No es cuestión de pagar por aburrirse, así que
hemos tenido que bajar esta película a través de P2P porque intuíamos que algo
en ella nos decepcionaría a pesar de basarse su argumento en el Bestseller de Pascal Mercier (seudónimo
de un filósofo suizo). Así ha sido. En pocas películas como esta se han
concentrado tantas ambiciones intelectuales, culturales y políticas y el
espectador ha salido tan decepcionado. Vale la pena comentar sin embargo, las
líneas maestras de este proyecto frustrado.
No existen personajes como los descritos por
Mercier. La figura del aburrido y melancólico profesor suizo encarnado por
Jeremy Irons es demasiado falsa. Toda su vida gris y mediocre dedicado a la
enseñanza de bachilleres y, de repente, experimenta la necesidad de abandonarlo
todo en busca de una chica a la que ha salvado del suicidio. La experiencia
demuestra que los tipos aburridos persisten en su aburrimiento y que solamente
quien han experimentado desde jóvenes la aventura, incluso en edad provecta sienten
que nuevos proyectos y aventuras arden en su cerebro.
Luego está la figura de la suicida que aparece
solamente al principio y al final de la película. Alguien se puede suicidar por
un fracaso personal, no por ser hija de su padre, por mucho que el padre haya
sido el presunto “verdugo de Lisboa” un miembro de la PIDE (la policía política
salazarista equivalente a nuestra Brigada Político Social).
Tampoco los miembros de “la resistencia” tienen
el más mínimo elemento creíble. En primer lugar porque ese movimiento jamás
existió. Si el 25 de abril de 1973 cayó el gobierno portugués encabezado por
Marcelo Caetano fue, simplemente, por una conspiración de militares conscientes
de que no se podía ganar la guerra colonial y otros por mera cobardía, en la
que, finalmente, los capitanes más izquierdistas consiguieron durante tres años
llevarse el gato al agua. Nunca hubo una “trama civil” como la descrita en la
novela con heroicos resistentes represaliados por una inmisericorde policía
política. Y, por supuesto, nunca en ese movimiento inexistente hubo una “tía
buena” con memoria elefantíaca para recordar los nombres de todos los
conjurados y sus teléfonos.
La más creíble, sin duda, es la propietaria de
una tienda de óptica, papel que le cae como anillo al dedo a Martina Gedeck. Con
verla solamente uno experimenta la necesidad de comprarle un par de lentillas. Su
interpretación sobria y su encanto de madurez aumentan todavía más la sensación
de que el “viejo profesor” encarnado por Irons, es simplemente idiota. La
última escena final en la que se despide en el tren de la optometrista separados
por 75 cm de distancia, es, acaso, lo más increíble de toda la película. Como
si el director o Mercier creyeran que un relato así quedaría deslucido con un
final feliz.
En realidad, la película quiere ser deliberadamente
depresiva. El mismo aspecto de Irons es de un tipo destartalado, la pensión en
la que vive en las afueras de Lisboa, un lugar sórdido, y todas las escenas
inciden en evocar tristeza, melancolía y desasosiego. A veces,
involuntariamente, bostezo.
Políticamente, la película no resiste un
análisis. Lo narrado no tiene absolutamente nada que ver con lo que fue el
movimiento de oposición al gobierno de Marcelo Caetano y a los últimos años del
Estado Novo. Psicológicamente, todos los personajes son frágiles, mal descritos
y peor pintados. Las situaciones de una inconcebible banalidad y la trama
argumental mal cerrada. Los cuatro protagonistas de la resistencia (el
intelectual lánguido, la chati del memorión, el tipo duro –interpretado por
Bruno Ganz- y el pianista) parecen sacados de un álbum de seres improbables y
absurdos. Lo más increíble es que la “resistencia”, perfectamente organizada y
que es capaz de poner en riesgo al gobierno, se rompe cuando el tipo duro
descubre que el intelectual lánguido se ha quedado con la chica… y durante
cuarenta años no vuelvan a saber uno del otro, ni a preocuparse por reconstruir
la “resistencia” en la clandestinidad.
