Dedico estas líneas a Carlos Oriente Corominas, muy querido
camarada, diez o doce años más joven que yo, que ha fallecido en Barcelona este
fin de semana de manera inesperada. El hecho de que los “amados de los dioses
mueran jóvenes” no implica que muchos dejemos de lamentar su pérdida. Él era
uno de esos “tipos humanos superiores” capaces de comprometerse con cualquier
causa con una completa entrega. Valiente, con un sentido del humor que impedía
aburrirse a su lado, también él pertenecía a otro tiempo.
Este artículo será entendido
perfectamente por los evolianos (gentes familiarizadas con el pensamiento de
Julius Evola) y acaso sonará raro a quienes no se hayan aproximado hasta este
autor que es considerado como el maestro de la “derecha tradicional” del siglo
XX. En efecto, cuando Evola regreso a Italia en 1949 tras su periplo hospitalario
tras la II Guerra Mundial, inmovilizado por las heridas en su médula, empezó a
relacionarse con los medios activistas de la derecha radical, los neofascistas
que formaban en las filas del entonces recientemente constituido Movimiento
Social Italiano.
Percibía en ellos las mismas
componentes que habían estado presentes en el fascismo de los orígenes con su
activismo y su militantismo desenfrenado y en el fascismo de la República
Social Italiana, con su fideísmo y su compromiso con una causa irremisiblemente
perdida. En ambos casos se entregaba todo a cambio de nada. Evola había
identificado en las primeras generaciones del MSI el mismo estado de ánimo y
por eso se comprometió con ellos. A finales de los años 40 escribió un pequeño
folleto, Orientamenti (Orientaciones),
que con 14 breves puntos anticipaba lo que en 1954 iba a ser el verdadero
manifiesto político de la “derecha tradicional” en la postguerra: Gli uomini e le rovine (Los hombres y
las ruinas). Los dedica a los hombres que representan a un “tipo humano
superior”, dotados de un carácter que hace de la acción el centro de su vida
casi como si los antiguos guerreros hubieran resucitado entre las ruinas
morales y materiales herederas del segundo conflicto mundial.
El libro iba dirigido a los
militantes que creían que todavía podía hacerse algo, a aquellos en cuyos
cerebros ardía un ideal. En el marasmo de la postguerra, esa generación se
preocupaba mucho más de las actitudes que de la doctrina, pero en ese gesto
estaba implícito su valía. Evola les facilitó elementos doctrinales y una
ideología coherente, completa y orgánica. Muchos, desde las columnas de las
múltiples revistas neofascistas de aquellos tiempos asumieron esos ideales y
salieron a la calle desarrollando un activismo frenético con el respaldo de un
proyecto político.
Pasaron 10 años, en ese tiempo
(entre 1950 y 1960) Evola siguió colaborando con los generaciones del MSI, pero
también tuvo entre sus alumnos (los que le iban a visitar a su domicilio
romano) a cuadros de las organizaciones juveniles que se habían ido desgajando
del MSI. Evola colaboró con Ordine Nuovo y con Avanguardia Nazionale. A partir
del congreso de Bari del MSI (1950), fueron habituales la presentación de
mociones evolianas que intentaron siempre encarrilar a esta organización sobre
rieles tradicionalistas.
Justo cuando la “contestación” empezó
a despuntar en los primeros años 60 desde los EEUU, Evola que con el tiempo se
había configurado como un agudo observador de la sociedad norteamericana
entendió cuál iba a ser el signo de los tiempos que estaba por llegar: fue el
primero en analizar el pensamiento de Herbert Marcusse y percibió en el underground algo que ya había visto en
sus escritos sobre la beat-generation,
entendió que la revolución sexual de los 60 y el descubrimiento de la píldora
anticonceptiva iban a revolucionar los usos sociales. Entrevió también los
contenidos de la agitación estudiantil y empezó a preguntarse si todos estos
elementos de crisis afectaban a quienes defendían ideas tradicionales. El fruto
de estas reflexiones le llevó a establecer importantes conclusiones que
cristalizarían, primero en la publicación de ensayos y artículos en las
revistas próximas al MSI y a los grupos extraparlamentarios y luego en la
publicación de un libro que todavía hoy no ha perdido actualidad: Cabalcare la tigre (Cabalgar el Tigre).
