Infokrisis.- Se ha dicho que Acción Española tenía solamente el nombre de coincidencia con el maurrasianismo. No es cierto. Además del nombre –algo que, por otra parte, resulta evidente y difícilmente cuestionable- y de la común fe monárquica, el ideario antiliberal y católico era común en ambas. Lo que ocurre es que España tenía sus propias fuentes ideológicas (en todo coincidentes con las de Maurras) y el pensamiento conservador español del siglo XIX había figurado entre los más brillantes de Europa con teóricos dela talla de Donoso Cortés o Jaime Balmes, sin olvidar a Menéndez Pelayo y a Vázquez de Mella. El tradicionalismo francés no podia ser sino una influencia secundaria en un panorama tan bien surtido. Y sin embargo, esa influencia existió. Así mismo, si bien es cierto que la presencia de monárquicos alfonsinos en la redacción de la revista era muy superior a la de tradicionalistas carlistas, no es menos cierto que Eugenio Vegas Latapié reconocía que debía una parte de su pensamiento a la doctrina de Maurras (a diferencia de Maeztu que siempre fue ajeno a ella).
Acción Española fue el laboratorio ideológico de la derecha monárquica, un foro compuesto por intelectuales de prestigio antiliberales y antirepublicanos, monárquicos y tradicionalistas. En su seno se empiezan a percibir las influencias del fascismo italiano. Éste, a fin de cuentas, se insertaba dentro de un regimen monárquico que había conseguido revitalizar y mantener en el poder. Para Acción Española como para su equivalente francés, lo esencial era conectar el presente con el pasado y hacer que aquel pudiera utilizar como trampolín a éste. De entre las muchas partes de la historia de España que los hombres de Acción Española querían especialmente rescatar, es significativo que apelaran al Imperio… como hacía en esos mismos momentos el fascismo que había elegido como símbolo y mito movilizador, el águila de Roma.
Si Acción Española insistió en la necesaria descentralización del Estado, no fue solamente porque los carlistas mantuvieran en su tetralogía los “fueros” en tercera posición (detrás de Dios y la Patria y delante de la misma figura del Rey), sino porque Maurras estaba recordando e insistiendo en que la característica de los Estados liberales es el jacobinismo y la eliminación de los cuerpos intermedios de la sociedad. El rey, tanto en la perspectiva de Acción Española, como en la de Maurras, se limitaba a ser alguien independiente, moderador de los distintos poderes, situado al margen de los partidos, de los grupos oligárquicos y que encarnaba a toda la nación siendo, por tanto, la persona más adecuada para guiar a la nación; así, las instituciones tradicionales, “sociales y representativas”, evitarían caer en las peores formas de absolutismo que siempre –Maurras lo había enseñado- terminan conduciendo al republicanismo jacobino.
Al igual que Maurras, el monarquismo de Acción Española se basaba en la necesidad de encontrar una formula de orden y estabilidad para el Estado (que a un lado y otro de los Pirineos, se coincidía en que era incompatible con el liberalismo y la partidocracia). Por eso mismo no se aspiraba a una monarquía constitucional en la que el “rey reine pero no gobierne”: el rey debía de ser activo y no podia limitarse a un mero papel decorativo y protocolario.
En varios articulos de Acción Española se discute sobre el “Estado Corporativo”. Ciertamente; ciertamente tal era la formula propuesta por Maurras… pero también, en 1931, por el fascismo. Lo único que variaba entre el concepto maurrasiano y el mussoliniano era que lo que era “tradición” en los primeros, se convertía en culto y exaltación al trabajo, lo que entraba en la tradición socialista que fuera la del Mussolini joven.
