¿Qué es una ONG? Sea
cual sea la definición que Wikipedia da de ONG, hoy sabemos a ciencia cierta
que una ONG es una organización que vive casi completamente de subvenciones
públicas y en la que una parte importante (frecuentemente mayoritaria) del
dinero recibido se destina al mantenimiento de la propia infraestructura
(sueldos, hoteles, viajes, dietas, primas, etc, etc) y sólo una cantidad
minoritaria va a parar al objeto social definido en los estatutos de la misma.
Y, por supuesto, no existen controles estatales ni autonómicos para vigilar
malas prácticas. Es frecuente que el responsable del organismo que firma la
entrega de fondos a tal o cual ONG, reciba bajo mano un porcentaje de la
cantidad entregada, exactamente como ocurre con los cursos de formación de
parados. En los casos de ayudas a la “cooperación” la mayor parte de su importe
se pierde en comisiones en el punto de entrega, en el país de llegada o en los
organismos y personas implicados en la operación a uno y otro lado. A todo esto
se le conoce como “la estafa humanitaria” y forma parte de los múltiples
canales de corrupción creados al calor del régimen nacido en 1978. La crisis
del régimen abre otras vías para la ayuda social.
I Parte:
la estafa humanitaria
la estafa humanitaria
No somos nosotros quienes lo decimos, sino
algunos cooperantes hartos de que otros se coloquen coronas de laurel para
mayor gloria de aquel 0’7% propuesto hace 10 años por Zapatero como objetivo
presupuestario de la ayuda al desarrollo. La cosa llega hasta la pedofilia, la
prostitución a bajo precio y, por supuesto, la estafa pura y simple, si hemos
de creer al libro de Jordi Raich (http://www.jordi–raich.com/),
El espejismo humanitario, subtitulado
La especie solidaria al descubierto. La obra nos sitúa de forma
"políticamente incorrecta" ante un tema de "moda": las
ONGs. No es habitual que un cooperante con 20 años de dedicación a la ayuda
humanitaria se plantee en voz alta si ésta sirve para algo. La conclusión:
señalar la casilla de ONG en las declaraciones de IRPF es tirar el dinero.
No es el primer
libro de Jordi Raich. Este cooperante, habitualmente enrolado en Médicos Sin Fronteras, ha pasado los
últimos veintitantos años recorriendo todos los escenarios de moda en materia
humanitaria. Ha ido de decepción en decepción, hasta cuestionarse finalmente si
la ayuda humanitaria tiene un mínimo de eficacia. Sus anteriores libros eran lo
que se esperaba de un cooperante, es decir, destinado a promocionar su
“producto”. Porque en esta sociedad del espectáculo y en pleno liberalismo
extremo, la ayuda humanitaria es un “producto” más.
Raich se ha
movido por la antigua Yugoslavia en los peores momentos del cerco de Sarajevo.
Ha pasado por los distintos escenarios de crisis del África occidental
francesa. Vivió de cerca la “catástrofe humanitaria” de Ruanda y estuvo en
Afganistán antes y después de la intervención americana. En Uganda, Somalia y
demás lugares olvidados de África, Raich estuvo allí organizando la ayuda
humanitaria. Si hay algún español que conoce el tema es él. Raich tiene
“credibilidad” y puede creerse a pie juntillas lo que nos cuenta.
¿Sirve para algo
la ayuda humanitaria?
No es la primera
vez que aparece este tema. La London Economic School lo planteó hace años en un
seminario. Raich cuenta que estaba presente en aquel evento y se estremeció
cuando una muchacha ruandesa tomó la palabra en el turno de ruegos y preguntas:
“Divagamos
en un laberinto sin salida. Si lo pienso con la cabeza les digo que su ayuda es
inútil y que dejen de enviárnosla. Sus limosnas sólo nos hacen más dependientes
y no resuelven nuestros problemas. Si lo pienso con el corazón les pido que no
nos abandonen, que sin ustedes moriremos”.
Raich añade que a
la frase siguió un silencio embarazoso. La muchacha había resumido el fondo de
la cuestión. A decir verdad, Raich no piensa que la ayuda humanitaria sirva
para gran cosa. Sirve para que las grandes empresas reduzcan su cuenta de
beneficios y por tanto paguen menos impuestos; sirven también para que
promocionen su marca y la unan a algo que está de moda en la sociedad: las
campañas humanitarias. Sirve también para que unos cooperantes se sientan
importantes y superiores a los receptores de la ayuda. Sirven para que los
gobiernos ganen posiciones en los lugares en donde se concentra la ayuda.
Salvan alguna vida, pero pocas en relación a la dimensión del problema. Y, lo
que es peor, frecuentemente, crean más problemas de los que resuelven. Esto sin
contar con que se han dado casos de tráfico de diamantes realizado por algunas
ONGs, otras han visto como sus funcionarios utilizaban habitualmente a menores
para cubrir sus necesidades sexuales y, por supuesto, que mucha ayuda es
completamente inútil.
Raich cuenta que
una cofradía de pescadores del País Vasco le ofreció miles de latas de bonito
del norte para la población ruandesa famélica. Una buen propuesta y, sin duda,
sincera, el problema era que las latas eran individuales y del tipo abrefácil;
de aceptar esta ayuda, los campos de refugiados se habrían llenado de miles y
miles de latas metálicas, menos peligrosas sin duda que las minas, pero, en
cualquier caso desaconsejables para una población que no disponía de calzado.
