Info|krisis.- El 26
de octubre de 2004, la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas
emitía un comunicado exigiendo que se suprimieran las “fiestas de Moros y
Cristianos”, argumentando que no “tienen cabida en la España democrática”.
Resulta, como mínimo grotesco, seguir una religión difícilmente compatible con
cualquier forma de democracia y aspirar a dar lecciones sobre lo que es o no
democrático. Lo evidente es que ningún país regido por principios islámicos
tiene formas democráticas similares a los estándares europeos.
Pero
el hecho objetivo y el fondo de la cuestión es que los islamistas se sienten en
estos momentos suficientemente fuertes en España como para iniciar una ofensiva
contra nuestras tradiciones antropológicas. Si esto ocurre hoy, cuando hay poco
más de un millón de islamistas –la inmensa mayoría llegada con la inmigración
magrebí y pakistaní– podemos suponer lo que ocurrirá en cinco años, cuando esta
cifra se haya duplicado. ¿Se prohibirá el jamón de bellota? ¿los tintos rioja y
los claretes serán arrojados fuera de la ley? ¿nuestras mujeres tendrán que ir
con algún tipo de velo para no ofender a los “creyentes”? Ironías a parte, el
comunicado de la FEERI nos da pie para recordar lo que son las “fiestas de
moros y cristianos”.
1.
Origen de la fiesta y componentes estamentales
Las fiestas de nuestra
península nacen, habitualmente, como recuerdo del hecho más traumático de
nuestra historia que supuso una ruptura con el pasado y el intento, no
solamente de instalar uno gobiernos invasores, sino unos valores que ni se
correspondían con los de Europa, ni tenían nada que ver con ellos. Ese episodio
histórico se inicia con la “Pérdida de España” y termina con la “Toma de Granada”.
Entre ambas fechas median 800
años de tensiones y estado de guerra permanente. No es raro que, al alejarse el
riesgo islámico, especialmente a partir del siglo XV, en las zonas que habían
estado más expuestas a las razzias islamistas, la alegría desbordada en
momentos festivos, cristalizase en forma de fiestas de moros y cristianos,
dramatizando la derrota de aquellos y la liberación del territorio y de las
conciencias. Si en siglos posteriores a 1492, estas fiestas, lejos de decaer,
se reafirmaron, fue a causa de que hasta una fecha relativamente tardía -ya en
el siglo XVII- la amenaza islámica no fue definitivamente conjurada. Hasta que
los piratas berberiscos no son aplastados definitivamente y hasta que no se
liquida definitivamente la amenaza otomana, inquietantemente estimulada por los
moriscos de La Alpujarra, la costa mediterránea española no puede respirar
tranquila.
Se
tiene constancia de que en 1150 ya se celebró la primera fiesta de este tipo en
Lérida y en 1426 aparecían en Murcia. Resulta interesante constatar que en
algunas zonas del Mediterráneo, especialmente allí en donde la presencia de
marinos del Reino de Aragón fue más intensa (Sur de Italia, Costas e Islas del
Adriático), aparecen fiestas similares, sin duda, implantadas por ellos. Hoy
incluso subsiste en la isla de Nórchula (Croacia), la “Danza Moreska” muy
similar al baile de este tipo que aún subsiste en Lérida.
Las
fiestas de moros y cristianos nacen en el contexto de una sociedad tradicional
que creía firmemente en las intervenciones sobrenaturales en su vida. No alude
solamente a un recuerdo desagradable (un milenio en el que la Península estuvo
sometida a la presión islámica) y a la victoria final, sino que establecen que
ésta se produjo por intervención divina.
Cuando
el 7 de octubre de 1571 se produce la victoria de Lepanto, el papa Gregorio
XIII instaura las fiestas de la Virgen del Rosario, imagen sagrada patrona de
la flota cristiana. Los piadosos cristianos de la época tenían conciencia de
que la victoria de Lepanto no se había debido a la estrategia superior de Don
Juan de Austria, sino a la intervención de la Virgen del Rosario. En este mismo
contexto se inscriben el resto de victorias anteriores sobre los sarracenos e
incluso el alejamiento del peligro tras la expulsión de los moriscos. Esto
explica suficientemente la interpolación de elementos religiosos en la fiesta. En
la localidad granadina de Cerchelejo este origen está claro y lo mismo ocurre
en poblaciones próximas (Campillo de Arenas o Bélmez de la Moraleda), festividades
de moros y cristianos, todas ellas, colocadas bajo la advocación de la Virgen
del Rosario.
En
cuanto a los elementos propiamente militares presentes en la fiesta se explican
de acuerdo con el carácter “paramilitar” de los gremios artesanales. Hasta el
siglo XVIII una parte importante en la actividad de los gremios eran el
mantenimiento de “milicias concejiles” (por ejemplo, “la coronela” formada por
los gremios barceloneses que más combatividad demostró durante el triste asedio
de 1714 por Felipe V). A partir de Felipe II, se instituyen las milicias
locales en base a la organización gremial (en el fondo, ya desde las
corporaciones romanas, los gremios siempre fueron excepcionalmente belicosos y
eficaces en la protección de las villas). En la medida en que la sociedad
medieval europea era estamental, esta composición se percibía también en la
configuración originaria de las fiestas de moros y cristianos: la nobleza
convocaba las fiestas y las presidía; el clero las bendecía y les aportaba sus
contenidos sagrados; y los gremios aportaban los contingentes humanos de lo que
más adelante se configurarían como las “filaes”. Estos últimos, organizados de
forma paramilitar, desfilaban disciplinadamente, de la misma forma que las
milicias gremiales realizaban constante ejercicios paramilitares que en período
festivo daban la fisonomía que todavía tienen hoy las “filaes”.
2.
Contenidos festivos
Es
indudable que los contenidos de estas fiestas tienen distintos orígenes que
varían de unas poblaciones a otras. En ocasiones aparece el viejo tema tan
habitual en la primera lírica castellana en los “romances fronterizos” que
suelen tratar del amor de un cristiano y una mora. En Xixona, se fusila al
“moro traidor” después de un juicio sumarísimo. ¿Su delito? Haberse enamorado
de una cristiana y renunciado por amor a su religión. Otro tanto ocurre en
Guardamar y en Ibi.
En
otras se recuerda a los familiares y amigos muertos, como en Banyeres de
Mariola cuando los miembros de las comparsas, rodilla en tierra, descargan sus
trabucos, en una de las versiones más antiguas de la fiesta constatada
documentalmente desde mediados del siglo XVIII.
El
exceso de tomates maduros se utiliza en Cocentaina cuando las comparsas
combaten a tomatazo limpio, en una versión local de la fiesta influida, sin
duda, por la “guerra del francés”.
En
1668, el cronista Carbonell, en su "Celebre Centuria", alude a las
celebraciones de aquel año en Alcoy. La lectura de su obra demuestra a las
claras que, inicialmente, las “filaes” (o su precedente) estaban formadas en
función del gremio al que pertenecían sus miembros; sin embargo, éste carácter
se perdió un siglo después, cuando esas mismas fiestas locales ya tenían un
claro cariz popular que coincidió con la pérdida de influencia de los gremios
artesanales. El 23 de abril, en esa localidad se celebraba el día de San Jorge y
el “alardo” (derivado de alarde) con los omnipresentes petardos, cohetes y
trabucos.
En Orihuela, la
variante de la fiesta introduce una figura femenina –es completamente falso que
la mujer no hay estado presente en as fiestas de moros y cristianos hasta hace
poco, de hecho, siempre ha aparecido con algún papel específico–, “la
Armengola”, evocación de una heroína local de la resistencia antisarracena.
Las de Alcoy
figuran, sin duda, entre las más importantes y han sido declaradas Patrimonio
Turístico Internacional.
A pesar de las
extraordinarias diferencias entre unas celebraciones y otras, la totalidad de
las fiestas de moros y cristianos tienen algunos rasgos comunes. Habitualmente,
todas ellas contienen tres elementos: las “Entradas”, las “Embajadas” y la
“Procesión” (en la que el carácter religioso es preponderante). Los
participantes están divididos en dos bandos ataviados tal como se supone que
vestirían los bandos moros y cristianos del Medievo, aun abundando los
arcaísmos y la fantasía. Sin embargo, algunas de las comparsas no tienen
relación con estos bandos: Labradores (o Maseros); Contrabandistas
(o Andaluces, Bandoleros, Mirenos etc.); Pescaors
(o Marineros); Bucaneros (o Piratas, Corsarios,
etc.); Zíngaros; o Pacos, que
utilizan vestimentas de claro origen setecentista u ochocentista. Todas las
comparsas reciben también el nombre de “filaes” por su particular forma de
desfilar (en fila, no en columna).