Tanto en Maurras como en Acción Española la tradición católica ocupaba un lugar esencial: era el cimiento de las sociedades, el principal factor que les daba estabilidad. Para colmo, tanto Francia como España (y el Reino Unido) habían desarrollado teorías que llegaron hasta los años 30 en los que cada país se presentaba como la salvaguarda y defensa de la fe religiosa. En su pasado identificaban los elementos que les confirmaban en estas piadosas intuiciones. La monarquía era la institución defensora del catolicismo y que, a su vez, lo encarnaba en sí misma. El catolicismo, a su vez, era el signo distintivo del “país real” y el factor de coherencia y unidad de la nación. Por eso, Maurras, descreído y agnóstico, se había visto obligado a aceptar la necesidad del catolicismo en Francia, al no encontrar ningún otro elemento que pudiera servir de cristalizador de la unidad nacionalo. Esta componente no estuvo tan presente en el fascismo que, si bien tuvo una dimension “mística”, revistió más bien las formas de un neopaganismo mucho mas que una defensa de la fe católica (aunque estuviera implícita como demostró ampliamente la firma del concordato entre Mussolini y la Santa Sede).
A pesar de que la derecha española durante la Segunda República estuvo divida entre quienes aceptaron el hecho republicano (y sólo aspiraban a rebajar y a atenuar las leyes antirreligiosas proclamadas por la República) y los monárquicos, lo cierto es que, era frecuente que los votantes de Gil Robles prefirieran la monarquía a la república. A partir de 1933 empezaron a producirse “combinaciones” entre estos sectores y el fascismo que en estos momentos se había convertido –a partir del 1 de enero de 1933 cuando Hitler es llamado por Hindemburg para formar gobierno- en una moda para las derechas al encarnar el orden, la jerarquía y la autoridad, verdadera trilogia contrarrevolucionaria opuesta al libertad, igualdad, fraternidad liberales. Mientras Gil Robles evitaba que Acción Popular se declarara “monárquica” para eludir el aislamiento, cada día iba incorporando más y más elementos de la doctrina fascista en el fenómeno que Ramiro Ledesma llamó “fascistización”. En cuanto a las bases de su partido, la CEDA, en un 90% eran monárquicas y en tanto que monárquicas, de este sector procedía el grueso de suscriptores de Acción Española.
A pesar de estar formada por “nacionalistas españoles”, la revista no se limitó a publicar solamente artículos sobre nuestro país escritos por plumas autoctonas; no tuvo empacho en publicar materiales procedentes de otros países, realizar traducciones de obras y artículos de Maurras y publicar artículos escritos por militantes fascistas italianos o integralistas portugueses. También de neojacobitas ingleses, así como de Chesterton, nostálgico medievalista además de autor de prstigio. Como ya hemos dicho en la introducción le cupo a Acción Española la tarea de traducir tardíamente la Encuesta sobre la Monarquía de Maurras y alguna que otra obra procedente de su entorno. Víctor Pradera hizo su contribución sobre El Estado Nuevo resumiendo los ideales de la revista que, hace falta decirlo una vez más, coincidían con el protofascismo maurrasiano y, poco a poco, iba filtrando ideas del fascismo italiano y europeo propiamente dicho. Ese medievalismo arcaizante está también impreso en artículos publicados en la revista FE, el primer semanario de Falange en donde se loaban las ruinas clásicas y la presencia latino-romana en la peninsula, antes de que otros autores específicamente falangistas –Santamarina, Fray Justo Pérez de Urbel, y otros muchos de los que ha dado cumplida cuenta Pascual Tamburri en su artículo El imaginario medieval en la Universidad franquista (Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija, 4 - 2001) lo que contribuye a demostrar la sintonía cultural entre lo que hemos dado en llamar “centrismo fascista” y “derecha fascista”.
El programa estratégico de Acción Española consistía en el restablecimiento de la “monarquía tradicional” en la que el monarca sería el moderador de los tres poderes. No se trataba de una forma de “absolutismo” sino que se establecía que el poder real estaría limitado por los “Consejos” y por los fueros tradicionles. En tanto que católicos, Acción Española sostenía que el poder real emanaba de Dios. La función de las estructuras corporativas sería representar y legislar junto al Rey. El enemigo principal era la República y la vía para “superarla”, con el paso de los meses y, especiamente despues de los episodios de Asturias y Catalunya en febrero de 1934, la vía insurreccional era la que fue ganando adeptos. Renovación Española compartía completamente este programa estratégico.
