He tomado prestado el título de este artículo de una obra de Pierre Drieu La Rochelle, Notes pour comprendre le siègle, recientemente reeditados por la editorial Ars Magna. La lectura de esta obra es de las que más me han conmovido, no solamente porque el contenido hace honor a su título, sino porque he podido comprobar el abismo que separa el siglo XX del siglo XXI. Esto me impulsó, en lo más profundo del aislamiento provocado por el Covid-19, a reflexionar sobre la época en la que me ha tocado vivir. Permítaseme iniciar con un recuerdo familiar.
Mi padre había
nacido en 1896, era un aficionado a la aviación y él mismo había sido piloto.
Aprendió a volar en el Aeródromo de Canudas (en los terrenos de lo que es hoy
el Aeropuerto del Prat) y su maestro fue Julien Mamet, el introductor de la
aviación en España. Mi padre había visto la aviación desde sus primeros y
balbuceantes pasos, pero cuando cumplió 73 años pudo ser la llegada del hombre
a la Luna. En apenas una vida -su vida-, la aviación pasó de ser un juguete a conquistar
el espacio exterior. Pues bien, el ordenador que apoyó el viaje del Apolo XI a
nuestro satélite era un IBM 360/75 ¡con menos capacidad de procesamientos que
cualquiera de nuestro móviles 4G actuales! Esto da una idea sobre la
aceleración de la historia.
De esta constatación
nace la pregunta que me suelo formular y que me interesa hoy más que cualquier
otra cosa en el mundo: ¿Qué nos espera en el futuro? Estas notas son
hijas de esta pregunta.
NOTA PREVIA:
Algunos de estos elementos los ha tratado recientemente en un artículo en el que integro el asunto de la inmigración con los nuevos cambios social. Recomiendo su lectura para completas estas “Notas para comprender el siglo”: Ante la oleada migratoria sobre Canarias: UNA NUEVA FASE DE L INMIGRACIÓN MASIVA EN 2020. Así mismo este tema está tratado de manera orgánica en los números 68 y 69 de la Revista de Historia del Fascismo, dedicadas al Fascismo del Siglo XXI (ver en EMInves o bien en Amazon -RHF-68 y RHF-69)
> La
sociedad del futuro: De las sociedades homogéneas a las sociedades mosaico
A diferencia del
siglo XX en el que las sociedades occidentales eran homogéneas, en la
actualidad tienden a convertirse en un mosaico étnico y cultural, cada una de
cuyas partes tiene comportamientos y reacciones heterogéneas. Son sociedades
que se han mostrado imposibles de homogeneizar, y en las que resulta imposible llegar a consensos, incluso en temas importantes.
La existencia de
este mosaico multicultural no es una casualidad, sino que responde a la
necesidad de los Estados modernos de romper cualquier tipo de oposición
unificada. Se trata de que las explosiones de cólera que pueda existir tengan
un alcance limitado y nunca afecten a la totalidad de la población, sino a
franjas y grupos sociales muy concretos, que nunca serán mayoritarios ni podrán
aspirar a tener por sí mismos una mayoría social y que se verán pronto aisladas
y sometidas con facilidad a provocaciones y a represión.
Esto es lo que
explica, mejor que cualquier otro argumento, el que sean precisamente los
medios económicos y financieros ligados a la globalización, los más interesados
en favorecer los procesos migratorios y el establecimiento de comunidades
extranjeras inintegrables en Europa: así se logra fracturar la sociedad europea
en pequeños mosaicos étnicos y arrinconar de manera creciente (por la simple
diferencial demográfica y por la mayor tasa de natalidad de los núcleos
inmigrantes, así como por sus flujos de crecimiento continuos) al grupo étnico
europeo, históricamente, el más consciente, el mejor preparado y el más
propenso a liderar protestas, reformas y cambios.
> Los
jóvenes como clase revolucionaria e innovadora. La juventud ausente.
Por otra parte,
se tiende a neutralizar a los elementos más jóvenes –y, por tanto, más
imprevisibles– mediante distintas técnicas: la banalización de las drogas y su
extensión cada vez mayor, su legalización incluso, con la excusa de que “no se
puede luchar contra las drogas” (lo que no se puede es luchar contra las
grandes acumulaciones de capital surgidas al calor del tráfico de drogas).
