Me quejo de que no creo en teorías conspiranoicas: creo imposible que
exista un grupo de conspiradores que “muevan los hilos” a lo largo de las
generaciones. En primer lugar por lo que se llama “heterotelia de los fines”
(la intención con la que se inicia un proyecto nunca coincide exactamente con
los resultados a los que se llega), en segundo lugar porque la vida humana
alcanza poco menos de un siglo y en todos los casos el pensamiento del sujeto
varía y, en tercer lugar, porque resulta imposible prever todos los factores
que entran en juego. Dicho lo cual, añado: “conspiración”, haberla, hayla. ¿De
quién? A veces, hay principios dogmáticos que se van forjando a través de la
historia y que parecen tener vida propia. Estos principios pasan a ser la “ley
de hierro” de alguna oligarquía que, finalmente, no controla esos dogmas, sino
que, si quiere seguir perteneciendo a ese grupo de poder, debe respetarlos
escrupulosamente. Es lo que pasa hoy con los “señores del dinero”: ¿gobiernan
el mundo o, más bien, son gobernados por una serie de dogmas fatales que han
asumido y que no tienen ni siquiera la capacidad de cuestionar?
Imaginad una pirámide. En el Egipto antiguo, la cúspide de la
pirámide se diferenciaba completamente del resto de la misma: era el
«piramidión» o «piramidón», una pieza homogénea, tallada en un solo bloque que
frecuentemente se recubría de oro o de algún otro metal noble o de aleaciones
de ellos. Se decía que éste era el lugar donde se posaba Amón–Ra y, por tanto,
representaba el punto de encuentro entre el cielo y la tierra.
En
nuestro modelo representativo de la globalización, el «piramidión» ocupa
también la parte superior. No es de oro, ni de cualquier otro metal noble. Es
mucho más sutil. Su naturaleza es completamente inmaterial: se sitúa, no tanto
en el mundo de las ideas platónico, como en el de la psicología; representa el
«alma» del sistema globalizado, sus valores, principios y reglas. Es también
todo este conjunto de ideas que se encarnan en las distintas élites
beneficiarias de la globalización que hemos analizado en el capítulo anterior.
Este «piramidión» ideológico–psicológico les imbuye valores, objetivos y
mecanismos mentales hasta el punto de que podemos afirmar que los beneficiarios
de la globalización han sido esculpidos por tales valores de la misma forma que
el «pueblo elegido» de Israel, fue esculpido por sus libros sagrados. De hecho,
son estos valores los que han dado forma a los beneficiarios de la
globalización, valores que están presentes en cada uno de sus actos, como si se
tratara de valores religiosos, de un código de comportamiento emanado de una
dogmática sagrada. En realidad, constituyen una nueva religión, con sus dogmas,
sus mandamientos, sus sumos sacerdotes, su jerarquía, sus letanías y mantras y
todo aquello que se encuentra en cualquier construcción religiosa. La cúspide
de la globalización, su motor doctrinal, es, de hecho, una nueva religión,
sólo que invertida (luego, en la conclusión, volveremos a este orden de ideas).
Por
eso, aquella casta a la que convencionalmente hemos dado en llamar «beneficiarios
de la globalización» no es dueña de sus propios destinos. Como el buen
islamista o el católico ferviente confían en el «Inch Alah» (Dios lo
quiere) o en el «Deus vult» católico y no tienen otra opción más que
seguir sus mandamientos, los beneficiarios de la globalización responden
mecánicamente con sus actos a la dogmática de su religión. Hacer otra cosa
sería traicionar a su credo y ese credo es el que inspira a toda esta jerarquía
de favorecidos por la globalización que creen, están obligados a creer y no
pueden creer en otra cosa más que en esta doctrina compuesta por veinte
principios en los que se encierra el misterio de iniquidad de la globalización.
Tales
principios son:
I
El primero y más importante: NO EXISTE
LÍMITE PARA LA ACUMULACIÓN DE CAPITAL
Así
pues, la ley moral de todo beneficiario de la globalización y lo que le
arrastra incluso a niveles incomprensibles para naturalezas humanas «normales»
es la búsqueda de tal acumulación de capital en sus propias manos que deje en
minoría a cualquier otra que se haya dado en tiempos pasados o incluso en el
presente.
No
se trata de detenerse en determinado punto y gozar de la vida disfrutando de
los beneficios obtenidos, sino de perseguir, hasta un límite situado más allá
de cualquier entendimiento profano, la búsqueda de beneficios y alcanzar
acumulaciones crecientes de capital. Hay algo en esto que remite a la serie
cinematográfica Los Inmortales: en efecto, sólo uno puede sobrevivir y,
a medida que se pasa, de estrato en estrato, hasta los situados en la cima del
tronco de pirámide constituida por los beneficiarios de la globalización, se
advierte que cuanto más alto se está, menos son los individuos allí logran
situarse y más grande es la acumulación de capital que se encuentra en sus manos
hasta el punto de resultar imposible –incluso para ellos mismos– discernir la
masa y los límites de su fortuna.
Aun
así, todo les lleva a levantarse cada día para poner en práctica la nueva
operación especulativa, el nuevo negocio que les hará apropiarse de más y más
títulos de propiedad y la última rapacidad que llevarán a cabo, incluso
enfrentándose a cualquier otro de sus hermanos.
