5ª Arista
Damnificados de la globalización con recursos energéticos y
progreso científico
Los azares del destino y de la
distribución de los hidrocarburos han hecho que sea precisamente en países
subdesarrollados en donde han aparecido las grandes bolsas de petróleo en los
últimos veinte años. La previsión de escasez de petróleo para las próximas
décadas ha convertido a estos países en objetivos de los actores geopolíticos
tradicionales, especialmente de los EEUU cuyos yacimientos sobre territorio
norteamericano pertenecen ya al cine de los años 50-60 y que, en la actualidad,
es el gran importador mundial de petróleo. Los EEUU se han preocupado
especialmente de redirigir hacia sus mercados los hidrocarburos procedentes del
Golfo de Guinea y del Caribe y mediante las intervenciones frustradas en Irak y
Afganistán han pretendido asegurarse el suministro petrolero del Golfo Pérsico
(demasiado próximo geográficamente a la zona de influencia rusa como para que
no tratar de estar presente militarmente).
Los EEUU y los consorcios
petroleros que tienen allí sus sedes sociales han conseguido convertir lo que
en principio era una riqueza para un país (el hallazgo de recursos
energéticos), en una verdadera maldición. Eso se evidencia en uno de los
aspectos de esta arista que une a los damnificados de la globalización con los
recursos energéticos.
En efecto, las fuentes de
energía, fatalmente distribuidos, ya fueron objeto de cuatro guerras entre
Alemania y Francia en los siglos XIX y XX: un país poseía carbón, pero no
hierro y el otro hierro, pero no carbón, así que la lucha por la posesión de
Alsacia y Lorena centró 150 años de conflictos. Hoy, lo esencial de las
reservas petrolíferas se encuentra en países con débiles democracias o
simplemente en dictaduras tercermundistas. Los grandes beneficios que se esconden
en su subsuelo han generado una ficción estadística del que Guinea Ecuatorial
–“nuestra” Guinea- sea el paradigma: en apenas 10 años, Guinea pasó de las
profundidades del PIB del continente africano, a uno de los primeros puestos.
Sin embargo, la población sigue en la miseria. Ellos son los damnificados de la
globalización. No así la élite dirigente que se agrupa en torno al clan de los
Obiang y que absorbe los beneficios de la industria petrolera. En Nigeria
ocurre algo similar: élites dirigentes enriquecidas, población dejada de la
mano de Dios. Allí donde ha aparecido petróleo, se ha recortado, o simplemente
ha desaparecido, cualquier sombra de libertades políticas y sin esperanzas de
que algún día se puedan recuperar. La situación de los países del Golfo de
Guinea es cada día más caótica, mientras que sus élites políticas dedican todo
su tiempo a pensar dónde está más seguro el producto de su rapacidad, cómo
gastárselo de la manera más escandalosa y como saquear más y más a sus pueblos.
En todos estos países se
producen los mismos fenómenos: aumenta el PIB, pero no la riqueza de la
población y la renta per cápita apenas experimenta leves subidas; se producen
procesos de degradación y empobrecimiento de la sociedad; los regímenes
políticos se anquilosan y restringen las libertades y los derechos sociales
haciendo de su propia supervivencia el eje de sus políticas dictatoriales. En
esto, por supuesto, cuentan con el apoyo de quienes detentan la propiedad
efectiva de los recursos energéticos: las corporaciones petroleras y su punta
de lanza, los marines de los EEUU y las oficinas del Departamento de Estado en
el exterior, verdaderas centrales de control político que pasan por asépticas
embajadas.
Pero las cosas no van mejor en
el antiguo Primer Mundo en donde cada vez sectores más amplios de la población
se incorporan al pelotón de damnificados de la globalización. En efecto, uno de
los ejes por los que discurre la investigación científica son las llamadas
“ciencias de la salud”. En África ha mejorado sensiblemente la situación
sanitaria descendiendo las tasas de mortalidad infantil, las enfermedades
endémicas y las epidemias siguen avanzando sin que ni los gobiernos, ni las
empresas farmacéuticas, hagan gran cosa por paliar una situación que apenas
sirve de otra cosa para que las ONGs las utilicen como excusas para seguir
existiendo. Al margen de esto, en África los avances de las “ciencias de la
salud” apenas han surtido efectos perceptibles para el grueso de la población y
lo que ha ocurrido allí se reproducirá también en los próximos años en el
antiguo Primer Mundo.
En efecto, el negocio que los
grandes consorcios de financieros se desarrolla en un doble frente: de un lado
comprar propiedades y tierras en el Tercer Mundo esencialmente y de otro la
inversión en la investigación en el terreno de las “ciencias de la salud”. La
nanotecnología, la criogenia y las terapias genéticas (NCT) son, como ya hemos
dicho, los ejes de la investigación científica en esta primera mitad del siglo
XX y de ahí el interés en la privatización de la sanidad que impone el
neo-capitalismo desde las cúpulas de la alta finanza y los fondos de inversión.
Porque, en el futuro, la sanidad “social” cubrirá tan solo prestaciones
básicas, nada en comparación de lo que podrá obtenerse mediante la combinación
de las terapias NTC y que solamente estará al alcance de quien pueda pagarlas.
La mayor parte de la población
se acogerá a una sanidad pública cada
vez más limitada en sus prestaciones e incluso más problemática en sus logros mediante
medicamentos de los que no se puede estar seguro de si curan unas enfermedades
para suscitar otras y que suponen una prolongación de la medicina del siglo XX
en el XXI. Los damnificados de la globalización en el antiguo Primer Mundo
verán como cada vez tienen menos acceso a los tratamientos realmente eficaces y
de vanguardia.
El corolario del encuentro
entre estas dos caras del mundo cúbico en esta arista implica que si hasta
ahora lo que han ido aumentando han sido las desigualdades sociales, a partir
de ahora lo que irá en aumento serán las desigualdades en esperanza de vida,
que se ocultarán mediante el recurso a las consabidas mentiras estadísticas,
pero que ocultarán el hecho esencial: a saber, que la esperanza de vida entre
los beneficiarios de la globalización y los damnificados de la globalización,
gracias al progreso científica al que se pondrá precio, generará una mayor
esperanza de vida en los primeros y una disminución de la misma entre los
segundos. Y a ello contribuirá otro fenómeno que tiene mucho que ver con todo
esto: la alimentación.
En la alimentación y en sus
avances se percibirá perfectamente la diferencia entre damnificados y
beneficiarios de la globalización. A los primeros se les ofrecerán alimentos
procedentes de semillas genéticamente modificadas, con cualidades nutricionales
disminuidas, riesgos alimentarios poco contrastados y repletos de conservantes
en circulación pero con sospechas de no ser completamente inocuos. A los
segundos, en cambio, tendrán alimentos de calidad cultivados especialmente para
mercados de calidad a cuyos clientes no les importará pagar precios elevados a
cambio de la seguridad de que tales alimentos poseen cualidades nutricionales.
