INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

sábado, 17 de noviembre de 2018

365 QUEJÍOS (199) – LA RELIGION DE LOS “SEÑORES DEL DINERO”


Me quejo de que no creo en teorías conspiranoicas: creo imposible que exista un grupo de conspiradores que “muevan los hilos” a lo largo de las generaciones. En primer lugar por lo que se llama “heterotelia de los fines” (la intención con la que se inicia un proyecto nunca coincide exactamente con los resultados a los que se llega), en segundo lugar porque la vida humana alcanza poco menos de un siglo y en todos los casos el pensamiento del sujeto varía y, en tercer lugar, porque resulta imposible prever todos los factores que entran en juego. Dicho lo cual, añado: “conspiración”, haberla, hayla. ¿De quién? A veces, hay principios dogmáticos que se van forjando a través de la historia y que parecen tener vida propia. Estos principios pasan a ser la “ley de hierro” de alguna oligarquía que, finalmente, no controla esos dogmas, sino que, si quiere seguir perteneciendo a ese grupo de poder, debe respetarlos escrupulosamente. Es lo que pasa hoy con los “señores del dinero”: ¿gobiernan el mundo o, más bien, son gobernados por una serie de dogmas fatales que han asumido y que no tienen ni siquiera la capacidad de cuestionar?

Imaginad una pirámide. En el Egipto antiguo, la cúspide de la pirámide se diferenciaba completamente del resto de la misma: era el «piramidión» o «piramidón», una pieza homogénea, tallada en un solo bloque que frecuentemente se recubría de oro o de algún otro metal noble o de aleaciones de ellos. Se decía que éste era el lugar donde se posaba Amón–Ra y, por tanto, representaba el punto de encuentro entre el cielo y la tierra.

En nuestro modelo representativo de la globalización, el «piramidión» ocupa también la parte superior. No es de oro, ni de cualquier otro metal noble. Es mucho más sutil. Su naturaleza es completamente inmaterial: se sitúa, no tanto en el mundo de las ideas platónico, como en el de la psicología; representa el «alma» del sistema globalizado, sus valores, principios y reglas. Es también todo este conjunto de ideas que se encarnan en las distintas élites beneficiarias de la globalización que hemos analizado en el capítulo anterior. Este «piramidión» ideológico–psicológico les imbuye valores, objetivos y mecanismos mentales hasta el punto de que podemos afirmar que los beneficiarios de la globalización han sido esculpidos por tales valores de la misma forma que el «pueblo elegido» de Israel, fue esculpido por sus libros sagrados. De hecho, son estos valores los que han dado forma a los beneficiarios de la globalización, valores que están presentes en cada uno de sus actos, como si se tratara de valores religiosos, de un código de comportamiento emanado de una dogmática sagrada. En realidad, constituyen una nueva religión, con sus dogmas, sus mandamientos, sus sumos sacerdotes, su jerarquía, sus letanías y mantras y todo aquello que se encuentra en cualquier construcción religiosa. La cúspide de la globalización, su motor doctrinal, es, de hecho, una nueva religión, sólo que invertida (luego, en la conclusión, volveremos a este orden de ideas).

Por eso, aquella casta a la que convencionalmente hemos dado en llamar «beneficiarios de la globalización» no es dueña de sus propios destinos. Como el buen islamista o el católico ferviente confían en el «Inch Alah» (Dios lo quiere) o en el «Deus vult» católico y no tienen otra opción más que seguir sus mandamientos, los beneficiarios de la globalización responden mecánicamente con sus actos a la dogmática de su religión. Hacer otra cosa sería traicionar a su credo y ese credo es el que inspira a toda esta jerarquía de favorecidos por la globalización que creen, están obligados a creer y no pueden creer en otra cosa más que en esta doctrina compuesta por veinte principios en los que se encierra el misterio de iniquidad de la globalización.
Tales principios son:


I

El primero y más importante: NO EXISTE LÍMITE PARA LA ACUMULACIÓN DE CAPITAL


Así pues, la ley moral de todo beneficiario de la globalización y lo que le arrastra incluso a niveles incomprensibles para naturalezas humanas «normales» es la búsqueda de tal acumulación de capital en sus propias manos que deje en minoría a cualquier otra que se haya dado en tiempos pasados o incluso en el presente. 

No se trata de detenerse en determinado punto y gozar de la vida disfrutando de los beneficios obtenidos, sino de perseguir, hasta un límite situado más allá de cualquier entendimiento profano, la búsqueda de beneficios y alcanzar acumulaciones crecientes de capital. Hay algo en esto que remite a la serie cinematográfica Los Inmortales: en efecto, sólo uno puede sobrevivir y, a medida que se pasa, de estrato en estrato, hasta los situados en la cima del tronco de pirámide constituida por los beneficiarios de la globalización, se advierte que cuanto más alto se está, menos son los individuos allí logran situarse y más grande es la acumulación de capital que se encuentra en sus manos hasta el punto de resultar imposible –incluso para ellos mismos– discernir la masa y los límites de su fortuna.