II
TODO CAPITAL INMOVILIZADO DEJA DE PRODUCIR
El
dinero quieto, como el espermatozoide inmóvil no puede producir «vida», esto
es, más capital. Así pues, se trata de lograr que nunca esté quieto, que
siempre esté presente en algún teatro especulativo mundial. Si el capital
propiedad del agente X queda quieto unos días, corre el riesgo de que su
competidor, el agente Z, salga beneficiado.
Si
esto es así, X se considerará un derrotado y Z un triunfador que para la
partida siguiente estará un poco mejor situado que en la anterior, mientras que
X se verá en situación comprometida. De ahí que, quien se introduce en ese
mecanismo, tenga una particular estructura mental que le lleva siempre a no
desfallecer, a encontrar un impulso vital en este código de comportamiento que
está inciso en el «piramidión».
¿Quién
querría que su cabaña lanar dejara de producir nuevos corderos? Quien lo hiciera
estaría loco de remate: correría el riesgo de no poder comer mañana si
sucediera un imprevisto y, además, podría favorecer el que los lobos, a la
vista de su debilidad, acecharan el rebaño. Por eso, el capital parado es
capital muerto aquejado por procesos de inflación y que renunciando a la
cosecha de beneficios, renuncia a su propia supervivencia.
El
corolario de este principio es que el capital no puede estar quieto; es, por
principio, hiperactivo. Acude a aquellos teatros en los que se prometen más
beneficios y huye como de la peste de aquellos otros menos tentadores.
III
EL RENDIMIENTO DEL CAPITAL ES LA MÁS ALTAS TAREA QUE PUEDE ASUMIRSE EN LA
MODERNIDAD
Quienes
se sitúan en la plataforma superior del tronco de pirámide, es decir, los más
directamente influidos por la doctrina que estamos enunciando, suelen ceder
importante fondos para ONGs que actúan en zonas deprimidas o incluso para
proyectos educativos, para grupos religiosos determinados, etc. Con esto creen
que «los elegidos» dan testimonio de su agradecimiento a la «providencia».
En
realidad, la arquitectura mito–religiosa del sistema mundial globalizado enlaza
con las particulares convicciones calvinistas: «dios» marca a los elegidos con
la impronta del triunfo económico. El triunfador es, igualmente, el «justo»,
que muestra su probidad entregando una parte deducible de impuestos a obras
altruistas… Eso le permite seguir especulando con la miseria, arruinando a
pueblos enteros, deteriorando irreversiblemente el medio ambiente, organizando
guerras de las que él, inevitablemente, saldrá beneficiado. Está convencido de
que, por encima de las artes, por encima de las ciencia, por encima de la
humanidad misma, la gran actividad, la única que merece tenerse en cuenta, es
la acumulación de capital: todo lo demás es fruslería propia de seres y de
mentes inferiores.
De la misma forma que el brujo de la tribu primitiva
realizaba pases mágicos para ejercer influencia sutil y desafiar las leyes de
la materia, el nuevo mago, el brujo de las finanzas y de la especulación tiende
cada día a realizar operaciones mágicas, pronunciar invocaciones y manejar
objetos cultuales (los índices de la bolsa, pulsar la tecla «enter» que
mueve inmediatamente a miles de millones de cualquier divisa hacia el escenario
más prometedor esa mañana) para alcanzar el fin siempre perseguido
obsesivamente de acumular el capital.
IV
LA ESPECULACIÓN ES LA MEJOR FORMA DE RENDIMIENTO DEL CAPITAL
Hubo
un tiempo en el que la economía generaba bienes tangibles: las bolsas
contribuían a aportar una financiación a las empresas que así se veían
liberadas de la esclavitud de tener que acudir al interés bancario para ampliar
su capital y sus actividades. En los años 70 se demostró que las grandes
acumulaciones de capital se lograban de manera inmediata eludiendo el
complicado mecanismo de la producción y de la venta de bienes, bastaba
simplemente con comprar empresas a bajo precio y venderlas a precios caros tras
un saneamiento más o menos formal. Se especulaba con empresas y fue esa actividad
la que ocupó a las multinacionales desde finales de los años 60 hasta finales
de los años 80.
Tras
la caída del Muro de Berlín, la ideología del fin de la historia hizo creer que
el mundo entraba en una era de paz perpetua. La globalización actual no es más
que un derivado de la abolición de las barreras para que el capital fuera
invertido en cualquier lugar que le apeteciera. Las fronteras cayeron mucho
antes para el capital que para los seres humanos.
Hoy,
desde cualquier punto del planeta, se puede invertir en la bolsa de no importa
qué país, comprando acciones de empresas que ni se sabe a qué se dedican, ni
siquiera si tienen existencia y patrimonio reales, solamente por el hecho de
que esa mañana y durante unas horas esas acciones subirán. Esa empresa importa sólo en la medida en que
sus acciones suban. Nada más. Cuando se considera que han llegado hasta su
límite, la habilidad del especulador consiste en venderlas, importándole muy
poco lo que ocurrirá después.