Esta nueva obra va dirigida a
otro público: si Los hombres y las ruinas
iba dirigido a los hombres que todavía querían hacer algo, Cabalgar el Tigre lo
está a los “hombres diferenciados”, esto es, a aquellos que se sienten alejados
de la modernidad, que no tienen sitio en la modernidad, que se reclaman “ciudadanos”
de otra realidad (el mundo tradicional) y de otros valores y que no están
dispuestos a la “acción exterior” simplemente porque ya no creen que pueda
hacerse nada en este terreno. ¿De qué manera hombres así pueden vivir en el
seno de la modernidad? Y Evola responde a lo largo de 250 intensas páginas.
El título, como se sabe, responde
a la antigua idea oriental de que la única forma con la que alguien puede
escapar del ataque de un tigre es… subiéndose a sus espaldas, cabalgándolo. En
esa situación el tigre no puede atacar con sus garras y, finalmente, cansado
con el peso de alguien que es invulnerable a sus espaldas, se sentirá agotado y
se le podrá derrotar. De lo que se trata es, pues, de no dejarse ganar por la
virulencia y la omnipresencia del “tigre”, sino vivir en una especie de
permanente exilio interior. Evola utiliza entonces una frase de Hoffmansthal
para definir un futuro en el que se darán la mano los que han estado en vela en
la noche oscura con los que hayan nacido en el nuevo amanecer. Y plantea una
imagen evocadora: la modernidad es como un alud que desciende por una montaña
cada vez arrastrando más masa y a mayor velocidad: nadie puede detenerlo y
situarse ante él para intentar frenarlo constituye la forma más directa de
suicidarse. Evola, ya no está hablando de “mantenerse en pie entre las ruinas”,
la actitud de aquellos jóvenes de la postguerra que intentaban detener el alud
con la mera fuerza de su activismo. Está hablando a otro tipo humano, a los “hombres
diferenciados”, aquellos que ESTÁN EN EL SENO DE LA MODERNIDAD, pero que NO SON
DE LA MODERNIDAD.
Cabalgar el Tigre es hijo de dos influencias: la de Ernst Jünger,
de sus Tempestades de acero y de su Trabajador, y de la experiencia
acumulada por Evola a lo largo de su extenso periplo por las doctrinas
tradicionales y especialmente por la llamada “Vía de la Mano Izquierda”. Así
como en la “Vía de la Mano Derecha” de lo que se trata es de rechazar el mal y
combatir las destrucciones, contraponiendo un programa positivo, en la “Via de
la Mano Izquierda” de lo que se trata es de “convertir el veneno en remedio”,
ver en todos los procesos de disolución, puntos de apoyo. Es evidente que la
primera vía es la que corresponde a lo redactado para el “tipo humano superior”,
mientras que la segunda es propia del “tipo humano diferenciado”. La primera es
la propia de los lectores identificados con el proyecto político de Los hombres y las ruinas, y los
segundos con los contenidos de Cabalgar
el Tigre.
Evola explica que las
destrucciones presentes en la modernidad no deben ser tenidas por el hombre que
vive su exilio interior como algo negativo: a fin de cuentas, ese no es su
lugar, no es la “sociedad tradicional” la que está en crisis sino la “sociedad
moderna”, no es la “familia tradicional” sino la “familia burguesa” y las “nuevas
fórmulas familiares” las que están en crisis, no es la “metafísica” la que
experimenta una crisis terminal, sino las viejas fórmulas religiosas agotadas e
inadaptadas por su dogmatismo y su rigidez; no es la economía orgánica y comunitaria
la que vive su período postrero, sino la economía liberal que después de su
fase industrial, luego multinacional y finalmente globalizadora, ha llegado a
su última etapa; así pues, es la totalidad del mundo moderno lo que está en
crisis, no los valores, las ideas y el mundo tradicional. El “hombre
diferenciado” no debe entristecerse por estas desintegraciones que no son las
de su mundo, sino las de una estructura que no tiene nada que ver con él. No
debe hacer, por tanto, nada para defender ese mundo: su hundimiento es garantía
de la próxima renovación, del “nuevo amanecer” al que aludía Hofmansthal.
