Info|krisis.- Las reformas se imponen en el sistema político español que desde hace
años parece no dar más de sí. Sin embargo, el PP ha empezado por reformas que
demuestran lo que ya dijo Platón en el siglo VI antes de JC, que los políticos
nunca adoptan medidas que les puedan perjudicar. Cuando el PP insiste como
única idea en que los alcaldes deben ser elegidos directamente, lo que está
intentando desesperadamente es no perder alcaldías (especialmente en las
grandes ciudades) en las próximas elecciones de mayo de 2015. Esperanza vana
porque nada salvará al PP de las nuevas simetrías políticas que aparecerán en
ese momento.
El PP ve, horrorizado, que puede
perder la mayoría absoluta en algunos ayuntamientos importantes (entre ellos
Valencia y Madrid) en las elecciones de mayo de 2015. Su gestión municipal no
ha sido precisamente un modelo de eficacia. Cuando el sector inmobiliario ya no
es el motor de los recursos municipales, los ayuntamientos gobernados por la
derecha, dan una sensación de abandono y de falta de proyectos. No es que a los
ayuntamientos gobernados por la izquierda les vaya mejor, ocurre simplemente, que
mientras los votos de derecha pueden ir circulando por distintas opciones
(PSOE, IU, Podemos, Compromís) a partir de las cuales es posible articular
nuevas mayorías, la derecha se ha encontrado con que no tiene con quien pactar.
“Sin enemigos a la derecha…” (Manuel Fraga)
Esta situación dramática es la
contrapartida a la exigencia de Fraga Iribarne en 1978 cuando impuso su
criterio de que en el sistema político español que en esos momentos nacía, todo
lo que se situara a la derecha de la entonces llamada “Alianza Popular”, fuera
arrojado al foso de los leones, considerado como franquismo y situado
extramuros del sistema. La frase que Fraga utilizó en aquellos momentos fue
“sin enemigos a mi derecha”, afirmando con ello que el sistema político español
terminaba con él en ese ángulo. Lo que se situaba más allá era, pues,
extremismo, actitudes ultramontanas y radicalismo franquista.
Desde entonces, con la nueva
constitución hoy agónica, el sistema político
español se orientó hacia el centro: en los treinta y seis años
siguientes gobernarían opciones de centro (UCD), centro–izquierda (PSOE) y
centro–derecha (PP), por mayoría absoluta o, cuando no disponían de ella, apoyados
por partidos centristas autonómicos (CiU y PNV). Estas simetrías han dado lugar
un sistema políticamente estable, pero cuyos resultados en lo que se refiere a
la gobernabilidad del Estado y a la eficacia en la gestión, han sido discretos
y en ocasiones catastróficos.
En su fase terminal, el régimen
de 1978 se muestra excepcionalmente cruel con el centro–derecha: si bien la
izquierda está fragmentada en distintas opciones con capacidad para dialogar y
negociar, la derecha se agota en sí misma. Tal como Fraga exigía no hay un plus ultra más allá de su sigla, de tal
manera que el PP es incapaz de encontrar aliados y solamente puede gobernar –en
ayuntamientos y en comunidades autónomas– a través de una propia mayoría
absoluta, o bien resignarse a perder el poder.
De los distintos intentos de crear una derecha–derecha…
El proceso de formación de la
derecha durante la transición fue duro y difícil. Cuando los “siete magníficos”
procedentes de distintas familias franquistas (Reforma Democrática de Fraga, Unión
del Pueblo Español de Martínez Esteruelas, Acción Democrática Española de Silva Muñoz, Democracia Social de Licinio de la Fuente, Acción Regional de López Rodó, Unión
Nacional Española de Fernández de la Mora y Unión Social Popular de Thomas de Carranza) unieron sus siglas el 9
de octubre de 1976, la coalición distó mucho de ser homogénea y operativa. ADE
y UNE actuaron por su cuenta y se desvincularon del proyecto pasando a fundar
Derecha Democrática Española, primer intento de organizar una formación a la
derecha del partido capitaneado por Fraga.
La UNE, fundada en 1975 cuando el
asociacionismo político promovido por el tardofranquismo parecía inevitable,
agrupó a antiguos tradicionalistas que reconocieron a la monarquía instaurada
por Franco en la persona de Juan Carlos I. Entre sus promotores figuraron personajes
del mundo de los negocios, antiguos ministros franquistas y un buen número de
“procuradores en Cortes”: Antonio María de Oriol y Urquijo, Juan María Araluce
Villar, José Luis Zamanillo, José María Valiente, Manuel Fagoaga, Ricardo
Larrainzar Yoldi, Carlos Arauz, José María Velo de Antelo y Fernández de la
Mora. Durante un tiempo, intentando rivalizar con las juventudes de Fuerza
Nueva llevaron como uniforme camisas grises.
El partido se aproximó a Alianza
Popular pero en los momentos previos al referéndum constitucional y a la vista
de que el proyecto presentado a consulta suponía una verdadera “ruptura” con el
orden franquista con el que los miembros de la UNE y de ADE se sentían
comprometidos, en lugar de una evolución del mismo, se situaron fuera de la
disciplina de Fraga. Ocupó la presidencia del partido Fernández de la Mora que
intentó paliar su debilidad numérica aproximándose al grupo de Federico Silva,
Acción Democrática. Sin embargo, a diferencia de la UNE, AD carecía
completamente de base militante, siendo apenas un grupo de personalidades en
torno al ex ministro de obras públicas de Franco. A pesar de que en diciembre
de 1979 ambas formaciones, UNE y ADE formaron Derecha Democrática Española, en
aquel momento Fuerza Nueva era demasiado potente como para que pudieran hacerse
un hueco a la derecha de Fraga.
Cuentan las crónicas que Loyola
de Palacio o el mismo Mariano Rajoy ingresaron en política desde la filas de la
UNE. Otros eran antiguos falangistas vinculados a El Alcázar, como Ismael Medina, secretario regional andaluz de esta
formación. El intento de acomodo en la Unión Nacional, junto a Fuerza Nueva y
Falange Española, no prosperó y en 1983, cuando se convocaron las elecciones
que dieron la victoria a los socialistas, ni la UNE, ni ADE, ni DDE existían
ya. Protagonismos aparte, la mayor discrepancia se dio a nivel de política de
alianzas: DDE proponía un frente desde UCD hasta la Unión Nacional (Fuerza
Nueva + FE–JONS), algo que ni era viable, ni suscitaba muchos entusiasmos en
esta última formación. Creyéndose respaldados por su mayor prestigio político,
de la Mora y Silva, no entendieron que Blas Piñar tenía mayor capacidad de
movilización y un proyecto político nacional–católico muy diferente de la
concepción evolucionista del franquista que representaban ellos.
En noviembre de 1983, Fuerza
Nueva se auto–disolvió y la DDE, simplemente, desapareció. Si le cuadraba
alguna calificación política sería sin duda la de “derecha nacional”. No sería
el último intento de crear una formación que ocupara ese espacio político.
En 1997, después de trece años de
dura lucha por apartar al PSOE del gobierno, Alianza Popular, reconvertida ya
en Partido Popular, llevaba casi un año gobernando. Un sector del partido, su
ala derecha, se vio fuera de los repartos de poder y reaccionó por la vía de la
escisión. Su dirigente indiscutible fue el diputado murciano Juan Ramón Calero
Rodríguez. Sin embargo, sería aventurado calificar al Partido Demócrata Español
–más conocido por su sigla PADE– como de “derecha nacional” a la vista de la definición
que él mismo dio: “humanista–cristiano,
liberal–reformista y moderado”… es decir, los mismos rasgos con los que la
antigua AP venía defendiendo desde su fundación. En este sentido, el PADE
podría ser llamado una “AP–auténtica” en el sentido de que el PP para Calero
habría supuesto una modificación de los ideales originarios.
Si el PADE fue considerado como
partido “de extrema–derecha” se debió, no tanto a su orientación como a la
presencia de cierto número de antiguos miembros de Fuerza Nueva que ingresaron
en AP al dejarlos huérfanos Blas Piñar tras disolver el partido en 1983. Tales
elementos eran precisamente los que habían quedado completamente marginados del
reparto de poder.
La historia del PADE fue, sobre
todo, la historia de una larga agonía. En las elecciones generales de 2000
apenas obtuvo 10.000 votos que se transformaron en la mitad cuatro años
después. Al convocarse las elecciones municipales de 2003 apenas obtuvieron 32
concejales en toda España, descendiendo a 20 en 2007. Resultados a la vista de
los cuales el PADE decidió no presentarse a las elecciones generales de 2008,
desapareciendo por completo sin dejar señas. Así concluyó el segundo intento de
crear una “derecha de la derecha”. Sin pena ni gloria. Justo como DDE quince
años antes.
