INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

lunes, 10 de febrero de 2014

Las aristas del mundo cúbico (IV)


5ª Arista
Damnificados de la globalización con recursos energéticos y progreso científico

Los azares del destino y de la distribución de los hidrocarburos han hecho que sea precisamente en países subdesarrollados en donde han aparecido las grandes bolsas de petróleo en los últimos veinte años. La previsión de escasez de petróleo para las próximas décadas ha convertido a estos países en objetivos de los actores geopolíticos tradicionales, especialmente de los EEUU cuyos yacimientos sobre territorio norteamericano pertenecen ya al cine de los años 50-60 y que, en la actualidad, es el gran importador mundial de petróleo. Los EEUU se han preocupado especialmente de redirigir hacia sus mercados los hidrocarburos procedentes del Golfo de Guinea y del Caribe y mediante las intervenciones frustradas en Irak y Afganistán han pretendido asegurarse el suministro petrolero del Golfo Pérsico (demasiado próximo geográficamente a la zona de influencia rusa como para que no tratar de estar presente militarmente).

Los EEUU y los consorcios petroleros que tienen allí sus sedes sociales han conseguido convertir lo que en principio era una riqueza para un país (el hallazgo de recursos energéticos), en una verdadera maldición. Eso se evidencia en uno de los aspectos de esta arista que une a los damnificados de la globalización con los recursos energéticos.

En efecto, las fuentes de energía, fatalmente distribuidos, ya fueron objeto de cuatro guerras entre Alemania y Francia en los siglos XIX y XX: un país poseía carbón, pero no hierro y el otro hierro, pero no carbón, así que la lucha por la posesión de Alsacia y Lorena centró 150 años de conflictos. Hoy, lo esencial de las reservas petrolíferas se encuentra en países con débiles democracias o simplemente en dictaduras tercermundistas. Los grandes beneficios que se esconden en su subsuelo han generado una ficción estadística del que Guinea Ecuatorial –“nuestra” Guinea- sea el paradigma: en apenas 10 años, Guinea pasó de las profundidades del PIB del continente africano, a uno de los primeros puestos. Sin embargo, la población sigue en la miseria. Ellos son los damnificados de la globalización. No así la élite dirigente que se agrupa en torno al clan de los Obiang y que absorbe los beneficios de la industria petrolera. En Nigeria ocurre algo similar: élites dirigentes enriquecidas, población dejada de la mano de Dios. Allí donde ha aparecido petróleo, se ha recortado, o simplemente ha desaparecido, cualquier sombra de libertades políticas y sin esperanzas de que algún día se puedan recuperar. La situación de los países del Golfo de Guinea es cada día más caótica, mientras que sus élites políticas dedican todo su tiempo a pensar dónde está más seguro el producto de su rapacidad, cómo gastárselo de la manera más escandalosa y como saquear más y más a sus pueblos.

En todos estos países se producen los mismos fenómenos: aumenta el PIB, pero no la riqueza de la población y la renta per cápita apenas experimenta leves subidas; se producen procesos de degradación y empobrecimiento de la sociedad; los regímenes políticos se anquilosan y restringen las libertades y los derechos sociales haciendo de su propia supervivencia el eje de sus políticas dictatoriales. En esto, por supuesto, cuentan con el apoyo de quienes detentan la propiedad efectiva de los recursos energéticos: las corporaciones petroleras y su punta de lanza, los marines de los EEUU y las oficinas del Departamento de Estado en el exterior, verdaderas centrales de control político que pasan por asépticas embajadas.

Pero las cosas no van mejor en el antiguo Primer Mundo en donde cada vez sectores más amplios de la población se incorporan al pelotón de damnificados de la globalización. En efecto, uno de los ejes por los que discurre la investigación científica son las llamadas “ciencias de la salud”. En África ha mejorado sensiblemente la situación sanitaria descendiendo las tasas de mortalidad infantil, las enfermedades endémicas y las epidemias siguen avanzando sin que ni los gobiernos, ni las empresas farmacéuticas, hagan gran cosa por paliar una situación que apenas sirve de otra cosa para que las ONGs las utilicen como excusas para seguir existiendo. Al margen de esto, en África los avances de las “ciencias de la salud” apenas han surtido efectos perceptibles para el grueso de la población y lo que ha ocurrido allí se reproducirá también en los próximos años en el antiguo Primer Mundo.

En efecto, el negocio que los grandes consorcios de financieros se desarrolla en un doble frente: de un lado comprar propiedades y tierras en el Tercer Mundo esencialmente y de otro la inversión en la investigación en el terreno de las “ciencias de la salud”. La nanotecnología, la criogenia y las terapias genéticas (NCT) son, como ya hemos dicho, los ejes de la investigación científica en esta primera mitad del siglo XX y de ahí el interés en la privatización de la sanidad que impone el neo-capitalismo desde las cúpulas de la alta finanza y los fondos de inversión. Porque, en el futuro, la sanidad “social” cubrirá tan solo prestaciones básicas, nada en comparación de lo que podrá obtenerse mediante la combinación de las terapias NTC y que solamente estará al alcance de quien pueda pagarlas.

La mayor parte de la población se acogerá a una sanidad  pública cada vez más limitada en sus prestaciones e incluso más problemática en sus logros mediante medicamentos de los que no se puede estar seguro de si curan unas enfermedades para suscitar otras y que suponen una prolongación de la medicina del siglo XX en el XXI. Los damnificados de la globalización en el antiguo Primer Mundo verán como cada vez tienen menos acceso a los tratamientos realmente eficaces y de vanguardia.

El corolario del encuentro entre estas dos caras del mundo cúbico en esta arista implica que si hasta ahora lo que han ido aumentando han sido las desigualdades sociales, a partir de ahora lo que irá en aumento serán las desigualdades en esperanza de vida, que se ocultarán mediante el recurso a las consabidas mentiras estadísticas, pero que ocultarán el hecho esencial: a saber, que la esperanza de vida entre los beneficiarios de la globalización y los damnificados de la globalización, gracias al progreso científica al que se pondrá precio, generará una mayor esperanza de vida en los primeros y una disminución de la misma entre los segundos. Y a ello contribuirá otro fenómeno que tiene mucho que ver con todo esto: la alimentación.

En la alimentación y en sus avances se percibirá perfectamente la diferencia entre damnificados y beneficiarios de la globalización. A los primeros se les ofrecerán alimentos procedentes de semillas genéticamente modificadas, con cualidades nutricionales disminuidas, riesgos alimentarios poco contrastados y repletos de conservantes en circulación pero con sospechas de no ser completamente inocuos. A los segundos, en cambio, tendrán alimentos de calidad cultivados especialmente para mercados de calidad a cuyos clientes no les importará pagar precios elevados a cambio de la seguridad de que tales alimentos poseen cualidades nutricionales. Parte de los alimentos procederá de zonas “conflictivas” del planeta en donde la falta de condiciones higiénicas, la climatología y la falta de escrúpulos de los cultivadores y criadores y de los intermediarios, correrá el riesgo de generar chispazos epidémicos con frecuencia cada vez menor y gravedad creciente. El riesgo de esta situación es que el flujo de tales alimentos de masas, generados en países del antiguo Tercer Mundo y consumidos entre las masas de damnificados de la globalización de medio mundo, puede verse interrumpido bruscamente por la aparición de epidemias que interrumpan la circulación de mercancías, generando hambrunas y situaciones de crisis alimentarias mundiales.