Aun así, todo les lleva a levantarse cada día para poner en práctica la nueva operación especulativa, el nuevo negocio que les hará apropiarse de más y más títulos de propiedad y la última rapacidad que llevarán a cabo, incluso enfrentándose a cualquier otro de sus hermanos.

II

TODO CAPITAL INMOVILIZADO DEJA DE PRODUCIR


El dinero quieto, como el espermatozoide inmóvil no puede producir «vida», esto es, más capital. Así pues, se trata de lograr que nunca esté quieto, que siempre esté presente en algún teatro especulativo mundial. Si el capital propiedad del agente X queda quieto unos días, corre el riesgo de que su competidor, el agente Z, salga beneficiado.

Si esto es así, X se considerará un derrotado y Z un triunfador que para la partida siguiente estará un poco mejor situado que en la anterior, mientras que X se verá en situación comprometida. De ahí que, quien se introduce en ese mecanismo, tenga una particular estructura mental que le lleva siempre a no desfallecer, a encontrar un impulso vital en este código de comportamiento que está inciso en el «piramidión».

¿Quién querría que su cabaña lanar dejara de producir nuevos corderos? Quien lo hiciera estaría loco de remate: correría el riesgo de no poder comer mañana si sucediera un imprevisto y, además, podría favorecer el que los lobos, a la vista de su debilidad, acecharan el rebaño. Por eso, el capital parado es capital muerto aquejado por procesos de inflación y que renunciando a la cosecha de beneficios, renuncia a su propia supervivencia.

El corolario de este principio es que el capital no puede estar quieto; es, por principio, hiperactivo. Acude a aquellos teatros en los que se prometen más beneficios y huye como de la peste de aquellos otros menos tentadores.

III

EL RENDIMIENTO DEL CAPITAL ES LA MÁS ALTAS TAREA QUE PUEDE ASUMIRSE EN LA MODERNIDAD


Quienes se sitúan en la plataforma superior del tronco de pirámide, es decir, los más directamente influidos por la doctrina que estamos enunciando, suelen ceder importante fondos para ONGs que actúan en zonas deprimidas o incluso para proyectos educativos, para grupos religiosos determinados, etc. Con esto creen que «los elegidos» dan testimonio de su agradecimiento a la «providencia».

En realidad, la arquitectura mito–religiosa del sistema mundial globalizado enlaza con las particulares convicciones calvinistas: «dios» marca a los elegidos con la impronta del triunfo económico. El triunfador es, igualmente, el «justo», que muestra su probidad entregando una parte deducible de impuestos a obras altruistas… Eso le permite seguir especulando con la miseria, arruinando a pueblos enteros, deteriorando irreversiblemente el medio ambiente, organizando guerras de las que él, inevitablemente, saldrá beneficiado. Está convencido de que, por encima de las artes, por encima de las ciencia, por encima de la humanidad misma, la gran actividad, la única que merece tenerse en cuenta, es la acumulación de capital: todo lo demás es fruslería propia de seres y de mentes inferiores.

De la misma forma que el brujo de la tribu primitiva realizaba pases mágicos para ejercer influencia sutil y desafiar las leyes de la materia, el nuevo mago, el brujo de las finanzas y de la especulación tiende cada día a realizar operaciones mágicas, pronunciar invocaciones y manejar objetos cultuales (los índices de la bolsa, pulsar la tecla «enter» que mueve inmediatamente a miles de millones de cualquier divisa hacia el escenario más prometedor esa mañana) para alcanzar el fin siempre perseguido obsesivamente de acumular el capital.

IV

LA ESPECULACIÓN ES LA MEJOR FORMA DE RENDIMIENTO DEL CAPITAL


Hubo un tiempo en el que la economía generaba bienes tangibles: las bolsas contribuían a aportar una financiación a las empresas que así se veían liberadas de la esclavitud de tener que acudir al interés bancario para ampliar su capital y sus actividades. En los años 70 se demostró que las grandes acumulaciones de capital se lograban de manera inmediata eludiendo el complicado mecanismo de la producción y de la venta de bienes, bastaba simplemente con comprar empresas a bajo precio y venderlas a precios caros tras un saneamiento más o menos formal. Se especulaba con empresas y fue esa actividad la que ocupó a las multinacionales desde finales de los años 60 hasta finales de los años 80.

Tras la caída del Muro de Berlín, la ideología del fin de la historia hizo creer que el mundo entraba en una era de paz perpetua. La globalización actual no es más que un derivado de la abolición de las barreras para que el capital fuera invertido en cualquier lugar que le apeteciera. Las fronteras cayeron mucho antes para el capital que para los seres humanos.

Hoy, desde cualquier punto del planeta, se puede invertir en la bolsa de no importa qué país, comprando acciones de empresas que ni se sabe a qué se dedican, ni siquiera si tienen existencia y patrimonio reales, solamente por el hecho de que esa mañana y durante unas horas esas acciones subirán.  Esa empresa importa sólo en la medida en que sus acciones suban. Nada más. Cuando se considera que han llegado hasta su límite, la habilidad del especulador consiste en venderlas, importándole muy poco lo que ocurrirá después.

