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martes, 27 de diciembre de 2011

El socialismo español en el despeñadero


Info|krisis.- El 38º congreso del PSOE tendrá lugar en Sevilla a principios de febrero. Así pues queda algo más de un mes para que este partido muestre su vacío y sus vergüenzas a toda la nación. Este congreso, a pesar de que intentará dar una sensación de unidad, puede suponer una ruptura definitiva en el interior del partido fundado por Pablo Iglesias y, de hecho, precederá en apenas mes y medio a algo todavía peor: el desastre que se prevé en las elecciones andaluzas.

Vale la pena saber qué es lo que le ocurre al PSOE y si el partido tiene alguna posibilidad de sobrevivir en el futuro. Va a ser difícil. El diagnóstico que se puede dar a día de hoy es que el PSOE está en urgencias a punto de pasar a la UVI y en apenas un trimestre –tras las elecciones andaluzas- puede pasar a un definitivo coma irreversible.


El socialismo español se enfrentó a dos handicaps históricos al afrontar la transición: 1) su ausencia absoluta en los 40 años de franquismo y 2) el fraccionamiento sufrido durante los años de la República y de la guerra civil. Es cierto que un partido como el socialista difícilmente podía resistir la clandestinidad, pero también es cierto que, a partir de 1970, Carrero Blanco adoptó una iniciativa política que consistía en integrar a esta sigla dentro de lo que sería el régimen posterior a la muerte de Franco. Su consigna era: “hasta los socialistas todo, a partir de los comunistas nada”. Quien cuenta esto era el Coronel San Martín, director del Servicio de Documentación de la Presidencia que debía saberlo pues no en vano fue uno de los colaboradores más directos del Almirante Carrero. Esto implicaba que, como mínimo desde 1970, la presión policial sobre el PSOE disminuyó por completo. Mientras la Brigada Político Social solía desarticular mensualmente “aparatos de propaganda” (frecuentemente meras ciclostiles), “pisos francos” y “células comunistas y anarquistas” (que iban desde el muy moderado PCE hasta grupos anarquistas armados como la Organització de Lluita Armada o grupos de la FAI, pasando por maoístas, trotskistas y marxistas-revolucionarios), nadie tocaba ni al PSOE, ni a la UGT, ni a las Juventudes Socialistas por mucho que todas estas siglas mantenían posiciones mucho más radicales que las del PCE en la época y frecuentemente alardeaban de superar al partido de Santiago Carrillo “por la izquierda”.

En lo que se refiere a la guerra civil, los socialistas demostraron una división interna que iba desde la derecha (Prieto) hasta la izquierda (Largo Caballero) pasando por el centro (Besteiro) y que se fue ampliando a medida que el fracaso de la República y la evolución de la guerra civil hicieron que el PCE por un lado aumentara su peso en la política española y los desengaños impulsaran a la derecha socialista a buscar una fórmula de compromiso.

Con estos antecedentes y con las dificultades para un partido como el socialista para superar la clandestinidad no es raro que en 1976 los comunistas respondieran al eslogan socialista de “PSOE: 100 años de honradez” con la humorada “… y 40 de vacaciones” que fue pintado sistemáticamente bajo los paneles anunciadores del PSOE. Para colmo, hacia principios de los años 70 se produce una ruptura interior entre los “históricos” y los “renovados” y ya en ese momento se evidencia el conflicto entre un sector socialista de extracción masónica (el capitaneado por el “histórico” Rodolfo Llopis) y otro sector de obediencia socialdemócrata que era amamantado por la socialdemocracia alemana (el “renovado” de Felipe González a partir del congreso de Suresnes).

Cuando llega 1976, el entonces todavía inexistente PSOE (tan solo tenía pequeños grupos no operativos en Barcelona, Madrid, Sevilla y Bilbao) empieza a recibir subsidios y subvenciones especialmente de los socialdemócratas alemanes y suecos que, literalmente, construyen en pocos meses un partido a partir de la nada. Ese apoya explica el por qué el socialismo español, en aquel momento dividido en tres corrientes (Partido Socialista Popular, Convergencia Socialista y PSOE) termina polarizado en torno al grupo de Felipe González. Lo que hasta ese momento (1978) inicia una tortuosa transición plagada de conflictos: la orientación inicialmente izquierdista de este ambiente, lejos de acentuarse en el período 1978-1982 con la llegada a sus filas de elementos procedentes del PCE y especialmente de la extrema-izquierda (el Partido del Trabajo y la ORT de origen maoísta terminaron fusionándose en 1981 con el PSOE), paradójicamente se va moderando. En el XXVIII Congreso de 1979 se abandona el marxista y ya, a partir de entonces, el partido empieza a estar presidido por el oportunismo sin principios que alcanzará su máxima expresión en la adhesión a la OTAN y en el tránsito de “OTAN, de entrada NO” a la convocatoria de un referendo sobre el ingreso de España en la Alianza Atlántica en la que el PSOE propuso votar sí.

