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jueves, 22 de mayo de 2014

Tren de Noche a Lisboa. Espectativas altas, decepción toda

 

No es cuestión de pagar por aburrirse, así que hemos tenido que bajar esta película a través de P2P porque intuíamos que algo en ella nos decepcionaría a pesar de basarse su argumento en el Bestseller de Pascal Mercier (seudónimo de un filósofo suizo). Así ha sido. En pocas películas como esta se han concentrado tantas ambiciones intelectuales, culturales y políticas y el espectador ha salido tan decepcionado. Vale la pena comentar sin embargo, las líneas maestras de este proyecto frustrado.

No existen personajes como los descritos por Mercier. La figura del aburrido y melancólico profesor suizo encarnado por Jeremy Irons es demasiado falsa. Toda su vida gris y mediocre dedicado a la enseñanza de bachilleres y, de repente, experimenta la necesidad de abandonarlo todo en busca de una chica a la que ha salvado del suicidio. La experiencia demuestra que los tipos aburridos persisten en su aburrimiento y que solamente quien han experimentado desde jóvenes la aventura, incluso en edad provecta sienten que nuevos proyectos y aventuras arden en su cerebro.


Luego está la figura de la suicida que aparece solamente al principio y al final de la película. Alguien se puede suicidar por un fracaso personal, no por ser hija de su padre, por mucho que el padre haya sido el presunto “verdugo de Lisboa” un miembro de la PIDE (la policía política salazarista equivalente a nuestra Brigada Político Social).

Tampoco los miembros de “la resistencia” tienen el más mínimo elemento creíble. En primer lugar porque ese movimiento jamás existió. Si el 25 de abril de 1973 cayó el gobierno portugués encabezado por Marcelo Caetano fue, simplemente, por una conspiración de militares conscientes de que no se podía ganar la guerra colonial y otros por mera cobardía, en la que, finalmente, los capitanes más izquierdistas consiguieron durante tres años llevarse el gato al agua. Nunca hubo una “trama civil” como la descrita en la novela con heroicos resistentes represaliados por una inmisericorde policía política. Y, por supuesto, nunca en ese movimiento inexistente hubo una “tía buena” con memoria elefantíaca para recordar los nombres de todos los conjurados y sus teléfonos.

La más creíble, sin duda, es la propietaria de una tienda de óptica, papel que le cae como anillo al dedo a Martina Gedeck. Con verla solamente uno experimenta la necesidad de comprarle un par de lentillas. Su interpretación sobria y su encanto de madurez aumentan todavía más la sensación de que el “viejo profesor” encarnado por Irons, es simplemente idiota. La última escena final en la que se despide en el tren de la optometrista separados por 75 cm de distancia, es, acaso, lo más increíble de toda la película. Como si el director o Mercier creyeran que un relato así quedaría deslucido con un final feliz.

En realidad, la película quiere ser deliberadamente depresiva. El mismo aspecto de Irons es de un tipo destartalado, la pensión en la que vive en las afueras de Lisboa, un lugar sórdido, y todas las escenas inciden en evocar tristeza, melancolía y desasosiego. A veces, involuntariamente, bostezo.

Políticamente, la película no resiste un análisis. Lo narrado no tiene absolutamente nada que ver con lo que fue el movimiento de oposición al gobierno de Marcelo Caetano y a los últimos años del Estado Novo. Psicológicamente, todos los personajes son frágiles, mal descritos y peor pintados. Las situaciones de una inconcebible banalidad y la trama argumental mal cerrada. Los cuatro protagonistas de la resistencia (el intelectual lánguido, la chati del memorión, el tipo duro –interpretado por Bruno Ganz- y el pianista) parecen sacados de un álbum de seres improbables y absurdos. Lo más increíble es que la “resistencia”, perfectamente organizada y que es capaz de poner en riesgo al gobierno, se rompe cuando el tipo duro descubre que el intelectual lánguido se ha quedado con la chica… y durante cuarenta años no vuelvan a saber uno del otro, ni a preocuparse por reconstruir la “resistencia” en la clandestinidad.