El poder y el peso de las industrias químicas harán imposible la denuncia de los perjuicios, directos e indirectos que puedan ocasionar, sea reconocido públicamente a fin de evitar perjuicios en la cotización de las acciones de tales consorcios. De hecho, esta situación ya se conoce en la actualidad y es presumiblemente responsable del aumento de determinados tipos de enfermedades. Y nada se hace, precisamente por no causar problemas a gigantescas corporaciones que pueden hundir a gobiernos o despojar de publicidad a medios de comunicación que viven de ellos. Lo que se avecina no será nada más que la prolongación extrema de lo ya conocido.

Pero siempre es posible que aparezcan en esta arista puntos, no solamente de confluencia, sino de tensión. Es por eso por lo que, para atenuar las posibles situaciones de crisis que pueden aparecer y que cristalizarían en la toma de conciencia de los damnificados de la globalización sobre su situación de “prescindibilidad”, que la cúspide del poder mundial, desde mediados de los años 70, ha habilitado amortiguadores. El gran amortiguador es el “entertaintment”. Y surte efectos.

Cuanto más damnificados por la globalización se concentran en determinadas zonas del planeta, más accesibles son los medios de distracción y entretenimiento. Los arrabales de Lagos, capital de Nigeria, una de las mayores acumulaciones chabolistas de la modernidad poblados por millones de menesterosos, así como las favelas brasileñas, los poblados andinos, los cinturones de miseria que rodean a las ciudades magrebíes, en todas ellas, la característica común es albergar dentro de las miserables viviendas una especie de altar sacrosanto sobre el que se sitúa un moderno monitor de TV de plasma. Una antena o una parabólica, inestable y agarrada pobremente a las paredes de la chabola, trae a ese miserable hogar las películas, las series y los programas de moda de todo el mundo. En la mayoría de los casos, en esas viviendas apenas existe un jergón y poco más. El tiempo transcurre rápidamente entre series de televisión, películas de largometraje, documentales sobre los escaparates de consumo del Primer Mundo (es así como se generan las riadas migratorias de Sur a Norte), eventos deportivos… y es así, en definitiva, como se engaña al hambre y a la miseria, sustituyéndolas por la alienación del televidente pasivo y la excitación de la fantasía. Las diversas técnicas del entertaintment de masas son, hoy por hoy, la gran droga para los damnificados por la globalización. En los antiguos países del Primer Mundo, esos mismos damnificados, además, reciben los subsidios justos como para que el tiempo que no están delante del monitor de plasma, lo utilicen adquiriendo drogas sedantes a buen precio.

El círculo, así, queda completamente cerrado: los damnificados por la globalización se convierten por obra y gracia de estas técnicas en un sostén pasivo del Nuevo Orden Mundial, cuando, en realidad, la lógica de su situación y su posición en el conjunto del mecanismo, debería ser de revuelta activa.

6ª Arista
Damnificados de la globalización con neodelincuencia

La respuesta de los grupos sociales damnificados por la globalización no tiene la misma respuesta ante la neodelincuencia. En algunos casos se limitan a sufrirla en silencio y mendigar las ayudas del Estado o de las ONGs, en otros casos siguen la vía de la protesta activa, pero también en un número cada vez más creciente, tienden a converger con esta otra cara del cubo propia de la neodelincuencia. Esta cara, por su parte, tiene un comportamiento particular: mientras se está más próxima a la otra arista, la que la une a los intereses de las élites dominantes y de los beneficiarios de la globalización, estamos ante la gran delincuencia una parte de la cual realiza sus actividades con “guante blanco”, tratándose en general de una delincuencia que influye internacionalmente por la dimensión de sus actividades y lo innovado de sus métodos que incluyen ingeniería financiera, diseño e investigación sobre nuevos productos; sin embargo, a medida que dentro de esta cara nos aproximamos a la otra arista, la que la une con los damnificados de la globalización, se tiende a una delincuencia más clásica, de menor nivel cualitativo, pero de mucha más envergadura cuantitativa. Porque, en determinados casos, no estamos solamente hablando de actividad mafiosa que controla determinados negocios ilegales en zonas geográficas muy concretas, sino que llegan a pactar con los beneficiarios de la globalización el control incluso de determinados Estados. El caso de Kosovo es paradigmático e indica una línea de tendencia.

Como se sabe, el núcleo central de la UÇK, el Ejército de Liberación de Kosovo, no era otro que bandas de delincuentes de poco calado, que fueron federadas y entrenadas por la CIA para transformarse en punta de lanza de la política norteamericana en la antiguo Yugoslavia, en su desmembramiento y en la creación de una “zona islámica” en los Balcanes que uniera la Tracia tuca con la Albania adriática en lo que se ha llamado “el corredor turco de los Balcanes”. En esta zona termina la antigua “ruta de la seda” convertida hoy en el canal a través del cual la heroína surgida de la transformación de las adormideras afganas llega hasta Europa. Es evidente que la política de los EEUU en relación a Europa no ha variado desde la Segunda Guerra Mundial y consiste simplemente en seguir contando con Europa como aliada, pero con una Europa debilitada. La droga debilita y destruye a las nuevas generaciones. Por esto mismo, Marruecos, primer productor y exportador mundial de haschisch (y el único país del mundo en el que el cultivo de esta droga en el valle del Rif se acoge a un estatuto legal, un fuero concedido por Mohamed V a sus habitantes), no figura sin embargo en la lista de países exportadores de drogas elaborada por el Departamento de Estado norteamericano. En efecto, también en este caso, en los EEUU se sabe perfectamente que los consumidores del 85% de esa producción rifeña, va a parar a Europa.

En el caso de Kosovo, una vez concluida la etapa crítica que coincidió con los bombardeos de la OTAN sobre Serbia ordenados por el Presidente Clinton, simplemente, una vez declarada la independencia, se entregó a los antiguos miembros de la UÇK la administración del territorio. Estamos hablando de un “Estado fallido” creado en el corazón de los Balcanes con dinero norteamericano y entregado para su gestión a una banda mafiosa de delincuentes clásicos. En el espacio que medió entre los bombardeos de Kosovo y la creación de la UÇK y la declaración unilateral de independencia, en toda Europa, y particularmente en España, actuaron bandas de delincuentes procedentes de la UÇK, organizados militarmente y especializados en robos a polígonos industriales, en un modelo de delincuencia inédito en Europa y que afectó particularmente a España. Pero el caso de Kosovo no es único.

