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domingo, 17 de octubre de 2010

A 40 años de mayo 68 (XIV de XVI): La ideología de los estudiantes revolucionarios

Publicado: Miércoles, 14 de Mayo de 2008 22:25 
Infokrisis.- Terminamos estos apuntes sobre la ideología revolucionaria de los estudiantes con el análisis de sus posiciones en materia de estrategia, táctica y criterio organizativo. Probablemente es en estos extremos en donde se evidencia más la endeblez del movimiento de mayo del 68.

9. Propuestas en positivo: la “enseñanza crítica”
Sabemos lo que criticaban, ahora queda saber lo que proponían. Si era posible cuestionar la crítica desde muchos puntos de vista, las propuestas, a cuarenta años de distancia, constituían –especialmente las más extremistas- una broma.
Los estudiantes, como hemos visto, “iban de ilustrados”. Consideraban que era intolerable que el poder cayera en manos de la tecnocracia, pero, especialmente, a partir de sus primeros contactos con el medio obrero, les resultó evidente a muchos de ellos que no era menos claro que la clase obrera no podía hacerse cargo del poder tal como proponía la estricta ortodoxia marxista. Así pues, estos sectores del movimiento estudiantil se vieron a sí mismos como “ilustradores” de las masas. Se consideraban llamados a una alta tarea. Y efectivamente lo estaban: muchos de ellos terminaron siendo gestores de los partidos socialistas en los cuarenta años que siguieron. De aquel espíritu “ilustrador”, ni estuvo presente, ni se le esperaba. Personjes que se comían crudos a la derecha de la época como Regis Debray y que incluso albergaban la quimérica esperanza de que el castrismo y el castro-guevarismo arraigaran en Europa y los focos guerrilleros crearan ellos mismos “condiciones objetivas”, pasaron, sin pena ni gloria a ser asesores de Mitterand después, eso sí, de haber realizado su “crítica de las armas” (título de un libro de Debray que ni siquiera era original en el título y parafraseaba a Marx y sus “armas de la crítica”) y tras haber traicionado –sí, traicionado, vendido, denunciado, cantado, en una palabra- al Ché Guevara cuando Debray fue detenido en el Altiplano andino. No sólo eso, sino que este espécimen de la izquierda-caviar mayosesentaichosco tuvo el cinismo de traicionar incluso a Ciro Bustos, su compañero de aventura y achacarle a él la responsabilidad en la caída del Ché. Como decía aquel: “al suelo, que vienen los nuestros…”.
Sin desviarnos. Para que haya “ilustrador” hace falta que tenga algo sobre lo que “ilustrar”. Demasiado jóvenes para tener experiencia de la vida, no podían ilustrar a la clase obrera que desconfiaba de ellos. Demasiado petulantes para admitir la ciencia que sus profesores intentaban transmitirles, apenas tenían patrimonio intelectual a transmitir. Dando cursos de marxismo a obreros, resultaban francamente patéticos: suscitaban bostezos, aburrimiento y en cada sesión menguaban sus “alumnos”, pobres obreros con problemas de cansancio y de limitaciones salariales. La mayoría ha preferido hacer olvidar aquellos años locos en los que su locura consistió en insuflar una ciencia infusa de la que no estaban particularmente sobrados.