V
LA HUMANIDAD ENTERA ES UN MERCADO
Cuando
un miembro de la élite mundial de la globalización mira al género humano, tiene
una percepción distinta del mismo a la que tiene cualquier otra persona ajena a
esta élite: no lo ve como un agregado de seres que pugnan por una vida más
agradable y por realizarla en felicidad, sino como un mercado. En esa
percepción del mercado, la persona, reducida a su mera dimensión de objeto de
económico, vale solamente en tanto que se puede extraer de ella un beneficio.
Porque
el objetivo del mercado mundial, contrariamente al que se tiene tendencia a
pensar, no es proporcionar una mejor oferta a las poblaciones, sino generar un
escenario global cuyas dimensiones solamente hagan posible que compitan en él
aquellas acumulaciones de capital que han superado determinados volúmenes.
La
humanidad como tal no ocupa el papel de sujeto económico en el marco de la
economía globalizada, sino como un factor más, seguramente el que menos se
tiene en cuenta a la hora de planificar beneficios y que puede mermar sin que
tal desaparición de sujetos, mediante guerras, epidemias o procesos de
pauperización, suponga un factor que pueda ser tomado como negativo por los
«señores del dinero».
VI
EL INDIVIDUO SÓLO VALE EN TANTO QUE ACUMULA CAPITAL.
Fuera
de su dimensión estrictamente económica (es decir desprovista de cualquier
valor que se pueda atribuir al género humano) la persona no interesa
absolutamente nada a los beneficiarios de la globalización. Existe un error en
la concepción liberal que emergió durante el siglo XVIII: «persona» no es aquel
individuo que nace en el interior de la especie humana sino aquel otro que
mediante la educación, la cultura y un esfuerzo de la voluntad se destaca de la
masa y adquiere un rostro propio.
Dicho
de otra manera: el mero hecho de nacer, hasta ese momento suponía sólo una
posibilidad de desarrollar una serie de potencialidades y el hacerlo o no
implicaba el conquistar el estadio de «persona» (o bien el permanecer en la
animalidad), ahora, en cambio, el título de «persona» se otorga, sin otro
mérito, a cualquiera que haya nacido centro de la especie humana, a pesar de
que su comportamiento y sus hábitos estén más próximos a la pura animalidad.
Los
«señores del dinero» y los grandes beneficiarios de la globalización han
desarrollado una concepción similar: «sólo puede considerarse ser humano y ser
tratado como tal, aquel que ha logrado desarrollar, de entre todas sus
potencialidades, la de amasar ingentes volúmenes de capital. Sólo él es quien
tiene derechos, solo él quien detenta la máxima dignidad. Aquellos otros que no
han sabido, podido o querido, desarrollar las cualidades de depredador
económico, permanecen todavía en un estado infrahumano del que jamás saldrán y
que nunca podrá ni deberá ser tenido en cuenta».
VII
ENTRE LOS SEÑORES DEL DINERO NO HAY SOLIDARIDAD SINO COMPETENCIA.
El
postulado anterior implica que los altos beneficiarios de la globalización
están unidos, como los miembros de una orden, por su adhesión a un principio de
agregación que se desprende de su comportamiento y de sus reacciones ante los
hechos económicos. Pero esto no debe de inducir a error. Como la serie Los
Inmortales, sólo uno puede sobrevivir, punto al que lleva fatalmente la
tendencia a la acumulación de capital cada vez en menos manos.
Así
pues, los «señores del dinero» están enfrentados entre sí como lo está
enfrentado cualquier otro que participa en un proceso de concurrencia. Es
posible que ante determinadas coyunturas se dividan en distintos bandos e
intenten por todos los medios actuar conjuntamente agrupados en «polos», pero, desaparecida la
situación ante la que se generaba el interés en una colaboración común, luego
se vuelve a una competencia despiadada. Una vez devorada la manada de ovejas,
los lobos hambrientos y guiados por un instinto depredador superior a cualquier
otra tendencia de su alma, terminan devorándose unos a otros. Cada uno es
consciente que, antes o después, terminará precisando devorar las entrañas de
los otros, está preparado mentalmente para ello y sabe que, si da muestras de
debilidad, él será devorado a su vez.
Como
el «rey de los bosques de Nemi» de la leyenda arcaica itálica, para sobrevivir
hace falta estar permanentemente despierto, para defender su corona debe
mantenerse siempre en vela. Si duerme, es liquidado por otro competidor. No
existe «solidaridad de clase» entre los altos beneficiarios de la
globalización, sino competencia salvaje.
VIII
LOS DERECHOS HUMANOS ESTÁN POR DEBAJO DE LOS DERECHOS DEL CAPITAL
Es
fácil deducir que la retórica sobre los «derechos humanos», esa cantinela que
viene repitiéndose con distintas músicas desde 1945 (tras la finalización de la
guerra que abrió el camino hacia la globalización después de aquella larga fase
intermedia que fue la Guerra Fría) no es más que la parte del doble discurso
defendido por los beneficiarios de la globalización ofrecido para el consumo de
las masas pero de realización inviable, porque el primer derecho humano no
enunciado en ninguna «declaración universal» es el derecho a la seguridad,
personal, comunitaria, familiar, social, nacional, economica, sin el cual
ningún otro derecho puede ejercerse.
