INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

martes, 6 de marzo de 2018

François Duprat, visto desde España




Reproducción del artículo publicado en la obra"François Duprat - le prophète du nacionalisme-révolutionnaire",
Ediciones Ars Magna - Colección Le devoir de la mémoire.

No conocí personalmente a Français Duprat, sin embargo, estuve en contacto con él desde 1972 ó quizás 1973. Me fue enviando periódicamente las revistas que iba publicando y leía los artículos que firmaba con su nombre y con varios seudónimos (“François Solchaga”, entre otros) en La Défense de l’Occidente y en alguna otra revista menor. Cuando empezó a publicar unas hojas semanales cyclostiladas (Les Cahiers Nationalistes Revolucionaires) me suscribí y las estuve recibiendo durante dos años seguidos hasta que se interrumpió su publicación al ser asesinado.

Así mismo, me interesé particularmente por los estudios que había publicado en dos números especiales de la revista de Maurice Bardéche, sobre las “jornadas de mayo de 1968” y sobre la revuelta estudiantil, así como los dos libros que publicó en las Ediciones NEL sobre el mismo tema. Leí, igualmente, las distintas obras que publicó en torno a la historia del fascismo y, de hecho, debo reconocer que ellas están en el origen de que en septiembre de 2010 yo mismo iniciara la publicación de la Revista de Historia del Fascismo que va por su número 53. Su historia sobre el MSI, publicada por Les Septs Couleurs, fue el primer esbozo sobre la evolución de este movimiento que me resultó accesible.

Recuerdo también que la imagen inicial que me hice de Ordre Nouveau fue a partir de la lectura del libro publicado con motivo del congreso de este partido, con las tesis que él mismo elaboró y presentó, con el manifiesto que incluía y sobre el que me extenderé más adelante. Ignoro si Duprat tenía relaciones con algún otro militante español de la época (no lo creo), pero estoy convencido de que yo fui uno de los que leyó, al sur de los Pirineos, con más interés sus publicaciones en esa época y, por tanto, si bien nunca nos conocimos personalmente, sí conocía su obra y estaba familiarizado con ella.

En la distancia física que existía en los años 70, y en la distancia temporal que existe entre aquella época y nuestros días, puedo distinguir tres vertientes en François Duprat: la política, la histórica y la doctrinaria.

EL DUPRAT “POLÍTICO”

Por azares de la vida, fue dos meses después de su asesinato cuando empecé a viajar regularmente a París y tuve ocasión de conocer a gentes que había militado con él en Ordre Nouveau y, anteriormente, en Occident. A partir de ese momento, empecé a reordenar mis ideas. En efecto, una cosa era la versión que Duprat quería dar de los movimientos en los que militaba y otra muy diferente la tendencia mayoritaria que mostraban.

Cuando tuve ocasión de conocer al antiguo equipo de dirección de Ordre Nouveau, advertí pronto que el movimiento no había sido en ningún momento “nacional–revolucionario”, sino un simple partido de la “derecha nacional”. Lo mismo podía decir de Occident y, por supuesto, del Parti des Forces Nouvelles que siguió. Así mismo, el Front National de Jean Marie Le Pen, aunque contuviera en su interior una pequeña tendencia nacional–revolucionaria, fue desde el principio un partido de “derecha nacional”. Así pues, existe en todo esto una confusión: una cosa es la tendencia que quiso imprimir Duprat a estos movimientos y otra muy diferente, la que tuvieron en realidad.

Hay que reconocer que el asesinato de Duprat impidió saber qué hubiera ocurrido en el futuro y cómo hubieran influido los Groupes Nacionalistes Révolutionnaires de Base, especialmente, cuando Le Pen dejó de ser “monsieur 1%” y se convirtió en un fenómeno político. A nadie se le escapa que era una difícil convivencia: habitualmente Jean Marie Le Pen se mostraba como un nacionalista de la vieja escuela, atlantista y especialmente anticomunista; era evidente que Duprat y sus GNRB iban mucho más lejos y que, solamente la convivencia fue posible dada la situación de extrema debilidad en la que había quedado Le Pen tras disolución gubernativa de Ordre Nouveau, cuando el Front National que auspiciaba esta organización quedó privado de su elemento motor.

Los problemas que hubieran podido aparecer en los años 80 en el interior del FN de haber sobrevivido François Duprat al atentado que le costó la vida, hubieran sido muy similares a los que ya se habían generado en el interior de Ordre Nouveau: una tendencia radical y “revolucionaria”, difícilmente puede convivir de manera estable y durante mucho tiempo con una tendencia exclusivamente nacionalista de vieja escuela.

Es peligroso fiarse de lo que queda en las publicaciones. Si leemos el libro sobre el Congreso de Ordre Nouveau, nos llevaremos la impresión de que se trataba de una organización “nacional–revolucionaria” y activista, en consonancia con la imagen que Duprat dio de ella. Cuando en 1978–81 me pude relacionar con el núcleo que había estado presente tanto en Occident como en Ordre Nouveau, lo que me sorprendió fue el carácter extremadamente moderado de sus posiciones políticas que, en el fondo, se podían reducir a dos: anticomunismo y nacionalismo. Nada más.

Es fácil adivinar que, si Duprat hubiera sobrevivido, el enfrentamiento con Jean Marie Le Pen hubiera tardado poco en llegar. De lo que no me cabe la menor duda es que el equívoco entre nacional–revolucionarios y moderados no se hubiera prolongado hasta el infinito. A diferencia de Jean Pierre Stirbois (que debió integrarse en el FN a partir de grupos solidaristas hacia 1977 o, en los primeros meses de 1978), Duprat era más doctrinario y activista, y mucho menos “político” en el sentido convencional de la palabra. Duprat ocupó el cargo de Secretario General del FN en los tiempos de la “travesía del desierto”, en los que el partido apenas podía aspirar a otra cosa que a sobrevivir y a tratar de ser “hegemónico” entre los grupos de extrema–derecha. Mientras que el PFN parecía disponer de más efectivos, especialmente juveniles, el FN obtuvo mejores resultados electorales y pudo presentar más candidatos (aunque con un promedio que no ascendió del 0’2%...).

A pesar de que el PFN había conseguido trenzar una alianza con Fuerza Nueva en España y con el Movimiento Social Italia, en el marco de la “euroderecha”, lo cierto es que este partido nunca llegó muy lejos, ni logró estabilizarse y prácticamente desapareció a principios de los años 80, dejando el campo libre al FN ya sin Duprat y sin su adjunto, Alain Renault, pero con Stirbois en la Secretaria General. Desaparecido Duprat, los GNRB ya no tenían acomodo dentro del FN y se perdieron en pocos meses. Cuando se celebró el primer aniversario del asesinato de Duprat, su “obra política” ya se había desdibujado completamente.

EL DUPRAT “HISTORIADOR”

Mayor eco ha tenido su obra como historiador del fascismo y, no solamente del fascismo, sino de los aspectos más relevantes de su tiempo. En efecto, Duprat escribió varios libros de carácter histórico a finales de los años 60 y en los 70. Ciertamente, con posterioridad sus estudios históricos se han visto superados, pero hay que reconocer que en 1968 no disponíamos de ninguna historia sobre el Movimiento Social Italiano, lo ignorábamos todo sobre los orígenes de aquel partido y Duprat nos facilitó un esbozo de apenas 200 páginas, en pequeño formato, que aclaró nuestras dudas.

Otro capítulo de su obra trató sobre los sucesos de mayo de 1968: dos libros, L’International Étudiante Révolutionnaire y Les journés de mai 68, publicados poco después de que sucedieran los hechos y dos números especiales de La Défense de l’Occident, escritos junto a Maurice Bardèche, consagrados al mismo tema, dieron una perspectiva muy amplia, ilustrativa y de urgencia sobre aquel movimiento. Duprat, efectivamente, sabía de lo que hablaba y aportaba datos extraordinariamente precisos que solamente había podido salir de evaluaciones y seguimientos de estos grupos elaborados en medios de algún servicio de la “defensa nacional”. En Les journés de mai 68, Duprat alude a un tema que ha estado completamente ausente en los estudios sobre aquellos incidentes: las relaciones que tuvieron los servicios especiales del régimen gaullista, la extrema–derecha y los ambientes militares. Resultaba evidente que, Duprat en persona, había participado en aquellas conversaciones o que, al menos, conocía de primera mano los contactos.

Buena parte de su producción estuvo destinada a reconstruir la historia de los fascismos. En la actualidad existen estudios históricos, tesis doctorales y trabajos muy bien documentados elaborados en distintas universidades sobre, prácticamente, todos los movimientos de extrema–derecha y sobre los fascismos en cualquier país del mundo. Pero en los años 60 y durante la primera mitad de los años 70, era muy frecuente que los propios militantes ignoraran las vicisitudes del fascismo histórico en su propio país (y puedo confirmar que en España, los propios falangistas entonces ignoraban casi por completo cómo había sido la historia del partido entre 1933 y 1936 y jamás dispusieron de una “historia canónica”). Duprat realizó un esfuerzo en esa dirección: supimos así de la existencia de un partido “baasista” y panarabista extendido en varios países de Oriente Medio, nos ilustró sobre la extrema–derecha chilena que floreció durante el período de Salvador Allende y de la Unidad Popular, escribió sobre los fascismos centro–europeos y sobre la Alianza Popular Revolucionaria Americana del Ecuador…

En este sentido, debo agradecer a Duprat el que me indicara un camino a seguir: el del testimonio histórico y el del conocimiento de la trayectoria de los fascismos en muchos países. Es cierto que Duprat era rápido al escribir, no se entretenía mucho en profundizar o redondear tesis históricas y que sus libros no solían estar escritos con rigor académico y con las referencias que se exigen en los trabajos y tesis universitarias, pero sus artículos y el material que elaboró sobre el tema eran fuentes preciosísimas de información que nos abrieron a muchos la posibilidad de entender, trabajar y profundizar los temas de los que él mismo nos abrió la puerta.

Particular interés para mí tuvo su libro sobre la extrema–derecha francesa desde la postguerra hasta la fundación de Ordre Nouveau, publicado por las Editions Albatros. Por fin pude disponer de un conjunto de informaciones y datos que me indicaran en qué condiciones se había producido la depuración, cómo surgieron los primeros grupos nacionalistas en la postguerra, qué fue Jeune Nation, la OAS, Europe–Action, etc, etc, organizaciones de los que habíamos oído hablar, incluso de las que disponíamos de algunas revistas pero cuya trayectoria ignorábamos en una época en la que Internet no existía y los correos eran lentos y caros…

Duprat en la última etapa de su vida, tocó también el tema revisionista y es considerado como una de los máximos difusores de esa corriente en Francia. Posteriormente, otros tomarían el relevo y cada vez más, en un ambiente progresivamente más hostil e, incluso, peligroso, el revisionismo fue avanzando. Si hemos mencionado en último lugar esta componente, se debe a que enlaza con la última vertiente de Duprat, la “doctrinaria”. En efecto, para Duprat el “revisionismo” no tenía sólo un aspecto histórico, sino que albergaba un interés doctrinario en la medida en que suponía oponerse al sionismo, posición que no era una simple toma de posición política, sino especialmente una definición amplia de un enemigo que era a la vez geopolítico, ideológico y económico.