V

LA HUMANIDAD ENTERA ES UN MERCADO


Cuando un miembro de la élite mundial de la globalización mira al género humano, tiene una percepción distinta del mismo a la que tiene cualquier otra persona ajena a esta élite: no lo ve como un agregado de seres que pugnan por una vida más agradable y por realizarla en felicidad, sino como un mercado. En esa percepción del mercado, la persona, reducida a su mera dimensión de objeto de económico, vale solamente en tanto que se puede extraer de ella un beneficio.

Porque el objetivo del mercado mundial, contrariamente al que se tiene tendencia a pensar, no es proporcionar una mejor oferta a las poblaciones, sino generar un escenario global cuyas dimensiones solamente hagan posible que compitan en él aquellas acumulaciones de capital que han superado determinados volúmenes.

La humanidad como tal no ocupa el papel de sujeto económico en el marco de la economía globalizada, sino como un factor más, seguramente el que menos se tiene en cuenta a la hora de planificar beneficios y que puede mermar sin que tal desaparición de sujetos, mediante guerras, epidemias o procesos de pauperización, suponga un factor que pueda ser tomado como negativo por los «señores del dinero».

VI

EL INDIVIDUO SÓLO VALE EN TANTO QUE ACUMULA CAPITAL.


Fuera de su dimensión estrictamente económica (es decir desprovista de cualquier valor que se pueda atribuir al género humano) la persona no interesa absolutamente nada a los beneficiarios de la globalización. Existe un error en la concepción liberal que emergió durante el siglo XVIII: «persona» no es aquel individuo que nace en el interior de la especie humana sino aquel otro que mediante la educación, la cultura y un esfuerzo de la voluntad se destaca de la masa y adquiere un rostro propio.

Dicho de otra manera: el mero hecho de nacer, hasta ese momento suponía sólo una posibilidad de desarrollar una serie de potencialidades y el hacerlo o no implicaba el conquistar el estadio de «persona» (o bien el permanecer en la animalidad), ahora, en cambio, el título de «persona» se otorga, sin otro mérito, a cualquiera que haya nacido centro de la especie humana, a pesar de que su comportamiento y sus hábitos estén más próximos a la pura animalidad.

Los «señores del dinero» y los grandes beneficiarios de la globalización han desarrollado una concepción similar: «sólo puede considerarse ser humano y ser tratado como tal, aquel que ha logrado desarrollar, de entre todas sus potencialidades, la de amasar ingentes volúmenes de capital. Sólo él es quien tiene derechos, solo él quien detenta la máxima dignidad. Aquellos otros que no han sabido, podido o querido, desarrollar las cualidades de depredador económico, permanecen todavía en un estado infrahumano del que jamás saldrán y que nunca podrá ni deberá ser tenido en cuenta».

VII

ENTRE LOS SEÑORES DEL DINERO NO HAY SOLIDARIDAD SINO COMPETENCIA.


El postulado anterior implica que los altos beneficiarios de la globalización están unidos, como los miembros de una orden, por su adhesión a un principio de agregación que se desprende de su comportamiento y de sus reacciones ante los hechos económicos. Pero esto no debe de inducir a error. Como la serie Los Inmortales, sólo uno puede sobrevivir, punto al que lleva fatalmente la tendencia a la acumulación de capital cada vez en menos manos.

Así pues, los «señores del dinero» están enfrentados entre sí como lo está enfrentado cualquier otro que participa en un proceso de concurrencia. Es posible que ante determinadas coyunturas se dividan en distintos bandos e intenten por todos los medios actuar conjuntamente  agrupados en «polos», pero, desaparecida la situación ante la que se generaba el interés en una colaboración común, luego se vuelve a una competencia despiadada. Una vez devorada la manada de ovejas, los lobos hambrientos y guiados por un instinto depredador superior a cualquier otra tendencia de su alma, terminan devorándose unos a otros. Cada uno es consciente que, antes o después, terminará precisando devorar las entrañas de los otros, está preparado mentalmente para ello y sabe que, si da muestras de debilidad, él será devorado a su vez.

Como el «rey de los bosques de Nemi» de la leyenda arcaica itálica, para sobrevivir hace falta estar permanentemente despierto, para defender su corona debe mantenerse siempre en vela. Si duerme, es liquidado por otro competidor. No existe «solidaridad de clase» entre los altos beneficiarios de la globalización, sino competencia salvaje.

VIII

LOS DERECHOS HUMANOS ESTÁN POR DEBAJO DE LOS DERECHOS DEL CAPITAL


Es fácil deducir que la retórica sobre los «derechos humanos», esa cantinela que viene repitiéndose con distintas músicas desde 1945 (tras la finalización de la guerra que abrió el camino hacia la globalización después de aquella larga fase intermedia que fue la Guerra Fría) no es más que la parte del doble discurso defendido por los beneficiarios de la globalización ofrecido para el consumo de las masas pero de realización inviable, porque el primer derecho humano no enunciado en ninguna «declaración universal» es el derecho a la seguridad, personal, comunitaria, familiar, social, nacional, economica, sin el cual ningún otro derecho puede ejercerse.