Cada uno de los
bandos toma simbólicamente la ciudad un día, en el episodio que recibe el
nombre de “Entrada Mora” y “Entrada Cristiana”. Finalmente, por supuesto, son
los cristianos los que conquistas la villa. Cada bando lee ritualmente unas
líneas que habitualmente son desafíos, retos, invocaciones y, en definitiva,
declaraciones de intenciones. Los “combates” se desarrollan siempre en el
centro de la villa –frente a la casa consistorial- donde se instala el
“castillo” (un entramado de madera) en disputa. Se muestran armas propias del
Medievo (espadas, puñales, lanzas y ballestas), pero también armas de avancarga
(arcabuces, trabucos y espingardas), arcaísmo procedente del siglo XVIII.
¿Por qué la
presencia inseparable de la pólvora en este tipo de festividades? Desde el
principio de su utilización se ha atribuido a la pólvora un carácter
“embriagador” que todavía hoy puede constatar quien haya disparado varias
ráfagas con arma automática. Como se sabe, determinados perfumes o el producto
de la combustión de algunas resinas facilita el acceso a estados diferenciados
de conciencia, operando una desconexión entre el consciente y el inconsciente,
facilitando la irrupción de estratos más profundos de la personalidad y de la
percepción. Por su parte, el humo de la pólvora tiene un carácter, que, a
diferencia del incienso que estimula la introspección, confiere a quien la
respira profundamente, un impulso expansivo y un estado de exaltación próximo a
la embriaguez alcohólica.
Las comparsas
cristianas suelen tener nombres característicos: Cristianos Nuevos,
Almogávares, Cruzados, Caballeros del Cid, Templarios, Hospitalarios, Caballeros
de la Baronía, Mirenos, etc. Las comparsas moras son también características:
Benimerines, Bereberes, Almohadas, Marroquíes, Moros Nuevos, Abenzoares,
Judíos… Las comparsas están jerarquizadas interiormente: dirigidas por un
“capitán”, también tienen un alférez y un abanderado (generalmente, la dama de
la comparsa). Su sede o “cuartel” es el centro de las reuniones sociales a lo
largo del año. Las comparsas conservaron cierto carácter remotamente gremial:
no se trataba solamente de una agrupación de ciudadanos en período festero,
sino de una verdadera “fraternidad” en la que sus miembros practicaban el apoyo
mutuo.
En las fiestas villeneras (4-9 de septiembre) participan
catorce comparsas, siete moras y siete cristianas. Existen “filaes”
exclusivamente femeninas. En su actual configuración son la síntesis de tres
fiestas: la propiamente patronal (la más antigua que data, como hemos visto de
1474), la fiesta militar o alarde de carácter gremial (las milicias gremiales
aportan “la soldadesca”) que se configura en la primera mitad del siglo XVII y,
finalmente, la fiesta de rememoración histórica (que aparece tras la retirada
napoleónica y del que proceden los textos de las “Embajadas” que todavía se
leen hoy, escritos entre 1810 y 1815). La fusión de estas tres fiestas y su
ubicación a principios de septiembre tiene como denominador común la
participación popular masiva de los ciudadanos de Villena.
Este mismo esquema de fusión entre
distintas fiestas que, finalmente, dan como resultado la configuración actual,
es un esquema que se reproduce en otras muchas localidades, pero sería erróneo
pensar que las referencias a los “moros y cristianos” solamente aparecen en el
siglo XIX tal como han sostenido algunos historiadores. Es cierto, si, que los
textos de las “embajadas” y la configuración actual se remonta a ese período,
pero no es menos cierto que el impacto de la invasión napoleónica revalidó e
hizo revivir el recuerdo traumático del milenio de amenaza islámica (en 1812,
cuando se retiran las tropas napoleónicas hacía solamente un siglo que las
costas del Levante español se habían visto libres de las razias de los piratas
berberiscos).
Lo cierto es que hay
constancia que ya desde el siglo XIV, se celebraban representaciones en las que
dos bandos, uno de moros y otros de cristianos, simulaban disputar un castillo
de madera (“baluarte”) instalado en el centro de la población. El “baluarte”
era tomado alternativamente por cada bando. Posteriormente, en el curso de los
combates se utilizó el arcaísmo de las armas de fuego y “corría la pólvora”.
