Infokrisis.– El artículo que sigue tiene diez años. Está incluido
en el “viejo infokrisis” (http://infokrisis.blogia.com)
y fue un homenaje a la figura de Chicho Ibáñez Serrador, realizado en el
momento en el que visualizamos en apenas una semana sus películas y los
programas televisivos que le hicieron famoso en la segunda mitad de los años
sesenta, especialmente, Historias para no
dormir, Historias de la frivolidad y El
Asfalto. La verdad es que añoramos aquella televisión de mucha más calidad
que la actual y realizada con una ínfima parte de medios. Este es también un
homenaje a aquella televisión que fue y ya no es.
* *
*
La televisión es hoy el primer
medio de bastardización de las masas y la segunda apisonadora cultural, después
del Ministerio de Educación. Cómo ha llegado a ser esto así es algo que
corresponde a los sociólogos determinar. Quienes vivimos los primeros balbuceos
de la televisión hace más cincuenta años tenemos una extraña sensación que
corresponde con nuestra visión de la historia: lejos de progresar, la historia
camina hacia estadios progresivamente más degenerados. A la televisión le
ocurre otro tanto. Y no siempre fue así.
I PARTE:
EL PERSONAJE Y SU OBRA
EL PERSONAJE Y SU OBRA
A mediados de los años 60, Chicho
Ibáñez Serrador emergió en el único canal de televisión de aquel momento: y
muchos recordamos sus producciones, con la añoranza de que aquella televisión.
Chicho no era un fenómeno único, existió toda una generación de realizadores de
TV que en el tardofranquismo fueron capaces de realizar la mejor televisión que
se ha visto en este país, la más creativa, e incluso, la más formativa.
No es que tengamos añoranza del
franquismo. Tenemos añoranza de aquella televisión que intentó elevar el nivel
cultural de la población. Tenemos añoranza del Estudio 1, tenemos
añoranza de los programas protagonizados y dirigidos por Adolfo Marsillach,
tenemos añoranza de las “telenovelas”, lejos de los culebrones repugnantes
hechos para mayor gloria de la zafiedad y la ignorancia de hoy, que
dramatizaban las grandes novelas de la literatura mundial, tenemos añoranza de
los programas de divertimento de los que durante diez años fue dueño y señor
Chicho Ibáñez Serrador.
Chicho el veterano hijo de veteranos
Chicho tiene hoy más de 70 años,
pero antes de cumplir los 30 ya había alcanzado la fama. De casta le venía al
galgo, porque papá y mamá eran, literalmente, figuras del teatro argentino. No
tuvimos ocasión de ver en los escenarios a su madre, Pepita Serrador,
prematuramente fallecida en 1964 con apenas cincuenta años. Pero sí recordamos
a Narciso Ibáñez Menta como uno de los actores más geniales de la naciente
televisión española.
La pareja se había casado en
Buenos Aires en 1934. Ella era argentina y él asturiano. En la filmografía de
ella se detallan dieciocho películas filmadas entre 1928 y 1960 de las que
debemos confesar que no hemos tenido ocasión de ver ninguna. Con Ibáñez Menta
es diferente. No lo pudimos ver como actor teatral en donde cimentó su fama,
pero sí en varias series televisivas dirigidas por su hijo.
Los padres se conocieron en el
teatro y a Ibáñez Menta siempre le gustó recordar que ocho días después del
parto se subía por primera vez a las tablas en los brazos de la actriz Carola
Ferrando. Sus padres se asentaron en Buenos Aires, contrariamente a lo que
algunos han insinuado, no fue un exilio político. De hecho, Ibáñez Menta pasó
su juventud viajando entre España e Hispanoamérica. Finalmente la familia se
asentó en Buenos Aires.
Ibáñez Menta pasará a la fama en
España como protagonista de bastantes episodios dirigidos por su hijo de la
serie Historias para no dormir. Pero aunque esta serie era “de
terror”, los registros de Ibáñez Menta eran múltiples. Interpretó el teatro de
Sartre y de Miller y también a Goethe. Por lo demás, algunos episodios de Historias
para no dormir estuvieron realizados en clave de humor.
Ibáñez Menta estaba más atraído
por el teatro, pero eso no fue obstáculo para que protagonizara 45 películas en
Argentina. No sólo interpretó sino que dirigió teatro. De regreso a España se
incorporó como actor en distintas series de la naciente TVE de la que, sin
duda, las dos más célebres fueron las citadas Historias para no dormir y Usted
puede ser el asesino.
Apareció por última vez en 1991
en la comedia de Trueba Sal gorda (1991) y falleció en 2004 cuando contaba 91
años.
Una pequeña anécdota personal sobre Ibáñez Menta
Hay una anécdota personal que me
gustaría contar para dar la medida de la calidad de Ibáñez Menta como actor. A
finales de los años 60 recordamos nítidamente como vimos ante el monstruoso
monitor Philips en blanco y negro un
episodio de Historias para no dormir que nos llamó particularmente la
atención a todos los miembros de la familia. El episodio se llamaba El
pacto y estaba basado en la novela de Allan Poe El extraño caso del señor
Valdemar. Ibáñez Menta asumía el papel de un psicólogo mesmerista que
utilizaba la hipnosis con sus pacientes. En tres ocasiones, Ibáñez Menta hipnotizaba
a un paciente, con un maquillaje que destacaba unos ojos particularmente
inquietantes. Pues bien, en las tres ocasiones tanto mis padres como yo,
experimentamos una indecible sensación de sopor (vale la pena decir que nunca
nadie nos hipnotizó ni antes ni después), pero Ibáñez Menta estuvo a punto de
lograrlo… Lo sorprendente no es esto que siempre podría ser interpretado como
un recuerdo lejano e idealizado. Lo realmente curioso es que hace pocos meses,
cuando volvimos a ver –tras bajarla mediante un programa de P2P– El
pacto, tanto mi mujer como yo experimentamos esa indeleble sensación de
estar siendo hipnotizados a distancia… Hasta ese punto, Ibáñez Menta era un
actor genial capaz de conseguir por TVE lo que un hipnotizador jamás ha podido conseguir
en directo.
