Manuel Azaña, en los comienzos de
la Segunda República dijo aquella frase que resultó tan discutida: “España ha
dejado de ser católica”. En realidad era mentira y lo que la derecha entendió,
no era exactamente lo que el viejo ateneísta había querido decir. Con esta
frase, Azaña afirmaba solamente que la legislación anticlerical que había
establecido la Segunda República en sus dos primeros años de vida, bastaba para
que el Estado Español abandonada cualquier influencia del catolicismo y fuera
un Estado laico. Nadie dudaba, que en aquel momento, el catolicismo español era
ampliamente mayoritario y lo siguió siendo de manera indiscutible en los
siguientes cincuenta años.
Pero ahora la frase de Azaña
tiene un nuevo sentido y está más próxima a lo que sus detractores le
atribuyeron. Porque ahora, ahora sí, España, estadísticamente, ha dejado de ser
católica. Ya después del cierre del Concilio Vaticano II empezaron a aparecer
las primeras muestras de debilidad del catolicismo español (la primera, sin
duda, la aparición de “curas marxistas”, la segunda la desmovilización de la
juventud católica, la elevación de la edad media del clero, la despoblación de
los seminarios y la pérdida de vigor de las organizaciones católicas).
Hoy se ha conocido un nuevo dato
que confirma esta tendencia: el número de matrimonios católicos en relación al
de matrimonios civiles. Las cifras admiten pocas réplicas y son, en sí mismas,
significativas: en 1996 casi 149.000 matrimonios católicos y 44.780 matrimonios
civiles. Sin embargo, veinte años después, estas cifras se han invertido. En
2014, solamente se celebraron 50.540 matrimonios católicos y 107.820
matrimonios civiles. Por otra parte, ni siquiera el hecho de que algunas
parejas hayan decidido unirse en iglesias garantiza que se trate de
practicantes habituales de la religión católico (de la misma forma que buena
parte del los niños que hacen la primera comunión, no implica que ni ellos ni
sus padres vuelvan alguna vez a misa).
Otro dato es el de practicantes.
En el año 2.000 estaban por encima del 20%, dieciséis años después están por
debajo de esta barrera, habiendo perdido cinco puntos. A la inversa, el número
de no practicantes es simétrico y se ha elevado en la misma proporción. Es cierto
que muchas fiestas católicas tienen un seguimiento masivo, pero es evidente que
por fiestas, no por católicas. Un ejemplo: San Fermín. Queda todavía, claro
está, el que los funerales de Estado sean siempre católicos o que sigan
existiendo capellanes militares… pero ¿hasta cuándo?
El número de ciudadanos que se
declaran católicos, va, igualmente, disminuyendo. En 1980 casi el 90% de la
población se definía, mecánicamente, como “católico” cuando se le preguntaba.
Hoy, en cambio, en ese mismo período el número de ateos y agnósticos ha ido
creciendo desde el 8% hasta 25%. La llegada de inmigración procedente de Iberoamérica
ha contribuido a que mejorara el porcentaje de católicos en la sociedad
española, pero también y casi en la misma proporción el de miembros de sectas o
de confesiones religiosas sectarias. Además, por supuesto, del islam que
acapara 2.000.000 de adhesiones en sus ¾ partes de ciudadanos que ya han
recibido la nacionalidad española.
A esto se une otro problema: a
diferencia del catolicismo francés (mucho mas militante) o del catolicismo
portugués (mucho más vivo en el Norte del país), el catolicismo español está
replegado en sí mismo y dividido en numerosos grupos (neo-catecumenales, Opus
Dei, Comunión y Liberación, etc, etc) que han sustituido a las antiguas órdenes
religiosas tradicionales que solamente existen a título de recuerdo e incluso
al antiguo asociacionismo católico hoy residual.
En estas circunstancias, y con 85
años de retraso, eso sí, cabe decir que “España ha dejado de ser católica”.