INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

domingo, 17 de octubre de 2010

Coudenhove-Kalergi ¿Ángel o Diablo? (II de VIII / Parte B). De 1933 al Mercado Común Europeo.

Infokrisis.- Agotamos en esta entrega la historia del Movimiento Paneuropeo. El estudio nos llevará por una enmarañada red de iniciativas que Coudenhove considera que han partido todas de su iniciativa paneuropea de 1922 y que de hecho culminarán en la firma del Tratado de Roma que dará origen al Mercado Común. La historia de todos estos grupos es mucho más enmarañada de lo que Coudenhove-Kalergi pretende y en los próximos capítulos estaremos en condiciones de aclarar algunos aspectos que en la historia del movimiento paneuropeo permanecen voluntariamente oscuros


b. De 1933 al Mercado Común Europeo
Coudenhove tiene razón al explicar que de los destrozos de la Primer Guerra Mundial surgieron tres ideologías: el bolchevismo, el fascismo y paneuropa[1], pero elude explicar que la repercusión a nivel popular de esta última fue nulo y, paradójicamente, esta idea gozó de un creciente peso e influencia entre las élites políticas y económicas de Europa Occidental. A lo largo de sus obras, Coudenhove-Kalergi no explica como le fue posible entrevistarse con las principales figuras de la política europea de la época amparado solamente en lo que era entonces apenas una utopía. En un capítulo siguiente intentaremos aclarar este misterioso extremo. Baste por el momento decir que a partir de 1933 la unión Pareneuropea fue disuelta en Alemania y sus obras arrojadas al fuego. Coudenhove se lamenta: “Durante todo el tiempo que el nacionalsocialismo dominara en alemanai, Paneuropa sería completamente irrealizable”[2].
Quedaba el fascismo italiano. Cudenhove no lo veía tan “irrecuperable” como el nacionalsocialismo alemán y se fijó en Mussolini en tanto que en esa época (1933-35) fue el más firme defensor de la independencia austríaca. Llegó a entrevistarse en cuatro ocasiones con el Duce al que instigó a aliarse con Francia para defender la independencia austríaca y tender a la unificación europea. Las conversaciones no fueron mal hasta que estallí la guerra civil en España y Mussolini fue el aliado de Hitler en su apoyo al régimen de Franco[3].
Finalmente, la muerte del canciller Dolfuss y la anexión de Austria a Alemania clausuró las posibilidades de un apoyo centroeuropeo a la idea paneuropea que todavía se reduciría aún más cuando la Checoslovaquia de Benes, amigo personal de Coudenhove, saltó por los aures y fue en parte anexiada al Reich alemán. Esto ocurria pocos meses después de que se hubiera reunido precisamente en Viena el IV Congreso Paneuropeo en las salas del parlamento de ese país. La asamblea tomó netamente partido contra el gobierno de Hitler. El congreso anterior había tenido lugar en Berlín el 17 de mayo de 1930, coincidiendo con la publicación del Memorando Briand. En cuanto al III Congreso se celebró en Bâle e intentó sin excesivo éxito que el eje de la propaganda paneuropea se desplazara de los gobiernos a la población[4]. Cuando se llega a 1936, resulta evidente que la idea paneuropea, paradójicamente, se enfrentaba a los proyectos paneuropeos de Hitler (una “Europa constuida por Alemania”) y de Stalin (una “Europa bolchevique”).
En 1938, Coudenhove ya había trasladado su centro de operaciones de la Viena unida al Reich a París. En ese momento era evidente que la SDN se había disuelto en la inoperancia. Coudenhove figuraba en las filas de una resistencia moderada al nacionalsocialismo y consideraba que su idea paneuropea era la única munición ideológica que podía dispararse contra Hitler. La sensación que da a partir de ese momento es que de pasar a tener la iniciativa se convierte en un juguete de la propaganda inglesa. Él mismo reconoce: “Inglaterra se convirtió sutilmente en el principal apoyo de nuestro movimiento”[5]. Mientras que Chamberlein buscaba salvaguardar la paz (o retrasar la guerra) haciendo concesiones a Hitler, Winston Churchill optaba por la vía del enfrentamiento y asumía la idea paneuropea como una más del arsenal antihitleriano. Es concierta petulancia, no exenta de exageración que Coudenhove llega a escribir: “El programa paneuropeo adoptado por Francia Inglaterra, se había convertido de golpe en la ideología oficial de Occidente”[6]. De hecho basta consultar la prensa de aquella época para convencerse de que el eco de la idea paneuropea era escaso a nivel de alta política y nulo a nivel de calle. El nacionalismo alemán era combatido en la época por el nacionalismo francés y el nacionalismo británico, no por la idea paneuropea. A pesar de todo, Coudenhove consigue organizar en Londres un comité paneuropeo presidido por Alfred Duff y Leo Amey.
En ese momento ya había adoptado la ciudadanía francesa. En efecto, al anexionarse el III Reich Bohemia-Moravia, el ministro de Asuntos Exteriores francés le ofrece pasaporte de esa nacionalidad que acepta y con el que viaja a los EEUU a poco de estallar la guerra en Europa. Allí organiza un comité paneuropeo que cuenta entre otros con la presencia de John Foster Dulles. Será en Nueva York en donde tendrá lugar el V Congreso Paneuropeo bajo los auspicios de la Universidad de Nueva york en donde daba clases. También de manera excesivamente eufórica, Coudenhove tiende a exagerar el impacto de este congreso explicando que: “en tres años, América entera fue ganada por la idea paneuropea”[7].
Coudenhove explica que los únicos oponentes en EEUU a paneuropa eran “los comunistas” que preten´dian organizar un “directoro mundial, compuesto por los EEUU, la URSS, Gran Bretaña y China, y añade: “Europa debería ser dividida en una esfera de influencia rusa y una esfera de influencia atlántica”[8]. Según esta interpretación, para él los vencedores de la II Guerra Mundial deberían ser los bolcheviques, pues no en vano, éste fue el ordenamiento final que resultó de la victoria sobre el III Reich. De todas formas reconoce que Churchill siguió durante toda la guerra defendiendo las tesis paneuropeas frente a Roosevelt del que dice textualmente que nunca le dio su “bendición”. Sin embargo, obtuvo ésta de dos influyentes diarios el Times” y el “Herald Tribune”[9].
Más significativo es el hecho de que reconociera que los partidarios de la idea paneuropea “fueran reclutados entre los católicos americanos que quería a cualquier precio impedir que la dominación de Hitler sobre Europa fuera reemplazada por la de Stalin”[10] y que nos dice mucho sobre lo que Coudenhove tenía detrás. Cuando Roosevelt, después de dos años, prácticamente de no estar en condiciones de dirigir el esfuerzo bélico, es sustituido por Truman en 1945, las cosas parecen cambiar para coudenhove. El nuevo presidente publica un artículo favorable a Paneuropa en una revista popular: Selecciones del Reader’s Digest.
Restablecida la paz, Coudenhove vuelve a Europa y observa que se han reavivado los odios franco-alemanes. Además, tras el golpe de Praga de 1948, un “telón de acero” ha caído sobre media Europa. Paneuropa, a partir de ese momento, solamente será Europa Occidental. A poco de regresar a Suiza, se entrevista con Churchill de quien recibe la promesa de que utilizará toda su influencia para realizar la idea paneuropea. Claro está que en ese momento, Churchill ha sido derrotado en las urnas y es solamente una personalidad influyente. Poco después, en Zurích, Churchill pronuncia un discurso imprevisto en el que llama a la reconciliación europea y en concreto a la franco-alemana[11]. Es paradójico que, precisamente, la idea paneuropea consiguiera ponerse nuevamente en pie en la postguerra a partir de un político conservador de una nación considerada por el propio Coudenhovo como “exterior a Europa continental” y que disponía de un imperio propio que le hacia ajena a las preocupaciones de los europeos.
El discurso de Churchill no se quedó ahó. Al acabar, impulsó en toda europea comités favorables a la idea que presididos por su yerno, Duncan Sandys deberían formar años después el Movimiento Europeo[12]. En esa época Coudenhove-Kalergi se queja de que muchos hombres políticos europeos admitían en privado sus tesis, pero las ocultaban en público por miedo a que el electorado no supiera entenderlas. A causa de esto: “Me decidó pues a mobilizar los Parlamentos europeos”[13]. Y a este esfuerzo consagró los cinco años siguientes, de 1946 a 1951.