El eje de la película es la lectura del libro escrito por el intelectual lánguido (muerto de un enfisema cerebral, para colmo… como si el sobrecalentamiento de las neuronas al tener que escribir el libro le hubiera generado una rotura de vasos sanguíneos). El “viejo profesor”, una y otra vez relee las páginas y las frases de dicho libro en posesión de la joven suicida. Y la voz en off repite una y otra vez las frases intentando transmitir la idea de que se trata de una obra de alta calidad filosófica y moral. En realidad, tales frases son flojas, en absoluto capaces de impresionar a nadie, ideas que se repiten en la literatura europea más mediocre y con escasa calidad y nula novedad. No se entiende el efecto que su lectura causa en el “viejo profesor”, ni en los que han conocido al intelectual lánguido. Los fragmentos seleccionados del libro están a medio camino entre los contenidos de los libros de autoayuda y una mala comprensión del budismo zen. Con todo, no es lo peor de la cinta, sin embargo, por sí mismo basta para decepcionar porque aquello que tendría que ser el desencadenante de la trama –la novela escrita por el intelectual lánguido- resulta ser algo intrascendente, un dejá vû de muchos textos de ambicioso espiritualismo repletos de tópicos.

El casting es bueno. No en vano, aparecen tanto Bruno Ganz como Christopher Lee o el mismo Bruno Ganz (eso sí, en papeles secundarios o muy secundarios). Pero la selección de exteriores es pésima. Esa Lisboa no es la Lisboa que he podido apreciar no hace mucho. Es una Lisboa de segunda división, amputada de sus mejores edificios, de sus vistas más agraciadas y de todo aquello que hace de esa ciudad una gran ciudad. Incluso la cena entre el profesor y la optometrista que tiene lugar en el privilegiado escenario del restaurante situado junto al ascensor que lleva al Chiado, queda deslucida limitándose la cámara a una descripción intimista. El recorrido por el Bairro Alto y el resto de escenarios están realizados, seleccionados y diseñados con desgana. La Lisboa que muestra la película no es la Lisboa que todos los que la hemos visitado hemos aprendido a amar en pocas horas.

Lo último que puede decirse de la película y de su guión es que sea algo “actual”. El único rasgo de modernidad del “viejo profesor” es un teléfono de los tiempos ya líticos del GSM allá por los años 90. En su vida no aparece ningún portátil, ni siquiera skype. Y, por supuesto, a pesar de que el camino más corto entre Berna y Lisboa sea el avión low cost, el protagonista hace el recorrido en tren (acaso por que al autor de la novela creía que un tren es más romántico y depresivo que un avión). ¿Quién coge hoy un tren para recorrer media Europa? No aparecen ni ordenadores, ni portátiles, todo parece de otro tiempo. Antiguo. Como si el autor no fuera capaz de concebir a un protagonista que busca en la modernidad lo que ocurrió hace cuarenta años.

Constatamos, por ejemplo que la estación central de Lisboa es, desde todos los puntos de vista, una maravilla. La última escena de la película tiene lugar allí. El lugar privilegiado pasa a ser tan vulgar como cualquier estación de cercanías. Y no es la única decepción que genera, como hemos visto, la película y su recorrido por la capital portuguesa.

La misma película está realizada con un lenguaje cinematográfico y narrativo propio de los años 80. Más que antiguo, demodé… No hay ninguna toma que pueda decirse que es magistral, ni un movimiento de cámara que sugiera tensión emocional, ningún plano intenso. Todo es vulgar, mediocre, plano, como la vida del “viejo profesor”.

Si alguien creía que en esta película iba a recorrer lo mejor de Lisboa, se sentirá decepcionado.

Si alguien creía que esta película le iba a descubrir una nueva filosofía de la vida, que lo olvide.

Si alguien creía que esta película le iba a enseñar cómo se llegó al golpe del 25 de abril, le enseñará justo lo contrario, otro “cuéntame como no pasó”.

Si alguien creía que vería a grandes actores que solamente aceptan guiones geniales, que se olvide, para todos ellos ha sido una película alimentaria.

Si alguien creía que iba ver un thriler casi policíaco, un “viaje filosófico” o una búsqueda interior, se sentirá decepcionado. No es nada de todo eso, ni siquiera lo contrario. Es nada. Nada no puede valer algo. De ahí que me alegre haberla visto gracias al P2P.

 Ah, y para colmo, el tren es diurno.

(c) Ernesto Milá - info|krisis - ernesto.mila.rodri@ gmail.com - prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen