Reproducción del artículo publicado en la obra"François Duprat - le prophète du nacionalisme-révolutionnaire",
Ediciones Ars Magna - Colección Le devoir de la mémoire.
Ediciones Ars Magna - Colección Le devoir de la mémoire.
No conocí personalmente a
Français Duprat, sin embargo, estuve en contacto con él desde 1972 ó quizás 1973.
Me fue enviando periódicamente las revistas que iba publicando y leía los
artículos que firmaba con su nombre y con varios seudónimos (“François
Solchaga”, entre otros) en La Défense de
l’Occidente y en alguna otra revista menor. Cuando empezó a publicar unas
hojas semanales cyclostiladas (Les
Cahiers Nationalistes Revolucionaires) me suscribí y las estuve recibiendo
durante dos años seguidos hasta que se interrumpió su publicación al ser
asesinado.
Así mismo, me interesé
particularmente por los estudios que había publicado en dos números especiales
de la revista de Maurice Bardéche, sobre las “jornadas de mayo de 1968” y sobre
la revuelta estudiantil, así como los dos libros que publicó en las Ediciones
NEL sobre el mismo tema. Leí, igualmente, las distintas obras que publicó en
torno a la historia del fascismo y, de hecho, debo reconocer que ellas están en
el origen de que en septiembre de 2010 yo mismo iniciara la publicación de la Revista de Historia del Fascismo que va
por su número 53. Su historia sobre el MSI, publicada por Les Septs Couleurs, fue el primer esbozo sobre la evolución de este
movimiento que me resultó accesible.
Recuerdo también que la imagen
inicial que me hice de Ordre Nouveau fue a partir de la lectura del libro
publicado con motivo del congreso de este partido, con las tesis que él mismo
elaboró y presentó, con el manifiesto que incluía y sobre el que me extenderé
más adelante. Ignoro si Duprat tenía relaciones con algún otro militante
español de la época (no lo creo), pero estoy convencido de que yo fui uno de
los que leyó, al sur de los Pirineos, con más interés sus publicaciones en esa
época y, por tanto, si bien nunca nos conocimos personalmente, sí conocía su
obra y estaba familiarizado con ella.
En la distancia física que
existía en los años 70, y en la distancia temporal que existe entre aquella
época y nuestros días, puedo distinguir tres vertientes en François Duprat: la
política, la histórica y la doctrinaria.
EL DUPRAT “POLÍTICO”
Por azares de la vida, fue dos
meses después de su asesinato cuando empecé a viajar regularmente a París y
tuve ocasión de conocer a gentes que había militado con él en Ordre Nouveau y, anteriormente, en Occident. A partir de ese momento,
empecé a reordenar mis ideas. En efecto, una cosa era la versión que Duprat
quería dar de los movimientos en los que militaba y otra muy diferente la
tendencia mayoritaria que mostraban.
Cuando tuve ocasión de conocer al
antiguo equipo de dirección de Ordre
Nouveau, advertí pronto que el movimiento no había sido en ningún momento
“nacional–revolucionario”, sino un simple partido de la “derecha nacional”. Lo
mismo podía decir de Occident y, por
supuesto, del Parti des Forces Nouvelles
que siguió. Así mismo, el Front National
de Jean Marie Le Pen, aunque contuviera en su interior una pequeña tendencia
nacional–revolucionaria, fue desde el principio un partido de “derecha
nacional”. Así pues, existe en todo esto una confusión: una cosa es la
tendencia que quiso imprimir Duprat a estos movimientos y otra muy diferente,
la que tuvieron en realidad.
Hay que reconocer que el
asesinato de Duprat impidió saber qué hubiera ocurrido en el futuro y cómo
hubieran influido los Groupes
Nacionalistes Révolutionnaires de Base, especialmente, cuando Le Pen dejó
de ser “monsieur 1%” y se convirtió en un fenómeno político. A nadie se le
escapa que era una difícil convivencia: habitualmente Jean Marie Le Pen se
mostraba como un nacionalista de la vieja escuela, atlantista y especialmente
anticomunista; era evidente que Duprat y sus GNRB iban mucho más lejos y que, solamente la convivencia fue
posible dada la situación de extrema debilidad en la que había quedado Le Pen
tras disolución gubernativa de Ordre
Nouveau, cuando el Front National
que auspiciaba esta organización quedó privado de su elemento motor.
