INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

lunes, 4 de febrero de 2019

365 QUEJÍOS (262) – MONTSERRAT: EL CORAZÓN ESPIRITUAL DE CATALUÑA BAJO SOSPECHA


A partir de los años 60, decir “Montserrat”, implicaba evocar un centro de oposición antifranquista. Todo se debía a los tardíos devaneos del entonces abad Escarré con la oposición democrática. Lo triste es que Escarré fue franquista entre los franquistas e incluso llegó a aspirar a ser nombrado Abad del Valle de los Caídos. Al no conseguirlo, unido a la oposición interior de la abadía que le obligó a alejarse de Monserrat, le dio la pataleta y se hizo antifranquista, olvidando a los 23 monjes del monasterio asesinados durante la guerra civil, sin excusa, sin justificación y sin piedad, mientras Companys miraba a otro sitio y dejaba hacer a sus muchachos de la FAI. Mientras el nombre de Escarré corría de boca en boca de manera elogiosa en Europa, como una especie de líder de la oposición antifranquista en Cataluña, lo cierto es que, dentro del monasterio, había recabado antipatías por parte de la comunidad. Su forma de dirigir la comunidad era cuestionada por sus monjes que le conocían como “ull de bruixot”, ojo de brujo, por su ojo derecho más apagado.

Dom Aureli Maria Escarré fue un mito construido por el catalanismo político a efectos de obtener un mayor impacto mediático internacional en los años 60. En democracia se han publicado varios libros desmitificadores escritos por ex monjes, entre ellos por Narcís Xifrá Riera (L’Abat Escarré: história i mite) que lo conocieron perfectamente. Después de exponer anécdotas sin fin, Xifrá presenta a Escarré como inculto para el nivel de los benedictinos de Monserrat. Cuenta que no tenía idea de música, menos aún de latín y nada de griego. Sin embargo, era bueno conspirando para hacerse con el control de la abadía. En enero, al llegar las tropas nacionales a tomar control del monasterio presuntamente sin autoridad legítima constituida, Escarré exhibió un albarán por la compra de unos pollos en las que se intitulaba como “Prior”, mostrando su firma (se cuenta con detalle en infocatolica.com). En esa época fue más franquista que Franco. Tras una entrevista con el diario Le Monde en los años 60 se hizo pasar por antifranquista… cuando había expulsado previamente a algunos monjes, precisamente, de esa línea. Ya en la época, algunos monjes se quejaron al Vaticano del trato durísimo que les deparaba el abad. Hubo incidentes en el interior de la abadía, quejas y en 1965 se vio obligado a irse a Italia renunciando a su condición de Abad de Montserrat y muriendo tres años después en Barcelona. Quienes le obligaron a dimitir -se recuerda en Dolça Catalunya- no fue Franco o el Vaticano, sino los propios monjes de Montserrat. Esta web antiindependentista recuerda que “Escarré era rechazado por la comunidad monástica por sus excesos, autoritarismo, gastos suntuosos y abuso de poder, que le habían merecido una sanción del Vaticano”. Al parecer el 80% de los monjes querían, simplemente, que se fuera de allí.

A la vista del “fuste” de los mitos del nacionalismo catalán no puede extrañar que Escarré fuera incorporado como uno más: la prueba de que el “corazón espiritual de Cataluña” (como se conoce al monasterio de Monserrat) respondía como el que más a la llamada de la “tierra”. Fuera de la escuela historiográfica amamantada por la gencat, cuesta encontrar elogios, loas o alabanzas a favor de Escarré. Incluso en el documental de TV3 “Ciutadà Escarré” de Jordi Marcos, los testimonios favorables eran ambiguos o inseguros y la fuerza de las críticas cuestionaba la honestidad del abad, convertido en “oportunista”. Incluso su sucesor, Casiá Mª Just, le había reprochado sus actitudes.

Podría pensarse que, a partir de las elecciones autonómicas de 1980, ganadas por Jordi Pujol, uno de los que más se habían beneficiado del “mito Escarré” (fue Escarré el que habló al embajador de EEUU para que intercediera en favor de Jordi Pujol después de los sucesos del Palau en 1960), Monserrat reviviría un período áureo. En realidad, no fue así sino todo lo contrario: a pesar de que la coalición CiU jugara con el carácter “democristiano” del partido, lo cierto es que, durante los años de gobierno de Jordi Pujol, la idea de que existía un “corazón espiritual de Cataluña” y que estaba en Monserrat, se fue diluyendo. El mito monserratino se deshizo como un azucarillo y el monasterio quedó como un lugar turístico del interior. Pero, como las cosas siempre pueden empeorar, recientemente, la plataforma Netflix ha lanzado un documental, Examen de Conciencia, en el que se alude a abusos deshonestos realizados por un monje de Montserrat, Andreu Soler, un hombre próximo a la “familia real catalana” de los Pujol-Ferrusola. Eso no era lo peor: lo verdaderamente incomprensible es que los dos últimos abades de Montserrat encubrieron los hechos… la noticia no la difundió un blog sin padre ni madre reconocido, sino el diario El País el pasado 19 de enero de 2019.