Empezó enviando una circular a todos los parlamentarios democráticamente elegidos. Eran 4.000 cuestionarios acompañados de cartas personales en las que solicitaba su apoyo. La gran mayoría se declararon a favor. Solamente no remitió esta circular a ningún alemán al no existir en ese momento todavía un Reichtag legalmente constituido. Esto no le impidió instalarse en el Oberland bernés donde convocó a principios de julio de 1947 la Conferencia de Grupos Parlamentarios Nacionales que decidieron fundar la Unión Parlametnaria Paneuropea y convocar para septiembre del mismo año el Primer congreso Parlamentario Europeo[14].
A esta reunión asistieron, no solamente políticos de primera magnitud (Pierre Reynaud, Ferruccio Parri, René Coty, antiguos jefes de gobierno), sino también personalidades notables de la época (el general Nobile, primer aviador que voló sobre el Polo Norte y el Abate Pierre, así como Lodovigo Benvenuto que sería elegido secretario general del Consejo de Europa. En su resolución, el congreso rogaba a los gobiernos convocar una Asamblea Europa compuesta por Delegados de los parlamentos nacionales[15].
Ocho meses después tendría lugar el primer Congreso Parlamentario Europeo en La Haya (mayo de 1948) a invitación de Winton Churchill. Según Kalergi asistió una “élite política y cultural”. La Unión Parlamentaria Europa de la que Coudenhove era secretario (acaso porque era el único miembro no parlamentario) fue el motor del encuentro del que debería salir el Movimiento Europeo. Esta iniciativa si encontró su eco en toda la prensa mundial y desembocó en la convocatoria de una Asamblea Europea realizada a instancias de Francia y Bélgica representadas por Georges Bidault y Paul Henri Spaak. Esa reunión tuvo lugar en Estrasburgo en 1949 y llevó a la fundación del Consejo de Europa. Un año antes había tenido lugar el II Congreso de la Unión Parlamentaria Europea en Interlaken al que ya participaron delegados alemanes de los länders entre los cuales se encontraba un viejo amigo de Coudenhove, Honrad Adenauer miembros desde 1927 de Paneuropa.
La reunión de Estrasburgo puede considerarse como el arranque histórico del proceso de construcción del Mercado Común Europeo. Coudenhove reconoce que lo acordado en este encuentro quedaba por debajo de las expectativas trazadas en el II Congreso de la Unión Parlamentaria, pero aún así afirma: “Tras 27 años, la Unión Paneuropea había alcanzado su primer fin”. Y añade: “Por primera vez “Europa” había psado de una noción geográfica a una concepción política”[16]. Se equivocaba: apenas había pasado a ser un mercado económico. Coudenhove-Kalergi solamente había aportado, como veremos más adelante, el basamento emotivo y sentimental, el acompañamiento histórico y cultural que justificaba la existencia de ese “mercado” que para algunos de sus impulsores solamente debía aspirar a evitar nuevas guerras franco-alemanas y para otros constituirse en una zona de libremercado sin más ambiciones políticas. Esta ha sido durante años, la madre de todas las confusiones que han afectado a la construcción de Europa.
A partir de este momento, Inglaterra que a través de Churchill tanto había facilitado el nuevo impulso para la idea paneuropea, se convierte en voz crítica de la misma. Mientras que Francia y Bélgica querían que el Consejo de Europa tuviera poder efectivo de decisión, los delegados ingleses solamente aspiraban a que el foro fuera un organismo consultivo más, Coudenhove decidió abordar el tema directamente en el III Congreso Parlamentario Europeo (Venecia, otoño de 1949), pero la cerrazón inglesa clausuró toda posibilidad de avanzar más en esa dirección. A partir de ese momento, Coudenhove pasa a ser un “precursor” pero la construcción de Europa ya se realiza al margen de sus desvelos e iniciativas.
El verdadero “padre de Europa”, al menos del Mercado Común, es Robert Schuman y su “plan” hecho público en 1950. Él y Monnet habían llegado a la conclusión de que la unión europea solamente podría realizarse en base a la economía. Coudenhove lo había intentado a través del recurso a los gobiernos, luego del recurso a los parlamentos, de la apelación a los electores, pero, fnalmente, el realismo se había impuesto: creando un espacio económico común podría aspirarse a generar, en un segundo y secundario momento, a transformar ese espacio económico en político.
