Info-krisis.- Desde junio de 2007 (oficialmente la crisis de las subprime se desató en julio de ese año), y a raíz de distintos estudios económicos que intentaban explicar porqué la economía española crece a más velocidad que la europea, lo que hasta entonces era un rumor o una suposición se convirtió en una realidad objetiva razonada y argumentada por amplios estudios técnicos. En efecto, distintos organismos, todos ellos privados –la “cosa pública” prefirió eludir el espinoso problema de qué generaba crecimiento económico y evitar así que el único “éxito” de la primera legislatura zapaterista se convirtiera en una fuente adicional de tensiones- reconocieron que si la economía española crecía se debía a la inyección de seis millones de consumidores adultos en el circuito de la economía española, es decir, de casi seis millones de inmigrantes. Solamente algunos agoreros intuían la gravedad de lo que estaba a punto de ocurrir.
A pesar de que desde el principio todos los operadores económicos y los gobiernos dijeron reiteradamente que era imposible que el contagio llegara a Europa, éste terminó por llegar. Los productos financieros empaquetados en los EEUU se habían convertido en tóxicos terminando por infectar a instituciones bancarias de todo el mundo. El agujero inicial dejado por las subprimes se agravó en países como España por el mal tratamiento que, desde el principio, se hizo de la crisis: primero no se reconoció a causa de la proximidad de las elecciones de 2008 y luego, cuando se hizo, se la trató insertando ayudas a la banca (la responsable del desastre) y luego estímulos a la construcción (los Planes E) como si la hipertrofia del sector se pudiera salvar de alguna manera. Aquellos planes hicieron que el superávit que España tenía en aquel momento se difuminara de 2008 a 2009. A finales de 2009 ya era evidente que la cosa iba para largo, que el paro se había disparado y que, de la noche a la mañana, el paro se iba a disparar –se estaba disparando- con la consecuencia de que los que hasta ese momento habían aportado hasta un 40% de mano de obra, la inmigración, iban a pasar a las listas de paro sin esperanzas de que encontraran trabajo en otros sectores (el agrario y la hostelería estaban saturados de inmigración). Bruscamente, el colectivo inmigrante de enriquecer a las patronales de estos tres sectores, y de constituir una factura pagadera por toda la sociedad, pero asumible en situación de bonanza económica, pasó a ser una losa insalvable que pesa desde entonces sobre nuestra economía. Y en eso estamos hoy: la falta de cualificación profesional de la inmensa mayoría de inmigrantes hace que sea muy difícil para ellos encontrar trabajo en un mercado laboral cada vez más y más contraído.