INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

viernes, 3 de junio de 2016

AHORA SÍ: ESPAÑA HA DEJADO DE SER CATÓLICA


Manuel Azaña, en los comienzos de la Segunda República dijo aquella frase que resultó tan discutida: “España ha dejado de ser católica”. En realidad era mentira y lo que la derecha entendió, no era exactamente lo que el viejo ateneísta había querido decir. Con esta frase, Azaña afirmaba solamente que la legislación anticlerical que había establecido la Segunda República en sus dos primeros años de vida, bastaba para que el Estado Español abandonada cualquier influencia del catolicismo y fuera un Estado laico. Nadie dudaba, que en aquel momento, el catolicismo español era ampliamente mayoritario y lo siguió siendo de manera indiscutible en los siguientes cincuenta años.

Pero ahora la frase de Azaña tiene un nuevo sentido y está más próxima a lo que sus detractores le atribuyeron. Porque ahora, ahora sí, España, estadísticamente, ha dejado de ser católica. Ya después del cierre del Concilio Vaticano II empezaron a aparecer las primeras muestras de debilidad del catolicismo español (la primera, sin duda, la aparición de “curas marxistas”, la segunda la desmovilización de la juventud católica, la elevación de la edad media del clero, la despoblación de los seminarios y la pérdida de vigor de las organizaciones católicas).


Hoy se ha conocido un nuevo dato que confirma esta tendencia: el número de matrimonios católicos en relación al de matrimonios civiles. Las cifras admiten pocas réplicas y son, en sí mismas, significativas: en 1996 casi 149.000 matrimonios católicos y 44.780 matrimonios civiles. Sin embargo, veinte años después, estas cifras se han invertido. En 2014, solamente se celebraron 50.540 matrimonios católicos y 107.820 matrimonios civiles. Por otra parte, ni siquiera el hecho de que algunas parejas hayan decidido unirse en iglesias garantiza que se trate de practicantes habituales de la religión católico (de la misma forma que buena parte del los niños que hacen la primera comunión, no implica que ni ellos ni sus padres vuelvan alguna vez a misa).

Otro dato es el de practicantes. En el año 2.000 estaban por encima del 20%, dieciséis años después están por debajo de esta barrera, habiendo perdido cinco puntos. A la inversa, el número de no practicantes es simétrico y se ha elevado en la misma proporción. Es cierto que muchas fiestas católicas tienen un seguimiento masivo, pero es evidente que por fiestas, no por católicas. Un ejemplo: San Fermín. Queda todavía, claro está, el que los funerales de Estado sean siempre católicos o que sigan existiendo capellanes militares… pero ¿hasta cuándo?

El número de ciudadanos que se declaran católicos, va, igualmente, disminuyendo. En 1980 casi el 90% de la población se definía, mecánicamente, como “católico” cuando se le preguntaba. Hoy, en cambio, en ese mismo período el número de ateos y agnósticos ha ido creciendo desde el 8% hasta 25%. La llegada de inmigración procedente de Iberoamérica ha contribuido a que mejorara el porcentaje de católicos en la sociedad española, pero también y casi en la misma proporción el de miembros de sectas o de confesiones religiosas sectarias. Además, por supuesto, del islam que acapara 2.000.000 de adhesiones en sus ¾ partes de ciudadanos que ya han recibido la nacionalidad española.

A esto se une otro problema: a diferencia del catolicismo francés (mucho mas militante) o del catolicismo portugués (mucho más vivo en el Norte del país), el catolicismo español está replegado en sí mismo y dividido en numerosos grupos (neo-catecumenales, Opus Dei, Comunión y Liberación, etc, etc) que han sustituido a las antiguas órdenes religiosas tradicionales que solamente existen a título de recuerdo e incluso al antiguo asociacionismo católico hoy residual.


En estas circunstancias, y con 85 años de retraso, eso sí, cabe decir que “España ha dejado de ser católica”.