Lo que se confluye en esta arista es una delincuencia de bajo nivel que sigue practican las actividades clásicas: tráfico de drogas a escala pequeña y media, prostitución, racket de protección y distintas formas de extorsión y formas de delincuencia de baja cota que solamente merecen mencionarse en un estudio como éste porque su aparente banalidad se agrava visiblemente al tratarse de fenómenos de masas. En efecto, cada vez son sectores más amplios de las poblaciones damnificadas por la globalización, especialmente en el antiguo Tercer Mundo, las que se suman a estas actividades.

En algunos casos la actividad de estas mafias logra cristalizar en importantes bandas que ponen en jaque a gobiernos enteros y terminan controlando zonas de países concretos: ocurrió en Colombia (en donde todavía determinadas zonas del país siguen controladas por los “narcos” y la droga transportada es custodiada por las guerrillas izquierdistas que han reducido prácticamente sus actividades armadas al transporte de cargamentos de droga de un lado a otro del país; ocurrió antes en el curso de los años 80  y principios de los 90 en Perú cuando, a partir del foco inicial de Ayacucho, la guerrilla marxista-leninista de Sendero Luminoso, obtuvo el control de zonas del país en las que impuso su ley que incluía el cobro de peaje a los narcos y adelantar dinero a los agricultores para financiar los cultivos de cocaína, cobrando un porcentaje a los narcotraficantes por el procesado de la misma. La gravedad de la situación en determinados Estados de Méjico hace que este mismo proceso de reproduzca ahora allí. Así mismo, en Brasil, la vida en algunas favelas solamente es posible gracias a grupos mafiosos.

En países como Marruecos existe una vinculación directa entre sectores del Majzén (el equivalente a la “corte”) y productores de haschisch. Ni el cultivo sería posible sin el respeto de Mohamed VI al fuero otorgado por su abuelo, ni podría exportarse de no ser por que sectores vinculados, directa e íntimamente a la cúspide del poder, lo permiten. Aquí y en otros países africanos resulta muy difícil saber dónde termina la pequeña delincuencia y donde empiezan los grandes intereses económicos y políticos. De ahí que la cara del cubo en la que está presente la neodelincuencia no sea, como hemos dicho, homogénea.
En toda África y en zonas de Asia es, así mismo, muy difícil establecer si funcionarios de la administración actúan en tanto que tales o como elementos que practican extorsiones mafiosas. A la vista de que las cúpulas de estos países realizan ante los ojos de todos actividades delictivas y practican métodos ilegales de enriquecimiento, las poblaciones perciben que cualquier procedimiento para sobrevivir es moralmente admisible (idea que, por lo demás, también está ganando espacio entre sectores europeos en situación de pobreza extrema y sin perspectivas laborales de ningún tipo a largo plazo). Los gobiernos cada vez tienen menos legitimidad moral para combatir la delincuencia en la medida en que ellos mismos albergan altos niveles de corrupción.

Para colmo se une otro problema: la inmigración masiva que recorre el camino hasta el antiguo Primer Mundo. Sobre esta cabe establecer un axioma de fácil comprobación que vulnera lo políticamente correcto: si bien es cierto que la inmensa mayoría de inmigrantes que llegan a Europa lo hacen con la intención de trabajar, no es menos cierto que la inmensa mayoría de episodios de delincuencia protagonizados en Europa lo son por gentes procedentes del Tercer mundo. Este tipo de actividades retroalimenta el racismo y la xenofobia. Aquel que es atracado por un marroquí, la mujer violada por un africano, la familia saqueada en su hogar por un colombiano, etc, tienden, ellos, sus familiares, sus amigos, sus vecinos, a culpabilizar no al delincuente concreto sino a la comunidad y a la raza a la que pertenece.

En países como España en donde, sin necesidad, bruscamente, en menos de 15 años llegaron 8.000.000 de inmigrantes, vulnerando todos los principios de prudencia y mesura, este problema es particularmente grave a la vista de que ya 2.500.000 de estos antiguos inmigrantes son hoy ya ciudadanos a los que se les ah concedido nacionalidad española… La gran paradoja estriba en que llegaron millones de inmigrantes para alimentar la burbuja inmobiliaria y el espejismo de crecimiento del PIB bajo los mandatos de Zapatero y Aznar (que, lejos de hacer algo para impedir el fenómeno, lo estimularon, lo ensalzaron y cerraron los ojos ante los evidentes problemas que acarrearía a la vista de su baja o nula cualificación profesional) y, al mismo tiempo, especialmente a partir de la crisis de la deuda (2010) empezaron a “huir” literalmente de España, miles y miles de jóvenes salidos de las universidades, perfectamente preparados pero en absoluto dispuestos a ejercer como becarios durante años para luego poder elegir entre la cola del paro o el mileurismo.

En una situación de crisis prolongada y sin perspectivas de salida ni a medio ni a largo plazo, es evidente que legiones de inmigrantes se enfrentan a una disyuntiva: han llegado a Europa huyendo de la miseria de sus países de origen y lo han hecho engañados por los escaparates de consumo y por lo que han visto a través de los televisores y las antenas parabólicas, únicos bienes que poseían en sus países de origen. Pero en Europa hay poco trabajo y el que hay está mal pagado. Por otra parte, el coste de la vida es alto. Muchos de ellos ni siquiera pueden enviar 100 ó 200 euros a sus países de origen, verdaderas fortunas que permiten vivir desahogadamente unas semanas. Los subsidios públicos también son escasos y las únicas posibilidades que se les ofrecen son el trabajo negro o la delincuencia. Es imposible establecer los porcentajes de quienes optan por lo uno y por lo otro a la vista de que las estadísticas elaboradas por los ministerios del interior tienen solamente como objetivos tranquilizar a las poblaciones, negar la realidad y no generar alarma social.

El hecho incontrovertible en cualquier caso es que un sector de la inmigración –entendiendo que la inmigración del Tercer Mundo hacia el Primero está formada íntegramente por damnificados de la globalización- practica actividades delictivas en los países de acogida. A esto hay que añadir la situación de aquellos otros antiguos inmigrantes ya nacionalizados que se ven discriminados por pertenecer a grupos sociales algunos de cuyos miembros están caracterizados por practicar determinados tráficos ilícitos o formas de delincuencia (drogas, extorsión, prostitución, violación) que han terminado caracterizando tópicamente a todo el colectivo inmigrante. La situación de estos grupos es particularmente difícil especialmente en lo que se refiere a la segunda y tercera generación: los padres llegaron a Europa con ánimo de trabajar, habitualmente consiguieron beneficiarse de los años de “vacas gordas”, pero no lograron amasar fortunas (en el neocapitalismo y en la globalización, trabajar es el camino más directo para sobrevivir, pero en absoluto para enriquecerse). Su situación era similar a la del antiguo proletariado europeo, pero con una diferencia: si éste tenía “conciencia de clase”, el proletariado inmigrante tenía raíces, tradiciones, cultura, religión, conciencia de sus orígenes… algo de lo que carecen sus hijos y nietos a los que solamente les ha tocado vivir el período de las vacas flacas y que no se sienten ni europeos ni africanos, sino simplemente seres desarraigados.