El proyecto de constitución de un círculo de este tipo arrancó en los últimos meses de la dictadura de Primo de Rivera y se prolongó hasta una vez proclamada la República en un período que va desde enero de 1930 a diciembre de 1931. Las fuentes ideológicas estaban claras: Acción Española, aun estando muy influida por el maurrasianismo, como movimiento patriótico que era, lógicamente, aspiraba a hundir sus raíces en pensadores autoctonos y estos no faltaban en el siglo XIX español. La tetralogía que inspira a la revista está formada por Jaime Balmes (union de lo histórico con lo apologético, según Sáinz Rodríguez), Menéndez y Pelayo (interpretación católica de la civilización española), Donoso Cortés (tradicionalismo contrarrevolucionario) y Vázquez de Mella (carlismo, antimasonismo, foralismo).
Oficialmente, Acción Española, como grupo se constitutó en octubre de 1931 y el primer numero de la revista aparecería en diciembre, primero con una cadencia quincenal y luego mensualmente. Fue prohibida de agosto a noviembre de 1932 (por sus elogios a la “sanjurjada) y su último número, el 88, se publicó poco antes de estallar la guerra civil, si bien apareció un número 89 en marzo de 1937, espectacular con 400 páginas que no era sino una antología de textos de la revista, con introducción del propio Franco y del Cardenal Primado. Calvo Sotelo y Víctor Pradera fueron los dos colaboradores más asiduos y la dirección quedó a cargo de Maeztu quien, sin embargo, ni pudo imponer el nombre que proponía para la revista –Hispanidad- en lugar del muy maurrasiano de Acción Española. Vegas Latapié y Fernando Gallego Marqués de Quintanar fueron los impulsores. Este último se había relacionado con Antonio Sardinha, el ideólogo de los “integralistas” portugueses que se llamaban a si mismo “tradicionalistas anticonservadores”, monárquicos, pero también sindicalistas, antiparlamentarios y antiliberales. Sardinha era “antiiberista”, pero consideraba que España y Portugal tenían que unificarse en una “alianza peninsular” que implicara la fusion de la dinastía Borbón y de los Braganza que repercutiría en el marco de la “Hispanidad”. Era justamente por eso por lo que Maeztu opinaba que la revista debía llamarse Hispanidad. Latapié, mucho más político que doctrinario, pensaba que la revista debía tener un carácter de análisis político y combate. El marqués de Quintanar fue el primer diretor de la revista hasta el número 27 y, a partir de ese número, Ramiro de Maeztu ostenta el cargo. En cuanto a la sociedad que impulsaba la revista, recibía el nombre de Cultura Española y estaba presidida por Ramiro de Maeztu con el Marqués de Quintanar, José María Pemán, Jorge Vigón, el Marqués de las Marismas, el Marqués de la Eliseda, Luis Vela y Vegas Latapié quien explica todo esto en sus memorias (Planeta 1983) esenciales para entender y situar en el tiempo esta iniciativa. Las oficinas estuvieron instaladas en la Glorieta de San Bernardo. A partir del número 36 adoptó una portada que hoy parece muy simple pero que en aquel momento era el “último grito” en diseño cubista y en tintas roja y negra que incluía uncírculo con la imagen esquemática de Santiago el Mayor y el lema “Santiago y Cierra España” (ver la curiosa explicación de la portada en http://www.filosofia.org/hem/193/acc/e36545.htm). En el libro de Luis María Anson titulado Acción Española (Editorial Círculo, Zaragoza 1960) se da la que parece ser la relación mas completa de colaboradores de la revista: Víctor Pradera, conde de Rodezno, Javier Reyna, Marcial Solana, González de Amezúa, pertenecientes al sector monárquico, gente de la CEDA como el marqués de Lozoya y Fernández Ladreda, pero también miembros de Falange Española: Eugenio Montes, Sánchez Mazas, Ledesma Ramos (lease, por ejemplo, http://www.filosofia.org/hem/193/acc/e24581.htm, publicado en el número 24 el 1 de marzo de 1933), Giménez Caballero, Emiliano Aguado. Tras ser suspendida durante la sarjurjada y reaparecer se publicó una nota firmada por José María Pemán, Pradera, Ruiz del Castillo y Sáinz Rodríguez, Ramiro de Maeztu, el marqués de Lozoya, Calvo Sotelo, Ibáñez Martín, González de Amezúa, Juan Antonio Ansaldo, el marqués de Quintanar, Manuel Pombo Polanco, Eugenio Vegas y el marqués de la Eliseda, Javier Vela del Campo. Se empezaron a dar cursillos y conferencias. Sáinz Rodríguez tenía razón cuando dijo: «Acción Española ha logrado reunir a un grupo de intelectuales en torno a una idea de la cultura nacional.»