A partir de ese momento, los intentos supranacionales proliferaron en Europa. En primer lugar, aun antes de terminar la II Guerra Mundial, tres pequeños países, Holanda, Bélgica y Luxemburgo habían unificaso sus esfuerzos en 1944 en un pacto que entró en aplicación el 1º de enero de 1948. Luego se constitutó la Organización Europea de Cooperación Económica promovida desde los EEUU el 5 de junio de 1947 por el general George Catlett Marshall, miembro del Council on Foreign Relations (CFR) y antiguo jefe del Estado Mayor del Ejército Americano, luego secretario de Estado con Truman. El “Plan Marshall” fue diseñado para atender las necesidades de 16 países (Alemania no se adhirió pues no tenía estatuto de Estado). De ahí surgió el Comité de Colaboración Económica Europea que debía canalizar la ayuda americana. Cuando el Plan Marshall concluyó, la OECE se reconvirtió el 14 de diciembre de 1960 en Organización de Cooperación y Desarrollo Económico al que se adhirieron EEUUU, Finlandia, Canadá y Japón con la intención de facilitar el desarrollo económico y la estabilidad de la economia mundial[17].
El 10 de agosto de 1952, seis países, Bélgica, Francia, Alemania, Luxemburgo, Italia y los Países Bajos, crearon la Comunidad Económica del Carbón y del Acero cuyo primer presidente fue Jean Monnet y que supuso un nuevo desarrollo del Plan Schumann. Este acuerdo permitió que la producción de acero se incrementara en los cinco años siguientes un 100% y que la CECA absorbiera 1/5 parte de la producción mundial de acero. El éxito de esta iniciativa llevó de manera automática a la firma de los acuerdos de Roma en 1957 por el que se establecía la creación de la Comunidad Económica Europea, conocida en la época como Mercado Común Europeo, reconvertida en 1993 en Unión Europea. El tratado de la CECA expiró en 2002[18]. Coundenhove, que nada había tenido que ver con la iniciativa, reconoce, sin embargo: “Así la comunidad del carbón y del acero tomó forma sobre una base continental. Tuvo un éxito que superó todas las expectativas y abrió la vía a la comunidad económica de Europa”[19].
Coudenhove-Kalergi glosa la iniciativa de la clase política europea de la época. La creación de la CECA había hecho que “el centro de gravedad de la realización de Paneuropa no residiera ya como durante los años 1946-1949 en los parlamentos, sino en los gbiernos”[20]. Tres de los cuatro impulsores de la CEE eran democristianos con los que mantenía exceentes relaciones: Honrad Adenauer por Alemania, Robert Schumann por Francia y Alcide de Gasperi por Italia. Solamente Pau Henri Spaak era tibiamente socialdemócrata. Coudenhove reconoce que, a partir de entonces, la Unión Parlamentaria Europeo “perdió su importancia”, pero “la Asamblea europea recogió en parte su herencia”[21]. Así pues, la unión Parlamentaria Europea se transformó en el Consejo Parlamentario del Movimiento Europeo: “Para evidenciadr la solidaridad entre el antiguo Movimiento Paneuropeo y el nuevo Movimiento Europeo yo fui elegido presidente de honor del movimiento Europeo, junto a los primeros ministros en funciones: Anedauer, Churchill, de Gasperi, Schumann y Spaak”[22].
Coudenhove-Kalergi también está en condiciones de señalar el punto en el cual se disipan las últimas resistencias y sombras que impedían hasta ese momento la reconciliación europea. En 1958 tiene lugar la caída de la IV República Francesa y la elección del General de Gaulle como presidente de la V República. De Gaulle sorprenderá a todos los observadores y hará justo lo que nadie cree que fuera capaz de hacer. Quienes lo eligieron para mantener a Argelia en la órbita de Francia tardaron poco en verse decepcionados y quienes creyeron que con él, el nacionalismo antieuropeo ocupaba el Elíseo erraron también. Solamente Coudenhove-Kalergi parece no haberse equivocado en su valoración: conocía a De Gaulle desde 1943cuando se encontraba en Argel al frente del Gobierno provisional francés. Poco después, le ofreció la presidencia de la Unión Paneuropea, que De Gaulle rechazó para evitar el enfrentamiento con nacionalistas y comunistas, pero manifestándole en privado su adhesión total a la idea paneuropea. El general tenía ideas propias sobre la materia: Europa no podía surgir del Consejo de Europa, sino de la reconciliación franco-alemana que solamente De Gaulle podía hacer creíble dada lo que Coudenhove llama su “autoridad moral incontestable”[23]. De ahí que para Coudenhove, la subida al poder de De Gaulle supusiera la confirmación de que la construcción europea se aceleraría. Cuando en el curso de la primavera de 1960, Coudenhove realizó un llamamiento a De Gaulle para que sellara la reconciliación franco-alemana antes de que expirara el mandato de Adenauer, aquel respondió con un gesto histórico invitando al canciller alemán al Elíseo y discutiendo con él, “fuera de toda publicidad los preparativos para la unión política”[24]. La respuesta de Coudenhove realizada en Niza, en otoño de 1960 en el curso del IX Congreso de la Unión Paneuropea consistió en apoyar el plan del general De Gaulle. Incluso el congreso se celebró bajo una consigna propiamente gaullista: “Congreso para la autodeterminación de Europa”. Eso implicaba que la idea europea se alejaba de nuevo de la influencia del mundo anglosajón.