Los problemas que hubieran podido
aparecer en los años 80 en el interior del FN de haber sobrevivido François
Duprat al atentado que le costó la vida, hubieran sido muy similares a los que
ya se habían generado en el interior de Ordre
Nouveau: una tendencia radical y “revolucionaria”, difícilmente puede
convivir de manera estable y durante mucho tiempo con una tendencia
exclusivamente nacionalista de vieja escuela.
Es peligroso fiarse de lo que
queda en las publicaciones. Si leemos el libro sobre el Congreso de Ordre Nouveau, nos llevaremos la
impresión de que se trataba de una organización “nacional–revolucionaria” y
activista, en consonancia con la imagen que Duprat dio de ella. Cuando en 1978–81
me pude relacionar con el núcleo que había estado presente tanto en Occident como en Ordre Nouveau, lo que me sorprendió fue el carácter extremadamente
moderado de sus posiciones políticas que, en el fondo, se podían reducir a dos:
anticomunismo y nacionalismo. Nada más.
Es fácil adivinar que, si Duprat
hubiera sobrevivido, el enfrentamiento con Jean Marie Le Pen hubiera tardado
poco en llegar. De lo que no me cabe la menor duda es que el equívoco entre
nacional–revolucionarios y moderados no se hubiera prolongado hasta el
infinito. A diferencia de Jean Pierre Stirbois (que debió integrarse en el FN a
partir de grupos solidaristas hacia 1977 o, en los primeros meses de 1978),
Duprat era más doctrinario y activista, y mucho menos “político” en el sentido
convencional de la palabra. Duprat ocupó el cargo de Secretario General del FN
en los tiempos de la “travesía del desierto”, en los que el partido apenas
podía aspirar a otra cosa que a sobrevivir y a tratar de ser “hegemónico” entre
los grupos de extrema–derecha. Mientras que el PFN parecía disponer de más
efectivos, especialmente juveniles, el FN obtuvo mejores resultados electorales
y pudo presentar más candidatos (aunque con un promedio que no ascendió del
0’2%...).
A pesar de que el PFN había
conseguido trenzar una alianza con Fuerza Nueva en España y con el Movimiento
Social Italia, en el marco de la “euroderecha”, lo cierto es que este partido
nunca llegó muy lejos, ni logró estabilizarse y prácticamente desapareció a
principios de los años 80, dejando el campo libre al FN ya sin Duprat y sin su
adjunto, Alain Renault, pero con Stirbois en la Secretaria General.
Desaparecido Duprat, los GNRB ya no tenían acomodo dentro del FN y se perdieron
en pocos meses. Cuando se celebró el primer aniversario del asesinato de
Duprat, su “obra política” ya se había desdibujado completamente.
EL DUPRAT
“HISTORIADOR”
Mayor eco ha tenido su obra como
historiador del fascismo y, no solamente del fascismo, sino de los aspectos más
relevantes de su tiempo. En efecto, Duprat escribió varios libros de carácter
histórico a finales de los años 60 y en los 70. Ciertamente, con posterioridad
sus estudios históricos se han visto superados, pero hay que reconocer que en
1968 no disponíamos de ninguna historia sobre el Movimiento Social Italiano, lo ignorábamos todo sobre los orígenes
de aquel partido y Duprat nos facilitó un esbozo de apenas 200 páginas, en
pequeño formato, que aclaró nuestras dudas.