Y, por lo demás, el bonito del norte no figura entre los productos de la dieta
ruandesa. En otras ocasiones, el propio Raich recibió a aviones Hércules C130 de la Fuerza Aérea
Española cargados con toneladas de galletas Cuétara
inapropiadas para una dieta tropical. También vio esquís, donados por el
público norteamericano, abandonados… en el Sahara. O biblias en Afganistán. La
propietaria de un manantial en el Pirineo ofrecía toda su producción para
paliar la sed en África. El problema es que el agua envasada en botellas de
plástico saciaría la sed –en caso de que fuera económicamente viable enviarla a
África– sino fuera por que los millones de envases de plástico desechables
generarían una catástrofe ecológica de similares proporciones. El donante
ignoraba que el hiposulfito cálcico utilizado para depurar el agua es la
alternativa más realista y eficaz a las donaciones de agua mineral europea. Se
ha llegado a enviar salami y morcón de Ávila a zonas musulmanas, helados Mico en aviones no frigoríficos a las
zonas más calurosas del planeta y pescado a horizontes que jamás lo han
consumido y cuyo metabolismo no lo admite.
Y, en cuanto a
las “apadrinamientos” de niños, suponen uno de los peores fraudes: el eslogan
hace creer que el donante “apadrina” a un niño concreto, cuando en realidad, su
dinero, después de deducirse los gastos de la transferencia bancaria, los
salarios de los funcionarios de la ONG y sus gastos en misión, lo poco que
queda, se une a un fondo común con el que se construye alguna escuela o se
financia alguna iniciativa en pro de la infancia (en el mejor de los casos).
Alguno de los donantes, entusiasmado, pide mantener correspondencia con el niño
apadrinado, y durante años recibe cartas… escritas por algún funcionario de la
ONG. ¿Es posible un fraude mayor? Si, por supuesto… Las páginas de libro de
Raich están recorridas por este tipo de estafas realizados sin el menor recato
y que, por lo demás, son del dominio público de los cooperantes veteranos.
Como una gota en
el océano
Las zonas en
crisis son muchas y la ayuda es siempre menor a la necesaria. Y además no dura
siempre: dura solamente el tiempo en que la crisis humanitaria está en el
candelero, luego disminuye y, finalmente, el cooperante desaparece y el
programa se suspende. Dado que ese lugar no vuelve a aparecer en los
noticiarios, nadie se entera de que la ayuda ha servido para poco. La persona
salvada hoy gracias a un paquete de cereales, muere al cabo de poco tiempo
cuando la ayuda cesa.
Además ni toda la
ayuda llega a su destino, ni siquiera se distribuye adecuadamente. Raich cuenta
decenas de trampas utilizadas por los receptores de la ayuda, para recibir más…
parece lógico, en el fondo están hambrientos y necesitados. Pero se entiende
mucho menos que en lugar de consumirla, simplemente, la vendan. En las inmediaciones
de las zonas “target” de la ayuda humanitaria, pueden verse los productos con
las etiquetas de las distintas ONGs en venta aun a pesar de la inscripción
“producto no vendible” y nosotros mismos hemos sido testigos en Marruecos,
Iberoamérica y Oriente Medio de la venta de “envíos humanitarios” en tiendas
particulares.
En toda África la
existencia del Estado es una entelequia. Y otro tanto ocurre con las FFAA. La
corrupción, el vacío de poder y las unidades militares que hace meses que no
cobran su salario y solamente disponen del AK–47
para saquear y robar, son habituales de un extremo a otro de África. Soldados
borrachos y drogados recorren las carreteras y se apostan en las fronteras
siempre dispuestos a saquear al hombre blanco en primer lugar y luego a sus
ciudadanos desarmados. Inicialmente, los cooperantes jóvenes no entienden como
es posible que si ellos van a ayudar a lo que genéricamente conocen como
“africanos”, sean precisamente los mismos “africanos” los que les imposibilitan
a diario el desarrollo de su trabajo.
Muchos de ellos
esperan como el mejor día de su vida, aquel en el que concluirá su compromiso
con la ONG. Otros desisten el primer día y regresan a su país de origen en el
mismo avión que les llevó a África. Los hay que enloquecen, caen en el
alcoholismo y se convierten en puteros empedernidos que no creen en nada ni en
nadie y mucho menos en la misión que les ha llevado a allí. Raich cuenta que
parafraseando al clásico “el cooperante es un loco para el cooperante”. Las
casas en donde viven, disponen de un lujo que suele contrastar con la miseria
circundante; pero en su interior, aprenden pronto la moraleja de la obra de
teatro de Sartre A puerta cerrada: “el infierno son los otros”. Las peleas
en el interior de las casas donde viven los cooperantes son habituales, las
incomprensiones continuas, los tipos raros, intratables, aquejados de mil
paranoias o neurosis abundan en estos hogares provisionales. Raich realiza una
tipología de los cooperantes verdaderamente mordaz. Los ha conocido demasiado
bien como para equivocarse o como para que pueda dudarse de lo que dice.
En el mejor de los
casos, el cooperante en lugar de ayudar, lo que busca es ayudarse a sí mismo,
dar un sentido a su vida, participar en una misión humanitaria que, sin duda,
será lo más importante que haya hecho en su existencia y que, a partir de ese
momento, contará incluso a sus nietos. No, definitivamente, el cooperante no
sale bien parado en el libro de Raich. Pero el beneficiario de la ayuda no sale
mucho mejor.