Finalmente, las “salvas” (significativa alteración de “Salve”, oración
compuesta para honrar a la Virgen) en honor de la Virgen cerraban la fiesta.
Parece que esas primigenias
fiestas de moros y cristianos no tenían lugar anualmente, sino solo en momentos
destacados: bodas reales, bautizo de infantes, victorias militares, pero no
estaban todavía superpuestas a las fiestas patronales. Todo esto le permitió
decir a Lope de Vega que las “Comedias de Moros y Cristianos” eran en su época
las preferidas por el público.
3.
Ámbito Geográfico
A
pesar de que las formas más singulares de fiestas de moros y cristianos tienen
lugar hoy en las zonas del Levante español, antropólogos e historiadores suelen
convenir que hubo un tiempo en el que estuvieron extendidas a toda la península
hacia finales de la Edad Media y, a partir de entonces, se fueron
reconvirtiendo en algunas zonas y replegando en otras. Con todo, su ámbito geográfico
actual es excepcionalmente extenso y se celebran fiestas de este carácter en
las comunidades valenciana, murciana, castellano-manchega, andaluza, y en menor
medida en Catalunya, Mallorca y Aragón.
Esto
nos describe una supervivencia de las fiestas en la parte mediterránea y
especialmente a partir del Ebro hacia el sur y en la zona sur de la península,
es decir, en las zonas en donde la presencia islámica estuvo más viva hasta el
siglo XV, hasta los sucesos de La
Alpujarra dos siglos después y, en última instancia, la zona más amenazada por
los piratas berberiscos.
Actualmente las fiestas de
Moros y Cristianos se celebran en las tres provincias del antiguo Reino de
Valencia (en treinta y cuatro localidades de la provincia de Alicante -en la
ciudad de Alicante en cinco barrios-, en Jijona con el peculiar añadido el
“Juicio al moro traidor”, en dieciséis de la provincia de Valencia -incluida la
capital provincial-, en una de la provincia de Castellón –Peñíscala-), en el
Reino de Murcia (en cuatro localidades), en Castilla-La Mancha, provincia de
Albacete (en Caudete, próximo a Villena, desde 1588, siendo uno de los lugares
de mayor antigüedad) y en la provincia de Toledo (en una localidad, Consuegra),
en Andalucía (en 42 localidades de Granada, en 32 localidades de Almería, en 3
de Jaén y en 1 Cádiz, de nombre significativo: Benamahoma). Así mismo, se
celebran fiestas moros y cristianos en lugares distantes de los anteriores como
Lérida capital y en dos localidades insulares (Sóller y Pollença).
Si tenemos en cuenta que la
mayor aglomeración de fiestas tiene lugar en Alicante, Valencia, Almería y
Granada, especialmente en la zona de La Alpujarra, esto coincide con las de
mayor presencia de moriscos, de tal forma que puede concluirse que en esas
zonas, la expulsión fue tomada como una liberación por parte de las poblaciones
cristianas hasta el punto de magnificarla en forma de fiestas.
Aún hoy, en La Alpujarra se
celebran 14 fiestas de Moros y Cristianos. En esta zona los personajes
principales de cada bando son rey, general, embajador y espía. Es significativo
que en los textos siempre figura la queja de los moros por su expulsión de
España y la conversión final de los moros producida por propio convencimiento,
con ayuda de fuerzas sobrenaturales.
A
finales de 1568 se extendió una sublevación de moriscos en gran parte del Reino
de Granada, con mayor incidencia en La Alpujarra donde intentaron instaurar un
nuevo reino árabe, con la ayuda del imperio otomano. Tal fue el origen de la
“Guerra de La Alpujarra”. La consiguiente expulsión de los insurrectos hizo que
la zona quedara prácticamente despoblada y fuera colonizada por cristianos
viejos. Cuando la comarca fue repoblada, persistió intensamente el recuerdo de
las matanzas y excesos operados por los moriscos, hecho que se deja entrever en
la contundencia –ciertamente, “racista y xenófoba”- de los textos leídos en el
curso de las fiestas alpujarreñas. Con todo, hasta el siglo XVIII siguieron
produciéndose frecuentes ataques de piratas, buena parte de los cuales eran
descendientes de los moriscos expulsados. No es raro, pues, que en toda la
comarca de La Alpujarra las fiestas de moros y cristianos constituyan hoy una
de las principales manifestaciones folklóricas de la comarca.