Durante cuarenta años de mi vida
he creído que “aún podía hacerse algo”, incluso que era posible hacerlo
disponiendo de cuadros políticos perfectamente formados doctrinal y
técnicamente. He creído que era posible, utilizando técnicas políticas, generar
un movimiento de masas capaz de detener el proceso de disolución de la
modernidad y revertirlo. He creído que en la misma lucha política operaría a
modo de “fuego purificador” que afectaría en primer lugar a los “combatientes”
(los “hombres en pie”, aquellos en cuyo cerebro arde un proyecto político que
quieren dar vida) y que sería posible operar una transmutación del mundo: que
el poder no estuviera en manos de una casta política degenerada y miserable que
considera la política como la mejor relación “esfuerzo-beneficio”, que la
comunidad nacional se viera libre de las ideas nacidas en 1789 con la
revolución liberal, la ley de la cantidad (la democracia numérica) y el
marxismo que vino luego, que desaparecieran partidos y sindicatos como sujetos
políticos y fueran las estructuras intermedias de la sociedad quienes asumieran
la representatividad en el marco de un Estado Orgánico y Comunitario. He creído
incluso que la “construcción de Europa” superaría las carencias de los Estados
Nacionales surgidos tras el Renacimiento lograría un marco con “dimensión
adecuada” para responder a las necesidades de un tiempo en el que los “bloques”
han condicionado le mundo y que una Europa surgida de la hermandad entre
combatientes de distintos países estaría en condiciones de ser “primera fuerza”
o bien un “espacio cerrado” a la economía globalizada. He creído que la “lucha
cultural” era un complemento de la lucha política y que en ese terreno podía
realizarse un trabajo que afectaría a toda la sociedad y construiría las bases
de un “nuevo orden”. A fin de cuentas, combatir los “productos culturales” que
llegan de la “cultura americana”, supone hoy una prioridad en la medida en que
se trata de meros productos de intoxicación
contaminación. Todo eso (y mucho más) valdría la pena hacerlo y se
podría hacer a través de la lucha política. Nadie me podrá reprochar que no lo
intentara hasta el punto de que mi propia vida se ha visto comprometida y que
incluso he recibido ataques (en Internet las mentiras sobre mí son uno más de
los motivos que inducen a pensar que hoy calumniar salen gratis) de
personajillos irrelevantes que jamás me han interesado ni preocupado. Pero todo
esto ha llegado demasiado lejos y vale la pena detenerse un momento y
reconocer, no solo mi fracaso personal, sino el de todo el ambiente que en un
tiempo ya lejano pensó que era posible combatir “a la bestia” e incluso,
vencerla.
Cuando escribí las Ultramemorias resultaba evidente mi
alejamiento de la extrema-derecha y el análisis crítico que vertía en relación
a los últimos 40 años de este ambiente político. Pero no quedaba cerrada la
puerta a una acción política posterior. La puerta para desembocar en ella cada
vez se ha ido estrechando más y más, y no creo que en la actualidad haya
motivos para ser optimista: el percibir en España 7.000.000 de inmigrantes y un
signo de desfiguración de la identidad nacional no implica que ese fenómeno vaya
a generar una reacción y una respuesta a partir de la cual se vaya a construir
un movimiento político sólido y en condiciones de responder a las exigencias de
la lucha contra la modernidad, quiere decir solamente que la tierra sobre la
que he nacido perderá su rostro y el pueblo al que he pertenecido puede
desaparecer… La actual crisis económica es de una envergadura suficiente como
para que no nos hagamos ni la más mínima esperanza sobre cómo va a desembocar:
en Grecia se ha vivido en los últimos tres años una situación igual y la reacción
ha sido mínima, a través del Amanecer Dorado, casi como una respuesta
exclusivamente económico-social y el problema trasciende con mucho esa dimensión.
