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jueves, 9 de febrero de 2012

El nuevo rostro de Fernández de la Vega. Reflexiones



Info|krisis.- Durante el tiempo que fue vicepresidenta y portavoz del gobierno, María Teresa Fernández de la Vega tenía cara como de ciruela pasa revenía. Era el rostro típico que se asocia a la malhadada “señorita Rothenmeyer” o la secretaria judicial que era, con cara de palo y trato inamistoso. Y, sin embargo, a menos de 100 días de la pérdida del poder por parte del PSOE, la misma individua ha reaparecido con un rostro marcado por los latigazos del bótox y la cirugía estética a destajo de los escultores de la Clínica Buchinger.

Durante los años en los que fue alguien jamás ningún comentarista serio realizó observación alguna sobre el rostro plagado de arrugas y suficientemente elocuente sobre el estado de ánimo de la vicepresidenta y portavoz. A fin de cuentas todos sabíamos aquello de “mens sana in corpore sano” que también y por lo mismo asociaba belleza al arte del saber vivir y fealdad a la amargura interior, la desesperanza y la hosquedad. Como máximo, la vox populi, la asoció a una conocida comentarista deportiva de Televisión Española e hizo gracia en función de supuestos amores  lésbicos inimaginables. Preferimos no mencionar, en su momento, aquel rumor que estaba en boca de muchos.

A decir verdad, Fernández de la Vega no era la típica ministra de cuota, sino que tenía un historial profesional relativamente brillante, desde luego mucho más brillante de otras petardas con las que compartió el banco azul (la Aído, la Pajín, la misma Chacón) y que hicieron de la política socialista de cuotas un verdadero insulto a las mujeres capaces que debían sentarse junto a los floreros. 

La portavoz era mentirosilla, eso sí. Recordamos, por ejemplo que acudió a Bolivia hacia 2005 cuando este país era uno de los principales focos de emisión de inmigración masiva hacia España. Era un martes y la prensa local le preguntó agresivamente sobre por qué España iba a exigir el visado de entrada para inmigrantes bolivianos. Ni corta, no perezosa, Fernández de la Vega se quitó el muerto de encima diciendo que eso no dependía del gobierno español, que por el gobierno español podían venir todos los inmigrantes que quisieran, y que, a fin de cuentas el problema era que la Unión Europea había dispuesto una nueva legislación que el gobierno español no podía hacer sino acatar, pero que ella la quitaría. Luego, el sábado siguiente hubo reunión de ministros de la UE sobre el tema de la inmigración, en Helsinky si no recuerdo mal. Allí, mira por donde, Fernández de la Vega, pidió ayuda de la UE para “frenar la inmigración en España”… 

Ya por entonces empezamos a sospechas que Fernández de la Vega tenía dos rostros. Ahora nos lo ha confirmado ella misma luciendo un esplendoroso rostro que eleva la tensión de la lívido y algo más que la tensión. Sí, tenía dos rostros. O mucho rostro, como se quiera.

Hoy, a hacerse un nuevo rostro se le llama “look”, “imagen”. Una “imagen” es una proyección más o menos falseada de nuestra verdadera personalidad. Los políticos suelen ser “imagen”, sólo “imagen” y nada más que “imagen”, tras la cual lo que se esconde es una personalidad enfermiza, egocéntrica, ambiciosa, carente de escrúpulos o simplemente, una ausencia completa de ideas y de personalidad. Por eso es necesario que los políticos desde Aznar a Rajoy, pasando por ZP, se pinten las canas, disimulen las arrugas, e incluso, como en el caso de Aznar, se implanten “tableta” en los abdominales, se tiñan el pelo (nunca el bigote…) y sirvan su mejor “look” a un electorado tan anestesiado como poco exigente. El poder, en democracia, esto es, en la ley de las mayorías, pasa por la buena administración del “look”. Y en eso está la De la Vega que posiblemente intente un retorno a la política en los próximos años (a fin de cuentas es joven todavía…).

Mientras, la cosmética no solamente alcanza al pelotazo de bótox y a la estadía en la Buchinger, sino que también afecta a la estética de las ideas. No es por casualidad que la exvice haya presentado su nuevo rostro en un acto de una fundación humanitaria que aspira a ayudar a las mujeres africanas. Desde los años 80 hemos asistido al incremento de lo que algunos han llamado “la estafa humanitaria”: si uno no da algo para los desgraciados del tercer mundo, no puede ser considerado como “buena persona”. Y lo que se da, dramáticamente, nunca llega, o apenas llega en mínima parte a su destino. El dinero se pierde por el camino (siempre se pierde) en mayor o menor grado. Lo sabe todo el mundo y lo saben todas las administraciones pero ninguna se arriesga a ejercer un control estricto sobre las ONGs en la medida en que son un buen camino para canalizar dinero público para los partidos políticos. Apelar a la conciencia de unos y a la desgracia de otros, es sin duda la forma más repugnante de corrupción que vivimos en este régimen nacido en 1978.

La Fernández de la Vega está en ello. Sin duda debió ser gracias a su gestión que el gobierno Zapatero dio subsidios a los homosexuales angoleños, a las feministas de Zimbawe o a los gays de Rwanda. Por citar unos ejemplos. Dinero que la ciudadanía española -que paga el disparate- y no tiene, al parecer, derecho a enterarse de en qué ha sido utilizado. De hecho, cuanto más dinero se destina a “ayuda humanitaria” más sufre la “humanidad”… Tiene gracia y es irónico.

El zapaterismo fue más que nada una forma de “humanismo universalista” generado al dictado de los boletines de la UNESCO, una ideología “soft” que aspiraba a rellenar el vacío ideológico del PSOE tras su renuncia al marxismo en 1978, su desconocimiento de lo que era el socialismo clásico y de lo que fue luego la socialdemocracia tras el congreso de Bad Godesberg. Fracasado el zapaterismo, sus últimos mohicanos, a falta de ideas más recurrentes, siguen en sus trece: la Chacón perdiendo el congreso del PSOE y la De la Vega con sus gorgoritos humanitario-africanistas y su sobredosis de bótox, intentando prolongar la “estafa humanitaria” algo más.

Tenemos una clase política, no solamente frívola sino esperpénticamente frívola para la que no existe término medio: unos roban lo que no está escrito y otras se rejuvenecen más allá de lo que el decoro y el sentido común recomendarían.

Esta clase política es como el rostro de De la Vega: detrás el bótox y del bisturí permanece la “señorita Rothenmeyer”, que es como decir, la corrupción, la ineficacia, el nepotismo, la mala gestión de los recursos públicos, el fracaso en la tarea del gobierno. Ese es el perfil del régimen surgido en 1978. Es su régimen, no el nuestro.

© Ernesto Milá – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen