INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

lunes, 20 de diciembre de 2010

Entrevista con Fernando Cantalapiedra: “La Reconquista no acabó en 1492 sino en 1609”

Fernando Cantalapiedra, madrileño licenciado en Derecho y Económicas. Comienza su actividad política en la gestión pública como representante universitario en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido Presidente Nacional de la Confederación de Asociaciones de Representación Universitaria y del Sindicato Español Universitario. En la actualidad ocupa la presidencia del Frente Nacional. Atraído por la historia de España vino a Valencia a dar una conferencia en la sede de E2000 sobre el IV Centenario de la Expulsión de los Moriscos. Con él mantuvimos una conversación sobre este tema que ha pasado desapercibida para los medios de comunicación.


EM.- Los centenarios suelen celebrarse ¿por qué este no ha gozado del favor mediático?

Fernando Cantalapiedra.- Porque chocan con la doctrina oficial compuesta por palabras fetiche: multiculturalismo, alianza de civilizaciones, cultura mestiza, integración. Todos esos fetiches fracasaron en nuestra tierra entre 1492 y 1609. Los Reyes Católicos y los Grandes Austrias intentaron generosamente integrar a los moriscos y el resultado después de un siglo de mano tendida fue cero. El IV Centenario de su expulsión ha sido la patata caliente que nadie sabía ni quería abordar. Es inevitable realizar paralelismos con lo que está ocurriendo aquí y ahora.


martes, 14 de diciembre de 2010

ESTUDIO SOBRE EL FASCISMO (III). LAS COMPONENTES DEL FASCISMO: EL SINDICALISMO REVOLUCIONARIO


A partir de 1902 y hasta 1905, Mussolini evoluciona “en la estela del sindicalismo revolucionario” (1). Se encuentra exiliado en Suiza y permanece allí entre julio de 1902 y noviembre de 1904 colaborando asiduamente con la publicación L’Avenire del lavoratore, semanario del Partido Socialista Italiano en ese país y luego con Il Proletario, igualmente socialista y publicado en Nueva York. Zeev Sternhell cree posible que durante la permanencia de Mussolini en Lausana asistiera a las clases de Vilfredo Pareto (2). En esa época también se nutría de Marx (“el más grande de los teóricos socialistas” como había escrito) y el profesor Sternhell ve también influencias de Rosa Luxemburgo, Guesde y Jean Jaurès, pero también de Georges Sorel y Antonio Labriola… Seguramente Sternhell tiene razón cuando dice que en esa época Mussolini era “un militante socialista intelectualmente a la deriva”.

Labriola había militado desde 1895 en las filas del socialismo napolitano y en 1898 debió exiliarse a Suiza a causa de su participación en los motines que tuvieron lugar ese año en Italia. En el exilio tomó contacto con Vilredo Pareto y luego, ya en Francia, conoció las ideas de Georges Sorel que incorporó a su revista. En 1900 volvió a Italia y dos años después fundó en Milán Avanguardia Socialista con la que Mussolini colaboraría prácticamente desde su fundación. Esta publicación se convirtió en el portavoz de la corriente “revolucionaria”, también llamada “sindicalista revolucionaria”, dentro del PSI (3).

En aquellos años, a pesar de militar en el socialismo, las ideas de Mussolini rebasaban con mucho los altos muros de esta formación y se sentía próximo al anarquismo (4) aunque después adoptara las tesis del sindicalismo revolucionario tal como en aquel momento las estaba exponiendo Georges Sorel en Francia. Por si había alguna duda, apoya la huelga general (5) de septiembre de 1904 en la más pura tradición sindicalista-revolucionaria. Uno de los temas en los que insistía Sorel era en la importancia de la violencia como arma del proletariado. Había llegado a escribir: “nos vemos conducidos a preguntarnos si ciertos actos criminales podrían tornarse heroicos, o por lo menos meritorios, por razón de las consecuencias que sus autores esperaban de ellos en pro de la felicidad de sus conciudadanos” (6). Y por si esto no quedara suficientemente claro, añadía: “todo puede salvarse si mediante la violencia logra el proletariado consolidar de nuevo la división de clases, y devolver a la burguesía algo de energía” (7). Así mismo, cuando Sorel recordaba la gesta de las Termópilas, era inevitable que sus palabras tuvieran un eco en el joven Mussolini: “Saludemos a los revolucionarios igual que los héroes espartanos que defendieron las Termópilas y contribuyeron a mantener la luz en el mundo antiguo” (8). Este continuado “piropeo” y esta incorporación de la violencia al proyecto político sindicalista revolucionario fue heredado posteriormente por el fascismo mussoliniano. La revolución rusa de 1905 terminaría situando el tema de la violencia en el centro del debate radical en Europa. Y con mucha más razón en Italia donde el año anterior se habían producido insurrecciones obreras en varias zonas y una gran huelga general en el verano de 1904 como represalia por uno de estos estallidos de violencia y la represión subsiguiente en Castelluzzo. Las acciones de protesta habían sino iniciadas por Labriola y su Avanguardia Socialista.

Esta corriente considera que la acción sindical debe ser independiente de la actividad y de los objetivos de los partidos políticos. La marcha hacia la formación de esta corriente había sido larga desde sus primeros despuntes con Fernand Pelloutier hasta su concreción final con Georsel Sorel. En Italia, la corriente nació en el seno del partido socialista de la mano de Arturo Labriola y Alceste De Ambris.

En 1898, Labriola se entrevistó con Sorel en París. En Italia habían aparecido capas de trabajadores extremadamente combativas especialmente en las ciudades industriales del norte, carecían de tradición sindical (9). De estos núcleos derivaría en 1907 la formación de la Unión Sindical Italiana.

La influencia de Sorel y de Pelloutier desembocó en la creación de una forma de sindicalismo revolucionario en Italia muy parecido al de la CNT en España.  El sindicato debía de ser para sus impulsores el “nuevo principio directivo de una sociedad”, solamente así se evitaría que el sindicalismo fuera “la extensión de la sociedad burguesa” (10). Al frente de la nueva formación se encontraba Alceste de Ambris que ya había destacado desde 1906 en el ala radical de la CGL (11) que cristalizó en un grupo minoritario que actuó con el muy soreliano nombre de Acción Directa compuesto por varias decenas de miles de trabajadores. Tras acusan a la CGL de no apoyar las huelgas de los ferroviarios y marineros crearon un Comité de Resistencia. Al año siguiente se produjo otra oleada de huelgas y al concluir se reunión Acción Directa en su segundo congreso cuando contaba con 150.000 afiliados (la CGL tenía en la misma época 300.000 y los sindicatos cristianos 100.000).


En medio de un clima de agitación contraria a la guerra de Libia, el Congreso de Módena (1912) proclamó la constitución de la Unión Sindical Italiana dirigida por Alceste de Ambris. Su primera declaración era tan soreliana como nietzscheana (“el proletariado debe confiar únicamente en sus propias fueras…”) (12). Mientras los sucesos de la llamada “semana roja” de Ancona (13) aumentaron el prestigio combativo de la USI, la política intervencionista creó disensiones internas dentro de la USI. De un lado la mayoría permaneció contraria a la guerra, obligando a De Ambris y a otros miembros de la dirección a dimitir el 14 de septiembre de 1914 y constituir la Unióne Italiana del Laboro.

La actividad de la nueva organización fue nula durante 1914-17, pero en la última falta consiguió popularizar sus tesis defendidas a través de la publicación L’Italia Nostra en cuyo primer número podía leerse: “nuestro objetivo es la guerra contra el sistema capitalista y contra todas las instituciones que le sostienen”. El lema de la revista estaba dirigido a los nacionalistas: “La Patria no se niega, se conquista” (14).

En 1918, tras el fracaso de la huelga general de Parma, empezó a aparecer la revista La Lupa dirigida por Paolo Orano que intenta sintetizar en un único esfuerzo a los nacionalistas de Corradini y a los sindicalistas revolucionarios de Labriola. Eran los tiempos en los que los nacionalistas hablaban continuamente de “naciones proletarias” con un lenguaje que encontraba eco en el sindicalismo revolucionario que terminó por aceptar las tesis de Orano (15), cuando ya los sindicalistas revolucionarios se habían aproximado a las tesis nacionalistas y habían participado activamente en las actividades  intervencionistas.

Mussolini acogió con elogios desde Il Popolo d’Italia la fundación de la UIL e incorporó varios elementos de su programa al de los Fasci di Combattimento e incluso en la tardía época de la República Social Italiana se pueden encontrar en su programa de “socialización” algunos elementos que aparecieron por primera vez en el Segundo congreso de la UIL (5 y 6 de enero de 1919). Mussolini desde su periódico apoyó todas y cada una de las propuestas e iniciativas de Edmondo Rossoni, secretario general del sindicato. Poco después, en 1921, Rossoni pasará a dirigir la Camera del Laboro de Ferrara constituida por los fascistas y un año después se afilia oficialmente al Partido Nacional Fascista siendo el padre de la Carta del Trabajo después de promover la fusión en un organismo único de los sindicatos obreros y de los patronales, que dará origen al Estado Corporativo del Ventennio.

Conclusión

La formación doctrinal del “primer Mussolini” era la propia de un militante de la izquierda radical compuesta por dosis de marxismo extraídas directamente de los textos clásicos escritos por Marx y Engels, interpretaciones y aportaciones del marxismo extremista alemán con Rosa Luxemburgo y sindicalistas revolucionarios franceses e italianos. No es sólo un periodista que se enardece ante la máquina de escribir, sino que es también y sobre todo un agitador de masas, sin duda el más prestigioso a partir de 1912.