En
otras zonas de Levante, incluso, se alude al desembarco de los “piratas
berberiscos” como elemento inspirador de las fiestas. Por ejemplo en las playas
de Villajoyosa, donde las comparsas escenifican el desembarco moro y la lucha
en la playa, mientras los espectadores consumen el “nardo”, una mezcla de
absenta y granizado de café. Así pues, no es sólo la Reconquista sino también
las guerras contra los moriscos y los piratas de Berbería las fuentes
inspiradoras de estos ritos festivos y que recuerdan que la idea de España se
ha forjado en parte en un milenio (desde el siglo VIII hasta el XVIII) de
luchas ininterrumpidas contra el Islam.
Es evidente que las fiestas
no son homogéneas en todos los lugares, ni tienen el mismo nivel de seguimiento
popular. A la vista de todo esto y de su origen histórico, podemos convenir:
1) que las fiestas de moros y
cristianos aparecen hacia el siglo XV en su configuración primitiva.
2) que, inicialmente,
conmemoran el inicio de un nuevo ciclo histórico marcado por la conclusión de
la Reconquista, la expulsión de los moros de la Península y las correrías
piráticas.
3) que entre 1500 y 1750 se
fueron extendiendo por toda España, irrumpiendo muy superficialmente en algunas
zonas en donde la presencia islámica había sido mínimo, para luego desaparecer
poco después.
4) que en su actual
configuración las fiestas se remontan a una horquilla de tiempo que figura
entre el final de la Guerra de Sucesión y el final de la Guerra de la
Independencia.
5) que dado lo extenso de su
reparto geográfico y su antigüedad, estas fiestas se han configurado de formas
diferentes, teniendo la forma de desfiles en unos lugares, en otros bailes y
dramatizaciones de episodios de la Reconquista.
4.
La Mahoma… ¿es el “ninot” del profeta? ¿por qué el femenino?
Uno
de los elementos que han generado más polémica en los últimos años ha sido la
tradicional presencia de un “gigante” o “ninot” en algunas fiestas de moros y
cristianos. Este “ninot”, llamado “La Mahoma”, ha dado pie a los grupos
islamistas para que la utilizaran como excusa para sus peticiones de prohibir
la fiesta.
En
Beneixama "La Mahoma" acaba siendo pasto de la cohetería. Biar la
cede a Villena con “pompa y boato” para que sea utilizada en sus fiestas,
constituyendo un vínculo de hermandad entre ambas localidades del Alto Vinalopó
(el blusón del “ninot”, lleva inscritos los nombres de ambas villas).
Acompañada por un grupo de espías, se introduce en el campo biarense para
estudiar la táctica de la próxima batalla contra los cristianos”. El “ball
d’espies” –baile de espías– da a las fiestas de Biar un rasgo característico.
A
través de “La Mahoma” se hermanaban las ciudades del Alto y el Bajo Vinalopó
(Alicante). Sax tenía la suya que se la cedía a Petrer. El monigote lucía una
inscripción esclarecedora: "Soy de Sax, y la cabeza de Petrer".
Existen rastros documentales de que en otros pueblos de la zona se utilizó en
algún momento una figura similar. Y esto da pie a algunas cuestiones
interesantes: ¿por qué “Mahoma”? ¿Por qué feminizado?
No
está suficientemente documentado que el origen de “La Mahoma” sea el profeta.
De hecho nadie en las fiestas de estos pueblos lo considera como una
representación del redactor de “El Corán”. Es significativo que tras la
prohibición de utilizar la imagen en 2006, nadie quisiera hacer ningún
comentario. En realidad, nadie entre los festeros de esas zonas quería
renunciar a “La Mahoma”, pero nadie tampoco quería dar una excusa para excitar
el fundamentalismo islámico.
Costaba
mucho que algunos vecinos de estos pueblos, al ser preguntados por los medios,
aceptaran hablar sobre el tema, incluso las autoridades municipales eran
remisas a tocarlo. Finalmente, uno de ellos expresó la voz de la tradición: "es
solo un muñeco que simboliza el bando moro, no lo vemos como Mahoma".