Aquí termina, en la práctica, el opúsculo de Coudenhove-Kalergi escrito en 1962 y que engloba un último capítulo dedicado a examinar las perspectivas futuras de la idea europea y a reproducir el artículo escrito por él mismo y aparecido en 1922 que fue el arranque del movimiento paneuropeo[25]. Coudenhove ve a todas las ramas del movimiento europeista surgido tras la II Guerra Mundial como hijas del mismo tronco. Esto sería discutible y el propio Coudenhove limita sus entusiasmos al escribir: “La Unión Paneuropea no es ya el único porta voz de la idea europea”[26]
El balance que el propio Coudenhove realiza su obra es ampliamente positiva. A fin de cuentas, la idea europea se abrió paso poco a poco hasta transformarse en una realidad política –endeble aún, titubeante siempre- a partir de Maastrich. Pero también reconoce algunos de los fracasos que ha experimentado como propios: el movimiento paneuropeo no pudo impedir ni el advenimiento del nacionalsocialismo ni el estallido de la II Guerra Mundial, no pudo impedir que media Europa estuviera en manos del bolchevismo durante 45 años, ni tampoco pudo suscitar “un verdadero patriotismo europeo, comparable al sentimiento nacional que existía en Alemania y en Italia antes de su unificación: los europeos en su mayor parte han seguido siendo nacionalistas. Son partidarios de una Europa unidad, en la medida en que esta unidad no se realiza a expensas de la soberanía de su propia nación” y añade: “El número de los verdaderos patriotas europeos es muy restringido”[27].
En las dos últimas páginas de su opúsculo Coudenhove reitera los tres objetivos de su movimiento después de la II Guerra Mundial: la prosperidad europea, la consolidación de la paz en Europa y la protección contra el peligro soviético[28]. Más adeante reconoce que “El centro de la defensa de Europa contra Rusia se encuentra sobre el plano militar en América, pero sobre el plano político en Europa. Todo Estado europeo alberga un caballo de Troya: el Partido Comunista[29]. Esto le lleva a enunciar sus dos enemigos: el nacionalismo de los Estados-Nación y el bolchevismo. Su proyecto consiste en organizar el mundo en cinco grandes grupos (Paramérica, Paneuropa, URSS, Commontwalth y Extremo-Oriente). Pero el tiempo ha desgastado este plan: mientras Coudenhove predicaba Paneuropea, el Imperio Británico se había desleído como un azucarillo. Panamérica no era más que el patio trasero de los EEUU, la URSS se mostraba brutal e implacable con sus aliados y con los pueblos que englobaba bajo su férula; en Asia en 1962, China se había alineado con la URSS (así estaría hasta ese mismo año) mientras que Japón lo había hecho con EEUU… Las dudas de Coudenhove se perciben en las últimas líneas de su escrito: algo le dice que la guerra fría va a ser larga y esto es lo que le conmueve: “Tras una tercera Guerra Mundial, las ruinas de una Europa unificada no podrían distinguirse de las reuinas de una Europa dividida. En todo caso, tal guerra atómica no significaría solamente la desaparición de Paneuropa, sino de la misma Europa, con toda su civilización tres veces milenaria”[30]. A partir de aquí reafirma su vocación pacifista, herencia de la I Guerra Mundial y su voluntad de terminar con la guerra fría mediante una política de coexistencia pacífica. Añade, a modo de testamento: “Europa no olvidará jamás a sus hermanos y hermanas del otro lado del telón de acero”[31].