Otro capítulo de su obra trató
sobre los sucesos de mayo de 1968: dos libros, L’International Étudiante Révolutionnaire y Les journés de mai 68, publicados poco después de que sucedieran
los hechos y dos números especiales de La
Défense de l’Occident, escritos junto a Maurice Bardèche, consagrados al
mismo tema, dieron una perspectiva muy amplia, ilustrativa y de urgencia sobre
aquel movimiento. Duprat, efectivamente, sabía de lo que hablaba y aportaba
datos extraordinariamente precisos que solamente había podido salir de
evaluaciones y seguimientos de estos grupos elaborados en medios de algún
servicio de la “defensa nacional”. En Les
journés de mai 68, Duprat alude a un tema que ha estado completamente
ausente en los estudios sobre aquellos incidentes: las relaciones que tuvieron
los servicios especiales del régimen gaullista, la extrema–derecha y los
ambientes militares. Resultaba evidente que, Duprat en persona, había
participado en aquellas conversaciones o que, al menos, conocía de primera mano
los contactos.
Buena parte de su producción
estuvo destinada a reconstruir la historia de los fascismos. En la actualidad
existen estudios históricos, tesis doctorales y trabajos muy bien documentados
elaborados en distintas universidades sobre, prácticamente, todos los
movimientos de extrema–derecha y sobre los fascismos en cualquier país del
mundo. Pero en los años 60 y durante la primera mitad de los años 70, era muy
frecuente que los propios militantes ignoraran las vicisitudes del fascismo
histórico en su propio país (y puedo confirmar que en España, los propios
falangistas entonces ignoraban casi por completo cómo había sido la historia
del partido entre 1933 y 1936 y jamás dispusieron de una “historia canónica”).
Duprat realizó un esfuerzo en esa dirección: supimos así de la existencia de un
partido “baasista” y panarabista extendido en varios países de Oriente Medio,
nos ilustró sobre la extrema–derecha chilena que floreció durante el período de
Salvador Allende y de la Unidad Popular, escribió sobre los fascismos centro–europeos
y sobre la Alianza Popular Revolucionaria Americana del Ecuador…
En este sentido, debo agradecer a
Duprat el que me indicara un camino a seguir: el del testimonio histórico y el
del conocimiento de la trayectoria de los fascismos en muchos países. Es cierto
que Duprat era rápido al escribir, no se entretenía mucho en profundizar o
redondear tesis históricas y que sus libros no solían estar escritos con rigor
académico y con las referencias que se exigen en los trabajos y tesis
universitarias, pero sus artículos y el material que elaboró sobre el tema eran
fuentes preciosísimas de información que nos abrieron a muchos la posibilidad
de entender, trabajar y profundizar los temas de los que él mismo nos abrió la
puerta.
Particular interés para mí tuvo
su libro sobre la extrema–derecha francesa desde la postguerra hasta la
fundación de Ordre Nouveau, publicado por las Editions Albatros. Por fin pude
disponer de un conjunto de informaciones y datos que me indicaran en qué
condiciones se había producido la depuración, cómo surgieron los primeros
grupos nacionalistas en la postguerra, qué fue Jeune Nation, la OAS, Europe–Action,
etc, etc, organizaciones de los que habíamos oído hablar, incluso de las que
disponíamos de algunas revistas pero cuya trayectoria ignorábamos en una época
en la que Internet no existía y los correos eran lentos y caros…
Duprat en la última etapa de su
vida, tocó también el tema revisionista y es considerado como una de los
máximos difusores de esa corriente en Francia. Posteriormente, otros tomarían
el relevo y cada vez más, en un ambiente progresivamente más hostil e, incluso,
peligroso, el revisionismo fue avanzando. Si hemos mencionado en último lugar
esta componente, se debe a que enlaza con la última vertiente de Duprat, la
“doctrinaria”. En efecto, para Duprat el “revisionismo” no tenía sólo un
aspecto histórico, sino que albergaba un interés doctrinario en la medida en
que suponía oponerse al sionismo, posición que no era una simple toma de
posición política, sino especialmente una definición amplia de un enemigo que
era a la vez geopolítico, ideológico y económico.