Mientras se prolongó la República, Acción Española, se limitó a ser un grupo de elaboración intellectual y preparación de cuadros de la derecha monárquica, cada vez más virada hacia el fascismo. La revista tendrá una influencia más amplia a la vista de su plantel de colaboradores que van desde la “izquierda fascista” (Ramiro Ledesma), hasta la “derecha fascista” (el Marqués de Eliseda) y abarcará, naturalmente a Renovación Española, a las JAP e incluso a amplios sectores de la CEDA. Raúl Morodo en su estudio sobre la revista ha sido de los que ha percibido el inequívoco deslizamiento hacia el fascismo en sus contenidos. Tan solo Sáinz Rodríguez y Vegas Latapié se verán libresde esa tendencia, paradójicamente, gracias a la influencia determinante de Maurras, el protofascista que aportó la mayoría de cuadros al fascismo francés y que, finalmente, se horrorizó de algo que, si bien era antiliberal e incluso que podia ser monárquico, también sacratilaba al Estado, destruía la autonomía de las partes que lo constituían y parecía culminar en una especie de absolutismo sin monarca o con un monarca títere. Morodo, termina diciendo: “Vegas Latapié y Sáinz Rodríguez serán así las escasas excepciones en la evolución de AE hacia el fascismo comisorio” y en esto coincide con Éugene Weber quien en su libro titulado Action Française explica que Latapié intentaba solamente extender el ideario de esta organización en Francia. En cuanto a Maeztu, hasta muy avanzado su proceso de elaboración ideological–que sera completamente diferente al de Maurras y que incluso desconfiaba de él- fue específicamente español, quería llamar a la revista, como hemos dicho, Hispanidad y, para colmo, encartarla en el diario conservador La Nación.
Nunca los fundadores de Acción Española se propusieron crear un nuevo partido, pero sí convertirse en una especie de escuela de cuadros y en un elemento de formación del pensamiento de la derecha monárquica que irrumpió en un mlmento tardío para esta idea, cuando ya la misma teorización de Maurras empezaba a quedar atrás y a verse rebasada por los fascismos europeos. El drama de Acción Española fue precisamente este: nace a caballo cuando Maurras ya da en Francia señales de perder peso específico y cuando el fascismo está en expansion. Era evidente que, la revista se iba a resentir de esta situación internacional y que, aun siendo Maeztu el director, muchos de sus colaboradores no iban en la misma dirección: unos por maurrasianos y otros por fascistas. Cuando Morodo alude a la colaboración de Ledesma con Acción Española destaca que “Ledesma Ramos no sólo colaborará en AE, es cierto que con un solo artículo, sino que mantenía relaciones conspiratorias con ellos” y en cuanto a José Antonio destaca que “los amigos tradicionales de José Antonio Primo de Rivera estaban casi todos ellos dentro de AE, en gran parte por haber sido colaboradores de su padre”. Si bien Sainz Rodríguez quería hacer de Acción Española un “laboratorio” de las derechas sobre la base de tres “antis”: antiparlamentarismo, antiliberalismo, antipartidismo de las que dise que son “las tres negaciones son un ansia total del alma española”. El grupo aspira a "la salvación de España" y la “regeneración nacional” partirá de una “minoría directora”. Pero la lucha –y es muy importante señalar este aspecto porque bruscamente nos pone con 35 años de adelanto sobre Alain de Benoist y la “nouvelle droite” que empezó a trabajar en Francia en junio de 1968- es, ante todo, ideological. Sáinz Rodríguez escribe: “Sólo se vence a la revolución derrotando previamente la ideología revolucionaria”. Y en ese momento (mediados de 1932) todavía la derecha guardaba un recuerdo nefasto del fracaso de la dictadura de Primo de Rivera que los hombres de Acción Española atribuían a una falta de claridad ideologica. Era esa indefinición, esa falta de adecuación del nacionalismo español a la nueva situación lo que había generado el hundimiento de la dictadura primero, de la monarquía después y lo que había abierto el camino a la “revolución española”. Era esta revolución la que se trataba de derrotar: y la “lucha final” se identificaba con la lucha contra la República.
