Se conoce la expresión según la cual “todo es del color del
cristal con que se mira”, que es lo mismo que aquello otro del “vaso medio
lleno o medio vacío”, que, a su vez como decir que un optimista es un imbécil
alegre y un pesimista un imbécil triste. Sí, me quejo de que estemos en la
época del relativismo en donde parece que lo Absoluto (y no me refiero a lo “divino”,
sino a los valores unánimemente aceptados y aplicables, en función de los
cuales una sociedad es viable y en torno a los que se unifica) hayan
desaparecido. De la docena de volúmenes que escribió Evola, retuve,
especialmente, una idea: la necesidad de estar alerta y de, en todo momento,
tratar de ver el mundo tal cual es. Sin prismas deformantes. Eso, claro está, conduce
directamente a algunas certidumbres que llevan a la dura opción de tirarse por
un precipicio, solución extrema, pero siempre viable; seguir el consejo
surrealista de Eugene Ionesco en su obra El Rinoceronte: “puesto
que no es pecado ser rinoceronte, seámoslo”; o, simplemente, vivir feliz
sintiéndose distante de todo y de todos. Yo he optado por esta última opción.
Hoy, desde mi retrete, un buen momento para leer, esta repasando de nuevo uno
de mis libros de cabecera Leonor de Aquitania de Régine Pernoud
(Colección Austral, 1454). Leo en el capítulo final: “Hay reinos, ya no reyes;
condados sin condes ni barones; marcas hay, más no marqueses, bellos castillos,
moradas, pero ya no hay castellanos”, fragmento de una trova de
Bertrand de Born, contemporáneo de Leonor. Este fragmento me ha hecho meditar.
Regine Pernoud es una de esas mujeres que se abrieron paso
en el mundo del medievalismo por méritos propios, cuando no existían ni “ideologías
de género”, ni “cuotas”. En un mundo tan conservador como el de los
medievalistas, nadie le puso obstáculos cuando publicó sus biografías sobre
personajes femeninos medievales: Juana de
Arco, Leonor de Aquitanía, Hildegarda de Bingen, Blanca de Castilla, o su
gran obra La mujer en el tiempo de las
catedrales. Créanme, hay que leer a Régine Pernoud quien, además, se mostró
siempre contra el feminismo y a pesar de haber muerto en 1998 no me cabe la
menor duda de que habría considerado la actual “ideología de género” como pura
basura.
Si la biografiada constituye todo un reproche para el feminismo contemporáneo, la biografiada, Leonor de Aquitania demuestra que la Edad Media fue cualquier cosa, pero no, desde luego, un período obscurantista o de represión sexual. Quien haya leído los relatos del Grial se habrá sorprendido de la extraordinaria liberalidad que se vivía en el interior de los castillos. Estoy seguro de que las heroínas del Grial, disfrutaban más y retozaban mejor con sus amantes que muchas de las feminutudas de nuestros días. Las dos obras de Evola (Metafísica del Sexo y El Misterio del Grial y la Tradicion Gibelina del Imperio) confirman esta intuición. Leonor de Aquitania, vivió en el siglo XII, es la única mujer que fue Reina de Francia y Reina de Inglaterra. Pero fue mucho más: inspiró y Presidió las Cortes de Amor, compuestas por mujeres que juzgaban lances de amor y cuestiones relativas al honor, al sexo y a las relaciones de pareja. Leonor de Aquitania era una mujer libre, desde luego mucho más libre que todos aquellos que hoy, hombres o mujeres, se sienten atados a dogmas. Régine Pernoud, en su descripción, de Leonor de Aquitania, la describe como una mujer con estilo propio.
La tesis de la Pernoud es que, a partir del momento en el
que murió Leonor en 1204, empezaron a notarse síntomas de agotamiento en la
Edad Media (que se irían ampliando a lo largo del siglo XIII). Y es entonces cuando
recurre a los versos de Bertand de Born, que además de trovador fue soldado
occitano y vizconde de Hautefort. Danto lo plantó en uno de los círculos de su
infierno particular manteniendo la cabeza entre las manos (símbolo, en
realidad, de que no pensaba con la cabeza sino con el corazón). Era uno de los
poetas favoritos de Ezra Pund.
“Hay reinos, ya no reyes; condados sin condes ni barones; marcas hay,
más no marqueses, bellos castillos, moradas, pero ya no hay castellanos”,
había escrito tras morir Leonor de Aquitania. ¿Qué pensaría hoy el viejo
guerrero que cuando no empuñaba la espada, componía serventesios? Pensaría que
vivimos en un mundo de locos pero se confirmaría en la idea: hay gobernantes
pero no hay gobierno, hay empresarios pero no hay trabajo, hay leyes pero no
justicia, poderosos pero no Poder, políticos pero distante de la Gran Política
a la que aludiera Nietzsche, humanos pero no Hombres, ni Mujeres, naciones pero
con la independencia en barbecho, y, por algún lugar debe de haber nobleza,
aunque los nobles hayan desaparecido. Así estamos…
Bertrand de Born, optó por no mirar su época con un cristal
coloreado. El color lo ponía Leonor de Aquitania y los vitrales de las
catedrales. ¿Cuál es la moraleja de todo esto? Que hay que ser extraordinariamente
prudente a la percepción que nos hacemos del mundo y de cada uno de sus
aspectos. Una cosa es buscar el “mal menor”, o, preferentemente, el “bien menor”,
y otra atribuir a ese “bien menor” un alcance superior al que realmente tiene.
Una cosa es ser “un imbécil alegre” y lo mismo el ser “un imbécil triste”. La diferencia
radica en esforzarse en ver el mundo tal cual es sin prismas deformantes, algo
que sólo se consigue con un esfuerzo de objetividad. Os lo recomiendo, pero
luego no me echéis la culpa de que, a partir de ese momento, ya no os atrevéis
a poner la mano en el fuego por nada. Lo miréis como lo miréis, os pongáis las
gafas del optimismo o del pesimismo, el realismo es la mejor fórmula. Y esto es
lo que hay. De lo cual me quejo, claro está.