EL DUPRAT
“DOCTRINARIO”
Valorar la obra de Duprat desde
el punto de vista doctrinal es complicado, especialmente desde España. Él mismo
se definía como “nacional–revolucionario”, pero en cada país esta palabra tenía
una connotación diferente. En España, el “nacionalismo–revolucionario” era
utilizado por la organización neo–nazi Círculo Español de Amigos de Europa
(CEDADE) como un eufemismo para aludir al nacional–socialismo. Así pues, en
España, un nacional–revolucionario era, simplemente, un neo–nazi. En Italia,
sin embargo, sectores del MSI y de la extrema–derecha activista y neo–fascista,
se consideraban “nacional–revolucionarios”; frecuentemente, los nacional–revolucionarios
italianos eran también “evolianos” y “tradicionalistas”. Luego estaba Jean
Thiriart que había tratado de definir el “nacionalismo revolucionario” con unos
términos muy diferentes y en una dimensión europea. La visión que dio Duprat de
esta doctrina tenía mucho de “peronista”: era un nacionalismo de carácter social
sin concesiones ni al comunismo ni al capitalismo.
El nacionalismo–revolucionario
nunca fue unánime a la hora de establecer las bases de su doctrina, ni mucho
menos a la hora de enunciar una estrategia viable. Eran los tiempos de la
Guerra Fría, Europa estaba en el ojo del huracán, dividida y ocupada por las
dos superpotencias que se disputaban la hegemonía mundial. Era frecuente que
algunos nacional–revolucionarios italianos (Evola incluido) fueran “más
anticomunistas” que “anticapitalistas” alegando que un régimen comunista en
Europa Occidental supondría trabajar en unas condiciones políticas de
persecución y clandestinidad mucho más duros de las que se daban en los años 60
y 70. Otros, por el contrario –el Thiriart posterior a la disolución de Joven
Europa– tendió cada vez más había considerar a Rusia como aliada en la
liberación de Europa. Ni siquiera en este punto, existió unanimidad en los
medios nacional–revolucionarios.
Duprat fue quizás uno de los
doctrinarios que intentaron por todos los medios encontrar equilibrio y
ponderación a su “nacionalismo–revolucionario” e incluso expresarlo a través de
unas propuestas estratégicas que difundió hasta su muerte. Pero había algo que
no estuvo en condiciones de superar: la ambigüedad entre las distintas
corrientes que se reclamaban del nacionalismo–revolucionario y lo limitado de
su alternativa estratégica (que le llevó a militar, casi forzosamente, en
organizaciones no específicamente nacional–revolucionarias, sino ancladas en la
derecha–nacional).
Tenemos presente las tesis de Duprat expuestas en el
Congreso de Ordre Nouveau que incluía
un “Manifiesto Nacional Revolucionario”. Hoy
las podemos calificar de “idealistas” en el sentido en que enunciaban ideas y
tesis de manera rotunda pero que no iban a acompañadas de propuestas
estratégicas capaces de hacerlas triunfar. Por otra parte, la lectura de las
obras de Duprat no nos dejó claro algo que, al menos en España, ha costado el
desgaste y la pérdida de generaciones de activistas: el reconocimiento de que
en 1945 concluyó una época y los fascismos murieron de muerte violenta. Lo que
debía seguir luego (lo que se llamó neo–fascismo y que se extinguió en los años
90) debía haber reconocido la derrota y reconocer que los fascismos habían
entrado en la historia.
Para Duprat y para muchos de nosotros, el nacionalismo–revolucionario
era, de una forma u otra, la continuación de los fascismos históricos, el
sector que podía considerarse heredero de aquellas formaciones políticas de los
años 20 y 30, derrotadas en 1945. Yo creo que éste fue el principal problema de
esta corriente: el tener entre sus filas a muchos de los “derrotados” que se
negaban a admitir la derrota y querían continuar el combate por sus ideales de
juventud con honor y lealtad. Y lo hicieron.
Duprat heredó esta vocación, intentó actualizarla y
redefinirla en los movimientos en los que militó, pero sin éxito, hay que
reconocerlo. No existe un terreno intermedio entre el testimonialismo y el
pragmatismo: o se hace testimonialismo o se hace política. El triple aspecto de
Duprat en su faceta de doctrinario, político e historiador, es muestra de que
intentó ambos caminos y que el intento se saldó con el fracaso.