Pero la ausencia de principios ideológicos claros hace que a pesar de que en ese momento (1981) todavía exista cierta “tensión ideológica” en el PSOE (en cuyo interior se encuentran distintas corrientes: Izquierda Socialista, Socialistas Fabianos, Socialdemócratas, etc.) pero reducida a mero acompañamiento coreográfico para las ambiciones de unos o de otros. ¿Qué ha ocurrido? Ha ocurrido que en las elecciones de 1977 se pone de manifiesto que los socialistas a pesar de no haber contribuido en nada a la transición y de haber estado completamente ausentes en la lucha contra el franquismo, han aventajado a los comunistas y, por tanto, se configuran como el gran partido de la izquierda. Allí van, pues, atraídos por las ventajas del poder, socialistas, comunistas, maoístas, incluso antiguos terroristas del FRAP, siempre dispuestos a superponer sus ambiciones a lo que hasta entonces había sido su rigor doctrinal. Esta composición tiene una característica común: es absolutamente desaprensiva. Era evidente que cuando esta sigla ocupara el poder, los oportunistas de todos los pelajes que se acogieron bajo ella iban a protagonizar indecibles casos de corrupción como, de hecho, así ocurrió. A partir de mediados de los años 80 la sigla PSOE va inseparablemente unida a la corrupción.

Los años del poder sientan bien a los miembros del PSOE que ven casi inmediatamente enriquecidas sus cuentas corrientes bancarias, pero va muy mal para la sigla que llega a 1996 pesando sobre él como una losa la malhadada experiencia de los GAL que se une a la retahíla de casos de corrupción protagonizadas por dirigentes socialistas. De hecho, el propio GAL no era más que corrupción y saqueo de los fondos reservados, unido a una cuarentena de asesinatos.

A lo largo de los años del felipismo se había evidenciado –especialmente en la entrada de España en la OTAN y en la falta de nervio del PSOE a la hora de negociar la entrada en las Comunidades Europeas- que el PSOE estaba pagando la factura que había contraído con la socialdemocracia alemana. Hace poco la Tatcher se preguntaba en sus memorias cómo fue capaz que los socialistas españoles firmasen un acuerdo que iba en contra de los intereses de su país y que implicaba la desaparición de sectores enteros de nuestra economía y la transformación de España en un país de servicio-; si fueron capaces de hacerlo fue precisamente para “pagar los gastos” que supuso para el SPD alemán el construir un partido a partir de la nada y hacerle ganar las elecciones. Este episodio evidenció también que el “patriotismo” socialista estaba completamente ausente. Sí era cierto que dentro del PSOE existían militantes que tenían en muy alta estima el concepto de “España” y que se manifestaban a favor de la unidad del Estado, pero también era cierto que su dirección había traicionado los intereses nacionales (a parte del hecho de que el PSOE desde finales de los años 80 empezó a sufrir “tensiones autonómicas” especialmente en Catalunya.

Durante los años del aznarismo, el PSOE evidenció su fragilidad interna. En esa época empezaron a desaparecer cuadros de cierto nivel y preparación universitaria y el partido empezó a estar formado simplemente por la clique de ambiciosos sin escrúpulos y sin talla profesional que asumió la dirección durante los años del zapaterismo. De hecho, el nivel de la dirección del PSOE en los años de la polémica entre Borrell y Almunia era infinitamente superior a la que acompañó a Zapatero a partir del congreso de 2000.

También hubo una ruptura ideológica entre el XXXIII y el XXXIV congreso: si en 1997 el partido se definía como socialista (aunque en la práctica fuera “socialdemócrata”), en 2000 lo que quedaba de socialdemócrata estaba extremadamente disminuido y había sido sustituido por una mixtura híbrida de humanismo-universalismo que tenía mucho más que ver con las publicaciones y orientaciones de la UNESCO que con alguna corriente de la izquierda clásica. La ideología que acompañó al zapaterismo fue definida pues como “soft” (blanda), pero era mucho más que eso: era simplemente ignorante de la tradición de la tradición socialista española, había dejado de ser una opción de las clases trabajadoras e incluso de la pequeña burguesía, pasando a tener todos los rasgos de la “new age”, estando especialmente presentes unos cuantos de sus tópicos (feminismo, abortismo, disolución de la familia, universalismo, humanismo extremo, homosexualismo, y, por supuesto y por encima de todo, pro-inmigracionismo). A este respecto es significativo que cuando Zapatero manifiesta su voluntad de presentar su candidatura a la secretaría general del partido lo haga en rueda de prensa en la capital leonesa, acompañado por la ejecutiva socialista provincial y amparado en un programa de cuatro puntos del que el primero tenía que ver con la inmigración y prácticamente propusiera el “papeles para todos” a pesar de que en ese momento en toda la provincia de León no habría más de un centenar de inmigrantes…

Así mismo fue significativo que el primer desplazamiento al exterior de Zapatero no fuera a rendir pleitesía a la socialdemocracia alemana, sino el acudir a un encuentro con Mohamed VI poco antes de la crisis de Perejil. Las declaraciones de Zapatero a favor del “federalismo asimétrico” parecían, inicialmente, el pago al apoyo del PSC catalán sin cuyo concurso le hubiera sido imposible salir elegido secretario general. Pero eran mucho más: la falta de patriotismo e incluso la incomprensión de la diferencia entre “nación” y “nacionalidad”, llevó al zapaterismo por la peor de las derivas. Pero hasta ese momento, el PSOE estaba en la oposición y todo inducía a pensar que ZP sería un secretario general de trámite que no podría soportar la derrota que se preveía en las elecciones de 2004 en la que el único misterio era si el PP conservaba o no la mayoría absoluta, pero ningún analista daba como vencedor a la sigla rival.