El intervencionismo hará que algunos sindicalistas revolucionarios terminen confluyendo con los agitadores nacionalistas de la ANI y con los futuristas exaltados de Marinetti. El fascismo, a partir de la reunión de la plaza de San Sepolcro se configura pues como una síntesis de estas corrientes de la que surgirán las tres tendencias del fascismo: el ala izquierda, indudablemente, está representada por el sindicalismo revolucionario de la UIL y por los seguidores de Mussolini llegados del socialismo.

Hubo pues, algo de izquierdismo en el fascismo de los orígenes y esta corriente jamás se terminó de eclipsar del todo durante el Ventennio, luego volvería a emerger de nuevo en el programa de socialización de la República Social a partir de 1943. En el Congreso de Roma en el curso del cual los Fasci di Combatimento se transforma en Partido Nacional Fascista (noviembre de 1921), Dino Grandi resumió el programa del fascismo como representante de una tendencia “de izquierdas”: “Libertad, nación, sindicalismo: el Estado debe resumirse en una grande y potente jerarquía de sindicatos”. Dos meses después, Rossoni organizó la Confederación Nacional de las Corporaciones Sindicales que en agosto de 1922 contaba con 458.000 afiliados (16). En ese mismo congreso de transformación, Mussolini, en cambio, abandonó completamente sus posiciones “de izquierdas” y “acentuó su giro a la derecha” (17) negando la lucha de clases, evitó pronunciarse sobre la monarquía, e hizo todo lo posible por presentar su aspecto más moderado y “centrista”. Pasarían todavía unos meses antes de que Mussolini aceptara la monarquía: “La Corona no está en juego, con tal de que la Corona no quiera entrar en el juego. ¿Está claro?” había dicho en Udine el 20 de septiembre de 1922 (18).

Tras haber visto las distintas componentes del fascismo (el socialismo mussolinisno, el sindicalismo revolucionario, el nacionalismo y el futurismo) puede concluirse que en la medida en que se trató de una síntesis, ésta fue imperfecta: en algunos elementos (Farinacci, Orani) la “izquierda fascista” estuvo siempre encarnada; en ellos el sindicalismo (primero “revolucionario” y luego “nacional”) mantuvo siempre su personalidad y sus perspectivas de un “fascismo social”. Como en todo equilibrio inestable entre “lo nacional” y “lo social” o se mantiene el equilibrio o se tiende hacia un lado o hacia otro. En los nacionalistas, ocurrió otro tanto: desde el principio se interesaron más por lo nacional, por la expansión del Imperio y por el irredentismo a despecho del aspecto “social” del fascismo.

El “adaptacionismo” mussoliniano se prolongó hasta la Marcha sobre Roma. En su concepción de la política, lo importante era aproximarse de manera implacable a los objetivos propuestos, sea como fuere. No es que Mussolini fuera un “maquiavelista”, sino que en su óptima, un fin (la “revolución fascista”) justificaba los medios. Porque Mussolini aprendió pronto –probablemente a través de su lectura de Sorel y de sus observaciones empíricas- que “sin poder no hay revolución posible”. Se trataba por tanto de ir agregando fuerzas para alcanzar una masa crítica suficientemente compacta y con base social como para poder lanzarse a la conquista del poder con garantía de éxito.

El 25 de octubre, durante el congreso del PNF de Nápoles, alguien lanzó un llamamiento a la insurrección: “Fascistas: en Nápoles llueve ¿qué es lo que esperamos?”. Fue el pistoletazo de salida de la Marcha sobre Roma. El fascismo “uno y trino” se abalanzaba sobre el poder…


Notas:

(1)          Z. Sternhell, op. cit., pág. 298.

(2)          Ibídem., pág. 298. “¿Os acordáis de la teoría de las elites de Vilfredo Pareto? Es probable que se trata de la concepción sociológica más genial de los tiempos modernos, una concepción que nos enseña que la historia no es más que una sucesión de elites dominantes” había escrito Mussolini en el artículo titulado Intermezzo polémico, en La Lima, 25 de abril de 1908.

(3)          Labriola era uno de esos exponentes del sindicalismo revolucionario socialista que compartía tesis con los anarquistas y que no tenía empacho en reconocer su perter¡nencia a la masonería de la que fue Gran Maestre del Gran Oriente de Italia entre 1930 y 1931. En 1906 fue co-director de la revista sindicalista-revolucionaria Pagine Libere que se publicó en Lugano hasta 1911 que fue favorable a la intervención italiana en Libia pero que luego terminó criticando a los mandos militares por la forma de conducir la guerra. Solamente en 1913 se separó definitivamente del sindicalismo revolucionario para ser elegido diputado socialista. Fue un destacado intervencionista de izquierdas y cumplió varias misiones internacionales para el gobierno una vez Italia entró en guerra. En 1920-21 fue ministro de trabajo en el último gobierno de Giolitti. Exiliado en Francia a causa de la llegada del fascismo, en diciembre de 1935 retornó al país sin ser molestado, mostrándose favorable a la intervención en Etiopía. De 1936 a 1943 fue colaborador de Nicola Bombacci en la revista mensual La Verità que propugnana un “socialismo nacional” y se situaba “a la izquierda” del régimen fascista. Tras la guerra fue elegido diputado en la Asamblea Constituyente y luego senador en 1948.

(4)      Z. Sterhnell, op.cit., pág. 298. Dice textualmente: “Simpatiza con el anarquismo, pero al final opta por las tesis del sindicalismo revolucionario”.

(5)          La “huelga general” es el mito recurren del sindicalismo revolucionario. Hasta finales del siglo XIX, la huelga había sido utilizada con fines de presión sobre los gobiernos y las patronales, pero Georges Sorel introdujo en sus Reflexiones sobre la violencia, aprovechando las experiencias sobre la huelga general consideró que la huelga general era el mito a través del cual se iniciaría la revolución social. No solamente se trataba de paralizar la actividad del Estado y, por tanto, colapsarlo, sino que además se trataba de impulsar el control obrero sobre la producción. El mismo desarrollo de la “huelga general” reforzaría los lazos de solidaridad, el espíritu revolucionario y la conciencia de clase de los trabajadores. El propio Sorel la calificó como “mito”, es decir, el relato de un hecho extraordinario. Cfr. Georges Sorel: apóstol de la violencia (Daniel Kersffeld, Colección Razón Política, Ediciones del Signo, buenos Aires 2004), en donde se define a la “huelga general” como una “creencia destinada al combate que se encargará de retomar la inteligibilidad de los principios fundamentales del marxismo”, (pág. 80).

(6)          Citado en Los monstruos políticos de la modernidad: de la revolución francesa a la revolución nazi. María Teresa González Cortés, Ediciones de la torre, Madrid 2007, pág. 289.

(7)          Idem, pág. 289

(8)          Reflexiones sobre la violencia, George Sorel, Alianza Editorial, Madrid 1976, cap. II, apartado III.

(9)          R. Paris, op. cit., pág. 40-41.

(10)     R. París. op. cit., pág. 41-42

(11)     CGL: Confederazione Generale del Laboro, sindicato italiano fundado en 1906 que llegó a agrupar a 250.000 trabajadores antes de la guerra con una orientación moderada. Tras autodisolverse durante el Ventennio fascista, se reconstruyó al acabar la guerra con el nombre de Confederazione Generale Italiana del Lavoro (CGIL).

(12)     R. Paris, op. cit., pág. 44.

(13)     Junio de 1914. Ver Nota 13 de la primera parte de este estudio.

(14)     Citado por Z. Sternhell, op. cit., pág 211.

(15)     R. Paris, op. cit., pág. 42, quien añade: “bajo su forma soreliana, el sindicalismo revolucionario no era entonces mucho más que un nacionalismo de izquierda, anunciando con ello el intervencionismo de izquierdas de 1914”. Z. Sternhell en El nacimiento…, op. cit., pág. 209, plantea idénticas tesis.

(16)     R. Paris, op. cit., pág. 96-97.

(17)     Ibidem, pág. 96

(18)     A. Tasca, op. cit., pág. 279.

(19)     I. Bolinaga, op. cit., pág. 49

© Ernest Milà – Infokrisis – http://info-krisis.blogia.com – http://infokrisis.blogspot.com – Infokrisis@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este artículo sin indicar origen

domingo, 12 de diciembre de 2010

ESTUDIOS SOBRE EL FASCISMO (IV) LAS COMPONENTES DEL FASCISMO: EL FUTURISMO


Existe una total unanimidad en reconocer al futurismo un carácter “revolucionario” aunque no esté claro exactamente que se quiere afirmar con ello. Para unos, el futurismo sería “revolucionario” en la medida en que rompería con los esquemas de expresión artísticas vigentes hasta ese momento y, en este sentido sería una de las vanguardias aparecidas en las primeras décadas del siglo XX. El futurismo fue, en efecto, una corriente artística pero, como posteriormente ocurrió con el surrealismo, sus miembros participaron políticamente y a diferencia de esta corriente mayoritariamente ganada por el marxismo, los futuristas –especialmente sus máximos exponentes– se identificaron con el fascismo.

El camino hacia el futurismo

Para otros, “lo revolucionario” en el futurismo serían todas aquellas connotaciones destructivas y provocativas que se incluyeron en sus manifiestos. Así pues, el futurismo sería “revolucionario” porque exaltaría la violencia, la máquina, el desenfreno tecnológico y la guerra. Hay en el futurismo un evidente “signo de los tiempos” que remite a tres influencias perfectamente identificadas: de un lado la filosofía de Nietzsche en interpretación libre, de otro una reacción neorromántica que en lugar de tender hacia el medievalismo como fue usual en esta corriente decimonónica se orientó hacia una especie de culto al progreso, el maquinismo y la velocidad; y, finalmente, un estilo de vida exaltado, libre y aventurero que conducía directamente a excesos.

El movimiento arranca oficialmente con la publicación del Manifiesto Futurista de 1909 y se transforma en partido político en las últimas semanas de la I Guerra Mundial. El propio fundador del movimiento, Filippo Tommaso Marinetti será uno de los “sansepolcristas” que participaron en la reunión de la plaza del San Sepolcro el 23 de marzo de 1919 en donde se fundaron los Fasci di Combattimento (1). Cuando eso ocurría, el movimiento futurista hacía seis meses que había cristalizado en la formación del efímero Partido Político Futurista (2). Sin embargo, cuando los Fasci resultan derrotados en las elecciones de 1919, Marinetti pareció desinteresarse de la vida partidaria y retornó a sus experiencias artísticas denotando cierto desencanto por la política. A pesar de la brevedad en el tiempo de la existencia del Partido Futurista, lo incuestionable es que lo esencial de sus representantes confluyó con el fascismo (3) constituyendo otra de sus componentes originarias.

El caldo de cultivo futurista

En el clima cultural italiano de principios de siglo apareció lo que se ha llamado una “reacción antipositivista” de la mano de Benedetto Croce (4) que fue asumida por los redactores del periódico de Giovanni Papini y Prezzolini, La Voce (5), de orientación nacionalista. A través de esta revista fueron conocidos en Italia algunos pensadores franceses de carácter revolucionario que lograron interesar a intelectuales italianos. Uno de ellos fue Alfredo Oriani.

Oriani, novelista de poco éxito fallecido en 1907, escribió algunos ensayos políticos en los que tocó temas propios de los nacionalistas hasta el punto de ser considerado como uno de sus precursores. Mussolini lo premió prorrogando su obra completa durante el Ventennio. Oriani consideraba que el Risorgimento había sido una “revolución inacabada” y lo consideraba como una excrecencia de la burguesía italiana de la que la mayoría de la población había estado completamente ausente. Apelaba a que “el pueblo” continuara la tarea iniciada por Mazzini y Garibaldi. Mussolini quien recogió el guante. Oriani concebía esta continuación del Risorgimento como una tarea heroica, violenta, liberadora y radical que prefigura algunos de los elementos que veinte años después serán habituales en la literatura futurista.

Otros poetas como Gabriele D’Annunzio y Giovanni Pascoli transitaron por la misma senda. Pascoli, aun sosteniendo un “socialismo nacional”, se adhirió al nacionalismo italiano mientras que D’Annunzio asumió pronto en su poesía las ideas las ideas de quienes añoraban una “Italia Imperial”. Fue él quien rescató el viejo lema de las ciudades hanseáticas que luego inspiraría un famoso artículo de Mussolini (6): “Navigare necesse est, Vivere non est necesse”.

D’Annunzio se había ubicado a finales del XIX en el nacionalismo y en el imperialismo que alternaba con poesías inflamadas (especialmente durante la guerra de Libia en 1910-12), lances de amor más o menos escandalosos y gestas militares heroicas (7). La experiencia bélica radicalizó sus convicciones nacionalistas y la cesión de Fiume a Yugoslavia pactada en la Conferencia de París de 1919, fue mucho más de lo que estaba dispuesto a soportar pasando a la acción y ocupando la ciudad. D’Annunzio no fue futurista, pero su comportamiento si influyó decididamente en el movimiento fundado por Marinetti (8) y especialmente sus “gestos” fueron recogidos por los futuristas que los revalidaron e incorporaron a su poesía y a sus manifiestos.

Algunos autores han destacado que D’Annunzio prodigaba gestos escénicos, dramáticos y espectaculares de los que luego Mussolini usó y abusó: “El culto a D’Annunzio fue el anunciador innegable del culto de que Mussolini intentaría rodearse” (9).

Sobre estas bases, a las que debe unirse por supuesto la eclosión de las vanguardias de principios del siglo XX (10) nacería el futurismo que, en honor a la verdad sería la “primera vanguardia italiana del novecento”.

Filippo Tommaso Marinetti

La biografía literaria de Marinetti no fue en absoluto brillante, sino más bien discreta, hasta la aparición de los llamados manifiestos futuristas a partir de 1908. Tales documentos, siempre exaltados, paradójicos, sorprendentes y extremadamente radicales y violentos le valdrán el ser llamado “la cafeína de Europa” (11). El primer manifiesto futurista fue publicado en el diario francés Le Figaro el 20 de febrero de 1909 firmado por Giovanni Papini, Aldo Palazzeschi, Corrado Govoni, “Luciano Folgore” (Omero Vecchi) y el propio Marinetti. El manifiesto incluía algunas intuiciones geniales:

“(…) Un inmenso orgullo henchía nuestros pechos, pues nos sentíamos los únicos, en esa hora, que estaban despiertos y erguidos como faros soberbios y como centinelas avanzados, frente al ejército de las estrellas enemigas que nos observaban desde sus celestes campamentos. Solos con los fogoneros que se agitan ante los hornos infernales de los grandes barcos, solos con los negros fantasmas que hurgan en las panzas candentes de las locomotoras lanzadas en loca carrera, solos con los borrachos trastabilleantes con un inseguro batir de alas a lo largo de los muros.

De repente, nos sobresaltamos al oír el ruido formidable de los enormes tranvías de dos pisos, que pasaban brincando, resplandecientes de luces multicolores, como los pueblos en fiesta que el Po desbordado sacude y desarraiga de repente para arrastrarlos hasta el mar sobre las cascadas y a través de los remolinos de un diluvio. (…)

«¡Vamos! -dije yo-. ¡Vamos, amigos! Finalmente, la mitología y el ideal místico han sido superados. Estamos a punto de asistir al nacimiento del Centauro y pronto veremos volar a los primeros Ángeles!.. ¡Habrá que sacudir las puertas de la vida para probar sus goznes y sus cerrojos!... ¡Partamos! ¡He aquí, sobre la tierra, la primerísima aurora! ¡No hay nada que iguale el esplendor de la roja espada del sol que brilla por primera vez en nuestras tinieblas milenarias!».


Nos acercamos a las tres fieras resoplantes para palpar amorosamente sus tórridos pechos. Yo me recosté en mi automóvil como un cadáver en el ataúd, pero en seguida resucité bajo el volante, hoja de guillotina que amenazaba mi estómago.

La furibunda escoba de la locura nos arrancó de nosotros mismos y nos lanzó a través de las calles, escarpadas y profundas como lechos de torrentes. Aquí y allá, una lámpara enferma tras los cristales de una ventana nos enseñaba a despreciar la falaz matemática de nuestros ojos perecederos.

(…) Y nosotros, como jóvenes leones, seguíamos a la Muerte de pelaje negro y manchado de pálidas cruces que corría por el vasto cielo violáceo, vivo y palpitante.

Y, sin embargo, no teníamos una Amante ideal que irguiera hasta las nubes su sublime figura, ni una Reina cruel a la que ofrendar nuestros despojos, retorcidos a guisa de anillos bizantinos. Nada para querer morir, sino el deseo de liberarnos finalmente de nuestro valor demasiado pesado. (…)

Entonces, con el rostro cubierto del buen fango de los talleres empaste de escorias metálicas, de sudores inútiles, de hollines celestes-, nosotros, contusos y con los brazos vendados, dictamos nuestras primeras voluntades a todos los hombres hijos de la tierra:

1. Nosotros queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad.

2. El valor, la audacia, la rebelión serán elementos esenciales de nuestra poesía.

3. Hasta hoy, la literatura exaltó la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso ligero, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo.

4. Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras con su capó adornado de gruesos tubos semejantes a serpientes de aliento explosivo..., un automóvil rugiente que parece correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia.

5. Nosotros queremos cantar al hombre que sujeta el volante, cuya asta ideal atraviesa la Tierra, ella también lanzada a la carrera, en el circuito de su órbita.

6. Es necesario que el poeta se prodigue con ardor, con lujo y con magnificencia para aumentar el entusiástico fervor de los elementos primordiales.

7. Ya no hay belleza si no es en la lucha. Ninguna obra que no tenga un carácter agresivo puede ser una obra de arte. La poesía debe concebirse como un violento asalto contra las fuerzas desconocidas, para obligarlas a arrodillarse ante el hombre.

8. Nos hallamos sobre el último promontorio de los siglos!... ¿Por qué deberíamos mirar a nuestras espaldas, si queremos echar abajo las misteriosas puertas de lo Imposible? E1 Tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros ya vivimos en lo absoluto, pues hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente.

9. Nosotros queremos glorificar la guerra -única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las hermosas ideas por las que se muere y el desprecio por la mujer.

10. Nosotros queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y toda cobardía oportunista o utilitaria.

11. Nosotros cantaremos a las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, por el placer o la revuelta; cantaremos a -las marchas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; cantaremos el vibrante fervor nocturno de los arsenales y de los astilleros incendiados por violentas lunas eléctricas; las estaciones glotonas, devoradoras de serpientes humeantes; las fábricas colgadas de las nubes por los retorcidos hilos de sus humos; los puentes semejantes a gimnastas gigantes que saltan los ríos, relampagueantes al sol con un brillo de cuchillos; los vapores aventureros que olfatean el horizonte, las locomotoras de ancho pecho que piafan en los raíles como enormes caballos de acero embridados con tubos, y el vuelo deslizante de los aeroplanos, cuya hélice ondea al viento como una bandera y parece aplaudir como una muchedumbre entusiasta.

Pero nosotros no queremos saber nada del pasado. ¡Nosotros, los jóvenes fuertes y futuristas! ¡Vengan, pues, los alegres incendiarios de dedos carbonizados! ¡Aquí están! ¡Aquí están! ¡Vamos! ¡Prended fuego a los estantes de las bibliotecas! ¡Desviad el curso de los canales para inundar los museos!... ¡Oh, qué alegría ver flotar a la deriva, desgarradas y desteñidas en esas aguas, las viejas telas gloriosas!... ¡Empuñad los picos, las hachas, los martillos, y destruid destruid sin piedad las ciudades veneradas!

(…) Los más viejos de nosotros tienen treinta años; sin embargo, nosotros ya hemos despilfarrado tesoros, mil tesoros de fuerza, de amor, de audacia, de astucia y de ruda voluntad; los hemos desperdiciado con impaciencia, con furia, sin contar, sin vacilar jamás, sin jamás descansar, hasta el último aliento... ¡Mi rad nos! ¡Todavía no estamos exhaustos! ¡Nuestros corazones no sienten ninguna fatiga porque se alimentan de fuego, de odio y de velocidad!... ¿Os asombráis?... ¡Es lógico, porque vosotros ni siquiera os acordáis de haber vivido! ¡Erguidos en la cima del mundo, nosotros lanzamos, una vez más, nuestro reto a las estrellas!

(…) ¡Erguidos en la cima del mundo, nosotros lanzamos, una vez más, nuestro reto a las estrellas!” (12)

Esto es el futurismo: pasión desatada, desafío, esteticismo dramático, ansia de destrucción, zambullido en la piscina de la modernidad, arrebato de furia y deseo implícito de quemarse en cualquier aventura. La “personalidad fascista” debe mucho a estas líneas exaltadas. Drieu la Rochelle y también André Malraux estuvieron cerca de este estilo de vida y ambos afirmaron que el fascismo era una forma de “pesimismo activo” (13).

Cuando en 1912 Marinetti y sus amigos ya habían lanzado el Manifiesto de la Pintura Futurista, el Manifiesto de la Mujer Futurista, el Manifiesto de la Escultura Futurista y otros documentos similares, empezó a calibrar la posibilidad de dedicarse a la política. Sus primeros contactos fueron en dirección de los sindicalistas revolucionarios (14) en un momento  en el que este sector (como veremos en el próximo capítulo) y los nacionalistas de la ANI vivían en plena efervescencia. Marinetti en este período hace guiños a unos y a otros y alude frecuentemente a “nuestros enemigos comunes” (15). En ese momento ya está convencido de que “el sindicalismo revolucionario y el nacionalismo son las dos únicas fuerzas realmente subversivas de la Europa Latina” (16)

Es poco después, cuando tiene lugar la guerra de Libia a la que es enviado como corresponsal, Marinetti vive su mejor momento: publica su novela más famosa –Mafarka (17) de “inspiración africana”– y vive de cerca por primera vez la experiencia de la guerra que en él, como en Ernst Jünger unos años después, tendrá una virtud transfiguradora. A partir de ese momento, para Marinetti, la guerra pasa a ser “la única higiene del mundo” (18).

Futuristas y política

Poco antes del inicio de la Primer Guerra Mundial, los futuristas publicaron su primer Manifiesto Político que insistirá en los temas propios que habían dado vida al movimiento artístico: antisocial y anticlerical, imperialista (proponía una “política exterior agresiva, astuta, cínica”, exigía la “Restauración de la Roma Imperial”. Intervencionista como Mussolini, D’Annunzio o los nacionalistas, el propio Marinetti en septiembre de 1914 organizó en Milán las primeras manifestaciones contra Austria (19).


Sus dos escritos políticos más relevantes serán Democracia Futurista publicado en 1919 y Más allá del comunismo aparecido el año siguiente. Su lectura permite advertir con facilidad lo que le uniría y le separaría del fascismo: el “posibilismo” (20). Lo que para Mussolini era “estrategia” móvil, cambiante, según soplaran los vientos y le aproximara en las más diversas circunstancias al gobierno de la nación, no dejaba de repugnar a Marinetti, poco pragmático y de escasa visión política, refugiado en el “purismo” y, por tanto, en buena medida en la esterilidad política. El Marinetti republicano y anticatólico difícilmente podría entenderse durante mucho tiempo con el Mussolini convertido en aliado de la monarquía y firmante del Concordato con la Santa Sede. Ambos, apasionados de la italianidad, terminaron siendo antisocialistas y anticomunistas y rechazaban cualquier forma de cosmopolitismo. Ambos soñaban con una revolución, pero la de Mussolini era de “masas” y la de Marinetti de “élites intelectuales”. Esto explica que tanto antes como después de la Marcha sobre Roma, menudearan las rupturas y las reconciliaciones. Solamente cuando Mussolini rompió –forzosamente, hay que decirlo– con la monarquía en 1943 y fundó la República de Saló, Marinetti apreció el reverdecimiento del Mussolini revolucionario y se adhirió sin fisuras.

Durante la Primera Guerra Mundial, los futuristas se presentaron voluntarios a las unidades de élite, los llamados “Exploradores de la Muerte” que fue la médula de los famosos Arditi (21). Algunos mueren en combate como el arquitecto futurista Sant’Elia y el pinto Boccioni, otros muchos fueron condecorados por acciones de guerra demostrando que los principios futuristas no eran una simple pose o un mero gesto, sino que afectaba al núcleo de su personalidad. Marinetti, por supuesto, se alistó también y otro tanto hizo Mario Carli el futuro director de L’Impero y, especialmente, de Roma Futurista.

El 20 de septiembre de 1918 aparece el primer número de Roma Futurista subtitulada Periódico del Partido Futurista que llamaba a “todos los italianos” que terminaría constituyendo el núcleo del Partido Político Futurista. En esta publicación aparecen algunos de los temas que el fascismo incorporaría (la estructura corporativa del Estado) y otros que encontraron el rechazo del “posibilista” Mussolini (el anticlericalismo, la socialización de la tierra y otros temas propios de la izquierda como el sufragio femenino).

En la postguerra, los Arditi, una vez desmovilizados, se reagruparon en la Associazione Nazionale d’Arditi d’Italia fundada por Mario Carli. Este había sido inicialmente relegado a trabajos administrativos a causa de su miopía, pero insistiendo logró enrolarse en la 18ª Compañía de Asalto de los Arditi alcanzando pronto el grado de capitán por méritos de guerra y varias condecoraciones al valor. Próximo a la paz, junto con Marinetti fundó la revista Roma Futurista, que sería la tribuna de los Arditi futuristas. Su símbolo era la llama negra propia de estas tropas de asalto. Carli había escrito: “El Ardito y el futurista de guerra, la vanguardia despeinada y dispuesta a todo, la fuerza y la agilidad de los años veinte, el joven que lanza bombas silbando recuerdos de la variedad” (22). El 10 de diciembre de 1918 se constituyó la ANAI cuando en varias ciudades italianas se constituían “fasci futuristi”. Muchos Arditi seguían en activo en el ejército que veía con cierta hostilidad su creciente compromiso político y en especial la difusión en los cuarteles de la revista L’Ardito. A la prohibición y a las sanciones que se lanzaron para que los futuristas cesaran de hacer política en los cuarteles, Carli contestó con un famoso artículo titulado: “Arditis, no gendarmes”, indicando que no serían ellos quienes salvaran al régimen. Luego siguió la aventura de D’Annunzio en Fiume protagonizada mayoritariamente por Arditi.

Futurismo y fascismo

Ya, por entonces, los futuristas se habían aproximado al proyecto mussoliniano de convocar una Constituyente del intervencionismo que aproximó a Marinetti y a Mussolini y los unió en un acto convocado en la Scala de Milán donde boicotearon a los intervencionistas de izquierda.

Un año después, Marinetti participó en la reunión de los “sansepolcristas” reunidos en la plaza del mismo nombre. El primer programa de los Fasci di Combatimento incluye algunas de las propuestas futuristas: en lo relativo al Estado (“El Estado es soberano, y esta soberanía no puede ni debe ser limitada o disminuida por la Iglesia”), a las Corporaciones (“Las corporaciones deben ser promovidas según dos direcciones fundamentales: como expresión de la solidaridad nacional y como medio de desarrollo de la producción”), a los Principios de política exterior (“Italia debe reafirmar su derecho a realizar su plena unidad histórica y geográfica, incluso allí donde aún no la ha realizado”), etc. Esto ocurría el 23 de marzo de 1919. Pocos días después, Mussolini y Marinetti lanzan a los Arditi contra el diario socialista Avante! cuya redacción resulta completamente saqueada. A pesar de que Mussolini asumiera la responsabilidad del asalto, la mayoría de participantes eran Arditi y buena parte de estos eran futuristas (23).

A partir de ese momento, las relaciones entre el fascismo y los futuristas se van estrechando especialmente en Milán en donde Marinetti era miembro del Fasci de esa ciudad. Sin embargo, cuanto tuvo lugar el segundo congreso de los Fasci se produce la primera tensión notable: Marinetti percibe una atenuación de la tensión ideal del fascismo y una aproximación al Vaticano cuya “soberanía espiritual” se reconoce. A pesar de que Marinetti dimitiera del movimiento, en ese momento, el futurismo ya estaba roto como unidad política: Carli había pasado a publicar un semanario ultramonárquico (Il Principe) que no dudaba en proponer para horror de Marinetti que “la monarquía absoluta es el régimen más perfecto”. Después de sucesivas transformaciones, la revista pasó a llamarse primero L’Impero y luego L’Impero Fascista.

En cuanto a la ANAI fue disuelta por Mussolini al considerarla “poco fiable para el fascismo”. La mayoría de Arditi se adhirieron al fascismo y solamente un grupo de Arditi romanos –los llamados Arditi del Popolo, esencialmente romanos– rechazaron esta aproximación. Para sustituir a la ANAI se fundó la Federazione Nazionale Arditi D’Italia el 22 de octubre de 1922. Los Arditi del Popolo desde el principio se configuraron como una fuerza activista antifascista que contó entre sus militantes con anarquistas, socialistas y comunistas (que pronto fueron mayoritarios).

Las esperanzas de Marinetti de que después de la Primera Guerra Mundial estallara una “revolución” se vieron pronto decepcionadas y él mismo fue el primero en hablar de la “vitoria mutilada”. La aventura de Fiume le dio solamente una breve esperanza. Pronto rompió con D’Annunzio y fue de los primeros en invitarle a abandonar la ciudad. La existencia del Partido Político Futurista fue breve (apenas dos años, desde la creación de los primeros Fasci Futuristi en 1917 hasta la reunión de la plaza del San Sepolcro en 1919) y tenue. Con la fusión entre fascistas y futuristas los Arditi se convierten en un sector de los camisas negras mussolinianos de los que constituyen su tropa de asalto tal como demuestra el saqueo de la redacción del Avanti!. Con la publicación Al di là del Comunismo (1920), Marinetti da por concluida su aventura política y retorna a la literatura. Pero su hora ha pasado: ya no es considerado ni en Roma ni en París, “la cafeína de Europa”. Han surgido otras vanguardias, el dadaísmo durante la guerra y el surrealismo cuando esta última periclitó.

Su decadencia artística le vuelve a aproximar al fascismo. Es entonces cuando recibe honores del régimen y cuando corresponde sumando su nombre al Manifiesto de los Intelectuales Fascistas publicado en 1925. Luego viajó como representante del régimen fascista a varios países, entre ellos España (24). En 1929, Marinetti entrará, por deseo expreso de Mussolini en la Academia de Italia recién fundada. En esos años vuelve a reverdecer en su espíritu la fascinación por la guerra: cantará la guerra de Etiopía y a los 66 años se enrolará en la Armata Italiana in Russia, el cuerpo expedicionario italiano que apoyó a la Werthmach en la Operación Barbarroja. Volvió con la salud quebrantada y murió el 2 de diciembre de 1944, después de adherirse incondicionalmente a la República Social Italiana en la que identificó la pureza del fascismo de los orígenes. 

Conclusión

El futurismo fue, inequívocamente, otra de las tendencias que dieron vida al fascismo, pero a su vez, era un conjunto de tendencias cuyo comportamiento político no era siempre homogéneo. Las relaciones entre futurismo y fascismo fueron oscilantes, pero lo esencial es reconocer que el proyecto político de Marinetti terminó convergiendo mayoritariamente con el de Mussolini, tal como demuestra inequívocamente su presencia entre los “sansepolcristas”. No todo el futurismo fue fascista, pero sí que lo esencial del futurismo y de los Arditis, se decantó hacia el futurismo.

Desde el punto de vista doctrinal la personalidad fascista, tanto en Italia como en otros países en los que se manifestó, debe mucho al futurismo y, en lo esencial, supone una modulación de las posiciones radicales de Marinetti en la década de 1909-1919. De ahí surge la transformación del pesimismo en acción, de ahí también la consideración de la guerra como “única higiene”, el canto a la juventud (los futuristas sostenían que todo lo que no se hiciera antes de la edad de 40 años ya no tenía importancia), la vida aventurera, casi de lansquenete, los golpes de audacia, la violencia como arma política, el gusto por el enfrentamiento directo, que estuvieron presentes en el futurismo, reaparecieron incluso en modelos de fascismo en otros países que ni siquiera habían oído hablar del futurismo.

¿Dónde situar geométricamente a la componente futurista dentro del fascismo? ¿A la derecha, en el centro, a la izquierda? No era, desde luego, un movimiento conservador… si bien Carli y muchos más entre los Arditi futuristas se orientaron a la derecha, incluso mucho más a la derecha que Mussolini y asumieron la defensa de la monarquía. Su polémica anticlerical y sus contactos iniciales son los sindicalistas revolucionarios podía asimilarlos a la izquierda, sin olvidar que llamaron al enfrentamiento con anarquistas socialistas y comunistas. Y si bien es cierto que compartieron algunos de los puntos de vista de Mussolini (intervencionismo, necesidad del imperio, corporativismo) también es cierto que Marinetti denostó algunas de las orientaciones del futuro Duce (especialmente el “posibilismo” y su aproximación posterior al Vaticano).

De hecho, el futurismo tuvo también tres componentes, a modo de fotocopia reducida de lo que luego sería el fascismo y estas tres componentes luego se superpusieron a las que aparecieron en el Partido Nacional Fascista.




Notas:

(1) R. Paris, explica que Marinetti “fue la única personalidad de cierta importancia que participó en la reunión de la plaza San Sepolcro del 23 de marzo de 1919. La elaboración del programa de los Fasci debía mucho, entre otros, a los futuristas. Marinetti fue elegido, pues, miembro del Comité Central y, a continuación, de la comisión de propaganda y prensa” (op. cit., pág. 57).


(2)  El partido también fue ocasionalmente conocido como “Partido Futurista Italiano”, así se le cita, por ejemplo, en Marinetti Futurista   (obra colectiva, Guida Editori, Nápoles 1977, pág. 98) probablemente la exposición más completa del pensamiento estético-político de Marinetti. En cuanto a la intervención política de los futuristas es tratada de manera exhaustiva en La nostra sfida alle stelle: futuristi in política, Emilio Gentile, Laterza 2009. En esta obra también se alude al “Partido Futurista Italiano” (pág. 53).
(3)      “Cuando el Estado fascista de Mussolini se alzó con el poder tras la “Marcha sobre Roma” de 1922, aunque pareció encarnar todas estas expresiones anteriores de renovación cultural y política, también heredó todas las incertidumbres y contradicciones propias de la esfera artística y cultural que, como siempre, quedaron sin resorber. El futurismo y el fascismo estuvieron indisolublemente unidos pero mantuvieron una relación sutilmente tensa, confusa e incluso cómica. Mussolini promovió ciertos aspectos del futurismo, mientras que actuó con extrema precaución e incluso hostilidad, frente a otros”, Richard Humpheys, Futurismo, Movimientos en el Arte Moderno, Serie Tate Gallery, Encuentro Ediciones, 2000, pág. 15.

(4) El positivismo afirma que el único conocimiento auténtico es el científico y solamente puede afirmarse a través del método científico. En sus interpretaciones más extremistas terminó desembocando en una especie de religiosidad laica. En cuanto a Benedetto Croce, reprochaba a Compté, máximo representante francés de esta corriente, el que “dejaba insatisfecha la necesidad religiosa del hombre” que era justamente lo mismo que le reprochaba Bergson. 

(5)  R. Paris, op. cit., pág. 48.

(6)  El artículo en cuestión llevaba este mismo título y fue publicado en Il Popolo d’Italia en 1º de enero de 1920: “… contra los demás, contra nosotros mismos… Nosotros hemos destrozado todas las verdades reveladas, hemos escupido sobre todos los dogmas, hemos rechazado todos los paraísos, hemos ridiculizado a todos los charlatanes –blancos, negros y rojos- que ponen en venta las drogas milagrosas para proporcionar la “felicidad” al género humano. No creemos en los programas, en los esquemas, en los santos, en los apóstoles; sobre todo, no creemos en la felicidad, en la salvación, en la tierra prometida… Volvamos al individuo. Nosotros apoyamos todo lo que exalta y engrandece al individuo, todo lo que le da mayor bienestar, libertad y una mayor independencia; combatimos todo lo que deprime y mortifica al individuo. En las actualidad hay dos religiones que se disputan el dominio sobre el individuo y sobre el mundo: la negra y la roja; las encíclicas provienen, hoy, de dos Vaticanos, el de Roma y el de Moscú. Nosotros somos los herejes de estas dos religiones” (Citado por A. Tasca, op. cit., págs. 48-49), puede observarse la retórica danunziana que destila el artículo –se diría que es el propio poeta el que habla en algunas frases– y que define perfectamente la personalidad apasionada, vitalista y rebelde del Mussolini de 1920

(7) Al estallar la Primera guerra Mundial, D’Annunzio, que se encontraba en esos momentos en Francia, regresó a Italia, realiza una campaña a favor del intervencionismo italiano a favor de Francia e Inglaterra y fue piloto de guerra voluntario. El 9 de agosto de 1918 protagonizó una de sus habituales “acciones heroicas” sobrevolando Viena con el Escuadrón 87 “La Serenísima” del que era comandante, lanzando panfletos, un trayecto extremadamente difícil para la aviación de la época. Esta acción y la ocupación de Fiume le valieron el ser considerado como el mayor héroe italiano de la época.

(8)  El entones secretario general del Partido Comunista Italiano, Antonio Gramsci escribió el 8 de septiembre de 1922 una Carta sobre el futurismo fechada en Moscú, en donde dice: “D'Annunzio nunca ha tomado posición pública respecto al futurismo. Hay que señalar que el futurismo, en su nacimiento, surgió expresamente contra D'Annunzio. Uno de los primeros libros de Marinetti tenía por título Les Dieux s'en vont, d'Annunzio reste. Aunque durante la guerra los programas políticos de Marinetti y de D'Annunzio hayan coincidido en todos los puntos, los futuristas han permanecido antid'annunzianos. Prácticamente no han demostrado interés alguno por el movimiento de Fiume, aunque luego hayan participado en las manifestaciones.” (el texto completo puede leerse en http://www.ddooss.org/articulos/textos/Gramsci.htm). A pesar de que Gramsci exagera algo, lo cierto es que D’Annunzio y Marinetti nunca se llevaron bien: “D’Annunzio dirá a sus amigos que Marinetti es "una nulidad atronadora" o "un necio fosforescente" o también –parece– "un necio con algunos rayos de imbecilidad"; y Marinetti le contestará definiéndolo confidencialmente como un tradicionalista, un "Montecarlo de todas las literaturas", "aburrido y anacrónico". Pero en público, a regañadientes, se alabarán recíprocamente y en sus pocos encuentros se intercambiarán hasta flores, regalos y abrazos; sin menoscabo de la admiración que siente Marinetti por la "vida futurista" de d’Annunzio; o, durante los años siguientes, la aprobación sufrida y limitada de d’Annunzio por las novedades introducidas por el Futurismo en las letras, las artes figurativas, la música e incluso en las expresiones más corrientes del gusto, como el periodismo, la publicidad y la moda.” (http://www.internetculturale.it/genera.jsp?id=893&l=es).

(9)  R. Paris, op.cit., pág. 52.

(10) Sobre las relaciones entre futurismo y fascismo y sobre otros movimientos artísticos de vanguardia del novecento puede leerse la Historia de las literaturas de vanguardia, Guillermo de Torre, Ediciones Guadarrama, Madrid, especialmente el capítulo La esquina peligrosa: futurismo y fascismo, págs. 149-152.

(11)  Nos ha sido imposible establecer el origen de este apelativo que suele acompañar a nombre de Marinetti. Mientras que para unos se trata de un mote puesto por algún crítico avisado, para otros el propio Marinetti se lo dio a sí mismo y se autoproclamó como tal (Cfr. http://desdemendoza.com.ar/index.php/revistasdmza/revista-artedmza/957-a-100-anos-de-qla-cafeina-del-mundoq.html).

(12) Para el texto completo del manifiesto cfr.:  http://elcraneo.8m.com/manifiestosfuturistas.htm

(13)  La frase se ha atribuido habitualmente a Drieu la Rochelle, el cual, a su vez se consideraba como tal y decía que un “pesimista activo” será siempre un fascista. Sea esta atribución cierta o no, André Malraux pudo decir, a su vez, que “el pesimismo activo era la antesala fatal del fascismo” (Citado en La diversidad asediada, Escritos sobre culturas y mundialización, Pedro Susz K.,  Plural Editores, La Paz 2005, pág. 385).

(14) “En ese momento en el que empieza a esbozarse en el seno del sindicalismo revolucionario la tendencia “nacionalista revolucionaria” [1910], Marinetti decide dar una conferencia sobre “la belleza y la necesidad de la violencia”, además de mover todos los hilos a su alcance para obtener un mandato parlamentario en la circunscripción del Piamonte. Ahora bien, en esta circunscripción ha surgido una corriente política en torno del periódico Il Tricolore, que preconiza una alianza del nacionalismo y del sindicalismo revolucionario. Marinetti pronuncia su conferencia en Nápoles, en Milán y en Parma, donde Alceste de Ambris publica la revista L’Internazionale, órgano del sindicalismo revolucionario. Al imprimir el texto casi íntegro de la conferencia de Marinetti, De Ambris rinde homenaje a este “magnífico y soberbio himno a la violencia”, a esta hermosa incitación a la vida “en pleno cementerio de la vida italiana”. En esencia esta conferencia hace apología de la guerra, entona un himno a la Patria, estigmatiza el utilitarismo estrecho y mezquino de la democracia reformista y magnifica, en suma, el “gesto destructor de los anarquistas”, la huelga general y la revolución”, Z. Sternhell, El nacimiento… op. cit., pág. 361. Tal es el origen del período en el que Marinetti estuvo próximo al sindicalismo revolucionario.

(15) Z. Sternhell, op. cit., pág 360. Marinetti dedicó uno de sus famosos manifiestos a este tema y unas semanas después en mayo de 1910, junto con la revista La demolizione (revista anarquista de matriz sindicalista-revolucionaria dirigida por Ottavio Dinale) realiza una encuesta sobre “la fundación de un partido revolucionario”.

(16) Z. Sternhell, op. cit., pág. 361.

(17) Existe una reciente edición española de esta obra: Mafarka, F. T. Marinetti, Editorial Renacimiento, Colección Pompadour, Madrid 2007.

(18)  Tal es el título de una obra publicada por Marinetti en 1915 y editada por las Edizioni Futuriste de Poesia en Milán: Guerra sola igiene del mondo.

(19)  R. Paris, op. cit., pág. 55.

(20)  Cfr. Vintila Horia, Introducción a la Literatura del Siglo XX, Universidad Gabriela Mistral, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1989, págs. 27 y sigs, dedicadas a Marinetti.

(21)  Cfr. Z. Sternhell, op. cit., pág. 362. La historia más accesible actualmente sobre este cuerpo de élite es Italian Arditi, Elite Assault Troops 1917-20 de Angelo L. Pirocchi, Osprey Publishing, Oxford 2004. Un resumen puede encontrarse en Wikipedia edición inglesa http://en.wikipedia.org/wiki/Arditi o bien en la edición italiana http://it.wikipedia.org/wiki/Arditi

(22)  Escrito en Roma Futurista, año 1, nº 1, 20 de septiembre de 1918. Reproducido en Wikipedia edición italiana http://it.wikipedia.org/wiki/Mario_Carli

(23)  R. Paris, op. cit., pág. 57.

(24) Cfr. Vanguardias Artísticas en España, Jaime Brihuega, Ediciones Itsmo, Madrid 1981, pág. 296-8 y en Italia-España en la época contemporánea, Assumpta Camps, Peeter Lang AG, Berna 2009, págs. 89-92, se mencionan ampliamente los desplazamientos de Marinetti por España.

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sábado, 11 de diciembre de 2010

ESTUDIOS SOBRE EL FASCISMO (II) - LAS COMPONENTES DEL FASCISMO: EL NACIONALISMO


Robert Paris (1) cita una frase extraída de las Lecciones de Harvard de Gaetano Salvemini (2): “Si el fascismo presentaba una doctrina coherente, lo debe al hecho de que los fascistas han adoptado otra vez el conjunto de la doctrina nacionalista”. La frase es ilustrativa de la importancia que se le da a la doctrina nacionalista que fue recogida por Mussolini y es, de hecho, una de las componentes de cualquier forma de fascismo y, en nuestro juicio, la componente, como veremos, más importante. A fin de cuentas, el fascismo es una forma de exaltación nacional con la novedad de que a esto le viene añadida un ansia de justicia social.

La frase de Salvemini es admisible especialmente a partir del 23 de febrero de 1923 cuando los “camisas azules” nacionalistas y los “camisas negras” fascistas se fusionaron formándose el Partido Nacional Fascista. Pero cuando se produce esta fusión, el nacionalismo italiano ya es muy diferente del que había nacido a mediados del siglo XIX, por lo que sería mucho más justo decir que los “nuevos nacionalistas” que aparecieron en el período del intervencionismo y durante el ascenso del fascismo fueron progresivamente convergiendo con Mussolini entre 1919 y 1923 que había adoptado la mayoría de sus tesis. La fusión final reconocía la identidad entre ambas formaciones.

La formación y tendencias del nacionalismo

El nacionalismo italiano (3) había nacido en el primer tercio del siglo XIX y reconocía que la “nación” era una comunidad homogénea y depositaria de valores tradicionales y propios que constituían el patrimonio cultural y religioso del pueblo. A pesar de que arraigó en la Italia del Risorgimento, la inspiración del nacionalismo venía de otros países y sus primeros representantes nacionalistas italianos se limitaron a adaptar las ideas que habían sido expuestas inicialmente por Adam Weishaupt, fundador de los Iluminados de Baviera y paradójicamente también por el que quizás fuera su principal detractor, el abate Augustin Barruel (4), si bien a modo de denuncia.

Con la aparición del nacionalismo durante la Revolución Francesa, el “patriotismo monárquico” se transforma en “nacionalismo republicano”. A pesar de su relativamente corta vida, el nacionalismo (entendido como exaltación del Estado-Nación y, por tanto, que apenas cuenta con dos siglos de existencia) ha atravesado por varios ciclos. Entre finales del período napoleónico y las revoluciones de 1848, el nacionalismo fue la expresión de la burguesía progresista y liberal utilizada como ariete contra las monarquías y la aristocracia. Posteriormente (entre 1848 y 1871), la llamada “edad del librecambismo” acentuó el liberalismo del nacionalismo, convirtiéndose en Italia en motor del Risorgimento; es entonces cuando se consolida la hegemonía burguesa y cuando aparece el binomio liberalismo-Estado Nacional. La etapa siguiente se desarrolla entre 1871 y 1914, período en el cual el nacionalismo se transforma en imperialismo en los distintos países europeos y propone un proteccionismo económico. Todo esto hace que aparezcan continuas rivalidades entre los Estados Nación europeos que reivindican unos a otros parcelas de sus territorios respectivos, claman contra las políticas arancelarias que dificultan las exportaciones entre los distintos países y compiten por conquistas territorios extraeuropeos para incorporarlos a sus imperios, procesos que, sumados, llevan al desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial.

Así pues, los rasgos de los distintos nacionalismos históricos son, por una parte, lo que se ha llamado “la nacionalización de las masas” (5) (es decir el intento de transmitir a las masas una “cultura nacional”) y, de otro lado, el impulso colonialista. Se ha calificado al siglo XIX como el “siglo de los nacionalismos” y, por tanto, no es raro que terminara siendo el siglo de los conflictos entre naciones europeas que se prolongaron hasta mediados del siglo XX.

Existen distintas formas de nacionalismo atendiendo a su origen: el “nacionalismo humanitario” de Rousseau y Herder de carácter setecentista, el “nacionalismo jacobino” nacido con la revolución francesa, habitualmente intolerante, misionero y fanáticamente unitario, el liberal de Burke y Cavour y el “nacionalismo económico” que dio nacimiento a distintas formas de proteccionismo. Otros como Louis Snyder (6) han identificado cuatro formas de nacionalismo (“integrador” que tiende a la unificación de Estados Nacionales, “desmembrador” que tiende a la ruptura de grandes imperios –como el otomano– y a la formación de Estados-Nación con sus fragmentos, “agresivo” o imperialista, vinculado a las dos guerras mundiales del siglo XX y “contemporáneo” que tendría dos aspectos contradictorios, el impulso descolonizador y la expansión imperialista). Por su parte, Hobsbawn (7) establece tres fases de desarrollo del nacionalismo: el redescubrimiento de las tradiciones culturales y antropológicas vernáculas, la agitación política militante y la nacionalización de las masas final.

La irrupción del nacionalismo en Italia

El nacionalismo italiano aparece en el Risorgimento y, a través de sucesivas transformaciones, cristalizará en el irredentismo del que ya hemos hablado.  Hay que distinguir este nacionalismo irredentista aparecido en torno a 1880 del nacionalismo mazziniano que constituyó el motor del proceso de unificación italiano. Mientras que éste es liberal, masónico, republicano, laico y propone la paz entre las naciones, el irredentismo es agresivo, frecuentemente antiliberal, no necesariamente republicano y, en cualquier caso, imperialista (8).

En 1896, el imperialismo italiano sufrió la derrota en Adua (9) que, como veremos, tuvo como consecuencia directa la fundación de la Associazione Nazionalista Italiana por Enrico Corradini y Luigi Federzoni. Adua supuso el punto de inflexión entre el viejo nacionalismo mazziniano que había quedado reducido a pequeños círculos intelectuales y el nuevo nacionalismo imperialista que terminará realizando su aporte doctrinal al fascismo.

Corradini había fundado en 1903 la revista Il Regno (10) muy influida por el nacionalismo francés de la época, especialmente por el conde de Gobineau y por Charles Maurras. Corradini era uno de los más fervientes defensores del imperialismo italiano y en sus obras literarias, así como en sus ensayos políticos no dejaba de clamar para que Italia tuviera “un lugar bajo el sol”. Partidario de la intervención de Italia en la Guerra Mundial, a través de distintos medios de prensa, Corradini calificará como bestia negra a los neutralistas.

Corradini sostenía la curiosa teoría de que el nacionalismo era la transposición internacional del socialismo y distingue entre “naciones proletarias” y “naciones plutocráticas” (un tema en el que insistirá el Mussolini del Ventennio con cierta frecuencia) que  están obligadas a mantener una especie de “lucha de clases” a dimensión internacional. Para él, Italia y Alemania serían esas “naciones proletarias” e Inglaterra la “nación plutocrática” rival. Las naciones “proletarias” para Corradini no pueden estar permanentemente subordinadas a las “plutocráticas”, tienen derecho a su “lugar bajo el sol”. El pacifismo tiende a mantener el statu-quo, por tanto no es admisible y trabaja en beneficio de las “naciones plutocráticas”. La respuesta debe ser, pues, la “lucha de clases internacional” (11).


En Corradini se encuentran también otras ideas que serán incorporadas al fascismo: por ejemplo, aquella según la cual la nación está por encima de los individuos que la componen y, por ello, puede exigir a sus ciudadanos cualquier sacrificio en su nombre. Habla de “doctrina espiritualmente aristocrática” que desemboca en una aspiración de que Italia sea gobernaba “por los mejores” que, para él, nunca emergerán como producto de una votación popular. Se puede observar perfectamente el origen del elitismo fascista y su antidemocratismo. En sus escritos, Corradini atacará el igualitarismo democrático, otra idea que será heredada por el fascismo. Así mismo, negará que el ser humano esté predispuesto a hacer el bien, sino que, por el contrario, concibe la vida como lucha y enfrentamiento con otros hombres y naciones. Para él la idea de “fraternidad” es imposible de cristalizar salvo en el marco de una “comunidad nacional” coherente (12).

Corradini fue el primero en introducir en el discurso político los mitos históricos de la península itálica: la fundación de Roma y el imperio romano, los condottieri renacentistas, pero también sus artistas y demás glorias de Italia, algo que Mussolini recuperaría e integrará en su fascismo.

La andadura de Il Regno se prolongó hasta 1905 siendo sustituida por La Voce promovida por Giuseppe Prezzolini y Giovanni Papini, ambos antiguos colaboradores de Il Regno. Sin embargo, había algunos cambios de orientación notables entre ambas publicaciones. La nueva revista era el reflejo de todas las contradicciones de un nacionalismo que se buscaba a sí mismo pero que todavía no terminaba de encontrar una línea propia y definitiva. En las columnas de la nueva revista, en efecto, colaboraron personajes neo-hegelianos como Giovanni Gentile y Benedetto Croce, junto a nacionalistas ortodoxos, exsocialistas como Salvemini y nacionalistas discípulos de Corradini. La revista aspiraba a estar por encima de los partidos y a situar la causa de Italia más allá de las luchas entre partidos. En relación a la experiencia de Il Regno, la línea de La Voce fue mucho más oscilante y abierta inicialmente a corrientes liberales y mazzinianas. Concebían a la nación como “unidad y totalidad” y, por tanto, lo que aspiraba a ser el “todo” (el nacionalismo) no podía adquirir la forma de “parte” (esto es, de partido) por lo que se limitaron a constituirse como “asociación” el 3 de diciembre de 1910. Así nació la Associazione Nazionaliste Italiana.

Poco después de la fundación de la ANI se produjo el marasmo de la Primera Guerra Mundial y la aparición del intervencionismo italiano que encontró en la asociación a uno de sus más decididos impulsores. Sin embargo, el intervencionismo de la ANI estaba muy alejado del de otros sectores e incluso del sostenido por Mussolini desde las columnas de Il Popolo d’Italia. Mientras un sector del intervencionismo aludía a la necesidad de luchar contra regímenes “feudales” como los imperios alemán y austro-húngaro, los nacionalistas creían que era necesario entrar en guerra para generar una “reforma interior”. Para Corradini la política exterior era una forma de sacudir y regenerar a la opinión pública italiana (13). Lo que Corradini pretendía era transformar las doctrinas sociales de la época –a las que aludía directamente cuando se refería a “naciones proletarias” y “naciones plutocráticas”– en nacionalismo. A esto le llamo “socialismo nacional”. Y en esto también prefiguró al fascismo. En la pequeña publicación de apenas cuatro páginas L’Idea Nazionale, la ANI empezó a difundir estas tesis que, posteriormente aparecerían como marcas distintivas del fascismo a lo largo del Ventennio:

- Estado fuerte como objetivo a alcanzar.
- Mitos de la antigüedad romana como referencia.
- Imperialismo como "política de prestigio".
- Exaltación de la milicia como "estilo de vida".
- Autarquía como "nacionalismo económico".
- Corporativismo como forma de organización del Estado

Sería difícil resumir en tan pocas líneas los rasgos distintivos del fascismo.

La evolución del nacionalismo versus el fascismo

Cuando tiene lugar el congreso de Florencia todavía hay zonas grises entre las distintas corrientes nacionalistas (liberales, mazzinianos, republicanos, monárquicos) que distan mucho de estar unificadas. Con el paso del tiempo, los editoriales de L’Idea Nazionale irían completando la definición del nacionalismo defendido por la ANI, creando un corpus doctrinal que prefigura la doctrina fascista.

No es raro que en la corta marcha hacia la concreción doctrinal la vida de la ANI estuviera jalonada de purgas: en el Segundo Congreso (Roma, 20-22 de diciembre de 1912) la ANI se deshace de su sector democrático y se establece la incompatibilidad entre nacionalismo y masonería. En el siguiente Congreso (16-18 de mayo de 914) son purgados los liberales. A partir de ese momento solamente quedaron los nacionalistas que, en rigor, pueden ser calificados como proto-fascistas.


En 1913, los nacionalistas obtuvieron el 0’6% de los votos y cinco escaños que demostraron ser los intervencionistas más radicales. En 1919, los miembros de la ANI vuelven a presentarse a las elecciones, esta vez apoyando los colores del Partito dei Combattenti obteniendo 20 diputados, pero en las siguientes en 1921 estarán incluidos en los Blocchi Nazionali que incluían a nacionalistas, futuristas y fascistas, logrando 105 diputados solamente superados por el Partito Popolare Italiano (108 diputados) y por los socialistas (123 diputados). Poco después se producía la Marcha sobre Roma (29 de octubre de 1922) (14).

Por entonces el nacionalismo ya había confluido con los Fasci di Combatimento de Mussolini; la nueva formación se llamaría Partito Nazionale Fascista en 1921. Tras la Marcha sobre Roma, varios entre los principales dirigentes de la ANI ocuparon altos cargos en el nuevo régimen: Federzoni, uno de los fundadores de la ANI y redactor de L’Idea Nazionale y diputado nacionalista desde 1913 fue Ministro de Colonias y luego del Interior, siendo senador desde 1928 y presidente del Senado entre 1929 y 1939 tras haber sido uno de los nacionalistas que negociaron con Mussolini la fusión. Eso no fue óbice para que en 1943 apoyase la destitución de Mussolini siendo por ello condenado a muerte en contumacia por el tribunal de Verona.  Otro nacionalista, Constanzo Ciano, fue Ministro de Correos y Comunicaciones y Presidente de la Cámara de los Diputados y de la Cámara de las Corporaciones hasta su fallecimiento en 1939. Fue padre de Galeazzo Ciano di Cortelazzo, yerno de Mussolini. Finalmente, Alfredo Rocco, el compilador del llamado Codice Rocco (código penal italiano), jurista de prestigio y representante del ala derecha del fascismo, procedía así mismo de la ANI. En cuanto a Enrico Corradini ingresó también en el Partido Fascista Republicano a pesar de que no participó inicialmente en la vida política del nuevo régimen. Fue senador y ministro a partir de 1928 falleciendo poco después.

Conclusión

El nacionalismo italiano de la ANI puede ser considerado como proto-fascista y como una componente “centrista” del fascismo. Su doctrina sobre “naciones proletarias” y “burguesas” evidencia una inspiración de izquierdas, pero el conservadurismo creciente del que hace gala la ANI (y especialmente algunos de sus exponentes como Rocco), lo sitúan en la derecha.

Así pues, ¿dónde ubicar al nacionalismo de la ANI dentro del fascismo “uno y trino” al que hemos aludido en el inicio de este estudio? Es simple, en la medida en que sus aportaciones doctrinales encarnan lo esencial del fascismo, hay que situar al nacionalismo de la ANI como uno de los elementos esenciales del “centro” fascista que logró equilibrar las corrientes “sociales” procedentes de la izquierda y las corrientes “conservadoras” procedentes de la derecha.

En este sentido, la ANI “es” el fascismo, antes incluso de que Mussolini hubiera pensado en fundar los Fasci di Combattimento. Es la ANI la que encarna el “centrismo” fascismo en la medida en que encarna también la ortodoxia mussoliniana en el período más prolongado del régimen: el Ventennio. En la ANI están como hemos visto presentes todos los elementos de la doctrina fascista (nacionalismo, corporativismo, imperialismo, referencias históricas al Imperio Romano, etc.). Mussolini, procedente de la “izquierda revolucionaria” terminará cohabitando con la monarquía de los Saboya por los azares de la política, pero entre su postura inicial de izquierdas (que tendrá también encarnaciones en el Ventennio, pero no en Mussolini) y la postura conservadora posterior, la doctrina fascista encarnada por el Duce será altamente tributaria y completamente identificada con la doctrina nacionalista difundida por la ANI.

Notas

(1)   Robert Paris, op. cit., pág. 29

(2) Gaetano Salvemini, historiador y político antifascista italiano. Antinacionalista había llegado a describir Italia de esta manera: “Los moderados del Norte tienen necesidad de los camorristas del Sur para oprimir a los partidos democráticos del Norte, mientras que los ­­camorristas del Sur tienen necesidad de los moderados del Norte para oprimir a la plebe del Sur” (Prefacio a Mussolini diplomático, Laterza, Bari 1952). Militante del Partido Socialista desde 1897 como representante de su tendencia “meridionalista” (proponía una forma de federalismo para Italia). Abandonó el PSI en 1911 por discrepancias sobre la postura de la formación ante la guerra de Libia y fundó el periódico L’Unità que siguió publicando hasta 1920 como portavoz de la Lega Democrática, se consideraba liberal y socialista. Defendió la entrada de Italia en guerra al lado de Francia e Inglaterra en 1914 como máximo representante de lo que se llamó “intervencionismo democrático” (belicistas de izquierda). Diputado en 1919 se declaró antifascista desde el principio y en 1925 fundó la primera publicación clandestina que se opuso al régimen de Mussolini: Non Mollare (literalmente, No ceder). Pocos meses después fue detenido en Roma y tras ser procesado resultó amnistiado autoexiliándose en Francia desde donde fundó el movimiento Giustizia e Libertà. Establecido en Gran Bretaña siguió desde allí sus campañas antifascistas polemizando con George Bernard Shaw, socialista fabiano y gradualista, admirador de Mussolini. Después de ejercer como profesor en varias universidades anglosajonas fundó en 1939 la Mazzini Society formada por republicanos antifascistas. Tras la guerra volvió a Italia y dio clases en la Universidad de Florencia y siguió jugando a la contra oponiéndose tanto a la Democracia Cristiana como a los partidos de izquierda.

(3)  Cfr. En la obra Diccionario de política: L-Z de Norberto Bobbio (Siglo XXI Editores, México 1981-82, págs. 1026-1035), puede encontrarse un ensayo de síntesis sobre los contenidos globales del nacionalismo y, en particular, del nacionalismo italiano.

(4)  Abate Augustin Barruel, procedente de la nobleza francesa se ordenó jesuita en 1756, viajó por toda Europa y dominó distintas lenguas. A partir de 1781 publicó panfletos contra los Enciclopedistas y la Filosofía de las Luces, responsabilizándoles de la expulsión y prohibición de los jesuitas. Inicialmente era favorable a las ideas democráticas (su nombre auténtico era Augustin de Barruel, pero renunció a la partícula “de” que delataba su título de nobleza) terminó por enfrentarse a la Revolución Francesa exiliándose en Londres en 1972, siendo albergado por Edmund Burke, franc-masón, el cual, sin embargo, le felicitará por su famosa obra antimasónica Memorias para servir a la historia de los jacobinos aparecida en 1797 (de esta obra que puede encontrarse fácilmente en Internet en versión francesa, pero que jamás ha sido traducida al castellano existe, sin embargo, una versión en catalán: Memorias per a servir á la historia del jacobinisme, trad. de Fr. Raymundo Strauch y Vidal, Perpiñán, J. Alzine, 1827). Barruel sostiene que fueron los Iluminados de Baviera de Adam Weishaupt quienes se infiltraron en la masonería para derribar a la monarquía y que fueron ellos quienes difundieron por vez primera el nacionalismo. La Revolución no sería más que un complot contra la Iglesia y contra su defensora la monarquía francesa. El mismo Barruel había sido iniciado en Logia (Encyclopédie de la franc-maçonnerie, Le libre de Poche, artículo "Barruel", pág. 66).

(5)  Cfr. George L. Mosse, La nacionalización de las masas, Marcial Pons – Ediciones de Historia, Madrid 2005. Ramiro Ledesma Ramos también alude en el Discurso a las Juventudes de España a la “nacionalización de las masas” y para ello dirigió la estrategia de las JONS y de FE a captar a las masas obreras que militaban en la CNT. Véase a este respecto La crisis del antifascismo, Ferrán Gallego, Random House Mondadori, Barcelona 2008, pág. 32. Los hay que han visto en la II República ese mismo intento de “nacionalizar a las masas”, Cfr. Hispania, Revista Española de Historia, pág. 162, Vol. 61, 2001, pág. 162. La idea de “nacionalización de las masas” que habitualmente se suele ligar a la interpretación del fascismo que da Mosse, como vemos, no le pertenece en propiedad.

(6)  Louis Snyder, The New Nationalism, Transaction Publishers, New Brunswick, New Jersey 2003, especialmente el capítulo IV, págs. 47-48.

(7)  E. J. Hobsbawm, Nations and Nationalism since 1780 – Programme, Myth, Reality, The Press Sindicate of the University of Cambridge, 1990, especialmente el capitulo The transformation of nationalism, págs. 101-130.

(8)  “Dentro de veinte años toda Italia será imperialista” había escrito uno de los fundadores del nuevo nacionalismo italiano, Enrico Corradini (citado por R. Paris, op. cit., pág. 29. Y el propio Paris añade este comentario: “El fascismo realizaría este sueño”).

(9)  Se conoce como “derrota de Adua” al momento decisivo de la primera guerra de Abisinia (1895-96) que tuvo lugar a causa de un conflicto de límites entre la Abisinia de Menelik II y la colonia italiana de Eritrea. El punto culminante del conflicto fue la batalla de Adua el 1º de marzo de 1896. Las tropas italianas del general Baratieri fueron derrotadas  sufriendo 6.000 muertos, 1.500 heridos y 3.000 prisioneros, sobre un total de 16.000 hombres. Los supervivientes se replegaron a Eritrea, mientras que en Italia, el gobierno de Francesco Crispi dimitió y el general Baratieri debió afrontar un consejo de guerra del que resultó absuelto pero que destruyó su carrera militar.

(10) La andadura nacionalista de Corradini puede ser seguida con cierto detenimiento en Zeev Sternhell, El nacimiento de la ideología fascista, op. cit., págs. 13-14 y en R. Paris, Los orígenes del fascismo, op. cit., págs. 30-31.

(11) Los datos sobre Corradini han sido extraídos de Wikipedia-Italia. Para una ampliación puede leerse la obra escrita por el propio Corradini Scritti e discorsi 1901-1914, Ed. Lucia Strappini, Turín 1980. R. Paris, extrae una frase de Corradini: “Del mismo modo que dentro de los límites de cada Estado se ha formado un conjunto de clases dominantes y un conjunto de clases dominadas, así mismo, en las relaciones internacionales, existen Estados más fuertes y Estados más débiles: Estados Burgueses y Estados Proletarios” (op. cit., pág. 33).

(12) Una interpretación típicamente marxista –incluso en lo plúmbeo y opaco de la exposición– de las ideas de la Asociación Nacionalista Italiana y del pensamiento de Enrico Corradini, puede leerse en Fascismo y Dictadura, Nikos Poulantzas, Editorial Siglo XXI, México, 1971, págs. 143-147.

(13) Corradini había escrito que “La política exterior constituye para el nacionalismo un medio de reforma interior revolucionaria. Es un medio para renovar el personal del gobierno” (citado por R. Paris, op. cit., pág. 33).

(14) Pueden consultarse los resultados electorales de la época en Mussolini y el ascenso del fascismo, Donald Sasson, Crítica S.L., Barcelona 2008, especialmente el capítulo El avance del fascismo, págs. 99 y sigs.


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