DUPRAT Y LOS
“SERVICIOS SECRETOS”
Se ha escrito y se ha dicho mucho sobre el trabajo realizado
por Duprat para determinados servicios secretos. Incluso se ha aportado su
nombre en código: “Hudson”… He de
decir que, en lo personal, todos estos rumores me han parecido
malintencionados. Todo tiene su explicación. Un viejo refrán español dice “el que quiere nadar tiene que mojarse”… Todo
aquel que ha recorrido el mundo, que ha intentado hacer política, que ha jugado
algún papel político mayor o menor en los años 60 y 70, siempre, antes o después,
ha terminado conociendo a “alguien” vinculado a los servicios de inteligencia.
Eso, era lo normal…
Lo importante no es eso, sino si esa persona ha traicionado
a su ambiente político, si ha causado daños al ambiente en el que militaba, si
algunos de sus compañeros de partido se han visto dañados por “delaciones”.
Entonces, mantener contactos con servicios de inteligencia es, obviamente, algo
reprobable y que entra de lleno en la “traición”. No he oído a ningún militante
francés decir que se vio perjudicado en ningún sentido por la acción o los
contactos de François Duprat. Quienes lanzan esas acusaciones se califican a sí
mismos.
En cuanto al misterio sobre su
muerte tampoco creo que se pueda olvidar que dado lo prolífico de sus escritos
y el cargo político que desempeñaba en el FN en el momento de morir, es normal
que la extrema–izquierda lo viera como una puntal de la extrema–derecha y, por
tanto, como objetivo preferencial de la obsesión antifascista. En los años 70,
determinados ambientes trotskistas creían que la revolución estaba a la vuelta
de la esquina y practicaban una “gimnasia revolucionaria”: asaltos contra la
extrema–derecha, creación de grupos de carácter terrorista que golpeaban al
enemigo… o a quienes ellos creían que tenía un papel político muy superior a su
papel efectivo en este sector, como era el caso de Duprat.
AGRADECIMIENTO A
FRANÇOIS DUPRAT
A cuarenta años de distancia de
su asesinato, la imagen de Duprat se encuentra extremadamente desdibujada. Es
un icono. Pero a los iconos hay que darles contenidos o, de lo contrario,
aparecen como cáscaras sin vida. En lo personal, el “icono Duprat” tiene un
carácter muy concreto.
Los problemas de Francia y de
Europa en los años 70, no tienen prácticamente ninguna relación con los que se
viven en nuestros días. En estos últimos 40 años han cambiado muchas cosas: la
Guerra Fría ha terminado, el equilibrio de partidos que se daba en los años 70
y que resultaba inamovible desde 1945, está cada vez más sometido a una
erosión, el nacionalismo cada vez tiene menos sentido, salvo en el marco
europeo, estamos en la época de la globalización y del ultraliberalismo, los
problemas económicos y de identidad tienen hoy una incidencia extrema en la
vida de las poblaciones europeas, así pues, los escritos políticos que dejó
Duprat en el momento de su asesinato ya no pueden alumbrar esta nueva época.
Así mismo, los temas que tocó en
sus libros de historia, han sido ampliados, recuperados y sistematizados.
Duprat nos marcó el camino a seguir, un camino que han recorrido muchos
historiadores dentro y fuera de nuestro ambiente político. Hoy se sabe mucho
más sobre la historia de los fascismos de lo que se sabía en 1977. Ahora bien, para algunos de nosotros, la figura de
François Duprat siempre estará presente en tanto que fue uno de los
instigadores para interesarnos en el conocimiento del pasado y de la historia
de nuestro ambiente político. La deuda que tenemos contraída con él es
impagable y siempre la reconoceremos.
Finalmente, podemos aludir a la
actitud vital de Duprat: tratar de
encontrar en cualquier momento un camino para llevar adelante las ideas. Por
difícil que sea para un nacional–revolucionario actuar en un medio que no es el
propio, Duprat nos enseñó cierto realismo y pragmatismo. Ser revolucionario
no es repetir más veces en menos tiempo las intenciones revolucionarias, sino
encontrar caminos realistas para hacer posible la revolución.
Este es el Duprat con el que me
quedo y esto es lo que me enseñó en la distancia François Duprat.
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