Los
derechos humanos y toda la retórica articulada en torno suyo son una cortina de
humo que oculta el aspecto verdaderamente siniestro de la cuestión: que se
trata de derechos individuales, pero que sobre ellos, se encuentran, sobre las
nubes, invisibles desde el punto de vista del individuo de a pie, los derechos
del capital (a generar interés y crecer, a adquirir e incorporar, sin trabas ni
límites) que modelan como el cincel del escultor una realidad social.
IX
LA POLITICA ESTÁ POR DEBAJO DE LA ECONOMIA
Durante siglos, la economía de los particulares estaba
sometida al interés general de la Nación y antes, del Reino. La política estaba
por encima de la economía en tanto que la política era el diseño para la
supervivencia y expansión de un conjunto humano organizado en reino o en
comunidad nacional. Tras 1789, abolido el reino, la política y la economía se
situaron en el mismo plano. Era frecuente que altos dirigentes de la industria
participaran en las tareas políticas. Desde entonces, los grandes negocios se
han realizado a la sombra del Estado. Pero esto no bastaba, porque quien dice
«Estado Nacional», dice mundo no globalizado. Para que los «señores del dinero»
dominaran, el Estado debía estar indefenso ante las grandes acumulaciones de
capital. A partir de los años 80 con la llegada ya no hubo muro de contención
al proceso de globalización que se inició con la sentencia de la escuela de
economía austríaca: el Estado debe de ser reducido al máximo para que la
economía pueda generar todas sus benéficas potencialidades.
Pero el Estado es la encarnación jurídica de la Nación y
su forma actual es la democracia; sin embargo, en el mundo del dinero la forma
de organización es oligárquica, no existen rastros de democracia y es la
acumulación de capital la que da el volumen de la fuerza y el poder, no el
número de votos que obtenga tal o cual función. De ahí que situar la política
por debajo de la economía suponga establecer, de hecho, un sistema oligárquico
superpuesto a un sistema tan democrático como inútil, en tanto que débil. Sin
olvidar, por supuesto, que en el plano «democrático» actúan y son hegemónicas
fuerzas que, en altísima medida, son la voz de su amo, esto es, la voz de los
detentadores del capital que actúan en este plano a través de partidos
políticos y medios de comunicación de masas.
EL AUGE ECONÓMICO REQUIERE DESREGULACIÓN
El estribillo que abrió la vía definitiva a la globalización
se urdió en 1989 al caer el Muro de Berlín y elaborarse la teoría del «fin de
la historia» sobre un trasfondo de anticomunismo ferviente. Si el Estado
Soviético había sido derrotado por «las democracias» se debía a su carácter
omnipotente e invasivo de cualquier actividad social, especialmente de la
economía.
La
Tatcher ironizaba con Gorbachov explicándole que su trabajo era mucho más fácil
porque no se tenía que preocupar de la economía, mientras que en la URSS todas
las actividades estaban acogidas a la tutela del Estado. Así, el jefe del
Estado Soviético debía preocuparse de «política» y de «economía», mientras el
jefe de una democracia tan solo debía de preocuparse de «política». Cuando la
Tatcher decía esto, en realidad, el proceso de «desregulación» de la economía
era apenas incipiente y abarcaba dos frentes: en el frente interno, el Estado
inglés estaba poniendo en venta el sector público que permanecía en su poder y
en el frente exterior, estaba proponiendo normas para que los Estados intervinieran
cada vez menos en los intercambios económicos entre naciones, y especialmente
que no interfirieran en la libre circulación de capitales.
Los
modelos puestos en marcha en el Reino Unido y en los EEUU, avalados por el FMI
y por el Banco Mundial, rápidamente fueron imitados en todo el mundo generando
oleadas alternativas de progreso y de pauperización y restando cualquier
posibilidad de una economía mundial estable. Hoy, este principio es aceptado
universalmente por los economistas liberales con una salvedad: la independencia
del sector económico se ansía en todas las situaciones salvo en una, cuando la
economía entra en crisis.
XI
LAS PRIVATIZACIONES GARANTIZAN MAYORES BENEFICIOS PARA EL CAPITAL
Es
un dogma establecido el que en la modernidad no pueda existir un fuerte «sector
público» (aun cuando pueden existir legiones de asesores y de oficinas
ministeriales y escalones administrativos completamente improductivos cuya
gestión se concede a las clases políticas como compensación a su situación de subordinación
ante el poder económico).
Ese
dogma parte de una constatación: los sectores en los que el Estado estaba
presente eran sectores de gran vitalidad económica, e incluso de un peso
creciente como la sanidad. Estos sectores tienen siempre una gran importancia
económica, requieren de complicadas infraestructuras que ya han sido puestas en
marcha por el Estado y se trata solamente de mantenerlas y convertirlas en un
negocio de primera magnitud. Los ferrocarriles y las comunicaciones, las líneas
aéreas y las autopistas en un primer momento, las infraestructuras de
telecomunicaciones, para desembocar, finalmente, en la privatización de la
sanidad, el verdadero gran negocio del siglo XXI. El argumento que se esgrime
es que estos sectores están así «mejor gestionados».