(c) Ernesto Milà Rodríguez - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com


[1] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 11.
[2] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 11 y añade: “Paneurona, pues, parecía un año después de la muerte de Briand, más utópica que nunca”. Así mismo sus finanzas se habían resentido: la sociedad fundada por el industrial alemán Robert Bosch fundada para financiar el movimiento, cesó sus actividades con la llegada de Hitler al poder. De hecho, a partir de ese momento, Coudenhove aceptó que su movimiento fuera financiado por Estados –algo a lo que hasta entonces se había negado- y en particular por Austrai, Francia, Checoslovaquia y Rumanía.
[3] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 11. Coudenhove-Kalergi llega a escribir: “Mussolini parecía dudar entre esta política y la del eje Berlín-Roma”.
[4] Una excesivamente sucinta cuenta de estos tres congresos es ofrecida por Coudenhove en las páginas 12-13 de su obra, Coudenhove-Kalergi, op.cit..
[5] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 13.
[6] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 13.
[7] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 14.
[8] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 15.
[9] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 15.
[10] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 15.
[11] Creemos que vale la pena reproducir el texto completo de este discuro en el que Churchill cita en uno de sus párrafos al propio Coudenhove-Kalergi. El discurso es importante porque transmite el espiritu de una época. Fue pronunciado en la Universidad de Zurcí el 19 de septiembre de 1946 y en él, Churchill prevé lo que será la Guerra Fría (que se declararía oficialmente dos años después):
“Deseo hablarles hoy sobre la tragedia de Europa. Este noble continente, que abarca las regiones más privilegiadas y cultivadas de la tierra, que disfruta de un clima templado y uniforme, es la cuna de todas las razas originarias del mundo. Es la cuna de la fe y de la ética cristianas. Es el origen de casi todas las culturas, artes, filosofía y ciencias, tanto de los tiempos modernos como de los antiguos. Si Europa se uniera, compartiendo su herencia común, la felicidad, prosperidad y la gloria que disfruta rían sus tres o cuatrocientos millones de habitantes no tendría límites. Y sin embargo, es desde Europa de donde han surgido y se han desarrollado esta serie de horribles guerras nacionales, originadas por las naciones teutonas, que hemos conocido duran te este siglo XX, e incluso durante nuestra existencia, que ha arruinado la paz y destruido las perspectivas de toda la humanidad.
¿Y cuál es la situación a la que ha sido reducida Europa? Es cierto que algunos pequeños Estados se han recuperado rápidamente, pero en grandes áreas, una masa trémula de atormentados, hambrientos, desposeídos y aturdidos seres humanos se encuentran ante las ruinas de sus ciudades y de sus casas y escudriñan los oscuros horizontes, temiendo un nuevo peligro, tiranía y terror. Entre los vencedores hay una gran confusión de voces agitadas; entre los vencidos, el sombrío silencio de la desesperación. Eso es lo que han conseguido los europeos, agrupados en tantos antiguos Estados y naciones, eso es todo lo que ha obtenido el poder germano, destrozándose unos a otros en pedazos, y propagando estragos por todas partes. A no ser porque la gran República del otro lado del océano Atlántico se ha dado cuenta finalmente de que el caos o la esclavitud de Europa, acabarían comprometiendo su propio destino, y nos ha tendido las manos para socorro y guía, los malos tiempos hubieran vuelto con toda su crueldad. Y todavía puede volver.
A pesar de todo, aún hay un remedio que si se adoptara de una manera general y espontánea, podría cambiar todo el panorama como por ensalmo, y en pocos años podría convertir a Europa, o a la mayor parte de ella, en algo tan libre y feliz como es Suiza hoy en día. ¿Cuál es ese eficaz remedio? Es volver a crear la familia europea, o al menos todo lo que se pueda de ella, y dotarla de una estructura bajo la cual pueda vivir en paz, seguridad y libertad. Tenemos que construir una especia de Estados Unidos de Europa, y sólo de esta manera cientos de millones de trabajadores serán capaces de recuperar las sencillas alegrías y esperanzas que hacen que la vida merezca la pena. El proceso es sencillo. Todo lo que se necesita es el propósito de cientos de millones de hombres y mujeres, de hacer el bien en lugar de hacer el mal y obtener como recompensa bendiciones en lugar de maldiciones.