Los derechos humanos y toda la retórica articulada en torno suyo son una cortina de humo que oculta el aspecto verdaderamente siniestro de la cuestión: que se trata de derechos individuales, pero que sobre ellos, se encuentran, sobre las nubes, invisibles desde el punto de vista del individuo de a pie, los derechos del capital (a generar interés y crecer, a adquirir e incorporar, sin trabas ni límites) que modelan como el cincel del escultor una realidad social.

IX

LA POLITICA ESTÁ POR DEBAJO DE LA ECONOMIA


Durante siglos, la economía de los particulares estaba sometida al interés general de la Nación y antes, del Reino. La política estaba por encima de la economía en tanto que la política era el diseño para la supervivencia y expansión de un conjunto humano organizado en reino o en comunidad nacional. Tras 1789, abolido el reino, la política y la economía se situaron en el mismo plano. Era frecuente que altos dirigentes de la industria participaran en las tareas políticas. Desde entonces, los grandes negocios se han realizado a la sombra del Estado. Pero esto no bastaba, porque quien dice «Estado Nacional», dice mundo no globalizado. Para que los «señores del dinero» dominaran, el Estado debía estar indefenso ante las grandes acumulaciones de capital. A partir de los años 80 con la llegada ya no hubo muro de contención al proceso de globalización que se inició con la sentencia de la escuela de economía austríaca: el Estado debe de ser reducido al máximo para que la economía pueda generar todas sus benéficas potencialidades.

Pero el Estado es la encarnación jurídica de la Nación y su forma actual es la democracia; sin embargo, en el mundo del dinero la forma de organización es oligárquica, no existen rastros de democracia y es la acumulación de capital la que da el volumen de la fuerza y el poder, no el número de votos que obtenga tal o cual función. De ahí que situar la política por debajo de la economía suponga establecer, de hecho, un sistema oligárquico superpuesto a un sistema tan democrático como inútil, en tanto que débil. Sin olvidar, por supuesto, que en el plano «democrático» actúan y son hegemónicas fuerzas que, en altísima medida, son la voz de su amo, esto es, la voz de los detentadores del capital que actúan en este plano a través de partidos políticos y medios de comunicación de masas.



X

EL AUGE ECONÓMICO REQUIERE DESREGULACIÓN


El estribillo que abrió la vía definitiva a la globalización se urdió en 1989 al caer el Muro de Berlín y elaborarse la teoría del «fin de la historia» sobre un trasfondo de anticomunismo ferviente. Si el Estado Soviético había sido derrotado por «las democracias» se debía a su carácter omnipotente e invasivo de cualquier actividad social, especialmente de la economía.

La Tatcher ironizaba con Gorbachov explicándole que su trabajo era mucho más fácil porque no se tenía que preocupar de la economía, mientras que en la URSS todas las actividades estaban acogidas a la tutela del Estado. Así, el jefe del Estado Soviético debía preocuparse de «política» y de «economía», mientras el jefe de una democracia tan solo debía de preocuparse de «política». Cuando la Tatcher decía esto, en realidad, el proceso de «desregulación» de la economía era apenas incipiente y abarcaba dos frentes: en el frente interno, el Estado inglés estaba poniendo en venta el sector público que permanecía en su poder y en el frente exterior, estaba proponiendo normas para que los Estados intervinieran cada vez menos en los intercambios económicos entre naciones, y especialmente que no interfirieran en la libre circulación de capitales.

Los modelos puestos en marcha en el Reino Unido y en los EEUU, avalados por el FMI y por el Banco Mundial, rápidamente fueron imitados en todo el mundo generando oleadas alternativas de progreso y de pauperización y restando cualquier posibilidad de una economía mundial estable. Hoy, este principio es aceptado universalmente por los economistas liberales con una salvedad: la independencia del sector económico se ansía en todas las situaciones salvo en una, cuando la economía entra en crisis.

XI

LAS PRIVATIZACIONES GARANTIZAN MAYORES BENEFICIOS PARA EL CAPITAL


Es un dogma establecido el que en la modernidad no pueda existir un fuerte «sector público» (aun cuando pueden existir legiones de asesores y de oficinas ministeriales y escalones administrativos completamente improductivos cuya gestión se concede a las clases políticas como compensación a su situación de subordinación ante el poder económico).

Ese dogma parte de una constatación: los sectores en los que el Estado estaba presente eran sectores de gran vitalidad económica, e incluso de un peso creciente como la sanidad. Estos sectores tienen siempre una gran importancia económica, requieren de complicadas infraestructuras que ya han sido puestas en marcha por el Estado y se trata solamente de mantenerlas y convertirlas en un negocio de primera magnitud. Los ferrocarriles y las comunicaciones, las líneas aéreas y las autopistas en un primer momento, las infraestructuras de telecomunicaciones, para desembocar, finalmente, en la privatización de la sanidad, el verdadero gran negocio del siglo XXI. El argumento que se esgrime es que estos sectores están así «mejor gestionados».