No es Raich el
único en pensar así. Personalmente he hablado con bomberos barceloneses que
fueron a ayudar a ruandeses y volvieron traumatizados (en ocasiones, un europeo
al salir de su oasis de relativa prosperidad, queda estupefacto de lo que ve)
al ver que los padres robaban la comida a los hijos, una vez estos la recibían,
sin importarles lo más mínimo que fueran a morir de hambre. Raich cuenta que en
los campos de África es frecuente que las familias dejen de alimentar
voluntariamente a uno o varios hijos para así entrar en programas para familias
desnutridas. Simplemente los muestran para obtener las ayudas.
La ayuda
humanitaria paraliza la iniciativa de quien la recibe. Éste tiende a pensar que
durará siempre o al menos se aprovechará de ella mientras dure. El mañana no es
algo que preocupe excesivamente en un África que vive al día. Frecuentemente y
paradójicamente, las zonas subsaharianas que han aportado más inmigrantes a
Europa son las más empobrecidas. En efecto, cuando los inmigrantes envían
algunos dólares a su familia, lo que están haciendo es desmotivarlos para
trabajar y cultivar la tierra: si tienen lo que necesitan, ¿para que
esforzarse?
Los cooperantes
están permanentemente enfrentados a un dilema: si “enseñan a pescar” a los
receptores de la ayuda, corren el riesgo de que mueran de hambre; pero si les
dan de comer para paliar su situación, tienden a desinteresarse de cualquier
otra cosa que les puedan dar…
Además en África
la noción de “comunidad” no existe. Los cooperantes están permanentemente
rodeados de una corte de los milagros que permanentemente “se curran la página
de la pena” contando todas las desgracias inimaginables para concluir la
conversación pidiéndoles dinero. La mayoría de estas historias son fraudulentas
y lo único que se persigue es el resultado final: el sablazo humanitario. Raich
cuenta un caso paradigmático: un negro se le acerca y le cuanta desgracias
absolutamente ficticias, luego le pide el consabido sablazo. Él no se lo da,
por supuesto (tiene experiencia) y el africano se enfada: “¿Pero no estáis aquí
para ayudar? ¡No hacéis nada!”. Raich le explica que él ha venido a ayudar a
una comunidad y le cuenta lo que hace por ella (vacunas contra la disentería,
provisión de alimento, montar un generador diesel, etc.). Pero el africano no
se da por satisfecho: a él qué le importa todo eso, lo que desea es que le dé
lo que él quiere. Y se va refunfuñando: “decís que venís para ayudar y no
hacéis nada por mí”. En África parece que el individualismo haya suplantado
absolutamente a cualquier rastro de sentimiento comunitario.
El espectáculo
humanitario ha comenzado
En España hay en
torno a 10.000 ONGs, la mayoría de las cuales no sirve absolutamente para nada
y sus programas o bien son un fraude o bien se limitan a enviar una parte de
los fondos recaudados a ONGs de la zona aquejada por algún conflicto. Sólo unas
pocas realizan una verdadera ayuda. Son las menos y ni siquiera en estos casos
puede afirmarse taxativamente que la ayuda sirva para algo. Todas estas ONGs
actúan en función de los noticiarios. Estos son los encargados de generar la
información y describir las “catástrofes humanitarias”. A partir de ahí, las
ONGs empiezan sus campañas de recogida de fondos. Estos son entregados por un
público extremadamente sensibilizado por las tragedias. Ven esas tragedias en
la TV. Así pues, los mass–media están
íntimamente relacionados con las campañas de las ONGs.
Al público le
encantan las tragedias “fuertes”, “heavys”.
Si la tragedia humanitaria no es extrema, el público no se moviliza. Y la ONG,
consiguientemente, no recibe dinero… Los “parques temáticos” son extremadamente
importantes para este fin: hace falta mostrar campos de refugiados, campos de
antiguos niños soldados, campos de depauperados hambrientos, campos de
afectados por malaria o SIDA, e incluso campos de minusválidos. Las ONGs forman
estos campos y cada ONG tiene el problema de encontrar población que los llene.
Si dispone de ellos, la CNN o
cualquier otra cadena filma esos campos, con los adhesivos de las ONG, y ésta
puede contar con recibir fondos. De lo contrario, estarán a dos velas. No puede
extrañar que alguno de estos campos sea completamente ficticio y existan sólo
en horas de oficina, luego los “refugiados” se van a sus casas, después de
haber recibido el paquete de alimentos o cualquier otro premio. De entre todos,
el campo temático más surrealista está en las inmediaciones de Freetown, los
guerrilleros de la URM tenían la costumbre de cortar a la población civil algún
miembro, un brazo, una pierna o más. Así pues, Ghana es un país repleto de
mutilados. A nadie se le había ocurrido reunirlos en un campo de refugiados sólo
para mutilados, pero alguna ONG se atrevió a ello con la perspectiva de que el
impacto de las imágenes movilizase a los contribuyentes. Así ocurrió, en
efecto.
Pero los medios
de comunicación, frecuentemente, mienten, unas veces por desconocimiento y
negligencia y otra por mala fe. El problema del “burka” en Afganistán es inexistente. Solamente lo utilizan las
mujeres en las ciudades… y el 95% de la población afgana vive en el campo.