Mucho se ha trabajado en este sentido a través de las gestiones de la Unión Paneuropea, que tanto debe al conde Coudenhove-Kalergi y que recurrió a los servicios del famoso patriota y hombre de Estado francés Aristide Briand. Existe también ese inmenso cuerpo de doctrina y procedimiento, construido para servir a las grandes esperanzas después de la Primera Guerra Mundial, que es la Sociedad de Naciones. La Sociedad de Naciones no fracasó debido a sus principios o concepciones, sino que los habían creado. Falló porque estos principios no fueron acatados por los mismos Estados que los habían creado. Fracasó porque los Gobiernos de aquellos días temieron enfrentarse a los hechos y no se atrevieron a actuar cuando aún era tiempo. Este desastre no debe repetirse. Hay, pues, muchos conocimientos y material con que construir, y también la amarga y cara experiencia de las vidas que ha costado.
Me agradó mucho leer en los periódicos hace dos días que mi amigo el presidente Truman ha expresado su interés y simpatía por este gran proyecto. No hay razón para que una organización regional europea deba enfrentarse de ninguna forma con la organización mundial de las Naciones Unidas. Todo lo contrario, creo que las mayores síntesis sólo sobrevivirán si se fundamentan sobre agrupaciones coherentes y naturales. Ya hay una agrupación natural en el Hemisferio Occidental. Los británicos tenemos nuestra propia Comunidad de Naciones, Estas organizaciones no debilitan, sino que por el contrario fortalecen a la organización mundial. De hecho, por su principal apoyo. ¿Y por qué no podría haber un grupo europeo que diera un sentido de amplio patriotismo y común ciudadanía a las perturbadas gentes de este turbulento y poderoso continente, y por qué no podía ocupar su adecuada posición con otras agrupaciones, para perfilar los destinos de los hombres? Para que esto se realice, debe darse un acto de fe en el que participen conscientemente millones de familias que hablan muchas lenguas.
Todos sabemos que las dos guerras mundiales que hemos pasado, surgieron por la vana pasión de una Alemania recién unida, que quería actuar como parte dominante del mundo. En esta última contienda se han cometido crímenes y masacres sin igual desde la invasión de los mongoles en el siglo XV. Los culpables deben ser castigados. Alemania debe ser privada del poder de volver a armarse y hacer otra guerra agresiva. Pero cuando se haya realizado todo esto, y se realizará, y se está haciendo, debe. haber un final para la retribución. Tienen que haber lo que Mr. Gladstone llamó hace muchos años «un bendito acto de olvido». Tenemos que volver la espalda a los horrores del pasado. Debemos mirar hacia el futuro. No podemos permitirnos el arrastrar a través de los años aquello que puede traer de nuevo los odios y las vengan zas que se desprenden de las injurias del pasado. Si hay que salvar a Europa de la in finita miseria, y por supuesto de la condena final, tiene que darse un acto de fe en la familia europea y un acto de olvido hacia los crímenes y locuras del pasado.
¿Pueden los pueblos de Europa elevarse a la altura de estas resoluciones del alma e instintos del espíritu humano? Si pueden hacerlo, los errores y las injurias que se han infringido se lavarán en todas partes por las miserias que se han tenido que soportar. ¿Hay alguna necesidad de que haya más abundancia de agonías? ¿Acaso la única lección de la historia es que la humanidad es imposible de educar? Que haya justicia y libertad. Los pueblos sólo tienen que quererlo, y todos alcanzarán el deseo de su corazón.
Ahora voy a decir algo que les sorprenderá. El primer paso en la recreación de la familia europea de no ser una asociación entre Francia y Alemana. Sólo de este modo puede Francia recuperar la primacía moral de Europa. No puede haber un renacimiento de Europa sin una Francia grande espiritualmente y una Alemania grande espiritualmente. La estructura de los Estados Unidos de Europa, si se construyen bien y de verdad, será de tal manera que haga menos importante la fuerza material de un Estado. Las pequeñas naciones contarán tanto como las grandes y ganarán su honor por su contribución a la causa común. Los estados y principados de Alemania, unidos libremente por conveniencia mutua en un sistema federal, ocuparán cada uno su lugar entre los Estados Unidos de Europa. No trataré de hacer un programa detalla do para cientos de millones de personas que quieren ser felices y libres, prósperos y seguras, que desean disfrutar de las cuatro libertades de las que habló el Presidente Roosevelt, y vivir de acuerdo con los principios incorporados en la Carta del Atlántico. Si este es su deseo, no tiene más que decirlo, con la seguridad de que se encontrarán los medios y se establecerán los instrumentos necesarios para llevar este deseo a su plena realización.