El eje de la película es la lectura del libro
escrito por el intelectual lánguido (muerto de un enfisema cerebral, para colmo…
como si el sobrecalentamiento de las neuronas al tener que escribir el libro le
hubiera generado una rotura de vasos sanguíneos). El “viejo profesor”, una y
otra vez relee las páginas y las frases de dicho libro en posesión de la joven
suicida. Y la voz en off repite una y otra vez las frases intentando transmitir
la idea de que se trata de una obra de alta calidad filosófica y moral. En
realidad, tales frases son flojas, en absoluto capaces de impresionar a nadie,
ideas que se repiten en la literatura europea más mediocre y con escasa calidad
y nula novedad. No se entiende el efecto que su lectura causa en el “viejo
profesor”, ni en los que han conocido al intelectual lánguido. Los fragmentos
seleccionados del libro están a medio camino entre los contenidos de los libros
de autoayuda y una mala comprensión del budismo zen. Con todo, no es lo peor de
la cinta, sin embargo, por sí mismo basta para decepcionar porque aquello que
tendría que ser el desencadenante de la trama –la novela escrita por el
intelectual lánguido- resulta ser algo intrascendente, un dejá vû de muchos
textos de ambicioso espiritualismo repletos de tópicos.
El casting
es bueno. No en vano, aparecen tanto Bruno Ganz como Christopher Lee o el mismo
Bruno Ganz (eso sí, en papeles secundarios o muy secundarios). Pero la
selección de exteriores es pésima. Esa Lisboa no es la Lisboa que he podido
apreciar no hace mucho. Es una Lisboa de segunda división, amputada de sus
mejores edificios, de sus vistas más agraciadas y de todo aquello que hace de
esa ciudad una gran ciudad. Incluso la cena entre el profesor y la optometrista
que tiene lugar en el privilegiado escenario del restaurante situado junto al
ascensor que lleva al Chiado, queda deslucida limitándose la cámara a una
descripción intimista. El recorrido por el Bairro Alto y el resto de escenarios
están realizados, seleccionados y diseñados con desgana. La Lisboa que muestra
la película no es la Lisboa que todos los que la hemos visitado hemos aprendido
a amar en pocas horas.
Lo último que puede decirse de la película y de
su guión es que sea algo “actual”. El único rasgo de modernidad del “viejo
profesor” es un teléfono de los tiempos ya líticos del GSM allá por los años
90. En su vida no aparece ningún portátil, ni siquiera skype. Y, por supuesto,
a pesar de que el camino más corto entre Berna y Lisboa sea el avión low cost, el protagonista hace el
recorrido en tren (acaso por que al autor de la novela creía que un tren es más
romántico y depresivo que un avión). ¿Quién coge hoy un tren para recorrer
media Europa? No aparecen ni ordenadores, ni portátiles, todo parece de otro
tiempo. Antiguo. Como si el autor no fuera capaz de concebir a un protagonista
que busca en la modernidad lo que ocurrió hace cuarenta años.
Constatamos, por ejemplo que la estación
central de Lisboa es, desde todos los puntos de vista, una maravilla. La última
escena de la película tiene lugar allí. El lugar privilegiado pasa a ser tan
vulgar como cualquier estación de cercanías. Y no es la única decepción que
genera, como hemos visto, la película y su recorrido por la capital portuguesa.
La misma película está realizada con un
lenguaje cinematográfico y narrativo propio de los años 80. Más que antiguo,
demodé… No hay ninguna toma que pueda decirse que es magistral, ni un
movimiento de cámara que sugiera tensión emocional, ningún plano intenso. Todo
es vulgar, mediocre, plano, como la vida del “viejo profesor”.
Si alguien creía que en esta película iba a
recorrer lo mejor de Lisboa, se sentirá decepcionado.
Si alguien creía que esta película le iba a
descubrir una nueva filosofía de la vida, que lo olvide.
Si alguien creía que esta película le iba a
enseñar cómo se llegó al golpe del 25 de abril, le enseñará justo lo contrario,
otro “cuéntame como no pasó”.
Si alguien creía que vería a grandes actores que
solamente aceptan guiones geniales, que se olvide, para todos ellos ha sido una
película alimentaria.
Si alguien creía que iba ver un thriler casi policíaco, un “viaje
filosófico” o una búsqueda interior, se sentirá decepcionado. No es nada de
todo eso, ni siquiera lo contrario. Es nada. Nada no puede valer algo. De ahí
que me alegre haberla visto gracias al P2P.
Ah, y
para colmo, el tren es diurno.
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