En España ni siquiera ha aparecido un fenómeno similar. La economía liberal en
su última etapa de desarrollo deglutirá naciones y pueblos enteros y estas
naciones y pueblos solamente pensarán –solamente están pensando- como sucumbir
antes y de manera más extrema, pues los gobiernos que han elegido
democráticamente, ni tienen interés en defender otros intereses que los suyos
propios, es decir, los de meros siervos del gran capital financiero
internacional. En la modernidad y en la España actual no existen intelectuales
y “hombres de tipo humano superior” como para establecer un pensamiento que
alguien afecto a los principios tradicionales puede compartir ni mínimamente,
ni existe tampoco un “pensamiento crítico” que abarque siquiera a una pequeña
élite cultural en condiciones de repercutir sobre un sector social con claridad
e impacto suficiente como para hacerse ilusiones de que algo pueda cambiar.
Introducirse en los circuitos
culturales y políticos de la modernidad (y, por tanto, tener repercusiones y
ver que el trabajo realizado sirve para algo) implica tal nivel de compromisos,
renuncias y adaptaciones que, simplemente, no vale la pena ni abordarlo. En
cuanto a los que hoy todavía tienden a presentarse como “intransigentes” y activistas
que responderían a un “tipo humano superior”, o se engañan, o están en la lucha
política por alguna carencia, o simplemente, por una dinámica endiablada, casi
como si una fuerza de inercia les impulsase desde el pasado.
Evola me enseñó dos cosas: en
primer lugar la necesidad de esforzarse en todo momento, a toda hora, en
percibir los rasgos de un tiempo. A eso se le llama “objetividad” (y a definir
una “nueva objetividad” utiliza 40 páginas de su Cabalgar…). Hay que esforzarse continuamente en percibir el mundo tal cual
es, intentando sobre todo no engañarse queriéndolo ver tal como a nosotros nos
gustaría (o nos interesaría) ver. Objetividad siempre, objetividad ante todo.
En segundo lugar me enseñó la importancia de la claridad: renuncias las
mínimas, compromisos solamente cuando sean inevitables, calidad anterior y
superior a cantidad, élite antes que masa, pero la élite es tal solamente
cuando lo demuestra, no cuando se califica así misma como tal; la política no
es un fin en sí mismo sino un medio para alcanzar un fin, la construcción de un
marco orgánico para la Comunidad del Pueblo, de otra manera no es más que una
forma para satisfacer egocentrismos de pobres tontos, carencias afectivas o
simplemente para llenar el tiempo libre…
Lo esencial. Lo importante, lo
auténticamente importante, es ser “de verdad” o bien un “tipo humano superior”
o un “hombre diferenciado”, y demostrárselo a uno mismo, todo lo demás es completamente
secundario.
* *
*
Por todo esto, estos días,
mientras estaba escribiendo un ensayo sobre Julius
Evola y el neofascismo que se publicará en los dos próximos meses en la Revista de Historia del Fascismo, he
caído en todas estas reflexiones que transmito a los lectores de esta página.
Los textos de apoyo pueden encontrarse en http://juliusevola.blogia.com en la
Biblioteca Evoliana. No se trata de un debate nuevo sino de la continuación de
una conversación que tuve en el invierno de 1980 con Philipe Baillet en París.
Era Baillet traductor al francés de los textos de Julius Evola y autor de una
notable biografía de Evola que traduje y edité al regresar a España. Un
reciente viaje a Sardegna este mes de septiembre me ha dado la ocasión de
meditar nuevamente sobre aquella conversación y de realizar una relectura de
los textos de Evola para la confección del ensayo sobre las relaciones de Evola
con los grupos neofascistas entre 1949 y
1974. Y esas líneas que he escrito suponen un hablar sólo en voz alta. Porque,
en realidad, estamos solos, nacemos solos, aunque nos veamos rodeados de seres
queridos, mantengamos una vida social intenta, en realidad, siempre estamos
solos: dentro de mí no hay nadie… si hubiera alguien no sería yo, sería otro. Y
si fuera otro estaría alienado, por tanto, cuando escribimos hablamos sólo para
nosotros mismos. Evola lo sabía y sus libros no son más que las reflexiones
interiores de un hombre preocupado por el tiempo en el que le había tocado
vivir y que, en realidad, no era su tiempo.
© Ernesto Milà – infokrisis – Ernesto.mila.rodri@gmail.com