Pero tengo que hacerles una advertencia: el tiempo se nos puede echar encima. Actualmente contamos sólo con un espacio de respiro. Los cañones han dejado de disparar, la lucha ha cesado, pero no se han detenido los peligros. Si queremos construir los Estados Unidos de Europa, cualquiera que sean el nombre y la forma que tomen, debemos empezar ahora.
En nuestros días vivimos extraña y precariamente bajo el escudo y protección de la bomba atómica. La bomba atómica está aún en manos de un Estado y nación que sabemos que nunca la usará, excepto a favor del derecho y la libertad. Pero puede ser que dentro de unos años este terrible agente de destrucción se extienda ampliamente y la catástrofe que provocaría su uso por varias naciones guerreras no sólo acabaría con todo lo que llamamos civilización, sino que posiblemente desintegraría el mismo globo.
Debo ahora resumir las propuestas que tienen ante ustedes. Nuestro constante propósito debe ser fortificar la fuerza de la Organización de Naciones Unidas. Bajo, y en el seno de este concepto del mundo, debemos volver a crear la familia europea con una estructura regional llamada, quizás, los Estados Unidos de Europa. El primer paso es crear un Consejo de Europa. Si al principio todos los Estados de Europa no están dispuestos o capacitados para integrase en la Unión, debemos proceder, no obstante, a unir y combinar a aquellos que quieren y pueden. La salvación de la gente normal de cada raza y de cada país, del peligro de la guerra o esclavitud, tiene que establecerse sobre sólidos fundamentos deben estar protegidos por la voluntad de todos los hombres y mujeres de morir, antes de someterse a la tiranía. En todo este urgente trabajo, Francia y Alemania deben tomar juntas la cabeza. Gran Bretaña, la Commonwealth británica de naciones, la poderosa América y confío que la Rusia soviética —y entonces todo sería perfecto— deben ser los amigos y padrinos de la nueva Europa y deben defender su derecho a vivir y brillar. Por eso os digo ¡Levantemos Europa!
[12] En 1946 se fundó el United Europe Movument por Chuchill, el Conseil pour une Europe Unie de Jean Monnet y Robert Schumann, con Edouard Herriot y Daoul Dautry en Francia; la Ligue indépendante de Coopération économique européenne y la Association Internacional pour une Unité Européenne del belga Paul van Zeeland ; la Unión des Fedéralistes de Henri Brigmans ; los Nuevos Equipos Internacionales Democristianos encabezados por Robert Bichet ; el Comité Internacional d’Etudes et d’Action pour les Etats Unies socialistas d’Europe y luego la Izquierda Europea de los ingleses Bob Edwards y Georges Raskin. (datos extraídos de L’Occident Démantelé, Jacques Bordito, Librairie Française, 1976, pág. 199). Así pues, es rigurosamente cierto que, a nivel de élites políticas existía un impulso desmesurado hacia la idea europea que excedía con mucho la influencia de Coudenhove.
[13] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 16.
[14] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 17.
[15] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 17.
[16] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 18.
[17] Jacques Bordiot, op. cit., pág. 198-218.
[18] Una historia completa y extractada de la CECA puede encontrarse en Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Comunidad_Europea_del_Carb%C3%B3n_y_del_Acero
[19] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 19.
[20] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 18.
[21] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 19.
[22] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 19
[23] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 20.
[24] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 21
[25] La question européenne, Coudenhove-Kalergi, op.cit., págs. 29-35.
[26] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 22. Sólo unas líneas antes había escrito: ”El movimiento Paneuropeo, surgido de la I Guerra Mundial se había dividido tras la Segunda, en una cantidad de organizaciones, cada una de las cuales participó en la unificación de Europa”.
[27] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 22.
[28] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 23.
[29] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 23.
[30] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 25
[31] Coudenhove-Kalergi, op.cit., pág. 27