Las extrañas bombas del 11-M dieron un vuelco a la situación y abrieron el, hasta ahora, peor período en la historia reciente de España. Sobre estas bombas, solamente un ciego podría negar que tuvieron como objetivo el que ZP llegara al poder (harina de otro costal es quien ideó el atentado, siendo lo más probable que fuera un “pool” formado por intereses tan diversos como espúreos: intereses del reino de Marruecos, del eje franco-alemán que no le perdonaba a Aznar la ruptura del frente unitario europeo ante la guerra de Irak y, por supuesto, de sectores policiales comprometidos con la anterior administración felipista que creían evitar así el peso de la justicia por sus corruptelas y crímenes cometidos bajo la sigla GAL).

El problema no fue que la sigla PSOE llegara de nuevo al poder sino que en esta ocasión estaba dirigida por un visionario de pocas luces al que le acompañaba un grupo de aventureros en el peor de los casos y de bobos en el mejor, entre los cuales los técnicos eran pocos y a título de excepciones. Ese equipo de mediocres y alucinados ideológicos quiso acometer a partir de marzo de 2004 lo que llamaban un “proyecto de ingeniería social” e insistieron en este proyecto especialmente durante la primera legislatura, a la vista de que en la segunda legislatura la envergadura de la crisis diera la prioridad a las medidas para combatirla: la ausencia casi total de técnicos terminó haciendo que todas las medidas adoptadas fueran extemporáneas y contribuyeran a situarnos en un clamoroso déficit público de un billón de dólares. No fue raro que los individuos más inútiles e incapaces terminaran ocupando los puestos de mayor responsabilidad a pesar de que carecieran de preparación y titulación para estar al frente de carteras importantes: especialmente catastrófico fue la estricta observancia de la política de “cuotas femeninas” a la vita de que, precisamente, en el PSOE había mujeres, pero ni eran las mejor preparadas, ni las que constituían la guardia de hierro del felipismo tenían las luces suficientes para guiar algo más que una familia unipersonal. Los nombres de la Chacón, la Aído, la Pajín, la “señorita Trini”, etc, junto con individuos tan mediocres como corruptos como José Blanco, dirigieron los destinos de este país durante siete largos, angustiosos e interminables años.

Las carencias del zapaterismo y su caída presentida durante los últimos tres años y medio, terminaron por vaciar al PSOE de todos sus elementos de valor. El resultado adverso de las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2011 desarticuló a las baronías autonómicas. El fracaso en las elecciones general de 2011 terminó por desmovilizar a los escasos militantes con titulación suficiente como para generar entusiasmo y credibilidad en un momento tan difícil como éste. Y todavía queda el derrumbe andaluz (que prácticamente desarbolará a la federación socialista de esa autonomía), el caos que se avecina en el País Vasco con las próximas elecciones autonómicas en las que Amaiur pasará, presumiblemente, a ser la primera fuerza política especialmente cuando pocos días antes de las elecciones ETA anuncie su disolución, sin olvidar que el PSC corre el riesgo de iniciar la centrifugación de las federaciones socialistas en cuanto su dirección plantee los problemas de fondo.

Tal es el repaso a los hitos de la reciente historia socialista. Un partido situado en estas condiciones ¿es viable? No, desde luego a corto plazo y tendrá que llover mucho para que se olvide la malhadada experiencia zapaterista y quede atrás la mediocridad inherente hoy a las filas socialistas. La gestión del poder quema a quienes no lo tienen, desde luego, pero destroza a quien lo tiene y deja un recuerdo tan bochornoso como ha dejado el zapaterismo.

El primer problema para el PSOE es forjarse un “proyecto”: ninguno de los candidatos lo tiene. Cada uno aspira al poder absoluto dentro de la sigla amparado en ambigüedades y vaguedades, pero en absoluto en nada parecido a un proyecto de futuro. El PSOE no es un caso único: toda la socialdemocracia europea está en la misma situación. El proyecto socialista no ha soportado los 125 años y el proyecto socialdemócrata nacido de Bad Godesberg no ha llegado ni al medio siglo. Ahora solamente queda recomponer una izquierda que está multifracturada y que ha perdido cualquier perfil.

Por todo ello, cuando titulábamos este artículo como “El socialismo español en el despeñadero” no exagerábamos, sino todo lo contrario. En efecto, no es solamente el socialismo español el que está en su peor trance histórico, sino el socialismo europeo. Los años que vendrán demostrarán la incapacidad de la izquierda para recrearse a sí mismo… y también la incapacidad de la derecha para encontrar alternativas y salidas. Y que a nadie le quepa la menor duda de que la derecha también quebrará.

© Ernesto Milà – ernestomila@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este artículo sin indicar origen.