EL DUPRAT “DOCTRINARIO”

Valorar la obra de Duprat desde el punto de vista doctrinal es complicado, especialmente desde España. Él mismo se definía como “nacional–revolucionario”, pero en cada país esta palabra tenía una connotación diferente. En España, el “nacionalismo–revolucionario” era utilizado por la organización neo–nazi Círculo Español de Amigos de Europa (CEDADE) como un eufemismo para aludir al nacional–socialismo. Así pues, en España, un nacional–revolucionario era, simplemente, un neo–nazi. En Italia, sin embargo, sectores del MSI y de la extrema–derecha activista y neo–fascista, se consideraban “nacional–revolucionarios”; frecuentemente, los nacional–revolucionarios italianos eran también “evolianos” y “tradicionalistas”. Luego estaba Jean Thiriart que había tratado de definir el “nacionalismo revolucionario” con unos términos muy diferentes y en una dimensión europea. La visión que dio Duprat de esta doctrina tenía mucho de “peronista”: era un nacionalismo de carácter social sin concesiones ni al comunismo ni al capitalismo.

El nacionalismo–revolucionario nunca fue unánime a la hora de establecer las bases de su doctrina, ni mucho menos a la hora de enunciar una estrategia viable. Eran los tiempos de la Guerra Fría, Europa estaba en el ojo del huracán, dividida y ocupada por las dos superpotencias que se disputaban la hegemonía mundial. Era frecuente que algunos nacional–revolucionarios italianos (Evola incluido) fueran “más anticomunistas” que “anticapitalistas” alegando que un régimen comunista en Europa Occidental supondría trabajar en unas condiciones políticas de persecución y clandestinidad mucho más duros de las que se daban en los años 60 y 70. Otros, por el contrario –el Thiriart posterior a la disolución de Joven Europa– tendió cada vez más había considerar a Rusia como aliada en la liberación de Europa. Ni siquiera en este punto, existió unanimidad en los medios nacional–revolucionarios.

Duprat fue quizás uno de los doctrinarios que intentaron por todos los medios encontrar equilibrio y ponderación a su “nacionalismo–revolucionario” e incluso expresarlo a través de unas propuestas estratégicas que difundió hasta su muerte. Pero había algo que no estuvo en condiciones de superar: la ambigüedad entre las distintas corrientes que se reclamaban del nacionalismo–revolucionario y lo limitado de su alternativa estratégica (que le llevó a militar, casi forzosamente, en organizaciones no específicamente nacional–revolucionarias, sino ancladas en la derecha–nacional).

Tenemos presente las tesis de Duprat expuestas en el Congreso de Ordre Nouveau que incluía un “Manifiesto Nacional Revolucionario”. Hoy las podemos calificar de “idealistas” en el sentido en que enunciaban ideas y tesis de manera rotunda pero que no iban a acompañadas de propuestas estratégicas capaces de hacerlas triunfar. Por otra parte, la lectura de las obras de Duprat no nos dejó claro algo que, al menos en España, ha costado el desgaste y la pérdida de generaciones de activistas: el reconocimiento de que en 1945 concluyó una época y los fascismos murieron de muerte violenta. Lo que debía seguir luego (lo que se llamó neo–fascismo y que se extinguió en los años 90) debía haber reconocido la derrota y reconocer que los fascismos habían entrado en la historia.

Para Duprat y para muchos de nosotros, el nacionalismo–revolucionario era, de una forma u otra, la continuación de los fascismos históricos, el sector que podía considerarse heredero de aquellas formaciones políticas de los años 20 y 30, derrotadas en 1945. Yo creo que éste fue el principal problema de esta corriente: el tener entre sus filas a muchos de los “derrotados” que se negaban a admitir la derrota y querían continuar el combate por sus ideales de juventud con honor y lealtad. Y lo hicieron.

Duprat heredó esta vocación, intentó actualizarla y redefinirla en los movimientos en los que militó, pero sin éxito, hay que reconocerlo. No existe un terreno intermedio entre el testimonialismo y el pragmatismo: o se hace testimonialismo o se hace política. El triple aspecto de Duprat en su faceta de doctrinario, político e historiador, es muestra de que intentó ambos caminos y que el intento se saldó con el fracaso.