Todos lo sabían. Andreu Soler había fundado en 1959 el grupo scout católico de Montserrat, los “Escoltas de Servei” o “Els Nois del Servei” y los había dirigido durante 40 años. A raíz de la denuncia por el documental de Netflix, el monasterio “dio credibilidad a las acusaciones”. El denunciante, Miguel Ángel Hurtado, que había pertenecido a este grupo, se reunió con el abad actual. La abadía pagó 7.200 euros en concepto de terapia psicológica para el denunciando (8.600 según la abadía, pero no es extraño si tenemos en cuenta que el pago se realizó a través de un abogado y en efectivo). La cantidad fue devuelta por el interesado al enterarse de que la abadía de Monserrat había publicado en 2007 un libro de Andreu Soler titulado L’Escoltisme i Montserrat (en el que, por cierto, menciona en seis ocasiones y de manera siempre elogiosa a Escarré y tiende a reforzar el mito) editado por la propia abadía de Montserrat, ¡cuando ya le constaba que el monje escultista era un abusador! El anterior abad, Sebastià Bardolet, ya conocía los pormenores del caso de Hurtado. Uno de los monjes ya le confesó que circulaban rumores sobre Andreu Soler y en el grupo scout estaba ampliamente extendido el comentario de que “tenía las manos muy largas”. El País, comentando todos estos hechos no podía sino exhibir cierto orgullo cuando recordaba que en las propias columnas del diario habían aparecido distintas informaciones sobre las “tensiones internas en la abadía por la existencia de conductas homosexuales y luchas de poder”, añadiendo: “Este diario también reveló que Bardolet y el anterior abad, Cassià Just (…) habían sido cesados a consecuencias de inspecciones del Vaticano”…

Por si lo informado por El País fuera poco, antes, en 2001, El Mundo publicó un amplio reportaje sobre la situación “sexual” de la abadía que resulta aún más escalofriante. Cortamos y pegamos algunos párrafos:

“Unos hablan de crisis profunda. Otros, de «sombras pasajeras». Pero el caso es que los relevos de los dos últimos abades, Cassiá Just, en 1989, y Sebastiá Bardolet, en mayo del año pasado, fueron traumáticos y debidos a la profunda división que reina entre los monjes del cenobio catalán. Además, el monasterio se ha visto salpicado por las denuncias sobre la existencia de un lobby rosa en la comunidad monástica que, en los últimos tiempos, habría accedido a puestos de poder. «En el cenobio hay un mal rollo evidente. Algunos monjes llevan lustros sin hablarse. Es como una familia que arrastra profundas desavenencias desde hace años. En el fondo, no se acaban de fiar unos de los otros», confiesa un fraile catalán muy ligado al monasterio.

Y las desavenencias parece que vienen de lejos. Al menos, de hace 20 años. La división de los monjes tendría que ver fundamentalmente con las diversas formas de concebir y plasmar la identidad del monasterio, amén de los consabidos roces que lleva implícita la vida en comunidad de 90 personas adultas, de diversa ideología y con inclinaciones sexuales diferentes.

Todo el mundo admite que en Montserrat hay monjes homosexuales. «Desde hace muchos años, Montserrat decidió aplicar el criterio evangélico de admitir a cualquier novicio que tenga vocación, independientemente de sus inclinaciones sexuales, siempre que se comprometa, al igual que los heterosexuales, a vivir la castidad propia de su estado», explica un fraile de Barcelona. Ya el abad Escarré le decía a un novicio: «Hijo, ¿qué más te da combatir tus instintos por un lado que por otro?».

Una opción evangélica, pero que implica altos riesgos. «Los homosexuales se conocen entre sí y tienden a formar una subcultura, una especie de red. Pero cuando se empiezan a formar subgrupos en una comunidad monástica, surgen problemas muy serios», dice un maestro de novicios, con mucha experiencia en la vida comunitaria monacal.

Al parecer, los homosexuales de Montserrat serían en la actualidad una media docena. Hace ya años, el abad Cassiá tuvo que sacar de director de la escolanía a un monje con inclinaciones pederastas y colocarlo como su secretario personal. El llamado lobby rosa, estuvo capitaneado por un monje que ya está exclaustrado, llegó a crear un grupo de atención y guía espiritual de homosexuales, lo cual llamó mucho la atención. Dormido durante años, el grupo gay llegó a tocar poder en tiempos del abad Bardolet.