La
experiencia demuestra que no, que es todo lo contrario: el servicio ofrecido es
siempre de mucha menor calidad. La razón real es la dada en el enunciado de
este punto: privatizar es tener la seguridad de que un servicio hasta ese
momento en manos del Estado tiene una clientela de masas y, por tanto,
representa un volumen seguro de negocio que multiplica los rendimientos del
capital.
XII
EL MERCADO SE CORRIGE A SÍ MISMO
Otro
de los dogmas enunciados por los liberales de todos los tiempos y corregidos
por los neoliberales actuales es que el mercado es el único instrumento capaz
de corregirse a sí mismo. Se da el ejemplo del sector español de la
construcción en el que el mercado tras un crecimiento hipertrófico, finalmente
reventó y en la actualidad está en vías de recuperar precios relativamente
normales para los productos en venta. En realidad, este enunciado debería de
plantearse de otra manera: «el mercado es el único mecanismo que se corrige a
sí mismo entre dos aberraciones extremas».
En
efecto, está claro que los sectores sometidos a «burbujas» inflacionistas,
antes o después terminan estallando, pero el problema es que tales estallidos
tienen unas dimensiones cada vez más amplias y que sus efectos duran más tiempo
y repercuten durísimamente sobre la sociedad. Sin olvidar que una economía
global es extremadamente sensible a cualquier pequeño problema regional y que
los fuegos despertados en un momento pueden, ciertamente, apagarse ocho o diez
o quince años después, pero los destrozos que generan durante ese tiempo y la
deuda que se acumula, tardan generaciones en extinguirse.
Así
pues, la capacidad de autocorrección del mercado es relativa e insignificante
en relación a su capacidad innata para generar burbujas periódicas y en una
fase de economía global, a diferencia de en fases anteriores de capitalismo
industrial circunscrito a una nación, cualquier pequeño desajuste en un mercado
se amplifica hasta alcanzar una dimensión incontrolable y mundial.
XIII
EL DOBLE LENGUAJE ES LA FORMA DE COMUNICACIÓN DE LA CÚSPIDE CON LA MASA
En seres humanos normales el pensamiento guía a la
palabra, salvo en los casos de perturbados y psicópatas. Sin embargo, entre las
élites económicas y en las clases políticas, se utiliza el doble lenguaje, un
proceso mental en el que lo que se dice no tiene nada que ver con lo que se
cree.
El doble lenguaje se ha convertido en una exigencia
política (adular al ciudadano al que se desprecia y del que solo interesa su
voto) y económica (cualquier golpe asestado contra las poblaciones se justifica
alegando que es «bueno para ellas y bueno para la democracia»). Cuando los
oligarcas proponen «democracia» lo que están proponiendo realmente es el
sistema en el cual pueden depredar más y mejor, controlar más a la opinión
pública, defraudar las promesas hechas a los electores, aumentar la presión
fiscal sobre ellos, y explotarlos más y mejor.
Cuando los «señores del dinero» (directamente o a través
de los medios de comunicación amamantados en sus ubres) gritan a coro a favor
de «restablecer las libertades» en tal o cual zona del planeta, que no quepa la
menor duda que eso significa solamente que en esa zona del planeta se va a
derribar a gobiernos –cuestionables o no, pero en cualquier caso, no más
cuestionables ni corruptos que cualquier otro– que suponían un muro de
contención contra el impulso globalizador y que, a partir de ahí, las hienas
del dinero van a clavar sus garras.
Existe un traductor simultáneo que reduzca las frases a
su verdad esencial: no hay palabra que pronuncie un «señor del dinero» (o sus
validos políticos) que no tienda a reforzar su poder, nublar la percepción de
sus verdaderas intenciones o aumentar la concentración de capital en sus manos.
Atender sus mensajes sin traducirlos, es engañarse.
XIV
LA VIDA DEL PLANETA, LA SALUD DEL PLANETA, SE SUBORDINAN A LAS EXIGENCIAS DEL
CAPITAL
Si
los derechos del capital se sitúan por encima de los derechos de las personas,
resultará evidente que se sitúen también por debajo todo lo relativo a la salud
y al medio ambiente. No existen grandes proyectos en los horizontes de la
globalización, sino tan solo una batalla acometida día a día en busca de
mayores beneficios y de la forma más inmediata. Lo que cuenta para el capital
es el beneficio aquí y ahora. En plazos tan cortos de tiempo es imposible medir
las consecuencias que implican determinadas actividades.
En
el momento de escribir estas líneas resulta evidente que los países en vías de
desarrollo que aspiran a estar presentes en el pelotón de cabeza son los que
más contaminación generan. Para evitar detener ese proceso acelerado, desde las
esferas más altas de la globalización y de sus estados mayores, se elaboró la
consigna del «desarrollo sostenible», última trinchera en la que se refugiaban
los defensores a ultranza del «progreso indefinido».
En
el estado actual de la ciencia y de las tecnologías, lo cierto es que no hay
lugar para un «desarrollo sostenible» ad infinitum, a la vista de que
las posibilidades del planeta son limitadas. La consigna ha logrado mantener
ocupados y tranquilos a los bienpensantes, esperanzados por lo que parecía una
«toma de conciencia de los gobiernos ante los problemas del medio ambiente».