Parte de los alimentos procederá de zonas “conflictivas” del planeta en donde
la falta de condiciones higiénicas, la climatología y la falta de escrúpulos de
los cultivadores y criadores y de los intermediarios, correrá el riesgo de
generar chispazos epidémicos con frecuencia cada vez menor y gravedad
creciente. El riesgo de esta situación es que el flujo de tales alimentos de
masas, generados en países del antiguo Tercer Mundo y consumidos entre las
masas de damnificados de la globalización de medio mundo, puede verse
interrumpido bruscamente por la aparición de epidemias que interrumpan la
circulación de mercancías, generando hambrunas y situaciones de crisis
alimentarias mundiales.
El poder y el peso de las
industrias químicas harán imposible la denuncia de los perjuicios, directos e
indirectos que puedan ocasionar, sea reconocido públicamente a fin de evitar
perjuicios en la cotización de las acciones de tales consorcios. De hecho, esta
situación ya se conoce en la actualidad y es presumiblemente responsable del
aumento de determinados tipos de enfermedades. Y nada se hace, precisamente por
no causar problemas a gigantescas corporaciones que pueden hundir a gobiernos o
despojar de publicidad a medios de comunicación que viven de ellos. Lo que se
avecina no será nada más que la prolongación extrema de lo ya conocido.
Pero siempre es posible que
aparezcan en esta arista puntos, no solamente de confluencia, sino de tensión.
Es por eso por lo que, para atenuar las posibles situaciones de crisis que
pueden aparecer y que cristalizarían en la toma de conciencia de los damnificados
de la globalización sobre su situación de “prescindibilidad”, que la cúspide
del poder mundial, desde mediados de los años 70, ha habilitado amortiguadores.
El gran amortiguador es el “entertaintment”. Y surte efectos.
Cuanto más damnificados por la
globalización se concentran en determinadas zonas del planeta, más accesibles
son los medios de distracción y entretenimiento. Los arrabales de Lagos,
capital de Nigeria, una de las mayores acumulaciones chabolistas de la
modernidad poblados por millones de menesterosos, así como las favelas
brasileñas, los poblados andinos, los cinturones de miseria que rodean a las
ciudades magrebíes, en todas ellas, la característica común es albergar dentro
de las miserables viviendas una especie de altar sacrosanto sobre el que se
sitúa un moderno monitor de TV de plasma. Una antena o una parabólica,
inestable y agarrada pobremente a las paredes de la chabola, trae a ese
miserable hogar las películas, las series y los programas de moda de todo el
mundo. En la mayoría de los casos, en esas viviendas apenas existe un jergón y
poco más. El tiempo transcurre rápidamente entre series de televisión,
películas de largometraje, documentales sobre los escaparates de consumo del
Primer Mundo (es así como se generan las riadas migratorias de Sur a Norte),
eventos deportivos… y es así, en definitiva, como se engaña al hambre y a la
miseria, sustituyéndolas por la alienación del televidente pasivo y la
excitación de la fantasía. Las diversas técnicas del entertaintment de masas son, hoy por hoy, la gran droga para los
damnificados por la globalización. En los antiguos países del Primer Mundo,
esos mismos damnificados, además, reciben los subsidios justos como para que el
tiempo que no están delante del monitor de plasma, lo utilicen adquiriendo
drogas sedantes a buen precio.
El círculo, así, queda
completamente cerrado: los damnificados por la globalización se convierten por
obra y gracia de estas técnicas en un sostén pasivo del Nuevo Orden Mundial,
cuando, en realidad, la lógica de su situación y su posición en el conjunto del
mecanismo, debería ser de revuelta activa.
6ª Arista
Damnificados de la globalización con neodelincuencia
La respuesta de los grupos
sociales damnificados por la globalización no tiene la misma respuesta ante la
neodelincuencia. En algunos casos se limitan a sufrirla en silencio y mendigar
las ayudas del Estado o de las ONGs, en otros casos siguen la vía de la
protesta activa, pero también en un número cada vez más creciente, tienden a
converger con esta otra cara del cubo propia de la neodelincuencia. Esta cara,
por su parte, tiene un comportamiento particular: mientras se está más próxima
a la otra arista, la que la une a los intereses de las élites dominantes y de
los beneficiarios de la globalización, estamos ante la gran delincuencia una
parte de la cual realiza sus actividades con “guante blanco”, tratándose en
general de una delincuencia que influye internacionalmente por la dimensión de
sus actividades y lo innovado de sus métodos que incluyen ingeniería
financiera, diseño e investigación sobre nuevos productos; sin embargo, a
medida que dentro de esta cara nos aproximamos a la otra arista, la que la une
con los damnificados de la globalización, se tiende a una delincuencia más
clásica, de menor nivel cualitativo, pero de mucha más envergadura
cuantitativa. Porque, en determinados casos, no estamos solamente hablando de
actividad mafiosa que controla determinados negocios ilegales en zonas
geográficas muy concretas, sino que llegan a pactar con los beneficiarios de la
globalización el control incluso de determinados Estados. El caso de Kosovo es
paradigmático e indica una línea de tendencia.
Como se sabe, el núcleo central
de la UÇK, el Ejército de Liberación de Kosovo, no era otro que bandas de
delincuentes de poco calado, que fueron federadas y entrenadas por la CIA para
transformarse en punta de lanza de la política norteamericana en la antiguo
Yugoslavia, en su desmembramiento y en la creación de una “zona islámica” en los
Balcanes que uniera la Tracia tuca con la Albania adriática en lo que se ha
llamado “el corredor turco de los Balcanes”. En esta zona termina la antigua
“ruta de la seda” convertida hoy en el canal a través del cual la heroína
surgida de la transformación de las adormideras afganas llega hasta Europa. Es
evidente que la política de los EEUU en relación a Europa no ha variado desde
la Segunda Guerra Mundial y consiste simplemente en seguir contando con Europa
como aliada, pero con una Europa debilitada. La droga debilita y destruye a las
nuevas generaciones. Por esto mismo, Marruecos, primer productor y exportador
mundial de haschisch (y el único país del mundo en el que el cultivo de esta
droga en el valle del Rif se acoge a un estatuto legal, un fuero concedido por
Mohamed V a sus habitantes), no figura sin embargo en la lista de países
exportadores de drogas elaborada por el Departamento de Estado norteamericano.
En efecto, también en este caso, en los EEUU se sabe perfectamente que los
consumidores del 85% de esa producción rifeña, va a parar a Europa.
En el caso de Kosovo, una vez
concluida la etapa crítica que coincidió con los bombardeos de la OTAN sobre
Serbia ordenados por el Presidente Clinton, simplemente, una vez declarada la
independencia, se entregó a los antiguos miembros de la UÇK la administración
del territorio. Estamos hablando de un “Estado fallido” creado en el corazón de
los Balcanes con dinero norteamericano y entregado para su gestión a una banda
mafiosa de delincuentes clásicos. En el espacio que medió entre los bombardeos
de Kosovo y la creación de la UÇK y la declaración unilateral de independencia,
en toda Europa, y particularmente en España, actuaron bandas de delincuentes
procedentes de la UÇK, organizados militarmente y especializados en robos a
polígonos industriales, en un modelo de delincuencia inédito en Europa y que
afectó particularmente a España. Pero el caso de Kosovo no es único.
Lo que se confluye en esta
arista es una delincuencia de bajo nivel que sigue practican las actividades
clásicas: tráfico de drogas a escala pequeña y media, prostitución, racket de
protección y distintas formas de extorsión y formas de delincuencia de baja
cota que solamente merecen mencionarse en un estudio como éste porque su
aparente banalidad se agrava visiblemente al tratarse de fenómenos de masas. En
efecto, cada vez son sectores más amplios de las poblaciones damnificadas por
la globalización, especialmente en el antiguo Tercer Mundo, las que se suman a
estas actividades.
En algunos casos la actividad
de estas mafias logra cristalizar en importantes bandas que ponen en jaque a
gobiernos enteros y terminan controlando zonas de países concretos: ocurrió en
Colombia (en donde todavía determinadas zonas del país siguen controladas por
los “narcos” y la droga transportada es custodiada por las guerrillas
izquierdistas que han reducido prácticamente sus actividades armadas al
transporte de cargamentos de droga de un lado a otro del país; ocurrió antes en
el curso de los años 80 y principios de los
90 en Perú cuando, a partir del foco inicial de Ayacucho, la guerrilla
marxista-leninista de Sendero Luminoso, obtuvo el control de zonas del país en
las que impuso su ley que incluía el cobro de peaje a los narcos y adelantar
dinero a los agricultores para financiar los cultivos de cocaína, cobrando un
porcentaje a los narcotraficantes por el procesado de la misma. La gravedad de
la situación en determinados Estados de Méjico hace que este mismo proceso de
reproduzca ahora allí. Así mismo, en Brasil, la vida en algunas favelas
solamente es posible gracias a grupos mafiosos.
En países como Marruecos existe
una vinculación directa entre sectores del Majzén (el equivalente a la “corte”)
y productores de haschisch. Ni el cultivo sería posible sin el respeto de
Mohamed VI al fuero otorgado por su abuelo, ni podría exportarse de no ser por
que sectores vinculados, directa e íntimamente a la cúspide del poder, lo
permiten. Aquí y en otros países africanos resulta muy difícil saber dónde
termina la pequeña delincuencia y donde empiezan los grandes intereses
económicos y políticos. De ahí que la cara del cubo en la que está presente la
neodelincuencia no sea, como hemos dicho, homogénea.
En toda África y en zonas de
Asia es, así mismo, muy difícil establecer si funcionarios de la administración
actúan en tanto que tales o como elementos que practican extorsiones mafiosas.
A la vista de que las cúpulas de estos países realizan ante los ojos de todos
actividades delictivas y practican métodos ilegales de enriquecimiento, las
poblaciones perciben que cualquier procedimiento para sobrevivir es moralmente
admisible (idea que, por lo demás, también está ganando espacio entre sectores
europeos en situación de pobreza extrema y sin perspectivas laborales de ningún
tipo a largo plazo). Los gobiernos cada vez tienen menos legitimidad moral para
combatir la delincuencia en la medida en que ellos mismos albergan altos
niveles de corrupción.
Para colmo se une otro
problema: la inmigración masiva que recorre el camino hasta el antiguo Primer
Mundo. Sobre esta cabe establecer un axioma de fácil comprobación que vulnera
lo políticamente correcto: si bien es cierto que la inmensa mayoría de
inmigrantes que llegan a Europa lo hacen con la intención de trabajar, no es
menos cierto que la inmensa mayoría de episodios de delincuencia protagonizados
en Europa lo son por gentes procedentes del Tercer mundo. Este tipo de
actividades retroalimenta el racismo y la xenofobia. Aquel que es atracado por
un marroquí, la mujer violada por un africano, la familia saqueada en su hogar
por un colombiano, etc, tienden, ellos, sus familiares, sus amigos, sus
vecinos, a culpabilizar no al delincuente concreto sino a la comunidad y a la
raza a la que pertenece.
En países como España en donde,
sin necesidad, bruscamente, en menos de 15 años llegaron 8.000.000 de
inmigrantes, vulnerando todos los principios de prudencia y mesura, este
problema es particularmente grave a la vista de que ya 2.500.000 de estos
antiguos inmigrantes son hoy ya ciudadanos a los que se les ah concedido
nacionalidad española… La gran paradoja estriba en que llegaron millones de
inmigrantes para alimentar la burbuja inmobiliaria y el espejismo de
crecimiento del PIB bajo los mandatos de Zapatero y Aznar (que, lejos de hacer
algo para impedir el fenómeno, lo estimularon, lo ensalzaron y cerraron los
ojos ante los evidentes problemas que acarrearía a la vista de su baja o nula
cualificación profesional) y, al mismo tiempo, especialmente a partir de la
crisis de la deuda (2010) empezaron a “huir” literalmente de España, miles y
miles de jóvenes salidos de las universidades, perfectamente preparados pero en
absoluto dispuestos a ejercer como becarios durante años para luego poder
elegir entre la cola del paro o el mileurismo.
En una situación de crisis
prolongada y sin perspectivas de salida ni a medio ni a largo plazo, es
evidente que legiones de inmigrantes se enfrentan a una disyuntiva: han llegado
a Europa huyendo de la miseria de sus países de origen y lo han hecho engañados
por los escaparates de consumo y por lo que han visto a través de los
televisores y las antenas parabólicas, únicos bienes que poseían en sus países
de origen. Pero en Europa hay poco trabajo y el que hay está mal pagado. Por
otra parte, el coste de la vida es alto. Muchos de ellos ni siquiera pueden
enviar 100 ó 200 euros a sus países de origen, verdaderas fortunas que permiten
vivir desahogadamente unas semanas. Los subsidios públicos también son escasos
y las únicas posibilidades que se les ofrecen son el trabajo negro o la
delincuencia. Es imposible establecer los porcentajes de quienes optan por lo
uno y por lo otro a la vista de que las estadísticas elaboradas por los
ministerios del interior tienen solamente como objetivos tranquilizar a las
poblaciones, negar la realidad y no generar alarma social.
El hecho incontrovertible en
cualquier caso es que un sector de la inmigración –entendiendo que la
inmigración del Tercer Mundo hacia el Primero está formada íntegramente por
damnificados de la globalización- practica actividades delictivas en los países
de acogida. A esto hay que añadir la situación de aquellos otros antiguos
inmigrantes ya nacionalizados que se ven discriminados por pertenecer a grupos
sociales algunos de cuyos miembros están caracterizados por practicar
determinados tráficos ilícitos o formas de delincuencia (drogas, extorsión,
prostitución, violación) que han terminado caracterizando tópicamente a todo el
colectivo inmigrante. La situación de estos grupos es particularmente difícil
especialmente en lo que se refiere a la segunda y tercera generación: los
padres llegaron a Europa con ánimo de trabajar, habitualmente consiguieron
beneficiarse de los años de “vacas gordas”, pero no lograron amasar fortunas
(en el neocapitalismo y en la globalización, trabajar es el camino más directo
para sobrevivir, pero en absoluto para enriquecerse). Su situación era similar
a la del antiguo proletariado europeo, pero con una diferencia: si éste tenía
“conciencia de clase”, el proletariado inmigrante tenía raíces, tradiciones,
cultura, religión, conciencia de sus orígenes… algo de lo que carecen sus hijos
y nietos a los que solamente les ha tocado vivir el período de las vacas flacas
y que no se sienten ni europeos ni africanos, sino simplemente seres
desarraigados.
