¿Terminaremos por considerar el terrorismo yihadista en su verdadera
y única dimensión? ¿Será capaz Europa de iniciar un debate sobre lo que supone
convivir con una superstición que recompensa con el “paraíso” a quien muere en
la yihad y al que considera que “yihad” es asesinar a inocentes? Para poder realizar diagnósticos eficaces ante los problemas reales, es preciso conocer su etiología y su verdadera dimensión.
Estas
reflexiones nos dan algunas claves del problema:
1) ¿Por qué se ha
producido? Porque los creyentes en el Islam sufren la peor de todas las
estafas a la esperanza: la propuesta de que “morir en la yihad” da acceso a un
paraíso sensualista. Obviamente, un príncipe saudí no se inmolará en la yihad:
tiene todo lo que Alá le pueda dar, no necesita morirse para llegar al “paraíso”.
En cambio, un musulmán que malvive tirado en Palestina, en Kandahar o en los
arrabales de cualquier ciudad europea, la única forma que tiene de acceder a los
“siete castillos de jade, cada uno con siete harenes y cada harén con 77
huríes, manteniéndose eternamente en los 33 años y en estado de erección
permanente” (tal como garantizan los ulemas del islam), es morir en la yihad.
Luego, claro está, nadie vuelve presentando una protesta al sponsor por
publicidad de un producto que crea expectativas imposibles de satisfacer…
2) ¿Por qué no
dejarán de producirse atentados yihadistas en Europa? Porque el 80% de
musulmanes que viven en Europa viven de los presupuestos públicos (es decir,
subvencionados), que con suficientes como para garantizar la supervivencia sin
grandes esfuerzos, como para tener los servicios básicos cubiertos, pero no
cubren las expectativas de lujo que muestran los escaparates europeos. Esto
genera en los islamistas un estado de frustración que les hace tomar la “directa”,
evitar lo problemático del pequeño menudeo de droga y de la delincuencia de
baja cota, pequeñas estancias en cárcel (que registran habitualmente los
yihadistas eurpeos), y “tenerlo todo” muriendo en la yihad. A fin de cuentas,
esa eventualidad supone solamente pasar miedo cinco minutos y renacer como
privilegiado en el paraíso de Alá.
3) ¿Qué puede hacerse
ante los yihadistas? Ser claros: decirles claramente, que el hecho de que
un texto sagrado prometa algo, no quiere decir que sea una realidad tangible.
Habitualmente, las religiones –especialmente la islámica– son un conjunto de
normas para regular una sociedad mediante una sanción indiscutible (divina).
Pero no implica que lo prometido sea algo real; dicho de otra manera: el “paraíso
de Alá” es un mito tranquilizador para los fieles que creen en el islam, les
ofrece una garantía de que sus sueños serán satisfechos en el más allá… dado
que nadie vuelve para contarlo, la promesa se mantiene de generación en generación.
Y, una de dos: o se satisfacen todos los sueños de todos los musulmanes y se
crea un sistema de subsidios y subvenciones que haga de todos ellos, verdaderos
“príncipes saudíes”, o bien se les es claro y terminante: el “paraíso de Alá”
es una superchería. Una estafa a la esperanza. Algo que ni existe, ni puede
existir.
4) ¿Qué es y que no
es la yihad? Algunos tratadistas islámicos del siglo XIX han considerado
que la “guerra santa” es una guerra contra el “enemigo interior” que cada ser
humano tiene dentro de sí: todo lo que en la naturaleza humana es bajo,
egoísta, apegado a la materia, eso es el “enemigo interior” y para ello el
Corán habla de la “gran guerra santa”. La otra, la “pequeña guerra santa” es la
que el fiel islamista mantiene contra el “enemigo exterior”, el “infiel” o el “idólatra”…
Podemos discutir sobre este planteamiento filosófico-teológico, pero no podemos
olvidar que los que hoy asesinan y mueren en los atentados del terrorismo
yihadista, no son ni teólogos, ni filósofos, sino simples delincuentes que
están hartos de pasar por cárceles y de no poder acceder a los escaparates de
consumo, mediante su trabajo. Pensar que la “guerra santa” es asesinar gente
que asiste a una discoteca, que pasea por la calle, que se encuentra esperando
el avión en un aeropuerto o, simplemente, que viaja en un autobús en Palestina,
es miserable, ignorante y zafio: a eso, aquí y ahora, se le llama “terrorismo”
y tiene tanto que ver con la religión como un huevo con una castaña.
5) ¿Qué hacemos con
el islam? El islam no es una religión europea. Es el producto de una
sociedad primitiva y atrasada a la que el gran legislador que fue Mahoma,
intentó dar forma mediante un nuevo mito religioso. El islam es hoy la única
religión que admite y tolera la violencia como forma para expandirse fuera de
su marco natural (Oriente Medo). Por tanto, las regulaciones religiosas de las
legislaciones occidentales, no valen para el Islam en tanto que no es una
religión como otras. Predicar la “guerra santa” como “pilar del islam”, sin
especificar la diferencia entre “pequeña” y “gran guerra santa”, es instigar al
asesinato y al terrorismo. Y Europa debe prevenirse ante supersticiones que
pueden degenerar en criminalidad terrorista y “atajo” para lograr llegar a un
paraíso sensualista. Todo lo que no sea enunciar ese “paraíso” como estafa a la
esperanza pura y simple e impedir su difusión entre individuos de mentalidad
primitiva y simple, supone dejar la posibilidad de que el fenómeno vaya
extendiéndose cada vez a mayor velocidad. Se imponen, por tanto, restricciones
a la predicación de “cierto islam” en Europa, que debe tener como complemento
una declaración jurada, so pena de expulsión
cualquier país de confesión islámica, en la que los fieles islámicos residentes
en Europa reconozcan explícitamente que la promesa de un “paraíso sensual”
prometido a los que mueren en la guerra santa es una imagen literaria.