El pasado sábado tuvo lugar la nueva edición del Festival de
Eurovisión. Lo parajódico de esta
edición ha sido que nuevamente ha ganado una cantante procedente de un país no
europeo. El Estado de Israel, al parecer, produce fenómenos freakys a
mogollón. Hace unos años fue una especie de travestí barbudo, ahora es una
chica de aspecto sanote y de voz más que deficiente. A pesar de tener las
hechuras iniciales de aquella Rosa de Operación Triunfo que tenía una voz
difícilmente igualable (y una dicción que, cuando no cantaba era imposible
entender lo que decía, por cierto), la ganadora de la última edición hacía gala
de un tono quebrado propio de vieja borracha. Bastante lamentable en todos los
sentidos. Pero no me quejo de eso.
Ni siquiera me quejo de que, desde los años 60, España haya
tenido una participación poco brillante. Tampoco me quejo de que allí se haya
enviado a fracasar desde cantantes de gran categoría y voz hasta simples
payasos conscientes de que lo eran, mujeres de tronío, gays de porcelana, o julays como en esta edición, ni de la
calidad de lo que allí han cantado “los nuestros”.
DE LO QUE ME QUEJO ES DE LA EXISTENCIA MISMA DEL FESTIVAL DE
EUROVISIÓN.
La época de los grandes festivales de música queda muy
lejos. Fueron los años 60: España compitió con el Festival de la Canción de
Benidorm y con aquel otro Festival de la Canción Mediterránea. El primero se
prolongó entre 1959 y 2006, esto es entre el inicio del despegue económico y
del desarrollismo en la España franquista hasta el boom de la construcción. El
Festival del Mediterráneo, era pura promoción del ayuntamiento de Barcelona y
duró de 1959 a 1967. Estaban invitados los “países mediterráneos” de las dos
orillas, incluido Israel. Estos festivales se formularon al estilo del Festival
de la Canción de San Remo que va por su 68 edición, pero que hace mucho tiempo
dejó de llamar la atención. La fórmula ha muerto hace mucho. En Barcelona,
cuando aparecieron los nuevos estilos (incluida la nova canço y las diversas variedades de rock) entendieron que era
inútil tratar de promocionar la ciudad por ahí). El de Benidorm murió de muerte
natural y el de San Remo como algo específicamente italiano, una especie de
Operación Triunfo de una noche.
Y, sin embargo, Eurovisión sigue. ¿Para qué seguir llamando “eurovisión”
a algo que, en realidad es “tutivisión”?
Red creada en 1954 a partir de la Unión Europea de Radiodifusión, fue
inicialmente una red para intercambio de programas, material de archivo y
material informativo. Pero hace tiempo que dejó de ser algo “europeo”. De
hecho, hoy cuenta con 56 países… aún cuando la Unión Europea cuenta con 28
países a los que hay que sumar los que, hasta 43, no están incluidos en la
malhadada federación. Uno se pregunta:
¿Qué diablos hace Azerbaiyán en Eurovisión? ¿O Armenia? Por no hablar de Israel,
Marruecos y Turquía que son cualquier cosa menos “Europa”.
El festival estaba en crisis en los 10 años anteriores y
posteriores al 2000. Sin embargo, sobrevive. Quienes le han inyectado vida
artificial son dos sectores: los países marginales, no europeos (que han ido ganando: Turquía en 2003,
Azerbaiyán en 2011, e Israel reiteradamente, en 1978, 1979, 1998 y 2018) y,
sobre todo, el movimiento gay de los países occidentales. Y me quejo de que
alguien a quien no le interesa ni el movimiento gay o mira un mapa de Europa y
dice “¿Eurovisión? Esto debe ser cosa de europeos”, no tiene porqué soportar en
el mes previo a la celebración del certamen el machaque de canciones mediocres,
intérpretes que, al margen de su calidad real o supuesto, jamás ganarán porque
en ese festival el voto es político o de vecindad.
ME QUEJO DE QUE LA FÓRMULA PERTENECE A MEDIADOS DEL SIGLO XX
Y YA ES UN ARCAISMO EN LA MODERNIDAD. Y aburre PORQUE HACE TIEMPO QUE NO APARECEN
CANCIONES PEGADIZAS NI DE CALIDAD NI LOS GANADORES RESULTAN SER INTÉRPRETES CON
CARISMA. Lo del Chiquilicuatre tuvo [des]gracia… Después de aquello, por dignidad, hubiera bastado con
retirarse del festival. Diez años después, seguimos esperando.
¿PARA CUÁNDO ENTERRAMOS AL FESTIVAL DE LA MEDIOCRIDAD Y EL KITSCH?