Una apretada biografía: Chicho ha envejecido entreteniéndonos
El jovencito con aires de
suficiencia que aparecía en las presentaciones de Historias para no dormir
al estilo de Hitchcock o Rod Serling, ya no es tan joven y según me cuentan
tiene algún problema de salud. Está período de jubilación y hoy apenas se oye
hablar de él. Quizás, solamente los nostálgicos de la televisión que pudo ser y
no fue lo tengamos presente en el recuerdo. A decir verdad lo que
experimentamos en relación a Chicho es simplemente agradecimiento por los
buenos ratos que nos hizo pasar y, sobre todo, por haberse negado a participar
en la degradación del medio televisivo.
Si es verdad como dicen sus
biógrafos que nació el 4 de julio de 1935, eso implica que está a punto de
tener 80 años. De nombre Narciso como su padre, utilizó el seudónimo de Luis
Peñafiel para firmar sus guiones. Le acompaña un peculiar acento del que nunca
ha logrado desprenderse y que sin duda es el resultado de haber pasado los doce
primeros años de su vida en Argentina. A pesar de que pasará a la historia como
realizador y director de televisión, también ha sido actor, director de teatro
y de cine e incluso doblador. De hecho debutó doblando al conejo Tambor en la versión argentina de Bambi,
esa cinta a la que los niños de mi generación recordamos con verdadero pánico y
que, posiblemente, infundió en Chicho el interés por las historias de terror. Si non é vero e bene trovato. También se
le suele añadir el oficio de guionista de radio que nosotros no hemos conocido.
Se inició en la TVE a finales de
los cincuenta. El “ente” había nacido cinco años antes y sus primeras armas en
él fueron las series Obras maestras del terror, Cuentos para
mayores, Los premios Nobel y España
y su teatro. Los que tenemos ahora 60 años recordamos tenuemente algunas de
estas series que se emitían más allá de las 21:00 horas, barrera impenetrable
para los niños de aquella época, educados en el madrugón.
Por esas fechas, Chicho inició su
período de éxito. En 1959 había estrenado en el teatro Aprobado en inocencia, comedia de la que era autor, actor y
director. En 1963 cuando se había asentado definitivamente en España, tras
haber abordado la dirección de la serie Estudio 3 en donde se escenificaban
piezas de teatro, comprobó que las de terror tenían gran aceptación. De esa
intuición surgieron las series Mañana puede ser verdad (con
adaptaciones de autores de ciencia ficción como Ray Bradbury) e Historias
para no dormir.
Si estas series lo consagraron en
España, con Historia de la frivolidad, realizada por él y escrita junto a Jaimé
de Armiñán, su fama traspasó fronteras. Por primera vez en el España franquista
la censura y el pacatismo fueron parodiados como merecían. El especial de humor
recibió premios en distintos festivales europeos. Era 1968. Había nacido el
erotismo en versión Chicho.
Era inevitable que con estos
antecedentes realizara una película que debía ser el sincretismo entre erotismo
y terror. Esa película fue La Residencia, el éxito de taquilla
en 1969. A partir de ese momento, Chicho también tuvo lugar en la historia del
cine español.
Debería llegar 1972 para que la
televisión, convertida en vehículo de cultura de masas, tuviera su gran
concurso: Un, dos, tres… responda otra
vez. Concurso semanal aparatoso logró emitir 411 programas. España parecía
paralizarse para verlo en los últimos años del franquismo y primeros de la
transición.
En 1974, Chicho es considerado
como una máquina de programar éxitos así que es nombrado director de
programación. Un error. No se siente cómodo en el cargo y dimite a las pocas
semanas. Prefiere el trabajo de creación. Poco después realiza el que considera
su “episodio favorito”, El Televisor, que debió aparecer
como un capítulo de Historias para no dormir, protagonizado por su padre Ibáñez
Menta. En este programa denuncia los perniciosos efectos que puede tener la
televisión en gente normal: ocupando espacios cada vez mayores en el cerebro,
la televisión corre el riesgo de crear un mundo virtual que parece permitir el
prescindir del mundo real. La sociedad del espectáculo termina no siendo más
que espectáculo y renunciando a cualquier otra manifestación de la realidad.
Este mensaje parece hoy asumido por muchos, pero en 1974 era una anticipación
de los riesgos que podía acarrear la TV. Es preciso recordar que en aquel
momento solamente había una televisión y dos canales y, así pues denunciar los
riesgos de la televisión suponía denunciar los riesgos del mismo poder.
Chicho no fue nunca un franquista
militante, de hecho siempre ha eludido hablar de política. La política y la
honestidad creadora tienen pocos puntos de contacto. Aparentemente, pues, la
muerte de Franco no tenía porque afectar ni a su obra, ni a su prestigio
creativo, ni, por supuesto a su permanencia en televisión.
En 1976, su segunda película, ¿Quién
puede matar a un niño? Fue también acogida con gran éxito. Poco después
TVE rechaza el proyecto de una serie de suspense, pero le aceptan la serie
antológica de terror presentada por él: Mis
terrores favoritos. En 1982 realiza cuatro capítulos de unas nuevas Historias
para no dormir que tienen gran aceptación por parte del público.
Su siguiente éxito tiene lugar
cuando han irrumpido las televisiones privadas y, a pesar de la mayor
competencia, el público le regala su apoyo. Es Waku–Waku en 1989,
presentado por Consuelo Berlanga, Hablemos de sexo presentado por la
doctora Elena Ochoa y luego El semáforo
con Jordi Estadella entre 1995 y 1997. En el 2000 vuelve al teatro con Aprobado
en inocencia y El Águila y la Niebla.
Cuando consigue que un canal
acepte su proyecto de reemprender el concurso Un, dos, tres… responda otra vez
las cosas ya han cambiado demasiado en TV para que el programa vuelva a tener
éxito. No solamente hay más canales, sino que los gustos del público han
cambiado. Un concurso no puede competir con un programa del corazón o con una
teleserie de humor de brocha gorda y si lo hace está llamado a perder la
partida. Eso le ocurrió al programa de Chicho.