La reacción de estos grupos sociales en Francia (motines de noviembre de 2005), Inglaterra (incidentes en los suburbios industriales de 2009), disturbios en Suecia (2013), han sido protagonizados por esos hijos y nietos de aquellos primeros inmigrantes que hoy ya no tienen ni identidad ni perspectivas económicas y sociales. De aquí ha surgido otro modelo de delincuencia que ha aparecido brutalmente desde mediados de los años 80 en Francia instalada en lo que, eufemísticamente, se ha llamado “zonas de non droit” y aún más parabólicamente “zonas particularmente sensibles”: en estas zonas el Estado republicano ha desaparecido, la administración no ejerce, ni la enseñanza, ni la recaudación fiscal, ni los derechos de las mujeres o de los menores, ni siquiera la policía se atreve a entrar si no es dispuestos para una incursión militar.

Lo que tenemos en esta arista es un factor de podredumbre social absolutamente insuperable que se va extendiendo como una mancha de aceite y que, poco a poco, va ganando espacios para su control. Los mecanismos de lucha contra la delincuencia establecidos por las torpes legislaciones de los países del Primer Mundo no están en condiciones de combatir a esta delincuencia. Para hacerlo hace falta descender a su mismo territorio y practicar su virulencia. Eso o la derrota es lo que aguarda al final del camino.

7ª Arista
Damnificados de la globalización con actores geopolíticos tradicionales

Si hubiera que definir lo que se encuentra en esta arista que marca la confluencia de las dos caras del cubo que representan a los actores geopolíticos tradicionales con los damnificados de la globalización, diríamos que ahí están las clases medias del Primer mundo, literalmente machacadas y en vías de desaparición por la acción doble de la globalización y de la rapacidad impositiva y la cobardía de sus gobiernos. Hablamos de cobardía porque la característica común a todos los gobiernos del antiguo Primer Mundo consiste en ceder a las presiones del gran capital, de otra manera no se entiende esa tendencia que les caracteriza de gravar de manera creciente las rentas procedentes del trabajo y disminuir la presión sobre las rentas procedentes del capital, habitual en todos los gobiernos desde principios de los años 80. Esto ha generado una merma creciente en la capacidad adquisitiva de las clases medias, precipitando un nuevo modelo social que se está imponiendo en todo el antiguo Primer Mundo y en buena medida en Rusia.

En el Primer Mundo, la llamada “sociedad de los tres tercios” puede darse por irreversible. Se empezó a hablar de este modelo social hacia finales de los años 80 y principios de los 90. Esta sociedad está compuesta por un primer tercio, compuesto por aquel sector de la población que tiene medios económicos, trabajo, cotiza a la seguridad social y no tiene grandes problemas para llegar a fin de mes, son pequeños empresarios, autónomos, profesionales, trabajadores con contrato fijo. Por debajo de este grupo socio-económico se encuentra otro tercio que vive instalado en la provisionalidad. Dispone este segundo tercio de trabajo esporádico, estacional o simplemente vive con el riesgo permanente de no encontrar otro trabajo en cuando termine el contrato que acaba de firmar. Con frecuencia tienen que recurrir a las ventanillas del INEM y vivir de subsidios. Carecen por completo de capacidad de ahorro y tienen dificultades para llegar a fin de mes. Finalmente, un tercer tercio vive en plena precariedad, carecen de trabajo y  de la posibilidad de obtenerlo en un futuro a la vista de su baja cualificación profesional. Están completamente subsidiados por el Estado y ayudados por las ONGs. Fuera de esto, apenas disponen de medios de subsistencia, ocasionalmente alimentan algún circuito de trabajo negro, pero de escasa rentabilidad. Su vida va desarrollándose sin esperanzas de salir de la miseria y habituándose a la caridad pública. Este mismo modelo social se ha ido implantando en el antiguo Segundo Mundo y, concretamente, en Rusia, con alguna pequeña variante cuantitativa en relación a lo que se ha producido en Europa y en EEUU.

Sin embargo, esta sociedad de los tres tercios es más teórico que real a la vista de las diferencias de capacidad adquisitiva que se da especialmente en el interior del “primer tercio”: la situación no es la misma para el heredero de una dinastía económica que para un profesional autónomo. En efecto, el primero tiene solamente necesidad de trabajar para aumentar su fortuna; si no lo hiciera dejaría de ingresar, pero por elevado que fuera su tren de vida, jamás agotaría sus recursos, simplemente éstos dejarían de aumentar. Sin embargo, un autónomo que se dedique a cualquier actividad profesional, seguramente se quedaría sin recursos si en un momento dado y por las circunstancia que fuera abandonara su trabajo. Por otra parte, las diferencias entre el “segundo tercio” son también notables: un joven recién licenciado que no quiera eternizarse en la precariedad y el mileurismo, siempre puede instalarse en el extranjero y buscar trabajo en escenarios económicos más favorables. No así un empleado que haya superado los 40 años y cuyas posibilidades de emigrar son más limitadas. Para este sector social, cada día que pasa supone una mayor posibilidad de no poder recuperar un empleo en caso de perderlo o a la finalización de su contrato temporal.

Así pues, la sociedad de los tres tercios dista mucho de ser real. Es, simplemente, un modelo que surgió justo en los momentos en los que se derribaba el Muro de Berlín, y la teoría del “fin de la historia” parecía augurar un futuro tranquilo para todos: incluso los miembros del “tercer tercio” dispondrían de sanidad y educación gratuitas y se esperaba que en breve, el mero hecho de ser ciudadano en una nación concreta, ya garantizaría la percepción de un “salario social” que, como mínimo, aseguraría permanentemente la supervivencia. Hoy, tales esperanzas y posibilidades han disminuido: los damnificados de la globalización, incluso en Europa y en los EEUU, van viendo como su capacidad adquisitiva remite continuamente, los precios se alzan muy por encima de unas ayudas sociales que siempre crecen por debajo de la inflación y del coste de la vida, los servicio gratuitos tienden alarmantemente a bajar de calidad y la sanidad pública se empequeñece cada vez más, las ayudas de las ONGs son limitadas y cada vez distan más de resolver los problemas de supervivencia. En los colegios, los profesores empiezan a percibir la presencia de niños con problemas de nutrición. Sin olvidar que, en general, la relajación del sistema de enseñanza (y su quiebra absoluta en países como España) genera el que los grupos sociales más desfavorecidos no puedan recibir siquiera una educación básica, no sólo técnico-humanística, sino ni siquiera rudimentos de eso que en otro tiempo se llamó “urbanidad”.