El tercer intento ha sido
protagonizado por Vox y en estos
momentos es pronto para decir hacia dónde evolucionará y si las elecciones
municipales de mayo de 2015 le darán alguna presencia o bien esta será similar
a la que logren los distintos partidos de carácter identitario (PxC, PxL o
E2000). A pesar de que la Fundación para la Defensa de la Nación Española,
creada en 2006, es el origen de esta formación, Vox se fundó oficialmente en noviembre de 2013 cuando Santiago
Abascal, presidente de DENAES, abandonó el Partido Popular en desacuerdo con la
oleada de corrupción que se venía arrastrando desde la irrupción del Caso
Gürtel y por la política antiterrorista. Si Ramón Calero había acusado a Aznar
quince años antes de traicionar los ideales de AP, ahora Abascal acusaba a
Rajoy de “traicionar las ideas del PP”. Se trataba, pues, de reconstruir un
“PP-auténtico”.
Los ejes de la propaganda de Vox eran, pues, los propios de la
derecha: defensa de la unidad de España, regeneración política del país,
política de victoria sobre el terrorismo, antiabortismo. Los resultados
obtenidos por Vox en las elecciones
europeas estuvieron por encima de lo esperado, pero por debajo de sus
expectativas. Con un cuarto de millón de votos y el 1’57%, Vidal Quadras no
pudo entrar en el Parlamento Europeo, desvinculándose del partido
posteriormente. Las críticas realizadas por Cristina Seguí a la dirección
parecen ser un nuevo obstáculo cuyas repercusiones todavía no pueden valorarse.
Al igual que el PADE, Vox es un partido conservador pero no de
“derecha nacional”, sino más bien de “derecha liberal” en la medida en que se
acepta una economía no regulada, a pesar de que el resto de posiciones
conservadoras (y especialmente, la actitud antiabortista) chocan con los pocos
liberales que todavía siguen aceptando esta definición y detentan la patente.
… El PP víctima de su aislamiento
La esperanza del PP a partir de
2004 era que aparecieran grupos de carácter centrista que, fundamentalmente,
recogieran los votos de electores que hasta ese momento habían apoyado al PSOE
o al PP atraídos por su “centrismo”, pero que, decepcionados por unos u otros
motivos, no se resignaran a abandonar esa área. De ahí el interés del PP (y de
los medios de comunicación vinculados a la derecha) en promover la opción de
Rosa Díez y, posteriormente, la de Albert Rivera.
A pesar de que Rosa Díez había
sido consejera durante varios años en gobiernos de coalición con el PNV y a pesar
de que solamente abandonó el PSOE cuando jugó y perdió contra Zapatero y no vio
acomodo dentro de este partido, la irrupción de una nueva formación política
que parecía restar votos centristas al PSOE podía paliar el aislamiento del PP.
Tal aislamiento se había puesto dramáticamente de relieve a partir de la
segunda legislatura de Aznar y especialmente durante los primeros años del
zapaterismo impuesta por el tripartito catalán. Sin embargo, las estadísticas
demostraron que, inicialmente, Rosa Díez, atraía más votos procedentes del PP
que del PSOE. En las siguientes elecciones se demostró que UPyD era solamente
el “partido de Rosa Díez”, dirigido de una manera autocrática y personalizada
que causó ya problemas con otros fundadores del partido que se retiraron
tempranamente. En la actualidad dicho espíritu autocrático ha ocasionado una
primera crisis grave con las declaraciones (muy razonables, por otra parte) del
diputado europeo Sosa Wagner, proponiendo una fusión con la formación de Albert
Rivera, Ciudadanos. En cuanto a esta
última formación, su ámbito de aplicación parece reducido a Cataluña y
solamente por su crítica a la política lingüística de la Generalitat. Ambos
partidos, UPyD y Ciudadanos, se
definen como “de centro–izquierda”, pero Rosa Díez ya ha declarado en múltiples
ocasiones que “son diferentes” y que cada cual tiene su propio camino.
Hasta las elecciones europeas de
2014, el PP tenía la esperanza de que ambas formaciones, Ciudadanos y UPyD, aumentasen sus bolsas de votos y se convertirían
en una especie de sustitutos de los partidos nacionalistas, CiU y PNV, con los
que cada vez resultaba más difícil (y costoso) pactar. Sin embargo, los
resultados de las europeas demostraron que ambos partidos se habían estancado
en su crecimiento y que, bruscamente,
Podemos, les había quitado el espacio de la protesta. Y eso alteraba
gravemente la situación para el PP.
