INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

jueves, 14 de octubre de 2010

Diario de BCN de un descastado. 9.08.210 (II de ¿?). Las plazas de Gracia: El Diamant, La Virreina...





Infokrisis.- Si el barrio de Gracia tiene algo de característico es, sin duda, la relativa abundancia de plazas públicas que alivian su elevada densidad de población. Tiene gracia este barrio compuesto por un 30% de gente con estudios medios o superiores, pero que tiene unos ingresos per capita inferiores en un 4% al resto de la ciudad. Las estadísticas demuestras a las claras que en este corazón de la Catalunya urbana que es Gracia no hace falta estudiar para ganarse cómodamente la vida. Hoy, cuando la generación “suficientemente preparada” ha sido sustituida por la generación “ni-ni”, también aquí muchos aspiran a convertirse en los Belén Esteban de TV3 o de los múltiples canales locales de los que hemos sabido gracias a la incorporación del TDT a nuestras vidas. Odín sabe lo que vendrá después. Gracia parece ser hoy una estadística más que un barrio. Una publicación local me informa de que la densidad media del barrio es de 28.400 habitantes por kilómetro cuadrado, pero llega hasta 42.649 en las zonas más densas. Un verdadero hormiguero o, quizás, un termitero. Afortunadamente están las plazas de Gracia para esponjar el barrio.

La primera a la que llego es la del “Mestre Balcells”. Más que una plaza es un jardín empinado poblado por cacatúas, una verdadera metáfora de la sociedad catalana y de su clase política: hablan y hablan repitiendo un discurso machacón y manido en medio de la indiferencia general. Estar sentado en un banco de esta plaza vale por un curso de etología urbana. Bajo los árboles empiezan a llegar los habitantes naturales del barrio, palomas y palomos (¿es manía mía o ahora son más gordos que hace unos años?). Bruscamente aparece una cacatúa seguramente hija y nieta de la pareja primigenia que algún vecino compró y de la que se deshizo poco después a la vista de que no podía sacarse ningún sonido articulado de aquella garganta hecha para graznar y picotear. Se reprodujeron sin que nadie se preocupara y ahora están ahí disputando ésta y otras plazas a las palomas y palomos mejor cebados de la historia barcelonesa. Al graznido de esta primera cacatúa responden otras y luego otras más en progresión geométrica. Finalmente, las palomas, acongojadas y empequeñecidas, presionadas por la marea verde se van retirando. El verde, por cierto, es el color del Islam, aunque la buena noticia es que apenas hay moros en Gracia, como máximo paquistaníes dentro de sus comercios y siempre dispuestos a venderte a cualquier hora del día. El pequeño comercio local está agonizando -¿existe todavía?- pero el pequeño comercio paquistaní o chino es más poderoso que nunca.

Saliendo de los jardines del Mestre Balcells, se llega a menos de 100 metros a la Plaza del Nord, con sus Lluïsos de Gracia (los que asaltó la Guardia de Franco, organización militante del Movimiento, en los años sesenta y con permiso de los Creix, todopoderosos hacedores de la Brigada Político-Social) y algo más allá el Colegio de La Salle Josepets (donde tuvo su “gran cuartel general” el famoso Hermano Clemente, un hitleriano bondadoso que decía haber nacido en “Bergen” (en realidad asomó a este mundo en Berga), lucía botas de montar bajo la sotana y en su habitación, sólo para los íntimos, mostraba orgulloso un reloj que al dar las horas tocada los compases del Die Fanhe Hoch y, sustituyendo al cuco, aparecía –como era posible intuir- una bandera con la svástica.

En los dos años que no paseaba por la Plaza del Nord algunas cosas han cambiado. Incluso en épocas de crisis económica, la inercia del afán constructivo anterior prosigue a ritmo acelerado. Las dos tabernas típicas que siempre estuvieron en una esquina ha dado lugar a un edificio anodino y a otro en construcción cuya estructura de hormigón no deja presagiar nada bueno. La plaza ha perdido personalidad y el edificio de los Lluïsos es el último resto de otro tiempo.