Además, las propias mujeres afganas consideran que el burka es un signo de distinción y aspiran a tenerlo como en Europa
las chicas aspiran al traje de novia. Sin embargo, una serie de medios de
comunicación, ONGs y “líderes de opinión humanitarios” (Emma Bonino entre
otros) empezaron a denunciar al régimen talibán y su ofensa a las mujeres
afganas a las que obligaban a utilizar el burka
so pena de graves castigos. Era falso. En Afganistán nadie obliga a utilizar el burka, ni antes de los talibanes, ni
con los talibanes, ni con Hamid Karzai en el palacio presidencial de Kabul.
Esas falsedades hicieron aceptable la versión de que Afganistán y el régimen
talibán eran las criaturas predilectas del mullah
Omar y de su régimen. Y esas falsedades hicieron más aceptable los bombardeos
norteamericanos sobre Kabul… bombardeos en los que se alternaban misiles con
ayuda humanitaria. ¿Estupidez? ¿Cinismo?
¿Marcar la
casilla de las ONG en la declaración de IRPF?
No, desde luego.
Marcar la casilla de las ONGs en la declaración de renta es alimentar un
fenómeno bienintenciado en algunos sectores, perverso en otros, e inútil
siempre. Al menos, marcar la casilla de la Iglesia es alimentar a algo que
siempre ha estado en nuestro país. Por otra parte, hay que recordar que Caritas Diocesana es una de las ONGs con
más experiencia, prestigio, eficacia y tradición.
Las ONGs
surgieron en los años 70, eclosionaron en los años 80 y se hicieron
omnipresentes en los 90. Están formadas por gentes solidarias que quieren hacer
algo por sus semejantes, especialmente por aquellos que se sitúan en los
lugares más alejados y exóticos. Dado que en España también hay pobres y
menesterosos, parecería lógico que concentraran su ayuda entre nuestros
compatriotas más desfavorecidos, pero para eso ya está Caritas Diocesana. Así pues, estas gentes humanitarias prefieren ir
allí a donde los medios de comunicación han decidido que deben ir. Y van
pensando que lo que esos mismos medios han proclamado, es siempre cierto. Lo
cual no es en absoluto real. Además, casi por un reflejo involuntariamente
racista, piensan que los receptores de la ayuda son una especie de seres inferiores
y desvalidos.
Cuando concluyó
la Guerra Fría se inició el período dorado de las ONGs. Podían llegar allí a
donde los gobiernos no veían conveniente llegar. Además podían servir como
informadores y espías. El Corps Peace
está reputado de ser una antena “humanitaria” de la CIA y otras muchas sirven a
sus respectivos gobiernos.
Es evidente que
las dotaciones presupuestarias y las donaciones privadas que van a parar a las
ONG, no resuelven ninguna de las graves crisis humanitarias desatadas periódicamente.
Esta situación no se prolongará indefinidamente. Si bien los gobiernos
“progresistas” y de izquierdas, sienten una particular debilidad por las ONGs,
especialmente por las dirigidas por sus amigos, es aventurado pensar que tanto
despilfarro presupuestario proseguirá hasta el infinito. A casi 30 años de sus
comienzos, las ONGs no han mostrado ser el canal más adecuado para dirigir
fondos a las zonas en crisis. Así pues, en los próximos años va a ser cuestión
de ir definiendo otros modelos de cooperación y desarrollo. El libro de Raich,
interesante, bien escrito, ameno y, desde luego, muy claro, contribuirá sin
duda a que este nuevo modelo sea definido.
Tras cerrar el
libro la primera idea que le viene al lector a la cabeza es que el actual
modelo de ONG es absolutamente insostenible. Si la mayoría de ONGs que trata
Raich en su libro son ONGs de cooperación y ayuda humanitaria internacional, la
situación no es mejor en lo relativo a las ONGs que actúan en el territorio
español.
II Parte
Otra forma de actuar,
aquí y ahora
Hay áreas de la
administración que dilapidan cientos de millones de euros al año. El gobierno
está subvencionando a las más absurdas ONGs, cubriendo en algún caso hasta el
80% de su presupuesto (como el caso que denunciamos del Movimiento contra la
Intolerancia) sin que su tarea sea en absoluto relevante, ni realicen ninguna
aportación tangible a la sociedad salvo el enriquecimiento mesurable de sus
administradores. El zapaterismo instauró la barrera–fetiche del 0’7%. Aunque
nuestro país gozara de una desahogada situación económica, la lectura del libro
de Raich, indica que habría que preguntarse si esa ayuda sirve para algo. Pero
hay otra forma de enfocar la “ayuda humanitaria”. Esa otra forma está
poniéndose en práctica por parte de organizaciones asistenciales de carácter
patriótico, social e identitario, aquí y ahora…
Si el panorama diseñado en la primera parte de este artículo es
completamente desolador, desde hace dos años, primero tímidamente y ahora a la
vista de todos, se vienen desarrollando distintas experiencias acometidas por
un nuevo modelo de “ONG”. Los medios han hablado abundantemente de ellos. Son
organizaciones vinculadas a grupos patrióticos e identitarios.