En realidad, el concepto de “sociedad de los tres tercios” es un concepto anticuado que ya no se adapta a este momento de la modernidad. Ese modelo interpretativo de la sociedad implica trabajar en dos dimensiones, muy poco para insertar las distintas variables que aparecen en nuestro tiempo. En realidad, la situación es mucho más dramática del esquema, hasta cierto punto optimista que nos presenta la teoría de los “tres tercios”. Hay que aludir, por ejemplo, a las diferencias cuantitativas y cuantitativas que se producen especialmente en el primer tercio: su número va disminuyendo con el paso del tiempo y tiende a reducirse a miembros de las dinastías económicas (sea cual se su procedencia, si bien cada vez tiende a ser más dominante la presencia de individuos vinculados a negocios especulativos, en detrimento de los dedicados a la actividad industrial) cuya capacidad adquisitiva y acumulación de capital hace imposible que puedan ser comparados con las propias de profesionales liberales de éxito. Sin olvidar que técnicos, científicos, gestores, pequeños y medianos, aun manteniendo buenos niveles salariales, están muy distanciados del otro sector.

Estos sectores están más próximos al segundo tercio e la sociedad que a la cúspide del primero. En general, el proceso que se produce en los países que hasta ahora han sido actores tradicionales de la globalización (EEUU, Europa y Rusia) es una tendencia muy acusada el que sean precisamente los sectores profesionales, los grupos sociales que dependen de un salario y que están regularizados con Hacienda y con la Seguridad Social, los que sufran más presión por parte de la Hacienda Pública de tal manera que son ellos quienes soportar a lo que es un sector creciente: el antiguo tercer tercio de la sociedad que no deja de crecer, pero que es mantenido, no tanto por los señores de la ingeniería financiera especializados en el dribling a la fiscalidad y menos presionados que las clases medias.

Porque el rasgo más acusado que se produce en esta arista formada por los damnificados de la globalización en los actores geopolíticos tradicionales es el fenómeno de empobrecimiento general de la sociedad y de compresión de las clases medias. Es sobre estos grupos sociales sobre los que recae el peso de mantener al grupo social más desfavorecido.

El rasgo psicológico que se extiende por estos sectores es el miedo a la proletarización o incluso al empobrecimiento que implicaría perder el puesto de trabajo y ver reducidos sus ingresos. El miedo al futuro se ha convertido en el denominador común de los damnificados por la globalización en los actores geopolíticos tradicionales. A diferencia de en el Tercer Mundo en donde difícilmente se puede experimentar en toda su magnitud una sensación de miedo por perder una situación que jamás se ha tenido y que se limita a mera sensación de privación, en Europa y EEUU, la pauperización o la proletarización son un fantasma muy real que está presente en cada esquina, especialmente en las clases medias. A ellas accedieron en los años 70-90, sectores del proletariado que habían logrado mediante el ahorro y el esfuerzo acceder al status de la burguesía media, abandonando su grupo de origen (el gran error de Marx fue concebir la “conciencia de clase” del proletariado como algo real y perdurable, cuando la única voluntad del proletariado era, justamente, dejar de serlo).

Ese miedo, paradójicamente, no viene acompañado de otro rasgo psicológico muy acusado: el odio contra quienes han generado esta situación. En realidad, no es odio, sino apatía lo que suscita el miedo como su contrapartida. Las clases medias, que en otro tiempo siempre han generado revoluciones (incluso la revolución rusa fue el producto de una reacción y de unas teorías que, aún hablando del proletariado, se habían gestado en realidad entre élites intelectuales procedentes de las clases medias) y que, a fin de cuentas, son las que, por su particular posición en el conjunto social, tienden a la reflexión, a la meditación y, por tanto, a la elaboración de ideas y a llevarlas a su práctica, en esta nueva fase histórica, han renunciado a su actitud histórica: el miedo es tal que cualquier forma de oposición a lo considerado como “políticamente correcto” por parte del sistema económico y de valores, podría ser considerado como una revuelta y hacerles perder todavía más rápidamente su posición. Es interesante estudiar cómo ha sido posible el amputar en las clases medias el afán de revuelta, nacido del odio emanado por la convicción de quiénes son y dónde están los responsables de la actual ordenación caótica del mundo.

El sistema ha tenido éxito en suscitar otro valor que habitualmente ha estado siempre presente en dosis variables en la persona humana. La esperanza. Si nos mantenemos en pié y nos recuperados de tal o cual golpe del destino es porque tenemos esperanza. El mito clásico cuenta que en la caja de Pandora, cuando ésta la abrió liberando todos los horrores del universo, en el fondo de la misma sólo quedó la esperanza. Así pues, la esperanza siempre ha sido una característica que ha acompañado a lo humano y le ha ayudado a reponerse en horas bajas. La diferencia consiste en que en la actualidad y mientras persista la ordenación irracional del mundo globalizado, no hay lugar para la esperanza y ésta pasa a ser patrimonio de la irracionalidad. La única esperanza sería la depositada en el afán de revuelta. Toda revuelta surge del odio. El odio como el amor, son las dos grandes fuerzas que mueven lo humano: el primero genera rechazo, el segundo afinidad. On instintos. La esperanza, en cambio, es una actitud mental propia de quien cree que, antes o después, su situación mejorará.

La civilización judeo-cristiana es, en definitiva, la civilización de la esperanza y seguramente no es por casualidad que las áreas de implantación de esa civilización coincidan mayoritariamente con los actores geopolíticos tradicionales. En este tipo de civilización se tiene esperanza  en que Dios perdone los pecados, esperanza en que haya otra vida después de la muerte, esperanza en la resurrección de los muertos, esperanza en la segunda venida de Cristo, esperanza que apela a un elemento emotivo y sentimental, la fe, algo situado fuera de la razón lógica, pero también fuera del instinto. Patrimonio de un sistema de creencias que hoy favorece y encarrila automáticamente la creencia en que, antes o después, las cosas mejorarán, en que no hay que perder las esperanzas y, por tanto, no hay que buscar soluciones extremas, simplemente se trata de… esperar.