Si bien, hasta ahora, los votos
desencantados con el PSOE y con el PP iban a parar a UPyD o a Ciudadanos,
partidos con los que el PP se entiende bien (a pesar de su más que ilusoria
ubicación en el “centro–izquierda”…), con Podemos
cualquier entendimiento es imposible. Y así se llega de nuevo a la dramática
situación de aislamiento por parte del PP: su política de “sin enemigos a la
derecha” ha hecho el que no existan formaciones de alcance nacional que ocupen
ese espacio político y los votos que el PP pierde por la derecha vayan “a donde
más duele”, a la abstención, o incluso a Podemos
a la vista de que la sensación generalizada, que va incluso ganando peso en
la derecha es de que el régimen se encuentra completamente corrupto y dominado
por una “casta” de la que el propio PP forma parte.
Alcaldes elegidos directamente…
Todo este aislamiento es lo que ha
inducido a Rajoy a plantear el proyecto de elección directa de los alcaldes.
Fuera del PP este proyecto ha generado un rechazo unánime y parece difícil que
Rajoy se atreva a imponerlo. De hecho, no se entiende cómo podría gobernar un
alcalde elegido por la lista más votada –el PP, por ejemplo– en un
consistorio en el que los concejales de la oposición sumaran mayoría. ¿Qué
margen de maniobra podría tener un alcalde en esas condiciones? ¿Qué proyectos
y gastos estaría en condiciones de ser aprobados por el pleno municipal? Todo
empezaría y terminaría otorgando a los alcaldes del PP solamente unos años de
margen en los que la inestabilidad municipal y la parálisis en las decisiones
estratégicas serían la dominante. Por otra parte no se entiende el por qué los
alcaldes deberían ser elegidos por la población, pero no así los presidentes
autonómicos o el mismo presidente del gobierno.
Así pues se trata de una medida
partidista que tiene como objeto preservar el mayor número de ayuntamientos del
PP del riesgo que puede suponer el que gobierne una coalición de izquierdas. Se
trata de un reforma que no palía las consecuencias más nefastas del régimen
creado en 1978 (la partidocracia que conduce directamente a la generalización
de la corrupción), sino que abunda en la misma dirección, como una forma de
descender un poco más por la sima. No es una “reforma”, sino más bien una
“persistencia” en los factores negativos ya experimentados traídos por la
constitución del 78.
Ya hemos dicho que en caso de
aplicarse, tal reforma acarreará inestabilidad (entre otras cosas porque en las
comunidades catalana y vasca, muchos ayuntamientos quedarían en virtud de esa
reforma en manos de radicales de ERC o de Amaiur) de los municipios en donde el
alcalde electo tenga que trabajar con un consistorio en el que no dispone de la
mayoría. Pero es que esa inestabilidad se va a convertir en la característica
más acusada de esta fase de desintegración del sistema político español. Concebido
inicialmente como “bipartidismo imperfecto”, una de cuyas “patas”, el PSOE, se
encuentra en una crisis estructural profunda (tal como demuestra el hecho de
que mes y medio después de la elección de un nuevo secretario general, éste no
haya destacado ni un solo momento, ni haya generado polémicas, ni siquiera
creado expectativas…). En los próximos años se verá cómo un sistema con tal
arquitectura es incompatible con la proliferación de siglas, la erosión de la
“banda de los cuatro” (PP+PSOE+CiU+PNV) y los partidos nuevos que están
apareciendo en todos los niveles del Estado.
El problema para el PP es cómo
quedará en las elecciones de mayo de 2015: qué gobiernos autonómicos perderá,
en qué grandes ciudades dejará de tener mayoría absoluta y cómo podrá afrontar
a una izquierda que se recompondrá mediante coaliciones entre sus distintas
piezas. Y todo esto en el supuesto de que las “cifras macroeconómicas” que
pueda presentar le sean favorables hasta ese momento (algo muy discutible, por
lo demás). En caso contrario, en caso de que la ralentización de la economía
europea y la crisis de las economías argentino–brasileñas haya supuesto una
disminución de las exportaciones y un repunte del paro, el PP podría entrar
también en una crisis, inicialmente coyuntural, pero cuyo alcance estaría en
razón directa a los resultados obtenidos y a la pérdida de fuerza social del
gobierno Rajoy.
Tal es el resultado del “sin
enemigos a la derecha”… sin enemigos, pero también sin “amigos”, sin
interlocutores, sin posibles aliados, sin esperanzas. A la prepotencia de Fraga
le llega ahora el tiempo de la expiación.
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com –
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