Así se inició un nuevo
tipo de ayuda social en Europa
Las asociaciones asistenciales vinculadas
solamente a España 2000, por ejemplo, han repartido en los últimos meses unas
cantidades crecientes de alimentos que en la actualidad están situadas en torno
a las cinco toneladas y medias por mes. En algunas ocasiones, gracias a la
acción de los medios de comunicación y a la protesta histérica de las
formaciones de izquierdas, estos repartos han merecido amplios espacios
informativos; en otras, esa ayuda se ha llevado muy discretamente y, poco a
poco, ha ido alcanzando mayores niveles de eficiencia.
Inicialmente, la inspiración para realizar este
tipo de “acciones humanitarias” vino de Francia, en donde, desde mediados de la
primera década del milenio, se distribuían en las grandes aglomeraciones
urbanas “sopas identitarias” sólo para ciudadanos franceses. Tales sopas
incluían, de alguna manera, tocino para indicar simbólicamente que no estaban
destinados a población musulmana. A fin de cuentas, cuando se entrega algo a
alguien desinteresadamente quien lo da tiene derecho a cocinarlo con los
productos que le de la gana, sin que eso pueda ser considerado “xenófobo y
racista”… especialmente cuando el
consumo de carne de cerdo y derivados es habitual en el viejo continente.
La idea de estas “sopas identitarias” era, no
solamente denunciar la presencia masiva de inmigración en Francia que estaba
alterando el sustrato antropológico del vecino país, sino también responder a
una necesidad cada vez más acuciante: los autóctonos no pueden competir con los
inmigrantes para obtener esas ayudas sociales de los organismos institucionales
correspondientes. Siempre existía por parte de las instituciones lo que
podríamos llamar “el prejuicio nacional”, como si solamente existieran pobres y
necesitados entre los inmigrantes, pero nunca entre los autóctonos. Y el
problema es que la presencia de bolsas de inmigración en Europa ha hecho que
reapareciera la pobreza en el viejo continente y que amplios sectores de las
clases más desfavorecidas se vieran expuestos a procesos de pauperización. Las
“sopas identitarias” contribuyeron a llamar la atención sobre este proceso que
está en el origen del 25% obtenido por el Front National en las pasadas
elecciones europeas y en su ascenso a primera fuerza política de Francia.
Luego fue en Grecia en donde parte del ascenso
de Amanecer Dorado se debió a iniciativas similares. Así como en Francia se
trató solamente de iniciativas realizadas especialmente por grupos “próximos”
al Front National, en Grecia fue el propio partido Amanecer Dorado el que
entrego directamente dichas ayudas. Incluso los trabajadores griegos inmigrados
en el extranjero y vertebrados por Amanecer Dorado envían periódicamente
toneladas de alimentos al territorio griego y nosotros mismos hemos sido
testigos en Canadá de la importancia cuantitativa de estos envíos.
Grecia es un país en el que existe desde
siempre una extrema–izquierda particularmente agresiva que ha obligado a
Amanecer Dorado a dotarse de un servicio de orden particularmente duro. Su
ascenso en el firmamento político heleno solamente puede explicarse por el
fracaso de todas las opciones políticas tradicionales, la mala gestión de los
partidos democráticos, el desorden fiscal, la corrupción generalizada y la
presencia masiva de inmigración imposible de acoplar en un mercado laboral en
crisis, elementos que, finalmente, han cristalizado en fuertes movimientos de
protesta a la derecha y a la izquierda del panorama político. Para Amanecer
Dorado, la “ayuda a los nacionales” ha constituido una parte importante de su
acción. Allí, los partidos del régimen, la extrema–izquierda y los medios de
comunicación, han optado por evitar referirse a estas prácticas solidarias que
no pueden sino generar simpatías por parte del electorado y contrapesar otros aspectos
más problemáticos de la organización.
Experiencias en España
En España, las primeras muestras de este tipo
de acciones aparecen hacia finales de la década anterior en el ámbito de España
2000. Debió ser en 2008 cuando tuvo lugar en Valencia la primera cena de
navidad para parados. La crisis ha ido haciendo cada vez más necesaria esta
actividad. En Plataforma per Catalunya y en determinados círculos culturales
(el Casal Tramuntana, por ejemplo) también se han dado pasos en esa misma
dirección. Estamos hablando de ayudas “reales”, no de una simple foto que
indica una “intención” o un simple alarde propagandístico sin soporte real.
Tales ayudas se han materializado incluso en
lugares tan distantes como Kosovo hasta donde han llegado furgonetas cargadas
de material humanitario destinado a la población serbia de aquel enclave
artificial creado por los EEUU y entregado para su gestión a la banda criminal
y asesina de la UÇK. En este sentido, podemos constatar personalmente que la
acción del grupo franco–español Ayuda a
Kosovo, mereció incluso el interés del Ministro serbio para Asuntos de
Kosovo quien nos comentó elogiosamente esa actividad en la propia sede del
ministerio en mayo de 2012.
Todas estas experiencias indican que la “ayuda
social” no es un capítulo vacío en España y en el ambiente político social–patriota
e identitario, sino que se han hecho experiencias suficientes como para extraer
consecuencias y centuplicar las acciones.
Iniciativa popular
frente a subvención estatal
Los abusos cometidos por las ONGs entran dentro
del proceso de desintegración del sistema político español nacido en 1978 y son
solamente un aspecto parcial de la corrupción generalizada que carcome desde
hace décadas su entramado interior. Las ONGs, para legitimizar su actividad y
darle una credibilidad hoy perdida, deberían ser las primeras en exigir
controles estrictos por parte del Estado y estar dispuestos a una fiscalización
rigurosa de sus actividades. Pero es evidente que no tienen la conciencia tranquila.
