Infokrisis.- Esto no es una revuelta, ni mucho menos una revolución. No es una algarada porque hasta ahora no se han producido incidentes notables. Tampoco es una revuelta porque para eso hace falta una energía una combatividad que de momento no ha aparecido por ninguna parte. Si el movimiento es algo es una asamblea de mártires (la “gente normal” que manifiesta su indignación) en un país martirizado por una clase política inútil, depredadora e incapaz. En esta segunda parte del artículo vamos a intentar completar nuestro análisis de lo que de positivo y negativo hay en este movimiento.
5. El gran éxito: el movimiento ha robado protagonismo electoral
Cuando se inició la campaña electoral para las municipales y autonómicas, los partidos mayoritarios se las prometían muy felices: a un lado el PP era consciente de que su esperada victoria coronaría su larga marcha de retorno a la Moncloa y el PSOE aspirada a limitar los daños y todo su problema consistía en saber si Rubalcaba o la Chacón dirigirían el socialismo en el tiempo de su recuperación. Y bruscamente la protesta iniciada el 15 de mayo les ha desplazado completamente de la actualidad. La campaña electoral y lo que dijeran los candidatos ha pasado a segundo plano –acaso porque no tenían gran cosa que decir- ante el movimiento de los indignados. Al menos, esta campaña ha tenido como aliciente el confirmar que los partidos políticos no interesan a los españoles. Ni poco, ni mucho: nada.
No es raro que algunos medios pusieran particular énfasis en que las concentraciones fueran dispersadas en la “jornada de reflexión”. Por primera vez han sido los políticos los que se han visto obligados a reflexionar ante lo que estaba pasando. El ocaso del PPSOE es irreversible, de la misma forma que la Constitución nacida en 1978 es un cadáver fétido y maloliente que será recordado como la norma que permitió que durante casi cuatro décadas (España para ser un país que atraviesa cambios cada ciclo de 40 años) dos partidos se turnaran en el poder a pesar de su ineficacia, de su corrupción y de las limitaciones de sus dirigentes (¿cuándo en la historia de España hemos tenido gobiernos y ministros tan peripatéticos, grises, ignorantes, negación misma de lo que es un “estadista”, como en este ciclo iniciado en 1978?).
La actitud de los dos grandes partidos ante las concentraciones de los indignados han oscilado entre el silencio absoluto de Rajoy (que olvidaba que las manifestaciones no eran solamente contra el PSOE, sino también contra el PP y, esencialmente, contra ese híbrido al que se ha llamado PPSOE y que no es otra cosa que un escuálido “partido único”, el partido de los oportunistas y de los incapaces. Zapatero, por su parte, intentaba –torpemente, of curse- “recuperar” al movimiento sin enterarse de que iba contra él, contra su abulia, contra sus decisiones erróneas tomadas desde el momento en que negó la crisis durante la campaña electoral de 2008 acusando a quienes veíamos nubarrones en el horizonte de “falta de patriotismo”. Ese ZP que ayudó primero a la banca (“para abrir el crédito”, cuando en realidad era para que la banca pudiera pagar sus deudas), luego a la patronal de la construcción con el Plan E y el Plan 2010 (y que no sirvieron para otra cosa que para sembrar este país de rotondas, asfaltar sobre el asfalto y repartir comisiones entre concejales y constructoras pero en absoluto para crear empleo), con las ayudas a la compra de vehículos (en lugar de dejar que si las marcas de automóviles querían vender un colín se vieran obligadas a bajar los precios), más tarde con baterías de “economía sostenible” (cuya única novedad ha sido criminalizar las descargas), y, eso sí, dando subvenciones a los grupos nacionales y extranjeros más absurdos (gays angolanos, feministas andinas, y así sucesivamente), ese ZP que ha precipitado al paro al 50% de la juventud española y abrió de par en par las puertas a la inmigración, es el objetivo principal de las protestas, pero, a fuer de no enterarse de nada, ni siquiera ha comprendido lo que está al alcance de cualquier becario de redacción: que la noticia es que un sector de la juventud se ha revuelto contra ZP.
Hoy, dentro de unas horas, veremos el nivel de participación electoral y los tres datos que cuentan: 1) Hasta qué punto es alta la abstención, 2) Si emergen opciones nuevas, 3) Cuál es el alcance de la victoria del PP y 4) Si el PSOE logra salvar los muebles. Y en 10 días sabremos si ZP convoca elecciones anticipadas para octubre. Por primera vez en unas elecciones, el protagonismo no ha estado en los candidatos, sino en las plazas.
