Infokrisis.- Una sociedad violenta es una sociedad inviable. Nuestras sociedades son cada vez más violentas, por tanto se aproximan al abismo de lo inviable. ¿A qué se debe este proceso de primitivización de la sociedad? No costará mucho entenderlo, aunque si es posible que nos cueste un poco más saber cómo ha sido posible llegar hasta el punto en el que nos encontramos hoy. Se trata, en primer lugar de intentar reconocer la violencia y hacia dónde se dirige.
El hecho incuestionable es que nunca en una sociedad se han multiplicado tanto las iniciativas pacifistas y nunca ha existido tanta violencia en su seno. Esta aparente contradicción, sin embargo, es mucho más comprensible si tenemos en cuenta que:
a. Las situaciones de violencia aparecen en sociedades que, o bien no están estabilizadas o bien están en proceso de cambio. En el tránsito entre el Imperio Romano y el Feudalismo la sociedad era extremadamente violenta, reinaba la ley de la fuerza bruta, de la misma forma que durante la Revolución Francesa el tránsito de la monarquía a la república se hizo bajo el chasquido de la guillotina. Hoy vivimos un momento de cambio acelerado.
b. Se han perdido los valores que hasta ese momento eran referencias. Los anteriores valores han perdido fuerza, no tienen vigencia, y lo que viene, todavía no está suficientemente solidificado y extendido. Hay un momento en el que los valores del pasado ya no sirven, pero no se sabe, no se puede o no se quiere asumir valores nuevos.
c. La idea de “orden” queda anulada y subvertida y aparece una crisis de autoridad. Las jerarquías que hasta ese momento dirigían la sociedad, se han hundido, las emergentes carecen de prestigio. No se sabe exactamente sobre qué valores podría fundamentarse el principio de autoridad.
d. Aparecen rasgos de primitivismo y aculturalización. Se tiende a resolver los conflictos por la fuerza, la sociedad se diluye y la cultura deja de ser su cimiento. Nadie atiende a razones porque cada cual tiene “sus” razones incomprensibles e inasumibles para el resto. La racionalidad parece haber dejado de ser la norma de vida de muchos.
e. El individualismo se hace extremo. La sociedad deja de pensar como un conjunto orgánico dotado de intereses y objetivos comunes y pasa a ser una suma de “individuos” con intereses particulares, enfrentados a los demás que para hacer valer sus “derechos” recurren a la fuerza o a la coacción.
Todo esto hace que la agresividad desborde cualquier cauce, arrase todos los diques que la contienen y pase a ser, cada vez más omnipresente. Nuestra sociedad hoy se encuentra, precisamente, en ese punto. Este proceso ha ocurrido en períodos anteriores de la historia y se repite en nuestro presente. Por eso algunos han afirmado que nos encontramos en el inicio de una “nueva edad media”. Vale la pena, ahora, ver cuáles son los rasgos específicos de la crisis a la que nuestra sociedad se encuentra, aquí y ahora.
¿Por qué nuestra sociedad es violenta?
Los rasgos específicos de la crisis que estamos viviendo son, fundamentalmente, los siguientes:
a. A partir de los años 60, nuestra civilización empezó a mutar de manera acelerada. Primero, el Concilio Vaticano II cambió 500 años de hábitos persistentes del catolicismo, luego apareció la píldora anticonceptiva que, junto con la minifalda y el movimiento hippy, constituyeron los puntos de arranque de la revolución sexual. En música irrumpieron ritmos nuevos y la microinformática, junto con las telecomunicaciones, forjó un mundo que nada se parecía al de la humanidad de mediados del siglo XX.
b. Este proceso culminó con la “globalización”. Tras la Guerra Fría (choque entre el Este y el Oeste), cuando cayó el Muro de Berlín (1989) una sola potencia alcanza la hegemonía mundial (los EEUU) y pareció que un mundo “unipolar”, sería un mundo pacífico. La economía se convirtió en nuestro destino. Se creó un sistema económico mundial que pronto generaron dos fenómenos: uno de Sur a Norte (la inmigración en busca de mejores medios de vida) y otro de Norte a Sur (la deslocalización de empresas hacia países en donde la producción es más barata). Este proceso ha causado desajustes en todo el mundo que constituyen uno de los principales focos de tensión actuales.
c. Se ha generado una inestabilidad socio–económica permanente. Inestabilidad en el trabajo, desigualdades extremas de renta, salarios que no garantizan una vida digna y plena, generan la aparición de dudas sobre el futuro, quien tiene trabajo hoy nunca estará seguro de si lo mantendrá mañana. La inflación y desvalorización del dinero hace inútil el ahorro.
d. Las preocupaciones se vuelven excesivas en nuestra vida cotidiana. Todo resulta problemático, todo está en proceso de cambio, es muy difícil mantenerse en la cresta de la ola y no quedar, antes o después, rebasado por los acontecimientos y las novedades tecnológicas.
e. Sectores enteros de la sociedad no se sienten competitivos en economía, trabajo, estudios. Esta sensación de falta de competitividad en estos terrenos hace que busquen ventajas en otros. Se generan tribus urbanas en los que individuos no competitivos se agrupan y exteriorizan sus frustraciones. Otros cristalizan en bandas de delincuentes o mafiosas, volcados sobre actividades ilícitas.
f. El sistema legislativo es garantista y permisivo: Surgido durante la “transición” política, se adoptaron usos y formas lo más alejados del franquismo, pensando que ayudarían a alcanzar un sistema perfecto de justicia y libertad. Esto era cierto en una situación de estabilidad social, pero no en momentos de crisis: frecuentemente los derechos del delincuente están por encima de los derechos de la víctima; en lugar de castigar el delito se intenta reinsertar al delincuente. Todos estos principios han empezado a fracasar en el momento en que se ha evidenciado la naturaleza de la crisis y la inestabilidad actuales.
g. El sistema de enseñanza está en crisis. Las sucesivas reformas de la enseñanza no han conseguido invertir el aumento del fracaso escolar, ni han constituido una muralla contra la irrupción de la violencia en la escuela. Ésta debe mucho a la aculturalización creciente a la que tampoco han sabido responder las sucesivas reformas educativas. También aquí, el sistema educativo se basa en principios que es preciso revisar. Hoy más que nunca urge restaurar el principio de autoridad en las aulas, el esfuerzo y la capacidad de sacrificio del alumno, desde la pre–escolar hasta la enseñanza superior.
h. Se han instalado antivalores entre nosotros: el “pelotazo” o la especulación, son las actividades lucrativas preferidas propias de las fases de “financiarización” del ciclo económico; el anonimato horroriza al individuo y éste busca saltar a la fama mediática como remedio a todas las incertidumbres. No importa si se hace el ridículo delante de todo el país, lo que importa es salir por TV. Más que “tener personalidad”, lo que cuenta es “tener imagen”. La “imagen” es un reflejo contrahecho de la personalidad, construida en función de la moda del momento.
Todos estos elementos interactúan generando frustraciones, miedos, traumas, reacciones patológicas y sentimientos contrapuestos de hostilidad y agresividad hacia todo y hacia todos. Incluido hacia uno mismo.
¿Qué puede hacer el Estado contra la violencia?
El Estado lo puede hacer todo. Pero no inmediatamente. Los tiempos para el Estado son lentos. Dependen de factores presupuestarios y, sobre todo, de oportunidad electoral y prioridad en el programa electoral. El Estado hace mucho menos de lo que los ciudadanos necesitan. Y no siempre lo hace bien. Ni siquiera el diagnóstico a los problemas suele estar hecho en la dirección correcta. El que el Estado sea democrático no implica que el orden de prioridades elegido por sus gestores sea el correcto. Así pues, nosotros, los ciudadanos, debemos de confiar en el Estado. Pero no sólo en el Estado. O de lo contrario, nos llevaremos amargas decepciones.