Si la “lucha final” todavía no puede darse en 1933 es porque “No existe aún la minoría directora debidamente impuesta en los verdaderos principios sociales y políticos que nos es indispensable, y tampoco está maduro el ambiente que debe acompañar la existencia de esa selección". Y Maeztu, autor de esas palabras, añadía: “Nos encontramos con que lo más que necesitábamos en aquel momento no eran razones, sino espadas, pero para tener espadas necesitábamos de las razones”. Para Morodo (cuyo estudio sobre Acción Española está lastrado por una óptica progresista pero que agrupa datos e interpretaciones dignas de consideración) se trataba de crear un laboratorio de idas por encima de los partidos “de la derecha autoritaria y no liberal”. Cita a Quintanar: "AE nació porque el frente intelectual de la España tradicional estaba desguarnecido. Tenemos que afirmarlo con toda rotundidad: AE no vino en 1931 a llenar un hueco a los ocho meses de la revolución. No. AE vino a ocupar todo un frente extensísimo cara al enemigo ensoberbecido y pedante. AE ha ido volviendo a poner en pie esa tradición desempolvándola, sacándola a la luz... Y cuando la política de reacción fue mostrando el pecho y ofreciéndola a la lucha por sus ideales, fueron las páginas de AE a un terreno amigo y propicio, donde se encontraron los escritores de la 'Comunión Tradicionalista', de la gloriosa historia intelectual y moral, aquellos otros de 'Renovación Española', de reciente constitución, y muchos independientes de credos tan diversos dentro de su unidad españolista que van desde el filósofo católico hasta el doctrinario del nacionalismo integral. Que nuestra fórmula de reclutamiento y de convivencia es, por oposición a la de la democracia parlamentaria que no quiere enemigos a su izquierda, la de no tener a la derecha sino amigos, y entendiendo por derecha esa zona abnegada donde se funden todas las esencias nacionales". Las palabras fueron pronunciadas a principios de octubre de 1934 coincidiendo con la revolución de Asturias y la proclamación del Estat Catalá en Barcelona.
Es a partir de ese momento cuando la influencia del fascismo en España va creciendo y todo este sector se convence de que la malhadada República solamente podrá ser derrocaba por la vía golpista. Es a partir de ahí cuando Maeztu empieza a hablar de “armonizar inteligencia-espada”, idea que irá repitiendo machaconamente desde entonces. En esa idea se reconocían todos, desde Ramiro Ledesma a Albiñana.
Que nosotros sepamos no existen cifras de ventas, ni de suscripciones, ni mucho menos de lectores de la revista. El marqués de Quintanar estima que los suscriptores fueron entre 2.500 y 3.000 en 1934. Algunos son “suscriptores de honor” que aportan anualmente la cifra de 500 pesetas recibiendo a cambio una edición especial de cada número impresa en papel registro. Los datos estudiados por Morodo le llevan a intuir que existían dos grupos de suscriptores: industriales del Norte y terratenientes del Sur y, en Madrid, núcleos intelectuales, con algunos militares dispersos por toda la geografía, entre los que figuraba el propio Francisco Franco, como suscriptor.