6. Sobre los distintos personajes encontrados en la protesta
La protesta de los indignados es justa y necesaria. Es lógica y consecuente con la situación que está viviendo este país desde hace cuatro años. Incluso algunos de los documentos y decisiones adoptadas por el movimiento son asumibles: no votar al PPSOE, expresar en las urnas la indignación votando a cualquier otra opción, o bien absteniéndose o votando nulo o en blanco, y… ¿…y? Nada más. Aquí empieza y termina la importancia del movimiento de los indignados.
En los primeros días de la protesta las plazas –especialmente la emblemática Puerta del Sol, pero también la Plaza de Catalunya en Barcelona- acudió gente normal, gente con problemas, gente airada por la indiferencia del gobierno y de la oposición ante los problemas de la población. Fue, seguramente el mejor momento de la protesta y cuando empezó a suscitar interés. Los primeros documentos emanados del movimiento eran asumibles y esperanzadores. Programas de radio como el de Carlos Herrera abrieron sus micrófonos a los “indignados” y, ciertamente, quienes llamaban y exteriorizaban su estado de ánimo era “gente normal”.
Casi inmediatamente empezaron a surgir los reparos sobre lo que estaba ocurriendo. El movimiento seguía siendo interesante –y sigue siéndolo- si se examinaba grosso modo y en la distancia, en Internet a través de sus documentos y de la actitud de sus gentes, pero en el momento en el que se “descendía a la plaza” y se veía el entorno la realidad era sensiblemente diferente. Allí estaban los restos de la extrema-izquierda, de los antisistema y de “colectivos” marginales y compuestos por marginados, progres de toda la vida utilizando los tópicos que nos han llevado hasta donde estamos, amigos de la corrección política, antiguos mayosesentaiochescos con ganas de renovar sus laureles y tener una última aventurilla que contar a sus nietecitos, fumadores compulsivos de porros incapaces de otra cosa más que de dominar el arte de liar un canuto, originales de la vida que se embutían camisetas del Ché Guevara como el rien-ne-va-plus de la protesta y algún que otro carterista habitual de las aglomeraciones.
Como en todos los fenómenos de masas hay manifestaciones cuyo espíritu se puede asumir en la distancia, pero que provocan la más irremediable tristeza en cuando uno se aproxima a ellos. Poco a poco, la “gente normal” ha ido cediendo a toda la caterva de marginados, izquierdistas de pocos parroquianos, porreros a go-gó, viejas glorias del revolucionarios de los 60 y marginados antisistema que han olfateado posibilidades de jarana. Lo que se está produciendo en estos momentos en el movimiento del 15-M es una “selección a la inversa”, lamentable y un empobrecimiento de sus propuestas recicladas por el camino del izquierdismo trasnochado y los tópicos antisistema de bajos vuelos: se van los “normales”, se quedan los “colgados”, los dogmáticos, los progres y los antisistema.
Esta revuelta de los indignados demuestra, por sí mismo, que en el momento actual no se puede asumir ninguna iniciativa nacida en la sociedad sin algún tipo de reservas mentales. De hecho, a una sociedad enferma, corresponde la aparición de iniciativas limitadas y enfermizas. Después de tres décadas de un sistema educativo ineficaz, no podía esperarse otra cosa. Amputadas las nuevas generaciones de capacidad crítica, narcotizados por prácticas sociales incapacitantes (empezando por los porros y terminando por la telebasura, oscilando entre el botellón en lo exterior y la adicción a los videojuegos hacia el interior), huérfanas de valores e ideales instrumentales y rebosantes de valores finalistas imbuidos por la progresía, ya es milagroso que esa generación haya sido capaz de salir unos días a la calle para protestar por algo.
Lo hemos dicho desde el primer día: en esta protesta lo peor se junta con lo mejor, la “gente normal” con los antisistema más tiradillos y los porreros más ingenuo-felizotes, quienes quieren verdaderamente “hacer algo” y quienes aspiran a un botellón permanente en la Puerta del Sol. Por eso, es un movimiento a seguir a distancia: tiene su razón de ser y su necesidad (¡¡cómo no va a ser necesario que la gente proteste contra el PPSOE o por los 5.000.000 de parados, o por el marasmo de las distintas administraciones!!), pero descender a la “plaza” supone quedar decepcionado por lo que se ve y lo que se huele.