Ellos mismos eran conscientes de que no estaban formados, pero rechazaban los contenidos de sus profesores. Así que sacaron de la chistera un nuevo concepto: la “formación crítica”. No se trataba simplemente de conocer los contenidos de las asignaturas sino de observar “críticamente” cómo se emplea. Y, en consecuencia, ellos sólo admitirían que la ciencia –neutral, en principio- alimentara solo “fines humanos”. Nieto indica que, no quieren ser ni matemáticos, ni químicos, solo quieren volver a ser hombres. Y la frase tiene el riesgo de que si se analiza no es más que una estupidez: como si el matemático o el químico no fueran “humanos”. Tal es la “formación crítica” que pedían los estudiantes. Cualquier cosa menos una formación tecnocrática. No es que la formación tecnocrática sea más compleja y difícil sino que los estudiantes revolucionarios a lo que verdaderamente aspiraban era a bloquear el sistema educativo. Para ellos –especialmente en su segunda fase, cuando el primer movimiento estudiantil que empieza a reflexionar con la intención de aportar mejoras en el sistema educativo, es sustituido por la segunda ola más vinculada a capillas y grupúsculos marxistas- de lo que se trata es de impedir que la universidad siga reproduciendo las élites tecnocráticas del sistema. Nieto explica: “Una formación crítica supone terminar los años de estudio sin ningún beneficio para la eficacia de los procesos de producción, disminuyendo la rentabilidad de la inversión de enseñanza”… Lo que traducido quiere decir que una “universidad crítica” será, a fin de cuentas poco eficiente respecto a la transmisión de conocimientos, pero, eso sí… acabará el hambre en el mundo porque los técnicos formados con criterios “humanos” preferirán no invertir fondos en programas espaciales… pero sí, en programas asistenciales para acabar con el hambre en el mundo. Y si citamos este ejemplo es porque lo dio el propio movimiento estudiantil. De aquellas estupideces surgieron luego ONGs, movimientos ecologistas e inteligencias preclaras capaces de diseñar asignaturas como la “educación para la ciudadanía”.
El movimiento estudiantil aludía constantemente en aquella época al “complejo militar-industrial” como elemento cristalizador de la guerra del Vietnam, y así era, pero el problema es que preveían que la industria iba a ¡militarizarse progresivamente!. La reflexión sobre la irrupción de la técnica les llevaba a considerar que liberaría espacio cada vez mayores para el pensamiento y, por tanto, a la aparición de tendencias contrarias a los intereses del complejo militar-industrial… por tanto, la única posibilidad de éste para sobrevivir era “militarizar” el proceso productivo.
A cuarenta años de distancia es fácilmente perceptible que todo ha seguido un curso, exactamente opuesto. No solamente la industria no se ha militarizado… sino que la milicia se ha democratizado adquiriendo, no las formas, pero sí el fondo de cualquier cuerpo funcionarial.
10. El “hombre nuevo” o los viejos tópicos
También aquí hubo distintas etapas en la teorización. Demasiado fermento para tan poca sustancia. La teoría de Marcusse sobre los estudiantes como nueva clase revolucionaria, expuesta en El Hombre Unidimensional, tuvo mucho éxito, pero fue desmentida por el propio autor en su obra tardía El Final de la Utopía. La teoría era tan atractiva como insostenible. Partía de la base de que la clase obrera ya no era la que conoció Marx, en la que residía cierto espíritu revolucionario, sino que –era evidente- se había aburguesado. Así pues, los estudiantes pasaban a ser una clase “objetivamente revolucionaria”. Errores:
1) Los estudiantes constituían una clase extremadamente minoritaria y poco dispuesta a asumir un esfuerzo revolucionario.
2) Los estudiantes no forman un conjunto homogéneo más que por asistir a las mismas aulas. Cada carrera tiene una psicología y unos intereses propios, dentro de cada facultad existen opiniones completamente diferentes.
3) Los estudiantes no tienen ningún interés revolucionario particular, muchos de ellos todavía ven en el título universitario una forma de acceder a una élite social, hay estudiantes conservadores, ultraconservadores, revolucionarios, moderados, apolíticos e indiferentes.
Conscientes de que el movimiento estudiantil carece de fuerza revolucionaria, se conforma simplemente con aspirar a ser “detonador” de situaciones revolucionarias. A medida que avanzaba el mes de mayo de 1868, algunos se planteaban qué estaban haciendo allí en realidad. Para los más exaltados se trataba simplemente de desencadenar un proceso revolucionario del que estaban viviendo los primeros chispazos, otros, más mesurados aludían simplemente a que estaban viviendo un proceso pre-revolucionario, como la revolución de 1905 que preludió en doce años después la revolución de octubre. En esa situación pre-revolucionaria de lo que se trataba era, simplemente, de ilustrar a las masas mediante la acción.
Ahora bien, haría falta precisar lo que el movimiento estudiantil entendía por “revolución”. Tampoco aquí existía unanimidad entre los estudiantes. Los mitos manejados fueron muchos y muy diferentes y todos ellos excesivamente endebles como para pudiera pasarse de la pre-revolución a la revolución. Uno de estos mitos, sin duda el que gozó en la época de más capacidad atractiva era el de la “revolución cultural”. La Carta de la Sorbona decía: “La revolución burguesa fue jurídica, la revolución proletaria fue económica, la nuestra es una revolución cultural”.
Pero también aquí la endeblez de los conceptos era excesiva: ¿revolución cultural? ¿de qué cultura estamos hablando? Además el concepto remitía a la revolución cultural China… esa que había destrozado el pasado y la tradición china antes de causar unos cuentos miles de muertos, encierros de millones de profesionales de todos los sectores sociales en campos de reeducación y que tendría su expresión más extremista en la Camboya de Pol-Pot. Sí, claro está, que no era esto lo que entendían por “revolución cultural” los estudiantes de mayo del 68, pero, entonces ¿qué era?
Y aquí también las alusiones son de una pobreza intelectual que suscita una irremediable tristeza. El Ché Guevara aludió al “hombre nuevo”, al “hombre del Siglo XXI”, bonita frase que nada, absolutamente nada en el decurso de vida ayuda a entender a qué se refería. El “hombre nuevo”, acaso era el “revolucionario incansable” que recorre el mundo en busca de causas a las que entregarse en cuerpo y alma y que, finalmente, tras pasar por el Congo, por Vietnam, por China, por Moscú, termina marcado en el Altiplano Boliviano sin ser capaz de incorporar a un solo campesino a su loca aventura? El “hombre nuevo”… ¿qué diablos es ese concepto tan manido en aquella época y que nunca nadie estuvo en condiciones de definirlo con precisión? Y el Ché aún menos.
Y ya que estamos en plena ambigüedad, la crítica que la contestación realiza al sistema político es correcta; atacan a la partitocracia y a la democracia burguesa y no se consideran en condiciones de obtener éxitos electorales. Saben que sus dimensiones son grupusculares y surge la idea de que qué ocurriría si hubieran crecido lo suficiente como para obtener algunos resultados electorales apreciables. De hecho, el PSU francés y el PSIUP italiano se presentaban a las elecciones como respuesta “socialista de izquierdas”, más a la izquierda que los partidos prosoviéticos y obteniendo una mínima cuota representativa.
No era el caso de los grupúsculos. A estos les gustaba mucho más el calificativo de “extraparlamentarios”. Fue en Alemania en donde esta calificación se estrenó. El término tuvo fortuna y saltó pronto a Francia e Italia. Los extraparlamentarios no eran sólo los partidos que no tenían representación institucional sino también los que rechazaban tener representación en las instituciones representativas calificadas como burguesas. Los dirigentes del Mouvement 22 Mars, Daniel Bensaïd y Henry Weber le llamaron a esto “nueva oposición”. En realidad se trataba de hacer de la necesidad virtud: ya que no era posible adquirir fuerza social suficiente como para entrar en las instituciones esa imposibilidad se transformaba en una crítica a la “democracia burguesa”.
No era nada que los anarquistas no hubieran hecho antes, incluso con muchas mayores dosis de sinceridad. Uno de los famosos carteles publicados en las jornadas de mayo mostrada a un individuo que metía un dedo en un engranaje. En la viñeta siguiente, el engranaje se había tragado todo su brazo. La leyenda decía: “Ceder un poco, es capitular mucho”, esto es, participar en alguno de los mecanismos representativos del sistema implicaba ser absorbido por el propio sistema. Era una idea absolutamente infantil que iban en contra de todas las enseñanzas facilitadas por los movimientos revolucionarios en las décadas anteriores. Participar en las instituciones no implica rechazar cualquier voluntad reformadora o revolucionaria. El mismo que habla en la tribuna parlamentaria, puede al día siguiente empuñar la piqueta de demolición. Los contestatarios no lo veían así. Para ellos el “hombre nuevo” precisaba instrumentos políticos nuevos para hacer oposición y estos no podían dimanar del mismo sistema que se criticaba.
11. Los problemas estratégicos
A 40 años de mayo del 68 se percibe que difícilmente podemos hablar de estrategias. Lo más parecido a una estrategia fue un auténtico desmadre. En mayo del 68 no hubo estrategias, o al menos nada que pueda ser definido en el lenguaje político como tal. En ocasiones –y el lector lo comprenderá tras la lectura de algunos artículos que hemos publicado sobre el maoísmo y el trotskysmo en mayo del 68- surge la idea de si quienes elaboraron la “estrategia” del movimiento contestatario no fueron quizás sus propios enemigos.
En los días antes a las jornadas de mayo se creó la JCR de carácter trotskysta que luego sería el embrión que daría lugar a la Liga Comunista. En aquella época, finales de los años 60 y principios de los 70, la LC francesa dirigida por Krivinne, Bensaïd y Weber, era capaz de sostener la increíblemente absurda teoría de que Francia y Europa Occidental vivía una “situación pre-revolucionaria”. La “revolución proletaria” iba a estallar –sí, a estallar- de un momento a otro y de lo que se trataba era de “forjar el partido” y de “realizar gimnasia revolucionaria”. Y eso no lo decían imberbes chiquilicuatres recién salidos del liceo, sino “eminencias grises” del Secretariado Internacional de la IV Inernacional, profesores de economía, licenciados en historia y analistas políticos. O eran rematadamente obtusos o bien estaban trabajando para unos intereses que no eran los mismos que defendían los militantes de a pie.
Estas consignas se tradujeron, por ejemplo, después de mayo, en el constante hostigamiento que el Servicio de Orden de la Liga Comunista realizó contra los vendedores de revistas del grupo de extrema-derecha Ordre Nouveau y que alcanzó sus más altas cotas en los enfrentamientos que tuvieron lugar en torno al Palacio de los Deportes de París en 1971 o bien en los ataques a las manifestaciones realizadas por este grupo, reconvertido luego en Front National ya con Jean Marie Le Pen al frente… que concluyeron, finalmente, en la disolución de ambas organización: de un lado la Ligue Communiste y de otro Ordre Nouveau. Quedará la duda para la historia de si los mentores de la “gimnasia revolucionaria” que debía culminar en un proceso insurreccional, surgió espontáneamente por unos analistas absolutamente desenfocados… o bien fue inducida con otros fines. No es raro que, en los que la opinión pública practica una desconfianza creciente hacia las instituciones políticas, aparezcan oleadas de violencia que resitúan instintivamente a la población bajo el paraguas protector del Estado.
Dicho esto, vale la pena examinar las “estrategias” que se enunciaron durante las jornadas de mayo del 68 y que debían ser los planes generales de trabajo en vistas de conseguir unos objetivos políticos que ni siquiera estaban enunciados. De hecho, lo que sorprende cuando se leen los textos de aquella época era la dificultad que tenían los “teóricos” en distinguir entre objetivos políticos y estrategias. Y, finalmente, su incapacidad para adoptar estrategias viables, reduciéndose siempre toda su práctica al mero activismo. Para el activismo solamente existen tácticas. Mayo del 68 tuvo brillantes tácticos pero nulos estrategas. Y lo que s peor: ni siquiera hubo líderes en condiciones de saber definir en qué consistía una estrategia.
En mayo del 68, De Gaulle para apaciguar la situación llamó a la “participación” de la ciudadanía en la gestión de los asuntos públicos. Era un eslogan, por supuesto, pero sirvió para que los contestatarios, lanzaran el eslogan alternativo: la “socialización”. La socialización era un objetivo. Sin embargo, en los textos analíticos sobre la ideología estudiantil, se le considera una “estrategia”. Fundamentalmente, la “socialización” en aquella época consistía en abrir la universidad a los hijos de los trabajadores. Era evidente que los hijos de la burguesía no tendrían dificultades por ingresar en la universidad por descuidado que hubiera sido su historial académico, pero ¿y los hijos de los trabajadores? El “sistema” respondía: para ellos tenemos las becas. Pero los contestatarios respondían: “no son suficientes”. Desde entonces el sistema de becas ha ido mejorando y hoy, cualquier estudiante que tiene una capacidad media para el estudio y una constancia puede optar por una beca en la seguridad de que la obtendrá sin excesivo papeleo. Así pues, todo podía resolverse con una simple “reforma”, sin embargo, a partir de la “socialización” el movimiento contestatario elaboró toda una teoría sobre sus repercusiones: la socialización de la enseñanza daría lugar a una entrada masiva de los hijos de los trabajadores en la universidad, por tanto, la enseñanza y la utilidad para la que se orientara dejarían de ser propiedad del sistema capitalista y no sería posible su monopolización.
