dar la sensación de que la clase política
hace décadas que ha dejado de interesar a la población. ¿Los programas?
Documentos hechos para fidelizar el voto de determinados grupos sociales y
encumbrar a una clase política que ha aprendido a hacer de la conquista del
voto un modus vivendi. Este ciclo electoral, comprimido en unas pocas
semanas.
> ¿Por qué se
convocan elecciones?
Los sociólogos al servicio de Sánchez, le han recomendado
que las elecciones generales tengan lugar antes que cualquier otra
convocatoria. Los motivos de este adelante son tres:
- 1) A medida que pasaba el tiempo, la popularidad del PSOE iba descendiendo y se asistía a una subida de Vox, lo que hacía en su conjunto que el electorado girase hacia la derecha. Así pues, la intención inicial de llegar al final de la legislatura, terminaba disminuyendo las posibilidades electorales de Sánchez. Después de las elecciones andaluzas, la formación del frente “trifálico”, hacía que, a medida que pasaba el tiempo, disminuyeran sus posibilidades.
- 2) Probablemente, si Sánchez hubiera demostrado alguna decisión a la hora de afrontar el “problema independentista”, hubiera recuperado los votos que le ha hecho perder su indecisión, pero estamos hablando de un individuo sin carácter, con unas ideas políticas esquemáticas, que le impedían ejercer autoridad en la cuestión catalana que, en el fondo, ni entendía, ni le interesaba. Pero al no poder satisfacer ni a los que dentro de su gobierno Frankenstein favorables al “diálogo”, ni a Borrell ni a los barones regionales partidarios de la mano dura, ha tenido que disolver las cámaras, para evitar tener que hacer un acto de autoridad.
- 3) En las elecciones generales, con una mayor participación, Sánchez calcula salir mejor librado que en las municipales y en las europeas, incluso si obtiene un buen resultado en las generales, puede mejorar algo su posición en las otras dos elecciones. Claro está que es un doble o nada: si en las generales, Sánchez no lograr una sólida posición, el hundimiento socialista puede ser histórico en las dos elecciones siguientes. El problema para Sánchez era que, esperar a convocar elecciones le suponía una merca creciente de votos.
> ¿Qué elecciones se convocan?
Se convocan elecciones generales para el 28 de abril y, cuatro
semanas después, el 26 de mayo las elecciones municipales (autonómicas en doce
comunidades) y europeas. El sentido común hubiera aconsejado realizar las tres elecciones
en un “gran domingo”, pero la lógica rige poco en política y quien las convoca
lo hace, de manera calculada, con la intención de vencer y porque cree tener
todos los ases en la manga, minimizando los daños que pudiera tener un
resultado adverso en alguna de ellas.
Ahora bien, los problemas a dirimir son muy distintos: en
las generales, el debate debería ser sobre los “grandes problemas nacionales”;
en las municipales un examen a los actuales ayuntamientos y ver si han
satisfecho las expectativas de los ciudadanos; en cuanto a las europeas, lo que
se dirime es cómo sacar a la UE de su parálisis actual y de la sensación de
haberse convertido en un lastre más que en una institución operativa. Pero todo
esto va a palidecer: en nuestro país, en el que el debate político está
escamoteado por partidos que ya no tienen hombres dispuestos a defender
programas, sino funcionarios a la caza de buenos beneficios personales, en el
fondo lo que se va a dirimir es, si se produce un giro del electorado hacia
posiciones populistas y euroescépticas, o sigue gobernando una mayoría “ultraprogresista”.
> ¿Qué pueden
reportar estas elecciones a nuestro país?
Puede ocurrir desde
lo menos malo hasta el desastre absoluto. Las encuestas demuestran que el
electorado ha castigado los años de corrupción del PP y su indecisión mientras
duró el gobierno Rajoy. A la derecha pepera le va a resultar completamente
imposible superar a los socialistas, especialmente, porque la novedad es que ya
no hay una derecha, sino un centro-derecha, una derecha-liberal y una derecha
populista y euroescéptica, en un momento en el que va resultar difícil
resucitar a Podemos y cuando los nacionalistas periféricos pueden perder votos,
pero no los suficientes como para desaparecer del parlamento de Madrid.