La experiencia demuestra que no, que es todo lo contrario: el servicio ofrecido es siempre de mucha menor calidad. La razón real es la dada en el enunciado de este punto: privatizar es tener la seguridad de que un servicio hasta ese momento en manos del Estado tiene una clientela de masas y, por tanto, representa un volumen seguro de negocio que multiplica los rendimientos del capital.

XII

EL MERCADO SE CORRIGE A SÍ MISMO


Otro de los dogmas enunciados por los liberales de todos los tiempos y corregidos por los neoliberales actuales es que el mercado es el único instrumento capaz de corregirse a sí mismo. Se da el ejemplo del sector español de la construcción en el que el mercado tras un crecimiento hipertrófico, finalmente reventó y en la actualidad está en vías de recuperar precios relativamente normales para los productos en venta. En realidad, este enunciado debería de plantearse de otra manera: «el mercado es el único mecanismo que se corrige a sí mismo entre dos aberraciones extremas».

En efecto, está claro que los sectores sometidos a «burbujas» inflacionistas, antes o después terminan estallando, pero el problema es que tales estallidos tienen unas dimensiones cada vez más amplias y que sus efectos duran más tiempo y repercuten durísimamente sobre la sociedad. Sin olvidar que una economía global es extremadamente sensible a cualquier pequeño problema regional y que los fuegos despertados en un momento pueden, ciertamente, apagarse ocho o diez o quince años después, pero los destrozos que generan durante ese tiempo y la deuda que se acumula, tardan generaciones en extinguirse.

Así pues, la capacidad de autocorrección del mercado es relativa e insignificante en relación a su capacidad innata para generar burbujas periódicas y en una fase de economía global, a diferencia de en fases anteriores de capitalismo industrial circunscrito a una nación, cualquier pequeño desajuste en un mercado se amplifica hasta alcanzar una dimensión incontrolable y mundial.

XIII

EL DOBLE LENGUAJE ES LA FORMA DE COMUNICACIÓN DE LA CÚSPIDE CON LA MASA


En seres humanos normales el pensamiento guía a la palabra, salvo en los casos de perturbados y psicópatas. Sin embargo, entre las élites económicas y en las clases políticas, se utiliza el doble lenguaje, un proceso mental en el que lo que se dice no tiene nada que ver con lo que se cree.

El doble lenguaje se ha convertido en una exigencia política (adular al ciudadano al que se desprecia y del que solo interesa su voto) y económica (cualquier golpe asestado contra las poblaciones se justifica alegando que es «bueno para ellas y bueno para la democracia»). Cuando los oligarcas proponen «democracia» lo que están proponiendo realmente es el sistema en el cual pueden depredar más y mejor, controlar más a la opinión pública, defraudar las promesas hechas a los electores, aumentar la presión fiscal sobre ellos, y explotarlos más y mejor.

Cuando los «señores del dinero» (directamente o a través de los medios de comunicación amamantados en sus ubres) gritan a coro a favor de «restablecer las libertades» en tal o cual zona del planeta, que no quepa la menor duda que eso significa solamente que en esa zona del planeta se va a derribar a gobiernos –cuestionables o no, pero en cualquier caso, no más cuestionables ni corruptos que cualquier otro– que suponían un muro de contención contra el impulso globalizador y que, a partir de ahí, las hienas del dinero van a clavar sus garras.

Existe un traductor simultáneo que reduzca las frases a su verdad esencial: no hay palabra que pronuncie un «señor del dinero» (o sus validos políticos) que no tienda a reforzar su poder, nublar la percepción de sus verdaderas intenciones o aumentar la concentración de capital en sus manos. Atender sus mensajes sin traducirlos, es engañarse.



XIV

LA VIDA DEL PLANETA, LA SALUD DEL PLANETA, SE SUBORDINAN A LAS EXIGENCIAS DEL CAPITAL


Si los derechos del capital se sitúan por encima de los derechos de las personas, resultará evidente que se sitúen también por debajo todo lo relativo a la salud y al medio ambiente. No existen grandes proyectos en los horizontes de la globalización, sino tan solo una batalla acometida día a día en busca de mayores beneficios y de la forma más inmediata. Lo que cuenta para el capital es el beneficio aquí y ahora. En plazos tan cortos de tiempo es imposible medir las consecuencias que implican determinadas actividades.

En el momento de escribir estas líneas resulta evidente que los países en vías de desarrollo que aspiran a estar presentes en el pelotón de cabeza son los que más contaminación generan. Para evitar detener ese proceso acelerado, desde las esferas más altas de la globalización y de sus estados mayores, se elaboró la consigna del «desarrollo sostenible», última trinchera en la que se refugiaban los defensores a ultranza del «progreso indefinido».

En el estado actual de la ciencia y de las tecnologías, lo cierto es que no hay lugar para un «desarrollo sostenible» ad infinitum, a la vista de que las posibilidades del planeta son limitadas. La consigna ha logrado mantener ocupados y tranquilos a los bienpensantes, esperanzados por lo que parecía una «toma de conciencia de los gobiernos ante los problemas del medio ambiente».