Al periodista no se le ocurrió preguntar, “entonces ¿por qué se le da el
nombre del profeta?”. Era evidente: “Mahoma”, “Muhamad” en árabe, es
uno de los nombres más extendidos del área islámica, como aquí puede ser
Francisco o Antonio… por generalización abusiva, el recuerdo de la presencia
islamista durante los años de la Reconquista, se hipostatizaba sobre un muñeco
llamado con el nombre más habitual entre los islamistas: “Muhamad”…
castellanizado como Mahoma. Así pues, “La Mahoma” no es una efigie del profeta,
sino la representación de la totalidad de los islamistas que invadieron España.
¿Y
su feminización? Es así mismo simple entender su paradójico género gramatical:
en tanto que representante de “una” comunidad, le correspondía el género femenino,
de la misma forma que otros conceptos son igualmente femeninos (“la” sociedad,
“la” patria, “la” nación) y otros masculinos (“el” Estado, “el” pueblo). Por el
contrario, si hubiera representado a una persona física o a la figura del
profeta, su género hubiera sido, indiscutiblemente, masculino.
En
Beneixama, hasta las festividades de 2005, “La Mahoma” era un armazón de hierro
vestido con ropas de inspiración árabe y cabeza de cartón. En el curso de la
dramatización de la “toma del castillo”, los cristianos desnudaban a la efigie
y llenaban de petardos su cabeza, haciéndola estallar poco después. Esta parte
fue suprimida a partir de 2005. La cabeza de “La Mahoma” no volverá, pues, a
estallar y en ningún programa festero se la volverá a mencionar con otro nombre
que no sea el de “la efigie”.
Hasta
ese momento, el molde para elaborar cada año la cabeza de la imagen, pasaba de
una generación a otra como si se tratara de una reliquia.
En la actualidad, “La Mahoma”
está presente es seis localidades (Castalla, Biar, Villena, Benexiama, Banyeres
y Bocairent). Elda y Petrel (muy próximas a las anteriores), decidieron eliminaron al “ninot” definitivamente de sus
fiestas de Moros y Cristianos a finales de los 60. En Petrel, el muñeco era
arrojado desde el castillo, explotaba su cabeza y, finalmente, era quemado.
Históricamente, el origen de
la “La Mahoma” se remonta al siglo XV. A pesar de que la persistido en la
comarca del Vinalopó hasta nuestros días, la primera mención que se encuentra a
un monigote es en Jaén, en 1463. En la crónica del condestable Miguel Lucas de
Iranzo se menciona la efigie del llamado Mahomad. La imagen terminaba siendo
arrojada a la fuente de la plaza de la Magdalena. Al parecer, en las primeras
formas de la fiesta, era imprescindible que “La Mahoma” finalmente “muriera”.
Como en todo proceso festivo, la dramatización de una muerte significaba
exaltar la nueva vida. La muerte (por ahogamiento, despedazamiento, voladura,
despeñamiento) de “La Mahoma”, quería dramatizar el inicio de una nueva época y
la consiguiente renovación del cosmos. Era necesario que “La Mahoma” muriera
para que con ella desaparecieran los valores islamistas de la sociedad y
emergiera un nuevo orden de ideas.
El texto del condestable
Lucas de Iranzo demuestra la antigüedad de la tradición en torno a “La Mahoma”
que no hace sino calificar la tradicionalidad de las fiestas de moros y
cristianos. A pesar de que las guerras del siglo XIX, destrozaran archivos
parroquiales y municipales y que, por tanto, hoy falten datos objetivos para
poder establecer el marco geográfico sobre el que cuajó la imagen de “La
Mahoma”, en nuestra opinión, esta tradición estuvo allí en donde estuvieron
presentes las fiestas de Moros y Cristianos e, incluso, es posible que, en
algunas zonas fuera independiente de las mismas o terminara desvinculándose de
ellas.