Al producirse la sublevación de Julio de 1936 y, especialmente, en los meses siguientes, se percibirá con claridad que buena parte de los colaboradores, suscriptores, corresponsales y ensayistas de Acción Española reaparecen convertidos en funcionarios del nuevo regimen, incluso ocupando parte de los cargos ministeriales. Algunos de ellos habrán participado activamente en la conspiración. Muchos eran aristócratas (los marqueses de la Eliseda, del Saltillo, de Lozoya, de las Marismas del Guadalquivir, el marqués de Albayda, conde de Barcenas, marqués de Camposanto, vizconde de Casa Aguilar, conde de Casal, marqués de la Conquista, duquesa de Durcal, conde de Eaga, conde de Elda, marqués de Fuentes, conde de La Granja, conde de Haro, marqués de Hazas, marqués de Yturbieta, marqués de Manzanedo, marqués de Ordlana, marqués de Sales, vizcondesa de San Enrique, conde de Torneros, conde de Vega Florida, marqués de Villarrubia de Langre, entre los citados por Morodo. La lista de suscriptores y colaboradores parecía un verdadero Ghotta de la nobleza española.
Militares tampoco faltaban, además de Franco. Sanjurjo, por supuesto, y también los generales Orgaz y García de la Herrán que también era colaborador. El plantel de futuros ministros de Franco estaba bien nutrido: Ramón Serrano Suñer, Pero Sáinz Rodríguez, Esteban Bilbao, entre otros. Entre los falangistas y naciona-sindicalistas figura, como hemos vito, Ramiro Ledesma, pero también José Antonio Primo de Rivera (quien publica dos artículos) y Emiliano Aguado. Tampoco podían faltar los carlistas: Victor Pradera y Marcial Solana. O los corporativistas como Eduardo Aunós (que, maurrasiano de pro, difundirá el pensamiento corporativo de René de la Tour du Pin en España). Y, naturalmente, los clérigos presididos por el cardenal Gomá.
En cuanto a la lista completa de colaboradores, Morodo nos ofrece la siguiente en la que pueden percibirse apellidos que circulaban también por Falange Española e incluso por La Conquista del Estado, primera muestra del fascismo español: Emiliano Aguado, Alvaro Alcalá-Galiano, Rafael Alcocer, Manuel Alemán, conde de Altares, Martín Andréu Valdés, Juan Antonio Ansaldo, Luis de Araujo- Costa, Felipe Arcocha, José María de Areilza, Joaquín Arrarás, Cristina de Arteaga, José Artero, Pedro Artiñano, Eduardo Aunós. Jaime Balmes (textos), J. Barja de Quiroga, Antonio Bcrmúdez Cañete, Fernando Bertrán, José Bertrán y Güell, Esteban Bilbao, Mario Briceño, Manuel Bueno, Carlos Buhigas, Rafael Burgos, Luis Cabello Lapiedra, José Calvo Sotelo, Francisco G. del Campillo, Francisco Carmona Nenclares, Santiago Carro, Miguel Castells, Aniceto de Castro Albarrán, Juan de la Cierva, Coloma Gonzalo, Santiago Corral, José Corts Grau, Jorge de la Cueva, Juan Domínguez Berrueta, Armando Duran Miranda, marqués de la Eliseda, F. Enríquez de Salamanca, Gumersindo de Escalante, marqués de las Marismas del Guadalquivir (José Ignacio Escobar), Carlos Fernández Cuenca, José María Fernández Ladreda, Luis de Galinsoga, Félix García, R. García de Castro, Tomás García Figueras, Miguel García de la Hcrrán, Alberto García Nueva, Alfonso García Valdecasas, Zacarías García Villada, Vicente Gay, Ernesto