¿Qué respeto puede merecer el “presidente del gobierno” que
llega al poder sin más que un aval parlamentario momentáneo en un marco
político en el que el parlamento responde a las realidades de hace tres años y
medio y no a las simetrías electorales de hoy? Está bien esto de que las
mociones de censura prosperen y que se convoquen nuevas elecciones
inmediatamente: y al Rey le hubiera correspondido disolver las cámaras y
¡fiesta! Pero que haya una moción de censura, se tumbe a un gobierno a causa de
un cambalacheo oportunista y miserable de unos y de otros, y luego de ese
cambalacheo surja un gobierno inestable, francamente, me parece casi un reclamo
para reformar la constitución (por cierto, cuando un traje tiene una mancha, se
lava; cuando está destrozado, se tira; y de la misma manera, cuando una
constitución tiene un desajuste, se reforma, pero cuando toda ella es un arcaísmo
viviente y ha demostrado ampliamente su ineficacia, se la tira a la papelera y
se redacta otra, o se echa mano de alguna anterior).
Me estoy quejando de
que la política ha dejado, desde hace mucho tiempo, de interesar al pueblo
español, consciente en esto de que, gobierno quien gobierne, siempre la tarea
del gobierno discurrirá por un camino que no ha sido abierto por la población,
sino por los bulldozers de grupos de presión que no se presentan a las
elecciones. Trump no está haciendo nada diferente a lo que hizo el moreno,
ni el morenín hizo algo muy diferente a
lo que hizo su precedente, ni éste nada que no hubiera hecho antes su papá,
Georges Busch… y así hasta remontarnos, más o menos, el período de Kennedy que,
por cierto, renovó en Indochina lo que el presidente Polk en 1845 al iniciar
las guerra con México o el presidente McKinley había hecho declarando la guerra
a España utilizando un “casus belli” autoinducido
(asesinato del presidencia vietnamita Diem ejecutado por la CIA y ordenado por
JFK unas semanas antes de su muerte). Da la sensación de que los presidentes de
los EEUU pasan, pero el stablishment permanece en su sitio desde hace 150 años.
En España, lo mismo.
La corrupción le costó a Felipe González el cargo y se lo ha
vuelto a costar a Rajoy. Corrupción que, en el caso del PP, procedía del
período aznariano y que el gallego no había tenido carácter para erradicar. La
fórmula de Rajoy sobre la presunción de inocencia y la independencia del poder
judicial, es lo que le ha pasado factura: ha coincidido la titulitis enfermiza de
la Cifuentes, la sentencia de la Gurtel y la detención de Zaplana, para
terminar de rematar al gobierno Rajoy al que, de lo más que se le puede acusar es
de pasividad, indolencia, timidez y apatía en todos los frentes. Desde el
caso Cifuentes se evidenció que el PP estaba debilitado y que, en todo, la
tarea de gobierno implicaba más energía. Desde que estallara un caso tan simple
que se hubiera resuelto simplemente con una exigencia de dimisión desde el
primer día, se ha evidenciado, una vez más, que “al perro viejo todo se le
antojan pulgas”.
Me quejo de que la
moción de censura ha servido para derribar a un gobierno, pero no puede servir
en absoluto para formar otro compuesto por un mosaico de partidos que no tienen
nada que los una y los cohesiones, salvo el hecho puntual de echar a Rajoy.
Con ese batiburrillo, es evidente, que no puede gobernarse y que cuando antes
de convoquen elecciones mucho mejor. Así pues, en última instancia, de lo que
me estoy quejando es de que no saber todavía el día que tendré que acudir a las
urnas a votar el blanco o lo disfrutaré de un día de sol y playa figurando en
el que espero que sea el partido mayoritario: el de la abstención. Porque, de
lo que me quejo, a fin de cuentas, es de que ni en EEUUI, ni en España, unas
elecciones han resuelto nunca gran cosa, sino que todo ha seguido como antes
con unos figurones nuevos y con el stablishment (o los “poderes fácticos” como
se hispaniza el término) que, esté quien esté, siempre serán los mismos.
Me quejo de que “en democracia”, tienes la garantía de que,
de tanto en tanto, podrás votar, pero también de que los que mueven los hilos de la
farsa son, a fin de cuentas, inamovibles.