En la Catedral de Barcelona,
hasta la restauración que tuvo lugar a finales de los años 60, sobre el arco
del crucero en la puerta Este, justo bajo el órgano, se encontraba una cabeza
tocada con un turbante, a la que se llamaba “La Carassa”. Quería la tradición
que fuera la efigie del último rey moro de Barcelona (el “Rey Gamir”). Tenía la
mandíbula articulada, de tal forma que en la Epifanía arrojaba por ella
caramelos a los niños. En 1967, todavía existía, pero ese año, el embajador de
Turquía visitó la Catedral y fue retirada al considerarse que podía herir su
susceptibilidad. Nunca más ha vuelto a ser exhibida. Es evidente que “La
Carassa” de la catedral de Barcelona pertenece al mismo tipo de efigies que
aparecen en el último tercio del siglo XV en Jaén y que subsisten hasta
principios del Tercer Milenio en el Vinalopó. De hecho, en las fiestas mayores
de muchas ciudades catalanas, Barcelona incluida, tienen un gran protagonismo
las figuras del “gegant i la geganta”, los dos gigantes de altura similar a “La
Mahoma”, y de las que existen diversas variedades… una de ellas, “el Rey y la
Reina Mora”. Por increíble que pueda parecer, en Petrer la imagen de “La
Mahoma” desapareció también en los años 60. Las crónicas cuentan que fue “de
manera natural”, pero los más mayores recuerdan que «en los años 60, a punto
de empezar la actuación en la que la figura de La Mahoma sufría mutilaciones,
los organizadores se percataron de que los dos embajadores de países musulmanes
que habían invitado a ver los festejos podrían sentirse ofendidos»… en
efecto, “La Mahoma” era arrojada por el castillo y se le mutilaba.
Por tanto, nos inclinamos a
pensar que, contrariamente a lo que sostienen los antropólogos progresistas,
“La Mahoma” no es un producto del siglo XIX, ni siquiera tiene una antigüedad
de apenas tres siglos, como sostienen otros. Es cierto que, a partir del siglo
XIX se empiezan a encontrar más referencias sobre “La Mahoma”… pero es que
también se encuentran más referencias sobre cualquier otro rasgo antropológico;
es un simple problema de proximidad temporal. En nuestra opinión, nos
inclinamos a pensar que “La Mahoma” es tan antigua como las fiestas y estuvo
más o menos presente en todas ellas, incluso en zonas muy alejadas de Levante o
de su foco de expansión originario (Jaén y, seguramente, el resto de Andalucía
(especialmente de la parte oriental). Lo que ocurrió fue que el paso del tiempo
alteró algunos significados originarios y la imagen –representación “del otro”,
“del adversario”, “del anterior ciclo”, par “par enemigo”– se convirtió en el
“gegant i la geganta” en Catalunya y en otras muchas regiones. Fue en los
lugares en que las luchas entre moros y cristianos fueron más duras y tardías y
en donde la presencia islámica fue más intensa (Levante y el Sur Este Andaluz) donde
siguió siendo una hipóstasis de la comunidad islámica.
5.
La ofensiva islámica contra las fiestas
La
declaración de la FEERI que hemos mencionado al principio se este artículo, no
es un exabrupto extemporáneo de un grupo de exaltados, sino que se inscribe
dentro de una ofensiva generalizada de los islamistas residentes en España
contra nuestras fiestas y tradiciones populares.
Llama
la atención que en aquella ocasión, el presidente de la FEERI dijera: “¿qué
reacción tendría la población de determinados pueblos si se celebrara la
entrada de las tropas de Franco con el consiguiente castigo que infringió a la
población?”. A pesar de que las distintas coordinadoras islámicas suelen colocar
a islamistas nacidos en España a la cabeza, lo cierto es que la inmensa mayoría
de los seguidores del Islam en nuestro país, son de origen extranjero (esto es,
han venido sin que nadie les haya invitado), y esa ínfima minoría de islamistas
castizos tiene una fuerte presencia de antiguos izquierdistas de los años 60 y
70 que se reciclaron en esa religión cuando se hizo patente que el marxismo
había entrado en el basurero de la historia. En el fondo no hay tanto trecho
entre el Corán y la última resolución de la IV Internacional o entre las Suras
el Profeta y el Pequeño Libro Rojo de Mao, como muy bien sabe Mansur Escudero
uno de los exponentes más conspicuos de la minúscula comunidad de islamistas
nacidos en España.
La
FEERI achaca a las fiestas “islamofobia”. Ya hemos visto que, salvo en La
Alpujarra, esa acusación es literalmente falsa y mendaz… tal como demuestra el
que las “filaes” de moros tengan prácticamente el mismo seguimiento que las de
cristianos. Difícilmente alguien se afiliaría a una asociación que fuera odiada
y marginada por sus vecinos.