Esta socialización debía ir pareja a una “democratización” en la gestión universitaria y en la gestión de las fábricas. A esto se le llamó también “autogestión”. La autogestión” hizo furor en la época. Cualquier sindicato situado a la izquierda de la izquierda “reformista” echaba mano de la autogestión como panacea universal para corregir los excesos del capitalismo y luchar contra el “sistema”. La fiebre llegó también a España y llegó a alcanzar a carlistas y a falangistas. Se trataba simplemente de participar en la gestión de la universidad, en la elaboración de los programas de estudio y en introducir los elementos derivados de la “enseñanza crítica” a los que ya hemos aludido. Desde entonces ha pasado mucho tiempo, los estudiantes están presentes en los claustros universitarios y se han abandonado las tendencias más extremistas de este planteamiento por inviables.
De todas formas, tampoco aquí existía unanimidad. El movimiento estudiantil fue una crítica permanente, no sólo hacia el “sistema”, sino a las propias orientaciones del mismo movimiento. La “autogestión” fue saludada como un hallazgo… salvo por los que la criticaron desde el primer momento. Durante la ocupación de la Facultad de Arquitectura de Valle Giuliua en febrero de 1968 (hechos a los que nos referiremos ampliamente en el próximo capítulo) el documento aprobado rechazaba la posibilidad de participar en la gestión de la universidad “considerando como superada y negativa la llamada participación democrática en el gobierno de la Universidad”. Para esta franja de la contestación, no se trataba de “autogestionar”, con el fin de hacer más gobernable y agradable la universidad, sino de destruirla, en tanto que institución parte de la sociedad burguesa. De hecho, lo que algunos confundían era “autogestión” con “cogestión”. La autogestión iba algo más allá de la cogestión, pero era incomprensible sin otro concepto “estratégico” introducido por el movimiento estudiantil: la autonomía.
Este nuevo concepto implicaba cualquier cosa menos imaginación. La autonomía era a la universidad tradicional lo que la gravedad es a la Tierra. En efecto, desde que aparecieron las primeras universidades en el Medievo Europeo, la enseñanza universitaria era un universo completamente autónomo de cualquier otro cuerpo social. La universidad burguesa supuso un estrechamiento de los vínculos entre enseñanza y sociedad, no tanto por “maldad” como por la complejidad creciente de la universidad. En efecto, la universidad no podía ir por un lado y la sociedad por otro.
Lo que los contestatarios de mayo querían no era reconstruir la universidad tradicional basada en la relación jerárquica entre profesores y alumnos, sino otra cosa muy distinta: aspiraban a que los fondos públicos invertidos en la universidad fueran utilizados por los estudiantes en aquello que más les interesaba… Alejandro Nieto lo resume con una brutalidad de la que ni siquiera parece consciente: “La novedad radica en mantener la independencia total de la universidad, con posibilidad de que la use tanto a favor como en contra del sistema que la mantiene”…
Podemos pensar lo que hubiera ocurrido. Para los contestatarios, era más importante resolver el problema del hambre en el mundo que llegar a la Luna. Bien, pero llegar a la Luna implicaba desarrollar tecnologías de todo tipo que han resuelto muchos problemas planteados luego por la creciente complejidad social. El ordenador que ayudó a guiar a las naves Apolo a la Luna fue el precedente de los actuales ordenadores, los sistemas de telecomunicación actuales no son más que el desarrollo de los que se utilizaron en la carrera espacial… si todos los fondos de este proyecto se hubieran invertido en paliar el hambre en el mundo, hoy seguiría existiendo hambre en el mundo (porque desde entonces se han invertido muchos más fondos en resolver el problema), pero seguiríamos en el neolítico de las nuevas tecnologías.
12. Los aspectos tácticos
Si la contestación fue algo, fue puro tacticismo. Lo que ha pasado a la historia de la contestación han sido las imágenes de barricadas, adoquines volando por los aires, cócteles molotovs, happenings, asambleas, ocupaciones, sentadas y poco más. Realmente poco. El tacticismo no es más que lo propio del activismo y el activismo no es más que la reducción de cualquier práctica política a los problemas de su manifestación callejera o mediática. Las tácticas no son más que los distintos episodios de aplicación de un plan estratégico previamente establecido. La estrategia es lo que permite que el “activismo” pueda capitalizar sus acciones. La estrategia indica la dirección y las tácticas son los pequeños vectores que hay que poner en parcha para cubrir cada una de las pequeñas etapas que llevan por esa dirección. Sin estrategia, el tacticismo es una mera dilapidación de medios, esfuerzos y energías.
Resulta curioso que los contestatarios que se negaban a participar de los engranajes institucionales utilizaran a espuertas el más poderoso de todos ellos: el espectáculo. Debían de haber leído a Debord y a su definición de todos los procesos de la modernidad como puro espectáculo. Rudi Dutschke, líderes del SDS alemán y Cohn Bendit supieron saltar a la fama mediante una sola y única provocación, formulando preguntas “inconvenientes” a responsables ministeriales. Eran las provocaciones “hacia arriba”, pero luego existían provocaciones “hacia dentro” (hacia los estudiantes moderados) y provocaciones “hacia fuera” (hacia el ciudadano en general). Algunas de estas lograban su objetivo, aparecen en primera página de los informativos, si bien no dejaban de ser desagradables: un grupo de estudiantes de Berkeley capturó a un perro, lo roció con gasolina y lo quemó. Cuando los viandantes intervinieron, los contestatarios les reprocharon que se preocuparan por la suerte de un perro y permanecieran impasibles ante la guerra del Vietnam. André Stephan vio en esta actitud una pulsión “sádico-anal” propia de adolescentes inmaduros y con complejos edípicos.
El resto de las tácticas aportaban poco o muy poco. Quizás el sit-in, la sentada, era lo más original en la época, pero no era algo nuevo, sólo que en los años de la contesación se generalizó y adquirió variantes: ocupación de cátedras, ocupación de universidades, etc. En su versión más amable, la “sentada” era ajena completamente ajena a la violencia. Era la policía la que debía restablecer la circulación mediante el desalojo “enérgico” de quienes permanecían sentados ocupando la calle. La versión violenta implicaba la ocupación de la calle y el levantamiento de barricadas. La barricada era emblemática en Francia de un proceso revolucionario. Solo que en los años de la Comuna tenían un sentido en la medida en que era posible defenderlas y en el año 68, eran solamente un símbolo espectacular pero indefendible. Llama la atención que algunos grupúsculos estudiantiles intentaran crear en el Barrio Latino de París una “zona liberada”, en el interior de un circuito amurallado por barricadas.
A pesar de que fuera en París en donde las ocupaciones universitarias se generalizaron como táctica del movimiento estudiantil, no había sido allí en donde se habían iniciado sino en Italia. En febrero-marzo de 1968, las ocupaciones de facultades se generalizaron en toda Italia y proseguirían en los años siguientes hasta prácticamente paralizar cursos enteros de enseñanza universitaria.
Las ocupaciones, habitualmente, se utilizaban para realizar asambleas permanentes y para impartir cursos paralelos. Habitualmente se trataba de conferencias dadas por algunos estudiantes o por profesores que gozaban de su confianza. La asistencia era libre, no existía evaluación y, por supuesto, se trataba de cursos asamblearios en los que cualquiera podía intervenir. De hecho, las asambleas universitarias constituyeron inicialmente la gran fuerza del movimiento y, a la postre, determinaron su fracaso más absoluto.
En las asambleas era frecuente la “logomaquia”, es decir, la toma de la palabra por mero lucimiento personal, alocuciones largas, vacuas, reiterativas, aburridas, en las que los representantes de los grupúsculos tomaban la palabra para exponer las ideas de sus formaciones. A la que se oía un par de veces a estos devotos militantes ya era posible intuir qué es lo que iban a decir. Además, tenían hábito de intervenir en estas asambleas abiertas gente de todo tipo incluidos enfermos mentales. Al acabar mayo del 68, la asamblea abierta se había convertido en sinónimo de pérdida de tiempo, vacuidad e ineficacia.
El movimiento estudiantil, salvo los aspectos apuntados, era mucho menos original en los aspectos tácticos de lo que generalmente se piensa. La mesa informativa, el reparto de la revista, la pintada, el cartel, la distribución de panfletos, el mitin, se conocían ya desde finales del siglo XIX. Los estudiantes de Action Française que dominaron el Barrio Latino hasta la preguerra habían empleado estas tácticas hasta la saciedad.
