Me cuentan que “Francia” ganó el mundial de fútbol. Créanme
que eso me deja tan frío como alicatar un iglú. La misma frase de “jugar al
fútbol” entraña su banalidad. Y, por lo demás, los que se divierten, deberían
ser los que juegan al fútbol, no los que lo ven sentados. En realidad, yo mismo
jugaba al fútbol (como extremo izquierdo, por cierto) y nunca he perdido mucho
tiempo viendo partidos. Nunca he entendido el fanatismo futbolístico, el patriotismo
futbolero que es, cualquier cosa menos patriotismo), ni siquiera el que la
gente pague para ver partidos. Me dicen que sí, que el ambiente de un partido
es exaltante y que hay más calor que en la primera comunión de Kanouté. Será
eso… pero a mí no me va. De todas formas, no es de eso de lo que me quejo sino de que no entiende de qué
puede sentirse orgullosa una ciudad cuando, por ejemplo, apenas ninguno de los
jugadores de su equipo es hijo de esa villa. O cuando gana una “selección
nacional” cuyos apellidos y físico no encajan para nada en el perfil étnico de
esa nación. Y de eso si que me quejo y lo considero una de tantas cosas
incomprensibles.
La lógica implicaría,
en primer lugar, que un deporte –y el fútbol lo es- siguiera las normas
olímpicas del Barón Pierre de Coubertin: es decir, que fuera cosa de amateurs.
Lo que resulta incomprensible es que se explote el orgullo nacional y el
orgullo local sobrepagando a unos tipos para que corran con pantaloncito corto
detrás de un balón con los colores nacionales que les importan mucho menos que
la bolsa. Lo normal es que ganen los
equipos que tienen más recursos económicos y pueden contratar mejores técnicos
y futbolistas. Así pues, el fútbol es, sobre todo, cosa de inversión. ¿Y por
qué no gana siempre el que más invierte? Respuesta: porque el azar forma parte
del juego. Y a veces, incluso, las mordidas que hacen ganar y perder partidos,
falsean resultados y, sobre todo, amañan apuestas. Se dice que la liga española es “muy competitiva”, cuando en
realidad, lo que se quiere decir es que mueve mucho dinero. Gran parte
procede de esponsores, pero otra lo pone el público con sus abonos y entradas,
no precisamente baratas. El tránsito de miles de millones entre clubs,
intermediarios, representantes, interesados, las deudas a la seguridad social,
el dinero negro, todo eso, hacen del fútbol espectáculo de masas en el que la
deportividad, el fair-play, o el orgullo quedan aparcados.
Y luego está la importación de jugadores. Yo no sé de que
pueden sentirse orgullosos los habitantes de Villarriba si tienen tres
jugadores magrebíes, cuatro africanos, dos argentinos, uno con pasaporte inglés
pero que ha nacido en cualquier sitio menos en las Islas Británicas y dos que,
para colmo han nacido en Villabajo. El entrenador italiano y el masajista portugués.
Por poner un ejemplo. ¿Pueden estar orgullosos los habitantes de Villarriba de
los éxitos de su equipo? ¿deben derrumbarse cuando siguen la ruta del Alcoyano?
Y lo mismo vale para las selecciones nacionales.
Ahí tienen al equipo croata que ha llegado a la final y
cuyos miembros parecen homogeneizados, no solamente por la camiseta ajedrezada,
sino por el origen y los apellidos de sus miembros, frente al equipo francés
que parece una colección de apellidos exóticos de los que solo tres tienen
apellidos galos.
Encontraría cierta lógica a que los equipos locales y
provinciales echaran mano a la cantera y vivieran solamente de la cantera. ¿Ganarían
solamente los equipos de provincias grandes? No está claro. A lo mejor, los de
provincias con climatología hostil, más rurales, resultan ser más duros y
resistentes. Sin olvidar el factor voluntad. ¿Qué el espectáculo perdería
vistosidad? Claro que perdería. ¿Es malo que el fútbol remita? ¿No será que ha llegado demasiado lejos
como espectáculo de masas? ¿No existe demasiada obsesión por el fútbol aquí y
ahora? Hasta los más fanáticos que conserven una mínima objetividad
deberían reconocerlo.
En los años del franquismo, cuando la TV ponía un partido a
la semana y otro el 1º de mayo, los progres de pastel decían que el franquismo
utilizaba el fútbol como opio del pueblo ¿Qué
dirían hoy cuando raro es el día de la semana que algún canal no obsequia con
un partido e incluso cuando existen canales temático de fútbol para recordar el
fabuloso encuentro Minglanilla-Bollullos del 6 de septiembre de 1965? ¿Qué la
gente tiene que divertirse? Claro, el
ocio es otro de los elementos que nos diferencian de los animales. Pero hay
ocios activos y pasivos, motivadores y productivos, o estáticos e irracionales.
Dime que ocio elijes y la importancia que le das y te diré de la pasta de la
que estás hecho.
Me quejo de que Gustav Le bon, hace más de 100 años tenía
razón cuando decía que en un espectáculo de masas, el nivel medio de
inteligencia y reacciones del público, no es el que corresponde a la media
aritmética entre sus miembros, sino que se sitúa en el nivel más bajo del más bajo
de los presentes. Me quejo de que cien años después, Le Bon sigue teniendo
razón.