La reacción de estos grupos
sociales en Francia (motines de noviembre de 2005), Inglaterra (incidentes en
los suburbios industriales de 2009), disturbios en Suecia (2013), han sido
protagonizados por esos hijos y nietos de aquellos primeros inmigrantes que hoy
ya no tienen ni identidad ni perspectivas económicas y sociales. De aquí ha
surgido otro modelo de delincuencia que ha aparecido brutalmente desde mediados
de los años 80 en Francia instalada en lo que, eufemísticamente, se ha llamado
“zonas de non droit” y aún más parabólicamente “zonas particularmente
sensibles”: en estas zonas el Estado republicano ha desaparecido, la
administración no ejerce, ni la enseñanza, ni la recaudación fiscal, ni los
derechos de las mujeres o de los menores, ni siquiera la policía se atreve a
entrar si no es dispuestos para una incursión militar.
Lo que tenemos en esta arista
es un factor de podredumbre social absolutamente insuperable que se va
extendiendo como una mancha de aceite y que, poco a poco, va ganando espacios
para su control. Los mecanismos de lucha contra la delincuencia establecidos
por las torpes legislaciones de los países del Primer Mundo no están en
condiciones de combatir a esta delincuencia. Para hacerlo hace falta descender
a su mismo territorio y practicar su virulencia. Eso o la derrota es lo que
aguarda al final del camino.
7ª Arista
Damnificados de la globalización con actores geopolíticos
tradicionales
Si hubiera que definir lo que
se encuentra en esta arista que marca la confluencia de las dos caras del cubo
que representan a los actores geopolíticos tradicionales con los damnificados
de la globalización, diríamos que ahí están las clases medias del Primer mundo,
literalmente machacadas y en vías de desaparición por la acción doble de la
globalización y de la rapacidad impositiva y la cobardía de sus gobiernos.
Hablamos de cobardía porque la característica común a todos los gobiernos del
antiguo Primer Mundo consiste en ceder a las presiones del gran capital, de
otra manera no se entiende esa tendencia que les caracteriza de gravar de
manera creciente las rentas procedentes del trabajo y disminuir la presión
sobre las rentas procedentes del capital, habitual en todos los gobiernos desde
principios de los años 80. Esto ha generado una merma creciente en la capacidad
adquisitiva de las clases medias, precipitando un nuevo modelo social que se
está imponiendo en todo el antiguo Primer Mundo y en buena medida en Rusia.
En el Primer Mundo, la llamada “sociedad
de los tres tercios” puede darse por irreversible. Se empezó a hablar de este
modelo social hacia finales de los años 80 y principios de los 90. Esta
sociedad está compuesta por un primer tercio, compuesto por aquel sector de la población
que tiene medios económicos, trabajo, cotiza a la seguridad social y no tiene
grandes problemas para llegar a fin de mes, son pequeños empresarios,
autónomos, profesionales, trabajadores con contrato fijo. Por debajo de este
grupo socio-económico se encuentra otro tercio que vive instalado en la
provisionalidad. Dispone este segundo tercio de trabajo esporádico, estacional
o simplemente vive con el riesgo permanente de no encontrar otro trabajo en cuando
termine el contrato que acaba de firmar. Con frecuencia tienen que recurrir a
las ventanillas del INEM y vivir de subsidios. Carecen por completo de
capacidad de ahorro y tienen dificultades para llegar a fin de mes. Finalmente,
un tercer tercio vive en plena precariedad, carecen de trabajo y de la posibilidad de obtenerlo en un futuro a
la vista de su baja cualificación profesional. Están completamente subsidiados
por el Estado y ayudados por las ONGs. Fuera de esto, apenas disponen de medios
de subsistencia, ocasionalmente alimentan algún circuito de trabajo negro, pero
de escasa rentabilidad. Su vida va desarrollándose sin esperanzas de salir de
la miseria y habituándose a la caridad pública. Este mismo modelo social se ha
ido implantando en el antiguo Segundo Mundo y, concretamente, en Rusia, con
alguna pequeña variante cuantitativa en relación a lo que se ha producido en
Europa y en EEUU.
Sin embargo, esta sociedad de
los tres tercios es más teórico que real a la vista de las diferencias de
capacidad adquisitiva que se da especialmente en el interior del “primer tercio”:
la situación no es la misma para el heredero de una dinastía económica que para
un profesional autónomo. En efecto, el primero tiene solamente necesidad de
trabajar para aumentar su fortuna; si no lo hiciera dejaría de ingresar, pero
por elevado que fuera su tren de vida, jamás agotaría sus recursos, simplemente
éstos dejarían de aumentar. Sin embargo, un autónomo que se dedique a cualquier
actividad profesional, seguramente se quedaría sin recursos si en un momento
dado y por las circunstancia que fuera abandonara su trabajo. Por otra parte,
las diferencias entre el “segundo tercio” son también notables: un joven recién
licenciado que no quiera eternizarse en la precariedad y el mileurismo, siempre
puede instalarse en el extranjero y buscar trabajo en escenarios económicos más
favorables. No así un empleado que haya superado los 40 años y cuyas
posibilidades de emigrar son más limitadas. Para este sector social, cada día
que pasa supone una mayor posibilidad de no poder recuperar un empleo en caso
de perderlo o a la finalización de su contrato temporal.
Así pues, la sociedad de los
tres tercios dista mucho de ser real. Es, simplemente, un modelo que surgió
justo en los momentos en los que se derribaba el Muro de Berlín, y la teoría
del “fin de la historia” parecía augurar un futuro tranquilo para todos:
incluso los miembros del “tercer tercio” dispondrían de sanidad y educación
gratuitas y se esperaba que en breve, el mero hecho de ser ciudadano en una
nación concreta, ya garantizaría la percepción de un “salario social” que, como
mínimo, aseguraría permanentemente la supervivencia. Hoy, tales esperanzas y
posibilidades han disminuido: los damnificados de la globalización, incluso en
Europa y en los EEUU, van viendo como su capacidad adquisitiva remite
continuamente, los precios se alzan muy por encima de unas ayudas sociales que
siempre crecen por debajo de la inflación y del coste de la vida, los servicio
gratuitos tienden alarmantemente a bajar de calidad y la sanidad pública se
empequeñece cada vez más, las ayudas de las ONGs son limitadas y cada vez
distan más de resolver los problemas de supervivencia. En los colegios, los
profesores empiezan a percibir la presencia de niños con problemas de
nutrición. Sin olvidar que, en general, la relajación del sistema de enseñanza
(y su quiebra absoluta en países como España) genera el que los grupos sociales
más desfavorecidos no puedan recibir siquiera una educación básica, no sólo
técnico-humanística, sino ni siquiera rudimentos de eso que en otro tiempo se
llamó “urbanidad”.
