Info|krisis.- El canal 24 horas tuvo el acierto de emitir los discursos de Rubalcaba y la Chacón completos y en directo, así que quien quiso pudo ver en qué consistían las dos opciones. Fue un dejà vû, algo que en otras muchas ocasiones en estos últimos quince días habíamos visto hasta la saciedad. La Chacón intentando pasar por lo que no es, porque ni es niña mona, ni simpática, ni pasionaria, y Rubalcaba reafirmándose en la visión que ha proyectado de sí mismo en los últimos 10 años: científico, deportista, hombre pausado, sereno y mesurado. Pero si el segundo se ha impuesto sobre la primera no ha sido por ninguno de estos “valores” de imagen, sino porque a Rubalcaba le apoyó Felipe González y, muy especial, Alfonso Guerra y a la Chacón le apoyaba Zapatero. ZP ha sido la gran decepción para el PSOE y la gran catástrofe para la sociedad española.
No ha sido un gran congreso, ni siquiera el “congreso de la unidad” como ambos candidatos se obstinaban en repetir. De hecho, el partido ha quedado roto en dos mitades casi iguales y costará tiempo restañar las heridas generadas por los zarpazos realizados por unos y otros. Ha sido más bien el congreso de la falta de ideas agravada por la falta de poder. Se puede tener el poder sin tener ideas (al menos el zapaterismo lo ha ejercido durante siete años), pero no al revés: la ausencia del poder es el verdadero drama por el que pasa actualmente el PSOE y, por extensión, la socialdemocracia europea.
En el último año el PSOE ha perdido todas las comunidades autónomas en las que gobernaba (salvo Euzkadi que perderá después del verano y Andalucía que perderá en menos de 60 días), ha perdido el gobierno de la nación (que tardará en recuperar porque será difícil olvidar la catastrófica gestión de Zapatero en décadas) y el nuevo y flamante secretario general no podrá cosechar ni un solo éxito electoral en los próximos tres años. Tras cada elección volverá a aparecer una y otra vez cabizbajo, con los hombros arqueados hacia delante, la frente plagada de arrugas y mirada de infeliz agradeciendo a los militantes el esfuerzo realizado y encontrando excusas de fortuna para justificar los malos resultados.
Estos se deben a tres factores, uno de ellos lejano (el abandono del marxismo en 1978 que dejó un vacío que no fue cubierto por nada, salvo por una tenue patina socialdemócrata que disimulaba el hecho de que en el interior del PSOE a partir de principios de los 80 lo único que importaba era “tocar poder”, pillar comisiones y vivir de las ubres del Estado) y los otros dos más inmediatos: el desastre ideológico que ha supuesto el zapaterismo para el socialismo español y la gran crisis económica que ha supuesto la sepultura para las doctrinas que habían apostado por la globalización.
El zapaterismo es un factor alógeno al socialismo español. Por primera vez en el corpus doctrinal del PSOE se filtró una doctrina que no tenía nada que ver con el patrimonio tradicional de esa formación: ni tenía nada que con el marxismo, ni nada que ver con el socialismo tal como fue enunciado por Berstein y Kautsky en los últimos años del XIX, ni siquiera con la socialdemocracia tal como se le conoció en Europa desde el congreso de Bad Godesberg... Lo de Zapatero era otra cosa que no tenía absolutamente nada que ver con nada de todo lo que habían visto los manuales de formación del PSOE.
La doctrina que trajo ZP era una mezcla de progresismo de ONG, universalismo new age y doctrina extraída directamente de los boletines de la UNESCO. Nada más. Esto y dosis de estupidez sin límites. Nadie creía en 2000, cuando ZP alcanzó la secretaría general que aquella iba a ser una gestión decisiva. Todos los barones del PSOE dejaron a aquel tipo raro llegado de León el poder para que se quemara en un período que se adivinaba de transición. Luego vino el 11-M con sus bombas y, sin que nadie, ni siquiera en su propio partido, se lo esperara, el mediocre pasó a ser presidente del gobierno, iluminado, y el peor tipo de tonto que puede aparecer en política: el tonto con ideas. Cuando estas ideas se pusieron en práctica, la centrifugación del Estado dio un paso al frente, el modelo económico de Aznar persistió y no pudo ser sustituido por nada más racional y razonable y la burbuja que lo acompañaba fue aumentando, la sociedad perdió consistencia, los tres millones de inmigrantes pasaron a ser siete y se creía mucho más importante defender los “nuevos modelos familiares” que atar y garantizar el Estado del Bienestar. Todos los estatutos de segunda generación constituyeron un estrepitoso fracaso y, para colmo, reafloraron los casos de corrupción protagonizados por todos los partidos políticos que indicaron el grado de putrefacción del régimen nacido en 1978.