Cuando a la “conciencia humanitaria” se le pone precio, sueldo, comisiones,
dietas y demás ¿en qué se queda? Respuesta: en “estafa humanitaria”. Si en
España se alberga cierta reserva a señalar la casilla de ONGs en la declaración
de Hacienda no es tanto por solidaridad con su oponente (la Iglesia Católica)
como por la sensación de que la “estafa humanitaria” está llegando demasiado
lejos.
El “apadrinamiento de niños” del tercer mundo,
sin rostro real, es solamente una parte del problema. Algo más de 100.000
españoles entregan cada mes una cuota destinada a aliviar la situación de “un
niño” en el Tercer Mundo… pero la mayor parte de ese dinero se destina al
mantenimiento de la propia ONG, a sus salarios, a su promoción, a sueldos de su
personal, etc. Nadie controla, por lo demás, el destino de cantidades
exageradas de fondos entregados para los fines más absurdos en los países más
inverosímiles, fines que importan muy poco incluso al contribuyente español más
solidario…
No estamos muy seguros de cuál es el peor
crimen de una parte de las ONGs: si apelar a la humanidad, los sentimientos y
la emotividad para realizar un fraude de proporciones descabelladas, o bien
realizar tal fraude con cargo a los presupuestos públicos, es decir, al dinero
de todos y ¡sin que nadie, absolutamente nadie, por increíble que parezca,
tenga que justificar fehacientemente en qué emplea esos fondos públicos!
Frente a este modelo de “cooperación” las
experiencias realizadas por las organizaciones asistenciales de tipo patriótico
y social, en toda Europa y muy particularmente en España, indican que “otro
modelo” es posible. Veamos sus principales rasgos.
La primera característica de esta nueva
práctica es su voluntariedad. Todos los que participan en su actividad son
exclusivamente voluntarios, no existe profesionalización de ningún tipo: el
100% de los medios de los que disponen estos grupos se emplean para lo que han
sido recogidos. Ni una botella de aceite, ni un paquete de arroz, se van para
pagar en especies a la burocracia de la “ONG”. La ayuda o es desinteresada o no
es ayuda a otros, sino ayuda a sí mismo.
La segunda característica es que estas “ONGs”
cuentan con medios facilitados, desinteresada y conscientemente por la
población, no utilizan dinero público. Son españoles sensibilizados y
solidarios con el destino de sus co–nacionales a los que prestan su apoyo. Esto
implica que existe “solidaridad nacional” y que quienes experimentan esa
sensación confían, además, en quien se ofrece a realizar la función de simple
canal de distribución entre los “dadores” de la ayuda y los “receptores” de la
misma. Los repartos de alimentación han sido siempre públicos y, por tanto, las
cantidades entregadas son mesurables. Los medios de comunicación invitados a
estos actos han ejercido de “notarios” de tales repartos.
Inicialmente, el Hogar Social Mª Luisa Navarro, en Valencia, recibía provisiones del
Banco de Alimentos para entregarlos a
determinadas familias necesitadas. Era frecuente que los servicios sociales
“ordenaran” la entrega de alimentos a personas de nacionalidad extranjera que,
simplemente, no los necesitaban y que parecían no tener ningún problema
económico para lucir uñas de porcelana… Cuando el diario El País publicó las primeras noticias sobre la vinculación del Hogar Social a España 2000, el Banco de Alimentos canceló la relación. La
ruptura de relaciones fue extremadamente positivo porque indicó que si se
quería distribuir ayuda “a españoles” había que hacerlo fuera de los canales
oficiales y, para ello, había que apelar a la propia militancia y, muy
especialmente, a la ciudadanía.
La transparencia sobre el destino de la ayuda
es otra característica axial de estos grupos. Nunca nada permanece entre
tinieblas y bajo sospecha en este tipo de ayuda. Todo debe ser evidente,
mesurable y reconocible. No debe de haber nada inconfesable ni sometido a
dudas. Es hasta cierto punto gracioso que las mismas ONGs que se nutren de
dinero público sin dar explicaciones son las que, abochornadas por el ejemplo
de quienes ayudan en régimen de absoluto voluntariado gratuito y con recursos
recogidos pacientemente, acusen de “xenófobos y racistas” a quienes han hecho
de la ayuda a “nuestra gente” un eje de su actividad.
Organizaciones de
Ayuda a la Población de origen Español (OAPE) frente a ONGs.
Todo esto hace que la acción de estos grupos
sea muy diferente al de las ONGs tradicionales, hasta el punto de ser otra
cosa. “ONG” es hoy, aquí y ahora, sinónimo de ayuda prestada con dinero
público, de opacidad, de funcionarios a sueldo, de dietas y hoteles de alto standing, de corte de listos y
espabilados, de grandes ideales humanistas y altruistas que encubren pobres
miserias y regímenes de corruptelas… No, definitivamente, una ayuda real no
puede basarse en quienes se ayudan solamente a sí mismos. Estamos ante otro
fenómeno al que hay que calificar con otro nombre.