Giménez Caballero, Antonio Goicoechea, cardenal Goma y Tomás, Agustín González de Amezúa, Wenceslao González Oliveros, César González Ruano, Nicolás González Ruiz, Antonio de Gregorio Rocasolano, Nemesio Guenechea (SJ), Carlos Hernández Herrera, Emilio Herrera, Miguel Herrero García, Javier Hurtado de Zaldívar, José Ibáñez Martín, Bruno Ibeas, Mauricio de Iriarte (SJ), Fernando Jiménez Placer, Alfonso Junco, Claudio de Lanzos, Ramón Ledesma Miranda, Ramiro Ledesma Ramos, Pablo León Murciego, F. de Llanos, Diego López Cabrera, José María Lorente, marqués de Lozoya, Ramiro de Maeztu, Jesús Marañón, Tomás de Martín Barbadillo, Cirilo Martín Retortillo, Marcelino Menéndez y Pclayo (textos), fray Albino Menéndez Reigada, Pedro Mourlane Michelena, padre Andrés Mesanza, Carlos Miralles, Eugenio Montes, Enrique Montesinos, H. Muñoz, F. Murillo, Teófilo Ortega, Julio Palacios, Leopoldo Eulogio Palcios, Francisco Pciró, José María Pemán, José Pemartín, Osear Pérez Solís, Francisco Pompey, Víctor Pradera, José Antonio Primo de Rivera, Mariano Puig- dollers, Juan Pujol, marqués de Quintanar, Javier Reina, Lorenzo Riber, Blanca de los Ríos, conde de Rodezno, padre Teodoro Rodríguez, F. Rodríguez Pomar, Antonio Rubio, Carlos Ruiz del Castillo, Rafael Ruiz y Ruiz, Antonio Rumeu de Armas, Pedro Sáinz Rodríguez, marqués del Saltillo, Rafael Sánchez Mazas, conde de Santibáñez del Río, Marcial Solana, Enrique Súñer, M. Terraval, José María Torres Murciano, Francisco Valdés, Juan Valera (textos), A. Vallejo Nájera, Vázquez de Mella (textos), José Luis Vázquez Dodero, Eugenio Vegas Latapié, Luis Vela del Campo, padre Vélez (OSA), Jorge Vigón, Lorenzo Villalonga, Zacarías de Vizcarra, José de Yanguas Messía, padre Pelayo de Zamayón y Eusebio Zuloaga.
La guerra civil separó a muchos de estos autores. Unos fueron fusilados por la república, otros –especialmente monárquicos- terminarían enfrentados a Franco y a su concepto de “monarquía sin rey”. Ansaldo, siempre xaltado, debió exiliarse y lo mismo hizo Sáinz Rodríguez. Otro participaron en la elaboración del dispositivo legal e institucional franquista, algunos mantuvieron buenas relaciones con Franco hasta el final aunque retornaron a su fe juanista tras la derrota de los fascismos. Muchos de ellos ocuparon cargos destacados en la estructura franquista, en el Consejo de Regencia, en los distintos ministerios, en las Cortes franquistas, alguno, incluso, como Luis Escobar, Marqués de las Marismas, triunfó como autor teatral primero y luego como actor cómico en distintas películas incluso hasta principios de los años 90, protagonizando a aristócratas descentrados en La Escopeta Nacional, Patrimonio Nacional o bien ironizando sobre la política de la época en Que vienen los socialistas.
Franco les agradeció a casi todos ellos su aportación a la creacion del regimen otorgándoles nuevos títulos de nobleza: a Bau Nolla el condado de Bau, a Churruca el de Abra, al conde de Rodezno la grandeza de España, a Esteban Bilbao y a Víctor Pradera un marquesado y un condado respectivamente. Morodo resume la situación del conjunto afirmando que “la inmensa mayoría se instalará en el establishment de la posguerra franquista”.