En
realidad, poco importa lo que digan los gobiernos, sus leyes y los acuerdos
internacionales que firman, encierran ellos mismos trampas y cláusulas leoninas
que resuelven pocos problemas y que contribuyen solamente a aplazar unos años
más la percepción real de la situación.
Y
no habrá rectificación, simplemente, porque los gobiernos terminarían
enfrentándose a los «señores del dinero» y estos han establecido que,
finalmente, precisan que las amplias extensiones de tierras de cultivo que han
adquirido rindan más allá de lo razonable en pocos años sometidas a
superexplotación hasta quedar yermas para siempre; que los negocios energéticos
en los que han invertido deben de continuar contaminando y agotando los
recursos a velocidad creciente mientras vayan rindiendo beneficios; que no importa
que algunas grandes ciudades del planeta se hayan convertido en completamente
inhabitables y otras zonas se convierten en vertederos tóxicos, importa poco si
en esas zonas los beneficios del capital siguen siendo aceptables.
La
depredación del planeta proseguirá, si es preciso, hasta que el último «señor
del dinero» estrangule con el tubo de su botella de oxígeno a su último
competidor igualmente entubado y ligeramente más débil, poco antes de apagarse
las luces de la globalización.
XV
LA VERDAD NO EXISTE Y LA LIBERTAD ES
RELATIVA, LA PRIMERA SE DICTA, LA SEGUNDA SE DA.
Fuera
de lo tangible del dinero (aunque en realidad, la mayor parte del dinero es hoy
virtual generado por la absurda doctrina de la «reserva fraccional» y no pase
de ser mera anotación contable electrónica), todo lo demás es relativo, banal,
sin apenas interés para los «señores del dinero». Los «señores del dinero»
saben que las «libertades políticas» no son importantes porque la inmensa
mayoría no tiene nada por lo que manifestarse, expresarse o reunirse, saben por
eso, que pueden acceder a que los gobiernos concedan tales libertades porque a
ellos solamente les interesa una: la económica, estando todas las demás
subordinadas a ella.
Pero
aquella libertad que consiste en la capacidad de dominio del ser humano sobre
sí mismo, que le impide ser controlado y dominado por sus miedos y sus
pasiones, por su psicología interior, sus filias y sus fobias, incluso por sus
instintos, de esa libertad ni se habla ni se la puede tomar en serio,
simplemente porque ejercerla no reportaría ningún beneficio económico. De ahí
que el mejor régimen político que se adapta como un guante a la globalización
sea el régimen parlamentario: controlando a medios de comunicación, controlando
el dinero, se controla a la clase política, pieza intermedia entre los «señores
del dinero» y la masa, que condiciona siempre el resultado de los procesos
electorales.
Pero
es preciso, siempre que la masa no crea en nada más que en aquello que se le
presenta como «valioso», es bueno no enseñarle a pensar por sí mismo, ni que
desarrolle un espíritu crítico; la mejor forma de vida para la masa es la
narcosis, ese estado de sonámbulo despreocupado por lo esencial y atraído por
formas de fantasía y por una sensación beatífica bienestar que procede del
olvido de uno mismo.
XVI
EL MESTIZAJE ES EL DESTINO LA HUMANIDAD: ATOMIZA POBLACIONES Y LES RESTA
IDENTIDAD
El
gran problema que ha encontrado el proceso globalizador reside en cualquier
sistema identidades en las que se puedan reconocer los seres humanos y las
sociedades. Así pues, si de lo que se trata es de implantarlo en todo el mundo
se trata, en primer lugar, de homogeneizarlo. Los sistemas de identidad son el
adversario más peligroso porque indican a alguien lo que es, cuál es su origen,
qué afinidades y diferencias tiene con otros pueblos.
Un
pueblo se reconoce en los rasgos distintivos de su comunidad, si carece de
ellos, ya no se reconoce en nadie, salvo en su entorno familiar o vecinal. Así
pues, los instigadores de la globalización abominan de cualquier identidad y
para lograr su desaparición proponen la idea recurrente de la «fusión cultural»
y el «mestizaje» operado a todos los niveles. Los efectos de este proceso
actualmente en marcha son desoladores y apuntan en la dirección que hemos
definido: las comunidades dejan de tener fuerza y cohesión, se convierten en
agregados de individuos que se reconocen únicamente por los rasgos más banales:
el color de un equipo de fútbol y poco más.
Obviamente
no surgirán entre ellos conflictos «nacionales» y, ni siquiera tendrán
«conciencia de clase». Simplemente serán entes igualados, homogeneizados y
sometidos al denominador común del mestizaje. Allí donde ha existido
«mestizaje» allí se han generado sociedad inestables y, en cuanto a los
productos culturales que hoy, aquí y ahora, se nos proponen como muestras del
mestizaje, no pueden evitar tener una dudosa calidad. El «mestizaje» solamente
puede ser viable entre entidades contiguas entre las que no existen abismos
culturales, antropológicos o cualitativos.
XVII
CUALQUIER ESTRUCTURA QUE SUPONGA ARRAIGO E IDENTIDAD DEBE SER ABOLIDA
Los
Estados Nacionales son hoy una de las pocas defensas que encuentra la
globalización. Suponen un conjunto de instituciones, leyes y organismos que defienden
a la comunidad ante los ataques de otras e incluso ante procesos de
inestabilidad interiores. Desaparecidos los Estados Nacionales, la vía queda
libre para la globalización.