Cuando se cumplieron los 50 años
de TVE él fue uno de los homenajeados. En realidad, él había sido el rey
indiscutible de los primeros 25 años del medio.
II PARTE:
LOS GRANDES ÉXITOS DE CHICHO
HISTORIAS PARA NO DORMIR, HISTORIAS DE LA FRIVOLIDAD, LA RESIDENCIA…
LOS GRANDES ÉXITOS DE CHICHO
HISTORIAS PARA NO DORMIR, HISTORIAS DE LA FRIVOLIDAD, LA RESIDENCIA…
En esta segunda entrega vamos a
intentar continuar nuestro pequeño homenaje a Chicho recordando siquiera
brevemente sus Historias para no dormir, aquel gran éxito internacional
impensable en la época que fue Historia de la frivolidad y la
primera película de Chicho, La Residencia. Algunos no hemos
olvidado y no podemos por menos que comparar la actual mediocridad infamante de
la actual televisión –de toda, pública y privada, estatal o autonómica– con la
honestidad de un ayer ya lejano y denostado como "páramo cultural".
Historias para no dormir, el terror como estímulo para la reflexión
A partir del 4 de febrero de 1966
el televidente quedó enganchado a la primera pantalla durante 50 minutos, más
un bloque de publicidad, con la serie Historias para no dormir. Cuando se
emitió el último el último episodio el 27 de septiembre de 1982, España y la TV
habían cambiado extraordinariamente, sin embargo, la serie siguió gozando del
favor del público. En total fueron 29 episodios, suficientes como para dejar
una huella imborrable.
Hasta 1966 a ningún directivo de
TVE se le había ocurrido que el terror pudiera interesar. No es raro que la
televisión anterior a esa fecha fiase todo su éxito en la emisión de series
extranjeras, novelas de producción propia –desiguales en cuanto a su interés– y
a ser, por supuesto, la única existente en esos momentos.
Chicho se había forjado armas en
anteriores experiencias televisivas, las precisas para saber lo que le
interesaba al público. Tal es su gran mérito: haber conocido durante tres
décadas lo que interesaba al televidente y tener la capacidad de ofrecérselo
sin caer en productos de masas. Es inevitable ver en su anterior experiencia
televisiva –Mañana puede ser verdad– un precedente de la nueva serie (los
productos de Chicho en esos primeros años permiten ver cómo era capaz de
encadenar unos proyectos con otros e inspirarse en los elementos que más habían
atraído al público para crear el siguiente, aislando esos elementos primero y
resaltándolos después.
En Mañana puede suceder,
Chicho dramatizó novelas clásicas de anticipación, en especial adaptaciones de
Ray Bradbury. Ya entonces observó que la mezcla de anticipación y terror era
una buena combinación para el público de la época y presentó un proyecto nuevo
que vio la luz el 4 de febrero de 1966 con la emisión de El Cumpleaños, primer
episodio de Historias para no dormir.
Desde el primer momento la serie
atrajo la atención de los espectadores. Algunos guiones eran propios de Chicho,
aunque la mayoría fueran adaptaciones de Bradbury y, especialmente, de Edgar
Allan Poe. Al terminar esa primera temporada, el relato titulado El
Asfalto ganó la ninfa de Oro del Festival de Montecarlo, en un tiempo
en el que ni los atletas ni los programas españoles obtenían galardón alguno
fuera de nuestras fronteras.
Filmado con una estética
minimalista (la televisión de entonces ahorraba en todos los terrenos), vista a
42 años de distancia, el espectáculo es conmovedor. El Asfalto nos habla de
la soledad y del aislamiento del hombre urbano, de la inhumanidad de las
grandes ciudades, del repliegue a lo personal, del egoísmo y de la burocracia,
de la ineficiencia de las autoridades y de que la bondad y la normalidad no
tienen lugar en los tiempos modernos. ¿Quién dijo que la censura era férrea en
el franquismo? Chicho aprendió a vulnerar su vigilancia, la esquivó en materia
erótica en Historias de la frivolidad y la despistó completamente en esta
obra de verdadero terror: porque el mensaje –siempre hay un mensaje en las
obras de Chicho– es que las grandes ciudades engullen a lo humano. No es una
crítica coyuntural (sobre la que la censura si estaba permanentemente en estado
de vigilia) sino estructural: lo que se denuncia es el sentido de la
modernidad.
El papel protagonista estuvo
interpretado por su padre, Ibáñez Menta. Nos equivocaríamos si viéramos en esta
elección un rastro de nepotismo. Si era el protagonista y siguió siéndolo de
muchos episodios de Historias para no
dormir, es porque bordaba los personajes y en particular éste del pobre
diablo tocado con canotier y bastoncillo, progresivamente engullido en el
asfalto.
De esa primera temporada merece
destacarse El Tonel, inspirado en El Barril de Amontillado de Edgar
Allan Poe en el que descubrimos a una Gemma Cuervo casi adolescente en papel de
esposa infiel. De la segunda temporada merecen recordarse todos que causaron
verdadero terror en la noche española de los sesenta. Entre los episodios figuraba
una recreación de la vida de Edgar Allan Poe, al que Chicho profesaba una
verdadera devoción en esta materia, El Cuervo. Otros, como La
Zarpa o El Transplante alcanzaron su finalidad de aterrorizar y
entretener.
Cuesta trabajo explicar por qué
hubo que hacer un salto de quince años para que llegara la tercera temporada de
la serie. En efecto, en 1982, Chicho recupera sus Historias… y, con unos
medios más amplios filma cuatro capítulos. A pesar de anunciarse en el 2000 que
la serie volvería y reemitirse como presentación el episodio de los años 70
titulado El Televisor, el proyecto no cuajó. Tele5 volvió a recuperar la idea en 2005 con episodios dirigidos
por Mateo Gil, Jaime Balagueró, Alex de la Iglesia y Enrique Albizu,
coordinados por el propio Chicho que además debía dirigir uno de los capítulos.
De esta nueva intentona salieron solamente dos capítulos (el filmado por Alex
De la Iglesia y por Balaguero). La serie había muerto. Su éxito fue en 1968 y
68, con una breve prolongación 15 años después. Pero los tiempos habían
cambiado –y mucho más en 2005– y las aficiones y tendencias del público eran
otras.