Los gobiernos de todos los países occidentales en lo más negro de la crisis han desarrollado técnicas para suscitar la esperanza en el futuro. En España, sin duda, el maestro de esta técnica ha sido José Luis Rodríguez Zapatero, cuya gestión al frente de los primeros casi cuatro años de crisis económicas en que se encontró España, fue absolutamente mediocre y completamente nefasta. Pero, Zapatero evitó el estallido social, recurriendo a suscitar la esperanza. Su sucesor, Mariano Rajoy ha hecho otro tanto. Gracias a ellos hemos oído hablar de “brotes verdes”, “recuperación para el año próximo” y “sacrificios hoy para solucionar los problemas del mañana”… Pero a poco que se medite sobre estas propuestas se percibe con claridad que son falsas, ficticias, que no se apoyan en hechos reales ni en análisis correctos, simplemente son declaraciones de intenciones realizadas con el fin de aplazar al máximo los estallidos sociales. Si mañana progresaremos de nuevo, si tendremos trabajo, si todo marchará mucho mejor… ¿para qué comprometerse con actitudes conflictivas? ¿Para qué probar aventuras, aunque solamente sean intelectuales, si la modernidad funcionará bien mañana y la crisis de hoy es un simple desajuste que puede ser corregido sin grandes reformas y, por supuesto, sin el marasmo que implica una revolución? Así pues, mejor esperar con esperanza…

Para conjurar el potencial de revuelta de las clases medias en Europa y en los EEUU se recurre, como ya hemos visto a otras técnicas de entertaintment, una actividad que cada vez parece más accesible: los cruceros hoy ya no son, como los vuelos en avión, algo glamuroso, privativo de las clases más acomodadas, son formas de ocio de masas, a precio más asequibles. De hecho, en España, el gran hallazgo del modelo económico creado por José María Aznar consistía en conjugar el estancamiento salarial y las alzas en los precios de la vivienda y del ocio, con un acceso fácil al crédito. A cualquier ciudadano que dispusiera de una nómina se le concedía un crédito pagadero a un año para que pudiera viajar al Caribe. Era la forma de engañar a la realidad: “Puedo irme al Caribe de vacaciones, así pues no me empobrezco”. De hecho esos mismos millones de personas que utilizaron estos créditos rápidos y poco exigentes, comprendieron que, efectivamente, se habían empobrecido cuando los bancos variaron las condiciones de los préstamos, cuando estalló la burbuja inmobiliaria y se hundió el sector de la construcción, cuando los salarios se estancaron con tendencia a la baja… Entonces solamente quedaba suscitar la esperanza, para que esa esperanza nublara la realidad e impidiera percibir la tragedia y el caos que constituyen el elemento dominante para la inmensa mayoría de la población en este momento histórico.

Esta arista registra un crecimiento constante en los últimos años. El espejismo globalizador duró desde 1989 (caída del Muro de Berlín) hasta la entrada en el siglo XXI (los atentados del 11-S de 2001). Lo que ocurrió entre ese momento y el inicio de la crisis económica del verano de 2007, fueron casi seis años en los que la globalización empezó a dar muestras de agotamiento. Fueron los años de formación de las grandes burbujas, cayeron los mitos que habían nacido en 1989 (el fin de la historia, la democracia como nuestro destino…). En 1989, la humanidad que tenía conciencia de que estaba naciendo un nuevo período histórico, podía verse arrastrada por un inusitado optimismo; la inercia de ese período podía haber superado, como de hecho superó, por su inercia, el 11-S y lo que implicó, pero el sentido común y la marcha de lo que ha sucedido desde entonces, hubiera debido hacer que a partir del estallido de la crisis en 2007 y de su persistencia en el momento que escribimos estas líneas, la globalización fuera sometida a un minucioso análisis, especialmente por parte de élites intelectuales que habrían dado un diagnóstico absolutamente crítico. Esto no ha ocurrido. Los focos antiglobalizadores que han aparecido desde entonces (el movimiento del 15-M en España) distan mucho de haber realizado ese análisis y no pasan de ser meras reviviscencias de una extrema-izquierda que habiendo perdido el marxismo como patrón de análisis, no ha estado en condiciones de reconstruir otro modelo, entre otras cosas porque su reavivamiento se ha generado en capas juveniles marginales.

Pero la omnipresencia de la esperanza y la saturación de entertaintment, teniendo la ventaja de poder contener la capacidad de odio de una sociedad (el odio puede ser positivo en cuanto que es un factor de renovación), tienen el inconveniente de que no pueden eternizarse en el tiempo. Si bien cada día aparecen nuevas tecnologías y medios de entertaintment, no ocurre así con la esperanza: siempre, por optimista e irracional que se sea, la esperanza tiene fecha de caducidad.


8ª Arista
Damnificados de la globalización con actores geopolíticos emergentes

En los países emergentes la característica sociológica principal es que el desarrollo económico se ha iniciado sin que existiera una clase media potente. Esto ha impedido el que se consolidaran democracias formales, más o menos estables. Salvo la India –en donde, por lo demás, la corrupción, es omnipresente y supera a los estándares occidentales– en el resto de lo que hemos llamado “actores emergentes” no se perciben más que tenues rastros de democracia representativa. Y eso seguirá así, mientras no exista una clase media potente tanto desde el punto de vista cultural como desde el punto de vista político.

El argumento que sostiene que la evolución del capitalismo en Europa se produjo en idénticas circunstancias, es falso y mendaz. En principio, cuando el capitalismo irrumpió en Europa ya existía una burguesía pujante derivada del poder gremial del Renacimiento y del ejercicio del comercio durante generaciones. Además, tras este poder, existía un poder cultural –la Ilustración primero, la masonería después– que se convirtió en un verdadero laboratorio de ideas y proyectos. Cuando irrumpió el capitalismo en Europa, lo hicieron también movimientos utopistas, carbonarios, socialistas y comunistas utópicos, libertarios, que, frecuentemente, no estaban solamente compuestos por miembros de las clases trabajadoras, sino que, inicialmente, con mucha más frecuencia, correspondían a intelectuales, miembros de la alta burguesía y de la burguesía media, que, frecuentemente, terminaron siendo empresarios dotados de un sentido humanista. La imagen de las hilaturas inglesas con niños trabajando 18 horas al día, constituyó solamente un momento –por lo demás, muy puntual– del capitalismo inglés pre–victoriano, en absoluto una constante. En muchos de los capitalistas de la primera revolución industrial existía, o bien la influencia de la doctrina social de la Iglesia (que condenaba a partir de las encíclicas de León XIII, la explotación, el hacinamiento, el sobreesfuerzo, el trabajo de menores, la falta de coberturas sociales) y el hecho de que muchos de estos capitalistas, estaban influidos por ideas sociales de tipo progresista y defendieran ciertos parámetros de justicia social. La existencia de “colonias industriales” en el último tercio del siglo XIX y la primera mitad del XX, supuso que el empresario, no solamente daba trabajo, sino que también aportaba seguridades de vivienda, enseñanza para los hijos, economatos, etc. Por otra parte, hay que recordar que la oposición al reconocimiento del sindicalismo fue más fuerte en los países anglosajones que en la Europa continental.

Estos motivos hicieron que el “arranque” del capitalismo en Europa –aun cuando no hay que olvidar las situaciones de explotación, e incluso de sobreexplotación que se dieron en algunos casos o, lo que es peor, de pistolerismo patronal frente a los brotes de anarcosindicalismo y de pistolerismo obrero que también existieron– fuera mucho más “sostenible” que el desarrollado en la actualidad en los países del Tercer Mundo. En efecto, en estos países, por motivos históricos, no existe una burguesía nacional digna de tal nombre. La clase media está casi por completo ausente, o bien, como es el caso de Iberoamérica, las oscilaciones político–económicas, la han, literalmente, desmantelado y reducido a la mínima expresión, o bien han iniciado un proceso de proletarización del que ya no pueden salir.