La crisis económica vino a gravar todo esto. Las primeras medidas de ZP fueron erróneas, se dilapidó el superavit del Estado en apenas seis meses con subvenciones y planes absurdos (VIVE, Plan E y Plan E2010), 150.000 millones entregados a la banca y, sobre todo, con una mala lectura de lo que suponía esta crisis: no era una mera crisis económica, sino una crisis del sistema surgido con la globalización. El zapaterismo no supo afrontarla, rectificó 180º su orientación y de un día para otro adoptó soluciones neoliberales. Era cuestión de tiempo que los 5.000.000 de parados llamaran a la puerta y desalojaran del poder a un individuo tan nefasto como incapaz.
El PSOE ha quedado así contaminado con el zapaterismo. De hecho, durante siete años la sigla ZP sustituyó a la sigla PSOE, la tapó y la eclipsó. Cuando el “espectro” ZP se difuminó, la sigla PSOE estaba esquelética, sumida en el desprestigio y vinculada al peor presidente de la historia de España. Era insalvable.
Interiormente se había producido una especie de selección a la inversa en la militancia: quedaban los más tontorrones, los que no podían hacer carrera fuera de las ubres del Estado, los más desaprensivos, los más chorizos, los más despistados y los más cerriles. La mayoría de cuadros fogueados, con currículo profesional, con preparación y capacidad de gestión, se fueron en dos oleadas. La primera en las postrimerías del felipismo, la segunda durante la etapa de ascenso de ZP al poder, cuando ya se preludiaba que aquel tipo iba a ser un fracaso absoluto.
El último congreso ha demostrado ante toda la opinión pública lo que quedaba del PSOE: una neurótica chillona que se esforzaba por sonreír y a la que de tanto en tanto las cámaras le traicionaban extrayendo de ella un rostro de ambiciosa sin escrúpulos, huérfana de ideas completamente, la típica “chica twitter” cuyas ideas podían expresarse como máximo en 140 caracteres y aun sobraban, y de otro lado a un veterano que quería seguir haciendo lo que había hecho en los últimos meses: culpando a la derechona de todo y olvidando que durante los últimos siete años él ha formado parte del gobierno ZP. Miserias ambas de un congreso de transición que será el preludio de fracturas interiores mucho más graves. Éstas se iniciarán en cuanto prosiga la retahíla de fracasos en las siguientes elecciones.
En cuanto a la elección de Griñán como presidente del partido, tiene gracia a la vista de que la Andalucía de los EREs es, sin duda, a corta distancia de Catalunya, el territorio más corrupto del Estado y posiblemente incluso el propio Griñán deba sentarse en el banquillo de los acusados antes o después.
Este ha sido el congreso de un partido que ya ni es socialista, ni es obrero, ni por supuesto, es español, sino más bien una mixtura extraña de ambiciosos sin escrúpulos y desorientados sin doctrina que oscilan entre el nacionalismo autonomista (esto es, el interés en apropiarse de los recursos de cada autonomía) y el universalismo ingenuo-felizote a lo Zapatero que tan bien ha encarnado la Chacón para evitar pronunciarse en la discusión autonomías-Estado, Catalunya-Andalucía.
No ha habido más. Es la crónica de una crisis anunciada. Mejor dicho, el arranque de la crisis destructora del PSOE que difícilmente va a soportar los 4 años de travesía del desierto que le quedan y la pérdida absoluta de poder autonómico que tiene ante sí, unido al descrédito de los últimos siete años –años inolvidables- de zapaterismo. El PSOE, la columna de centroderecha sobre la que se ha mantenido el régimen nacido en 1978, no solamente amenaza ruina, está literalmente en la ruina. Y ahora queda asistir a la erosión de la otra columna, la de centroderecha que no saldrá indemne de promesas electorales engañosas y que no estaban dispuestos a cumplir y de falta de ideas para salir de la crisis. En apenas tres años ninguna de las fuerzas que dieron vida al régimen tendrá la iniciativa respecto a su momento histórico. De hecho hoy ya es el tiempo de preparar el relevo.
© Ernesto Milà – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen