INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

viernes, 20 de julio de 2018

365 QUEJÍOS (82) – RESPETEN MI ESPACIO PERSONAL


Me voy a la playa. Es primera hora, así que la playa está desierta. Buen asunto, porque ni siquiera los choros están a esa hora para ir al descuido. No hay nadie en la bahía. Dejo la toalla extendida y la mochila de cabecero y me lanzo al agua (voy a la playa para nadar, para tomar el sol, rebozarme con protector y hacer méritos para el melanoma están otros, allá ellos). Me voy algo lejos y al volver veo que dos parejas de cierta edad que van juntas y un hijo afectado por el síndrome de down, se ponen a un metro de donde he dejado la toalla… ¡y trescientos metros de playa vacíos¡ Me quejo de que hay gente que no tiene ni siquiera instinto territorial suficiente como para saber lo que es el “espacio personal”.

Cada año me pasan situaciones parecidas. El año pasado, en las mismas circunstancias, se me puso a tres metros una buena mujer empeñada en que me enterara de todas sus miserias hablando a voz en grito por teléfono. No soporto que la gente no tenga el más mínimo decoro con su intimidad (especialmente cuando esta es miserable, aburrida e incolora, quizás si fuera intelectualmente exuberante o picante y estimulante en lo personal, o inspiradora, tendría algún aliciente, pero no…). Pero es hora de establecer algunas conclusiones. La primera de todas e inapelable es que la gente ha olvidado lo que es el “espacio personal”. No hace falta ser un etólogo reputado ni haberse leído toda la obra de Konrad Lorenz, para saber que uno de los instintos animales (y en el ser humano hay un sustrato animal de no te menees) es el instinto territorial: somos animales territoriales que precisamos un espacio propio que considerar “nuestro”.

Cuando ese espacio se ve “violado” nos sentimos incómodos. Si no recordad las veces que habéis estado en un ascensor repleto de personal sin saber ni qué hacer, ni a dónde mirar, ni siquiera que cara poner. Los grandes conflictos entre pueblos y especies son luchas por la conquista de espacios que pertenecen a otros. Miente quien diga que solamente los humanos se lían en guerras de conquista practicando violencias en el interior de la especie. He visto guerras de hormigueros contra hormigueros y cómo queda de cadáveres de uno y otro bando el campo de batalla. ¿Y por qué? Porque dos grupos de hormigas han construido sus nidos demasiado cerca.

El espacio personal es un concepto relativo. Es frecuente entre los campesinos el hablar a gritos: ¿Eh tú, como está la jaca…? Pregunta uno desde cinco metros de distancia y el otro responde: ¡La jaca ya ha parido! Todo a gritos. En el campo, el espacio personal es grande, no hace falta estar menos de un metro para iniciar una conversación. En la ciudad, en donde todo es más abigarrado, los espacios personales son reducidos, por tanto era normal –y lo digo en pasado- entre gente con un mínimo nivel de educación, que la voz se modulara en función de ese espacio y que las conversaciones fueran inaudibles para terceros. Sin embargo, hoy nos tenemos que enterar de las tristes intimidades y de lo gris y pálido de las vidas de la gente que nos rodea. Se diría que, uno de los rasgos de la modernidad es la pérdida de nuestros instintos animales: desaparece el instinto de reproducción (no tenemos hijos apenas), desaparece el instinto de agresividad (con un porro nos reímos mucho y todo pasa a importarnos una higa), desaparece el instinto territorial (y su modulación entre los humanos: la noción de intimidad, pudor y privacidad). Y para colmo tengo que aguantar que unos cretinos se pongan a un metro de mí en una playa vacía.

Alguien dirá: “Pero, hombre, esos instintos son animales, el ser humano es otra cosa…”. Error: el ser humano tiene una naturaleza biológica que es común a las especies de mamíferos superiores. Luego, otra parte de nuestra naturaleza deriva de tener conciencia de nosotros mismos que puede ser más o menos acusada, pero que ahí está y abre las puertas a lo que se conoce como “lo espiritual”. Pero el problema no es que quien demuestra haber renunciado a los instintos de los mamíferos superiores se comporte como “seres espirituales”, sino que han pasado a compartir los hábitos de las especies inferiores o de especies que están en vías de desaparición y parecen haber agotado sus posibilidades vitales. ¿Cómo evitar pensar en aquella película El planeta de los simios? Estamos evolucionando, pero no hacia el “punto Omega” al que aludía el teólogo Teilhard du Chardin, sino que más bien estamos involucionando hacia el punto alfa, aquel situado antes de la aparición del homo sapiens en la escena.

Eso es lo que temo y de eso es de lo que me quejo. Y si nos fijamos bien en lo que nos rodea y en la velocidad con que se está produciendo la decadencia, me daréis la razón.