Las acacias parecen más tristes que nunca en la Plaza del Nord. Especuladores tardíos y ladrilleros espabilados no dan pie a muchas alegrías. En cuanto a la plaza en sí parece ser, más que un espacio público, una zona de cagadas caninas, espacio de resacas y zona en la que niños díscolos gritan como posesos en los columpios empujados por sus padres inexpresivos con una furia tal que se diría que quisieran arrojarlos a la lejanía, o bien que se despellejan las rodillas hasta la sangre en esa mezcla de arenilla y gravilla fina que cubre el suelo polvoriento de la plaza y el calzado de quien la atraviesa. El Barrio de la Salud ha quedado atrás y esta plaza, ahora mismo, parece más bien la del berrinche infantil y la del colocón alcohólico. Esa es la plaza del Nord.

Trescientos metros hacia abajo se encuentra la que sin duda es la plaza más hermosa del barrio de Gracia, la de la Virreina, llamada así, creo recordar porque en un tiempo lejano estuvo el domicilio de un virrey, aunque quien quedaba en casa era ella, la virreina, hasta apellidar al lugar. Dominan la plaza un chalet “jugendstill” (que aquí se tradujo como “modernista”) y la Iglesia de Sant Joan de Gracia, parada obligada de Gaudí en los monótonos y cansinos tránsitos que realizada desde su chalet en el Park Güell hasta la Sagrada Familia. Sant Joan de Gracia le quedaba, más o menos, a medio camino si ese día no había decidido darse una vuelta por el oratorio de San Felipe Neri y –piadoso arquitecto- echar unos paternosters. Ambos edificios, Sant Joan y el chalet están en oposición en la plaza, como si se tratase de un remedo de la Barcelona medieval y renacentista: a un lado el clero, a otro la aristocracia, en medio el campo de batalla. Nunca la sotana y la espada se llevaron bien en la Barcelona de aquellos tiempos.

Hace cinco años, una poderosa colonia de borrachos, autóctonos y de importación, se concentraban en las escaleras de Sant Joan, ojos enrojecidos y vidriosos, roña a tutiplé y olor a cloaca, acompañados de algún que otro esquizofrénico. Allí, se forjaba la hermandad de los marginados y allí compartían e intercambiaban medicamentos unos por latigazos de Don Simón.

Soy un hombre de fe, así que jamás me he introducido en el interior del templo de Sant Joan. Lo supongo víctima de una ominosa restauración tras haber sido incendiado durante la Semana Trágica, con el párroco, amigo de Gaudí, dentro. En cuanto al aristocrático chalet, terminó siendo alquilado por habitaciones y a principios de la década albergaba a un bar vegetariano cuyos promotores se obstinaban en convencerte de que bebieras una cerveza sin alcohol (cuando habías pedido una Voll) o Coca-Cola sin cafeína y sin azúcar (cuando te apetecía justo lo contrario). Con tamaño celo misionero no es raro que el bar vegetariano apenas durara un semestre, huérfano de clientela y con los habituales hartos deque a cada cosa que pidieras te enmendaran la plana.

La pequeña pero concurrida oficina del BBVA que hubo en una esquina de la Plaza de la Virreina ha sido sustituida por un “espacio digital” (que no tengo muy claro lo que pueda significar) y en cuanto a la granja que estaba a la derecha de la iglesia, hoy es una heladería italiana. Gelateria que le dicen, ignoro si en italiano o en catalán. La casa en la que vivió Joaquín Blume sigue siendo la casa en la que vivió Joaquín Blume. La placa que lo recuerda –por las placas y las lápidas no pasa el tiempo- sigue estando donde siempre. En cuanto a la fuente de la plaza, encharcada, como siempre, y las terrazas de la plaza cobrando a tres euros consumición mínima, verdadero atraco a mano armada en tiempos de crisis. No les falta, sn embargo, clientela, jóvenes y transitarios dispuestos a pagar eso y mucho más por sentarse a la sombra de los plátanos.