En primer lugar hay que desconfiar de las estadísticas. Las mentiras estadísticas figuran entre las armas de una administración que pretende no decir toda la verdad por los costes electorales que ello acarrearía. Llama la atención, en este tema de la violencia escolar, por ejemplo, que cuando un partido está en la oposición, destaca la naturaleza creciente de esta forma de conflictividad, pero cuando ha llegado al poder, bruscamente, todo ha mejorado y no hay que crear “alarma social”… Desde tiempo inmemorial, todos los gobiernos repiten que la “delincuencia va decreciendo”. Y lo dicen con apoyos estadísticos... que la realidad desdice. Sin embargo, lo que importa no es eso, sino la percepción que el ciudadano tiene del problema. Si el ciudadano percibe que la delincuencia aumenta, es que aumenta. A fin de cuentas, el ciudadano es quien la sufre. Y, por lo demás, una estadística se puede enmascarar muy fácilmente: basta con eludir los datos de delitos denunciados en las policías autonómicas, o considerar sólo los delitos, pero no las faltas, o los ingresos en prisión y no las puestas en libertad con cargos, o las incautaciones de droga, pero no los aumentos en el consumo. Trampas y maquillajes no faltan. Así pues, lo que cuenta es lo que se percibe directamente, no lo que nos cuentan. Qué le vamos a hacer: todos quieren repetir mandato, así pues están obligados a demostrar que las cosas van mejorando. Siga mi consejo: no crea a las estadísticas maquilladas ni a los gobiernos que las esgrimen: crea, mejor, en su sentido común
Pero en un Estado democrático los ciudadanos tienen derecho a realizar algunas exigencias. Por ejemplo:
A. El ciudadano debe exigir al Estado celeridad, seriedad, eficacia y prontitud. El Estado debe articular leyes, medidas, rectificar las que han demostrado ineficacia o las leyes que no han conseguido frenar a los delincuentes. Y el Estado lo puede hacer aquí y ahora, a la voz de ya. No necesita esperar al momento electoralmente más rentable. Si se puede hacer una reforma necesaria del marco legal, se puede hacer ya. Mañana es muy tarde.
b. El ciudadano debe serenarse y evitar tomarse la justicia por su mano, tendencia a la que franjas cada vez mayores de la ciudadanía se sienten tentados. Desde hace veinte años la formación de “patrullas ciudadanas” salpica periódicamente unas u otras localidades. Créame: la seguridad para los profesionales de la seguridad, si usted no lo es, no se meta en camisa de once varas.
c. Pero usted tiene el derecho a exigir eficacia a todos los escalones del Estado que intervienen en el proceso de la seguridad. Los organismos del Estado son duros de oído: no se enteran a la primera de que las cosas van mal, precisan que una y otra vez se lo recordemos. Solo entonces actúan: por acumulación de insatisfacciones. Eso es injusto pero es así.
d. El Estado tiene la obligación de poner el arsenal legislativo al servicio quien cumple la ley, no del delincuente: muchas leyes están muy mal hechas, en su espíritu, en su letra y en sus reglamentos aplicativos. Dígalo en voz alta. Insista: tiene muchos medios de protesta. Desde las cartas al director hasta los correos electrónicos. Que no haya ningún profesional de la política que no le quede constancia de que la población piensa unánime y mayoritariamente que hay que castigar al delito y encerrar al delincuente, no tratarlo con guante blanco y paños calientes. Proteste una y mil veces contra aquello que considera injusto. Hasta que el “legislador” no pueda ocultar el foco de protesta que usted representa.
e. No crea en la “privatización” de los servicios ni en que el Estado desplace su responsabilidad a usted: Zapatero a tus zapatos. Pagamos impuestos, exigimos seguridad a cambio. Si no los pagáramos no tendríamos derecho a exigirlo. Pero lo hacemos: así pues, a otros con el cuento de contratar seguridad privada. Y, por lo demás, yo, en tanto que ciudadano no dejo que me culpabilicen: intento vivir honestamente, no robo, no estafo, no ejerzo violencia sobre nadie. Así pues, no me hagan creer que soy culpable de los accidentes en las carreteras, de la violencia doméstica o del desmadre educativo. Si el Estado tiene todo el poder, al Estado le corresponde hacer transitables y seguras las carreteras, solucionar los problemas de la educación, de la violencia doméstica o de la seguridad ciudadana. Yo soy el pueblo: quien paga los servicios y quien exige rapidez, prontitud y eficacia a los gestores de mis impuestos (porque eso es, en el fondo, la clase política).