En realidad, poco importa lo que digan los gobiernos, sus leyes y los acuerdos internacionales que firman, encierran ellos mismos trampas y cláusulas leoninas que resuelven pocos problemas y que contribuyen solamente a aplazar unos años más la percepción real de la situación.

Y no habrá rectificación, simplemente, porque los gobiernos terminarían enfrentándose a los «señores del dinero» y estos han establecido que, finalmente, precisan que las amplias extensiones de tierras de cultivo que han adquirido rindan más allá de lo razonable en pocos años sometidas a superexplotación hasta quedar yermas para siempre; que los negocios energéticos en los que han invertido deben de continuar contaminando y agotando los recursos a velocidad creciente mientras vayan rindiendo beneficios; que no importa que algunas grandes ciudades del planeta se hayan convertido en completamente inhabitables y otras zonas se convierten en vertederos tóxicos, importa poco si en esas zonas los beneficios del capital siguen siendo aceptables.

La depredación del planeta proseguirá, si es preciso, hasta que el último «señor del dinero» estrangule con el tubo de su botella de oxígeno a su último competidor igualmente entubado y ligeramente más débil, poco antes de apagarse las luces de la globalización.   

XV

LA VERDAD NO EXISTE Y LA LIBERTAD ES RELATIVA, LA PRIMERA SE DICTA, LA SEGUNDA SE DA.


Fuera de lo tangible del dinero (aunque en realidad, la mayor parte del dinero es hoy virtual generado por la absurda doctrina de la «reserva fraccional» y no pase de ser mera anotación contable electrónica), todo lo demás es relativo, banal, sin apenas interés para los «señores del dinero». Los «señores del dinero» saben que las «libertades políticas» no son importantes porque la inmensa mayoría no tiene nada por lo que manifestarse, expresarse o reunirse, saben por eso, que pueden acceder a que los gobiernos concedan tales libertades porque a ellos solamente les interesa una: la económica, estando todas las demás subordinadas a ella.

Pero aquella libertad que consiste en la capacidad de dominio del ser humano sobre sí mismo, que le impide ser controlado y dominado por sus miedos y sus pasiones, por su psicología interior, sus filias y sus fobias, incluso por sus instintos, de esa libertad ni se habla ni se la puede tomar en serio, simplemente porque ejercerla no reportaría ningún beneficio económico. De ahí que el mejor régimen político que se adapta como un guante a la globalización sea el régimen parlamentario: controlando a medios de comunicación, controlando el dinero, se controla a la clase política, pieza intermedia entre los «señores del dinero» y la masa, que condiciona siempre el resultado de los procesos electorales.

Pero es preciso, siempre que la masa no crea en nada más que en aquello que se le presenta como «valioso», es bueno no enseñarle a pensar por sí mismo, ni que desarrolle un espíritu crítico; la mejor forma de vida para la masa es la narcosis, ese estado de sonámbulo despreocupado por lo esencial y atraído por formas de fantasía y por una sensación beatífica bienestar que procede del olvido de uno mismo.

XVI

EL MESTIZAJE ES EL DESTINO LA HUMANIDAD: ATOMIZA POBLACIONES Y LES RESTA IDENTIDAD


El gran problema que ha encontrado el proceso globalizador reside en cualquier sistema identidades en las que se puedan reconocer los seres humanos y las sociedades. Así pues, si de lo que se trata es de implantarlo en todo el mundo se trata, en primer lugar, de homogeneizarlo. Los sistemas de identidad son el adversario más peligroso porque indican a alguien lo que es, cuál es su origen, qué afinidades y diferencias tiene con otros pueblos.

Un pueblo se reconoce en los rasgos distintivos de su comunidad, si carece de ellos, ya no se reconoce en nadie, salvo en su entorno familiar o vecinal. Así pues, los instigadores de la globalización abominan de cualquier identidad y para lograr su desaparición proponen la idea recurrente de la «fusión cultural» y el «mestizaje» operado a todos los niveles. Los efectos de este proceso actualmente en marcha son desoladores y apuntan en la dirección que hemos definido: las comunidades dejan de tener fuerza y cohesión, se convierten en agregados de individuos que se reconocen únicamente por los rasgos más banales: el color de un equipo de fútbol y poco más.

Obviamente no surgirán entre ellos conflictos «nacionales» y, ni siquiera tendrán «conciencia de clase». Simplemente serán entes igualados, homogeneizados y sometidos al denominador común del mestizaje. Allí donde ha existido «mestizaje» allí se han generado sociedad inestables y, en cuanto a los productos culturales que hoy, aquí y ahora, se nos proponen como muestras del mestizaje, no pueden evitar tener una dudosa calidad. El «mestizaje» solamente puede ser viable entre entidades contiguas entre las que no existen abismos culturales, antropológicos o cualitativos.