Es evidente el motivo de esas recompensas: la Falange Española que conoció José Antonio Primo de Rivera había desaparecido prácticamente fusilada por los republicanos o desangrada en los frentes de batalla. De las JONS no quedó absolutamente nada y Ramiro compartió paredón con Maeztu. El único núcleo intelectual capaz de aportar cuadros formados al regimen era la corriente maurrasiana que se fue fasiscizando con el paso del tiempo y que creó “espacios compartidos”. Con los fascistas. Ya hemos visto como colaboraron los maurrasianos catalanes de la Lliga Regionalista. Franco recurrió a ellos, especialmente, a la hora de “internacionalizar” su posición. Otro tanto hizo con Acción Española que con su crítica al liberalismo y al socialismo, con su ensalzamiento de la tradición española, del pensamiento corporativo y del Estado autoritario, elaboraron en los números que duró la publicación las bases doctrinales que luego aprovecharía el franquismo. E incluso más. El denominador común que une los tres períodos del regimen franquista (1936-43, 1943-56 y 1956-75) tan diferentes entre sí y lo que permitió dar coherencia al entramado franquista, fue precisamente el pensamiento divulgado por Acción Española antes de la guerra y que prolonga su influencia incluso en la Ley Orgánica del Estado que sienta las bases de un “Estado Orgánico”, eufemismo para evitar la palabra “corporativo” en desuso en 1967. Sería imposible de entender la propuesta de “Estado Orgánico” sin remontarnos a las fuentes “trabajadas” por Acción Española: Maurras y La Tour du Pin, especialmente, en un momento en el que ya era imposible establecer un andamiaje basado en el fascismo denostado en 1967.
La teorizacion que hoy se llamaría “metapolítica” (crear cuadros para obtener la hegemonía cultural y derrotar por ese camino a la “revolución”) la puso en práctica en exclusiva Acción Española y, lo precipitado de los acontecimientos hizo que diera sus frutos una vez estalló la sublevación franquista. Si el propio Franco era suscriptor de Acción Española y si buena parte de sus ministros lo eran también, era innegable que la orientación de su regimen iría en esa misma dirección: monarquismo (aunque sin rey hasta 1967), antiparlamentarismo, antiliberalismo, patriotismo, corporativismo, antimarxismo, vision católica de España y autoritarismo. Es significativo que el foralismo fuera precisamente el elemento maurrasiano y monárquico que estuvo ausente del franquismo… y que estuvo también ausente en los fascismos (véase Evola, El Fasismo visto desde la Derecha y las Notas sobre el III Reich para confirmarlo). ¿Por qué? Porque cuando estalla el 18 de Julio, Acción Española y Renovación Española se han ido fascistizando cada vez más y asumiendo los rasgos autoritarios y centralistas que han caracterizado siempre al fascismo. La ausencia de “foralismo” y la centralización que siguió demuestran por sí mismos que Acción Española se convirtió en, como mínimo, tan fascista como monárquica. Fue, en cualquier caso, el exponente de un “fascismo español de derechas”… en el que colaboró la “izquierdas fascista española” (Ledesma) y lo que hemos llamado el “centrismo fascista español” (falange), como creemos haber demostrado suficientemente. Claro está que entre estas tres tendencias había polemicas, rivalidades y fricciones… no podia ser de otra manera. Lo mismo ocurrió en Francia, en Alemania y en Italia. La coexistencia entre tres Corrientes del fascismo nunca fue completamente una balsa de aceita, como tampoco lo era la coexistencia entre marxismo-revolucionario, consejismo, trotskysmo, marxismo-leninismo y stalinismo en la otra acera política. La diferencia entre ambos extremos radicó en que mientras el “fascismo” fue capaz de cooperar estrechamente en España en sus tres Corrientes, las distintas Corrientes marxistas tenían cierta tendencia a la checa, el tiro por la espalda y la desaparición de los adversarios politicos, especialmente los del mismo bando.
Queda ahora por resumir la trayectoria de Renovación Española que nos confirmará en esta tesis: el protofascismo maurrasiano cristaliza en España en Acción Española y en Renovación Española que constituirán, una vez fascistizadas, lo esencial de la “derecha fascista española”.