El jesuita-psicoterapeuta y director del Centro de psicoterapia y crecimiento personal, José Antonio García Monje es una de las mayores autoridades en el estudio de los trastornos psicológicos de la vida religiosa. Sin referirse en concreto a Montserrat, asegura que «es obvia la existencia de homosexuales en conventos y monasterios, pero su tasa no difiere de la que se pueda dar fuera». Eso sí, el experto jesuita sostiene que «una vida cerrada fomenta la homosexualidad, sobre todo entre las mujeres».

Pero los conflictos en Monserrat no son culpa de la homosexualidad ni de los trastornos neuróticos, sino la división de la comunidad. En el monasterio conviven tres generaciones, que se reparten en tres bandos de monjes prácticamente iguales en número.

Un tercio de los monjes pertenece a la llamada «generación patriarcal». Son los llamados «faros de Cataluña». Se trata de los monjes que iniciaron Monserrat después de la guerra y que le dieron un tono especial, marcado por el catalanismo, la labor de suplencia, la apertura conciliar y la liturgia, copiada por todos los curas catalanes. Este sector de las vacas sagradas está capitaneado por el exabad Cassiá Just, el teólogo Evangelista Vilanova y el historiado Hilari Raguer.

El segundo bando es el integrado por la generación que entró en el convento durante y después del Vaticano II. Son los que encontraron ya un monasterio con prestigio. Y el tercer grupo está integrado por los monjes que ingresaron estos últimos años. La lucha entre los tres grupos se sitúa a nivel de la identidad monástica. Mientras los ancianos apuestan por un monasterio faro de cultura catalana y volcado hacia el exterior, los maduros apuestan por perder la influencia socio-política y centrarse únicamente en la eclesial, y los jóvenes quieren despojarse de cualquier influjo y volver a las raíces benedictinas del monje dedicado exclusivamente a la contemplación.

El terreno de juego donde se dirimieron las diferencias entre las tres tendencias fueron las últimas elecciones abaciales, que ganó Josep María Soler, porque, como maestro de novicios que fue, consiguió cosechar los votos de los maduros y de los más jóvenes. Pero para ello tuvo que pagar un precio: desactivar el catalanismo del monasterio. Un precio demasiado alto, que los ancianos no están dispuestos a pagar.

«Por eso, transcurrido un cierto tiempo, este sector le ha querido recordar al abad Soler que ya se cargaron a los dos abades anteriores (a Cassiá porque no hacía cambios en el equipo dirigente y a Bardolet porque le dio responsabilidades a algunos jóvenes de derechas) y que, de seguir por esa línea, podrían hacer lo mismo con él», explica un sacerdote catalán.

Al ver que el abad no respondía a sus pretensiones, el grupo de los ancianos se fue a la prensa y denunció públicamente la situación de Montserrat, sin contar con que la prensa iba a hacer más hincapié en el amarillismo de las conductas gays que en la problemática de fondo”.

 *     *     *

¿Para qué insistir? Más vale efectuar un balance global y extraer algunas conclusiones:

1) Estamos hablando de casos de pederastia y abusos homosexuales cuya sospecha se remonta a los tiempos del abad Escarré abad que fue un verdadero fraude y un ejemplo de lo que no debe ser un abad para su comunidad.

2) El caso del monje Andreu Soler y de los boy-scouts de Montserrat, la organización fundada por él, tiene ya 50 años, pero solamente en los últimos años, la sociedad está sensibilizada con estos casos de abusos que, por lo demás, ya han prescrito. ¿Cuántos abusos de este tipo se han producido? ¿Decenas? ¿Cientos?

3) Los dos últimos abades que conocían estos casos, simplemente, los taparon e, incluso, el último, permitió la publicación de un libro del abusador ilustrado abundantemente con fotos en donde se puede ver al monje autor-abusador junto a Marta Ferrusola, Jordi Pujol y representantes de las instituciones autonómicas.

4) Durante el período montserratino que abarca desde la dirección de Escarré a los últimos abades, el “corazón espiritual de Cataluña” ha perdido toda influencia sobre la sociedad catalana. Lo que haga, diga o sugiera el abad de Montserrat es algo que hoy ya carece de influencia completamente en la comunidad autónoma. Y eso no se ha debido a una conspiración franquista, sino, más bien, a la gestión abadial de la propia comunidad benedictina y a las autoridades de la gencat que, sorprendentemente, han permanecido de espaldas a lo que ocurría en el interior del cenobio, apoyando únicamente a los que les apoyaban a ellos, sin prejuicio de que fueran lo más degenerado que se cubría con hábito. Pero es que, en realidad, la gencat, ha logrado durante estos últimos 40 años, que Cataluña fuera cada vez menos catalana, que perdiera sus raíces y que, en definitiva, fuera una caricatura de sí misma. Si la gencat quería ser defensora de una “tradición catalana” proyectada hacia el futuro, lo que hubiera representado su verdadera misión histórica, lo que ha conseguido es precisamente acabar con esa tradición.

¿Qué tiene el nacionalismo que todo lo que toca lo pervierte?