Poner la droga
al alcance de todos, renunciar a la represión contra las drogas y a penalizar
el consumo, tiene como resultado la aparición de unas nuevas generaciones que
ni estarán en condiciones de trabajar, ni estudiar, pero tampoco de preocuparse
por su futuro, ni por sus problemas existenciales: les bastará percibir un
“salario social” para que tengan cubiertas sus necesidades (todas las drogas
hoy, calculando la inflación y las devaluaciones, son entre un 30 y un 75% más
baratas que hace 30 años… no es raro que estén al alcance de todos, incluso de
aquellos que solamente percibirán el “salario social” y que, a falta de otros
estímulos, se agruparán en “comunas” (especialmente cuando falten sus padres) y
garantizarán así subsistencia, alimentación (fast–food), conexión a internet
para llenar su tiempo de ocio con videojuegos, permaneciendo continuamente en una
situación se semi–sopor subvencionado que asegurará su extrañeidad a cualquier
movimiento revolucionario que pueda aparecer.
Políticamente,
cada grupo social –y la juventud, entre ellos– apoyará solamente a quien
“entienda” sus problemas: es decir, a quienes prometan mantener subsidios y
subvenciones que serán pagados por todos aquellos que dispongan de una nómina y
que no tengan la potencia suficiente como para recurrir a la ingeniería
financiera para eludir impuestos. En otras palabras: los restos de las clases
medias tenderán a ser cada vez más explotados fiscalmente.
> El
elemento dominante: El miedo como factor generalizado en el siglo XXI
La otra técnica
con la que se pretende mantener quietas a las poblaciones es el miedo o, si se
prefiere, la sensación de inseguridad que generará en aquellos sectores
sociales más lúcidos, inquietud y miedo ante el futuro y, por tanto, rechazo a
adoptar posiciones que pudieran ser consideradas como hostiles a la corrección
política y a la estabilidad de los sistemas políticos que hace tiempo han
dejado de funcionar y que solamente alimentan a castas parasitarias decididas a
vivir bajo el paraguas protector del Estado y de los fondos públicos.
Quienes hoy
tienen trabajo, no saben cuánto tiempo podrán mantenerlo. A la velocidad con la
que se mueve la flecha de la historia en la actualidad, un joven de 30 años,
profesional formado en las mejores universidades y brillante en sus aptitudes,
ignora el tiempo en el que podrá seguir afrontando los pagos de una hipoteca,
el coste de una familia y de la educación de los hijos, o de su propia salud.
Vive atenazado por el miedo ante el futuro.
El hecho de que
buena parte de estos jóvenes hayan firmado hipotecas garantiza que harán todo
lo posible para mantener su estatus, aceptarán pagar los impuestos con los que
se grave su trabajo, optarán por no destacarse en reivindicaciones y
abandonarán cualquier tipo de veleidad de revuelta para mejorar su situación
por medio de lo que hasta ahora se ha considerado “acción revolucionaria”, una
de cuyas expresiones fueron los fascismos del siglo XX.
> Un nuevo
modelo de sociedad como producto del neoliberalismo: De la sociedad de los tres
tercios a la pirámide de tres escalones
A tenor de los
movimientos de población y de las nuevas tendencias en la distribución de la
renta puede preverse que el concepto de “sociedad de los tres tercios” debe ser
modificado. De las varias interpretaciones que se podían dar a esta teoría,
quizás la más oportuna sería aquella que sostenía que las sociedades de finales
del siglo XX y de los primeros años del siglo XXI estuvieron divididas en “tres
tercios”: un tercio que vive con un alto nivel de vida, está al día con
Hacienda, cotiza a la seguridad social, gozan de contratos indefinidos, tienen
nómina y acceso a los escaparates del consumo. Un segundo tercio estaría
compuesto por grupos más desfavorecidos que viven, como suele decirse, “a salto
de mata”, sin trabajo fijo, con contratos precarios, mileuristas y
frecuentemente tienen interrupciones en su vida laboral cubiertos por el seguro
de desempleo, alternado con trabajo negro no declarado. Un último tercio
estaría formado por aquellos que viven en la frontera de la indigencia y su día
a día depende subsidios y subvenciones.