Junto a la práctica inexistencia de clase media, en los actores geopolíticos emergentes encontramos otro factor sorprendente y destacable: la polarización extrema de las rentas, entre una minoría extremadamente rica a un lado y otra extremadamente pobre a otro. Nosotros mismos percibimos esta realidad a principios de los años 80 en Iberoamérica: bastaba situarse en el centro del Country Club de Caracas, situado en el lugar más lujoso y exclusivo de la capital, para mirar alrededor y percibir como la ciudad estaba rodeada por un cinturón de miseria que volvimos a encontrar en Lima, en donde desde el aeropuerto de la ciudad hasta la acera inmediatamente anterior del Hotel Sheraton era una sucesión interminable de barracas y chabolas, habitadas por depauperados, o bien en Bogotá donde desde lo alto del hotel Tequendama podían percibirse los barrios misérrimos situados a pocos metros, por no hablar de los barrios de Obrajes y Calacoto de la capital boliviana, que contrastaban por su opulencia con los altos que rodean la ciudad, donde residen indígenas y mestizos. Es frecuente en todos estos países que exista una estratificación social que reproduzca en cierta medida la estratificación étnica y racial: blancos en la cúspide, mestizos en el centro, indígenas en la base. Hemos visto idénticas paisajes en prácticamente toda África subsahariana y en la inmensa mayoría de países árabes. La constante de estas zonas es que sólo parece haber lugar para los muy ricos o para los muy pobres, estando las clases medias, reducidas al mínimo. Y, en el actual estado de cosas, el crecimiento de la clase media solamente se está produciendo de manera muy lenta y limitada, sin excluir que puedan ocurrir eventuales recesiones.

La inestabilidad climática que, más o menos, se vive en todo el planeta, genera migraciones constantes del campo a la ciudad: en Marruecos se sabe que cada año de sequía –y van varios– genera la migración de medio millón de campesinos a los arrabales de las grandes ciudades. Pero el fenómeno es universal: lo encontramos entre los campesinos ecuatorianos, peruanos y bolivianos, lo volvemos a encontrar entre los campesinos chinos e hindúes, en Turquía y Senegal… Los damnificados por la globalización en los países considerados como “emergentes”, tienden a la inmigración: no emigra la población más pobre, ni tampoco la más rica, sino solamente las capas medio-bajas que todavía pueden conseguir algunos medios para una aventura que tiene, como primer resultado, el vaciar a los países emisores de inmigración de parte de sus elementos más válidos.

En general, lo que hemos dado en llamar “actores emergentes” basan su desarrollo en el comercio, la exportación de manufacturas esencialmente y la venta de materias primas. Esto hace que puedan invertir los beneficios obtenidos en sectores estratégicos, empezando por el armamentístico. En realidad, los actores emergentes aspiran a ser potencias militares de alcance regional (China, India, Corea del Sur, Irán, Venezuela, Brasil…) que tienden a desarrollar una industria bélica propia. Es precisamente el rearme de estos países el que multiplica su importancia estratégica mucho más allá de su importancia productiva, o en última instancia puede decirse que su capacidad bélica es una resultante de su capacidad productiva y absorbe buena parte de los recursos generados por ésta. El paradigma de estos países es, desde luego, Irán y su campaña de rearme nuclear y convencional, o China y sus iniciativas para convertirse en superpotencia militar.

Este grupo de países sufre una deficiencia notable: carecen de experiencia en los terrenos del desarrollo. Al anteponer el desarrollo económico a cualquier otra necesidad, corren el riesgo de generar a corto plazo catástrofes medioambientales similares a las que sacudieron las dos últimas décadas de la URSS en la zona del mar de Aral. Por otra parte, el abandono sistemático de tierras de cultivo corre el riesgo de convertirse en un factor de modificación del clima, con tanto impacto como la tala sistemática de árboles en la Amazonia o la negativa a aplicar el protocolo de Kioto por parte de los EEUU.

Buena parte de estos países, además, son productores de inmigración. Una inmigración que se va para no volver. La mayoría de inmigrantes, al llegar a Europa, permanecen absolutamente fascinados por lo que aquí encuentran, especialmente porque, aun a pesar de existir focos incipientes de racismo, su nivel de vida y su dignificación como personas, son incomparables con las situaciones de opresión, miseria, desprecio, violencia y abandono, que vivieron en sus países de origen. Por eso muchos entran, pero pocos quieren volver. Países como Bolivia o Ecuador han perdido el 25% de su población en apenas diez años en flujos migratorios orientados hacia distintos horizontes. Otros, como los del Magreb, quedarían, literalmente, vacíos, si todos los que desearan irse (más de un 50% de la población) pudiera hacerlo y tuvieran a dónde hacerlo. De todos los países del mundo, sin duda Colombia, es el que registra una intención migratoria mayor de todo el mundo. Nuestra experiencia directa nos induce a pensar con poco margen de error, que entre el 75 y el 80% de la población colombiana desearía emigrar a cualquier lugar del Primer Mundo, aun sin saber exactamente lo que iban a encontrar allí.

Los países emergentes aportan impresionantes contingentes de población situada en la arista con los damnificados de la globalización. Esa arista representa la convergencia de la miseria entre los que no tienen nada y pertenecen a países en los que no son nada y aquellos otros excluidos de sus propios países y erradicados de la más mínima posibilidad de promoción.

El sector de los damnificados por la globalización en los países emergentes es, sin duda, el que crece cuantitativamente a mayor velocidad, y muestra a las claras, más que en ningún otro lugar, que la globalización es un intento de “nivelación” y igualación y homogeneización “por lo bajo”: por su propia estructura y sus actividades preferenciales, genera beneficios en una ínfima minoría y mantiene próximos al umbral de la pobreza o por debajo de él, a sectores cada vez más amplios. El proceso, lento en Europa, se da, sin embargo, de manera acelerada en los países emergentes. Para compensarlo el “sistema mundial” ha generado dos contramedidas: del lado práctico, las ONGs que dirigen y orientan la ayuda de los actores tradicionales hacia los países del antiguo Tercer Mundo y de otro, la ideología humanista-universalista generada desde la UNESCO. Vale la pena resumir en qué consisten estas dos contra-medidas.

