Info|krisis.- El pasado debate sobre el Estado de la Nación fue, sin duda, el último
en el que el “líder de la oposición” es un socialista. Tan cierto como que éste
ha sido el último debate de la legislatura. Una vez más, la discusión no
interesó mucho al ciudadano de a pie. Los medios que quisieron convertirlo en
un espectáculo bajaron en las audiencias y el resultado mismo de la encuesta
sobre quién resultó vencedor no dejó lugar a dudas: para los medios próximos al
PP ganó Rajoy, para los medios próximos al PSOE, ganó Sánchez. Ambos por la
mínima… Pero en este debate se ha producido algo mucho más importante que todo
eso: por primera vez el debate no estaba en el Parlamento, sino fuera.
Era la vigésimo quinta edición
del debate sobre el Estado de la Nación. Como si se estuviera cerrando un
ciclo, y a pesar de que el parlamento se vistió con sus mejores galas y los
señores diputados intentaron mostrar la parte más constructiva de sí mismos, el
debate interesó a muy pocos. Es significativo que de este debate lo que la
mayoría de ciudadanos recuerdan pasado una semana, es que, mientras Rajoy
desgranaba monótonamente sus propuestas (un anticipo del programa electoral del
PP), Celia Villalobos era pillada in
fraganti jugando al Candy Crush
con ese tablet tan bonito que tiene todo diputado pagado con cargo al
presupuesto nacional.
Porque de este debate sobre el
estado de la Nación no quedará nada, salvo la zafiedad de la presidenta
accidental del Congreso (Jesús Posada hubo de ausentarse unas horas). La
Villalobos siempre ha alardeado de que, en su juventud, fue de izquierdas y que
estuvo cerca del PCE. Nadie lo ha confirmado, así que es posible que sea pura
invención destinada a preparar puentes cuando haya que cambiar nuevamente de
chaqueta. La Villalobos lo ha hecho en varias ocasiones (fue funcionaria de la
Organización Sindical franquista) y, por aquello de la coherencia, se presenta hoy
como “representante del ala social-demócrata” del PP. De tanto en tanto logra
llamar la atención, no por lo que dice, ni por lo que hace en función de su
cargo, sino por alguna polémica (aparecer en El Club de Flo como monologuista, enzarzarse a insultos con la
Rahola en 2011, llamar a los discapacitados “tontitos” ese mismo año y tratar a
un diputado de “machista” por haber recordado la incompetencia inventariada de
Ana Mato). Ella es así.
Obviamente, el asunto del Candy Crusch no es ni siquiera
significativo de la haraganería que se ha instalado desde hace décadas en
congreso de los diputados. Las “señorías” que asisten a las sesiones, o están
durmiendo, o leen la prensa, o utilizan los móviles y tablets para llenar su
tiempo de ocio en los asientos del congreso. Y para votar lo que el jefe de
grupo parlamentario indica. Poco más. Lo sabemos todos y sería filisteo
cebarnos sobre la Villalobos sólo por una fruslería de este tipo. Ahora bien,
si la mencionamos es porque Celia Villalobos está casada con Pero Arriola Ríos,
eminencia gris del PP y diseñador de la estrategia de este partido. Y este
personaje es mucho más interesante que su cónyuge.
A Arriola no se le escapa que el
ascenso vertiginoso de Podemos es
fruto del desencanto acumulado en la izquierda española desde los tiempos de
Felipe González y que solamente ahora ha cristalizado en algo tangible. Arriola
es perfectamente consciente de la crisis de la socialdemocracia (de la “de
verdad”, no de la que dice su mujer) y de que al PSOE le quedan pocos meses
para evidenciar su hundimiento irreversible. Las ambigüedades del PSC catalán,
los conflictos internos en la Federación Socialista Madrileña, el tufo a
corrupción generalizada que emana el Partido Socialista en Andalucía desde los
tiempos de Juan Guerra, pero sobre todo, el celo que puso Zapatero en salvar a
la banca y a la patronal de la construcción, destruyeron las bases del ideario
socialdemócrata que defendía la cohabitación entre el capitalismo y las medidas
sociales avanzadas. A la hora de la verdad, ante la primera gran crisis, el
socialismo, decidió apoyar a los “señores del dinero”. Y eso significó la
liberación de un amplio espacio de izquierda que ahora están ocupando a marchas
forzadas los “indignados” de 2010 con la sigla Podemos.
A Arriola no se le escapa la
novedad del último debate sobre el estado de la nación: el parlamento
representa ya muy poco. Es el altavoz del gobierno para anunciar medidas
propias de años electorales. Pero nada más. No es que no sirva para nada, es
que sirve sólo como cualquier polideportivo de arrabal, para iniciar campañas
electorales y lanzar mensajes que pocos oirán en directo, pero que al día
siguiente transmitirán los medios.
La novedad en esta edición no ha
sido que los debates interesaran menos de otros años, sino que, incluso los
medios, estuvieron más pendientes esos días de las declaraciones de Albert
Rivera, líder de Ciudadanos y valor
en alza en el nuevo centro político, y del acto de Podemos en el Círculo de Bellas Artes, que de lo que se decía en el
Congreso. Ni Pablo Iglesias, ni Ribera, son diputados del Congreso. Y, sin
embargo, son las opciones ascendentes en la política española.
Lo que ocurrió esos días en el
debate es que se enfrentaron “pasado” (los señores diputados, con sus bostezos,
su sopor, sus tablets, sus diarios, su Candy
Crush) frente al “futuro” (un Ribera que todavía no se mueve bien fuera de
la temática anti-independentista pero que parece el niño que toda mamá de
derechas quisiera tener o un Pablo Iglesias que ejerce de último vástago arquetípico
de una familia de izquierdas), el parlamento frente a la calle, lo que está
muriendo frente a lo que está dando sus primeros pasos. La mayoría de edad
política de Ciudadanos y Podemos la alcanzarán en las próximas
elecciones.
Se está acabando un “mundo”. Es
cierto que Rivera se aferra a “la constitución”, pero él será el primero en
advertir que la constitución de 1978 estaba hecha a medida de los dos grandes
partidos que han gobernado en los últimos 38 años y de los nacionalistas que
les acompañaban. No a su medida. Antes o después, Rivera tendrá que asumir
aquello que en la nueva izquierda de Podemos
ya está claro: que el actual marco constitucional está más que agotado y que se
trata de abordar una profunda reforma. Cómo se haga esa reforma, sobre qué
bases y con qué mayoría social, es otra historia. Precisamente, el drama
español en esta segunda década del milenio consiste en que nunca como hoy fue
tan necesario un nuevo marco legal, nunca una constitución dio tantas muestras
de estar muerta y enterrada, pero nunca como hoy existieron tan pocas fuerzas
políticas, mediáticas y económicas, capaces de esponsorizar un nuevo proyecto
comunitario.
Hay solamente dos opciones (la de
que “las cosas seguirán como hasta ahora por siempre jamás” no es opción, sino
fantasía producto de las inercias de los últimos 38 años; las elecciones
andaluzas se encargarán de demostrarlo en breve) para los próximos meses:
1. Las distintas consultas
electorales demostrarán la pérdida de vigor del PP y el hundimiento del PSOE. El
PP seguirá siendo mayoritario pero precisará un socio. El PP entenderá que la
“limpieza” que propone Ciudadanos es
muy arriesgada para un partido que lleva décadas ejercitando “malas prácticas”.
Además, una eventual alianza con Ciudadanos
arruinaría la política del PP en relación a Cataluña: dejar que CiU se
reconstruya en tanto que es más “tratable” que ERC o que una coalición CiU-ERC. Por tanto, la
mejor opción para el PP no es otra que la de pactar una “gran coalición” con lo
que quede del PSOE, en la esperanza de que entre ambos tengan mayoría absoluta.
Una coalición de este tipo sería bien acogida por la mayor parte de medios de
comunicación y por la patronal, pero desorientaría a las bases de ambos
partidos.
2. Podemos, una vez confirmado su papel hegemónico en la izquierda
tendería una mano al resto de fuerzas de ese sector político (restos de IU,
fragmentos del PSOE, grupos de izquierda en las autonomías) para formar una
“mayoría social de izquierdas” que reformara profundamente el sistema. Esta
segunda opción sería un “frente popular” que inmediatamente –como ha ocurrido
en todos los frentes populares que ha visto la historia- evidenciaría
contradicciones, tensiones y conflictos internos. La izquierda tiene fuerza
social suficiente como para poner en jaque a la derecha, pero no la necesaria
para realizar una reforma constitucional “de izquierdas”… de la misma forma que
parece dudoso (y Arriola fue de los primeros en advertirlo) que ni siquiera una
“gran coalición” daría mayoría parlamentaria para aplicar reformas
constitucionales que fueran algo más que cosméticas.
El caso de Syriza ha demostrado que la “nueva izquierda populista” tiene un “arranque de caballo y una parada de burro”.
Situados ante el abismo de la salida de la UE y de la zona Europa, Syriza ha rebajado sus exigencias a la troika de Bruselas, ha detenido su
programa de reformas y… en menos de un mes se ha “socialdemocratizado”. En los
próximos días veremos el coste que tiene en la calle esta actitud
contradictoria con sus propuestas electorales. No es una buena noticia porque
indica hasta qué punto “Europa” está gobernada por el Bundesbank.
Cuando la derecha se reafirma en
sus ataques a Podemos presentando a
esta formación como la quinta columna del bolivarismo en España, se equivocan
en el enfoque. En este país, el que un partido reciba contribuciones desde el
extranjero se considera casi mejor a que viva defraudando y desviando dinero de
la Hacienda del Estado Español. El escaso interés que suscitó la reciente
manifestación anti-Maduro y anti-Podemos
evidencia que la derecha sigue equivocándose en su enfoque del caso Podemos. Es hacia Grecia hacia donde
deberían fijar la vista. Allí, un partido similar a Podemos, alcanza el poder y en menos de un mes decepciona a buena
parte de su electorado, zambulléndose en la realpolitik
demostrando que las promesas electorales no valen absolutamente nada. En
España, país mucho más complejo que Grecia, pasará exactamente lo mismo. El
utopismo de Podemos suscita
escepticismo en cuanto a sus posibilidades de aplicación. Claro está que fijar
la mirada en Grecia tiene la contrapartida de que tenemos a tres horas de vuelo
en Ryan Air un país que ha sido
literalmente machacado por políticas neoliberales: primero se le conceden
créditos, a sabiendas que los datos que da sobre sí mismo son falsos, luego se
le exige el pago de la deuda obligándole a privatizar todo lo privatizable.
Nada que no se hubiera visto en Iberoamérica desde los años 80. No es raro que
la derecha prefiera fijar la vista en Venezuela, más lejano, más oscuro y con
un gobierno “bolivariano” enquistado desde hace casi veinte años.
¿Qué nos espera? Inestabilidad.
Lo hemos dicho varias veces. Ya sea mediante las dos únicas fórmulas posibles
que tenemos ante la vista después de las próximas elecciones (o “gran
coalición” PP+PSOE o “coalición de izquierdas” en torno a Podemos) se abre ante nosotros un largo período de inestabilidad
política. Lo sabe el PP, lo sabe el PSOE, lo saben todos los actores de primera
fila, lo sabe especialmente Arriola. Quizás, la que todavía cree que va a poder
seguir años y años con el Candy Crush es su esposa.
© Ernesto Milá – Info|krisis – ernestomila@yahoo.es – Prohibida la
reproducción de este texto sin indicar origen.