Y luego está el hecho de que, en el interior de Ciudadanos,
el oportunismo está presente de la manera más desaprensiva (y suicida). Inés
Arrimadas ya ha dicho que podían pactar con la derecha o con la izquierda,
porque para eso son “centristas”. Declaraciones como ésta, hacen pensar que
Ciudadanos puede mejorar en relación a 2016 y puede ser la llave para gobiernos
de coalición. Según las encuestas actuales, sería posible un gobierno de
coalición PSOE-Cs (inducido por el enviado de la masonería francesa en el
interior de Cs, Manuel Valls)… El problema es qué puede ocurrir si Cs
decepciona con su ambigüedad para anunciar pactos previos a las elecciones. Si
tenemos en cuenta que, en 2016, Cs atrajo el voto de protesta y el voto
antiindependentista, ahora, esta formación se enfrenta a un doble enemigo: un
PP que debe afirmar su perfil de derecha, invocando orden y autoridad, y un Vox
que va a recoger lo esencial de ese voto de protesta con mucha más comodidad -y
derechos- que Cs.
Puede ocurrir de todo: pero casi nada de lo que puede ocurrir es bueno. La mejor opción, por supuesto, sería que el electorado advirtiera que la inteligencia y el sentido común ya no están depositados en la sigla PSOE y que los meses del sanchismo han llevado solamente a un uso y abuso de tres temas: memoria histórica – inmigración masiva – ideología de género. Y que fuera de esta tríada, no hay nada ni serio, ni consistente en el PSOE, salvo una sigla que agrupa a ambiciosos sin escrúpulos y sin ideas, apoyada por el voto de izquierdas cerril de toda la vida. Pero, a pesar de que las encuestas del CIS sitúan el voto socialista visiblemente demasiado alto, lo cierto es que otras más realistas tampoco que se vaya a desplomar de aquí a las elecciones.
Descartada la mejor opción (la desintegración socialista) ¿qué
queda? Un gobierno de coalición Cs-PP
con el apoyo externo de Vox, es decir, la traslación a escala nacional del “pacto
andaluz”. Es una posibilidad, pero solo a condición de que las tensiones
internas en el interior de Cs no estallen hasta unas horas después de cerradas
las urnas (Valls propondrá un acuerdo con el PSOE) y solamente a condición de
que el frente “trifálico” tuviera mayoría (lo que, en estos momentos, no es
evidente que pueda ocurrir: para evitarlo, a fin de cuentas, es por lo que Sánchez
ha convocado elecciones.
> ¿La peor opción?
Una victoria relativa
del PSOE con unos votos nacionalistas decisivos para formar gobierno y que, por
supuesto, caerían siempre del lado socialista (en quienes los nacionalistas advierten
esa mezcla de debilidad, “comprensión” y condescendencia que nunca obtendrán del
“frente trifálico”. Cualquier cosa que sea la continuación de la presencia
socialista en el poder, ya sea apoyado por los votos nacionalistas o aupado por
Cs, puede ser considerada como igualmente negativa para la sociedad española que
ha tenido suficiente con el último año del gobierno Sánchez.
De todas formas, si Vox queda bien situado en las generales,
su posición mejorará con toda seguridad en las europeas. Y estas elecciones son decisivas para el futuro del continente. Lo
que nos darán estas elecciones celebradas a escala europea, son, o bien la irrupción
de, entre una cuarta y una quinta parte, del parlamento europeo decantada hacia
posiciones “populistas” y “euroescépticas”, con lo que habría concluido la
época de la inmigración masiva y de la UE=pieza europea de la globalización, o
bien un período histérico por parte del progresismo europeo que, ante las
resistencias crecientes, optará por abrir durante los cinco años siguiente las
puertas de Europa a la inmigración masiva en la esperanza de que el mapa
electoral europeo cambie para siempre con los recién llegados. Claro está que Vox -y no sólo este partido,
sino buena parte de las formaciones “euroescépticas”- debería madurar mucho su
opción en política exterior: no se trata de destruir la UE, sino de
reconstruirla sobre bases nuevas. La UE es poco, la no-UE es nada. Vale la
pena que no lo olviden porque somos muchos los que pensamos en estos términos.