Por
otra parte, es importante recordar que no es por casualidad que la tendencia
actual sea presionar fiscalmente y de manera inusitada sobre las clases medias
prosigue de manera salvaje. Abolir a la clase media no es tan importante como
diluir sus concepciones y rebajar su preparación. De las clases medias han
partido siempre los movimientos de renovación política y social. En ellas se
encuentra la mayor acumulación de cultura e intelectualidad y, al mismo tiempo,
su situación económica, le permite dedicar tiempo a la elaboración intelectual
y al análisis de la realidad: son, por tanto, peligrosos, especialmente desde
el momento en el que cristaliza en ellos una conciencia de grupo.
Así
pues, romper los Estados Nacionales en fragmentos más pequeños y, por tanto,
más manejables, romper las clases sociales, especialmente aquellas que pueden
ser potencialmente peligrosas son obsesiones para la globalización cuyo punto
de partida, es bueno no olvidarlo, tuvo lugar en 1945 con la creación de las
Naciones Unidas, primer paso para un «gobierno mundial». Desde entonces, todas
las consignas de carácter humanista y universalista han sido propagadas desde
ese foro y desde la UNESCO y tienden inviablemente a abolir los sistemas de
identidades nacionales sustituyéndolos por folklorismos altisonantes y
«patrimonios de la humanidad» aislados y dispersos.
XVIII
NADIE PUEDE ALZARSE CONTRA ESTOS PRINCIPIOS QUE COMO TODO DOGMA, SON INTOCABLES
La
globalización es, por principio, incuestionable. Quien la cuestione sea
arrojado al inframundo, marginado y lucirá la marca de Caín. Quien se atreva a
dudar de su eficiencia o a advertir de sus presuntos riesgos, ese debe ser
quemado en la hoguera. Ejercer incluso el papel de Casandra y recordar lo
problemático de todos los procesos que acompañan a la globalización, supone un
desafío que muy pocos están en condición de asumir. En ello les va el futuro,
su buen nombre y su prestigio: nadie puede poner en duda que la globalización
es la etapa superior de la humanidad, porque esa misma letanía se repite con el
mismo estribillo pero con ritmos diversos: los habrá que declarándose
«antiglobalizadores» pedirán, al mismo tiempo, «otra globalización». Los habrá,
los newagers, que condenando los procesos del capitalismo globalizado,
aluden a «una sola raza, la humanidad; a un solo gobierno; a una sola religión;
una sola cultura»… esto es, a un mundo completamente homogeneizado, sin matices
ni contrastes, sin identidades, anónimo y «único».
Las
críticas radicales al principio mismo de la globalización no pueden ser nunca
admitidas, quien las realiza debe ser tachado de ignorante o de visionario,
fanático o demagogo, en cualquier caso, de persona de credibilidad dudosa.
Solamente puede tener voz autorizada en la globalización aquel que participa de
ella. Sólo puede ser incorporado al pelotón de los bienpensantes y de los
intelectuales con marchamo quien está dispuesto a aceptar estos mandamientos y
el primero de todos es «no hay más dios que el dinero y la economía globalizada
es la única liturgia para llegar a él». Fuera, la Inquisición aguarda al
disidente.
XIX
CUALQUIER ACTIVIDAD HUMANA ES SUSCEPTIBLE DE ADAPTARSE AL PARADIGMA
GLOBALIZADOR
El
gran logro de la globalización ha consistido en adaptar cualquier actividad
social a su configuración hasta el punto de que fuera de la globalización
solamente puede existir una especie de exilio interior y una sensación de
marginalización.
Cuando
Guy Debord teorizó sobre la «sociedad del espectáculo» en los años 60, olvidó
decir que en el límite extremo de tal sociedad se encuentra la «sociedad
global». En este modelo social las características propias y los signos de
identidad de los individuos, los pueblos y las naciones, tienden a difuminarse
subsumidos por una marejada de «mestizaje» que, en realidad, no es sino la
ausencia de toda identidad y la atomización extrema de la sociedad en
fragmentos individuales.
Lo
esencial del momento actual es la reducción a lo económico de cualquier tipo de
actividad social: desde la literatura y las artes hasta cualquier estilo de
vida, todas, absolutamente tienen como denominador común, el ser convertidas a
una dimensión de mercancías comprables y vendibles.
Incluso
el ocio tiene esa dimensión única. Y en tanto que reducidas a actividad
económica sufren de las mismas tensiones que cualquier otro producto que se
mueve en «el mercado». Finalmente, el mismo ser humano termina siendo
consciente de que, él mismo, su vida, su salud, su alimentación, su educación,
todo, absolutamente todo, son objetos económicos y él mismo lo es también. Al
final del camino lo que se encuentra es una despersonalización absoluta y un
empobrecimiento radical de la naturaleza humana.