7. Mayo 68 a la vuelta de la esquina: revolución ful
Ni esto es mayo del 68, ni aquel mayo fue ninguna ganga. Hoy sorprende la banalidad de aquella “revuelta” y el hecho de que solamente actuaran algunas cabezas privilegiadas (habitualmente fueron los “situacionistas” los que dieron las mejores consignas y cuadraron los mejores eslóganes, fue Vaneigen y Guy Debord) en medio de la mediocridad general de los “grupúsculos” (maoístas, troskystas, anarquistas) y de una apatía bastante extendida entre el estudiantado que solamente se superó gracias al espíritu de hapenning y kermesse que se creó con la ocupación de las facultades.
Mayo del 68 fue un conjunto de algaradas, una serie de “movidas” políticas que tenían poco que ver, todo lo cual confluyó del 5 de mayo al 10 de junio. No pudo prolongarse mucho más porque las vacaciones estaban a la vuelta de la esquina y no era el caso renunciar a las playas de Dauville o a las arenas de la Provenza. Llamar “revolución” a aquello es algo que ni siquiera hoy hacen los “excombatientes”. Aquello fue una algarada sostenida durante unas semanas mucho más que una revolución.
La protesta actual de los indignados ha querido voluntariamente parecerse a las que se han dado en los países árabes, concretamente en Túnez. Pero esta es la otra orilla del Mediterráneo, aquí las estructuras de poder son mucho más sólidas que en la parte sur, los sistemas de control de masas mas sutiles y a diferencia del Magreb, sensible a cualquier aumento en el precio de los cereales (la alimentación en España está sometida a un proceso inflacionario pero que no alarma a los ciudadanos que –noticias cantan- se han limitado a comprar más barato y comer peor). Las clases medias son mucho más sólidas que en el Magreb, donde son tenues y en fase de proletarización. Y, por lo demás, lo que se ha producido allí son cambios de gobierno, no revoluciones.
Lo que los “indignados” españoles quieren no es tampoco una “revolución”, sino una especie de cambio en la normativa electoral. No tengo dudas de que lo propuesto en el manifiesto de los indignados que hemos reproducido en la primera parte de este artículo baste para enderezar este país, ni siquiera que sea viable (necesario sí, viable no). En realidad sería la primera vez que los partidos del sistema realizaran una modificación estructural dentro del mismo sistema tal que les hiciera perder las riendas del poder. Cuando Platón escribió La República (hace como 2.600 años, o poco menos) ya escribió que nunca en la historia los gobernantes han adoptado resolución alguna que les perjudique a sí mismos. Y el PPSOE no tomará ninguna medida que les haga perder poder.
Un parche es mejor que una herida sangrante. Y eso es a lo que aspira la “gente normal” que participa en las protestas y que es lo que le aporta “seriedad”. Quienes aspiran a una “revolución” (las menguadas huestes izquierdistas, los colectivos de marginados) son demasiado débiles como para que puedan hacer otra cosa que ahuyentar a la “gente normal”.
Y, sin embargo, es una revolución lo que hace falta. Sí, porque cuando se cierra el paso a las reformas (y el PPSOE lo están cerrando so pena de perder poder) lo que se abre es el camino de una revolución. Ahora no hay condiciones objetivas para un proceso revolucionario, no existe un grupo social revolucionario y a cuyas espaldas pudiera recaer el peso de un proceso insureccional. Ciertamente 5.000.000 de parados, 6.000.000 de inmigrantes, un 50% de la juventud en paro, recortes sociales, ineficacia del Estado, falta de credibilidad de los portavoces del régimen, amplia insolidaridad de las masas con el régimen, parecen por sí mismos, constituir factores objetivamente revolucionarios. Pero no hay revolución sin partido revolucionario. Y en la sociedad española no hay nada parecido. Tampoco lo hubo en mayo del 68 y todo quedó en una serie de algaradas encadenadas. Aquí todo induce a pensar que ocurrirá algo parecido.
8. Para hacer algo más que una sentada hace falta algo más que estar indignado
Una sentada –y hasta ahora lo de los “indignados” es un sit-in que genera alguna esperanza- no es una revuelta, ni siquiera una algarada. Parece como si los márgenes de la protesta en las democracias formales se haya restringido extraordinariamente. Faltan elementos:
1) Falta una claridad, no ya en la ideología sino en las propuestas. A estas alturas de la película, en una sociedad con 5.000.000 de parados lo sorprendente es que haya que desatar un movimiento de protesta para que los electores despierten. Si no han despertado hasta ahora es quizás porque están narcotizados irremediablemente. Así pues, es necesario plantearse qué y quiénes narcotizan a la población. Todo lo que no sea clamar POR UNA NUEVA CONSTITUICIÓN parece poco. Y este es el drama: protestar por una reforma de la ley electoral es poco, pedir una nueva constitución es un objetivo demasiado lejano y vivir en el silencio, es nada.
