Info|krisis.- La única carta que el PP va a poder esgrimir en este año
plurielectoral es la “buena marcha de la economía”. El hecho mismo de que lo
hayamos colocado entre comillas ya indica que podemos en duda tal estado de
beatitud de nuestro rumbo económico. En realidad, lo que está ocurriendo es que
la bajada de los precios del combustible ha enmascarado temporalmente la situación
real. Por lo demás, el “crecimiento económico español” sirve solamente para
cubrir –y a duras penas– los intereses de la deuda. En absoluto para
disminuirla. Y mucho menos para generar “riqueza” a disposición de la sociedad.
Esta es la situación real. Y, no nos engañemos, dista mucho de ser halagüeña.
Cuando
el crecimiento económico no hace posible el pago de la deuda y la disminución
de la misma es que la economía “no va bien”. Y las cifras son particularmente
duras y decepcionantes para el gobierno: el Estado adeuda ligeramente algo más
de un billón de Euros. Lo que no está mal y supone una de las deudas más
elevadas del planeta. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que este es el
único problema que tenemos: la deuda de las empresas es incluso mayor y
asciende en estos momentos y después de siete años de restricción del crédito,
a 1,3 billones de Euros. Aunque la banca abriera de par en par las espitas del
crédito parece difícil que esta cifra se lograra cubrir en las próximas
décadas.
Y
luego, finalmente, está la deuda de las familias que se va aliviando en la
medida en la que las “familias” han ido restringiendo el consumo (entre otras
cosas porque los bancos les han cerrado las puertas del crédito): hoy adeudan
650.000 millones a pagar. En total, nuestro país y todos nosotros debemos la
estremecedora –e impagable– cifra de TRES BILLONES de Euros.
Incluso
considerando las cifras y las previsiones más favorables dadas por el gobierno,
a lo largo de 2015 no permitirán pagar ni siquiera los intereses de la deuda.
Las cifras no las doy yo sino Niño Becerra: España este año crecerá unos 25.000
millones de euros… y tendrá que pagar 36.000 millones de euros de intereses.
No se
trata de que situaciones similares se den en otros países desarrollados (solamente
la deuda pública en EEUU supera los 12 billones de Euros), sino de que toda
esta deuda es impagable incluso a larguísimo plazo.
Por lo
demás, es sabido que la economía solamente va bien para los “grupos de caza” y
los “tiburones” de los fondos de inversión, los bancos y, en general, el gran
capital especulativo. No para la sociedad. Y es importante retener esta idea:
nuestros gobiernos, ya no trabajan para nosotros los ciudadanos, trabajan,
fundamentalmente, para mantenerse en el poder (a la vista de que los grandes
negocios solamente se hacen a la sombra del poder) y son los grandes grupos
económicos los que les permiten mantenerse en el poder.
La
sensación que dan los gobiernos en la actualidad es el deber su posición a los
resultados electorales pero no gobernar para sus electores sino para mayor
gloria de los intereses de los señores del dinero. Soros lo ha dicho y lo ha
repetido: “los mercados gobiernan cada día; los ciudadanos una vez cada cuatro
años” no es rigurosamente cierta: los mercados gobiernan cada día, no solo
porque condicionan las decisiones de los gobiernos, sino porque utilizando a
los consorcios mediáticos, conforman la opinión pública de los votantes.
El
problema económico no se ha iniciado ahora. Las tendencias actuales tienen su
origen a finales de los años 70, cuando se iniciaron en el Reino Unido con
Margaret Thatcher la oleada de privatizaciones que consagró al neoliberalismo
como única doctrina asumible para las élites económicas. Desde entonces el
poder adquisitivo de los salarios no ha hecho nada más que disminuir y los
gobiernos, con la excusa de “incentivar la economía” han ido aumentan la
presión fiscal sobre las rentas procedentes del trabajo y disminuyéndola a las
rentas procedentes del capital.
Hay
“democracia” para elegir los gobiernos, pero no para aplicar políticas que
redunden en beneficio de los electores. Se gobierno para los “señores del
dinero” con los votos de una sociedad cada vez más contraída en sí misma, que
siente sobre sus cabezas el miedo a la espada de Damocles del empobrecimiento y
con mayores riesgo de pauperización.
Una
economía sólo puede “ir bien” cuando la sociedad –es decir, cada una de las
personas que la componen– va bien. Cualquier otra cosa es “vanidad de vanidades
y mecerse en el viento”. La economía española no va bien, precisamente porque
los nuevos empleos que se crean (y que se destruyen casi a la misma velocidad)
no garantizan lo esencial para el mantenimiento de una sociedad y para su
prolongación en el tiempo: salarios dignos para formar nuevas unidades
familiares, para llevar una digna con posibilidades de progreso, para no vivir
con miedo a la finalización del contrato o a los años de paro que siguen al
corto período como becario y al largo período de estudios, con unos servicios
sociales básicos y de calidad (no simplemente para cubrir el expediente a
mínimos).
Por
todo esto, no vale la pena discutir: la economía no va bien, tal como queda
demostrado, por la sencilla razón de que la sociedad no lo percibe. Lo que va
bien es algo muy diferente: lo que va bien es la economía especulativa y el
destino de los “señores del dinero”, un concepto que tiene poco que ver con la
economía real, la productiva, la que absorbe y paga mano de obra y la que se
traduce en unos niveles salariales aceptables y la producción de bienes
tangibles. Una economía no “va bien” cuando los informes más optimistas asumen
que en la mejor de las hipótesis el paro en España se enquistará ad infinitum en un 18%.
Si
esta es la previsión de instituciones económicas dignas de toda confianza, los
gobiernos deberían empezar a pensar en aprobar un salario social o de lo
contrario se van a encontrar con una quinta parte de la ciudadanía
completamente desasistida especialmente en un tiempo en el que las perspectivas
para una economía como la española que depende en buena medida de la marcha de la
economía en Iberoamérica (que no es en estos momentos buena y que cada día está
evolucionando de manera más negativa especialmente en Argentina y en Brasil).
El
dinero para este salario social está ahí, solo que mal distribuido: es el que
se emplea en mantener el costoso e inviable “Estado de las Autonomías” (que se
va comiendo cada día que pasa, más y más, al Estado del Bienestar) y del
mantenimiento de una bolsa de inmigración subvencionada que desde que llegó ha
servido solamente para desestabilizar el mercado de trabajo, mantener los
salarios a la baja y descoyuntar un poco más a nuestra sociedad mediante el
ingreso de ocho millones de recién llegados, n su mayoría sin formación laboral
que, lejos de proporcionar un valor añadido a nuestra economía se han
configurado siempre como un lastre.
La
concesión de un salario social no es una medida que pueda adoptarse
aisladamente, sino que solamente podría implantarse dentro de un marco de
reforma del Estado y de la Sociedad. Se sabe los excesos a los que se ha llegó
en Andalucía con el PER y, por otra parte, una legión de toxicómanos no puede
beneficiarse permanentemente de un subsidio simplemente porque su adicción no
les permite trabajar; sin olvidar la legión de vagos o defraudadores que, desde
Rinconete y Cortadillo siempre han estado presentes en la historia de España:
nadie da algo a cambio de nada. Trabajos sociales, formación efectiva, deberían
de ser las contrapartidas para la percepción de un salario social.
En
cualquier caso, teniendo en cuenta que en estos momentos los algo más de
5.000.000 de parados podrían reducirse en algo menos de la mitad mediante la
repatriación de los casi tres millones de inmigrantes en paro de larga
duración, la implantación de un salario social sí sería viable. A condición,
naturalmente, de una reforma global de la sociedad.
Es
evidente que dentro de esta reforma, uno de los aspectos fundamentales es el
“modelo económico”. España, que podría ser el “granero de Europa”, gracias a un
mal acuerdo suscrito con la Unión Europea en tiempos de Felipe González, va
viendo cómo se extingue su capacidad agrícola. El desarrollo del sector
primario de la economía, sobre bases nuevas, parece una buena opción. Si lo
fiamos todo a la capacidad industrial advertiremos que en la actualidad, en el
mundo, existe una sobreproducción que hace inútil cualquier intento de
competencia en este terreno.
No
podemos olvidar, finalmente, que el destino de España está íntimamente ligado
–nos guste o no– a los de los países de nuestro entorno político (UE) y de
nuestro ámbito cultural (Iberoamérica). La interrelación entre las economías es
tal que obliga a “pensar juntos” con otros países. Ese “pensar justos” se debe
basar en tres hechos reales (el agotamiento creciente de materias primas, lo
impagable de la deuda mundial y una elevadísima capacidad industrial que lleva
directamente a la sobreproducción en cualquier rama de la economía) que deben
ser relacionados con los problemas específicos de nuestra economía y de nuestro
Estado (inviabilidad del Estado de las Autonomías, exceso de inmigración, paro
estructural de 1/5 parte de la población laboral). Solamente interrelacionando
todos estos factores puede encontrarse la fórmula final correcta que aplicar a
una sociedad sedienta de progreso, distribución de la riqueza, trabajo y
seguridad.
Y para
ninguno de estos elementos, el PP tiene respuesta, salvo el mantra de que “la
economía va bien”.
©
Ernesto Milá – Info|krisis – ernestomila@yahoo.es – Prohibida la
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