XX
Todos estos mandamientos se resumen en uno: SÓLO
HAY UN DIOS AL QUE RENDIR CULTO, EL CAPITAL
Cualquier otro valor, cualquier principio, cualquier
idea, palidece ante este último dogma que tiene al dinero como único dios. Se
trata de perseguirlo, amarlo, seguir sus procesos, conocer sus leyes y
mandamientos y cumplirlos, para, al final, ser uno con el dinero. En períodos
anteriores de la historia ya ha habido minorías que han erigido al dinero como
dios, la diferencia con el período actual es que tales minorías nunca han
dispuesto de tal acumulación de riqueza y de capital como en la actualidad y
nunca ese dios ha sido tan poderoso e independiente de las voluntades de
quienes lo invocan.
Porque llegamos ahora a la conclusión final de esta
parte de nuestro estudio. El actual momento de la economía mundial no está
dirigido, ni gobernado por nadie, quienes «mueven los hilos» y actúan de manera
decisiva en los procesos que se desarrollan bajo el nombre genérico de
«globalización», no lo hacen siguiendo principios de prudencia, intuición,
racionalidad o inteligencia, sino que, como el fiel que asiste piadosamente a
la iglesia, es porque tiene un fe inconmovible por su único dios y señor: el
dinero. Quiere poseerlo como el católico ferviente quiere experimentar la
santidad y la beatitud. Ansía impregnarse en sus esencias y en su olor como el
hombre religioso quiere ser uno con su Señor inmaterial y omnipotente. No hay
forma de controlar al dios de la economía, ni encarrilar sus pasos como no hay
forma de dirigir las acciones de Dios; el fiel de a pie que rinde culto al
dinero tiene la misma posibilidad de modificar las acciones de su dios que el
católico que reza una oración en el templo de la fe. El dios es soberano y
absoluto, dueño de las acciones de los hombres, no al revés. Y ese dios, el
dios de la economía, no tiene otra finalidad que llegar a las últimas
consecuencias de su lógica interna.
Al igual que el Dios del Antiguo Testamento, hay en él
mucho de hostilidad hacia su pueblo. O cumple su voluntad o lo castiga, justo
como el dios de la economía. Para éste nunca es suficiente: siempre es preciso
obtener más rendimiento del capital, multiplicarlo, engrandecerlo, tenerlo
siempre presente y sin descanso. Eso, o el castigo. El castigo viene en forma de crisis
económicas y de estallido de burbujas. Pero, tras el castigo, siempre llega la
reconciliación del dios con su «pueblo» y la reanudación de la «alianza» con él
para proseguir la acumulación de capital hasta su destino tan fatal como
improbable: la concentración extrema del capital que como un agujero negro
cósmico atraiga y absorba cualquier otro capital que pueda existir sobre la faz
de la tierra. Se trata, por supuesto, de un límite teórico y extremo,
improbable por lo demás, al que seguiría un período de serenidad que duraría el
tiempo en el que ese diosecillo del dinero se diera cuenta de que ya no crece
más y estallara como el agujero negro iniciándose un nuevo ciclo que, partiendo
de la economía de supervivencia, pasaría luego a la del trueque y más adelante a la artesanal, y
así sucesivamente.
Si algún «señor del dinero» se cree que controla a la
economía, se equivoca: es la economía la que lo controla a él. Y el dios de la
economía es un dios enloquecido provisto de una dinámica y de una lógica
interior que le lleva, inevitablemente, a la autodestrucción. Hoy, la maquinaria
económica ha alcanzado tal envergadura que nadie es capaz de controlarla, ni
siquiera los que están en la parte superior del tronco de la pirámide y más
próximos a este «piramidión» metafísico. Por eso la economía no puede ser
controlada por nadie. Por eso, las crisis cíclicas, los estallidos de las
burbujas, los trastornos, periódicos en otro tiempo y hoy constantes, no pueden
ser previstos, y aunque lo sean, resulta imposible evitarlos. La lógica interna
del sistema económico lleva a la búsqueda ineluctable del beneficio como única
tendencia dominante, cualquier otra que apareciera estaría fuera de lugar y
sería completamente anulada: el dinero que no produce es dinero que se pierde,
el dinero que pierde uno lo recupera otro, por tanto hay que seguir haciendo
que el dinero se reproduzca a sí mismo, a pesar de que, como aquellas palabras
que se repiten una y otra vez, termine perdiendo sentido y significado.
Se trata de una apisonadora que lo arrasa todo:
por supuesto, los últimos en salir afectados son los «señores del dinero», los
propietarios de las grandes acumulaciones de capital, pero ni siquiera estos
–como los «inmortales» de la serie– sobrevivirán. Solo el último de estos
«magnates», podrá encontrarse cara a cara con el dios de la economía, allá
arriba, en el ara de sacrificios que se sitúa en toda superficie superior de
las pirámides mayas y aztecas, y en donde se ha sacrificado la felicidad, la
tranquilidad, la estabilidad de la especie humana y a la misma especie e
incluso al mismo planeta. En esa privilegiada posición, verá cara a cara al
dios de la economía convertido hoy en una serie de notaciones electrónicas
contables, meros impulsos almacenados en discos duros que jamás resolverán los
problemas fundamentales de la especie. Una vez alcanzado ese punto, lo hemos
visto, solamente queda la autodestrucción del conjunto, el reseteado del
sistema y un nuevo comienzo.