Historias para no dormir seguía
una tradición muy utilizada por TVE en sus 20 primeros años de vida: recurrir a
autores clásicos a la hora de escenificar tragedias o comedias. Se confiaba en
los clásicos como ahora se confía en los culebrones. Gracias a esta tendencia,
muchos conocimos la obra de Ray Bradbury o de Edgar Allan Poe antes de haberlos
leído. Fue Chicho y sus producciones las que nos incitaron a leerlos. Lo mismo
ocurría con Estudio 1 o Novela.
Aquella televisión originaria nos
obsequiaba semanalmente con escenificaciones teatrales de obras consagradas
como las mejores de su género, antiguas y modernas, clásicas y experimentales.
Para algunos ha sido la única oportunidad que hemos tenido de ver el teatro de
Ibsen o de Arniches, de Lope o el drama clásico. No solo las obras eran
seleccionadas sino que los actores figuraban entre los más dotados de la época.
Aquella televisión educaba culturalmente. Las propias obras de teatro proveían
del espíritu crítico suficiente para que hiciera inútil la tarea de la censura.
Ahora cabe preguntarse, si algún canal de TV se atrevería a volver a ofrecer El
enemigo del pueblo de Ibsen… No solamente sería imposible por no
existir actores del fuste de José Bódalo, sino porque el mensaje que transmite
esta obra es tan identificable con lo que está pasando hoy en España que se
diría que Ibsen pensaba en nuestra país y en nuestra época cuando escribió una
de sus obras cumbres.
Si el Estudio 1 era semanal, la Novela era diaria. En algunas
temporadas se procuraba concentrar una novela famosa en cinco capítulos. En
otras, la serie se prolongaba todo el tiempo que fuera necesario con la mayor
fidelidad al texto originario. De estas, El conde de Montecristo fue sin duda
la que alcanzó más fama. Si hoy comparamos aquellas producciones con Yo
soy Bea o Aida, vemos que las diferencias son abismales e incuestionablemente,
los años han generado una caída de calidad y una simplificación del género.
En los primeros años 80 cuando
nos movíamos Hispanoamérica, lamentábamos sinceramente que el público de
aquellas latitudes fuera bastardizado sistemáticamente por unos culebrones que
causaban vergüenza ajena y cuyos intérpretes no hubiera alcanzado el nivel de
meritorios en Estudio 1 o en Novela. Lo dramático fue que cuando
regresamos a España vimos como aquellos culebrones infames, cuyo nivel zafio y
miserable satisfacía a cierto público latino poco exigente ¡estaban llegando a
España! Las TV privadas –que debían haber contribuido a que una mayor oferta
aumentase la calidad de la televisión– empezaron con las MamaChicho y terminaron con el
Chiquilicuatre…
Decididamente la TV de los años
60 y 70 no puede ser recordada sino con nostalgia y resulta casi desesperante
saber que no nuestros hijos no tendrán la oportunidad de ver aquellas series
que Chicho dirigió y que contribuyeron a afianzar nuestros conocimientos
culturales y a despertar en nosotros la llama de leer a los clásicos del
terror.
Historias de la frivolidad,
el sexo bajo el franquismo existía
El 9 de febrero de 1967 TVE
emitió Historias de la frivolidad cuyo anuncio había suscitado una
extraordinaria expectación en el país. Se sabía que el programa iba de erotismo
y frivolidad, algo ausente de la España tardo franquista. Chicho, por aquellas
fechas, tenía fama –bien ganada, por cierto– de enfant terrible, así que la expectación de la crítica y del público
estaba justificada: ¿cómo iba a aborda el problema de la frivolidad? ¿de qué
manera lograría esquivar la censura? Y si la esquivaba ¿no existía la
posibilidad de que decepcionara la expectación de la audiencia?
El programa es una serie de sketches humorísticos sobre la historia
del erotismo, desde Adán y Eva hasta nuestros días. El hilo narrador lo da el
personaje de la conferenciante (Irene Gutierrez Caba), una especie de adusta
mujer de la España profunda, que habla en la asamblea de la Liga Femenina
contra la Frivolidad. Es evidente que esta Liga está inspirada en las
sufragistas inglesas del XIX.
Desde la hoja de parra de Adán y
Eva hasta el futuro imperfecto en el que la carne será sustituido por la hoja
de lata del robot con gran alborozo de la Ligada contra la Frivolidad, los
distintos sketches son, todos sin
excepción, de una brillantez que no ha vuelto a estar presente en TV.
Inolvidable el stree–tease de Iran Eroy en una taberna
medieval en la que se va despojando… de una armadura. O el diálogo del balcón
entre Romeo y Julieta en el que la prohibición de Isabel I de Inglaterra de que
las mujeres subieran al escenario hace que Julieta sea interpretada por José
Luis Coll.
Al parecer la idea de un programa
de estas características nació del cerebro hoy desbaratado de Adolfo Suárez,
entonces Director General de RTVE que albergaba la idea de mostrar el aspecto
más “moderno y tolerante” de España en el extranjero. El encargo fue entregado
a Chicho y éste buscó la colaboración de Jaime de Armiñán. El censor oficial de
TVE en la época, Francisco Gil Muñoz, amenazó con dimitir si el programa se
emitía. Se emitió, pero el censor no dimitió.
De hecho, cuando el programa se
presentó al Festival de Televisión de
Montecarlo, éste inicialmente lo rechazó: para poder concursar debía
haberse emitido. Así que, las crónicas cuentan que se emitió “al filo de la medianoche y tras el anuncio
del fin de la programación”. Es posible que fuera así, aunque nosotros
recordamos haberlo visto por la noche, junto a nuestros padres y sin excesivos
problemas.
Los intérpretes no pudieron estar
mejor seleccionados: Irene Gutierrez Caba, Margot Cottens, Rafaela Aparicio,
Jaime Blanch, José Luis Coll, Irán Eory, Lola Gaos, Agustín Gonzalez, Narciso
Ibáñez Menta, Francisco Morán, Pilar Muñoz, Fernando Rey, Fernando Santos,
Sánchez Polack, Manolo Codeso, Pedro Semson, Tomás Zori y Ricardo Palacios. No es
raro que cosechara la Ninfa de Oro
del Festival de Montecarlo, la Rosa de
Oro y el Premio de la Prensa del
Festival de Montreux y la Targa d’Argento
del festival de Milán.
