Se dijo a finales de los 60 que la ética era la estética del
futuro. Y con el tiempo da la sensación de que algo de eso hay: en un mundo en
el que cualquier referencia ética parece ir desapareciendo, no es raro que la
fealdad se vaya enseñoreando de las calles. En Cataluña, sin ir más lejos,
especialmente en pueblos, la fealdad se ha apoderado de los balcones y está
presente en las calles. Desde hace seis o siete años un cierto número de
balcones –que nunca es superior al 10%, todo hay que decirlo- lucen colgajos
permentemente. Algunos, incluso, los coleccionan: están ahí hasta que se caen
de viejos. Dado que esto es Cataluña, basta que te regalen algo para que lo
exhibas: si te regalan unos cuantos trapos de publicidad para el
seudoreferendum del 1-O, los colocas en el balcón y ahí se quedan durante meses
hasta que un viento huracanado termina por llevárselo o la erosión del tiempo
desgasta los colores. La fealdad está en los balcones. Me quejo de la fealdad
voluntaria de las ciudades catalanas, especialmente de los barrios que hacen
profesión de fe independentista.
He visto balcones en los que hay apelmazados el colgajo
pidiendo la libertad de los presos, el otro sobre el SI al seudoreferéndum,
luego está aquel otro que recuerda que allí vive alguien que simpatiza con la
inmigración, la bandera estelada de rigor, el lazo amarillo, el Ja som
república, media docena o docena y media de lazos amarillo páliducho. Y todo en
menos de cuatro metros de balcón. Estamos lejos del día en que el vecino colocó
tanta farfalla en su balcón. Ahora, todo eso, ocho nueve, doce meses después,
luce polvoriento, desteñido, sin lustre. Además de ser feo resulta triste: es
la exteriorización de un fracaso (porque el nacionalismo independentista ha
fracasado, y de qué manera, por mucho que se niegue a reconocerlo). Me quejo de
tener vecinos sin el pudor suficiente para ocultar su credo político y de su triste
orgullo de fracasados.
Pero me quejo también de que algunos ayuntamientos. Cada vez menos, todo hay que decirlo. No se
sabe bien encomendándose a qué, han decidido colocar en las rotondas de acceso
a los pueblos, banderas independentistas bien lustrosas y periódicamente
renovadas (dos o tres veces al año) y de tamaño XXL. Esas no son compradas en
los Todo a 100 chinos (Gao-Ping ha
hecho su agosto con esto del independentismo), son de las caras. Y las pagamos
con nuestros impuestos. Cada cual se
conforma y se contenta con lo que puede: ya que ni tienen, ni tendrán una
nación a su medida, se conforman con poner una bandera que solo para ellos
tiene algún significado. Y que para colmo, es fea.
Me quejo de que los diseñadores de la “estelada” taparon las históricas cuatro barras de la Corona de Aragón con un triángulo masónico, con el color del nomeolvides –la flor masónica por excelencia, azul SEPU, de nombre cursi y acaramelado- y para colmo, en su interior colocaron una estrella blanca de cinco puntas, símbolo egipcio del inframundo, el Duath. Ni a propósito hubiera podido hacerse una bandera tan mal conjuntada. Es la bandera de quienes son incapaces de hacer ondear una de verdad.
Me quejo de que los diseñadores de la “estelada” taparon las históricas cuatro barras de la Corona de Aragón con un triángulo masónico, con el color del nomeolvides –la flor masónica por excelencia, azul SEPU, de nombre cursi y acaramelado- y para colmo, en su interior colocaron una estrella blanca de cinco puntas, símbolo egipcio del inframundo, el Duath. Ni a propósito hubiera podido hacerse una bandera tan mal conjuntada. Es la bandera de quienes son incapaces de hacer ondear una de verdad.
Me quejo de que pasen las semanas, los días y los años, y
esas banderas sigan allí. Recuerdo que un día, mi abuela, en pleno franquismo,
colocó una camisa en el interior del balcón de un primer piso del Ensanche
barcelonés. Apenas se veía desde la calle, pero un miembro de la guardia urbana
subió al inmueble y multó a la abuela porque aquello “afeaba” la calle. En
realidad, tenía razón y mi abuela pagó. Hoy algunos catalanes juzgan que el
olor a porro, a meadas de perro y a gasolina quemada que destilan las calles de
Barcelona, no son suficientes y quieren colocar un punto más de fealdad en la
vida urbana. Ahora ya no hay guardias urbanos que afeen esta actitud a los
vecinos. Simplemente, pasan por debajo de estos colgajos, como si no
existieran. Lo dicho, la fealdad es la
estética del independentismo. De eso me quejo.