Hubo un tiempo en que viajar en avión suponía ingresar en un
club glamuroso en el que azafatas hermosas, viajeros distinguidos, gallardos
capitanes y público distinguido en la cola de facturación, eran lo que uno
esperaba desde el momento en que ponía pie en el aeropuerto. En el “puente
aéreo” de Barcelona, te podías encontrar entre 1973 y 1977, a la creme de la creme de la sociedad
catalana y madrileña. A partir de esa fecha, solamente encontrabas a políticos
y desde hace unos años, reza para que no haya un partido Barça-Madrid porque te
puedes encontrar viajando con hinchas descontrolados. Me quejo de que, hoy,
volar es lo más parecido a viajar en autobús (en un autobús incómodo).
Mi padre, de pequeñín, se enteró del primer vuelo del os
hermanos Wrigth y quiso conocer la experiencia de volar. Cuando terminó la
Primera Guerra Mundial, un piloto francés licenciado, Julien Mamet, le dio
clase en un Havilland Moth, en aquel desvencijado lozadal que entonces se
llamada “aeródromo de Canudas” y hoy es el aeropuerto internacional de El Prat.
Mi padre tenía 70 años, cuando el hombre llegó a la Luna y hasta su muerte,
doce años después, siguió siendo un fanático de la aviación y animándome a
serlo yo también. Pero los precios eran caros: así que tuve que esperar a que
se inaugurara el “puente aéreo” para tener mi bautizo en el aire. Tenía 22
años. Hoy, mi nieto, con dos años y medio, ha cruzado ocho veces el Océano
Atlántico, ha viajado por avión a Nueva Orleans, México DF, y en estos momentos
vuela camino de Londres con un hermanito de apenas dos meses… díganme si no es
maravilloso. No me voy a quejar, obviamente, de esto, sino de la degradación
creciente que se vive en los aeropuertos y en las líneas aéreas.
Ya no se trata de que no quede nada del glamour de hace 40
años, ni siquiera que las compañías low-cost hayan convertido el turismo aéreo
en algo habitual (el otro día estuve dudando si enviar unos libros a Roma por
correo o ir yo mismo: aunque pueda parecer increíble, el precio ida y vuelta a
Roma ¡era más barato que lo que Correos me cobraba por el envío de unos libros que
apenas pesaban seis kilos…). Se trata de que los vuelos y los aeropuertos se
han degradado: no son más que reflejos de la masificación que afecta a
cualquier actividad humana: colas interminables a lo largo de meandros
vertiginosos creados con cintas, extrema densidad de gentes deambulando de un
lugar a otro, distancias kilométricas en el interior de los aeropuertos, falta
de educación tanto de buena parte del público como de contratados que deberían
estar para informar en lugar de ejercer de pastores de borregos, compañías
aéreas que te acercan pero, literalmente, te maltratan (esperas extremas en la
sala de embarque, criterios variables sobre el equipaje, seguratas que te
obligan a realizar streeptease ante el arco de metales que detecta incluso el
hierro de las lentejas o la radiología que te obliga a deshacer el equipaje
para mostrar lo que llevas visualmente, que te impiden subir con los objetos
más inofensivos (me he tenido que tomar delante de la Guardia Civil una botella
entera de Alvariño que me regalaron unos amigos justo antes de subir al avión),
esperas y más esperas, retrasos sobre retrasos, demoras ante la cinta de
equipajes y pérdidas de objetos… eso es un aeropuerto.
Dentro del avión la situación no es mejor: tienes las
rodillas clavadas en el asiento de delante, el cual, si por un casual, decide
echarse hacia atrás, prácticamente te hace sentir como en medio de un
bocadillo, gente escandalosa que no se calla y que habla por el móvil hasta que
la azafata debe decirle que lo cierre… en otras palabras, el mismo ganado que
usted y yo encontraríamos en la peor línea de cercanías, lo tiene usted a
10.000 metros de altura en cualquier línea aérea.
ME QUEJO DE QUE LA MASIFICACIÓN HA ACABADO, ESTÁ ACABANDO,
CON TODOS LOS REDUCTOS QUE EN OTRO TIEMPO FUERON MANIFESTACIONES GLAMUROSAS Y
EXCEPCIONALES, NO SOLAMENTE PARA BANALIZARLAS, SINO PARA CONVERTIRLAS EN UN
TRÁMITE DESAGRADABLE Y UNA INMERSIÓN EN LA ZAFIEDAD. ¿Aeropuertos? El de
Canudas cuando no se había asfaltado y las gallinas de la granja vecina corrían
entre los charcos. ¿Líneas aéreas? Las de antes. Lo que vivimos hoy es la ley
de la compensación: más barato – más cutre, más accesible – más masivo, menos
glamuroso – más hortera… ¿Será que “democratizar” implica “rebajar el nivel”? De eso me estoy quejando: de que muchos serán los llamados pero muchos
más los fastidiados. Como para que suene la trompeta de Ryan Air al aterrizar y
el personal aplauda…