En realidad, el concepto de “sociedad
de los tres tercios” es un concepto anticuado que ya no se adapta a este
momento de la modernidad. Ese modelo interpretativo de la sociedad implica
trabajar en dos dimensiones, muy poco para insertar las distintas variables que
aparecen en nuestro tiempo. En realidad, la situación es mucho más dramática
del esquema, hasta cierto punto optimista que nos presenta la teoría de los “tres
tercios”. Hay que aludir, por ejemplo, a las diferencias cuantitativas y
cuantitativas que se producen especialmente en el primer tercio: su número va
disminuyendo con el paso del tiempo y tiende a reducirse a miembros de las
dinastías económicas (sea cual se su procedencia, si bien cada vez tiende a ser
más dominante la presencia de individuos vinculados a negocios especulativos,
en detrimento de los dedicados a la actividad industrial) cuya capacidad
adquisitiva y acumulación de capital hace imposible que puedan ser comparados
con las propias de profesionales liberales de éxito. Sin olvidar que técnicos,
científicos, gestores, pequeños y medianos, aun manteniendo buenos niveles
salariales, están muy distanciados del otro sector.
Estos sectores están más
próximos al segundo tercio e la sociedad que a la cúspide del primero. En
general, el proceso que se produce en los países que hasta ahora han sido
actores tradicionales de la globalización (EEUU, Europa y Rusia) es una tendencia
muy acusada el que sean precisamente los sectores profesionales, los grupos
sociales que dependen de un salario y que están regularizados con Hacienda y
con la Seguridad Social, los que sufran más presión por parte de la Hacienda
Pública de tal manera que son ellos quienes soportar a lo que es un sector
creciente: el antiguo tercer tercio de la sociedad que no deja de crecer, pero
que es mantenido, no tanto por los señores de la ingeniería financiera
especializados en el dribling a la
fiscalidad y menos presionados que las clases medias.
Porque el rasgo más acusado que
se produce en esta arista formada por los damnificados de la globalización en
los actores geopolíticos tradicionales es el fenómeno de empobrecimiento
general de la sociedad y de compresión de las clases medias. Es sobre estos
grupos sociales sobre los que recae el peso de mantener al grupo social más
desfavorecido.
El rasgo psicológico que se
extiende por estos sectores es el miedo a la proletarización o incluso al
empobrecimiento que implicaría perder el puesto de trabajo y ver reducidos sus
ingresos. El miedo al futuro se ha convertido en el denominador común de los
damnificados por la globalización en los actores geopolíticos tradicionales. A
diferencia de en el Tercer Mundo en donde difícilmente se puede experimentar en
toda su magnitud una sensación de miedo por perder una situación que jamás se
ha tenido y que se limita a mera sensación de privación, en Europa y EEUU, la
pauperización o la proletarización son un fantasma muy real que está presente
en cada esquina, especialmente en las clases medias. A ellas accedieron en los
años 70-90, sectores del proletariado que habían logrado mediante el ahorro y
el esfuerzo acceder al status de la burguesía media, abandonando su grupo de
origen (el gran error de Marx fue concebir la “conciencia de clase” del
proletariado como algo real y perdurable, cuando la única voluntad del proletariado
era, justamente, dejar de serlo).
Ese miedo, paradójicamente, no
viene acompañado de otro rasgo psicológico muy acusado: el odio contra quienes
han generado esta situación. En realidad, no es odio, sino apatía lo que
suscita el miedo como su contrapartida. Las clases medias, que en otro tiempo
siempre han generado revoluciones (incluso la revolución rusa fue el producto
de una reacción y de unas teorías que, aún hablando del proletariado, se habían
gestado en realidad entre élites intelectuales procedentes de las clases
medias) y que, a fin de cuentas, son las que, por su particular posición en el
conjunto social, tienden a la reflexión, a la meditación y, por tanto, a la
elaboración de ideas y a llevarlas a su práctica, en esta nueva fase histórica,
han renunciado a su actitud histórica: el miedo es tal que cualquier forma de
oposición a lo considerado como “políticamente correcto” por parte del sistema
económico y de valores, podría ser considerado como una revuelta y hacerles
perder todavía más rápidamente su posición. Es interesante estudiar cómo ha
sido posible el amputar en las clases medias el afán de revuelta, nacido del
odio emanado por la convicción de quiénes son y dónde están los responsables de
la actual ordenación caótica del mundo.
El sistema ha tenido éxito en
suscitar otro valor que habitualmente ha estado siempre presente en dosis
variables en la persona humana. La esperanza. Si nos mantenemos en pié y nos
recuperados de tal o cual golpe del destino es porque tenemos esperanza. El
mito clásico cuenta que en la caja de Pandora, cuando ésta la abrió liberando
todos los horrores del universo, en el fondo de la misma sólo quedó la
esperanza. Así pues, la esperanza siempre ha sido una característica que ha
acompañado a lo humano y le ha ayudado a reponerse en horas bajas. La
diferencia consiste en que en la actualidad y mientras persista la ordenación
irracional del mundo globalizado, no hay lugar para la esperanza y ésta pasa a
ser patrimonio de la irracionalidad. La única esperanza sería la depositada en
el afán de revuelta. Toda revuelta surge del odio. El odio como el amor, son
las dos grandes fuerzas que mueven lo humano: el primero genera rechazo, el
segundo afinidad. On instintos. La esperanza, en cambio, es una actitud mental
propia de quien cree que, antes o después, su situación mejorará.
La civilización judeo-cristiana
es, en definitiva, la civilización de la esperanza y seguramente no es por
casualidad que las áreas de implantación de esa civilización coincidan
mayoritariamente con los actores geopolíticos tradicionales. En este tipo de
civilización se tiene esperanza en que
Dios perdone los pecados, esperanza en que haya otra vida después de la muerte,
esperanza en la resurrección de los muertos, esperanza en la segunda venida de
Cristo, esperanza que apela a un elemento emotivo y sentimental, la fe, algo
situado fuera de la razón lógica, pero también fuera del instinto. Patrimonio
de un sistema de creencias que hoy favorece y encarrila automáticamente la
creencia en que, antes o después, las cosas mejorarán, en que no hay que perder
las esperanzas y, por tanto, no hay que buscar soluciones extremas, simplemente
se trata de… esperar.