Pues bien, este
esquema, ya no es válido. Las crisis económicas de finales del milenio
anterior, la del año 2009–2012 y la que se inició a causa de la irrupción del
Covid–19, han acabado con ella.
Hoy estamos
viviendo otro modelo de “sociedad de los tres tercios”. Tiene forma piramidal:
en la cúspide se sitúa una minoría cada vez más pequeña que vive con toda la
seguridad que da una posición económico–social envidiable. Generalmente, se
trata de técnicos y empresarios que han hecho sus fortunas al calor de la
globalización y han sabido explotarla en beneficio propio, o bien de altos
funcionarios del Estado y de la clase política que se mueve en las esferas del
poder. En la parte más elevada de la cúspide se encuentran las dinastías económicas, los "señores del dinero", de la banca y de los grandes consorcios empresariales,
En la base de la
pirámide social, se encuentran los distintos sectores que viven gracias a los
subsidios y que, de día en día, se va ampliando gracias a dos factores
opuestos: la llegada de un número cada vez mayor de inmigrantes improductivos
en su mayoría, y del empobrecimiento de los restos de la antigua clase media
que, por muchos motivos, han perdido su trabajo y no han estado en condiciones
de reciclarse en el mercado laboral.
Entre ambos
grupos, se encuentran todos aquellos que todavía viven de una nómina
(funcionarios, profesiones liberales, empleados con contratos fijos, jubilados
con las prestaciones más altas) y que son, precisamente, los que, gracias a sus
impuestos y a una fiscalidad cada vez más injusta, deben alimentar a una parte
de la cúspide de la pirámide (a todos aquellos altos funcionarios del Estado, a
la clase política que gestiona los distintos niveles de la administración),
pero también a la base de la pirámide.
Reconocer la
realidad creciente de este esquema piramidal es fundamental para prever la
evolución de la sociedad en las próximas décadas y entender por qué los
dirigentes políticos se obstinan por impedir y bloquear cualquier tipo de
reforma de la administración o de la fiscalidad.
La base de la
pirámide nunca más será fuente de agitación: está neutralizada por el régimen
de subvenciones, pero también por la industria del entertainment y por
el acceso cada vez más fácil a las drogas y al ocio barato.
La extensión de
la marihuana tiene importancia en dos frentes que se pondrán de manifiesto a lo
largo de la década 2020–2030: por una parte, el uso continuado de la marihuana
abre la espita a enfermedades mentales (incluso a crisis de psicosis cannábica)
e imposibilita para tener acceso a cursos de capacitación laboral y al
desempeño de trabajos, incluso de mínima responsabilidad (todos los
departamentos de personal en todo el mundo saben que contratar a un fumador de
cánnabis constituye un riesgo de lentitud en el desarrollo de las tareas –“se
cuelgan”, es la expresión característica–, absentismo laboral y cambios bruscos
de humor en cuanto se les lleva la contraria y se exige de ellos unos
resultados que impliquen esfuerzo). Estos grupos, como máximo, pueden
desempeñar por su cuenta trabajo negro y unir a las cantidades recibidas en
concepto de “salario social” y subsidios, pequeñas cantidades procedentes del
menudeo de drogas o bien de “chapuzas” ocasionales.
Esta población
no tiene nada que ver con el antiguo proletariado –que en el siglo XX se
situaba en la base de la pirámide social–. A diferencia del proletariado, estos
grupos sociales son completamente improductivos, se dedican a cultivar su ocio,
no piensan absolutamente nada en el futuro, su día a día está hecha por
fast–food, video-juegos y ocio, móviles y redes sociales, consumo de todo tipo
de drogas y en el peor de los casos, ejercicio de formas de delincuencia
(menudeo de droga, pequeños robos y hurtos, etc). La vivienda no será un
problema para ellos mientras los Estados se nieguen a castigar penalmente la
ocupación de viviendas, o bien, mientras sigan viviendo los padres con
viviendas en propiedad.