De la Virreina al Diamant, la plaza más conocida de Gracia, aunque no la mejor, apenas hay otros doscientos metros. Caminando de una a otra me doy cuenta de que la sede del Lectorium Rosacruz ya no está allí. Era un local recoleto y en el que se respiraba paz. Parecen haberse ausentado sin dejar señas. Hoy ya no se cree en nada, ni siquiera en sectas, destructivas o no. Y no sé que es peor: creer en una secta, a fin de cuentas, suponía aferrarse a un clavo ardiendo como última esperanza para dar un sentido a la vida. Acaso lo que hay que hacer es justamente lo contrario, lo que nos recomendaba Cortázar en Rayuela: tirarlo todo por la ventana y luego, tirar la ventana por la ventana, o si se quiere más rústicamente, pasar de todo incluido del pasar de todo. A lo mejor, cuando ya no hay ninguna certidumbre a la que asirse veremos el mundo de otra manera y seremos dueños y señores de decidir sobre nuestro futuro: o vivir o tirarse como fruta madura del último piso de cualquier rascacielos. El último gustazo de volar sin alas, seguramente vale por muchos placeres y, desde luego, por todos los sinsabores que nos esperan en la vida.

Hay muchos jóvenes en la plaza del Diamant, pero percibo en muchos de ellos una expresión de preocupación y casi de tristeza, incuso en aquellos –los menos- que son padres y que van acompañados de sus retoños. Como si pasara algo que ampliara la vieja consigna de “no hay futuro”, emanada del punki más punki de todos los punkis, a toda una generación que viste normalmente y en lugar de cresta engominada y salpimentada, se va quedando calva prematuramente.

Para colmo, la oficina de La Caixa (la de la estrella) ha desaparecido y en su lugar luce un enorme todo a cien chino donde se pueden encontrar bastoncillos para los oídos (de esos que a poco que se hurgue el algodón sintético se queda pegado al cerumen) hasta sustrato para macetas (parásitos y gusanos incluidos). No es calidad, precisamente, lo que llega de China.

El Diamant ha mejorado, hay que reconocerlo. Hace diez años la plaza estaba dominada por la entrada al refugio antiaéreo que, al parecer es el bien más preciado del lugar. Dicen los publicistas del barrio que debería abrirse al público como signo de la voluntad pacífica de sus vecinos (aunque un refugio subterráneo más parece evocar miedo a la luz y vida de topo). Voto, de todas formas, por ello, a condición de que se abra también la checa de la calle Vallmajor para poder tomarnos unas copitas mientras recordamos lo que fue la locura stalinista, la crueldad científica que exportó a estos lares y como en esta tierra encontró a valedores sumisos de Stalin, correveidiles mamoncillos, maromos serviles y palafreneros diligentes en aquel partido que se llamó PSUC.

La plaza está adornada con sábanas descoloridas y que no resistirán el próximo vendaval sin hacerse jirones: “Volem dormir” se lee en todas ellas. Encomiable y pacífico deseo. No es para menos. Lo ajado de las pancartas no da motivos para la esperanza y mucho menos cuando falta apenas una semana para la próxima edición de la Fiesta Mayor del barrio. Cuando se inicia ese ciclo, no solamente los vecinos del Diamant no pueden dormir, sino que todo el barrio opta por poner pies en polvorosa ante la otra opción: abrirse las venas en canal antes que tener que soportar hasta las 5 de la madrugada a bandas de rock, de rap, de Indie o de havy, pagadas por el ayuntamiento, concursando a ver quien desafina mejor. Y todo para satisfacer a miles de colgados llegados incluso de allende fronteras.

El monumento a la Colometa es discreto pero antológico y resume el sentir del barrio. La Colometa ese personaje mitificado por la Rodoreda en la novela que hizo que el nombre de esta discreta plaza garciense llegara a todo el mundo, sigue presente en la plaza. Se la ve a ella –a la Colometa- atravesar un muro y gritar. Acompaña ese grito con una expresión de horror reforzada por la posición de sus brazos. Sin duda, por los bombardeos. Hoy no hay bombardeos, pero el ruido –las sábanas colgadas nos lo cuentan- en sobredosis, insoportable para los vecinos, pero pagado por el ayuntamiento, hace que todo el vecindario se identifique con la expresión de la Colometa.

No veo a la colonia de clochars que hubo aquí a poco de estrenado el milenio. O están en la IV Galería de la Modelo, o la cirrosis terminó derritiéndoles el hígado o se han regenerado y ahora son, simplemente, parados. Más pesar me causa el ver como una tienda de la plaza ha desaparecido. Hubo, en efecto, en los últimos 15 años en esta plaza un “pasatge del Llibre” en donde se vendían partidas de lance, libros descatalogados, cuentos, DVDs de saldo y cosas así. Tenía ka costumbre de pasar por allí siempre que venía a Barcelona y nunca me fui decepcionado de aquel “pasatge”. La cultura no debería de ser un mal negocio en una plaza bendecida por la literatura. Hoy, sin embargo, vuelvo aquí y el lugar esta en alquiler. Encima una bandera independentista muestra la fe de su inquilino. Allá él.