Ahora bien, en las elecciones autonómicas los socialistas
corren el riesgo de perder todas las comunidades en las que están gobernando,
si se reproduce el “pacto andaluz”. Esta es la esperanza que queda para que Cs
desoiga las voces de Valls y de sus mandiles. En realidad, la lógica dice que,
si Cs opta por una política de pactos con el PSOE, iniciará su declive; pero si
lo hace con la derecha y logra imponer autoridad y energía en materia independentista,
desaparecido el problema, desaparecerá también Cs…
La volatilidad del
voto es hoy un nuevo factor político a tener en cuenta: hasta ahora, el
voto en la democracia española era algo cerril, los había que durante toda su
vida habían votado a la izquierda y otros que lo hacían a la derecha desde la
primera ocasión. Las fluctuaciones se producían no tanto por el trasvase de
votos de unas formaciones a otras como por las alteraciones en el número de los
que iban a votar o se abstenían. En las últimas elecciones en 2016 ya se notó
esta “volatilidad”: el electorado, convencido de que la clase política trabaja
solamente para sus intereses, opta, no por votar a favor de tal o cual opción,
sino en contra de la que más le ha decepcionado.
> ¿Qué riesgos afronta
nuestra comunidad nacional con estas elecciones?
Renovación o
desintegración. Renovación por la aparición de una fuerza política nueva que,
aun sin hacernos grandes esperanzas al estar todavía en sus primeros pasos,
supone un elemento nuevo en democracia: nunca hasta ahora había aparecido una
fuerza con empuje a la derecha de la derecha liberal.
Este es el elemento
verdaderamente nuevo del ciclo electoral de 2018: ver si, efectivamente, Vox es
un partido transversal y cristaliza como tal, o bien termina siendo una versión
“dura” del PP de siempre, en cuyo caso su papel no habrá sido otro que el de
dividir a la derecha, o más bien el de volver a los orígenes de la derecha de
tiempos de Fraga.
Lo contrario de la “renovación” es la “desintegración
nacional” y esta tiene un nombre, un rostro y una sigla: Partido Socialista
Obrero Español – Pedro Sánchez – PSOE.
¿Qué debemos tener
claro en todo este magma opaco y peligroso?
Sólo una idea:
establecer quién es el “enemigo principal” y quién el “enemigo segundario”: los
últimos meses han demostrado la peligrosidad de que las riendas del país estén
en manos de un partido socialista que ya no tiene nada de socialista y que no
es más que un amasijo de ideología de género, memoria histórica hemipléjica y la
última puerta abierta de Europa a la inmigración. Cualquier otro adversario
es secundario en relación a la peligrosidad mostrada por el PSOE de Sánchez que
es preciso arrinconar, y conseguir que desaparezca como ya ha desaparecido de
muchos países europeos (Italia) o se ha visto reducida a términos residuales
(Francia).
No sabemos lo que puede ocurrir en este ciclo electoral,
pero lo que sí debe quedar claro es la naturaleza de porqué el PSOE es el
enemigo principal y porqué cualquier otra opción podría ser considerada desde “enemigo
secundario” hasta “amigo ocasional” o simplemente “joven promesa”.
Claro está que si lo que se desea es acelerar la crisis y
que el régimen político español se hunda cuanto antes, parece claro que la
opción debe ser, por encima de cualquier otra, el PSOE. Sí, porque nuestro país
no soportaría a un Sánchez 2.0, esto es, a un ZP 3.0…
El camino a las elecciones (1 de 3)
El camino a las elecciones (2 de 3)
El camino a las elecciones (3 de 3)