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domingo, 17 de octubre de 2010

A cuarenta años de Mayo del 68 (I de XVI): Introducción

Publicado: Martes, 15 de Abril de 2008 01:29 
Infokriris.- En mayo del 68 ni siquiera había cumplido los 16 años y vivía en España al calor de mis padres disfrutando de mi condición de hijo único. No viví las barricas parisinas, pero recuerdo que entre mis amigos hablamos mucho de ellas. El tiempo hizo que pudiera conocer a algunos de sus protagonistas. Unos son suficientemente conocidos, los otros no. Ninguno militaba en la izquierda… y sin embargo estuvieron en las barricadas de mayo. En esta serie pretendemos exponer los motivos que tenía cada uno.
   


Hay demasiada gente que cuenta que estuvo en el Odeón y en la Sorbonne, que sostiene que se manifestó en la calle Gay Lussac en la llamada “noche de las barricadas”. Muchos mienten o bien han reconstruido sus recuerdos y los han adaptado a su necesidad de quererse protagonistas de la historia.
Cuando se cumplen aniversarios redondos de los hechos mayo del 68, inevitablemente aparecen nuevas obras firmadas por excombatientes que aspiran a defender su estatus y a arrogarse de más medallas de las que en justicia les corresponde. Y en este tema se cumple de nuevo el axioma hermético: “los que hablan no saben y los que saben no hablan”. Afortunadamente, nosotros hemos podido conocer a algunos que “saben”. Lo que vamos a contar no gustará a los excombatientes del mayo parisino; es como decirles: después de cuarenta años de contarnos milongas, ahora va a resultar que fuisteis unos pobres diablos manipulados la inmensa mayoría y unos infames traidorzuelos otros. Menuda peña.
En este cuarenta aniversario de los hechos de mayo, algunos vamos a contar una historia que va a chocar a muchos. No es la habitual hecha de heroísmo apasionado, romanticismo militante y combate contra molinos de viento. En lector verá junto a retórica épica, la ingenuidad de la mayoría de protagonistas.
Una historia de mayo políticamente incorrecta
Aquello fue un juego de niños porque, en buena medida, muchos de sus protagonistas eran mentalmente, al margen de su edad biológica, niños perdidos en sus delirios antisistema, mera sublimación de la revuelta edípica contra papá-sistema.
Contrariamente a lo que han ido contando algunos de sus protagonistas (especialmente en el 10º aniversario de mayo 68), aquella sucesión de disturbios –ni fue una revuelta, ni mucho menos una revolución- más o menos concatenados que ocuparon el mes de mayo hasta las vacaciones estudiantiles, no puso en peligro a nadie. La mayoría de sus protagonistas fueron, simplemente, marionetas de poderes que desconocían y que los utilizaron como carne de cañón. Sólo unos pocos eran más o menos conscientes de quien movía los hilos, otros creían firmemente en el “espontaneísmo de la acción revolucionaria desde la base” y en “la capacidad de autoorganización de la clase obrera y de los estudiantes para abatir el sistema”… Pobres diablos todos ellos. A nuestros 16 años, ya intuíamos desde nuestro hogar barcelonés del Eixample, que la clase obrera no tenía otro anhelo que alcanzar un estatus burgués.
Hubo en aquellas jornadas mucho de marxismo extraño, dogmático, más rígido que un cuello almidonado, mal digerido, con pretensiones “científicas” y gesticulaciones ultra revolucionarias y mucho menos de aportaciones y análisis ideológicos nuevos.
Algunos textos divulgados en mayo del 68 destilaban ya entonces la increíble tristeza del marxismo de manual, más o menos extremista, más o menos sofisticado, más o menos bien envuelto en la estética contestataria; un marxismo que fue a partir de mediados de los años 60, indiscutible en las universidades. Y era indiscutible porque los distintos dialectos marxistas tenían como denominador común la intolerancia. Era la parte del extremismo que tanto gustaba a los contestatarios.
¿Imaginación al poder?
A los 10 años de la revolución de mayo, Alain de Benoist explicaba en Nouvelle Ecole que si algo faltó en mayo del 68 fue precisamente la tan cacareada imaginación que los contestatarios aspiraban a entronizar en el poder. Fíjense ustedes en la “novedad” del programa contestatario que no era otro que el tan ajado eslogan de “libertad, igualdad y fraternidad” puesto en el frontispicio de la revolución francesa dos siglos ha y que la revolución de octubre de 1917 ya había intentado actualizar cincuenta años antes de los sucesos de mayo y que redescubrieron los activistas de mayo 68. Créanme si había algo que faltaba en todo esto, era imaginación. Y sobraba irracionalidad infantiloide y superficial.