Hubo un tiempo, hacia mediados del 2005 en el que la zoma pareció colonizada por andinos y paquistaníes. Hoy no hay ni rastro de estos “nuevos catalanes”. No es porque hayan regresado a sus países de origen sino porque se han ido concentrando en otros barrios. Una terraza sablea al incauto y un acordeonista que de cada 10 notas acierta 2, completa la tortura. Se rebota, además, con la falta de generosidad del personal, aunque debiera agradecerles el que no se decidan por la ejecución sumaria a la vista del destrozo musical. En los 20 minutos que ha estado martirizándonos a todos no he reconocido ni una sola pieza. No me extraña que la Colometa siga congelada con su mejor expresión de horror.

El barrio tradicional de Gracia, el que fue poblado por obreros y menestrales desde principios del XIX, ha desaparecido. Su repliegue es tan evidente que la lengua que llegó a hablar hasta el 86% del barrio, cada vez se escucha menos. Tiene gracia: los pocos niños que he visto en el barrio hablan castellano aunque sus padres les insistan: “T’enbrutarás”, “No facis aixó”, unido al tradicional “Nen, aixó es caca”. Y el niño jura y blasfema en castellano, a pesar de que a la tutela paterna se une la tutela de una inmersión lingüística sin escafandra. Ciertamente, el catalán no pasa por un buen momento y acaso la presencia de ERC en el tripartito autonómico y en el consistorio municipal tenga algo que ver con la recesión lingüística de la lengua de Pompeu. Paradójicamente es un africano azabacheado quien me pregunta en una jerga macarrónica que, sí, mira por donde, rmeite al catalán: “On está la plaza del Daiamant”. Aquí mateix, noi. ¿Cómo no va a gritar la Colometa?

La estatua, por cierto, consta de anverso y reverso. En el anverso luce un par de tetas más o menos discretas –no opulentas ni aniñadas- pero bien puestas. Había que esperar, pues, un culín respingón, ligeramente escurrido, pero redondeado y firme. Sin embargo, el reverso de la estatua y el revrso de la Colometa están púdicamente cubiertos por una falda que para colmo tiene la forma de cuartos traseros de cucaracha. Sería difícil encontrar en estatuaria alguna pegote tan inoportuno como el que cubre la grupa de la Colometa. No me cabe la menor duda que un artista jamás destrozaría su obra con  semejante añadido. Debió ser el consistorio quien indujo al artista que, a fin de no ofender las buenas costumbres y a la infancia, cubriera nalgas retaguardias de la pobre Colometa. Hay mentes preclaras en el ayuntamiento barcelonés que siempre han sido más pudibundas y timoratas que el padre Oltra y el censor más acalanbrado del franquismo.

El tugurio que conocí y frecuenté hasta 2005 y en el que servían unas anchoas remarcables, ya no existe. Ni el tugurio ni lo que albergaba encima. Ahora es una tienda de congelados en cuyo cierre unos remamagüevos han pintado una loa a ETA y una protesta por las detenciones de gilivascos en Francia.

Si la estatua de la Colometa no gritase habría que darle una patada en ese trasero acucaracho que el consistorio le ha dado. Grita por todo un barrio que desapareció sin dejar señas, por la Barcelona tradicional que se ha evaporado, grita por todos nosotros, por esos jóvenes de expresión triste y ausente que cruzan sus baldosas sin prisas y sin objetivos, grita porque no hay futuro, ni en este barrio, ni en esta ciudad que agoniza, cuando apenas acaba de nacer. Gracia, no tiene más que 200 años. Y en esos 200 años ha cerrado un ciclo: de la independencia municipal a la inclusión en el municipio de Barcelona, de ahí a la segregación y a una nueva e irreversible integración final. Y de ahí, a una homogeneización con el resto de la ciudad. Las plazas de Gracias son los único que hace diferente a este barrio del resto de la ciudad. Y como ven, estas plazas ya no son ninguna ganga.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción sin indicar origen.