Cuando hace casi tres años, las
elecciones municipales confirmaron que el ciclo de Rodríguez Zapatero al frente
del PSOE se había agotado (y que lo nefasto de su gestión acarrearía grandes
problemas al socialismo español) en el PP estalló el entusiasmo: ellos, iban a
gobernar en breve y, de momento, ya se habían apoderado de la mayoría de ayuntamientos.
La autosuficiencia de los peperos se unió a su engreimiento, jactancia,
inmodestia, vanidad, presunción, endiosamiento e ínfulas… Habían derrotado en
las municipales a su gran enemigo y dentro de poco gobernarían.
Rajoy lleva un año gobernando y
los alcaldes peperos están casi en el tercero, el resultado global de su
gestión es ampliamente negativo, tanto es así que de aquella jactancia de hace
tres años, lo que queda hoy es la seguridad para muchos de que en poco más de
un año dejarán las alcaldías mucho peor de lo que las recibieron. Tras el
engreimiento, el llanto y el crujir de dientes.
No se crea que escribimos esto
influenciados por la actualidad y la espectacularidad del Caso Bárcenas. A fin
de cuentas, lo de Bárcenas tiene que ver con el Caso Gürtel que ya tiene unos
años de antigüedad sin que los tribunales se hayan dignado sentar de una vez
por todas a estos y a toda la patulea de mangantes que, unas veces en el PP,
otras en el PSOE y otras en CiU, aportan desde hace 30 años grandes titulares a
los diarios. Si escribimos esto es por lo próximo (el espectáculo del PP
votando para que se tramite la propuesta sobre desahucios, la entrevista de la
Sánchez-Camacho con la novia de Oriol Pujol cuyos datos ocultó para cambalachar
con ellos, o el que la “reforma laboral” de hace un año haya generado casi un
millón más de parados) tanto como por lo lejano (el cada vez más evidente divorcio
entre el “país real” –usted y yo– y el “país oficial” –el alcalde de turno y su
“leal oposición”, o la legión de cargos oficiales en todos los niveles de la
Administración–, la crisis económica que persistirá mientras no haya un nuevo
modelo económico, el paro que avanza, la inmigración que no se va, y un país,
en general que languidece desde hace cinco años cada vez más endeuda y sin
liquidez).
El PP no ha podido remontar la
situación que heredó de ZP porque, a su vez, la que heredó éste había sido
generada por Aznar. ¿A quién se le ocurre permitir que la burbuja inmobiliaria
se hinchara y se hinchara, sin hacer nada, sino enarbolando “cifras
macroeconómicas” autotranquilizantes? A Aznar, por supuesto. Y ¿a quién se le
ocurre permanecer durante dos años como un don Tancredo ante la crisis, sin
hacer nada, y cuando se le ocurre hacer algo son rotondas y más rotondas en
todos los pueblos de España? A Zapatero ¿a quién si no? Es conocido el refrán
de “unos por otros, la casa sin barrer”. La casa, a todo esto, España, ya
parece un inmueble abandonado.
Para resolver las crisis hacen
falta 1) ideas, 2) valor para ponerlas en práctica y 3) energía para liderar la
apertura de nuevos caminos. Ni Rajoy ni el último alcalde del PP tienen nada de
todo esto. Al PP ya no le queda aquella fantasía de presentarse como el
“partido de los buenos gestores” o el “partido del rigor presupuestario”, sino
más bien como el partido de la imaginación reseca, las neuronas marchitas y el
fracaso visible. Algo más de un año de Rajoy al frente del Estado y de tres con
alcaldes peperos lo ha confirmado.
Así pues ¿habrá que volver al
PSOE? ¿Se echará el electorado en brazos de Rubalcaba y de los suyos? No parece
probable a tenor de los sondeos de opinión. El recuerdo del caos zapateriano
está demasiado cerca como para que la sigla PSOE suscite entusiasmos.
Estamos ante un momento
interesante de la historia de España: el régimen político creado en 1978 se
sostenía sobre dos columnas principales, centro-derecha y centro-izquierda, PP
y PSOE. Era un “bipartidismo imperfecto”
apoyado por los nacionalistas catalanes y vascos. Pues bien, ese sistema
está agonizando: el PSOE ha quebrado, el desastre zapaterista ha sido demasiado
para conservar el frescos de su sigla, en cuanto al PP camina por los mismos
derroteros. Los nacionalistas de CiU lideran el ranking de la corrupción y en
cuando al PNV prefiere que nadie se acuerde mucho de ellos. El sistema de
equilibrios nacido en 1978 ha muerto.
Falta que el electorado lo
entienda, que no se sumerja en una apatía absoluta y en la abstención electoral
o que no entregue su voto al primer demagogo o a la opción más arqueológica. Todo
puede ocurrir en los próximos años, pero lo fundamental, la recuperación
–política, social, cultural, económica- pasa por que el electorado afine su
voto y logre encontrar y afirmar la existencia de opciones nuevas, de nuevos
rostros, nuevas ideas y nuevas relaciones políticas. Por primera vez ya no se
trata tanto de optar entre PP y PSOE (la única opción que nos ofrecía el
régimen hasta ahora), sino de optar entre la “vieja clase política” (el
PP+PSOE, el PPSOE), sino de alumbrar una nueva clase política. Las elecciones
municipales serán la primera prueba de fuego: esperamos que el elector sea
responsable y consecuente y, por primera vez en mucho tiempo, piense en sus
intereses y no en los de la vieja clase política, ineficiente, corrupta y
endiosada.