Los gobiernos de todos los
países occidentales en lo más negro de la crisis han desarrollado técnicas para
suscitar la esperanza en el futuro. En España, sin duda, el maestro de esta
técnica ha sido José Luis Rodríguez Zapatero, cuya gestión al frente de los primeros
casi cuatro años de crisis económicas en que se encontró España, fue
absolutamente mediocre y completamente nefasta. Pero, Zapatero evitó el
estallido social, recurriendo a suscitar la esperanza. Su sucesor, Mariano
Rajoy ha hecho otro tanto. Gracias a ellos hemos oído hablar de “brotes verdes”,
“recuperación para el año próximo” y “sacrificios hoy para solucionar los
problemas del mañana”… Pero a poco que se medite sobre estas propuestas se
percibe con claridad que son falsas, ficticias, que no se apoyan en hechos
reales ni en análisis correctos, simplemente son declaraciones de intenciones
realizadas con el fin de aplazar al máximo los estallidos sociales. Si mañana
progresaremos de nuevo, si tendremos trabajo, si todo marchará mucho mejor…
¿para qué comprometerse con actitudes conflictivas? ¿Para qué probar aventuras,
aunque solamente sean intelectuales, si la modernidad funcionará bien mañana y
la crisis de hoy es un simple desajuste que puede ser corregido sin grandes
reformas y, por supuesto, sin el marasmo que implica una revolución? Así pues, mejor
esperar con esperanza…
Para conjurar el potencial de
revuelta de las clases medias en Europa y en los EEUU se recurre, como ya hemos
visto a otras técnicas de entertaintment, una actividad que cada vez parece más
accesible: los cruceros hoy ya no son, como los vuelos en avión, algo
glamuroso, privativo de las clases más acomodadas, son formas de ocio de masas,
a precio más asequibles. De hecho, en España, el gran hallazgo del modelo
económico creado por José María Aznar consistía en conjugar el estancamiento
salarial y las alzas en los precios de la vivienda y del ocio, con un acceso
fácil al crédito. A cualquier ciudadano que dispusiera de una nómina se le
concedía un crédito pagadero a un año para que pudiera viajar al Caribe. Era la
forma de engañar a la realidad: “Puedo irme al Caribe de vacaciones, así pues
no me empobrezco”. De hecho esos mismos millones de personas que utilizaron
estos créditos rápidos y poco exigentes, comprendieron que, efectivamente, se
habían empobrecido cuando los bancos variaron las condiciones de los préstamos,
cuando estalló la burbuja inmobiliaria y se hundió el sector de la
construcción, cuando los salarios se estancaron con tendencia a la baja…
Entonces solamente quedaba suscitar la esperanza, para que esa esperanza
nublara la realidad e impidiera percibir la tragedia y el caos que constituyen
el elemento dominante para la inmensa mayoría de la población en este momento
histórico.
Esta arista registra un
crecimiento constante en los últimos años. El espejismo globalizador duró desde
1989 (caída del Muro de Berlín) hasta la entrada en el siglo XXI (los atentados
del 11-S de 2001). Lo que ocurrió entre ese momento y el inicio de la crisis
económica del verano de 2007, fueron casi seis años en los que la globalización
empezó a dar muestras de agotamiento. Fueron los años de formación de las
grandes burbujas, cayeron los mitos que habían nacido en 1989 (el fin de la
historia, la democracia como nuestro destino…). En 1989, la humanidad que tenía
conciencia de que estaba naciendo un nuevo período histórico, podía verse
arrastrada por un inusitado optimismo; la inercia de ese período podía haber
superado, como de hecho superó, por su inercia, el 11-S y lo que implicó, pero
el sentido común y la marcha de lo que ha sucedido desde entonces, hubiera
debido hacer que a partir del estallido de la crisis en 2007 y de su
persistencia en el momento que escribimos estas líneas, la globalización fuera
sometida a un minucioso análisis, especialmente por parte de élites
intelectuales que habrían dado un diagnóstico absolutamente crítico. Esto no ha
ocurrido. Los focos antiglobalizadores que han aparecido desde entonces (el movimiento
del 15-M en España) distan mucho de haber realizado ese análisis y no pasan de
ser meras reviviscencias de una extrema-izquierda que habiendo perdido el
marxismo como patrón de análisis, no ha estado en condiciones de reconstruir
otro modelo, entre otras cosas porque su reavivamiento se ha generado en capas
juveniles marginales.
Pero la omnipresencia de la
esperanza y la saturación de entertaintment, teniendo la ventaja de poder
contener la capacidad de odio de una sociedad (el odio puede ser positivo en
cuanto que es un factor de renovación), tienen el inconveniente de que no
pueden eternizarse en el tiempo. Si bien cada día aparecen nuevas tecnologías y
medios de entertaintment, no ocurre así con la esperanza: siempre, por
optimista e irracional que se sea, la esperanza tiene fecha de caducidad.
8ª Arista
Damnificados de la globalización con actores geopolíticos
emergentes
En los países emergentes la
característica sociológica principal es que el desarrollo económico se ha
iniciado sin que existiera una clase media potente. Esto ha impedido el que se
consolidaran democracias formales, más o menos estables. Salvo la India –en
donde, por lo demás, la corrupción, es omnipresente y supera a los estándares
occidentales– en el resto de lo que hemos llamado “actores emergentes” no se
perciben más que tenues rastros de democracia representativa. Y eso seguirá
así, mientras no exista una clase media potente tanto desde el punto de vista
cultural como desde el punto de vista político.
El argumento que sostiene que
la evolución del capitalismo en Europa se produjo en idénticas circunstancias,
es falso y mendaz. En principio, cuando el capitalismo irrumpió en Europa ya
existía una burguesía pujante derivada del poder gremial del Renacimiento y del
ejercicio del comercio durante generaciones. Además, tras este poder, existía
un poder cultural –la Ilustración primero, la masonería después– que se
convirtió en un verdadero laboratorio de ideas y proyectos. Cuando irrumpió el
capitalismo en Europa, lo hicieron también movimientos utopistas, carbonarios,
socialistas y comunistas utópicos, libertarios, que, frecuentemente, no estaban
solamente compuestos por miembros de las clases trabajadoras, sino que,
inicialmente, con mucha más frecuencia, correspondían a intelectuales, miembros
de la alta burguesía y de la burguesía media, que, frecuentemente, terminaron
siendo empresarios dotados de un sentido humanista. La imagen de las hilaturas
inglesas con niños trabajando 18 horas al día, constituyó solamente un momento
–por lo demás, muy puntual– del capitalismo inglés pre–victoriano, en absoluto
una constante. En muchos de los capitalistas de la primera revolución
industrial existía, o bien la influencia de la doctrina social de la Iglesia
(que condenaba a partir de las encíclicas de León XIII, la explotación, el
hacinamiento, el sobreesfuerzo, el trabajo de menores, la falta de coberturas
sociales) y el hecho de que muchos de estos capitalistas, estaban influidos por
ideas sociales de tipo progresista y defendieran ciertos parámetros de justicia
social. La existencia de “colonias industriales” en el último tercio del siglo
XIX y la primera mitad del XX, supuso que el empresario, no solamente daba
trabajo, sino que también aportaba seguridades de vivienda, enseñanza para los
hijos, economatos, etc. Por otra parte, hay que recordar que la oposición al
reconocimiento del sindicalismo fue más fuerte en los países anglosajones que
en la Europa continental.
Estos motivos hicieron que el
“arranque” del capitalismo en Europa –aun cuando no hay que olvidar las
situaciones de explotación, e incluso de sobreexplotación que se dieron en
algunos casos o, lo que es peor, de pistolerismo patronal frente a los brotes
de anarcosindicalismo y de pistolerismo obrero que también existieron– fuera
mucho más “sostenible” que el desarrollado en la actualidad en los países del
Tercer Mundo. En efecto, en estos países, por motivos históricos, no existe una
burguesía nacional digna de tal nombre. La clase media está casi por completo
ausente, o bien, como es el caso de Iberoamérica, las oscilaciones
político–económicas, la han, literalmente, desmantelado y reducido a la mínima
expresión, o bien han iniciado un proceso de proletarización del que ya no
pueden salir.