Y, sin embargo, la censura
existía en España hasta extremos inimaginables. Bastaba que una soprano
apareciera en TV para cantar un aria, sus hombros y sus brazos, si estaban
desnudos eran cubiertos con un tupido chal. La concupiscencia, al parecer,
podía aflorar mientras cantaba a Verdi o a Puccini.
El problema de la censura durante
el franquismo es que fue, sobre todo, de matiz sexual. En 1967 las obras de
Marx se vendían libremente en España y, no solo las de Marx, sino las de Freud,
Fromm o Marcusse. Nosotros mismos recordamos que ese tipo de literatura podía
adquirirse en todos los kioscos de Las Ramblas de Barcelona que luego se
cubrieron en la transición con revistas porno y ahora con infinidad de revistas
especializadas en los más inverisímiles temas. A partir de 1965, prácticamente
no existió censura para obras de ensayo, pero siguió existiendo para todo lo
relativo a la sexualidad... No es raro que, a partir de 1972, las
peregrinaciones a Perpignan, Saint Jean de Luz y Portugal tras la “revolución de los claveles”, fueran
masivas. En 1963, todavía, una foto porno revelada en casa y de dudoso gusto,
costaba más que un bocadillo de jamón… Mi madre, que recibía Paris Mach con matasellos extranjero,
veía como los envíos postales eran regularmente abiertos para evidenciar que no
había dentro nada que fuera vagamente erótico, incluso si alguna foto de la
revista podía ser interpretado en clave erótica, el envío no pasaba.
Lo más terrible de aquellos años
fue que el nacional–catolicismo de los años 40 y 50, se convirtió en
desarrollismo en los 60, liderados por el Opus Dei que en materia sexual,
estaban en las mismas posiciones que los nacional–católicos. Esto hizo que
España fuera una olla a presión a partir de la irrupción de la minifalda y de
la píldora anticonceptiva y estallara el 21 de noviembre de 1975.
La comedia de Chicho sobre la
frivolidad intentó que este estallido fuera moderado, que existiera un lugar
para el sexo en televisión. No era desenfreno lo que se proponía, ni siquiera
una moral sexual laxa, simplemente el espíritu de aquella comedia era: no
cerréis la puerta al sexo, porque si lo hacéis el sexo entrará por la ventana.
La Residencia y ¿Quién puede matar a un niño? o el
terror español
La opera prima de Chicho en cinematografía fue La Residencia, rodada en 1969 y que se apuntaló con el éxito de Historia
para no dormir. El núcleo del guión fue una historia de Juan Tebar que
el propio Chicho convirtió en guión de este producto que puede ser clasificado
como suspense/terror.
Las primeras escenas nos sitúan
en una “residencia” para chicas procedentes de familias con problemas. Ahí
llega Teresa (Cristina Galbó) acompañada por su padrastro. El establecimiento
está dirigido por una especie de “señorita
Rottenmeyer” (Lili Palmer). Desde las primeras escenas aparece el inquietante
hijo de la directora (John Moulder Brown) que intenta siempre eludir la
prohibición de reunirse con las alumnas que su madre le ha impuesto. La
relación entre madre e hijo es enfermiza y éste, sobreprotegido, desemboca en
episodios de voyerismo. En cuanto a la alumnas se trata de adolescentes
dominadas por instintos carnales, impulsos sado–masoquistas, con leves
pinceladas de lesbianismo implícito. La residencia es, en definitiva, un
microcosmos enfermizo y deformante del que quien conserva la cabeza sobre los
hombros aspira necesariamente a huir.
Son varias las alumnas que
desaparecen de la residencia. Inicialmente se cree que, hartas de la
convivencia problemática y asfixiante, han decidido abandonar el centro, pero
la protagonista, Teresa, comprueba que ninguna ha salido por la puerta y que de
ninguna nadie ha vuelto a tener noticias. El desenlace muestra que han sido
asesinadas y descuartizadas.
El argumento es propio del terror
clásico y de las películas de suspense.
La película es, además, innovadora por otros muchos elementos (aparece el
primer asesinato filmado a cámara lenta, algo que hoy puede parecer normal,
pero que no lo era en 1969). El casting
está perfectamente realizado incluso en la última de las alumnas del internado
y, en particular, la madura Lili Palmer que protagoniza uno de los mejores
trabajos de su carrera. Chicho supo exprimir bien las posibilidades dramáticas
de su inquietante rostro.
Es fácil reconocer el influjo que
ejerció sobre Alfred Hitchcock sobre los criterios cinematográficos de Chicho.
Influencia, no copia. A cuarenta años vista de su rodaje, La Residencia sigue
conservando frescura. El paso del tiempo no la ha deteriorado en ningún
sentido.
Una vez más, Chicho ensaya aquí
un erotismo implícito y soterrado (la escena de la alumna díscola azotada por
una compañera, la escena de la ducha de las alumnas observada por el hijo de la
directora, con los camisones mojados, la escena de las alumnas en clase de
costura cuando saben que ha llegado el joven que trae la leña…) que demuestra
que en el tardofranquismo eludir la censura era cuestión, sobre todo, de
inteligencia creativa. Cuando, durante los primeros años 70, la censura se va
relajando, es curioso como algunos directores que hasta ese momento habían
realizado un cine honesto e, incluso, patriótico (Pedro Lazaga es un caso
paradigmático) descubren, primero el “landismo” y después el “destape”. Lo que
va de ese cine a La Residencia es lo mismo que va de la sal gruesa al sabor
salado, del brochazo a la pincelada…
En su siguiente película de
terror ¿Quién puede matar a un niño? Chicho se plantea un problema
interesante: ¿Sería posible filmar una película de terror sin monstruos, sin
chirriar de puertas, sin que se desarrolle en la noche en medio de un ambiente
agobiante e inquietante? ¿Sería posible filmar una película de terror a plena
luz del día en un paraje extremadamente atractivo y en la que los monstruos
fueran niños?
La respuesta es sí y ¿Quién puede matar a un niño? es la
demostración. En realidad, existe una correlación lógica entre esta película y La
Residencia, en efecto, en ambas el criminal es un niño. La diferencia
es que en esta película no es solamente un niño malcriado y sobreprotegido
(como en La Residencia) el que genera el mal sino toda la infancia como
grupo social. No solamente los nacidos sino los que aún están en el seno
materno se convierten en asesinos de los adultos.
La idea que Chicho quiere
transmitir es que los niños han sufrido mucho por parte de los adultos (podría
haber mostrado imágenes de la entonces reciente guerra de Biafra, Vietnam o de
Bangla–Desh en la que la infancia sufrió no solamente los combates, pero
prefirió abrir la película con fotos de niños en campos de concentración) y,
llegado un momento, se toman la venganza.
La película llega en ocasiones a
límites insoportables de terror cuando la protagonista, embarazada, siente que
el hijo que lleva en la entrañas la está desgarrando.
En cierto sentido, la película es
un producto de su era: no había creación artística sin mensaje. En este caso el
mensaje era la revuelta de la juventud contra los excesos de sus mayores.
III PARTE:
UN, DOS, TRES, RESPONDA OTRA VEZ. ENTRETANIMIENTO PURO Y DURO
UN, DOS, TRES, RESPONDA OTRA VEZ. ENTRETANIMIENTO PURO Y DURO
Las sociedades que ríen son
sociedades sanas. Las sociedades que solamente ríen son sociedades estúpidas y
las sociedad que desconocen la risa son sociedades enfermas. La risa es a la
sociedad lo que las proteínas al cuerpo. Sin ellas, la vida es, sino imposible,
sí al menos difícil y sin alicientes. Siempre ha existido en las producciones
televisivas de Chicho un impulso innegable hacia el humor incluso en sus obras
más dramáticas.
Historias para no dormir estaba precedida de una pequeña
presentación en la que el propio Chicho explicaba de qué iba la obra que
seguiría. En uno de los episodios, por ejemplo, en el titulado El
Tonel (versión libre de El Barril de Amontillado de Poe),
por ejemplo, tras explicar dramáticamente que TVE había reducido su presupuesto
para la seria, afirmaba, aún con mayor dramatismo, que el director, los
guionistas y realizadores, habían renunciado a su sueldo para poder sacar
adelante la seria. Cuando tras esta dramática alocución, la cámara se alejó
podían verse a Chicho y a dos realizadores cubiertos solamente con el tonel que
daba nombre al episodio y que, al mismo tiempo, era el símbolo de los que lo
habían perdido todo. Presentaciones de este tipo fueron inseparables de la
serie que ha aterrorizado a más españoles. El humor no puede ir separado del
terror, so pena de que éste termine causando una angustia insuperable. El
humor, sobre todo el humor, y, si se nos apura, un humor inteligente, es lo que
estaba en la intención de Chicho a la hora de pensar en los espectadores.
Esa necesidad de humor estuvo en
el origen de Un, dos, tres… responda otra vez, el concurso de mayor
seguimiento televisivo en España y uno de los programas que fue capaz de
superar la barrera de las diez temporadas en antena. El programa llegaba
después de una larga gestación y, en realidad, algunos de los elementos que
contenía estaban presentes en creaciones previas de Chicho.
Era inevitable que Los tacañones (codiciosos y
desagradables miembros del jurado que intentaban avasallar a los concursantes)
eran la reproducción de las miembros de la Liga contra la Frivolidad. Sus
trajes austeros eran idénticos a los que lucía Emilia Gutierrez Caba, Margot
Cottens y demás narradoras de Historias de la Frivolidad. Por lo
demás, una de las protagonistas de La
Residencia, Paloma Hurtado, una de las alumnas colaboracionistas que
dictaban su ley entre las internas, volvía a colaborar con Chicho cuando, tras
la muerte de Valentín Tormos (el primer tacañón),
el pintoresco jurado cambió de sexo y se convirtió en las tacañonas. En realidad, aquel núcleo colaboracionista de La
Residencia ya prefiguraba lo que luego sería, en clave de humor, el
jurado de Un, dos tres…
El concurso aunaba tres elementos
presentes en la vida humana: la cultura, el esfuerzo físico y la suerte y era,
en definitiva, una dramatización de la vida. La cultura estaba representada por
las preguntas iniciales que daban nombre al concurso. Hoy hubiera sido
imposible realizar un concurso con aquellos contenidos: el nivel cultural medio
de la población ha descendido hasta extremos alarmantes. En los años 60, al
menos, el Bachillerato unificaba los conocimientos del alumnado y le dotaba de
un bagaje cultural no desdeñable situado, en cualquier caso, a años luz del que
provee la enseñanza media actual. Las preguntas iban dirigidas al intelecto. No
siempre eran fáciles. Su dificultad era creciente y contestarlas suponía aunar
memoria, imaginación, conocimientos y serenidad. No era fácil destacar sobre
otros concursantes. Se premiaba al que más conocimiento poseía.
En la segunda parte se trataba de
plantear esfuerzo físico. Para afrontarlo había que estar en buena forma. Pocos
obesos estuvieron en condiciones de imponerse, si es que alguna vez lo
hicieron. ¿Discriminatorio? Si tenemos en cuenta que por un lado el ministerio
de sanidad alerta constantemente sobre los riesgos de obesidad y si tenemos en
cuenta que en programas televisivos del género de Tardes con Patricia más
parece un muestrario (o “monstruario”) de obesos, veremos que la contradicción
es palmaria entre un riesgo sobre el que se alerta –la obesidad– y la
“comprensión” del obeso que debe tener si lugar en la sociedad. El resultado es
que, cuando dos vectores apuntan en sentido contrario, cuando la publicidad del
ministerio apunta contra la obesidad y cuando programas de TV “normalizan” al
obeso, ambos se anulan. Todo estaba más claro cuando se estrenó Un,
dos, tres… Era preciso gozar de forma física envidiable para imponerse.
Y lo que era más importante: era preciso ser una pareja.
Si hoy concursos como éste serían
imposibles es porque nuestra sociedad ha perdido la noción de “normalidad”. Un,
dos, tres… era un concurso para gentes “normales”, cuando estaba claro
lo que era la normalidad y dónde
residía. ¿Y hoy? ¿Competirían parejas gays con parejas heterosexuales?
¿y parejas lesbianas? ¿Estarían de competir en un todos contra todos? ¿No sería
la existencia misma de un programa de este tipo una odiosa muestra de sexismo y
una oprobiosa forma de discriminar a miembros y miembras? ¿Y cómo podía tener lugar una prueba física si implicaría
la eliminación de los obesos? ¿habría que pensar en imponer medidas de discriminación
positiva a los concursantes menos dotados o menos hábiles en el manejo de la
cultura o del deporte? Preguntas que dejamos con puntos suspensivos por
incontestables e informulables dentro del marco de lo políticamente correcto.
Pero la vida es también suerte y
la tercera parte del concurso hacía planear este factor sobre las cabezas de
los concursantes. Era inútil que los concursantes hicieran utilizar su lógica o
su capacidad deductiva. En esta parte, el sentido común estaba completamente
ausente y dependía de la habilidad del presentador (Kiko Ledgard, Mayra Gómez
Kemp, Jordi Estadella, etc.) llegar, literalmente al huerto a los concursantes.
Si estos obtenían el coche o el apartamento en Torrevieja (esta ciudad
alicantina le debe a Chicho su boom inmobiliario) era cuestión de suerte y de
su habilidad para practicar el escepticismo absoluto. Era también –como la vida
misma– un problema de intuición. Había algo en algunos concursantes que
indicaba que tenían su intuición más desarrollada. Suerte sí, pero pasada por
el tamiz de la intuición. Como la vida misma.
Nada de todo esto ha sido posible
integrar en concursos posteriores. Pasa palabra, por ejemplo, es un mero
concurso de preguntas y respuestas como Saber y Ganar (eterno concurso de la
TV2) o como tantos otros. La TV parece haber tendido hacia la especialización
antes que hacia la integración. ¿Qué apostamos? o Gran
Prix ambos presentados por Ramón García, apuntan a la fuerza física
especialmente y otros como el Juego de la Ruleta tienen que ver sobre todo con
la suerte. Desde Un, dos, tres… no hemos vuelto a encontrar un concurso que
integre cultura–esfuerzo físico–suerte/intuición y probablemente no lo
volveremos a encontrar jamás. Si los concursos son perífrasis simbólicas del
estado de las sociedades, habrá que reconocer que la sociedad española de los
60–70 estaba más integrada que la sociedad española treinta años posterior.
Se suele contar que el programa
había tenido un precedente en Argentina, Un, dos… Nescafé, realizado por el
propio Chicho en el que las parejas de concursantes debían ir respondiendo
alternativamente. A esta primera parte se le añadió otra inspirada en un
concurso presentado por Kilo Ledgard en Perú, Haga negocio con Kiko, basado en
una subasta en la que el presentador ofrecía regalos ocultos o dinero en mano.
Ambas partes fueron unidas por la tercera que seleccionaba a los concursantes
en función de sus cualidades físicas. El denominador común de estas partes fue
lo que podríamos llamar un “ofensor del concursante”, Don Cicuta, los Tacañones,
luego feminizadas, verdadera parte negativa del concurso que remitía a las
historias de terror que tanta fama habían otorgado a Chicho. Pero también había
una parte positiva: las azafatas, seis hermosas chicas seis, con falta minimal
y escote máximal que recordaba lo que era la belleza y que no debía de ser
sinónimo de tontería. Muchas de estas azafatas destacaron luego en el teatro y
en el cine español Finalmente, cada programa estaba presidido por un tema: el
circo romano, el mar, las aventuras en África, los viajes espaciales, que
tenían que ver, frecuentemente, con temas de actualidad y que eran paradigma de
esa edición del concurso en torno al cual giraban decorados, preguntas, etc. La
buena o mala suerte estaba representada por Ruperta,
Clotilde, el Chollo, una calabaza en definitiva.
El concurso sobrevivió más de
diez años, en un medio en el que tres temporadas se consideran un éxito. Cuando
en 2004 el programa fue resucitado la fórmula se había convertido en
inadecuada. Si antes las parejas eran parejas de “amigos y residentes en…”,
“novios” o “matrimonios” y a nadie se le había ocurrido algo diferente a que
fueran heterosexuales, en el tardío revival era inevitable que existiera una
apertura hacia el mundo gay.
En buena medida el programa había
sido resucitado por impulso de Luis Larrodera, joven presentador aragonés que
recordaba las últimas temporadas del concurso y convenció a Chicho de presentar
un nuevo proyecto. A pesar del buen
hacer que Larrodera demostró entonces y que posteriormente le han consagrado
como presentador de concursos, el programa, tras una buena acogida inicial, fue
perdiendo audiencia y se canceló tras 19 emisiones. Los diez años que habían
transcurrido antes de su reaparición no habían tenido en cuenta que la sociedad
española había cambiado extraordinariamente. El nivel cultural del país ya no
estaba para muchos trotes.
Una reflexión sobre el papel de la televisión en la sociedad
No es la intención del presente
artículo entrar en un análisis profundo sobre la vida y la obra de Chicho
Ibáñez Serrador, sino simplemente recordarlo. Pro sería bueno antes de concluir
reflexionar sobre el papel de la televisión en la sociedad.
¿A qué podía deberse el que
cuándo existía una sola televisión en España y cuando las libertades políticas
estaban disminuidas, existiera una televisión más creativa que en la
actualidad? Simplemente, se debe a que el “liberalismo” no funciona. El exceso
de oferta, lejos de multiplicar la calidad del producto, lo que contribuye es a
aumentar los precios de la publicidad que lo acompaña.
Mauricio Carlotti que si sabe de
algo es de la televisión de los 90 en adelante, lo dijo hace tiempo: “Yo vendo publicidad… lo que pasa es que
estoy obligado a poner programas para que la gente la vea”. Se hubiera
podido decir más alto pero no más claro. Las televisiones privadas no iban a
competir con la pública en calidad, sino en publicidad. No iban intentar dar
los “mejores” programas, sino aquellos atrajeran una audiencia cada vez más masificada
y aculturizada especialmente a partir de que en los años 80 el Ministerio de
Educación permitiera la degradación de la enseñanza. Una persona madura de 40
años se educó ya en la EGB y en el BUP de los años 80, por tanto, su nivel
cultural es inferior al que otorgaba el diploma de reválida de 6ª solamente
diez años antes. Esa persona, si no se ha interesado por la cultura no habrá
podido evitar tener un déficit de conocimientos.
Las TV privadas, venden
publicidad y solamente les interesan los ingresos procedentes de la publicidad.
Pero eso implica que para poder obtener más ingresos deben, necesariamente,
tener más audiencias. Y por ello deben adaptarse al nivel cultural de la
población: si éste es bajo, las televisiones deben estar como mínimo en la
media. Y ya se sabe lo peligroso que es hablar de medias en lo que a cultura de
masas se refiere. Gustav Le Bon ya dicho hace más de 100 años que el nivel
medio de una masa, no se sitúa en la media aritmética, sino en su nivel más
bajo de la masa.
Al menos, antes, cuando la
televisión estatal no tenía competencia, era completamente independiente de la
publicidad. Si entraba servía para sanear el presupuesto, si no entraba,
tampoco era una tragedia, simplemente los presupuesto generales del Estado
cubrían el agujero. ¿Injusto? No exactamente, porque aquella televisión de los
orígenes cumplía una función social imprescindible: formaba y divertía.
Ciertamente no informaba o al menos no informaba con libertad. Pero la
información no lo es todo. Y, por lo demás, en aquella España en blanco y negro
quien quisiera estar bien informado lo conseguía sin dificultad. Los programas
de Radio Praga – Estación Pirenaica deformaban la realidad tanto como el
Telediario. Y en cuanto a Radio Tirana o a Radio Pekín, las cosas no eran muy
diferentes. En cuanto a los programas en castellano de la BBC eran ciertamente
más fiables… pero no siempre. La ventaja de aquella televisión es que nadie se
llamaba a engaño: los informativos difundían noticias enfocadas desde el
interés del régimen. Pero, esta no era toda la televisión, ni siquiera la que
tenía más seguimiento por parte del público. Los programas de Chicho están ahí,
en el recuerdo y en P2P para que podamos, por nosotros mismos, hoy, en 2008,
comprobar su calidad.
Hoy nadie se preocupa por formar
a la ciudadanía. Se nos entretiene con programas y concursos de perfil bajo,
que hace treinta años hubieran sido considerados como concursos aptos para
ignorantes. Se nos “echan” culebrones
como se arrojan desperdicios a los cerdos para que se alimenten. Y, para colmo,
la información es sesgada, existen debates pero cada tertuliano defiende una
opción concreta dentro de cada cadena que asume la defensa o el ataque contra
tal o cual opción política. En lenguaje militar se dice que más vale un mal
mando que muchos mandos buenos… lo que trasladado a términos televisivos y
ligeramente alterado equivaldría a decir que más valía una televisión que
formara y divirtiera que varias televisiones que compiten en zafiedad.
La irrupción de las televisiones
privadas no ha servido para ofrecer una mejor calidad de contenidos. De hecho,
lo que ha ocurrido ha sido todo lo contrario: desde las MamaChico de los primeros tiempos de Tele 5, hasta la ristra de
talk–shows, es difícil decir cuál es peor y cuál cumple mejor su función de
profundizar en la bastardización de las masas.
Eternamente gracias, Chicho
Si hoy Chicho está ausente de
televisión no es sólo porque está en edad de jubilación, sino porque no hay
lugar para él en la moderna televisión. Las nuevas generaciones no habrán
tenido la ocasión de oír su peculiar acento, ni de ver sus programas
estremecedores unos, desternillantes otros, pero que siempre mantuvieron un
nivel de calidad que hoy no tiene –no puede tener– lugar en las televisiones
generalistas.
Nos ha llegado el macutazo de que
Chicho no anda bien de salud. Le deseamos pues una rápida recuperación. No
creemos que tenga dificultades económicas así que puede permitirse una tercera
edad tranquila y reposada. Le vamos a sugerir algo: que se introduzca en la
red, que viaje por la red, que vea las enormes posibilidades formativas y de
ocio de la red. Seguramente tendrá algo que decirnos.
O quizás es posible que no tenga
ganas. Todos tenemos derecho al descanso y no vamos a ser nosotros quienes exijamos
a Chicho un esfuerzo de sus “pequeñas
células grises” (como ponía en boca de Hercules Poirot su genial creadora
Agatha Christie). Hay proyectos que ya no tienen cabida en las televisiones
generalistas, pero que quizás sí sea posible adaptar a Internet.
Pero hay algo en lo que sin duda
Chicho nos podría ayudar: a recuperar sus programas, sus películas, sus series.
Para ello están los sistemas de intercambio de archivos. Hay mucho de Chicho en
estas redes, pero no todo. Queremos suponer y suponemos que la SGAE le pasará a
Chicho su parte alícuota del canon digital.
Seguramente la satisfará saber a
Chicho que La Residencia sigue “bajándose” constantemente de la red, que
sus Historias para no dormir, siguen siendo buscadas por jóvenes y no tan
jóvenes y que en youTube fragmentos
de sus vídeos están presentes registrando audiencias altas, sino altísimas.
Estas obras despiertan mucho más interés que la mayoría de películas del cine
español actual, intimistas y aburridas, sosas y sin rastros de creatividad con
la que nos salpica ese cine agonizante por subvencionado y previsible por
progre.
Chicho debería echarnos una mano
y poner sus archivos a disposición del público interesado en su obra. Este
artículo era hasta aquí un agradecimiento. En este último párrafo es casi una
súplica.
© Ernesto Milà – Info|krisis –
ernesto.mila.rodri@gmail.com – http://info–krisis.blogspot.com