Mediante una red de ONGs, financiadas preferentemente por los Estados y muy en segundo plano por contribuciones desinteresadas de la población del Primer Mundo, se realizan algunos planes asistenciales para las zonas más depauperadas del planeta. El hecho de que las ONGs estén pendientes de cautivar la atención de los medios de comunicación indica que las buenas intenciones iniciales, con demasiada frecuencia quedan pervertidas por prácticas abusivas y corruptas. Por otra parte, los receptores de las ayudas terminan por no valorar correctamente la importancia de esta cooperación ni el tiempo en el que podrá mantenerse, dejan de trabajar por sí mismos, pensando que esa ayuda seguirá llegando (de la misma forma que las zonas más abandonadas de África negra son aquellas que han generada más éxodo hacia Europa; en efecto, allí las poblaciones pueden vivir con 100 euros escasos enviados por sus familiares que han emigrado al viejo continente, así pues ¿para qué trabajar las tierras?), pasando a actitudes completamente pasivas. Desde hace 50 años, las ONGs han ido enviando ayudas a los lugares más alejados del planeta y en la actualidad el balance de esas actividades es ampliamente desfavorable. La mayoría de ONGs han discurrido por un sendero ya trillado por las misiones de la Iglesia Católica pero con resultados mucho más limitados en el tiempo. En lo que se refiere a los créditos al desarrollo concedidos por los países del primer mundo (el famoso 0’7% que causaba furor en Europa a partir de 1995), entre las comisiones recibidas por los intermediarios de cada lado y la opacidad en el destino de esos fondos, prácticamente puede considerarse, simplemente, dinero tirado para tranquilizar conciencias bienpensantes en Europa y EEUU, enriquecer a los intermediarios tanto en los países europeos como en los receptores y poco más. Por otra parte, era lo que cabía esperar de gobiernos corruptos en ambas partes que, además, en África se han convertido en mendigantes.

Mucho más importante, sin duda, es la tarea de la UNESCO. Si hay que localizar un “centro intelectual” en el que se elaboren planes destinados a servir de cobertura ideológica a la globalización es sin duda este organismo creado después de 1945, cuando la victoria de los aliados generó la primera oleada mundialista de la que nacieron toda una serie de organismos internacionales que debían de haber terminado con las tensiones mundiales y generado una especie de fraternidad y concordia universal. Inspirados en determinadas organizaciones y sectas que albergaban la idea de “unificar la humanidad” desde finales del siglo XIX (esencialmente distintas variantes de teosofismo ocultista que habían convergido con los restos del socialismo utópico), fue especialmente en la UNESCO en donde cristalizaron, transfiriendo sus valores y principios y convirtiendo a la institución internacional, que inicialmente debía de haber promovido exclusivamente el desarrollo cultural de la “humanidad”, en una atalaya de su peculiar doctrina humanista-universalista.

El principio central por el que se mueve la UNESCO no es la defensa del patrimonio de las distintas naciones y pueblos, sino la generación de un patrimonio cultural mundial que surja de la fusión de los distintos patrimonios nacionales. La UNESCO intenta poner en práctica el lema de la revolución francesa, “libertad, igualdad y fraternidad”, especialmente el segundo término “igualdad”; para ello, la ONU otorga credenciales democráticas que son las únicos que, en su lógica, defienden el principio de la “libertad” (el primer término). En cuanto al segundo, no se trata tanto de alcanzar la “igualdad” como el “igualitarismo”: es decir, la intención de homogeneizar, uniformizar y mezclar todos lo acervos culturales, étnicos y antropológicos, para de ellos extraer un destilado nuevo que caracterice a la “humanidad”. Porque, solamente cuando esto ocurra y queden abolidas las desigualdades de raza, sexo, cultura, religión, se llegará a la “fraternidad”. Lo que la casta funcionarial de la UNESCO pretendía desde finales de los años 40, ha sido proclamado a las claras por el movimiento de la New Age que tiene la misma inspiración doctrinal: alcanzar la unificación de la humanidad, para que exista un solo gobierno mundial, una sola raza humana, una sola religión y… por supuesto, una economía globalizada.

De ahí que el principal enemigo para la UNESCO sea precisamente el principio de identidad de los pueblos y de las personas: quien tiene identidad, sabe que no es igual a otros, sino simplemente diferente. Hasta en sus menores gestos, UNESCO intenta desarraigar el patrimonio cultural de un pueblo para convertirlo en “patrimonio de la humanidad”. Los valores tradicionales de cada pueblo son los adversarios que más enconadamente combate la casta funcionarial de la UNESCO (basta leer El Correo de la UNESCO para advertir cuáles son sus objetivos y sus tomas de posición en cada momento). Las estructuras tradicionales de cada sociedad, en tanto que contribuyen a mantener la solidez de esa misma sociedad y su resistencia frente a las influencias del exterior, son malditas y se combate contra ellas con encono: La excusa de la libertad y la dignidad servirá para imponer “nuevas formas familiares” allí en donde las sociedades tenían a la familia tradicional como célula base de la sociedad. La música de Beethoven será puesta al mismo nivel que el tan-tan, la cultura clásica se comparará con la de cualquier pueblo en vías de extinción, la religión tradicional será anatemizada en beneficio de cualquier forma religiosa humanista y universalista o de la última superstición (y en ese sentido, las divagaciones religiosas de la New Age son ilustrativas). Los movimientos migratorios se estimularán en todas las direcciones, a pesar de que el más masivo sea siempre de sur a norte y de este a oeste, es decir en dirección a Europa, acaso porque Europa ha demostrado en los últimos 2000 años ser la cabeza y el faro de la civilización.

El hecho de que el marxismo haya caído y que la izquierda progresista se haya quedado sin método de análisis de la realidad, ha favorecido el que los ideales humanistas-universalistas han sido transferidos preferentemente a la izquierda del panorama político. Un personaje como José Luis Rodríguez Zapatero puede ser considerado como exponente de esta corriente surgida de un vacío ideológico que la izquierda ha rellenado sustituyendo los textos de Marx y los principios del socialismo histórico por un programa de “ingeniería social”, “mestizaje” y “reforma de las costumbres” cuyos puntos y cuya retórica parecían reproducir al pie de la letra los editoriales de cada mes de El Correo de la UNESCO.

Mientras las ONGs actúan entre los damnificados por la globalización en las zonas del antiguo Tercer Mundo, en la enseñanza y en las seudo-élites culturales del primer mundo, ganan espacio las consideraciones humanistas-universalistas emanadas por la UNESCO. El resultado global es el esperado: la miseria, lejos de detenerse entre los damnificados de la globalización de esas zonas, ni siquiera queda paliada, pero las conciencias quedan a salvo porque en el primer mundo, precisamente en las escuelas públicas a las que asisten los damnificados de la globalización, se difunden unas concepción educativas finalistas en lugar de instrumentales: pacifismo, solidaridad, igualdad, etc, en lugar de autodisciplina, esfuerzo, sacrificio y todo aquello que hace a las sociedades duras y resistentes a las crisis.


El resultado final que evidencia esta arista es que la miseria social y cultural crece entre los damnificados por la globalización y la doctrinas tranquilizadoras humanistas-universalistas que causan furor entre la izquierda progresista europea, apenas tienen efecto y logran impregnar a las élites dirigentes de los actores geopolíticos secundarios que no se apartan de su proyecto: convertirse en potenciales regionales. Solamente Europa, al creer en tales valores se va debilitando poco a poco y perdiendo sus raíces.