Pero no todo en nuestro análisis va a resultar negativo. El que toda la “revolución” fuera apenas un juego de niños díscolos no implica que el estallido constituyera el primer chispazo del “tiempo nuevo”. En toda Europa, la posguerra termina en mayo del 68. En ese momento irrumpen como veinteañeros jóvenes que no han conocido la II Guerra Mundial y que se han criado al calor de una serie innovaciones culturales: el rock, la minifalda, la píldora, el LSD… Crecidos en el ambiente protector de sus padres y en un momento de bienestar económico casi continuo (que se truncaría con la primera crisis del petróleo en 1973), pudieron permitirse el lujo de ser diletantes.
No hubo una contestación, hubieron dos. La primera era cultural y tenía mucho que ver con el underground que venía de los EEUU y cuyas raíces en buena medida estaban en intelectuales y artistas del siglo XIX europeo. Esta componente era, sin duda, la culturalmente más interesante. Pero había otra casi siniestra. Era la componente marxista.
El marxismo fue en la contestación una especie de forúnculo situado en el lugar más doloroso de la anatomía humana. Generó una fiebre extremista que se contagió entre buena parte de los contestatarios y los llevó por el camino de la acción política revolucionaria de la mano de aventureros políticos, manipuladores al servicio de todos los servicios de inteligencia que los compraron a bajo precio,  embarcados en las más rocambolescas aventuras políticas: desde la Banda Baader Meinhoff hasta el maoísmo pasando por el revival anarquista hasta la recuperación del más espeso y dogmático trotskysmo. El marxismo era tan inactual en 1968 como lo fue luego cuando empezó a desmoronarse en toda Europa diez años después, estaba tan demodé entonces como cuando se echó la piqueta al Muro de Berlín. En gran secreto de los diez años que median entre 1968 y 1978 es cómo el marxismo logró enmascarar un fracaso que entonces ya era demasiado evidente. No es que en 1989, cuando cayó el muro de Berlín, hubiera surgido una crítica nueva al marxismo o que, en ese momento, se hubiera demostrado un desfase entre la realidad y la interpretación que el marxismo se había de esa misma realidad. De hecho, los críticos del marxismo no individualizaron nuevos argumentos en contra de esta doctrina. Desde la aparición de Sociología del Marxismo de Jules Monerot en plena postguerra o de la obra del neo-socialista belga, Henri de Man ¡en los años 30!, es imposible encontrar más argumentos contra el marxismo… Era como esos cadáveres a los que les seguían creciendo el pelo y las uñas días después de haberse producido la muerte.
Diez años después de mayo del 68, ya no quedaba nada del underground norteamericano, buena parte del cual se había reconvertido en New Age y otra parte estaba en camino de la reconversión que haría de ellos a los famosos neo-con norteamericanos y llevaría a algunos europeos a las cancillerías de la mano de los muy moderados y neocapitalistas partidos socialdemócratas.
¿Qué hacían neofascistas en las filas de la contestación? ¿Por qué cada estallido revolucionario servía únicamente para reforzar la posición de aquellos a los que se trataba de derrotar?
Mayo del 68 no dejó ninguna huella apreciable porque fue un fenómeno tan absolutamente superficial que por definición estaba impedido para proyectarse en el futuro como no fuera en la imaginación de sus protagonistas. Se ha escrito demasiado lirismo sobre mayo del 68; se le ha comparado a una tormenta veraniega que en pocos minutos lo destroza todo a su paso y, a los pocos minutos, un sol radiante y un cielo limpio, hacen olvidar las tensiones precedentes. No es nada de eso. Mayo del 68 ni fue una tormenta tropical, ni siquiera un sirimiri. Como máximo puede ser comparado a un riego por aspersión que solamente se inicia cuando una mano abre la llave de paso y termina cuando la misma mano la cierra.
Mayo del 68 no fue apenas nada, sólo un mito que ya va siendo hora de descuartizar. Tal es el objetivo que nos hemos propuesto.
La verdadera revolución francesa no tuvo lugar en mayo del 68 en la Sorbonne y en Nanterre, en el Latino y en el Odeón. Eso fue –lo hemos dicho- cosa de un grupo de niños díscolos y malcriados en la opulencia. La verdadera revolución tuvo lugar treinta y siete años después en los suburbios de Francia protagonizada por la inmigración. A fuerza de mirar hacia atrás, los contestatarios de mayo del 68, canosos, panzudos y barrigones, ya ni siquiera son capaces de percibir los verdaderos problemas del presente. Es una pena, andar durante cuarenta años permanentemente desenfocado.
© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.eshttp://infokrisis.blogia.com