Junto a la práctica
inexistencia de clase media, en los actores geopolíticos emergentes encontramos
otro factor sorprendente y destacable: la polarización extrema de las rentas,
entre una minoría extremadamente rica a un lado y otra extremadamente pobre a
otro. Nosotros mismos percibimos esta realidad a principios de los años 80 en
Iberoamérica: bastaba situarse en el centro del Country Club de Caracas,
situado en el lugar más lujoso y exclusivo de la capital, para mirar alrededor
y percibir como la ciudad estaba rodeada por un cinturón de miseria que
volvimos a encontrar en Lima, en donde desde el aeropuerto de la ciudad hasta
la acera inmediatamente anterior del Hotel Sheraton era una sucesión
interminable de barracas y chabolas, habitadas por depauperados, o bien en
Bogotá donde desde lo alto del hotel Tequendama podían percibirse los barrios misérrimos
situados a pocos metros, por no hablar de los barrios de Obrajes y Calacoto de
la capital boliviana, que contrastaban por su opulencia con los altos que rodean
la ciudad, donde residen indígenas y mestizos. Es frecuente en todos estos
países que exista una estratificación social que reproduzca en cierta medida la
estratificación étnica y racial: blancos en la cúspide, mestizos en el centro,
indígenas en la base. Hemos visto idénticas paisajes en prácticamente toda
África subsahariana y en la inmensa mayoría de países árabes. La constante de
estas zonas es que sólo parece haber lugar para los muy ricos o para los muy
pobres, estando las clases medias, reducidas al mínimo. Y, en el actual estado
de cosas, el crecimiento de la clase media solamente se está produciendo de
manera muy lenta y limitada, sin excluir que puedan ocurrir eventuales
recesiones.
La inestabilidad climática que,
más o menos, se vive en todo el planeta, genera migraciones constantes del
campo a la ciudad: en Marruecos se sabe que cada año de sequía –y van varios–
genera la migración de medio millón de campesinos a los arrabales de las
grandes ciudades. Pero el fenómeno es universal: lo encontramos entre los
campesinos ecuatorianos, peruanos y bolivianos, lo volvemos a encontrar entre
los campesinos chinos e hindúes, en Turquía y Senegal… Los damnificados por la
globalización en los países considerados como “emergentes”, tienden a la
inmigración: no emigra la población más pobre, ni tampoco la más rica, sino
solamente las capas medio-bajas que todavía pueden conseguir algunos medios
para una aventura que tiene, como primer resultado, el vaciar a los países
emisores de inmigración de parte de sus elementos más válidos.
En general, lo que hemos dado
en llamar “actores emergentes” basan su desarrollo en el comercio, la
exportación de manufacturas esencialmente y la venta de materias primas. Esto
hace que puedan invertir los beneficios obtenidos en sectores estratégicos,
empezando por el armamentístico. En realidad, los actores emergentes aspiran a
ser potencias militares de alcance regional (China, India, Corea del Sur, Irán,
Venezuela, Brasil…) que tienden a desarrollar una industria bélica propia. Es
precisamente el rearme de estos países el que multiplica su importancia
estratégica mucho más allá de su importancia productiva, o en última instancia
puede decirse que su capacidad bélica es una resultante de su capacidad productiva
y absorbe buena parte de los recursos generados por ésta. El paradigma de estos
países es, desde luego, Irán y su campaña de rearme nuclear y convencional, o
China y sus iniciativas para convertirse en superpotencia militar.
Este grupo de países sufre una
deficiencia notable: carecen de experiencia en los terrenos del desarrollo. Al
anteponer el desarrollo económico a cualquier otra necesidad, corren el riesgo
de generar a corto plazo catástrofes medioambientales similares a las que
sacudieron las dos últimas décadas de la URSS en la zona del mar de Aral. Por
otra parte, el abandono sistemático de tierras de cultivo corre el riesgo de
convertirse en un factor de modificación del clima, con tanto impacto como la
tala sistemática de árboles en la Amazonia o la negativa a aplicar el protocolo
de Kioto por parte de los EEUU.
Buena parte de estos países,
además, son productores de inmigración. Una inmigración que se va para no
volver. La mayoría de inmigrantes, al llegar a Europa, permanecen absolutamente
fascinados por lo que aquí encuentran, especialmente porque, aun a pesar de
existir focos incipientes de racismo, su nivel de vida y su dignificación como
personas, son incomparables con las situaciones de opresión, miseria,
desprecio, violencia y abandono, que vivieron en sus países de origen. Por eso
muchos entran, pero pocos quieren volver. Países como Bolivia o Ecuador han
perdido el 25% de su población en apenas diez años en flujos migratorios
orientados hacia distintos horizontes. Otros, como los del Magreb, quedarían,
literalmente, vacíos, si todos los que desearan irse (más de un 50% de la
población) pudiera hacerlo y tuvieran a dónde hacerlo. De todos los países del
mundo, sin duda Colombia, es el que registra una intención migratoria mayor de
todo el mundo. Nuestra experiencia directa nos induce a pensar con poco margen
de error, que entre el 75 y el 80% de la población colombiana desearía emigrar
a cualquier lugar del Primer Mundo, aun sin saber exactamente lo que iban a
encontrar allí.
Los países emergentes aportan
impresionantes contingentes de población situada en la arista con los
damnificados de la globalización. Esa arista representa la convergencia de la
miseria entre los que no tienen nada y pertenecen a países en los que no son
nada y aquellos otros excluidos de sus propios países y erradicados de la más
mínima posibilidad de promoción.
El sector de los damnificados
por la globalización en los países emergentes es, sin duda, el que crece
cuantitativamente a mayor velocidad, y muestra a las claras, más que en ningún
otro lugar, que la globalización es un intento de “nivelación” y igualación y
homogeneización “por lo bajo”: por su propia estructura y sus actividades
preferenciales, genera beneficios en una ínfima minoría y mantiene próximos al umbral
de la pobreza o por debajo de él, a sectores cada vez más amplios. El proceso,
lento en Europa, se da, sin embargo, de manera acelerada en los países
emergentes. Para compensarlo el “sistema mundial” ha generado dos
contramedidas: del lado práctico, las ONGs que dirigen y orientan la ayuda de
los actores tradicionales hacia los países del antiguo Tercer Mundo y de otro,
la ideología humanista-universalista generada desde la UNESCO. Vale la pena
resumir en qué consisten estas dos contra-medidas.
Mediante una red de ONGs,
financiadas preferentemente por los Estados y muy en segundo plano por
contribuciones desinteresadas de la población del Primer Mundo, se realizan
algunos planes asistenciales para las zonas más depauperadas del planeta. El
hecho de que las ONGs estén pendientes de cautivar la atención de los medios de
comunicación indica que las buenas intenciones iniciales, con demasiada frecuencia
quedan pervertidas por prácticas abusivas y corruptas. Por otra parte, los
receptores de las ayudas terminan por no valorar correctamente la importancia
de esta cooperación ni el tiempo en el que podrá mantenerse, dejan de trabajar
por sí mismos, pensando que esa ayuda seguirá llegando (de la misma forma que
las zonas más abandonadas de África negra son aquellas que han generada más
éxodo hacia Europa; en efecto, allí las poblaciones pueden vivir con 100 euros
escasos enviados por sus familiares que han emigrado al viejo continente, así
pues ¿para qué trabajar las tierras?), pasando a actitudes completamente pasivas.