Las Organizaciones no Gubernamentales que viven
del dinero público son una cosa, las Organización de Ayuda a la Población de
origen Español (OAPE) son otra. Y este es el nombre que más les cuadra. Las
OAPE simplemente “ayudan a la población”, a esa población que no recibe ayudas
públicas por parte del Estado que debería protegerles, ese Estado que, para
colmo, es el responsable principal de su situación y que se desinteresa de la
ayuda real simplemente porque no genera comisiones de ningún tipo.
Las OAPE ayudan “a españoles”… tal es el
“crimen”. Pues bien, no, quien verdaderamente tiene un comportamiento
censurable son los ayuntamientos, el propio Estado, las autonomías, quienes
utilizando todo tipo de subterfugios legales prefieren ayudar a inmigrantes que
a ciudadanos autóctonos, olvidando que esos inmigrantes, todos ellos, son
ciudadanos de Estados que deberían preocuparse especialmente de ellos. Ellos
tienen “su” Estado, pero les resulta más fácil vivir a costa del nuestro.
Cabe preguntarse porqué el Estado Español
presta más ayuda a la inmigración que a sus propios ciudadanos. Los motivos son
varios. En primer lugar: cuanta más inmigración haya en España, los salarios
tirarán más a la baja y dado que no podemos modificar la cotización del euro y
devaluarlo para ganar competitividad, la vía elegida consiste en rebajar
salarios, anular derechos adquiridos, facilitar el despido y disminuir
prestaciones sociales. Si los inmigrantes no reciben ayudas del Estado
simplemente se van a otro país y el valor de la fuerza de trabajo sube de
nuevo: a menos aspirantes a un puesto de trabajo, más debe crecer la
remuneración salarial. Dicho de otra manera: con dinero público (de todos) se
mantiene a la inmigración que solamente beneficia a determinadas patronales
particularmente bien relacionadas con los aparatos de poder (ayer
constructores, hoy sector servicios y especialmente turismo)…
Por eso las OAPE optan por ayudar
fundamentalmente a españoles. Porque nadie más se preocupa por ayudar a nuestra
gente. Y son “nuestra gente” porque son hijos de esta tierra. Porque ellos y
sus antepasados han contribuido a levantar este país. Por eso las OAPE proponen
una “discriminación positiva para españoles”.
III Parte
El futuro de las OAPE
Hace falta encuadrar
la acción de las Organizaciones de Ayuda a la Población de Origen Español
dentro de la actual situación de crisis económica y crisis del sistema
político. Hace falta, finalmente, que las acciones hasta ahora limitadas de
estas OAPE (existen en España en torno a una decena de este tipo de
asociaciones) cristalicen en un fuerte movimiento solidario capaz de despertar
conciencias y posibilitar la supervivencia en tiempos difíciles de familias españolas
víctimas de la crisis. Hoy es preciso hacer algo por nuestra gente.
Hay un problema: es falso que descienda el
número de inmigrantes. Esa es otra de esas mentiras estadísticas que se vienen
repitiendo y que, finalmente, terminan siendo asumidas por el discurso oficial
del stablishment. Las estadísticas
demuestran que si la cifra de inmigrantes “disminuye” no es tanto por el hecho
de que se estén yendo, como porque paulatinamente van desapareciendo nombres de
la lista de inmigrantes, y recibiendo carnés de identidad españoles. Si la
población total del país disminuye, no es tanto porque se esté produciendo un
retorno masivo de inmigrantes a sus países de origen, como por el hecho de que
cada vez más españoles, especialmente jóvenes y preparados, se van de España a
la vista de la falta de perspectivas laborales y profesionales.
Hacer algo por
“nuestra gente”
Las OAPE no están obligadas a ayudar a quienes
han recibido hace poco la nacionalidad española por vía administrativa. Su
obligación es ayudar a “nuestra gente”: a aquellos que han construido nuestro
país y que son hijos de generaciones de españoles que han ido trabajando sin
descanso para el progreso del país y de nuestra sociedad. El derecho de sangre
es la base sobre la que las OAPE tienen que basar su ayuda… y ese derecho de
sangre no cambia por una simple resolución administrativa.
Sólo así puede evitarse que un islamista
radical con aspecto de talibán, modales de talibán y fe ciega de talibán, pueda
ser considerado en el mismo plano que un católico navarro, un campesino viejo
de Calatayud o una mari vasca, señora
de su caserío. Sólo así puede evitarse que el miembro de una banda latina que
odia todo lo que no pertenece a los altos muros de su secta y especialmente al
país que sus padres andinos han elegido para vivir, esté en condiciones de
recibir la misma ayuda que un esforzado estudiante catalán, un parado andaluz o
un joven agricultor gallego.
Las OAPE no trabajan con dinero público, por
tanto, tienen “reservado el derecho de dar ayudas” a quienes consideren como
las partes más frágiles y necesitadas de la sociedad española. Esa es “nuestra
gente” y es con ellos con los que las OAPE deben ser solidarias. La
inmigración, los “nuevos españoles” con DNI recién adquirido son cosa del
Estado y de sus ONGs: estos ya tienen quién les ayude, “nuestra gente”, el
español que ha sido nuestro vecino de siempre, que ha tenido mala suerte, un
revés laboral, no tienen, en cambio, quien le apoye. Si alguien podría ser
acusado de “xenofobia y racismo” es precisamente ese Estado que niega a su propia
gente lo que entrega tan graciosamente a foráneos.
Por otra parte, es rigurosamente cierto que
estas OAPE han prestado ayuda a nacionalizados españoles en circunstancias
especiales: cuando se trataba de gente visiblemente integrada en nuestra
comunidad, cuando se trataba de personas en situación de evidente carestía y
cuando se ha tratado de familias en las que uno de los miembros era español de
origen. Hay prioridades tanto como hay ausencia de prejuicios: la prioridad es
ayuda a españoles de origen; el prejuicio de xenofobia y racismo está por
completo ausente de la actividad de las OAPE y debe seguir ausente.
Avanzar sobre dos
apoyos: político y social
Es importante entender que hoy, la ayuda social
es necesaria en un país como España con 6.000.000 de parados, una población en
un 25% fronteriza con el umbral de la pobreza, sin perspectivas de encontrar
empleo estable y en el que han llegado desde 1996, 8.000.000 de inmigrantes.
Pero la “ayuda social” no se agota en sí misma, en la medida en que mientras
persistan las actuales circunstancias políticas, nada cambiará y cada vez, más
y más gente, precisará recurrir a la solidaridad para sobrevivir. El problema
es “social”, pero también y sobre todo “político”. Sólo cambiando algunas
características del sistema político se logrará mejorar las condiciones
sociales de un amplio sector de la población.
Así pues, para superar este momento dramático
en el que está sumida la sociedad española, no basta solamente con multiplicar
por cien la “ayuda social” sino con irrumpir con fuerza en el terreno político
y esto solamente puede realizarse mediante otro modelo organizativo: el modelo partido.
Así pues, estamos hablando de “dos patas”, la “política” y la “social”: la
“social” para ayudar a los sectores de una sociedad que sufre (y que sufre por
culpa de la baja calidad de la clase política), el “político” para abrir el
camino a una nueva correlación de fuerzas que regenere al Estado (porque
solamente así se evitarán las grandes acumulaciones de riqueza junto a las
amplias masas empobrecidas y la honestidad volverá a ser un valor
imprescindible que reemplace a la corrupción generalizada).
Estamos hablando de dos “patas” especializadas,
una para ayudar a la sociedad, la otra para regenerar al Estado. Pero, precisamente
de la regeneración del Estado debe proceder la mejora de las condiciones
sociales.
El camino a recorrer por
las OAPE en los próximos años
Parece evidente que la “pata política” surgirá
por aproximación de grupos que demuestren capacidad suficiente para atraer en
determinadas zonas del país a sectores de la sociedad, lo que se demostrará por
el número de concejales elegidos. Las elecciones municipales serán en ese
sentido un test mesurable (como las elecciones europeas de 2014 han permitido
redimensionar la importancia de determinadas siglas y fijar exactamente su
repercusión y su influencia… o su escasa repercusión y su nula influencia) a
partir del cual será posible crear una dinámica nueva en función de los
resultados obtenidos. Esto por lo que respecta a la “pata política”: esperar a
las elecciones municipales aspirando cada parte a lograr en las zonas en las
que están presentes la máxima influencia.
Pero para hacer avanzar la “pata social” no
hace falta esperar diez meses, especialmente porque hay sectores de nuestra
sociedad que ya no tienen tiempo de esperar más: o se les presta ayuda hoy, ya,
o su proceso de pauperización va a afectar incluso a su salud. El fantasma del
hambre está reapareciendo en España. Mientras la clase política se frota las
manos vendiendo una falsa recuperación (que contrasta con la crisis mundial,
compañera inevitable de una globalización inviable y descompensada que
solamente beneficia al capital financiero y especulativo), cada vez sectores
más amplios de la población española precisan ayudas urgentes.
El tiempo de los tanteos y las experiencias
previas ya ha pasado. En los dos últimos años, distintas OAPE han aquilatado
experiencias y hoy ya es posible definir un “modelo de actuación” que difiere
absolutamente de las ONGs clásicas.
Hace falta comunicar estas experiencias,
transmitirlas, debatirlas, extraer conclusiones y ampliar el radio de acción.
Se trataría, en definitiva de convocar una “Conferencia
Nacional de Organizaciones de Ayuda a la Población de Origen Español” en el
plazo más breve posible para relanzar en otoño nuevas campañas de ayuda,
conseguir reconocimientos internacionales a la acción de estas organizaciones,
denunciar la corrupción y la opacidad que rodea a ONGs convencionales y
establecer un frente solidario que esté presente en el proceso de creación de
un amplio movimiento regenerador del Estado y del sistema político español.
Hace falta que una conferencia de este tipo encuentre eco en los medios de
comunicación, que quienes acusan a estas asociaciones de realizar “xenofobia y
racismo” se vean situados ante sus propias contradicciones y ante su propia
opacidad e hipocresía.
Hace falta que dentro de un año podamos decir
con nombres, apellidos, cantidades y situaciones: “Hemos ayudado a sobrevivir a
tantos miles de familias españolas que no recibían ni un euro del Estado”.
Hará falta ver si las OAPE sustraen una parte
de su tiempo a organizarse a nivel nacional y cristalizar en una iniciativa en
todo el territorio que pueda, no solamente suponer una ayuda efectiva a la
población, sino también un cambio en el concepto de “ayuda humanitario” y la
superación definitiva de las “malas prácticas” a las que nos tienen habituadas
buena parte de las ONGs y un Estado mudo y que alberga en su interior
intolerables bolsas de corrupción.
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