Como verá no creemos mucho en el Estado ni en sus gestores. La vida nos ha hecho así. Sigan mi consejo: pagan impuestos, exijan servicios. Lo contrario sería de tontos. El político es un servidor público, aunque tiene tendencia a intentar servirse del público. No se lo consienta.
El Estado lo puede hacer todo contra la violencia y si hace menos alguien tiene que rendir cuentas.
[Recuadro fuera de texto]
¿Dónde está la violencia?
A los elementos propios de los momentos de crisis de civilización, se unen los elementos específicos de crisis de nuestra civilización. Esto genera una violencia que aparece en distintos planos entre los jóvenes:
a. Violencia contra nosotros mismos. Constantemente hacemos cosas que nos perjudican y que suponen actos de violencia contra nosotros mismos. Sabemos, por ejemplo, que fumar perjudica seriamente a la salud. Y, sin embargo, fumamos. Sabemos que, más allá de determinadas dosis, el alcohol trastorna nuestro comportamiento, pero asumimos que el fin de semana “nos emborracharemos”. Sabemos que todas las drogas pueden producirnos alteraciones psíquicas y trastornos del carácter, pero queremos autoconvencernos de que son inocuas y de que podremos “controlarlas”. Una música oída más allá de determinados decibelios dañará nuestros tímpanos y, aún así, nos encajamos los cascos del walkman al máximo volumen. Nos alimentamos sin otro criterio que la comodidad, pero ignorando nuestras necesidades nutricionales. Y engordamos; para colmo, no hacemos ejercicio. Finalmente, pasamos horas muertas ante el ordenador machacando nuestra vista y reduciendo la realidad a la virtualidad. Si, ejercemos la violencia contra nosotros mismos.
b. Violencia contra nuestros iguales. Es la violencia que ejercen jóvenes contra otros jóvenes, compañeros de escuela contra otros compañeros de escuela. Es una violencia “horizontal”, ejercida contra gentes en “casi todo” iguales a nosotros. Es el famoso y controvertido “buylling”, el acoso escolar.
c. Violencia contra nuestros superiores. Es la violencia ejercida por jóvenes contra sus padres, profesores o contra cualquier otra autoridad. Se trata de una violencia “vertical”, contra los que están encima en la escala jerárquica. También dedicaremos un capítulo de la segunda parte a este tema.
d. Violencia contra el entorno. Ataques contra las instalaciones escolares o deportivas, ataques contra el mobiliario urbano, violencias en el medio urbano en cualquier circunstancia (con ocasión de una celebración deportiva, de una manifestación reivindicativa, de una fiesta popular, de un botellón, etc.).
e. Violencia gregaria. Es la violencia ejercida en grupo. Puede ocurrir que los miembros de un grupo, tomados individualmente, no tengan una particular predisposición a la violencia, pero actuando colectivamente cometan actos de vandalismo o de violencia intensa. La psicología de masas enseña que las reacciones de un grupo tienen poco que ver con las de cada uno de sus integrantes.
f. Violencia pasiva. Es la que se padece a manos de acosadores, delincuentes o como usuario de servicios sometidos a violencia. La persona que sufre cualquier nivel de violencia pasiva es la víctima. Para valorar cualquier acto de violencia, lo primero a considerar es el impacto negativo que ha tenido en la víctima. El derecho de la víctima debe situarse por encima de los derechos del delincuente, el resarcimiento a la víctima por encima de cualquier otro objetivo.
g. Violencia lúdica. En buena medida es la violencia virtual que ejercemos en nuestro tiempo de ocio. No supone dañar a nadie, pero si el habituarnos a la violencia y al papel de agresores. Son determinados juegos de ordenador o determinadas formas de ocio que tienen como resultado ejercer algún tipo de agresividad sobre otros o sobre nosotros mismos.
h. Violencia mediática. Es la que recibimos a través de los medios. Los medios nos informan de sucesos violentos, nos muestran aspectos descarnados de la violencia cotidiana, pero también nos ofrecen constantemente ejemplos de violencia en series, películas, espectáculos, “debates” en los que los invitados se agraden verbalmente unos a otros, etc. Este tipo de violencia carecería de interés en una sociedad estable, pero puede ofrecer “modelos” a individuos que sufren particularmente las crisis y la ansiedad de los tiempos modernos y tienen una singular agresividad.