2) Falta un movimiento organizado, sobran “colectivos”. En 1968 todos los “revolucionarios” conocían a la perfección la frase de Lenin: “No hay revolución sin partido revolucionario”. De hecho, ellos mismos no fueron capaces de crear un partido revolucionario a partir de la media docena de grupúsculos extremistas de la época. Hoy las cosas no han cambiado: donde se decía “grupúsculos” ahora se alude a “colectivos” (feministas, okupas, gays, antisistema, etc.) pero la carencia es la misma. Nunca como ahora ha sido necesario un CAMBIO REVOLUCIONARIO, pero nunca como ahora ese CAMBIO ES TAN IMPOSIBLE.
El hecho de que Strauss-Khan ocupara un puesto de relevancia mundial siendo como era un degenerado, vicioso y obseso indica cuál es el nivel de las clases políticas: en el actual sistema demoliberal convertido en una partidocracia plutocrática, hay un tipo humano que juega con ventaja: el psicópata. Miente con facilidad, carece de empatía pero tiene capacidad para simularla, no le importa dañar a su prójimo, cree que se lo merece todo y tiene un encanto superficial gracias a su capacidad de simulación y a su desdén por la ética y la verdad. Mirad a la clase política, desde el nivel municipal hasta la dirección de los organismos internacionales y se verá que la inmensa mayoría responden a este patrón que es el de “psicópatas integrados”. ¿Para qué una “revolución” si, pareafraseando a Pareto hoy no sería otra cosa que la sustitución de una élite de psicópatas por otra élite de cuyo estado mental no se sabe gran cosa pero que surgidos del mismo sistema pueden ser de la misma naturaleza? No confío en las clases políticas, ni en quien busca protagonismo. No confío en nada que no sea una revolución en la educación, en la ética y en la moral, capaz de generar élites nuevas. Para que existen posibilidades de renovación (revolucionaria o reformista) lo que debe aflorar es una élite dirigente pura y dura, o por decirlo con palabras de un innombrable: “mitad monje, mitad soldado”. SIN HOMBRE NUEVO (o sin NUEVA ÉLITE) NO HAY NI REFORMA NI REVOLUCIÓN.
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3) Si hay algo a desterrar es el espíritu progresista y la corrección política. Zapatero debía de haber vacunado a este país sobre estos bacilos inoculados por él en la sociedad, pero no ha sido así. De hecho, parte de los “indignados” son progres que reprochan al zapaterismo no ser suficientemente “progresista”. NUESTRA ÉPOCA ES LA ÉPOCA DEL “GRAN FRACASO”: fracasado el marxismo, fracasada la socialdemocracia, fracasado el liberalismo y su prolongación salvaje, el neoliberalismo, fracasadas las fórmulas económicas y de gobierno (¿podemos hablar de “democracia” como “mando del pueblo” cuando el “pueblo” se arroja en manos de Sálvame, Sálvame de Luxe, telebasura y demás chorradas televisionarias? Si ese es el “pueblo” que debe elegir, a mí que me borren). En otras épocas hubo alternativas. HOY NO EXISTEN. Y como máximo lo que se puede aspirar –y esto es a lo que aspira la “gente normal” que figura entre los “indignados”- es a una pequeña reforma en la ley electoral que aminore la rapacidad de la partidocracia y excluya a los ineficientes de los puestos de administración. Se aspira a un gobierno que se preocupe por los problemas de la población. Ese es el techo. Poco, para lo que necesita una necesidad.
4) No podemos sino experimentar una simpatía hacia todo movimiento que intente cambiar las cosas, pero tampoco podemos dejar de manifestar nuestro escepticismo sobre las posibilidades del movimiento del 15-M para cambiar algo. La “indignación” es un reflejo negativo. Mostrarla es algo más que permanecer narcotizado. Pero la “indignación” no basta para operar un cambio. Y si tras la “indignación” se enmascaran residuos de experiencias anteriores fracasadas (extrema-izquierda, nihilismo, antisistema, excombatientes del 68, etc.), el fracaso del movimiento está cantado.
¿Una conclusión? Es todo un sistema el que hay que cambiar, no una simple ley electoral. Y para ese objetivo, el único que cuenta en realidad, el movimiento del 15-M es poco. Y votar al PPSOE es nada.
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