Todas estas tácticas se emplearon en el enunciado de principio revolucionarios: “Imagnación al poder”, “Prohibido prohibir”, “Bajo los adoquines la playa”, etc. Pero la revolución es otra cosa: es el dominio de lo concreto, la forma en la que los principios revolucionarios se concretan en formas de gestionar el poder. Y de esto no hubo, ni en mayo del 68, ni en todo el ciclo de la contestación, nada que se aproximara remotamente.
13. El modelo organizativo
Los modelos organizativos surgidos de la contestación tampoco son dechados de originalidad. El leninismo servía solamente para los grupúsculos, cuya entidad numérica mínima los  hubiera hecho despreciables sino fuera porque dispusieron de fondos y recursos a los que ya hemos aludido. Quedaba solamente el modelo anarquista, la organización de la no-organización.
Lo que los anarquistas parecían aportar era un modelo organizativo “no autoritario” basado en los comités elegidos en Asamblea y revocables en cualquier momento. La burocracia no existía, todos hacían todo y en cualquier momento podían dejar de hacer lo que hacían para hacer otra cosa.
Durante las jornadas de mayo el binomio Asamblea-Comité de Acción consiguió algunos éxitos puntuales, seguramente no tanto por su propia acción como por el clima general que se creó especialmente entre el 8 y el 20 de mayo. Para que una organización de este tipo hubiera “funcionado” habría sido preciso que todos sus integrantes tuvieran un parecido nivel de conciencia política y de capacidad de trabajo. Pero esto no era así. El modelo organizativo anarquista siempre ha fallado porque ha partido de un supuesto falso: la igualdad, cuando en realidad lo que rige los destinos humanos es precisamente la ley de la desingualdad. Ni todos sirven para los mismos trabajos, ni todos tienen la misma capacidad, ni el mismo interés, ni las mismas motivaciones, ni son capaces de desarrollar el mismo voluntarismo.
Frecuentemente las organizaciones anarquistas están sometidas a una contradicción entre sus fundamentos doctrinales antiautoritarios y la psicología de quienes asumen el control de la gestión en algún momento dotados de cierta tendencia para el autoritarismo y para considerar “autoritario” todo aquello que menoscaba su “autoridad”. Algunos analistas del modelo organizativo anarquista han deducido que el problema de cualquier estructura anarquista es que sus miembros están permanentemente alerta y tienen miedo de utilizar ellos mismos pulsiones autoritarias. En realidad, ocurre todo lo contrario. La autoridad es una disposición natural presente en determinados seres humanos en el ejercicio de algunas funciones. No se “ejerce” la autoridad. Se “tiene”. Al ser negada esta disposición natural, el modelo anarquista suele encubrir las peores desviaciones psicológicas. Es muy fácil arrancar el aplauso en una asamblea anarquista, basta con criticar a la autoridad. Es muy fácil mantener la preponderancia en un grupo anarquista: basta con acusar a otros de “autoritarismo”.
Una organización revolucionaria basada en estos principios es absolutamente inútil para una lucha de larga duración. No hay que olvidar que los anarquistas, históricamente, desde el siglo XIX, han sido siempre objetivos privilegiados de infiltraciones de todo tipo. Los que aspiraban a ser “provocadores”, frecuentemente han sido “provocados”. Pasó en el anarquismo español del siglo XIX, volvió a pasar en el Congreso de la Federación Anarquista de Carrara y no tendríamos problema en multiplicar los ejemplos.
El modelo organizativo anarquista –recuperado para mayor gloria de la ineficacia revolucionaria sesentaiochesca- es el caos en movimiento. Mil centros de decisión en mil momentos diferentes, contradictorios todos unos con otros, con imposibilidad de desarrollar estrategias de larga duración, anclados en el mero tacticismo y en el verbalismo revolucionario. Todo tan romántico como inepto.
Mayo del 68 no dio más de sí. Ni el “partido revolucionario”, ni los comités de acción sobrevivieron al discurso de De Gaulle del 28 de mayo.
Aquello no fue una revolución, sino el preludio de las vacaciones de junio.
© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com