Desde hace 50 años, las ONGs han ido enviando ayudas a los lugares más alejados
del planeta y en la actualidad el balance de esas actividades es ampliamente
desfavorable. La mayoría de ONGs han discurrido por un sendero ya trillado por
las misiones de la Iglesia Católica pero con resultados mucho más limitados en
el tiempo. En lo que se refiere a los créditos al desarrollo concedidos por los
países del primer mundo (el famoso 0’7% que causaba furor en Europa a partir de
1995), entre las comisiones recibidas por los intermediarios de cada lado y la
opacidad en el destino de esos fondos, prácticamente puede considerarse,
simplemente, dinero tirado para tranquilizar conciencias bienpensantes en
Europa y EEUU, enriquecer a los intermediarios tanto en los países europeos
como en los receptores y poco más. Por otra parte, era lo que cabía esperar de
gobiernos corruptos en ambas partes que, además, en África se han convertido en
mendigantes.
Mucho más importante, sin duda,
es la tarea de la UNESCO. Si hay que localizar un “centro intelectual” en el
que se elaboren planes destinados a servir de cobertura ideológica a la
globalización es sin duda este organismo creado después de 1945, cuando la
victoria de los aliados generó la primera oleada mundialista de la que nacieron
toda una serie de organismos internacionales que debían de haber terminado con
las tensiones mundiales y generado una especie de fraternidad y concordia
universal. Inspirados en determinadas organizaciones y sectas que albergaban la
idea de “unificar la humanidad” desde finales del siglo XIX (esencialmente
distintas variantes de teosofismo ocultista que habían convergido con los
restos del socialismo utópico), fue especialmente en la UNESCO en donde cristalizaron,
transfiriendo sus valores y principios y convirtiendo a la institución internacional,
que inicialmente debía de haber promovido exclusivamente el desarrollo cultural
de la “humanidad”, en una atalaya de su peculiar doctrina
humanista-universalista.
El principio central por el que
se mueve la UNESCO no es la defensa del patrimonio de las distintas naciones y
pueblos, sino la generación de un patrimonio cultural mundial que surja de la
fusión de los distintos patrimonios nacionales. La UNESCO intenta poner en práctica
el lema de la revolución francesa, “libertad, igualdad y fraternidad”,
especialmente el segundo término “igualdad”; para ello, la ONU otorga
credenciales democráticas que son las únicos que, en su lógica, defienden el
principio de la “libertad” (el primer término). En cuanto al segundo, no se
trata tanto de alcanzar la “igualdad” como el “igualitarismo”: es decir, la
intención de homogeneizar, uniformizar y mezclar todos lo acervos culturales,
étnicos y antropológicos, para de ellos extraer un destilado nuevo que
caracterice a la “humanidad”. Porque, solamente cuando esto ocurra y queden
abolidas las desigualdades de raza, sexo, cultura, religión, se llegará a la “fraternidad”.
Lo que la casta funcionarial de la UNESCO pretendía desde finales de los años 40,
ha sido proclamado a las claras por el movimiento de la New Age que tiene la
misma inspiración doctrinal: alcanzar la unificación de la humanidad, para que
exista un solo gobierno mundial, una sola raza humana, una sola religión y… por
supuesto, una economía globalizada.
De ahí que el principal enemigo
para la UNESCO sea precisamente el principio de identidad de los pueblos y de
las personas: quien tiene identidad, sabe que no es igual a otros, sino
simplemente diferente. Hasta en sus menores gestos, UNESCO intenta desarraigar
el patrimonio cultural de un pueblo para convertirlo en “patrimonio de la
humanidad”. Los valores tradicionales de cada pueblo son los adversarios que
más enconadamente combate la casta funcionarial de la UNESCO (basta leer El Correo de la UNESCO para advertir
cuáles son sus objetivos y sus tomas de posición en cada momento). Las
estructuras tradicionales de cada sociedad, en tanto que contribuyen a mantener
la solidez de esa misma sociedad y su resistencia frente a las influencias del
exterior, son malditas y se combate contra ellas con encono: La excusa de la
libertad y la dignidad servirá para imponer “nuevas formas familiares” allí en
donde las sociedades tenían a la familia tradicional como célula base de la
sociedad. La música de Beethoven será puesta al mismo nivel que el tan-tan, la
cultura clásica se comparará con la de cualquier pueblo en vías de extinción,
la religión tradicional será anatemizada en beneficio de cualquier forma
religiosa humanista y universalista o de la última superstición (y en ese
sentido, las divagaciones religiosas de la New Age son ilustrativas). Los
movimientos migratorios se estimularán en todas las direcciones, a pesar de que
el más masivo sea siempre de sur a norte y de este a oeste, es decir en
dirección a Europa, acaso porque Europa ha demostrado en los últimos 2000 años
ser la cabeza y el faro de la civilización.
El hecho de que el marxismo
haya caído y que la izquierda progresista se haya quedado sin método de
análisis de la realidad, ha favorecido el que los ideales
humanistas-universalistas han sido transferidos preferentemente a la izquierda
del panorama político. Un personaje como José Luis Rodríguez Zapatero puede ser
considerado como exponente de esta corriente surgida de un vacío ideológico que
la izquierda ha rellenado sustituyendo los textos de Marx y los principios del
socialismo histórico por un programa de “ingeniería social”, “mestizaje” y “reforma
de las costumbres” cuyos puntos y cuya retórica parecían reproducir al pie de
la letra los editoriales de cada mes de El
Correo de la UNESCO.
Mientras las ONGs actúan entre
los damnificados por la globalización en las zonas del antiguo Tercer Mundo, en
la enseñanza y en las seudo-élites culturales del primer mundo, ganan espacio
las consideraciones humanistas-universalistas emanadas por la UNESCO. El
resultado global es el esperado: la miseria, lejos de detenerse entre los
damnificados de la globalización de esas zonas, ni siquiera queda paliada, pero
las conciencias quedan a salvo porque en el primer mundo, precisamente en las
escuelas públicas a las que asisten los damnificados de la globalización, se
difunden unas concepción educativas finalistas en lugar de instrumentales: pacifismo,
solidaridad, igualdad, etc, en lugar de autodisciplina, esfuerzo, sacrificio y
todo aquello que hace a las sociedades duras y resistentes a las crisis.
El resultado final que
evidencia esta arista es que la miseria social y cultural crece entre los
damnificados por la globalización y la doctrinas tranquilizadoras humanistas-universalistas
que causan furor entre la izquierda progresista europea, apenas tienen efecto y
logran impregnar a las élites dirigentes de los actores geopolíticos
secundarios que no se apartan de su proyecto: convertirse en potenciales regionales.
Solamente Europa, al creer en tales valores se va debilitando poco a poco y
perdiendo sus raíces.