XVII

CUALQUIER ESTRUCTURA QUE SUPONGA ARRAIGO E IDENTIDAD DEBE SER ABOLIDA


Los Estados Nacionales son hoy una de las pocas defensas que encuentra la globalización. Suponen un conjunto de instituciones, leyes y organismos que defienden a la comunidad ante los ataques de otras e incluso ante procesos de inestabilidad interiores. Desaparecidos los Estados Nacionales, la vía queda libre para la globalización.

Por otra parte, es importante recordar que no es por casualidad que la tendencia actual sea presionar fiscalmente y de manera inusitada sobre las clases medias prosigue de manera salvaje. Abolir a la clase media no es tan importante como diluir sus concepciones y rebajar su preparación. De las clases medias han partido siempre los movimientos de renovación política y social. En ellas se encuentra la mayor acumulación de cultura e intelectualidad y, al mismo tiempo, su situación económica, le permite dedicar tiempo a la elaboración intelectual y al análisis de la realidad: son, por tanto, peligrosos, especialmente desde el momento en el que cristaliza en ellos una conciencia de grupo.

Así pues, romper los Estados Nacionales en fragmentos más pequeños y, por tanto, más manejables, romper las clases sociales, especialmente aquellas que pueden ser potencialmente peligrosas son obsesiones para la globalización cuyo punto de partida, es bueno no olvidarlo, tuvo lugar en 1945 con la creación de las Naciones Unidas, primer paso para un «gobierno mundial». Desde entonces, todas las consignas de carácter humanista y universalista han sido propagadas desde ese foro y desde la UNESCO y tienden inviablemente a abolir los sistemas de identidades nacionales sustituyéndolos por folklorismos altisonantes y «patrimonios de la humanidad» aislados y dispersos.

XVIII

NADIE PUEDE ALZARSE CONTRA ESTOS PRINCIPIOS QUE COMO TODO DOGMA, SON INTOCABLES


La globalización es, por principio, incuestionable. Quien la cuestione sea arrojado al inframundo, marginado y lucirá la marca de Caín. Quien se atreva a dudar de su eficiencia o a advertir de sus presuntos riesgos, ese debe ser quemado en la hoguera. Ejercer incluso el papel de Casandra y recordar lo problemático de todos los procesos que acompañan a la globalización, supone un desafío que muy pocos están en condición de asumir. En ello les va el futuro, su buen nombre y su prestigio: nadie puede poner en duda que la globalización es la etapa superior de la humanidad, porque esa misma letanía se repite con el mismo estribillo pero con ritmos diversos: los habrá que declarándose «antiglobalizadores» pedirán, al mismo tiempo, «otra globalización». Los habrá, los newagers, que condenando los procesos del capitalismo globalizado, aluden a «una sola raza, la humanidad; a un solo gobierno; a una sola religión; una sola cultura»… esto es, a un mundo completamente homogeneizado, sin matices ni contrastes, sin identidades, anónimo y «único».

Las críticas radicales al principio mismo de la globalización no pueden ser nunca admitidas, quien las realiza debe ser tachado de ignorante o de visionario, fanático o demagogo, en cualquier caso, de persona de credibilidad dudosa. Solamente puede tener voz autorizada en la globalización aquel que participa de ella. Sólo puede ser incorporado al pelotón de los bienpensantes y de los intelectuales con marchamo quien está dispuesto a aceptar estos mandamientos y el primero de todos es «no hay más dios que el dinero y la economía globalizada es la única liturgia para llegar a él». Fuera, la Inquisición aguarda al disidente.

XIX

CUALQUIER ACTIVIDAD HUMANA ES SUSCEPTIBLE DE ADAPTARSE AL PARADIGMA GLOBALIZADOR


El gran logro de la globalización ha consistido en adaptar cualquier actividad social a su configuración hasta el punto de que fuera de la globalización solamente puede existir una especie de exilio interior y una sensación de marginalización.

Cuando Guy Debord teorizó sobre la «sociedad del espectáculo» en los años 60, olvidó decir que en el límite extremo de tal sociedad se encuentra la «sociedad global». En este modelo social las características propias y los signos de identidad de los individuos, los pueblos y las naciones, tienden a difuminarse subsumidos por una marejada de «mestizaje» que, en realidad, no es sino la ausencia de toda identidad y la atomización extrema de la sociedad en fragmentos individuales.

Lo esencial del momento actual es la reducción a lo económico de cualquier tipo de actividad social: desde la literatura y las artes hasta cualquier estilo de vida, todas, absolutamente tienen como denominador común, el ser convertidas a una dimensión de mercancías comprables y vendibles.

Incluso el ocio tiene esa dimensión única. Y en tanto que reducidas a actividad económica sufren de las mismas tensiones que cualquier otro producto que se mueve en «el mercado». Finalmente, el mismo ser humano termina siendo consciente de que, él mismo, su vida, su salud, su alimentación, su educación, todo, absolutamente todo, son objetos económicos y él mismo lo es también. Al final del camino lo que se encuentra es una despersonalización absoluta y un empobrecimiento radical de la naturaleza humana.


XX
Todos estos mandamientos se resumen en uno: SÓLO HAY UN DIOS AL QUE RENDIR CULTO, EL CAPITAL


Cualquier otro valor, cualquier principio, cualquier idea, palidece ante este último dogma que tiene al dinero como único dios. Se trata de perseguirlo, amarlo, seguir sus procesos, conocer sus leyes y mandamientos y cumplirlos, para, al final, ser uno con el dinero. En períodos anteriores de la historia ya ha habido minorías que han erigido al dinero como dios, la diferencia con el período actual es que tales minorías nunca han dispuesto de tal acumulación de riqueza y de capital como en la actualidad y nunca ese dios ha sido tan poderoso e independiente de las voluntades de quienes lo invocan.

Porque llegamos ahora a la conclusión final de esta parte de nuestro estudio. El actual momento de la economía mundial no está dirigido, ni gobernado por nadie, quienes «mueven los hilos» y actúan de manera decisiva en los procesos que se desarrollan bajo el nombre genérico de «globalización», no lo hacen siguiendo principios de prudencia, intuición, racionalidad o inteligencia, sino que, como el fiel que asiste piadosamente a la iglesia, es porque tiene un fe inconmovible por su único dios y señor: el dinero. Quiere poseerlo como el católico ferviente quiere experimentar la santidad y la beatitud. Ansía impregnarse en sus esencias y en su olor como el hombre religioso quiere ser uno con su Señor inmaterial y omnipotente. No hay forma de controlar al dios de la economía, ni encarrilar sus pasos como no hay forma de dirigir las acciones de Dios; el fiel de a pie que rinde culto al dinero tiene la misma posibilidad de modificar las acciones de su dios que el católico que reza una oración en el templo de la fe. El dios es soberano y absoluto, dueño de las acciones de los hombres, no al revés. Y ese dios, el dios de la economía, no tiene otra finalidad que llegar a las últimas consecuencias de su lógica interna.

Al igual que el Dios del Antiguo Testamento, hay en él mucho de hostilidad hacia su pueblo. O cumple su voluntad o lo castiga, justo como el dios de la economía. Para éste nunca es suficiente: siempre es preciso obtener más rendimiento del capital, multiplicarlo, engrandecerlo, tenerlo siempre presente y sin descanso. Eso, o el castigo.  El castigo viene en forma de crisis económicas y de estallido de burbujas. Pero, tras el castigo, siempre llega la reconciliación del dios con su «pueblo» y la reanudación de la «alianza» con él para proseguir la acumulación de capital hasta su destino tan fatal como improbable: la concentración extrema del capital que como un agujero negro cósmico atraiga y absorba cualquier otro capital que pueda existir sobre la faz de la tierra. Se trata, por supuesto, de un límite teórico y extremo, improbable por lo demás, al que seguiría un período de serenidad que duraría el tiempo en el que ese diosecillo del dinero se diera cuenta de que ya no crece más y estallara como el agujero negro iniciándose un nuevo ciclo que, partiendo de la economía de supervivencia, pasaría luego a la  del trueque y más adelante a la artesanal, y así sucesivamente.

Si algún «señor del dinero» se cree que controla a la economía, se equivoca: es la economía la que lo controla a él. Y el dios de la economía es un dios enloquecido provisto de una dinámica y de una lógica interior que le lleva, inevitablemente, a la autodestrucción. Hoy, la maquinaria económica ha alcanzado tal envergadura que nadie es capaz de controlarla, ni siquiera los que están en la parte superior del tronco de la pirámide y más próximos a este «piramidión» metafísico. Por eso la economía no puede ser controlada por nadie. Por eso, las crisis cíclicas, los estallidos de las burbujas, los trastornos, periódicos en otro tiempo y hoy constantes, no pueden ser previstos, y aunque lo sean, resulta imposible evitarlos. La lógica interna del sistema económico lleva a la búsqueda ineluctable del beneficio como única tendencia dominante, cualquier otra que apareciera estaría fuera de lugar y sería completamente anulada: el dinero que no produce es dinero que se pierde, el dinero que pierde uno lo recupera otro, por tanto hay que seguir haciendo que el dinero se reproduzca a sí mismo, a pesar de que, como aquellas palabras que se repiten una y otra vez, termine perdiendo sentido y significado.

Se trata de una apisonadora que lo arrasa todo: por supuesto, los últimos en salir afectados son los «señores del dinero», los propietarios de las grandes acumulaciones de capital, pero ni siquiera estos –como los «inmortales» de la serie– sobrevivirán. Solo el último de estos «magnates», podrá encontrarse cara a cara con el dios de la economía, allá arriba, en el ara de sacrificios que se sitúa en toda superficie superior de las pirámides mayas y aztecas, y en donde se ha sacrificado la felicidad, la tranquilidad, la estabilidad de la especie humana y a la misma especie e incluso al mismo planeta. En esa privilegiada posición, verá cara a cara al dios de la economía convertido hoy en una serie de notaciones electrónicas contables, meros impulsos almacenados en discos duros que jamás resolverán los problemas fundamentales de la especie. Una vez alcanzado ese punto, lo hemos visto, solamente queda la autodestrucción del conjunto, el reseteado del sistema y un nuevo comienzo.