DUPRAT Y LOS “SERVICIOS SECRETOS”

Se ha escrito y se ha dicho mucho sobre el trabajo realizado por Duprat para determinados servicios secretos. Incluso se ha aportado su nombre en código: “Hudson”… He de decir que, en lo personal, todos estos rumores me han parecido malintencionados. Todo tiene su explicación. Un viejo refrán español dice “el que quiere nadar tiene que mojarse”… Todo aquel que ha recorrido el mundo, que ha intentado hacer política, que ha jugado algún papel político mayor o menor en los años 60 y 70, siempre, antes o después, ha terminado conociendo a “alguien” vinculado a los servicios de inteligencia. Eso, era lo normal…

Lo importante no es eso, sino si esa persona ha traicionado a su ambiente político, si ha causado daños al ambiente en el que militaba, si algunos de sus compañeros de partido se han visto dañados por “delaciones”. Entonces, mantener contactos con servicios de inteligencia es, obviamente, algo reprobable y que entra de lleno en la “traición”. No he oído a ningún militante francés decir que se vio perjudicado en ningún sentido por la acción o los contactos de François Duprat. Quienes lanzan esas acusaciones se califican a sí mismos.

En cuanto al misterio sobre su muerte tampoco creo que se pueda olvidar que dado lo prolífico de sus escritos y el cargo político que desempeñaba en el FN en el momento de morir, es normal que la extrema–izquierda lo viera como una puntal de la extrema–derecha y, por tanto, como objetivo preferencial de la obsesión antifascista. En los años 70, determinados ambientes trotskistas creían que la revolución estaba a la vuelta de la esquina y practicaban una “gimnasia revolucionaria”: asaltos contra la extrema–derecha, creación de grupos de carácter terrorista que golpeaban al enemigo… o a quienes ellos creían que tenía un papel político muy superior a su papel efectivo en este sector, como era el caso de Duprat.

AGRADECIMIENTO A FRANÇOIS DUPRAT

A cuarenta años de distancia de su asesinato, la imagen de Duprat se encuentra extremadamente desdibujada. Es un icono. Pero a los iconos hay que darles contenidos o, de lo contrario, aparecen como cáscaras sin vida. En lo personal, el “icono Duprat” tiene un carácter muy concreto.

Los problemas de Francia y de Europa en los años 70, no tienen prácticamente ninguna relación con los que se viven en nuestros días. En estos últimos 40 años han cambiado muchas cosas: la Guerra Fría ha terminado, el equilibrio de partidos que se daba en los años 70 y que resultaba inamovible desde 1945, está cada vez más sometido a una erosión, el nacionalismo cada vez tiene menos sentido, salvo en el marco europeo, estamos en la época de la globalización y del ultraliberalismo, los problemas económicos y de identidad tienen hoy una incidencia extrema en la vida de las poblaciones europeas, así pues, los escritos políticos que dejó Duprat en el momento de su asesinato ya no pueden alumbrar esta nueva época.

Así mismo, los temas que tocó en sus libros de historia, han sido ampliados, recuperados y sistematizados. Duprat nos marcó el camino a seguir, un camino que han recorrido muchos historiadores dentro y fuera de nuestro ambiente político. Hoy se sabe mucho más sobre la historia de los fascismos de lo que se sabía en 1977. Ahora bien, para algunos de nosotros, la figura de François Duprat siempre estará presente en tanto que fue uno de los instigadores para interesarnos en el conocimiento del pasado y de la historia de nuestro ambiente político. La deuda que tenemos contraída con él es impagable y siempre la reconoceremos.

Finalmente, podemos aludir a la actitud vital de Duprat: tratar de encontrar en cualquier momento un camino para llevar adelante las ideas. Por difícil que sea para un nacional–revolucionario actuar en un medio que no es el propio, Duprat nos enseñó cierto realismo y pragmatismo. Ser revolucionario no es repetir más veces en menos tiempo las intenciones revolucionarias, sino encontrar caminos realistas para hacer posible la revolución.

Este es el Duprat con el que me quedo y esto es lo que me enseñó en la distancia François Duprat.

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