En
esas mismas fechas, otra de las asociaciones islámicas, la Comisión Islámica de
España, presidida por el gerente de la Fundación Mezquita de Granada, Malik
Ruiz, fue más inteligente que la FEERI: afirmó que “no hay inconvenientes en
la celebración de estas fiestas”, pero con una salvedad: “siempre y
cuando no haya elementos que puedan ser motivo de provocación y genere
discordia”, pidiendo acto seguido que se suprimieran “cuantas imágenes o
representaciones ofensivas se den contra el pueblo musulmán”… y aquí
incluía, no sólo a “la Mahoma”, sino las inscripciones con caligrafía islámica
y las medias lunas que lucen algunos disfraces… Terminaba con algo que podía
ser entendido como una amenaza: "No vamos a justificar nunca acciones
violentas pero hay que ser comedidos y tener en cuenta lo que para nosotros
significa el profeta Mahoma. No se puede tomar a la ligera porque puede derivar
en elementos de discordia".
El
imán de la mezquita de La Unión y presidente de la FEERI, Félix Herrero
coincidió con la apreciación de su colega nazarí: «Como cualquier otra
representación de islamofobia o racismo debe eliminarse». Creemos haber
demostrado ampliamente que, no solamente, “La Mahoma” no tiene nada que ver con
la figura histórica del profeta Mahoma, sino que no existe el menor rastro de
racismo, xenofobia, ni siquiera de hostilidad religiosa en los contenidos de
las fiestas de moros y cristianos que, en el fondo, son –creemos haberlo
demostrado con creces– escenificaciones de un episodio histórico, difícilmente
controvertible: el resultado final de la aventura islamista de invasión de
España.
6.
La instalación de la intolerancia en España
Bocairent
es un pequeño pueblo valenciano cuyo nombre se pregonó desde Washington hasta
Rawalpindi, el 12 de febrero de 2006. Ese año –el mismo en el que se produjo
una oleada de violencia causada por la publicación en Dinamarca de unas
inofensivas caricaturas de Mahoma– las autoridades de Bocairent renunciaron a
incinerar la figura clave de la fiesta local: “la Mahoma”. El miedo a la
intolerancia islamista y la presencia masiva de islamistas había operado esta
renuncia. Lo mismo ocurrió en Beneixama: la posibilidad de una reacción
islámica asustó.
Bocairent
tiene 4.500 habitantes y celebra sus fiestas del 2 al 6 de agosto.
Tradicionalmente, desde tiempo inmemorial, un “ninot” de tres metros de altura,
vestido de árabe, luciendo media luna y barba negra sobre su tez morena, era el
abanderado de las fiestas y el icono más popular. La fiesta terminaba arrojando
al “ninot” por el castillo. A partir de 2006, el pueblo renunció a esta
tradición: ¿por convicción? ¿por afán renovador? ¡En absoluto! ¡por miedo!.
Lo
mismo ocurrió unos días después en Beneixama, cuando se abandonó toda referencia
a “La Mahoma”, pasando a ser “la efigie”. En esta localidad de 1.500
habitantes, hasta 2005 se hacía explotar la cabeza de “la efigie”, con pólvora,
dando así por concluidas las fiestas.
Era
evidente, a partir de la presencia masiva de islamistas en nuestro país que,
antes o después, nuestras fiestas iban a sufrir una alteración en profundidad.
Hasta
hace poco, podíamos tener una ligera idea de lo que es la intolerancia islámica
a partir de las imágenes de masas musulmanas en estados de histerismo e irracionalidad
en Palestina o Irán, en Pakistán, Turquía o Marruecos. Ahora ya tenemos a esas
masas entre nosotros. Es evidente que las cosas no han terminado aquí, con un
simple recorte en algunos rasgos de las fiestas de moros y cristianos. La FEERI
lo ha proclamado: quieren su abolición. Es así de sencillo. Saben
que hoy no son lo suficientemente fuertes, así que se trata de seguir avanzando
e islamizando la península. Que nadie lo dude: cuando el Islam sea lo
suficientemente fuerte en Europa, la democracia será un recuerdo y las viejas
tradiciones seculares proscritas. Hoy, estamos en la primera fase de la
instalación de la intolerancia.
Por
todo esto, la defensa de las Fiestas de Moros y Cristianos en su configuración
tradicional es algo más que una postura “resistencialista”: supone la
afirmación de nuestra identidad y de nuestra historia. Algo irrenunciable. Algo
necesario.
© Ernesto
Milà – Ernesto.mila.rodri@gmail.com
– infokrisis